LAURA MIYARA | Galicia | LA VOZ DE LA SALUD | 13/01/2022
Los medicamentos son muy eficaces en tratamientos de salud mental, pero están rodeados de prejuicio.
Cuando se trata de cuidar nuestra salud física, es
probable que tengamos una actitud proactiva. Que nos interesemos por aprender
qué prácticas, consumos y controles debemos realizar para mantener nuestro
bienestar y prevenir problemas. Pero, si se trata de nuestra salud mental,
no siempre estamos tan predispuestos a tener esos cuidados. En muchos casos, no
estamos acostumbrados a tratar nuestra mente como una parte más que integra
nuestra salud. De hecho, es posible que no sepamos qué hábitos debemos cultivar
para mejorar nuestra salud mental, o a qué síntomas estar alerta para acudir a una
consulta.
«Existe una confusión entre sufrimiento emocional, algo
inherente a la vida y sus circunstancias, y las enfermedades psiquiátricas. Obviamente,
hay un cierto solapamiento, y las circunstancias vitales adversas pueden
sobrepasar nuestra capacidad de adaptación y nuestros apoyos y generar
necesidad de tratamiento, farmacológico o no», explica el doctor José Juan Uriarte Uriarte,
Jefe de Servicios Asistenciales de Adultos de la Red de Salud Mental de
Bizkaia. Sin embargo, «la ansiedad y la tristeza, cuando están motivadas por
esas circunstancias adversas, no son enfermedades ni, por tanto, susceptibles
en general de tratamiento psicológico o farmacológico», aclara.
En cambio, cuando se establece que hay un trastorno psiquiátrico,
se pueden indicar tratamientos con psicofármacos.
«La ansiedad y la depresión son los trastornos psiquiátricos más frecuentes,
por lo que los medicamentos más recetados son los ansiolíticos y los
antidepresivos», señala Uriarte. Veamos qué se esconde detrás de estos tratamientos que están
rodeados de prejuicios.
¿Qué son los psicofármacos?
Los psicofármacos son medicamentos que actúan modificando los
efectos de los neurotransmisores cerebrales, unas sustancias que se encargan de
transmitir información entre las neuronas. También pueden actuar sobre
estructuras encefálicas o la corteza cerebral. Pueden, por ejemplo, reducir la
concentración de neurotransmisores en la sinapsis o impedir su efecto
bloqueando los receptores sobre los que actúan. Otros psicofármacos aumentan la
concentración sináptica de neurotransmisores por diversos mecanismos, mejorando
los estados de depresión.
Los neurotransmisores juegan un papel importante en nuestra
salud mental. «Sustancias como la dopamina,
en el caso de los antipsicóticos o la serotonina, en el caso de los antidepresivos,
son ejemplos característicos. ¿Esto significa que la depresión se deba a falta
de serotonina o la esquizofrenia a un exceso de dopamina en el cerebro? Pues
no, al menos no como única explicación. Las cosas en el cerebro son mucho más
complicadas que eso», señala Uriarte.
«Los medicamentos que se utilizan para tratar las
enfermedades psiquiátricas se pueden clasificar en 5 grupos principales.
Prácticamente todos ellos fueron introducidos en la década de los 50 y 60 del
siglo pasado, aunque se han ido desarrollando nuevas versiones que han
mejorado, sobre todo, sus efectos secundarios», explica Uriarte. Aunque estos
medicamentos se utilicen desde hace décadas, «nuestro conocimiento sobre las
causas y los mecanismos que subyacen a las enfermedades psiquiátricas sigue
siendo muy limitado, por lo que también es limitada nuestra comprensión sobre
el funcionamiento de unos fármacos cuya
efectividad en los trastornos psiquiátricos, fue, en buena medida, descubierta
por casualidad», señala.
Los psicofármacos son, principalmente, antipsicóticos, antidepresivos, ansiolíticos, hipnóticos y estabilizadores o reguladores del estado de ánimo.
Antipsicóticos
También conocidos como neurolépticos, estos medicamentos «son útiles
para tratar lo que llamamos síntomas
psicóticos, es decir, aquellos que interfieren con la manera de
ver la realidad», dice Uriarte. Ejemplos de síntomas psicóticos son las
alucinaciones, escuchar voces, o las ideas delirantes (creencias que no se
ajustan a la realidad, como ser perseguido o vigilado). Una enfermedad en la
que estos síntomas aparecen de manera característica es la esquizofrenia.
