sábado, 5 de octubre de 2024

Así funciona nuestro cerebro según el mejor neurocientífico español: "Es una máquina de predicción del futuro: alguien inteligente ve venir las cosas antes que tú"

ISRAEL ZABALLA      |      elmundo.es     |     20/09/2024

Se abre el telón y aparece el trozo de paisaje que se cuela por su ventana cada mañana... Se abre el telón y aparece un iracundo conductor que le increpa desde el coche de al lado... Se abre el telón y aparece el monitor del gimnasio dando brincos... ¿En qué teatro estamos? En el de su cerebro. Y no, no es un chiste: es neurociencia y de la buena.

¿Sorprendido? Pues así es: en su cabeza y en la de cualquier hijo de vecino, de cráneo para adentro, una gigantesca troupe de células grises hace teatro del bueno. Tan bueno que logra hacernos pensar que el mundo real existe, cuando lo cierto es que solo se trata de un sofisticado espejismo generado por nuestro propio cerebro. Nos tragamos la función como si fuera la pastilla azul de Matrix y nos creemos dentro del trampantojo. Es como si estuviéramos todo el rato metidos en un simulador, pero sin darnos cuenta.

Esta sofisticada tramoya neurológica nos la explica, como abriendo una cuarta pared al cerebro desde el patio de butacas de su laboratorio, uno de nuestros mejores científicos: Rafael Yuste (Madrid, 1963). Encerrado en su cabaña del norte de Nueva York, el médico y neurobiólogo español ha escrito El cerebro, el teatro del mundo (Paidós) para divulgar sus fascinantes descubrimientos como director del Centro de Neurotecnología de la Universidad de Columbia, institución de la que también es catedrático.

Desde un amplio despacho ubicado en el campus, Yuste explica por Zoom cómo, tras pasar media vida en EEUU, quiere empezar a retornar capital científico a su país de nacimiento: «Es un giro en mi vida. Ya he hecho lo que tenía que hacer aquí y ahora tengo que devolver 'la pelota' a España. Con el libro quiero contar a los españoles lo que está ocurriendo ahora en neurociencia».

En su país de acogida, Yuste ha llegado a lo más alto: ideó el proyecto BRAIN de la administración de Obama para desentrañar el nudo gordiano del cerebro. Algo que tiene en mente repetir aquí con Spain Neurotech. «Va a ser como el BRAIN de España, si todo va bien echará a andar el año que viene», dice, ilusionado.

Pero regresemos al teatrillo del cerebro. «Hay que ser cautos porque estamos hablando de algo muy gordo», reconoce en su libro el investigador . ¿Cuál es su teoría? Escuchen: «El cerebro es una máquina de predicción del futuro diseñada por la evolución porque es la manera más inteligente de sobrevivir: alguien inteligente es quien ve venir las cosas antes que tú».

Para poder prever y actuar, el cerebro, metido en un búnker de hueso, se tiene que generar a sí mismo una especie de realidad virtual. «Es como si tuviéramos un teatro dentro de la cabeza con todas las partes del mundo y eso es lo que utilizamos para predecir», explica.

Detrás de esa comparación hay otro homenaje a España. A su teoría del cerebro la ha llamado El teatro del mundo, y no por casualidad: «Es el nombre de una obra de Calderón de la Barca. Pero donde clavó la idea es en La vida es sueño. Siendo español tenía que hacerle un guiño y reconocerle que él ya entrevió muchas ideas de las que maneja ahora la neurociencia», explica.

Nuestro célebre dramaturgo se adelantó cuatro siglos a lo que ahora sugieren los experimentos científicos más avanzados. Al parecer, el cerebro se autoconfigura en modo simulador porque necesita prever las consecuencias que tiene para nosotros movernos. Igual que un submarino mapea su entorno para representarse por donde navega, los animales con sistema nervioso recrean los elementos de su entorno para sobrevivir al próximo cambio de posición. «En el momento en que te mueves, tienes que empezar a pensar en tu futuro. De hecho, no solo cambias en el espacio, también cambias en el tiempo: te metes en el porvenir, en una situación nueva con la que tienes que lidiar», explica sobre el problema que nos plantea salir a pasear sin rompernos la crisma o... a ligar.

«Son los dos imperativos de la vida, sobrevivir y reproducirse», dice. «Y ahí la evolución no podría haber sido más inteligente. Nos dotó, no solo a nosotros sino a otros animales, de una máquina de predicción. Los animales que dispusieron de ella despegaron, se reprodujeron y dominaron el mundo. Con la evolución, los cerebros se hicieron más grandes y sofisticados. Y, como resultado, la predicción que hacemos los mamíferos, sobre todo los humanos, es muchísimo mejor que la que hacen los bichos pequeñajos: por eso dominamos».

