miércoles, 28 de enero de 2015

Cómo contar a un niño que ha habido un atentado

PSICOLOGÍA
Suavice, pero no mienta. Desahóguese, sin descontrolar. La clave está en los matices. El 11-S dejó varias enseñanzas

MIGUEL ÁNGEL BARGUEÑO | eL pAÍS | 24/01/2015                                                         

El año empezó de forma trágica y dolorosa, con más de una decena de muertos en un atentado yihadista contra la revista Charlie Hebdo,en París. Y si el episodio es difícil de digerir para los adultos, imaginemos lo que ocurre con los críos, que por muy lejos que los mantengamos de la barbarie, siempre escuchan conversaciones, ven fragmentos de informativos y lanzan curiosas preguntas. "¿Qué ha pasado, mamá, papá?".
Ante todo, resulta primordial disfrutar en casa de un clima de confianza que invite a los niños a cuestionar sobre cualquier asunto que les preocupe, sabiendo que van a obtener de nosotros una respuesta creíble y sólida. Así lo aconseja la Asociación Americana de Psiquiatría: si el infante necesita interrogar sobre cualquier asunto, esa atmósfera de franqueza le ayudará a hacerlo con naturalidad, y así no se quedará dándole vueltas al tema en soledad. Si su hijo ha visto imágenes truculentas (como los recientes tiroteos en Francia de los que muchos fuimos testigo), no ceda a la tentación de dejar el agua correr, bien por comodidad, bien porque interprete el probable silencio del pequeño como una prueba de que no ha entendido nada. Esto último es posible, pero ¿y si no ha sido así? Si le han causado el mismo impacto que a usted (como poco), pasarlo por alto sería un error. Por ello, los especialistas recomiendan dar el primer paso: aportar una explicación, nos la pida nuestro hijo o no. “Es mejor no ocultar. En el colegio ya se está comentando la escena. Pero eso debemos adelantarnos y dar explicaciones a nuestros vástagos”, señala la psicóloga clínica Victoria Noguerol, especializada en problemas de la infancia.
Así, con los atentados, ocurre como con cualquier problema de violencia, y nuestro mensaje debe cumplir dos funciones: erradicar el miedo y ser veraz. Decir que esas imágenes son de una película no vale. Tampoco contar un cuento. “La idea que hay que transmitir es que la mayoría de los eventos que existen en nuestra vida cotidiana no son traumáticos, la mayoría de las personas de las que nos rodeamos son normales y saludables, pero hay un porcentaje mínimo de individuos y circunstancias que se salen de esa normalidad y causan unos niveles de sufrimiento altísimos. Explicar que es un hecho puntual, que es la primera vez que sucede, ayuda. También dar una información que el niño pueda procesar”, dice la experta. Contarles la verdad les ayudará a estructurar la realidad y fortalecer su personalidad, y limitará su tendencia a agrandar y personalizar los problemas. "De lo contrario, su cerebro empieza a elucubrar y eso da lugar a distorsiones cognitivas”, añade.
La idea que hay que transmitir es que la mayoría de las personas que nos rodean son normales, pero hay un porcentaje mínimo que causan unos niveles de sufrimiento altísimos" (Victoria Noguerol, psicóloga)
La psicóloga pone como ejemplo los atentados de las Torres Gemelas, de 2001. “Todos los niños vieron esas imágenes. Pero los que tuvieron la suerte de tener a unos adultos al lado que les daban una explicación de lo sucedido podían procesar la experiencia de una forma más razonable y controlada que los que no recibieron ninguna aclaración”, apunta.
Está bien, además, compartir emociones con nuestros hijos. Si las noticias de un atentado nos han puesto tristes o nos han sobrecogido, podemos comunicárselo a la prole, según cuenta Victoria Noguerol. “Porque eso les da seguridad. Así ven que no son los únicos en sentirse mal: 'mi papá, que está viendo la tele, también se ha sentido triste con el episodio'. Pero, siempre, añadiendo una respuesta de calma”.
Evidentemente, hay que utilizar un lenguaje acorde con su edad. No es lo mismo contarle un atentado a un niño de 12 años que a otro de cuatro (en los más pequeños, según los expertos, el impacto de estas escenas puede ser mayor). Tampoco hay que recrearse en las explicaciones: “En el momento en que los niños reciben la mínima información que les tranquilice, que satisface su curiosidad, dejan de demandar más. Ya es suficiente”, añade Noguerol.
Errores que provocan estrés
¿Y qué ocurre si lo comunicamos mal o no lo hacemos? “Se puede generar sintomatología de estrés postraumático. El miedo tiene la capacidad de desembocar en trastornos del sueño, pesadillas, pensamientos recurrentes, flashbacks y trastornos de ansiedad en general”, responde. Esté atento a dolores de cabeza y estómago, posibles síntomas de un cuadro de ansiedad. Para evitarlos, ayude al pequeño al desahogo. “Una respuesta frecuente y desafortunada de los adultos es: ‘Ya pasó’. No es lo que el niño necesita”, afirma Nogales. “Lo que precisa es descargar el impacto, hablando de ello, y si tiene al lado a unos adultos que le están dando una información ajustada, realista y no impactante, mejor aún”.
Un estudio de neuropsiquiatría realizado entre niños de 94 escuelas públicas de Nueva York en 2002, un año después de los atentados del 11-S, reveló que el 26% mostraba al menos un problema de salud mental. Un 15% se quejó de agorafobia, el 12,3% padecía angustia cuando se separaba de sus padres, el 10,5% reunió los criterios del TEPT (trastorno por estrés postraumático), el 9,3% experimentó ataques de pánico y el 8,4% mostró síntomas de depresión mayor. Otra investigación de la Academia de Medicina de Nueva York, en 2003, subrayó que el 18% de los niños de Nueva York tenía estrés postraumático grave o muy grave después del 11 de septiembre. Entre las causas, se incluían haber visto imágenes explícitas de los atentados o el llanto desconsolado de sus padres.

