La experta en ciberacoso analiza los efectos que pueden
tener estas agresiones, incluso a largo plazo en la vida adulta.
Los problemas de salud mental entre la población joven están
aumentando a un ritmo alarmante. Así
lo confirman los datos, y los casos recientes de suicidio vienen a reafirmar
una situación que debería poner a toda la sociedad en alerta. Pero ¿por qué son
tan vulnerables los adolescentes a estos problemas? Uno de los grandes acusados
es el bullying, o acoso escolar, que apoyándose en la tecnología ha trascendido
el ámbito de los colegios en el último tiempo para convertirse en una amenaza
que está presente las 24 horas del día en la vida de muchos jóvenes.
La
psiquiatra ferrolana María Martínez-Hervés es
especialista en el tema. En el 2012 recibió una beca para trabajar en un
proyecto de investigación de cyberbullying en el Imperial College del Reino
Unido y desde entonces se radica en Londres, donde atiende a niños y
adolescentes afectados por este tipo de problemas en el Barnet Enfield and
Haringey Mental Health NHS Trust. En diálogo con La Voz de la Salud, la
experta analiza el panorama al que están expuestos los jóvenes en España desde
la perspectiva que da la distancia.
—Los jóvenes interactúan en contextos que los adultos no siempre
entienden. ¿Cuándo podemos hablar de bullying?
—El
bullying se define como un acto de agresión que puede ser física, verbal,
directa o indirecta. No tienen por qué decírtelo a la cara, pueden estar
hablando de ti por detrás, puede haber muchos tipos de bullying. Incluso puede
haber cyberbullying. Los criterios que tiene que tener esa
agresión para que sea bullying es que haya un desequilibrio de poder social,
psicológico o físico entre las partes, y que esa agresión sea repetida en el
tiempo. Esas son sus características principales.
—¿Qué efectos tiene el bullying en la salud mental de las personas?
—El
bullying no afecta a todo el mundo por igual. En psiquiatría, lo vemos desde
una teoría biopsicosocial de los problemas mentales. Cuando hay vulnerabilidad,
si hay elementos estresores a nivel social y personal, eso puede afectar mucho
más que cuando no hay esa vulnerabilidad. El bullying se ha demostrado que
puede producir en aquellos que lo sufren, pero también en los acosadores y en
los que son víctimas y acosadores al mismo tiempo, síntomas de depresión,
ansiedad. Y, recientemente, se ha visto también que puede producir síntomas de
trauma. Hay un estudio del King's College de Londres que muestra que el
bullying en la adolescencia o en la niñez puede producir efectos que persisten
incluso 40 años después en forma de depresión o suicidio. Estos efectos están
bastante bien documentados.
—¿Cómo llega a afectar a la persona a un nivel tan profundo?
—Teniendo
en cuenta el desequilibrio de poder, si una persona con mayor fuerza física o
mayor estatus social te está tocando las narices constantemente, eso, al final,
hace mella en la autoestima de una persona. Lo que hace es que empieces a
pensar que no vales lo suficiente y eso trae consigo una visión negativa
de la vida, puedes acabar con depresión, con ansiedad por volver a ver a esa persona otra vez, con miedo
a volver a vivir esa misma situación con otros. Todo eso se junta.
—¿Esto es más frecuente en niños pequeños o en los más mayores?
—El
bullying que impacta es más frecuente o, en realidad, más aparente en adolescentes. Pero muchos niños te cuentan que todo empezó en primaria, o
incluso en la guardería. Esos suelen ser niños más vulnerables, y ahí empiezas
a pensar en qué hay detrás, por qué ese niño está sufriendo tanto. A lo mejor, tiene problemas
en las relaciones interpersonales o en otras áreas de su vida.
—¿Cómo es el abordaje de estos casos?
—Lo
primero es preguntar. Muchas veces, si no se lo preguntas, no te lo dicen.
