miércoles, 14 de octubre de 2020

¿Son los padres y las madres (in)competentes para educar?

 CATHERINE L’ECUYER    |   El País   |   27/04/2020

En una de las bibliografías de María Montessori, Rita Kramer explica que se había puesto de moda, entre las mujeres del siglo XIX en Italia, el juego de encender y de apagar unas cerillas para matar el tiempo, mientras los niños estaban siendo cuidados por una niñera y el padre estaba ausente del hogar. Esa anécdota ilustra hasta qué punto no se veía la actividad educativa -por lo menos durante los primeros años del niño- como algo relevante. Educar era una tarea a la que se dedicaban principalmente los más vulnerables, a falta de otra alternativa. Montessori explica como era corriente escuchar en las familias burguesas decir al niño; “no te sientes en el suelo” o “no te sientes en el sofá”. Entonces el niño era un ciudadano que no tenía lugar en los espacios comunes de su propia casa. Se le decoraba de lazos y se le ataba inmóvil a una silla con su niñera para que no hiciera ruido y no molestara.

Si bien es cierto que en l’Émile, Rousseau había hablado en el siglo XVIII del niño como de un sujeto, no como un objeto, consideraba el Estado como su principal educador. Afirmaba que el Estado tiene un papel prioritario sobre el de los padres en el ámbito de la educación de los hijos, puesto que la educación de los niños no debe “abandonarse a los prejuicios de sus padres”. Quizás fue por exceso de coherencia consigo mismo que Rousseau abandonó a sus hijos en un orfanato. La idea rousseauniana de que los padres son incompetentes para poder educar a sus hijos y deben dejar que el Estado lo haga para ellos sigue hoy recibiendo atención, configurando muchas de las políticas educativas.

A inicios del siglo XX, se empiezan a multiplicar las teorías psicológicas respecto a la educación y se ponen de moda los parvularios para niños desde los 3 años. En los EE UU, Dewey tiene sus teorías encaminadas a resolver, desde el aula, la cuestión de la educación hacia la integración de los millones de inmigrantes que habían llegado a América después de la Primera Guerra mundial. En Europa, nace el movimiento de la Educación Nueva inspirado en gran parte en Rousseau. Las aulas de la Educación Nueva se convierten en laboratorios de psicología, y la psicología se convierte en el vestido de dignidad de la pedagogía. Surgen todo tipo de teorías educativas elaboradas por médicos o psicólogos, como Claparède, Decroly, Piaget, Montessori, que pueden dar de pensar a los padres que la educación es un asunto demasiado complicado para que ellos mismos puedan hacerse cargo. Los padres deben por tanto encargarlo a los especialistas, ya que ellos, sí saben.

Acabada la Segunda Guerra mundial, ante el horror de los campos de concentración, se rechaza enérgicamente la teoría de la eugenesia, se empieza a entender el poder de la educación y los Estados adoptan progresivamente la idea de cuidar a los colectivos desfavorecidos a través de políticas sociales y educativas, empezando desde la primera infancia. Como consecuencia de la Segunda Guerra mundial, los orfanatos de Europa están llenos. La OMS encarga entonces un informe a un psiquiatra llamado John Bowlby, sobre la consecuencia de una crianza sin madre sobre la salud mental de los niños en los orfanatos. En su informe, publicado en 1951, Bowlby hace hincapié en la importancia de la sensibilidad del principal cuidador para la creación de un vínculo de apego (de confianza) entre él y el niño. Nace entonces la teoría del apego, que revolucionará el ámbito de la psicología infantil.

