viernes, 3 de enero de 2020

El estrés laboral, la pandemia del siglo XXI.


PAZ  ÁLVAREZ   |   El País   |   Madrid   |   10/11/2018

Una excesiva y desordenada carga de trabajo puede ser el origen de numerosas enfermedades

Las empresas deberían adoptar de manera urgente sistemas de prevención

La Organización Mundial de la Salud (OMS) define el estrés como el conjunto de reacciones fisiológicas que prepara al organismo para la acción. Es la respuesta de un organismo frente a un cambio en el mundo exterior que le rodea. No es un concepto nuevo, se padece desde la prehistoria, pero ya en 1029, el fisiólogo estadounidense Walter Bradford Cannon introdujo el término estrés en su disciplina como una situación amenazante, una reacción lucha-huida.

También el endocrino húngaro Hans Seyle desarrolló en 1932 el concepto el estrés como la tensión física o emocional que sufre el cuerpo. Y la 
Real Academia Española (RAE) habla de estrés como la tensión provocada por situaciones agobiantes que originan reacciones psicosomáticas o trastornos psicológicos a veces graves.

Pero el estrés no siempre es nocivo y perjudicial, sino que en muchas ocasiones es el motor que impulsa a la acción o a lograr metas en la vida. Es lo que se llama, afirma el Víctor Vidal, investigador del estrés laboral e inspector de la Seguridad Social, el estrés“el bueno, que causa placer y ayuda a la reactivación del organismo de manera positiva, porque estimula la actividad y la energía”. Pero el que debería hacer saltar todas las alarmas, sobre todo en el mundo de la empresa y de momento no lo está haciendo, es el distrés, “el que disgusta, el que rompe la armonía entre el cuerpo y la mente, el que altera, este es una amenaza”. Y este tipo de estrés el que los expertos consideran la pandemia del siglo XXI. “Porque produce enfermedades, y la que no está la agrava, porque se abusa del tabaco, del alcohol, se sigue una mala alimentación, no se hace ejercicio...”, afirma este experto, que considera un error que la sociedad haya normalizado el término estrés.

“Lo utilizamos como algo habitual, y se ha obviado que hay línea directa relacionada con el cáncer de mama o de colon, por ejemplo. Es cinco veces peor que el alcohol y el tabaco”, afirma Vidal, que pone como ejemplo de buenas prácticas a Japón, que ha puesto el distrés como el mayor problema de salud de la población, dado que es una patología que afecta a profesiones con una elevada carga de tensión, como pueden ser los brokers, los ejecutivos sometidos a demasiada presión o cualquier profesional agobiado por la obtención de determinados objetivos. “El estrés aparece cuando valoramos una situación amenazante y no nos sentimos con recursos para afrontarla. Por ejemplo, cuando se exigen muchas tareas y no se sabe cómo hacerlas o son muy difíciles. Es decir, percibimos una descompensación entre las demandas y los recursos”, explica la psicóloga Elisa Sánchez, coordinadora del grupo de psicología y salud laboral del Colegio Oficial de Psicólogos de Madrid.

De hecho, según Vidal, más del 80% de las enfermedades actuales está relacionado con el estrés, ya que afecta a todas las células del organismo y destruye sobre todo las células cerebrales. Además, el estrés produce ictus, infartos, insomnio, patologías dermatológicas, pérdida de peso, diabetes, alteraciones hormonales y cardiacas, disminuye la defensas… La retahíla no acaba ahí, dice Vidal, que también apunta hacia el elevado número de suicidios, sobre todo entre la gente joven, “desbordada por las elevadas cargas de trabajo”. Ante todo esto, solo cabe poner barreras, pero de manera urgente.