Entonces, hace años aprendí a preguntarles: ¿sufres bullying?, ¿acosas a otros
niños?, ¿te acosan online? Y cuando se lo preguntas, a veces te dicen que se lo
contaron a otros niños, a sus amigos, pero no se lo quieren. No se lo cuentan
al cole, porque piensan que no van a hacer nada. A veces, el bullying es muy
indirecto y los adultos no se dan cuenta. Una vez, una niña me contó que estaba
sentada a la puerta del despacho de la profesora, porque quería ir a hablar con
ella, y las dos niñas que le hacían bullying simplemente se le sentaron una a
cada lado, sin decir nada, pero el mensaje era claro: «Como digas algo, esto va
a ir a peor». Al final, la niña no dijo nada. Entonces, la mayor parte de las
veces, no lo dicen más que a sus amigos más cercanos. Y cuando lo dicen a los
padres, ellos no siempre saben qué hacer. Ni siquiera los profesores tienen un
protocolo adecuado, muchas veces no hay una cultura de manejo del bullying a
nivel escolar. Al final, es la pescadilla que se muerde la cola.
—¿Qué aportes puede ofrecer la psiquiatría?
—El
tratamiento del bullying no es medicación, a no ser que haya una enfermedad
comórbida que haya que tratar. Si hay una depresión clínica, por ejemplo, la
tienes que tratar, tienes que considerar medicación o terapia, o una
combinación de ambos si hay estrés postraumático severo, o una desregulación
emocional muy grave. Pero, normalmente, los efectos del bullying en sí se
tratan con un equipo multidisciplinar que requiere la colaboración de los
padres, el colegio y los trabajadores sociales. Una vez vino a verme una niña
que llevaba un año y medio sufriendo ciberacoso severo y grooming de
extraños que le pedían fotos con un chantaje emocional del tipo: «Si no me la
mandas, me voy a matar». Al final de la evaluación de esa niña, lo que hice fue
contactar a los servicios sociales inmediatamente para que investigaran qué
estaba pasando. Hablé con el colegio también, pero esto era algo externo que
pasaba a través de Instagram. Ese caso se reportó también a la policía.
Entonces, el abordaje es muy multidisciplinar. En cada caso, hay que considerar
desde todos los ángulos lo que está pasando, por qué está pasando, y qué se
puede hacer para que el niño deje de sufrir.
—¿El abordaje cambia cuando el niño tratado es el agresor?
—Es
igual. También se usa un enfoque multidisciplinar. Tienes que evaluar si hay
algún trastorno que esté afectando al niño, un trastorno antisocial, un TDAH que esté influyendo su forma de comportarse. Luego, se evalúa
la dinámica familiar: si hay problemas de comunicación, si hay algún tipo de
problema de aprendizaje y eso hace que se sienta menos y lo pague haciéndole
bullying a los demás. El enfoque siempre es multidisciplinar, porque no se
puede decir nunca: «Es el TDAH lo que está haciendo que el niño haga bullying»
o «Es la depresión lo que hace que el niño sufra bullying». Son muchos factores
que hay que tener en cuenta.
—¿Qué particularidades tiene el ciberacoso frente a lo que
sucede en un entorno presencial?
—Primero,
que no ocurre dentro de la escuela, entonces no está limitado a un período de
ocho horas diarias. El cyberbullying puede ocurrir 24 horas al día, con una
audiencia masiva, infinita. Se puede repetir exponencialmente. No hay
escapatoria, en realidad. Luego, puede ser anónimo, también. No ves a la
persona, puedes no saber quién es, incluso puede ser un extraño. Esas son las
características principales, y son diferencias importantes, porque los efectos
que desencadena el bullying en una serie de actos, el cyberbullying los puede
producir en uno. Alguien pone una foto tuya online con un comentario, lo
comparte con diez amigos, esos diez amigos lo comparten con otros tantos, y tú
no te das cuenta de lo que está pasando, porque estás cenando con tus padres. O
te meten a un grupo de WhatsApp y de repente tienes a 20 personas hablando de
ti. Dependiendo del acto, el cyberbullying puede ser mucho peor.