En la década de los ochenta, el caldo es favorable a la aplicación de ciertas ideas neurocientíficas en el ámbito de la educación y la ciencia se convierte una vez más en el vestido de dignidad de la pedagogía bajo la etiqueta de la “educación basada en la neurociencia” (brain-based education). Esa situación da pie a las expresiones que hoy conocemos como: “todo se juega de 0 a 3 años” o “más y antes es mejor”. Y entonces se recomienda a los padres escolarizar a sus hijos cuanto antes, se pone el énfasis en la parte cognitiva de 0 a 3 años y se multiplican los métodos y los libros que hablan de la estimulación temprana. De nuevo, los padres tienen menos protagonismo, delegando la educación a parvularios especializados que usan métodos supuestamente basados en la neurociencia, pensando que ellos mismos no son lo suficientemente competentes para hacer ese trabajo. El apogeo de esa creencia es, en 1997, cuando Hilary Clinton, en un discurso dirigido a educadores en la Casa Blanca, dice: “En el momento en que la mayoría de los niños empiezan la escuela infantil, la arquitectura del cerebro está esencialmente construida.” Esa declaración levantó un tsunami de críticas por parte de neurólogos y neurobiólogos en todo EE UU, pues esa creencia es un “neuromito” (una mala interpretación de la literatura neurocientífica). El cerebro es plástico y puede modificarse a lo largo de toda la vida y el bombardeo temprano de información no necesariamente favorece el aprendizaje. Esos neuromitos dan una importancia excesiva a la estimulación cognitiva y restan importancia a la dimensión interpersonal en los primeros años, clave para el apego.

La disciplina social solo es posible cuando existe, previamente, una disciplina y una responsabilidad personal.

Los neuromitos han llevado a la abdicación del ámbito familiar, a favor de la industria educativa del consejo empaquetado conformado por aquellos gurús, expertos, libros o productos que dictan a los padres exactamente lo que han de hacer para que sus hijos sean exitosos y felices, y sobre todo para que coman, duerman y obedezcan. Ese enfoque educativo conductista, caracterizado por el adultocentrismo, está orientado principalmente hacía la tranquilidad de los padres. La industria del consejo empaquetado, en búsqueda del “manual definitivo” de una crianza perfecta, enfoca la educación desde el punto de vista de los “cómo” y de los “qué” y aleja a los padres de los “para qué” y los “por qué”. Contribuye, de nuevo, a despojar a los padres de su papel como primeros educadores, entregando a sus hijos a la industria del juego “con botones y pilas” y despojándoles de la intuición parental y del sentido común que debería guiar toda acción educativa.

La teoría del apego fue inicialmente criticada por el feminismo, por culpar a la mujer trabajadora de todos los males de la infancia. Pero hoy sabemos que el apego del niño puede hacerse tanto con el padre como con la madre. El apego es el vínculo de confianza que se establece entre el niño y un principal cuidador disponible y capaz de atender a tiempo sus necesidades básicas durante los primeros años de vida. El niño con apego seguro es más confiado, descubridor y empático en sus relaciones interpersonales. Hoy, esa teoría es una de las más investigadas, reconocidas y establecidas en el ámbito de la psicología del desarrollo, se ha convertido en el enfoque por excelencia para entender el desarrollo del niño y está siendo utilizada como base y premisa de la mayoría de las investigaciones y políticas sociales y de educación infantil en gran parte de los países desarrollados.

Hacer creer a los padres que la híperestimulación durante los tres primeros años de vida es más importante que la atención afectiva y convencerles de la necesidad de una escolarización temprana ha contribuido a adormecer la conciencia de ser principales educadores y puesto en entredicho su vocación y su competencia educativa, generándoles agobio e inseguridad personal. Esas creencias han despojado a los padres de su rol, reduciéndoles a meros estimuladores y animadores de ludoteca que ni gozan, ni disfrutan de la belleza de su misión.