Los antipsicóticos también se utilizan en las llamadas fases maníacas del trastorno bipolar,
una enfermedad en la que las personas afectadas alternan períodos de
depresión profunda con otros de euforia, hiperactividad e ideas de grandeza o
facultades superiores a lo normal. Las medicaciones antipsicóticas son eficaces
para aminorar y, en algunos casos, suprimir estos síntomas y también para
evitar recaídas cuando
se toman de manera continuada.
«Las medicaciones antipsicóticas no curan la esquizofrenia,
pero controlan sus síntomas y reducen la posibilidad de recaídas. En muchos
casos, permiten a las personas realizar una vida normal», señala Uriarte.
Algunas de las medicaciones antipsicóticas más utilizadas son la risperidona, la olanzapina y la quetiapina.
Antidepresivos
Los antidepresivos «no son medicaciones que induzcan euforia
o alegría, no tienen efectos estimulantes, ni combaten la tristeza y las
preocupaciones normales de la vida», aclara Uriarte. Están hechos para tratar
los síntomas de la depresión,
normalizando el estado de ánimo, la desesperanza y la angustia que acompañan a
esta enfermedad. En las personas que padecen depresiones repetidas y tienden a
tener recaídas, su toma continuada puede prevenirlas o atenuar su presentación.
«También se utilizan en otras enfermedades como los trastornos de ansiedad, en
especial las fobias y el trastorno obsesivo compulsivo», detalla Uriarte.
La depresión, en todo caso, no es una enfermedad única; hay
distintos tipos de depresión. En algunos casos, los episodios pueden aparecer
de manera espontánea, sin precipitantes externos, como en las fases depresivas
del trastorno bipolar o en la depresión mayor recurrente. En otros casos, puede
darse una depresión como resultado de desencadenantes externos, acontecimientos
vitales desfavorables que no pueden ser afrontados adecuadamente por la
persona, bien por su fragilidad y vulnerabilidad, bien por la gravedad de sus
circunstancias, bien por la falta de apoyos o, más comúnmente, por una suma de
estos factores. La fluoxetina,
la sertralina o
el escitalopram son
algunos de los antidepresivos más utilizados.Ansiolíticos
Comúnmente conocidos como tranquilizantes, son
medicamentos que mejoran los síntomas de ansiedad: la inquietud, la opresión del pecho,
las palpitaciones, la tensión muscular y sensaciones similares que sentimos
cuando tenemos angustia. De manera similar a la tristeza, la ansiedad no es
siempre anormal ni indeseable. De hecho, es la respuesta habitual de nuestro
organismo ante situaciones que nos generan incertidumbre, preocupación o
amenaza y nos ayuda a afrontarlas. Pero en ocasiones, estos síntomas se
presentan sin un desencadenante claro o la reacción de ansiedad es exagerada,
como en el trastorno de ansiedad generalizada o las crisis de ansiedad. La
ansiedad y la angustia están también habitualmente presentes en la depresión.
«Los ansiolíticos son efectivos para atenuar estos síntomas, de manera algo similar a como un analgésico alivia el dolor de cabeza. Calman la ansiedad, pero no curan el problema o la enfermedad de fondo. Aun así, al igual que los analgésicos, son muy útiles en determinados momentos y utilizados con precaución», señala Uriarte. Algunos de los ansiolíticos más reconocidos son el diazepam, el alprazolam o el lorazepam.
Hipnóticos
Esta palabra designa de manera general a las llamadas
«pastillas para dormir», o somníferos.
Son medicaciones emparentadas con los ansiolíticos que sirven para mejorar la
conciliación y el mantenimiento del sueño. Dormir mal, lo que se conoce habitualmente como insomnio, es también una
reacción normal en determinadas situaciones: preocupaciones, cambios de
horarios, malestar y dolor. En otras ocasiones, dormir mal está asociado a
malos hábitos que pueden terminar por hacer crónico el problema. Y, en no pocas
ocasiones, el insomnio acompaña a otros problemas psiquiátricos como la depresión,
la ansiedad, o los episodios psicóticos.
Los medicamentos hipnóticos más comunes son el lormetazepam y
el zolpidem.
Se trata de sustancias que deben ser consumidas con precaución. «Cuando se usan
de vez en cuando, son medicamentos efectivos y seguros. Pero su uso crónico, especialmente si
no se abordan las causas subyacentes (hábitos de vida y de sueño) o un posible
problema psiquiátrico de fondo (ansiedad, depresión), puede contribuir a
empeorar el problema a largo plazo» advierte Uriarte.
