jueves, 26 de marzo de 2020

Las redes cerebrales se "conectan" durante la adolescencia y se preparan para la vida adulta

S.F.   |   Madrid   |   ABC   |   17/02/2020

Las conexiones que inicialmente eran débiles se fortalecieron y las conexiones que inicialmente eran fuertes se debilitaron
Las redes cerebrales se «conectan» durante la adolescencia para preparar a los adolescentes para la vida adulta, según han puesto de manifiesto investigadores de la Universidad de Cambridge (Reino Unido) en un estudio publicado en la revista «PNAS».
La adolescencia es un momento de grandes cambios en la vida, con un aumento de las habilidades sociales y cognitivas y la independencia, pero también un mayor riesgo de enfermedad mental. Si bien está claro que estos cambios deben reflejar cambios en el desarrollo del cerebro, no ha quedado claro cómo madura exactamente la función del cerebro humano a medida que las personas crecen de niños a adultos jóvenes.

En este sentido, los expertos analizaron datos de resonancias magnéticas funcionales (fMRI) sobre la actividad cerebral de 298 jóvenes sanos, de entre 14 y 25 años, cada uno escaneado en una o tres ocasiones con una diferencia de 6 a 12 meses. En cada sesión de exploración, los participantes se recostaron en silencio en el escáner para que los investigadores pudieran analizar el patrón de conexiones entre diferentes regiones del cerebro mientras el cerebro estaba en estado de reposo.
El equipo descubrió que la conectividad funcional del cerebro cambia durante la adolescencia. En concreto, las regiones cerebrales que son importantes para la visión, el movimiento y otras facultades básicas estaban fuertemente conectadas a la edad de 14 años y se volvieron aún más fuertes a la edad de 25 años.
Sin embargo, las regiones del cerebro que son importantes para las habilidades sociales más avanzadas, como la capacidad de imaginar cómo piensa o siente otra persona, mostraron un patrón de cambio muy diferente. En estas regiones, las conexiones se redistribuyeron a lo largo de la adolescencia: las conexiones que inicialmente eran débiles se fortalecieron y las conexiones que inicialmente eran fuertes se debilitaron.

Al comparar los resultados con otros datos en el cerebro, los investigadores encontraron que la red de regiones que mostraban el patrón de cambio durante la adolescencia tenía altos niveles de actividad metabólica típicamente asociados con el modelado activo de las conexiones entre las células nerviosas.
«Según los resultados de estos escáneres cerebrales, parece que la adquisición de nuevas habilidades más adultas durante la adolescencia depende de la formación disruptiva de nuevas conexiones entre las regiones del cerebro, por lo que las nuevas redes cerebrales se "conectan" por primera vez para brindar habilidades sociales y de otro tipo a medida que las personas envejecen», han dicho los expertos.

Así afecta dónde vives y en qué trabajas a tu nivel de estrés

                 
ROCÍO NAVARRO MACÍAS   |   La Vanguardia   |   03/12/2019
La extensión de la ciudad, la competitividad o la incertidumbre influyen en los estresores diarios.

Es difícil encontrar a alguien ajeno al estrés. Nueve de cada diez personas en España lo han sentido en algún momento de su vida, y cuatro de cada diez de manera frecuente o continuada. Son datos del estudio Percepción y hábitos de la población española en torno al estrés , avalado por la Sociedad Española para el Estudio de la Ansiedad y el Estrés (SEAS).
“El estrés puede entenderse como una sobrecarga para el individuo. Depende tanto de las demandas de la situación, como de los recursos con los que cuenta cada persona para afrontarla. Cuánto mayores sean las demandas de las circunstancias y cuánto menores sean los recursos del individuo, mayor será la sobrecarga”, explican desde la SEAS.
Factores como la ciudad de residencia o el tipo de trabajo son determinantes en el impacto que este estímulo ejerce en la vida diaria, porque de ellos dependen una buena parte de las circunstancias de nuestra vida y, de estas, las mayores o menores demandas a que nos vemos sometidos. Así lo demuestra el Mapa del estrés, elaborado por los especialistas en perfiles de estrés de Nascia, que indica cómo el peso del estrés aumenta sobre todo en las grandes ciudades.
Pero ¿cuáles son los motivos que provocan este hecho? ¿Puede realmente el lugar de residencia o la profesión disparar los niveles de ansiedad? Esta es la situación que encontramos ante la denominada epidemia del siglo XXI.
Casi con un sobresaliente puntúa Madrid en el Mapa del Estrés: 8,1 sobre 10 es el nivel que soportan quienes viven en la capital española. Le sigue muy de cerca Barcelona, con un 7,9. “Las ciudades, especialmente si son grandes, comportan estresores que pueden explicar estos resultados. Para empezar todo va más rápido, y la gente suele mostrarse más agresiva. También hay más atascos, contaminación, dificultades de movilidad… Es decir, aumentan todos los condicionantes medio ambientales” que contribuyen al estrés, explica el doctor en psicología Guillermo Fouce.
La propia naturaleza de las metrópolis, sobre todo su extensión, es uno de los principales detonantes de la ansiedad. “Ocupan espacios geográficos muy amplios que exigen recorrer más distancia y emplear más tiempo para llegar al centro de trabajo o de estudio. Esto aumenta la necesidad de madrugar. Además, el uso de vehículos particulares supone enfrentarse a atascos, lo que eleva la respuesta de estrés”, explica José Antonio Portellano, profesor en psicología de la Universidad Complutense.
Todo ello antes de tan siquiera comenzar la jornada. Una vez en el puesto de trabajo, la situación empeora. “Otro agente que explica el incremento de los niveles de estrés en las grandes ciudades es su carácter más competitivo. Generan reacciones de ansiedad en muchas personas, especialmente en aquellas que emocionalmente son más vulnerables”, expresa Portellano.
Su colega comparte que el ritmo de las ciudades es más intenso: “Todo pasa más deprisa, la gente, incluso si no tiene prisa, va corriendo de un lado a otro, y hay más competencia”.
Además, a ello se suma otro factor: la soledad no deseada, que se eleva al 34% solo en el grupo entre 20 y 39 años, lo que aumenta la sensación de angustia. “Especialmente en los últimos tiempos, vivimos rodeados de gente pero impera una sensación de aislamiento”, expresa Fouce, que alude también al hacinamiento como otro estresor importante para quienes viven en las grandes ciudades.
Pero la lista de factores estresantes de las grandes urbes no acaba aquí. Cuestiones como el exceso de iluminación elevan también la tensión diaria, ya que hace que disminuya en una hora el tiempo medio dedicado al sueño. “Dormir seis horas o menos incrementa el riesgo de sufrir alteraciones que afectan al metabolismo corporal, y también generan mayor riesgo de ansiedad, nerviosismo y estrés, convirtiéndose en crónico”, continúa Portellano.

