martes, 23 de julio de 2019

¿Por qué nos cuesta tanto cambiar de opinión cuando nos demuestran que nos equivocamos?

PSICOLOGÍA
Ignacio Morgado Bernal  |   El País   |   14/07/2019
Guiados por nuestra particular manera de ver las cosas, los humanos actuamos en función de dos procesos mentales mutuamente imbricados: el razonamiento lógico, organizado desde la corteza cerebral prefrontal, y los sentimientos que ese razonamiento origina, organizados desde la amígdala y otras estructuras del interior del cerebro. Ambas regiones cerebrales están interconectadas haciendo que nuestros razonamientos movilicen y cambien nuestros sentimientos y que éstos, a su vez, también influyan en nuestro modo de razonar y ver las cosas. Ninguna persona con un cerebro sano puede detener voluntariamente alguno de estos dos procesos y funcionar sólo con el otro. Es decir, no hay personas puramente racionales ni personas puramente emocionales. Somos seres racionales y emocionales a la vez. 

Ese modo de funcionar del cerebro y la mente humana se pone especialmente de manifiesto cuando expresamos públicamente opiniones sobre cuestiones de cierta relevancia, pues con frecuencia nos volvemos esclavos de esas opiniones tratando de mantenerlas a toda costa incluso cuando sabemos que no están suficientemente justificadas. Nos estamos refiriendo a opiniones, supuestamente sinceras, que tratan de valorar una situación, como cuando se afirma que la corrupción es resultado de leyes económicas injustas, que el nacimiento de Vox es consecuencia del secesionismo, que el menor rendimiento en el trabajo se debe al tabaquismo o que la violencia de género se soluciona con la pena de muerte, por poner algunos ejemplos. 

El tratar de sostener opiniones de un modo pontifical sobre cuestiones de actualidad se observa no solo en intelectuales, periodistas, políticos o cargos públicos, sino también en personas corrientes en sus relaciones sociales de trabajo, la familia o los amigos, aunque la intensidad del sostenella y no enmendalla depende mucho del carácter, los intereses y las experiencias previas de cada persona. Pero hay veces en que ni siquiera es necesario un interés especial en retener una opinión para que la tenacidad sea suprema en el aferrarse a ella, incluso cuando es difícilmente sostenible. ¿Por qué nos comportamos de ese modo? ¿Por qué nos cuesta tanto rectificar cuando nos equivocamos?. 

La  explicación está en dicha interacción entre procesos racionales y emocionales de la mente humana. Cuando se nos contradice pública o privadamente con argumentos y razones que alcanzamos a entender el cerebro altera el estado de nuestras vísceras (el sistema nervioso autónomo y las hormonas, como cuando tenemos estrés) y crea de ese modo una emoción negativa que percibimos como un sentimiento de vergüenza y de daño a nuestra autoestima, o incluso como vanidad herida, cuando uno se siente persona importante e influyente ante una audiencia igualmente considerada. 

Sentir que la audiencia nos devalúa y que perdemos prestigio ante ella al equivocarnos o ser contradichos puede llegar a ser muy doloroso. Algunos experimentos científicos han mostrado que la exclusión social activa ciertas regiones cerebrales que son las mismas que se activan cuando nos hacemos daño y sentimos dolor físico (Por qué duele tanto el rechazo). Según la relevancia y contexto del tema en litigio, la persona cuya opinión es cuestionada por argumentos consistentes puede pasarlo muy mal. Y los humanos tendemos instintivamente a evitar o reducir el malestar que en esas situaciones sentimos. 


Sentir que la audiencia nos devalúa y que perdemos prestigio ante ella al equivocarnos o ser contradichos puede llegar a ser muy doloroso
La reacción consiste entonces en forzarnos para tratar de encontrar agujeros o flaquezas en los fundamentos de quien nos critica o contradice, o para hallar nuevos argumentos que revaloricen y avalen la propia opinión reduciendo el malestar que padecemos. Pocas conductas son más persistentes que las que buscan aliviar un malestar tan duro como el que resulta del daño al amor propio, y por eso no descansamos cuando eso ocurre tratando de recuperar como sea la autoestima perdida. 

Pero la situación es diferente cuando en la intransigencia hay comprometidos intereses importantes, sean éstos económicos, políticos, morales o de intimidad personal (Si no cambias de opinión te abandonaremos, dejaremos de apoyarte, denunciaremos tus mentiras y tu corrupción, publicaremos el video que te compromete, etc). En estos casos, la autoestima y el prestigio personal pueden caerse del pedestal, pues la anticipación de la nueva emoción negativa subyacente a las posibles consecuencias de no cambiar de opinión puede acabar imponiéndose y determinando el comportamiento de las personas. 

La pelea dialéctica más que enfrentar razonamientos lo que generalmente enfrenta son las diferentes emociones que los propios razonamientos suscitan. Las emociones son el ejecutivo de la razón y casi siempre acaban determinando nuestra conducta, aunque no nos demos cuenta. Pero, como dejó escrito el filósofo y sabio Marco Aurelio, activando la razón siempre podemos ver las cosas de otra manera y crear de ese modo nuevos e interesados sentimientos que al sintonizar con ella nos devuelvan la autoestima y el bienestar. No es que nos engañemos a nosotros mismos, es que esa es la naturaleza humana y a ella, irremediablemente, respondemos. 