Reguladores del humor
«Este nombre puede inducir a equívocos, sugiriendo que son
medicaciones que pueden evitar oscilaciones o cambios en el estado de ánimo que
son normales en las personas. En realidad, los reguladores del humor, también
llamados eutimizantes, por su capacidad para mantener la eutimia, es decir, el
estado de ánimo normal, son medicamentos que se utilizan en el tratamiento
del trastorno bipolar,
una enfermedad que precisamente se caracteriza por presentar episodios a lo
largo de la vida, muchas veces repetidos y/o alternantes, de depresión y de euforia (manía) graves», explica el
especialista.
Los medicamentos más representativos de este grupo son
las sales de litio,
capaces de prevenir nuevos episodios y recaídas en las personas que padecen
esta enfermedad. Algunos medicamentos efectivos para el tratamiento de la
epilepsia, como el ácido valproico, también son eficaces para tratar estos
síntomas.
Diagnóstico y tratamiento de las enfermedades psiquiátricas
«El escaso conocimiento
acerca de las causas y los mecanismos que dan lugar a las enfermedades mentales condiciona
también nuestras herramientas para su diagnóstico», dice Uriarte. Estamos
acostumbrados a que en el caso de otras enfermedades nos hagan pruebas: análisis, radiografías,
escáneres, resonancias, ecografías, biopsias. De hecho, los avances
tecnológicos han mejorado mucho en las últimas décadas las pruebas
diagnósticas, cada vez más sofisticadas, en muchas dolencias, pero esos avances
no han llegado a la salud mental. «No hay análisis, radiografías, escáneres o
resonancias que proporcionen un diagnóstico de una esquizofrenia, una depresión
o un trastorno bipolar», explica el experto.
Entonces, las
enfermedades psiquiátricas se diagnostican a partir de los síntomas y su
evolución. «La única manera para llegar a un diagnóstico es hablar con la
persona, observarla y, si es necesario, solicitar información adicional de su
entorno. Algunas veces se puede llegar a un diagnóstico claro en una sola
entrevista. En otras ocasiones, hace falta un tiempo de observación para llegar
a un diagnóstico» puntualiza Uriarte.
La decisión acerca de qué medicamento prescribir depende no
solo de la enfermedad en cuestión, sino también de las características
individuales de la persona a tratar. La edad, el sexo, la presencia de otras
posibles enfermedades o de tratamiento con otras medicaciones, los posibles
efectos secundarios, la experiencia previa del paciente con medicamentos
similares y sus preferencias son algunos de los factores que ayudan a guiar la
elección.
Los prejuicios que llevamos a la consulta
En lo que refiere a salud
mental, la falta de conocimientos sólidos hace que, muchas veces, se caiga en
preconceptos e ideas falsas a nivel de la sociedad. «Están bastante
generalizadas algunas ideas preconcebidas sobre este asunto: que los
medicamentos psiquiátricos son perjudiciales al ser drogas químicas, mientras
la psicoterapia es
natural y buena, que los medicamentos tienen efectos secundarios y
la psicoterapia no, que los psiquiatras solo
se dedican a recetar y la psicoterapia la hacen los psicólogos, o que la
psicoterapia y los medicamentos son alternativas antagónicas», enumera Uriarte.
«Existen muchos tipos de
psicoterapias y no existe un acuerdo generalizado acerca de su efectividad en
las distintas enfermedades psiquiátricas. Y, por otro lado, tampoco carecen de
efectos secundarios, como cualquier tratamiento. Tanto los psiquiatras como
los psicólogos tienen
competencia profesional para realizar psicoterapia, y así lo hacen en la
mayoría de los casos. Esto requiere de una formación especializada y una buena
experiencia clínica», explica Uriarte.
Para muchos pacientes, lo
fundamental es la confianza, el consejo, el apoyo y la información. En este
sentido, el contexto en el que se administra cualquier tratamiento es lo que
permite generar una relación de apoyo y confianza. «En algunos casos, será
necesaria una psicoterapia más específica, pero en general, y en las
enfermedades mentales de mayor entidad, la
combinación de psicoterapia y medicación es la más acertada»,
dice Uriarte.
Aunque es comprensible
sentir aprensión al momento de iniciar un tratamiento con psicofármacos que
actúan sobre nuestra mente, hay que tener en cuenta que, como señala Uriarte, «los medicamentos psiquiátricos no modifican
la manera de ser de las personas, ni para bien ni para mal;
alivian síntomas, favorecen la remisión de
los episodios de enfermedad y, en muchas ocasiones, previenen las recaídas».
