PATRICIA RAMÍREZ | Abc.es (El lunes empiezo-blog) |
01/03/2020
Sin saber por qué, muchas
mujeres, también hombres, se convierten en los «fuertes de la familia».
No se trata de un título
oficial ni nada que alguien te imponga. Pero tu calidez y cariño en la
interacción con las personas que quieres, tu capacidad para resolver problemas,
tu servicialidad, tu rapidez, tu humanidad, ser la o el mayor, quién reside
cerca, quién tiene un horario flexible o de media jornada, tu sentimiento de
pertenencia, no saber decir que no o simplemente el hábito de ser tú la
que siempre resuelve todo, te ha convertido en la fuerte de la
familia. Titulazo. Y estás hasta las narices de serlo.
Ser la fuerte de la familia te
ha obligado a ocuparte de responsabilidades que no te tocan, a renunciar
a tiempo personal, profesional, a tener que disimular
emociones, esconder tus ganas de llorar, a no ser impulsiva y mandar todo al
garete cuando estabas agotada. Ser la fuerte de la familia te ha
minado por dentro y por fuera. Representas un rol que no
elegiste, que te ha desgastado y del que deseas liberarte porque, además, no te
identificas con él. Simplemente en el reparto de la película de la vida de tu
familia, te tocó.
Seguir siendo la fuerte de la
familia supone seguir simulando una entereza y fuerza que ya no deseas. Supone no
poder expresar dolor, no contagiar a los demás tus miedos, que,
por cierto, también los tienes. Supone seguir protegiendo a todos del dolor, de
la responsabilidad, seguir liberando de responsabilidades a los tuyos…porque
total, tú lo haces todo mejor y más rápido que los demás.
Dejar de ser la fuerte de la
familia no es sinónimo de desentenderte de todo, de dejar de pensar en los
demás, no de ser coherente con tus valores. Solo se trata de
dejar de fingir emociones, de poder expresar lo que sientes, de hablar de tus miedos, de
cargar con menos peso en la mochila, de repartir el peso y buscar soluciones.
Dejar de ser la fuerte de la familia es permitirte derrumbarte, decir que no
cuando ocuparte de ti y no sentirte responsable de todo lo que le pasa a tu
familia y a tu entorno.
Querida, o querido, manos a la
obra. Empieza el increíble reto de «dejar de ser la fuerte de la familia y no
sentirme culpable por ello».
Grito de guerra
Este grito de guerra no te
libera de ninguna carga, pero sí te libera de emociones. Empieza por gritar para
adentro cuando haya gente delante o para fuera cuando
estés sola. ¿No te ocurre a menudo que tus hijos llegan a casa, y que desde
primera hora de la mañana ya te están mandado mensajes «qué hay hoy para comer»
y tú con todo tu amor preparas lo que es saludable y al llegar te ponen cara de
«qué mierda, yo quería pasta»? Pues a partir de ahora, no razones, no les digas
todo lo que haces por ellos, no les expliques que tienen que comer de forma
saludable, simplemente grita por dentro «que te jorobes, que esto es lo que
hay». Decírselo a la cara es políticamente incorrecto, pero ¡Qué bien sienta
por dentro! No te desgastes, no busques explicaciones de buena madre. ¡Hala,
aire fresco! Y no digas un «que te jorobes» enfadada, no. Con toda la risa del
mundo. Y esto es aplicable a tus hijos, a tu madre, a tu pareja, y a todo el
que te exija.
Delega
¿Qué estás haciendo tú que
puedan hacer los demás? Siéntate por favor y elabora una lista. Comparte esa
lista con todas las personas cercanas e involucradas que puedan
responsabilizarse de lo que te responsabilizas tú.
Si estás esperando el día en
que sean maduras y generosas como para que salga de ellas...de ayudar,
igual terminas de quemarte. Tus hermanos, tus hijos, tu pareja,
tus amigos, tus padres ya se han acostumbrado a que te ocupes tú. Incluso les
da confianza y seguridad…porque ¡tú lo haces taaaaaan bien!