—¿El bullying puede llevar a alguien a tener conductas suicidas?
—El
bullying en sí no es una causa directa del suicidio. El suicidio es la
consecuencia de un problema multifactorial. El bullying es simplemente uno de
esos factores. Tienes que ver si hay algún problema de salud mental que esté
presente, si hay problemas a nivel de integración social, de comunicación
familiar, si hay algún problema en el aprendizaje, algún problema a nivel
físico. Hay mucho bullying, pero no todo el mundo se suicida. Y hay que ser
cuidadosos al comunicar que hay un problema. Cuando se habla de los métodos de
suicidio, hay que saber que los niños copian. Yo trabajé en una unidad de
agudos durante once años y en cuanto una persona empezaba a tener conductas
autolesivas, teníamos a todos los otros niños haciendo lo mismo. Se copian los
unos a los otros. No es que lo hagan intencionalmente, sino que ven que otros
manejan la situación de esa manera y piensan que a ellos también les puede
valer. Entonces, hablar de métodos no es seguro. De todos modos, lo más
importante es saber que el suicidio es multifactorial. No se le puede atribuir
al bullying, aunque la persona lo ponga en una nota. Puede que sea el mayor
factor, pero también hay que tener en cuenta el cuadro y como sociedad tenemos
que ver la imagen completa de lo que está pasando.
—¿Están aumentando los casos de bullying?
—En
las cuatro décadas que han pasado desde que hay estudios, el bullying no ha
aumentado. Todos los estudios indican que el porcentaje de bullying no ha
crecido. Lo que sí ha aumentado exponencialmente durante los últimos 15 años
son los problemas de salud mental en los niños. Hace diez años, lo que está
pasando ahora en España no pasaba. Y no lo podemos atribuir al bullying, porque
este se mantiene estable, y la prevalencia del cyberbullying tampoco es muy
alta. Entonces, tenemos que pensar en qué está pasando con la salud mental de
los adolescentes a nivel global. Las redes sociales han tenido impacto, el
covid ha tenido impacto, pero no podemos decir «Son las redes sociales» o «es
el covid». Ha habido un gran cambio de los valores familiares en los últimos
años.
—¿Por qué los adolescentes en particular son tan vulnerables al
bullying?
—Los
niños, mientras son niños, tienen la protección total de los padres, lo
comunican todo con ellos. La adolescencia es un momento de desarrollo de la
identidad personal. Dejas de ver a tus padres como el modelo a seguir y
empiezas a buscar a la gente de tu edad, porque los padres dejan de ser la
persona ideal. Y a veces, los compañeros a los que empiezas a buscar no son los
mejores. Al mismo tiempo, dejas de tener esa protección directa que tenías
contándole todo a tus padres. El paso de la niñez a la adolescencia es uno de
los mayores cambios que hay. Los niños normalmente no tienen problema en
contarlo todo, y si no lo cuentan ellos, lo cuentan los profesores, porque lo
ven. El adolescente ya tiene una vida mucho más privada, separada de los padres
y de los profesores. El bullying, seguramente, pasa un poco más lejos de los
profesores. En función de mi experiencia trabajando con ellos, y de toda la
investigación, está claro que ellos no cuentan lo que les pasa.
—¿Cómo pueden incidir los padres en esto?
—Favorecer
la comunicación intrafamiliar es el factor más protector que hay. Hay
investigación acerca de las cenas familiares y se ha visto que son un momento
de reunión de la familia. Asegurarse de que las cenas familiares van a ser un momento protegido para la familia, para
juntarse, para hablar del día, ahí es cuando los padres y los hijos
intercambian, y puedes ver más o menos sus cambios de humor. Si el niño no
viene a cenar porque está en su habitación, y un padre cena a una hora, el otro
a otra... Así no puedes ver si el niño está pasando por algo. Suena muy simple,
pero ese momento de la cena es muy importante, porque establece una
comunicación, el niño se va a la cama más tranquilo y si hay un problema se
pueden hacer planes de cómo manejarlo.