Esa creencia influyó, como es lógico, en la cuestión de la conciliación. Si los niños no necesitan a sus padres, entonces más vale delegar ese cuidado y escolarizarlos desde los 4 meses. Si el niño está mejor en el colegio, ¿para qué necesitamos una baja de maternidad o de paternidad más larga? Entonces los únicos argumentos que nos quedan son invocar el derecho de la mujer a tenerla, o la obligación del varón a cuidar de sus hijos para erradicar el machismo. Hoy sabemos que la rotación del principal cuidador es uno de los factores que interfiere en la creación del vínculo de apego. Pero preferimos prohibir la transferibilidad de las bajas, porque es más afín a nuestras mentalidades igualitaristas. En definitiva, las necesidades del niño, que deberían ser el principal protagonista de la cuestión, se relegan al segundo plano en un debate ideológico esencialmente adultocéntrico.

¿Qué es la sensibilidad? La sensibilidad (instinto maternal, paternal) es un mecanismo del que dispone la naturaleza para ayudarnos a tomar conciencia de nuestra responsabilidad como primeros educadores, para que seamos capaces de sintonizar con las necesidades reales de nuestros hijos. ¿Debería ser suficiente con el sentido del deber? Sí, pero la naturaleza es generosa y nos facilita el trabajo. Sin embargo, no es suficiente tener ese regalo. Esa sensibilidad se desarrolla a base de pasar tiempo con nuestros hijos, dándonos cuenta de lo que necesitan para su buen desarrollo. En ese sentido el confinamiento ha sido y está siendo una oportunidad única para desarrollar esa sensibilidad maternal y paternal, para consolidar el vínculo de apego / de confianza con cada uno de ellos. En ese sentido, nuestra mirada es clave para transmitirles una actitud positiva y confiada hacía el mundo que nos rodea.

Por último, no iría mal recordar, en tiempos de des-confinamiento, que la disciplina y la responsabilidad social, tanto por parte de los padres como de los niños, no surje de “la nada”, ni de llenar la calle de personas uniformadas repartiendo multas, ni de las instrucciones del “BOE de cada día”. La disciplina social solo es posible cuando existe, previamente, una disciplina y una responsabilidad personal. Y la responsabilidad personal solo es posible cuando asumimos que la persona que actúa es competente, racional, consciente y libre de asumir las consecuencias de sus acciones. Montessori lo ilustraba con un hermoso ejemplo. Explicaba cómo era posible que un grupo de personas se queden en silencio ante un concierto. Nos recordaba que el silencio colectivo no es, o por lo menos no debería jamás de ser, el mero resultado de la imposición colectiva de una norma. En ese caso, la disciplina colectiva es la suma de la disciplina personal de cada uno de los que escucha en silencio. Es el resultado del que ha desarrollado la fortaleza personal y el autocontrol, del que entiende lo que acontece y tiene sensibilidad para apreciar la belleza y la armonía del sonido del conjunto de todos los instrumentos que se oyen en la pulcritud del silencio.

 

Cómo liberar la rabia de manera sana y adecuada: 4 consejos

ARTURO TORRES      |     Psicología y Mente

Diferentes formas de dar salida a ese malestar que puede llevarnos a la hostilidad.

La rabia es un estado psicológico que, a pesar de que acostumbra a ser visto como algo negativo, resulta completamente natural. A lo largo de toda una vida, vamos a experimentarla varias veces, y eso no es en sí algo malo. La clave a la hora de valorar si nuestra relación con la rabia es sana o no, está en ver hasta qué punto nos afecta, y si nos daña significativamente a nosotros o a las personas de nuestro alrededor.

Saber cómo liberar la rabia de manera saludable es uno de los factores más importantes a la hora de no dejar que esta emoción nos domine y nos haga caer en dinámicas destructivas o autodestructivas.

Liberar la rabia de manera controlada y saludable: 4 consejos

Durante mucho tiempo, hemos caído en un error fundamental a la hora de entender lo que es la rabia. Esta trampa consiste en creer que esta emoción es mala porque nos hace pasarlo mal y puede llevarnos a atacar al resto. ¿Dónde está el problema de esta visión de las cosas? En que la rabia no aparece espontáneamente en el interior de uno: surge como consecuencia de una interacción entre individuo y entorno.