Para gestionarlo de una forma adecuada, apunta la psicóloga Sánchez, el primer paso a seguir es saber identificarlo, “conocernos a nosotros mismos, qué situaciones nos hacen sentir amenazados y cómo reaccionamos ante ellas”. Porque las emociones, incluidas el estrés no son negativas, son un aviso de cómo estamos percibiendo esa situación. Por tanto “reconocerlo, no negarlo, sino aceptarlo sería lo primero”. Lo siguiente sería afrontarlo de forma positiva, buscando soluciones. Por ejemplo, planificando mejor las tareas, y también los descansos,” no por trabajar más horas somos más productivos, además nuestra salud se puede ver afectada”. También es importante buscar recursos, bien aprendiendo lo que necesitamos para desempeñar adecuadamente el trabajo, además de revisa creencias y autoexigencias, “como tengo que hacerlo todo perfecto a la primera, necesito controlarlo y supervisarlo todo”.

En tercer lugar, señala la experta del Colegio de Psicólogos de Madrid, es necesario valorar el trabajo de una manera más ajustada, más equitativa, evitar pensar que es lo único o todo en la vida. “Hay que darle la importancia que requiere equilibrándolo con otras facetas de nuestra vida, como es la familia, la salud, el desarrollo personal o el ocio”.

El papel de la relajación es fundamental, advierte el doctor Vidal, “la risoterapia es muy importante, controlar la respiración, leer el periódico porque aplicamos tres sentidos y, según un estudio realizado en Estados Unidos, hace a la persona olvidarse de los problemas”. Pero hay algo importante en el mundo laboral que también puede ayudar a mejorar los niveles de estrés, como es saber delegar, “ver lo importante de lo que no es, focalizar los problemas”. Y si no se pone coto a este problema, señala el inspector de la sanidad pública, “estamos abocados a una situación caótica porque se puede poner en peligro a la especie humana”.

Desde el punto de vista de la organización, detalla la psicóloga Sánchez, se pueden realizar medidas preventivas, como realizar evaluaciones de riesgos psicosociales, tal y como lo requiere la normativa, adecuar la carga de trabajo y realizar un reparto correcto de las tareas. Conviene, además, adoptar estilos de liderazgo saludables, fomentando un estilo participativo. “Es importante que los trabajadores se sientan escuchados y valorados, así como disponer de autonomía para tomar decisiones sobre cómo hacer sus tareas”, explica, además de impulsar la flexibilidad temporal, el teletrabajo, los espacios de trabajo adecuados y ergonómicos. Y sobre todo conviene estar atentos a cuando empiezan a aparecer los primeros síntomas, como la falta reiterativa de memoria, caída de pelo, falta de sueño. Es el principio de la cuenta atrás.

PUEDE  ARRUINAR UNA VIDA

¿Cómo puede alguien olvidar a su hijo pequeño en un coche? El trágico suceso conmocionó el mes pasado a la población, cuando un padre olvidó a su hija en el coche y se marchó a trabajar. La respuesta la ofrece el doctor Víctor Vidal: “ocurrió por estrés, porque se ha demostrado que los ejecutivos tienen cada vez una mayor falta de memoria, y eso al final está haciendo que aumente la siniestrabilidad”.

Para la psicóloga Pilar Conde, es vital estar atentos a los primeros indicios de la aparición del estrés. “Los más conocidos son los problemas alimenticios, como falta de apetito o apetito desmesurado, trastornos del sueño, pero, sobre todo, un malestar que se va apropiando de nuestro día a día”, señala, a la vez que detalla posibles distracciones, irritabilidad, falta de sociabilidad. “La intolerancia hacia el entorno y los cambios de humor van ganando terreno y, ante este panorama, nos cuesta tomar decisiones. El estrés suele ser el resultado de la tensión a la que estamos sometidos en nuestra vida laboral, sentimental o familiar”, afirma la directora técnica de Clínicas Orígenes.


Adolescentes que se autolesionan, como salida a su frustación.

ANA TORRES MENÁRGUEZ   |   Madrid   |   El País   |   29/12/2019

“Psiquiatras de la sanidad pública alertan sobre la falta de recursos para prevenir los cada vez más frecuentes daños físicos autoinfligidos entre jóvenes”.

