martes, 13 de enero de 2015

El paciente en tropel

La acrecentada pasión por los fármacos viene a ser la asíntota del progreso en los países desarrollados

 VICENTE VERDÚMadrid | El País | 28/09/2014
                                                                                        
El acto médico encierra —por sí mismo— un efecto muy perverso desde el punto de vista económico: en este caso la oferta y la demanda se hallan en las mismas manos. El doctor ofrece sus servicios al paciente, pero para ello demanda análisis, tacs, cultivos, radiografías, endoscopias, colonoscopias, etcétera, ofrece salud y la demanda simultáneamente a través de las pruebas. Cuanto más competente pretende ser el médico más tiende a arruinar el sistema sanitario. Cuánto más se empeña en curar más cuestiona el funcionamiento del modelo que sin solución tiende a empeñarse interminablemente.
Pero hay más. Esta perversión sanitaria no acabará por entero en sí misma, sino que llega a empeorar gravemente con el acendrado trabajo de las compañías farmacéuticas que en su vivo propósito por aumentar la clientela resaltan enfermedades nuevas con la colaboración voluntaria o no de las publicaciones y estudios especializados. De este modo, fatalmente, el orden farmacéutico pasa a ser un creador de desorden. Desorden farmacológico en el consumo de la población porque a más número de enfermos, reales o imaginarios, mayores beneficios para la cadena de laboratorios y las farmacias. ¿Cómo no esperar pues que, con el tiempo, la totalidad de la población se convierta en sick victims?
Ciertamente, esta acrecentada pasión viene a ser la asíntota del progreso en los países desarrollados. El crecimiento del gasto en sanidad se enarbola como índice del bienestar social. Pero, efectivamente, la medicina perversa también crea su malestar e incluso su crimen. Lesiona, pervierte y puede empeorar al individuo.
De hecho, casi todos los habitantes occidentales ya nos relacionamos cotidianamente en cuanto enfermos. Enfermos de algo o sospechosos de diagnósticos adversos. El famoso DSM, libro donde se describen todas las enfermedades psiquiátricas conocidas, no deja de aumentar sus páginas en nuevas ediciones.
Se puede estar loco de amor o loco de remate. Pero eso era antes: ahora se es sujeto de tratamiento psiquiátrico casi por cualquier cosa. Se trata con psicótropos el hambre, la gula, el duelo o la tristeza, la pena de un fracaso, la excitación del éxito, el tedio o el temor a la muerte.
Muy significativamente, ha crecido hasta porcentajes superiores al 30% el llamado déficit de atención atribuido a los escolares. ¿Déficit de atención? ¿Hiperactividad? Realmente si estos niños concentraran la atención en un asunto en vez de desparramarla o fueran menos activos no podrían vivir en el mundo disperso y poblado de estimulaciones que existe. Se les llama enfermos pero, en realidad, son actuales.
Sin duda, característico de la época es perseguir ansiosamente la salud a la manera de los mendigos que han de buscarse de una u otra forma, exasperadamente, la supervivencia. La dietética o la gimnasia, el pilates y los balnearios, los vegetales o los minerales, todo forma parte de un envolvente y complejo universo terapéutico. De hecho, pasará por irresponsable aquel que no se está procurando algún remedio apropiado, preventivo o no, para salvarse de las mil patologías que nos acechan.
El mundo, por fin, es radicalmente inmundo, y nosotros sus condenados internos. Todos, pacientes en cuanto seres vivos que denodadamente han de sortear la muerte que bulle incluso entre las flores.
Porque todos los demás, los descuidados o indolentes, van dejando de formar parte de la consciencia moderna. ¿El malestar en la cultura? Esta es la cultura del malestar a todo trance y la gran ocasión para entregarnos concienzudamente a ser cultos cuidándonos. ¿Hasta dónde? Hasta que un accidente fatal, en absoluto previsible, venga a ensañarse con nosotros. Pero entonces, incluso, como sucede con la aparición de un cáncer, nos caerá encima la responsabilidad de luchar sin desmayo contra el Mal para (¿indefinidamente?) salvarnos.



Hay que tratar la adicción en centros médicos, no en la cárcel.

