ROCIO
CARMONA |
La Vanguardia | 07/11/2019
“Me parece que en el momento en
que mis piernas empiezan a moverse, mis
pensamientos empiezan a fluir”. Con esta frase resumía el escritor y
filósofo trascendentalista Henry David Thoreau su inclinación natural
al movimiento, siempre en la naturaleza, como una forma de entrar en contacto
consigo mismo y de unirse al flujo de la vida. “A pie y de buen humor”, leemos
en la Canción del camino abierto, del poeta y humanista
estadounidense Walt Whitman. Solvitur ambulando (se
resuelve caminando), reza el dicho latino. También Nietzsche dejó
escrito que todas las ideas verdaderamente importantes se suelen concebir
mientras caminamos. Y es que andar tiene una tradición intelectual,
poética y espiritual indiscutible.
Se supone que los seres humanos se
pusieron en pie y empezaron a caminar hace seis millones de años, un hito
importantísimo que ayudó a que se aprovecharan mejor las posibilidades del
entorno y contribuyó de forma decisiva a la evolución. Caminar es un proceso
que tardamos mucho tiempo en dominar y que damos por hecho a menudo, olvidando
lo asombroso y maravilloso que resulta. Es, además de una de las actividades
más características del ser humano, una actividad que posee
poderosos beneficios físicos, mentales y espirituales.
¿Sabía que un paseo diario a ritmo
moderadamente intenso, aunque solo sea de veinte minutos, disminuye las
posibilidades de sufrir una enfermedad cardíaca, Alzheimer, depresión,
diabetes y varios tipos de cáncer? Investigadores de la Universidad de
Wakayama, en Japón, concluyeron que caminar 10.000 pasos al día
reduce de forma importante la presión arterial en personas que
padecen hipertensión. Al ser un ejercicio de bajo impacto, es ideal también
para prevenir la pérdida de densidad ósea, y ayuda a mejorar la
postura, el equilibrio y a combatir la fatiga.
Pero caminar también puede resultar
un gran aliado para la creatividad. No en vano artistas y
pensadores geniales como el mismo Nietzsche, Beethoven, Charles Dickens o
la poetisa norteamericana recientemente fallecida, Mary Oliver, utilizaban
las caminatas de forma regular como parte de su proceso
creativo.
Aristóteles y los filósofos
peripatéticos caminaban como método de indagación filosófica; se dice que
Jesús realizó una travesía de cuarenta días en el desierto para prepararse para
su misión en la Tierra, y que Buda caminó durante años antes de encontrar la
iluminación. Recientes estudios de diversos campos señalan que caminar en
un entorno natural ayuda a aclarar la mente y a potenciar la
creatividad. También puede servirnos para practicar el mindfulness,
un estado de calmada presencia en el que nos limitamos a vivir el momento
presente.
Jack Kornfield explica en su
libro Sabiduría del corazón que meditar mientras
caminamos es una de la formas más útiles y básicas de cuidar del cuerpo.
El arte de meditar de este modo, explica, “consiste en aprender a estar
atentos mientras caminamos, utilizando el movimiento natural de la marcha para
cultivar el mindfulness y una presencia atenta”. Para empezar
a hacerlo, lo primero es escoger un lugar tranquilo en el que
podamos caminar de ida y de vuelta una distancia de entre diez y
treinta pasos. Kornfield explica que podemos usar esta meditación
para calmarnos, centrarnos y estar más presentes en nuestro cuerpo.
Este autor propone empezar
practicando en casa y luego extender el caminar consciente a otros
momentos más informales de nuestra vida, por ejemplo, cuando vamos a comprar o
salimos del coche para ir a algún sitio. “Podemos aprender a caminar sin más,
en lugar de utilizar ese momento para planear o pensar cosas, y de esta forma
tan sencilla empezar a estar presentes de verdad y hermanar el cuerpo, el
corazón y la mente”.
Meditación en
cuatro pasos
1. Comience en uno de los dos
lados del camino elegido, con los pies firmemente plantados sobre el
suelo. Deje que sus manos descansen cómodamente donde usted quiera. Abra sus
sentidos para ver y sentir todo el entorno. Después de un minuto, lleve
su atención hacia el cuerpo. Céntrese y sienta cómo está su cuerpo sobre
el suelo. Sienta la presión en los distintos puntos de los pies, sienta todo lo
que naturalmente sucede en su cuerpo por el hecho de estar de pie. Permítase
estar presente y alerta.
2. Comience
a caminar un poco más lento de lo habitual. Permítase caminar
con comodidad y dignidad, como su fuera un rey o una reina que ha salido de
paseo. Preste atención a su cuerpo. A cada paso, note las sensaciones de elevar
el pie y la pierna sobre el suelo. Luego, vuelva a posar con atención el pie en
el suelo. Sienta cada paso mientras camina.
3. Cuando llegue al final
del camino haga una pequeña pausa. Céntrese, dé la vuelta con
cuidado y haga una pausa otra vez para poder ser consciente de su
primer paso cuando empiece el camino de regreso. Puede ir experimentando
con la velocidad y caminar al ritmo que le haga sentirse más presente.
4. Continúe caminando de
ida y de vuelta durante diez o veinte minutos, o más. Como suele suceder cuando
meditamos sentados, observaremos quizá que la atención va de un lado a otro y
muchas veces se dispersa. En cuanto lo notemos, tomaremos conciencia de adónde
ha ido, pensando, escuchando, planeando... Volveremos entonces simplemente a
centrarnos en el siguiente paso. Como sucedería con un cachorrillo que está
aprendiendo, quizá deberemos repetir mil veces el proceso de hacer
regresar nuestra atención al presente. No importa si nos hemos ausentado diez
segundos o un minuto, simplemente, nos daremos cuenta de dónde estábamos
y regresaremos al aquí y ahora con cada paso.