Lucía, de 16 años, no recuerda el comienzo. Desde que tiene “uso de razón” busca cómo hacerse daño físico. Cintas apretadas en el abdomen, pellizcos, o arañazos a los que más tarde siguieron cortes en los brazos. Lucía sufre una patología que consiste en autolesionarse para regular su dolor emocional. “Cuando lo hago no siento nada, no me duele”, dice con la mirada baja y una melena larga y negra perfectamente peinada, sentada en una mesa de la unidad de Psiquiatría del hospital Gregorio Marañón de Madrid. Lucía, que prefiere no dar su nombre real, ingresó en ese centro hace un año y medio y acaba de recibir el alta. En 2019, el hospital ha realizado más de 400 intervenciones a adolescentes de 12 a 18 años por causarse daño físico para bloquear su sufrimiento mental. En un año han tratado a 85 nuevos pacientes.

Tanto en el Gregorio Marañón como en el Vall d'Hebron (Barcelona), dos de los centros hospitalarios con una unidad específica para adolescentes que se autolesionan, aseguran que es un fenómeno que no para de crecer y que se remonta a principios de la década de 2000. Ante la falta de datos nacionales y la escasez de investigaciones, los psiquiatras lo asocian al uso “descontrolado” de Internet y a la difusión de imágenes explícitas de las lesiones que los propios adolescentes hacen en redes sociales como Instagram.

¿Qué les conduce a hacerse daño? Algunos fueron víctimas de abuso sexual, físico o psicológico. Otros sufren ansiedad, depresión o trastorno de la personalidad. También hay quienes simplemente no saben gestionar su frustración adolescente. “Algunos de estos jóvenes presentan un estado mental de disociación, les cambia el estado de consciencia y no sienten dolor al cortarse, al contrario, segregan endorfinas y lo viven como un momento de alivio”, explica María Mayoral, psicóloga clínica y coordinadora de Prisma, un programa de salud mental para adolescentes que el Gregorio Marañón puso en marcha en 2018 ante el aumento de ingresos. “Hay una idea generalizada y errónea de que lo hacen para llamar la atención; es mucho más complejo, estos adolescentes tienen una patología mental y necesitan la ayuda de un profesional”, expone. El ministerio de Sanidad no tiene datos oficiales de autolesiones.

La mayoría de los pacientes ingresan con cortes infligidos con cúter, cristales o cuchillas extraídas de sacapuntas en brazos, muñecas, muslos o partes del torso. Otros presentan quemaduras o golpes. “Es una respuesta de los jóvenes de hoy a la frustración y el factor Internet aumenta el efecto contagio”, explica Carlos Delgado, psiquiatra del Gregorio Marañón. El 90% de sus pacientes le cuentan que no sienten dolor al hacerlo. “Es adictivo; la tendencia es aumentar los daños y la frecuencia”, añade. “Es un proceso mental complicado, muchos de ellos se hacen daño porque creen que lo merecen, sienten culpabilidad por algo que les ha pasado”. Delgado cree que el ministerio debería implicarse, reunir a un grupo de expertos que analicen la situación y asesoren sobre una campaña preventiva. “En los años noventa se hizo con la anorexia y la bulimia; con este tema ya vamos tarde”, lamenta.

En el caso de Lucía, su madre se enteró cuando ella tenía 13 años. La alertó su tutora del instituto. Desde hacía años, cuenta la madre, le veía estrías por el cuerpo; pensaba que era por perder y ganar peso y no por atarse cintas a presión. “En sexto de primaria tenía una actitud complicada y en la ESO se disparó”, asegura. Hace un mes que le dieron el alta a su hija, pero sabe que puede haber recaídas. La media de recuperación está en los dos años. “La tutora me dijo que era una moda, que los chavales se pasaban imágenes por Whatsapp. Mi hija estaba enferma y yo no supe verlo”. Lucía no quiere contar qué es lo que la atormenta. Su madre tampoco y la enfermera asiente. Aún no está preparada.

El hospital Vall d'Hebron es otro de los que ha registrado un aumento de adolescentes que se autolesionan. En los últimos tres años, el 20,5% de los ingresos por urgencias se corresponden con esos casos. “Es un problema relativamente nuevo y es síntoma de que algo no se está haciendo bien; no existen recursos específicos para prevenir y los profesionales no están formados para hacer frente a esta patología, que afecta sobre todo a adolescentes de 15 a 17 años”, denuncia Marc Ferrer, jefe de hospitalización psiquiátrica del centro, que alerta de que programas como el del Gregorio Marañón son escasos en España.