Si resuelves a todos situaciones como ser la única que acompaña a tus padres al médico, a tus hijos a sus citas, acompañar emocionalmente a tu hermano que se acaba de divorciar, proteger a tu pareja para que no sufra con la controladora de su madre, quitarles a tus hijos piedras del camino, resolver los temas financieros de tu hermana que no tiene mucho sentido común y lo despilfarra todo, será muy difícil desprenderte de ello. Permite que todo esto esté hecho medio regular, que haya olvidos, que aprendan a convivir con las consecuencias. Y si me dices «ya, pero si no me ocupo yo, es que no se ocupa nadie», pues igual durante un tiempo, hasta que se puedan vivir las consecuencias, no tiene que ocuparse nadie. Y no me refiero a situaciones en las que tus padres pongan en riesgo su salud. Me refiero a vivir las consecuencias que sean asumibles sin riesgos graves de salud.
Deja de hacer
¿Todo lo que ahora estás
haciendo necesita hacerse? ¿Y si necesita hacerse, se necesita con ese grado de
exigencia? Igual llamas todos los días a tu madre dos veces al día, igual vas a
comer a casa de tus padres tres veces en semana, igual eres de la que lleva la
agenda de tu hermana porque a ella se le olvidan sus revisiones, o estás
pendiente de qué necesita tu hermano que está viviendo fuera. Podrías hacer
reducir el número de llamadas, las visitas, sobreproteger a tus hermanos, o
dejar de recordarles lo que ellos deben tener presente.
Vuelve a hacer una lista con
aquello que vas a empezar a dejar de hacer y piensa en qué
vas a invertir ese tiempo que ahora la vida te regala. En lugar de comer tres
veces en semana en casa de tus padres, podrías empezar por dejar de ir un día y
dedicártelo a ti, a un masaje, a ir a caminar, a comer con amigas una vez a la
semana o disfrutar de comer sola en casa.
No preguntes, reparte
Cuando los demás se han
acostumbrado a que seas tú quién hace todo, ya lo dan por sentado. Al margen de
la conducta egoísta, ya ni se les ocurre preguntar ¿quieres que lo haga
yo? Ya es un hábito que te ocupes tú. A partir de ahora
no pienses que pedir a los demás que se ocupen de todo lo que haces tú es
pedirles un favor. No. Favor es el que llevas haciéndoles tú toda la vida. A
partir de ahora no preguntes «¿podrías por favor tú este fin de semana ocuparte
de papá y mamá?» Pone en el chat de la familia «este fin de semana no puedo
ocuparme yo, organizaros para hacerlo vosotros».
Enseña tu «know how»
Para ser la fuerte y la
responsable de la familia has tenido que desarrollar una serie de estrategias
que te han permitido compaginar tu vida con la de los demás. Eres operativa,
estratega, organizada, planificadora. Te pones alarmas, llevas una agenda,
tienes una carpeta con los asuntos importantes.
¿No podrías enseñar por favor a tus padres, hijos, pareja, amigos, tu
sistema? Igual tus padres podrían llamar a sus citas si pusieran una alarma
en el móvil y tuvieran todos los teléfonos de sus médicos escritos en grande en
una agenda. Igual podrían tener un planificador para notarlo todo.
Expresa tus emociones con libertad
Permítete expresar tus emociones cuando te apetezca, esté quien esté delante. Hay veces
en las que reprimimos un lloro porque nuestros hijos no nos vean sufrir.
Llevamos el duelo, los miedos, la incertidumbre por dentro. No nos permitimos
ni expresar las emociones ni hablar de lo que nos preocupa. Todo porque los
demás no sufran. Pero con ello tampoco les educamos en una buena gestión de
emociones.
Les estamos transmitiendo que
no tenemos derecho a preocupar a los demás, que nos tenemos que contener. Y
esto no ayuda. Ni a nosotras ni a ellos. En función de la edad, tus hijos se
sentirán muy aliviados, o tus padres, aunque san mayores, sabiendo qué te
ocurre. Porque lo que genera estrés en los demás no es conocer cómo te sientes,
sino desconocer el motivo de tu preocupación.
No somos las responsables de la
felicidad de los demás No somos las responsables de las responsabilidades de
otros. Tenemos derecho a poder venirnos abajo. Así que respira y
descansa.