El consumo de psicofármacos aumenta en España.
¿Estamos más deprimidos? Pudiera ser, pero también abrimos más alegremente el
botiquín
Es
peor el remedio que la enfermedad, reza el dicho castellano. En lo que a
psicofármacos se refiere, el escritor estadounidense Robert Whitaker se muestra
bastante de acuerdo en su libro Anatomía de una epidemia (Capitán
Swing). Tras repasar la literatura científica y las estadísticas, el periodista
concluye que si bien los medicamentos para las enfermedades mentales pueden ser
beneficiosos usados de manera puntual, a largo plazo cronifican las
enfermedades. Uno de los datos en los que se apoya es una paradoja: desde la
aparición de los psicofármacos, las enfermedades mentales van en aumento. Por
lo demás, el consumo de psicofármacos menores como ansiolíticos ha crecido un
20% en España, según datos del Ministerio de Sanidad. Y los toma un 11% de la población.
Tratamos el duelo y el miedo con pastillas como si
fuesen enfermedades. Y no lo son” (Guillermo Rendueles, psiquiatra)
“Tenemos
un modo biológico de cuidar a los enfermos mentales: ante enfermedades
cerebrales pensamos que los medicamentos son los antídotos”, dice Whitaker. La revolución psicofarmacológica empezó en 1955 con el antipsicótico
Thorazine, y en 1987 llegó una nueva generación de antidepresivos abanderada
por Prozac. “Se supone que cuando un remedio funciona baja la incidencia de la
enfermedad. En cambio, en EE UU los problemas mentales van en aumento”, explica
el autor. Los datos que ha recabado son: en 1955 había 350.000 personas
ingresadas en psiquiátricos y, en 1987, 1.200.000 estadounidenses recibían
subsidios por enfermedad mental; hoy, cinco millones tienen problemas mentales.
Menos
química y más ensayos
Por
lo tanto, cada vez se recetan más fármacos y cada vez hay más problemas
mentales. “La razón es la plasticidad del cerebro”, explica, “que se amolda a
los medicamentos; por ejemplo, a un antidepresivo, y cuando este desaparece el
cerebro entra en desequilibrio. Estas drogas acaban produciendo un efecto
contrario al que persiguen”. ¿Qué hacer entonces? Su recomendación es usar los
medicamentos con mesura y tener en cuenta otro tipo de terapias sin química.
La
plasticidad cerebral es la capacidad que tienen las células nerviosas para
adaptarse a los cambios naturales o provocados por un medicamento. Esta
capacidad disminuye irreversiblemente con la edad, o eso se creía. Según un estudio publicado en Molecular
Brainy dirigido por Tsuyoshi Miyakawa, de la
Universidad de la Salud Fujita (Japón), la toma continuada de Prozac
(fluoxetina) contribuye a que el cerebro pueda recuperar parte de la
plasticidad perdida.
En su estudio, ratones adultos tratados con este medicamento mostraron cambios
en el córtex prefontal, responsable en parte del comportamiento social, toma de
decisiones, memoria...
Ciertas
neuronas maduras presentes en esa zona recuperaron un estado juvenil que los
investigadores denominaron iYouth. Sin embargo, esa inmadurez
neuronal acarreó también un carácter agresivo.
Aunque
el autor hable en su libro de pacientes con afecciones graves como la
esquizofrenia, el psiquiatra Guillermo Rendueles, uno de los pioneros de la
antipsiquiatría en España, contextualiza: “El principal problema es el abuso de
ansiolíticos. Por ejemplo, en Asturias más del 50% de las mujeres mayores de 65
años los toma”. Valium, Lexatin u Orfidal son recetados con normalidad. Y, a
largo plazo, pueden provocar ansiedad y deterioro cognitivo, advierte Whitaker.
Los
ansiolíticos dan buen resultado en momentos puntuales. “Sin embargo, no es lo
mismo el uso que el abuso y más que soportar los duelos, los miedos o las
tristezas pensamos que son patologías a tratar con pastillas. La sociedad tenía
grupos de apoyo que ayudaban a superar trances, pero hoy están desapareciendo y
nos tenemos que arreglar solos”, opina Rendueles.
“Los
psiquiatras usamos psicofármacos autorizados por la administración europea y
estadounidense desde hace más de 60 años”, aclaran, pese a todo, en la Sociedad
Española de Psiquiatría(SEP).
Su vicepresidente y catedrático de Psiquiatría, Julio Bobes, añade: “Los
ensayos clínicos que se hacen son a corto plazo [...] y las enfermedades son
largas y crónicas, pero hay pruebas clínicas de que los psicofármacos funcionan
en la mayoría de los casos”. Un dato: “Los psiquiatras solo extienden el 17% de
las recetas de ansiolíticos…”. Y otro: muchos de ellos también están empezando
a prescribir ejercicio físico. Para muestra de su eficacia, este reciente estudio
de PNAS, que
observó, con ratones, que tras correr se segrega un compuesto que funciona para
reducir la ansiedad.