Por último, es crucial evitar que los niños se formen una idea equivocada respecto a “buenos” y “malos”, identificando a unos y a otros con diferentes etnias, rasgos físicos o creencias. Hay que recalcar que los “malos” son una minoría, pero también que esa minoría no tiene nada que ver con una etnia o religión. Recuerde: confianza en el hogar, veracidad en la información, brevedad, sentimientos sinceros pero calmos y el matiz de la excepcionalidad y la justicia. Sus hijos lo agradecerán.

La influencia de los entornos

PSICOLOGÍA


Las personas y las cosas que nos rodean provocan un efecto en nuestro bienestar.
Saber modificar un contexto nocivo es una buena opción para vivir mejor.

RAIMÓN SAMSÓ | El País | 09/01/2015                                   

Todos ejercemos una influencia en nuestro entorno más cercano. Pero es una relación bidireccional, de doble influencia. Por lo común, las personas apelan a su fuerza de voluntad para rendir más. Pero el ambiente es como una palanca en la que podemos trabajar para conseguir más resultados con menos esfuerzo.
Los contextos en los que nos movemos pueden ser unos grandes aliados o unos grandes enemigos. Veamos qué son, cómo afectan y cuáles son los mejores para reforzarnos en lo personal y en lo profesional. Se pueden agrupar en tres categorías:
Materiales. Los lugares donde se vive y se trabaja, el barrio y el vecindario, la tecnología, el automóvil o el ajuar doméstico.
Personales. La familia, la pareja, los amigos, los compañeros de trabajo, los conocidos, el contacto en las redes sociales, los horarios y los hábitos.
Mentales. Las creencias, los paradigmas, la formación e información, la religión o los condicionamientos.
Hay esencialmente dos cosas que te harán sabio: los libros que lees y la gente que conoces”. Jack Canfield
Todas estas circunstancias pueden jugar a favor o en contra de uno, ser un motor que propulse nuestra vida o un ancla que la hunda. Un entorno colabora o compite. Inspira o deprime. Nutre o envenena. Obviamente también existen entornos neutros, pero por esa misma razón hay que evitarlos tanto como los que nos perjudican. No es posible prescindir de los ambientes, pero sí elegirlos cuidadosamente teniendo en cuenta sus efectos.
Los entornos materiales y personales son visibles y evidentes, aunque tal vez no sus efectos. Todo influye en todo y nadie puede aislarse del contexto inmediato sin recibir de él su influencia.
Delegar en el entorno significa no tratar de hacerlo todo por uno mismo, sino aprovechar las influencias positivas externas para reforzarse.
El lugar donde una persona vive ejerce una influencia enorme en ella: le da energía o se la quita. Seguramente un pequeño piso ordenado, decorado de manera minimalista y con luz abundante es suficiente para nutrir a quien vive en él.
Tener menos cosas significa contar con más espacio y más claridad mental. La luz y el orden ejercen una influencia en la mente. Deshacerse de objetos que no se usan es una prioridad, y cambiar de vez en cuando la disposición de los muebles en casa es un divertimento muy motivador.
La luz y las vistas desde las ventanas son tanto o más importantes que la vivienda en sí o su superficie. Elegir el entorno donde uno va a pasar su vida cuenta mucho, pero, por desgracia, cuando las personas compran o alquilan un piso se fijan en los metros, el precio o los servicios antes que en la tranquilidad, la luz y las vistas.