DROGAS

Nora Volkow reivindica tratar la adicción a las drogas como una enfermedad mental
El 70% de los adictos tienen diagnosticado algún tipo de trastorno psiquiátrico

DANIEL MEDIAVILLA | El País | 28/09/2014
  
Como en muchas películas de Hollywood, Nora Volkow vivió un suceso traumático que puede servir para explicar su celo en la lucha contra la adicción a las drogas. Una intoxicación por alcohol en una fiesta mató a una sobrina suya de solo 21 años. No es el único rasgo novelesco de la directora del Instituto Nacional sobre el Abuso de Drogas de Estados Unidos (NIDA, de sus siglas en inglés). Nacida en México D.F., creció en la casa donde matarón a León Trotsky. El revolucionario que dirigió el ejército rojo durante la revolución soviética era su bisabuelo.
La semana pasada, Volkow visitó Madrid con motivo del décimo aniversario del único centro de patología dual de la capital española, en la Clínica Nuestra Señora de la Paz. Este centro tiene un objetivo por el que ha luchado la investigadora mexicana desde hace mucho tiempo: tratar la adicción como otra variante de la enfermedad mental. Algunos estudios han mostrado que hasta el 70% de las personas con problemas de adicción tienen diagnosticado algún tipo de trastorno psiquiátrico, pero hasta ahora el abuso de drogas se solía considerar una mala decisión fruto de un defecto del carácter.
“Es importante que cuando hablemos de adicciones hablemos de una enfermedad mental y cerebral y no de un fallo del carácter”, afirma Néstor Szerman, presidente de la Sociedad Española de Patología Dual. Las investigaciones de Volkow han sido importantes para ayudar a comprender mejor los mecanismos cerebrales implicados en la adicción y poco a poco ir liberándola de los estigmas que siempre la han acompañado.
El papel de la dopamina
La científica ha podido observar la relación entre muchos comportamientos adictivos como el relacionado con el uso de droga o el juego y la regulación de la dopamina en el cuerpo. De este neurotransmisor, relacionado con la motivación y el placer, depende en buena medida cómo aprendemos, nuestra ambición o incluso el enamoramiento. Las sustancias adictivas suelen elevar los niveles de dopamina en el cerebro a través de diferentes mecanismos. Las anfetaminas hacen que las células la liberen, la cocaína impide que se vuelva a absorber y mantiene sus niveles elevados y el alcohol o los narcóticos como la heroína suprimen las células nerviosas que impiden su producción. Una persona con los sistemas que regulan la dopamina más sensibles será más propenso a caer víctima de una adicción.
Además de mencionar las bases químicas que pueden predisponer a engancharse a las drogas, la investigadora mexicana también habló de la importancia de comprender cómo funciona la estructura del cerebro. “Al principio se pensaba que se podían localizar diferentes patologías en distintas zonas del cerebro”, apunta Volkow. Sin embargo, las últimas tecnologías para analizar el funcionamiento del cerebro en tiempo real ha permitido observar que “no funciona así, sino que es una red dinámica, que está cambiando continuamente y en la que distintas áreas se asocian entre sí dependiendo del tipo de proceso”, añade la directora del NIDA. Observando esos cambios, también ha podido ver relaciones entre el funcionamiento del cerebro en personas adictas y pacientes de otras enfermedades psiquiátricas. “La pérdida de funcionamiento de áreas del cerebro relacionadas con el control frente a las adicciones está también relacionada con la incapacidad para controlar pensamientos negativos”, añade.
Estigmatización de los adictos
El trabajo científico de Volkow y su labor política ha tenido una gran relevancia en el cambio de mentalidad sobre quienes son los drogadictos. “Tenemos que reconocer la adicción como un problema médico que se trate en centros médicos y no en centros penales”, asevera Volkow. En su camino, se ha encontrado con obstáculos llamativos. “La estigmatización de los pacientes adictos es buena para los seguros médicos, que tratan de no pagar los tratamientos de desintoxicación al no considerarlos enfermos”, cuenta la científica mexicana.
Como en todas las enfermedades, frente a la drogadicción es esencial la prevención, que, en este caso particular, tendría una efectividad total. “Tenemos alguna idea, pero no sabemos con precisión qué podemos hacer para prevenir el alzhéimer”, explica Volkow. “Pero sí sabemos cómo evitar una adicción, porque si una persona no consume drogas nunca va a tener ese problema”, plantea.

En opinión de Szerman, una de las posibilidades de mejorar la prevención frente a las drogas consistiría en centrarse en personas más propensas, como los hijos de personas con enfermedades mentales. “La inmensa mayoría usa drogas y no le pasa nada, pero hay que identificar a las personas en riesgo”, señala. Una de las herramientas para hacerlo puede ser la genética. Hay ciertos genes que determinan la vulnerabilidad a las drogas y, en algunos casos, también a la enfermedad mental. Es el caso del gen alfa-5, que hace más propenso al tabaquismo y también está relacionado con la depresión. Esta relación explica además los efectos beneficiosos de la nicotina en depresivos y la tendencia de muchas personas con el problema a engancharse al tabaco por sus efectos beneficiosos sobre el estado de ánimo.