Pensemos por un momento en las minorías sociales que tiempo atrás eran discriminadas legalmente y ahora ya no lo son. En ese pasado tan cruel, la frustración y la impotencia de sentirse con menos derechos generaba rabia frecuentemente, y a nadie se le ocurriría pensar que lo problemático de la situación era ese sentimiento, sino el contexto social.

Algo parecido sucede a la hora de comprender por qué es bueno liberar la rabia de manera controlada. Cuando hacemos esto, no estamos expiando ningún pecado, sino actuando activamente para dar salida a una emoción que puede estar justificada o no, pero es natural y en última instancia no ha aparecido porque así lo hayamos decidido libremente. Teniendo en cuenta todo lo anterior, veamos algunos consejos básicos sobre cómo liberar la rabia.

1. Evita sitios bulliciosos o estresantes y busca un lugar tranquilo

Este primer paso es para evitar males mayores, dado que en ambientes con muchos estímulos, es fácil encontrar aún más motivos para estar enfadado. A esto hay que añadirle que con la rabia recorriendo nuestro cuerpo tendemos a ser más propensos a ver motivos para enfadarnos en hechos o situaciones que en otra situación no nos harían sentir esa hostilidad. Se trata de un sesgo que nos puede arrastrar al empeoramiento del problema.

Así pues, nunca está de más tener en mente lugares tranquilos en los que poder estar solos, especialmente en previsión de un diálogo que puede enfurecernos.

2. Coloca pausas en las discusiones

Saber gestionar una discusión también incluye la capacidad de saber liberar la rabia adecuadamente en caso de que esta emoción aparezca. Cuando estamos inmersos en un diálogo, sin embargo, esta tarea incluye tanto la liberación de una cierta cantidad de rabia (no puede ser mucha, ya que la finalidad del diálogo es otra) como la prevención de que esta siga acumulándose. Para ello, puedes hacer dos cosas: evitar elevar el tono de voz, y hacer que tu habla sea algo pausada.

Lo primero puede resultar contraintuitivo, ya que gritar suele estar asociado a la liberación del malestar, pero en el contexto de un diálogo esto no es así, ya que gritar solo nos haría asimilar que ya estamos en una lucha verbal, haciendo que la otra persona reaccione igual.

Hablar de un modo un poco más lento cumple una función parecida, dándonos una excusa para monitorizar nuestro ritmo de hablar, evitando que intentemos abrumar al otro y dominar la conversación por esta vía. Si dejas que pase el tiempo y no aumenten los motivos para sentir enfado, esta rabia que empezaba a ser un problema se desvanecerá sola sin causar problemas significativos, al no haber alcanzado un punto crítico y, por otro lado, haber convertido el diálogo en una batalla.

3. Haz deporte

Si tienes tiempo y no se trata de un sentimiento de rabia muy intenso aparecido súbitamente, sino que llevas sintiéndolo desde hace varios minutos, plantéate la posibilidad de emplear ese estado de alerta y tensión en algo productivo. Por ejemplo, en hacer deporte. El deporte nos plantea la necesidad de liberar energía atendiendo a un objetivo muy claro que requiere toda nuestra atención, por lo cual es una excelente manera de dejar que la ira se vaya sola.

Si sientes mucha rabia, quizás un deporte competitivo no es la mejor opción. En este caso céntrate en ejercicios realizados de manera individual, como por ejemplo hacer flexiones, correr por el parque, etc.

4. ¿Hay algún problema con los videojuegos?

Desde prácticamente sus inicios, los videojuegos han sido criminalizados injustamente, siendo acusados de promover la violencia. Paradójicamente, esto no solo no es cierto, sino que se ha visto que en ciertos casos, jugar a esta forma de entretenimiento puede ser una manera de canalizar la rabia sin dañar a nadie. Sumergirse en un mundo de fantasía y cumplir con los objetivos nos permite liberar energía en un entorno controlado.