MONTSERRAT BASCUAS |
Topdoctors | 18/02/2020
Editado
por: YOEL DOMÍNGUEZ BOAN
La comida está ligada a la supervivencia,
y por lo tanto está vinculada de forma directa con el ser humano y su
funcionamiento. Ya desde niños se nos castiga o premia con la comida, y esta
información es registrada en el cerebro y se integra en la vida cotidiana. Por
lo tanto, alimentarse no es un acto vital cualquiera, sino que se
asocia a distintos factores, emociones o situaciones, entre muchas otras.
El estado de
ánimo influye en la manera de alimentarse. De hecho, estar contento o por el contrario
deprimido, puede influir y determinar la forma en la que se llevará a cabo,
convirtiéndose la comida en el refugio más sencillo y accesible para la
persona, ya que el comer genera una sensación de bienestar.
Es probable que, si nos encontramos
en un estado de serenidad sea más sencillo que la alimentación sea más
adecuada. Por el contrario, si se experimentan emociones consideradas
desagradables, como pueden ser la tristeza, el enfado o la ansiedad, se deberán
encontrar formas de controlar el estado de ánimo, y esto puede hacer que se
busque cierto alivio en la comida.
¿Qué es la ingesta emocional?
Cuando se habla de ingesta
emocional nos referimos a la conducta de comer como una respuesta a
estados afectivos. De hecho, las personas con esta ingesta tienen dificultades
para distinguir entre el hambre como tal y otros estados.
Si se utiliza la comida para
tranquilizarse o distraerse, se está evitando lidiar con una emoción incómoda,
por lo que se crea una respuesta “efectiva” por el momento, por lo que en un
futuro existen posibilidades de hacer lo mismo.
Así pues, las personas desarrollan
conductas aprendidas que responden a hechos, ya sean de desagrado o de placer.
Por lo tanto, el alimento se convierte en un regulador emocional, apareciendo
de esta manera la ingesta emocional.
¿Cómo se identifica y se diferencia
el hambre emocional del hambre física?
- El hambre
emocional aparece repentinamente, mientras que la fisiológica es
paulatina y gradual.
- El hambre
emocional es urgente, el hambre fisiológica puede esperar.
- El hambre emocional
necesita comidas específicas, mientras que el hambre fisiológica se
encuentra abierta a distintas opciones.
- El hambre
emocional no satisface al sentir plenitud.
- El hambre
emocional genera una serie de sentimientos negativos al terminar. En el
caso del hambre fisiológica, no lo hace.
Consecuencias a largo plazo del
hambre emocional
- Se puede
generar un problema de alimentación importante, como trastornos de la
conducta alimentaria (bulimia, anorexia).
- Obesidad o
problemas de sobrepeso.
- Estados afectivos
de tipo congruente con ansiedad y depresión.
- Aislamiento
social.
- Existencia
de dificultades a la hora de resolver conflictos.
Pautas para regular las emociones de
forma sana
- En primer
lugar, deben identificarse las emociones y reconocer qué pensamientos
convirtieron y activaron las emociones vividas como incómodas.
- Generar
pensamientos alternativos y realistas.
- Realizar
actividades físicas.
- Cuidar el
sueño y descanso.
- En caso de
ser necesario, buscar ayuda profesional.
A modo de conclusión, la balanza
entre manejar las emociones y llevar una alimentación equilibrada es
importante para mantener una buena salud tanto física como mental. De
hecho, es fundamental que se comprenda que la alimentación puede aparentar ser
una solución temporal para llevar mejor las emociones, aunque a largo plazo
pueden ser muy perjudiciales, ya que en lugar de ayudarnos a mejorar nuestra
manera de afrontar dichas situaciones, ayuda a generar dificultades.