Ignacio Morgado Bernal es catedrático de Psicobiología en el Instituto de Neurociencia y la Facultad de Psicología de la Universidad Autónoma de Barcelona. Autor de Emociones corrosivas: Cómo afrontar la envidia, la codicia, la culpabilidad y la vergüenza, el odio y la vanidad. Barcelona: Ariel, 2017.


Claves para distinguir un problema psicológico.

PSICOLOGÍA.

Eparquio Delgado   |   EL PAIS   |   21/7/2019.

Hay infinidad de problemas sociales y vitales que provocan un gran nivel de sufrimiento, pero no podemos reducir esas complejas circunstancias al ámbito de influencia de la psicología.

Todos tenemos problemas, pero es obvio que no todos son psicológicos. ¿Cómo podemos distinguirlos? Comencemos tomando prestado el título de un libro de Ernesto López y Miguel Costa: Los problemas psicológicos no son enfermedades (y viceversa, habría que añadir). Tener un dolor crónico, contraer una infección o desarrollar una demencia no son problemas psicológicos. Muchos problemas orgánicos pueden provocar síntomas psicopatológicos, pero ni esa enfermedad ni esos síntomas son problemas psicológicos y, por tanto, no son competencia del psicólogo.

Un error habitual a la hora de definir los problemas psicológicos es equipararlos a lo que la psiquiatría ha establecido como patología en sus manuales de diagnóstico, un punto de vista ampliamente difundido debido al enorme peso de la industria de los psicofármacos y la colaboración de organismos estatales y profesionales. Su influencia es tal que puede considerarse, como afirma el filósofo César Rendueles, que el DSM (el principal manual diagnóstico de la psiquiatría) es el libro más importante de la segunda mitad de siglo XX. Desde esta perspectiva se considera que ciertos pensamientos, sentimientos y conductas son “normales” y otros “patológicos”, y que es la psiquiatría la que tiene la potestad para diferenciar unos de otros. Estas clasificaciones han sido cuestionadas tanto por un sector de la propia psiquiatría como por filósofos y sociólogos y, particularmente, por colectivos de personas que han comprobado en sus carnes cómo algunos diagnósticos psiquiátricos son fuente de abusos, estigma y exclusión.

Al contrario de lo que pensamos habitualmente, el sufrimiento no forma parte necesariamente del problema psicológico. Ser víctima de acoso laboral, estar a punto de ser desahuciado y otras situaciones pueden provocar un gran sufrimiento, pero a nadie se le ocurriría considerar que son problemas sicológicos. Hay infinidad de problemas sociales que provocan un gran nivel de malestar y que tienen que ser abordados principalmente con medidas preventivas. Los psicólogos podemos participar junto a otros profesionales en su elaboración, pero no podemos reducir esas complejas circunstancias al ámbito de lo psicológico. De la misma manera, muchas situaciones de la vida conllevan sufrimiento sin que puedan ser consideradas problemas psicológicos. Esperar los resultados de una importante prueba médica o perder a una persona cercana son situaciones que pueden generar gran malestar. La influencia de la psiquiatría ha llevado a considerar ese malestar como un problema psicológico cuando su intensidad, duración y/o frecuencia son excesivamente altas. Pero tener una ansiedad muy intensa, frecuente y duradera puede ser consecuencia de un problema psicológico, provocar una gran cantidad de sufrimiento y requerir una intervención, pero no es un problema psicológico en sí mismo.

La psiquiatría considera su potestad diferenciar entre pensamientos, sentimientos y conductas “normales” y “patológicas”

Podemos decir que un problema psicológico es lo que ocurre cuando tratamos de conseguir un fin y nos encontramos con un conjunto de circunstancias que nos lo impiden. Esas circunstancias tienen que ver con lo que hacemos, ya sea por exceso o por defecto. Si quiero tener amigos, pero evito iniciar conversaciones porque me da vergüenza, tengo un problema psicológico. Eso sí, el problema no es la vergüenza, sino lo que hago para evitarla. Una de las características de un problema psicológico es que la situación debe poder ser abordada por la persona de manera individual. Es siempre una relación de la persona con su mundo. Es habitual que provoque sufrimiento, pero no necesariamente tiene que ser así.

El catedrático de Psicología de la Universidad de Oviedo Marino Pérez Álvarez ha explicado que los problemas psicológicos son situaciones límite en las que la vida revela sus adversidades y donde se ponen a prueba las posibilidades de uno. No están dentro de la persona, sino que es la persona la que está en una situación que se ha complicado. A menudo, lo que uno hace para evitar el malestar es lo que constituye el auténtico problema, llevándole a un bucle que pone al límite sus posibilidades. Una terapia psicológica no tiene necesariamente como fin reducir el malestar, sino que debe ayudar a la persona a salir de ese bucle que le impide ser quien le gustaría ser. Esto supone frecuentemente estar dispuesto a hacer cosas que implican pasarlo mal, y eso a nadie la gusta, pero ¿quién dijo que vivir era necesariamente fácil y agradable?

Eparquio Delgado es psicólogo sanitario.