Asimismo, el especialista
destaca que es muy prevalente la idea de que la medicación se receta para
«taponar agujeros», sin tomarse el tiempo de hacer una verdadera evaluación de
las necesidades y circunstancias del paciente. Se suele pensar que dar
medicamentos es fácil, o que no requiere de demasiado tiempo ni formación. Pero
la realidad es más compleja que eso.
En realidad, los
profesionales a los que acudimos para tratar estos problemas están preparados
específicamente para diagnosticarnos, ayudarnos e indicarnos los pasos a
seguir. No se limitan a firmar una receta. «Medicar de manera correcta requiere
de tiempo, formación y experiencia, al igual que establecer una buena relación
con el paciente y proporcionarle herramientas para la gestión y mejora de su
enfermedad. En algunos casos será de mayor importancia medicar de una manera
adecuada, acertar con el tratamiento,
encontrar la mejor eficacia con los menores efectos secundarios. En
otros, la medicación se reduce a un apoyo para mejorar los síntomas y facilitar
la psicoterapia», explica Uriarte.
En realidad, señala Uriarte, «no existe una alternativa
entre psicoterapia y medicamentos. Existe un tratamiento idóneo en una persona
concreta con un problema de salud concreto desde una perspectiva integradora.
En algunos casos, ese tratamiento será únicamente psicoterápico, en otros
medicamentoso y, en una mayoría, una combinación de ambos. Y los servicios de salud
mental deben garantizar eso, que los pacientes accedan al tratamiento más
efectivo y seguro para su padecimiento».
¿Uso o abuso?
En general, los
medicamentos psiquiátricos no tienen buena prensa. «Se les tilda de drogas, de ser una
alternativa menos costosa y sofisticada que las psicoterapias, se les atribuyen
efectos secundarios inadmisibles y, en algunos casos, las personas que los
toman son vistas como "débiles", personas que podrían curarse con un
esfuerzo personal ayudados o no por algún tipo de psicoterapia», observa
Uriarte.
Es evidente que los
medicamentos psiquiátricos están estigmatizados y que estas creencias pueden
suponer una barrera para el acceso de los pacientes a tratamientos efectivos.
«Igualmente, es cierto que se
ha abusado de la prescripción de algunos psicofármacos durante
años, como los propios antidepresivos y ansiolíticos, con una psiquiatrización
de la vida cotidiana ante el malestar, pero esto es aplicable también a las
psicoterapias y la consecuente psicologización del sufrimiento emocional
normal», aclara el experto.
Si la prescripción de
psicofármacos no ha hecho más que crecer en las últimas décadas, señala
Uriarte, esto ha ido «de la mano de una mayor demanda y un mejor acceso a los
servicios de salud mental y a la reducción del estigma asociado a acudir a sus
profesionales en busca de ayuda». Es decir que, según el especialista, no hay
un abuso generalizado de los psicofármacos a nivel de la sociedad. En cambio,
lo que ocurre es que el acceso a estos tratamientos ha ido permitiendo que
aquellas personas que los necesitan puedan beneficiarse de ellos.
Adicción y dependencia
En contra de lo que se
suele pensar, la mayoría de los psicofármacos no causan adicción o dependencia. «Los
medicamentos psiquiátricos que más se han relacionado con esa posibilidad, y
con cierta justicia, son los ansiolíticos, las llamadas benzodiacepinas. Aunque la
tendencia a su abuso se restringe a una minoría de pacientes, las personas que
reciben tratamientos con ansiolíticos durante un tiempo prolongado a una dosis
determinada, no pueden suspender el tratamiento de manera brusca y deberán
reducir la dosis de forma paulatina y lenta», aclara Uriarte.
«En el caso de otros
medicamentos psiquiátricos, como los antidepresivos, después de un tiempo
prolongado de tratamiento, la suspensión de la toma puede conllevar una rápida
reaparición de los síntomas», dice el especialista. No se trata de un síndrome
de abstinencia como tal, pero sí implica que, si se decide retirar el
tratamiento, haya que hacerlo con precaución y de manera lenta y paulatina.
«Esto no sucede solo con los medicamentos psiquiátricos; algo similar puede
suceder con medicaciones para tratar la hipertensión. Todos los medicamentos
producen cambios y adaptaciones en el organismo, cambios de hecho buscados para
tratar la enfermedad o sus síntomas. Pero si se retiran de forma brusca, el
organismo puede no tener tiempo para adaptarse y regresar a su equilibrio
previo» explica.