-Entiendo que dentro de ese modelo predictivo también tenemos que representarnos simbólicamente a nosotros mismos. Y que eso explica la conciencia...

-Al hilo de eso, yo te diría que soy algo más radical que muchos de mis compañeros. Algunos científicos interpretamos que incluso animales más simples tienen un concepto del yo, exactamente por lo que has dicho: si tienes que predecir el futuro, en ese teatro del mundo también tienes que estar tú. A mí me parece de cajón.

"Los actores en nuestro teatro mental son los conjuntos neuronales, esa es la idea"

Cómo una sopa de neuronas y espaguetis de conexiones -las metáforas también son de Yuste- generan el teatro de la mente humana es el fascinante viaje al que Yuste nos invita en su ensayo. Como si estuviéramos en la diminuta nave de El chip prodigioso, el científico nos transporta al interior del sistema nervioso para mostrarnos cómo funcionan ahí dentro las cosas.

¿Y quiénes son las protagonistas de nuestro particular Broadway cerebral? Yuste dice que las neuronas, pero no cuando bailan solas, sino cuando forman coreografías electroquímicas más complejas: «El quid de la cuestión está en los circuitos neuronales formados por grupos de neuronas. La naturaleza los ha utilizado para simbolizar el mundo. Imagínate a los actores que representan la obra en un escenario teatral. Pues los actores en nuestro teatro mental son los conjuntos neuronales, esa es la idea».

«Estamos dejando atrás la doctrina neuronal que hemos utilizado en los últimos cien años para pasar a la teoría de las redes neuronales», escribe en el libro sobre este cambio de paradigma. Y no son solo teorías: Yuste ya ha logrado demostrar mucho de lo que dice en su laboratorio.

-En un experimento con ratones estimularon neuronas individuales con un láser que, para su sorpresa, formaron un conjunto neuronal, un atractor de Hopfield. Y de repente el ratón creía ver una imagen que en realidad no veía. No sé si lo he contado bien...

-Es exactamente así. Es como si hubiéramos creado sin querer un actor en el teatro de la mente capaz de simbolizar una imagen concreta. Para mí fue un momento Oppenheimer. Como cuando en la película se da cuenta de lo que ha hecho: '¿La que hemos montado, no?'. Lo que habíamos logrado implicaba la posibilidad de manipular de una manera selectiva la actividad cerebral de un animal, de un mamífero que tiene un cerebro igual que el nuestro, para que haga lo que queremos. Lo que hoy puedes hacer con un ratón, lo puedes hacer mañana con un humano. Era como para no dormir. Por eso en mi próximo libro abordaré cuestiones de ética.

Otra fascinante idea tiene que ver con cómo se monta todo nuestro tinglado interno. «El desarrollo del cerebro es una historia de construcción y destrucción», explica refiriéndose a la matanza de neuronas que sufrimos durante nuestras primeras etapas de vida. En masa neuronal vamos de más a menos. Empezamos con más cemento del que necesitamos.

«Es completamente contraintuitivo, lo contrario de lo que harías tú. Los humanos construimos una casa poco a poco, pones las habitaciones que necesitas y ya está. Pero la naturaleza lo hace al revés. Primero hace una casa gigantesca y luego tira abajo lo que sobra. Es la manera en plan derroche de fabricar el cerebro. ¿Por qué lo hace así? Estamos todavía dándole vueltas, pero tiene que haber una razón potentísima», reflexiona.

Y lo mismo sucede con las conexiones entre neuronas. Llega un momento en que la naturaleza saca la tijera y empieza a cortar todo lo innecesario: «La poda de las conexiones y de sus sinapsis es enorme. En los humanos, se calcula que más de la mitad de las conexiones de la corteza del cerebro se pierden durante las infancia. ¡Vaya corte de pelo!». Por si acaso, no se olvide usted de practicar a diario con los crucigramas o sudokus de este periódico.

En la teoría del teatro de la mente de Yuste todo parece encajar. «Es como armar un rompecabezas. Tienes un montón de piezas en la mesa y tienes que armar el puzle», dice cuando habla del papel que interpretan actores como la memoria, los sentidos o las emociones en nuestra teatrera máquina predictiva.

Por resumir: la memoria nos permite predecir lo que va a suceder extrapolando experiencias del pasado; los sentidos nos permiten ajustar el modelo interno comparándolo con lo de fuera, como cuando el GPS recalcula una ruta; y las emociones nos ayudan a no despistarnos, te dicen que corras para que no te coma un león en lugar de detenerte a rascarte la barriga. Cuestión de prioridades.