Asimismo, el ruido es otro de los factores que rompe el equilibrio y que es más acusado en las grandes ciudades. “La exposición a niveles intensos y continuados produce una activación excesiva del sistema simpático, alterando la secreción de hormonas y neurotransmisores, lo que puede dañar distintos sistemas orgánicos (aparato digestivo, sistema nervioso, respuesta inmunitaria, etcétera). Es decir, aumenta innecesariamente el nivel de alerta”, comenta el profesor.
Otra fuente determinante del nivel de estrés al que nos vemos sometidos es el trabajo. De media, pasamos 40 horas dedicados a la actividad laboral. Vivir este lapso de tiempo dominado por la angustia puede tener consecuencias, a veces en forma de agotamiento físico y mental, por lo que conviene estar atentos a los síntomas para saber si se sufre desgaste laboral.
Existen profesiones que, de alguna forma, exigen mantener un estado de alerta prácticamente permanente. En la investigación desarrollada por Nascia se apunta a colectivos como las fuerzas de seguridad, periodistas, organizadores de eventos y mandos ejecutivos como quienes están sujetos a una mayor carga de estrés.
Como comenta Portellano, “el síndrome del burn-out o trabajador quemado consiste en una respuesta de agotamiento psicológico que va asociado a elevados niveles de estrés crónico en personas con alto nivel de responsabilidad, o en los profesionales de la salud, la educación o los servicios”.
Sin embargo, el experto advierte que en muchos casos no es la profesión que se ejerce la que produce un mayor o menor grado de estrés, sino el modo de afrontarla por parte de cada persona. “Muchas personas anticipan la respuesta de hiperalerta y sobreactivación emocional antes de que se produzca un evento estresante. Deberían aprender el sabio consejo del refrán que dice: Si las cosas tienen arreglo, no te preocupes. Pero si no tienen solución, para qué te vas a preocupar”, comenta.
El año 2018 cerró con una cifra media de 3.254.663 autónomos, según datos de la Asociación de Trabajadores Autónomos, la más alta de los últimos diez años. Este crecimiento de los empleados autónomos conlleva también un aumento en la probabilidad de padecer estrés, ya que los empresarios y autoempleados están más expuestos. “Un autónomo habitualmente vive con un nivel de incertidumbre mayor al de los trabajadores asalariados. En parte porque tienen menos soportes en forma de ayudas sociales, seguro de paro, posibilidad de ser sustituidos en caso de enfermedad, etcétera. Todo esto aumenta el riesgo de manifestar respuestas de estrés, que puede cronificarse”, expone Portellano.
A esta inseguridad hay que añadir las labores administrativas y logísticas que se suman al trabajo propiamente dicho y que implican una sobrecarga de tareas. Tal y como dice Fouce, los autónomos “tienen que resolver todo ellos mismos: son su secretaria, su tesorero, los ejecutores, los evaluadores, el encargado del transporte…”
Aunque parezca que la vida moderna esté orquestada para desencadenar sí o sí estrés, lo cierto es que se pueden poner frenos a esta tensión. Aspectos tan básicos como mantener una rutina de sueño adecuada pueden modular su influencia. “Dormimos para mantener el metabolismo en condiciones óptimas, y por esa razón ningún adulto debería dormir menos de 7 horas, ya que la falta de horas de sueño incrementa el riesgo de presentar estrés crónico”, advierte Portellano.
Asimismo, la conciliación entre la vida laboral y la personal es necesaria para mantener el equilibrio. En el trabajo, Portellano recomienda hacer una pausa en mitad de la jornada, y durante varios minutos combinar ejercicios de respiración, estiramiento muscular y pensamientos tranquilizadores. Y además de recomendaciones básicas y de carácter general como realizar actividad física, meditación, yoga o evitar el consumo de sustancias psicoactivadoras, existen técnicas para cortar con la sensación de ansiedad al acabar el día.
“Cuando nos vayamos a la cama no debemos ponernos a negociar con los pensamientos negativos: producen más intranquilidad y nunca contribuyen a mejorar la situación. Es bueno sustituirlos por recuerdos divertidos y amables sobre algo que nos ha sucedido a lo largo del día o en cualquier otro momento. Los pensamientos positivos no resuelven los problemas, pero sí contribuyen a que disminuyan nuestros niveles de nerviosismo, ansiedad y estrés”, concluye el profesor.