El lugar donde se trabaja y en el que se pasan tantas horas al día también es importante. Influye en el rendimiento del trabajo y en la felicidad de las personas. Muchas veces uno carece de la capacidad de cambiarlo, pues las oficinas o instalaciones son las que son. Pero a menudo podemos influir en mejorarlas de alguna manera. Como en el caso anterior del piso, muchas veces nos equivocamos al valorar más el sueldo, las vacaciones, los ascensos o la cercanía que el entorno de trabajo en sí.
Las personas más beneficiosas en el entorno personal son aquellas que sonríen, no se quejan, no se sienten víctimas de nada, están automotivadas, son positivas, se esfuerzan, viven en la coherencia, inspiran paz y bondad, aprenden y se forman. En definitiva, las que tienen una mentalidad ganadora.
Muchas veces, las personas que no hemos elegido, pero que forman parte de nuestros círcu­los (familia política, compañeros de trabajo o vecinos), parecen una imposición imposible de eludir. Tal vez no podamos decidir si forman parte de nuestra vida, pero sí tenemos la capacidad de minimizar su efecto.
Cada amigo o conocido deja un poso, una influencia mayor o menor. De hecho, acabamos pareciéndonos mucho a las personas que más tratamos. Deberíamos preguntarnos: “¿Quién me está influyendo más?”.
A veces conservamos la amistad de algunas personas solo porque en el pasado fuimos amigos. Pero la gente cambia con los años, y es lógico que las amistades también cambien. No se trata de no quererlos, sino de no frecuentarlos tanto y a la vez hacer espacio para compañías diferentes. Cambiar de entorno personal siempre conlleva variaciones individuales y profesionales. Si buscamos modificar nuestra vida, será necesario un cambio de amistades o, como mínimo, un ajuste de los círculos sociales.
El gran peligro de estar alrededor de gente no excelente es que empiezas a volverte como ellos sin siquiera darte cuenta”. Robin Sharma
No tener esto en cuenta puede traer consecuencias desagradables a largo plazo. ¿No es extraño que descuidemos con quién entramos en contacto y, sin embargo, para nuestros hijos e hijas exijamos colegios y amistades beneficiosos?
Todos somos conscientes del gran valor que tiene el pensamiento en la vida. Es nuestro “cuadro de mandos”, y siendo tan conscientes de esa importancia parece mentira que lo tengamos tan descuidado y tan poco “afilado”. Mucha gente vigila escrupulosamente lo que come cada día: calorías, nutrientes, calidad y cantidad. Cuidan su cuerpo, pero descuidan el alimento de su mente. ¿No es una incoherencia?
Deberíamos cuestionar el “material” que permitimos que entre en contacto con nuestra mente, como publicidad, noticias, ideas, creencias, informaciones… Todo eso puede alimentar o envenenar la mente. O la expande, o la contrae.
Hay mucho que podemos hacer para nutrir el pensamiento: lecturas inspiradoras, meditar unos minutos al día, relajar la mente en el silencio cada jornada, aprender cada día algo nuevo,  ejercitar la imaginación y la creatividad o incluso elegir un vocabulario y unas expresiones que nos sienten bien mientras rechazamos las que nos perjudican.
La lectura es una de las mejores formas de alimentar la mente. Una hora al día es bastante para que esta se exponga a nuevas ideas y entre en contacto con autores de culturas y mentalidades diferentes. Leer es el gimnasio del espíritu.