"El desarrollo del cerebro es una historia de construcción y destrucción"

Ese pies para que os quiero es el motivo por el que la evolución nos ha diseñado así: predicción y acción. Pero lo curioso es que incluso salir por patas puede que sea un acto menos meditado de lo que pensamos. Al parecer hay unas células de nuestra área premotora que llevan la delantera: ellas saben si echaremos a correr incluso antes que nosotros mismos. «La gente que lo descubrió no se lo creía», comenta. «¿Cómo es posible que una parte del cerebro sepa lo que voy a escoger si todavía no lo he escogido? Ahí te das cuenta de que nos autoengañamos: la decisión de elegir una cosa tiene por debajo un montón de procesos que no controlamos».

-Hábleme entonces del libre albedrío...

-Sí, existe. Lo que pasa es que no deberíamos ponerle esa etiqueta a una especie de magia negra que sale del humo. Lo del libre albedrío es una de esas expresiones del lenguaje corriente que, a nivel científico, yo digo: «No me sirve». Pero yo lo definiría como la actividad coordinada de la corteza premotora y otras partes de la corteza en la toma de decisiones. Yo preservaría la idea de que el libre albedrío sigue existiendo, pero diciendo a la gente que eso de ser dueño de tus decisiones es algo un poco más complejo: tiene ver con tu cerebro.

Para Yuste, el dónde que debe responder cualquier historia periodística siempre está claro: en tu cocorota, dentro del cerebro. Pero si hubiera que concretar el lugar que nos hace más sapiens sería la corteza prefrontal. Señálese usted la frente con el dedo: sí, ahí tiene usted al jefe. «Esa zona es como el estricto director de escena del teatro de la mente. Nosotros quizá seamos los homínidos que tenemos el director más duro», explica continuando con el símil y encuadrando su propia frente -ancha y plana, a diferencia de los Neandertales- para reforzar el concepto. «Los neurobiólogos empezamos a entender que la corteza prefrontal tiene un papel como de censor: está constantemente mandando señales inhibitorias al resto de partes del cerebro. En plan: 'No hagas esto... mal'. El autocontrol en adultos parece que tiene que ver con ella».

¿Y los jóvenes? Ellos no tienen lo que usted sí: «La diferencia entre su cerebro y el nuestro es que los adultos tenemos ya la corteza prefrontal hecha y derecha, manejando el cotarro». Piénselo antes de decirle a un niño... que se porta como un niño.

Conocer los entresijos de la mente puede enseñarnos mucho de nosotros mismos. Pero para Yuste, también es la llave que abrirá nuevas puertas del progreso. Él es optimista: «Pienso sinceramente que vamos hacia un futuro mejor, por eso hablo de un nuevo Renacimiento».

En la conversación es inevitable abrir la puertecita de la IA, giratoria muchas veces en la historia entre la neurociencia y los tecnólogos. Como explica Yuste, «los algoritmos de la IA utilizados en la actualidad se basan en redes neuronales profundas, que proceden de ideas de los años sesenta sobre cómo funcionaba el cerebro». ¿Pero será capaz la tecnología de replicar la mente humana? Ahí, Yuste se maneja con prudencia. «Yo sería cauto y, como buen científico, empezaría confesando nuestra ignorancia», arranca. «La gente, como si no tuviera nada mejor que hacer, utiliza términos como inteligencia, que no sabemos muy bien qué es, y se lo endosa a un tipo de tecnología. Por ponerle esta etiqueta todo el mundo piensa que la IA tiene que ver con la inteligencia humana. Pues... igual sí o igual no: la metáfora no demuestra nada».

El madrileño marca una prudente distancia con lo que la programación puede lograr. A él le parece más prometedora la biología sintética: «Si quieres replicar o simular el cerebro, lo mejor que puedes hacer es fabricarte uno como lo hace la naturaleza, con axones, dendritas, lípidos, proteínas, y no dedicarte a producir algo de silicio metido en un servidor. Eso puede que sea un instrumento muy útil o potente para la humanidad, pero no es un cerebro».

-En el libro tocas el tema de las interfaces cerebro-máquina. Donde la propia IA podría actuar como un potenciador de nuestras capacidades...

-Veo como un paso inevitable convertirnos en una especie híbrida, donde parte de nuestro procesamiento mental y cognitivo sea generado en el cerebro, como siempre, pero con otra parte generada fuera. No es una idea nueva, tú tienes en el bolsillo un móvil con un montón de cosas y eso ya es una manera de aumentar cognitivamente lo humano. Pues bien, con las interfaces cerebro-computadora en vez de tener estas capacidades en el bolsillo, las tendremos en la cabeza de una manera mucho más potente.

Todo eso, como dice Yuste, da para otro libro: el que piensa escribir en ese futuro que su cerebro le ayuda a predecir. Y probablemente también alcance como tema de una buena obra de teatro. Pónganse los Shakespeare, Ibsen o Chejov de nuestro tiempo a pensar. Pero por aquí... se cierra el telón.