En Estados Unidos, un estudio de la American Medical Association de 2012 señaló que, por primera vez desde los años sesenta, las enfermedades mentales superaron a las físicas entre los adolescentes en ese país. Según ese informe, que destacaba que los problemas de comportamiento se dan en mayor medida entre familias con salarios más elevados, las consecuencias son menos horas de escolarización y, por lo tanto, menores oportunidades educativas. En la edad adulta, esos chicos trabajan una media de siete semanas menos al año que los que padecieron problemas físicos crónicos en su infancia. “En Estados Unidos ya hace tiempo que se habla de la necesidad de destinar más recursos a salud mental en niños; aquí todavía no se ha reconocido la gravedad del asunto”, recalca Ferrer.

La Sociedad Española de Psiquiatría denuncia que España solo destina el 5% de su presupuesto sanitario a la salud mental, frente al 7% de media europea. “No es una prioridad ni la prevención ni la financiación de proyectos de investigación”, considera Celso Arango, el presidente de la organización.

Comunicación familiar.- Los psicólogos advierten de que los problemas de los adolescentes para gestionar su frustración se remontan, en muchos casos, a la infancia como consecuencia de la falta de comunicación con sus padres. “No atender las necesidades emocionales de tu hijo desde pequeño puede desembocar en este tipo de conductas; si se reprimen sus emociones es más fácil que se bloqueen y tomen decisiones inadecuadas y dañinas”, explica María Mayoral, del Gregorio Marañón.


La historia de autolesiones de Marta, de 21 años, que no quiere dar su nombre real, arrancó durante una discusión familiar en el coche cuando tenía 16. “Hubo una discusión, me puse muy nerviosa y me empecé a arañar los brazos hasta hacerme sangre”, cuenta la joven. Le prometió a su madre que no se repetiría, pero entró en un bucle del que no sabía salir. “Desmontaba sacapuntas, utilizaba grapas... Internet me dio muchas ideas de cómo hacerlo sin que mi vida corriese peligro”. A Marta le diagnosticaron retraso madurativo a los tres años y más tarde, en primaria, déficit de atención sin hiperactividad. Su familia no contó con el apoyo que necesitaba. Cada vez perdía más los nervios. Su madre cuenta cómo días previos a los exámenes, su hija se ponía muy nerviosa y se daba cabezazos contra los azulejos de la cocina. “En la terapia te das cuenta de cómo las heridas físicas te engañan, son una falsa anestesia”.

“LLEGAN AL HOSPITAL SIN SABER QUE ESTÁN ENFERMOS”.- Los adolescentes, cuentan los médicos, llegan al hospital sin ser conscientes de que sufren una enfermedad. “Con la terapia entienden que se agreden porque no pueden regular sus emociones”, explica Begoña Cerón, enfermera especialista en salud mental del Gregorio Marañón. Allí emplean la terapia dialéctico conductual —de forma individual y en grupos—, que consta de cinco módulos centrados en enseñarles habilidades para romper con su patrón de conducta. Ejercicios de relajación para tomar conciencia de uno mismo y entrenamiento para detectar cuándo arranca el pensamiento negativo que lo desencadena “todo”. Las enfermeras lo llaman la radiografía de la emoción.

“Primero aparece un pensamiento hostil que se repite en la cabeza; eso estimula el sistema nervioso central y el cuerpo empieza a segregar adrenalina y cortisol, a partir de ahí aparecen síntomas físicos, como sudoración en las manos o dificultad para respirar, y por último llega la planificación del daño físico para frenar la avalancha mental”, describe Carmen Martín Alegre, otra de las enfermeras del equipo.

La clave es que aprendan a hacer algo diferente que frene ese bucle. “No se trata de que perdonen a alguien por el daño que les ha podido causar (en el caso por ejemplo de abusos físicos o sexuales), sino de que acepten su emoción y aprendan a manejarla para que no les lleve a hacerse daño”, añade. La medicación se compagina con la terapia en los casos más agudos.