ISRAEL ZABALLA | elmundo.es | 20/09/2024
Se abre el telón y aparece el trozo de paisaje que se cuela
por su ventana cada mañana... Se abre el telón y aparece un iracundo conductor
que le increpa desde el coche de al lado... Se abre el telón y aparece el
monitor del gimnasio dando brincos... ¿En qué teatro estamos? En el de su
cerebro. Y no, no es un chiste: es neurociencia y de la buena.
¿Sorprendido? Pues así es: en su cabeza y en la de cualquier
hijo de vecino, de cráneo para adentro, una gigantesca troupe de células grises
hace teatro del bueno. Tan bueno que logra hacernos pensar que el mundo real
existe, cuando lo cierto es que solo se trata de un sofisticado espejismo
generado por nuestro propio cerebro. Nos tragamos la función como si fuera la
pastilla azul de Matrix y nos creemos dentro del trampantojo.
Es como si estuviéramos todo el rato metidos en un simulador, pero sin darnos
cuenta.
Esta sofisticada tramoya neurológica nos la explica, como
abriendo una cuarta pared al cerebro desde el patio de butacas de su
laboratorio, uno de nuestros mejores científicos: Rafael Yuste (Madrid, 1963). Encerrado en su cabaña del norte de
Nueva York, el médico y neurobiólogo español ha escrito El cerebro, el teatro del
mundo (Paidós)
para divulgar sus fascinantes descubrimientos como director del Centro de
Neurotecnología de la Universidad de Columbia, institución de la que también es
catedrático.
Desde un amplio despacho ubicado en el campus, Yuste explica
por Zoom cómo, tras pasar media vida en EEUU, quiere empezar a retornar capital
científico a su país de nacimiento: «Es un giro en mi vida. Ya he hecho lo que
tenía que hacer aquí y ahora tengo que devolver 'la pelota' a España. Con el
libro quiero contar a los españoles lo que está ocurriendo ahora en
neurociencia».
En su país de acogida, Yuste
ha llegado a lo más alto: ideó el proyecto BRAIN de la administración de Obama
para desentrañar el nudo gordiano del cerebro. Algo que tiene en mente repetir
aquí con Spain Neurotech. «Va a ser como el BRAIN de España, si todo va bien
echará a andar el año que viene», dice, ilusionado.
Pero regresemos al teatrillo
del cerebro. «Hay que ser cautos porque estamos hablando de algo muy gordo»,
reconoce en su libro el investigador . ¿Cuál es su teoría? Escuchen: «El
cerebro es una máquina de predicción del futuro diseñada por la evolución
porque es la manera más inteligente de sobrevivir: alguien inteligente es quien
ve venir las cosas antes que tú».
Para poder prever y actuar, el cerebro,
metido en un búnker de hueso, se tiene que generar a sí mismo una especie de
realidad virtual. «Es como si tuviéramos un teatro dentro de la cabeza con
todas las partes del mundo y eso es lo que utilizamos para predecir»,
explica.
Detrás de esa comparación hay otro
homenaje a España. A su teoría del cerebro la ha llamado El teatro del mundo, y
no por casualidad: «Es el nombre de una obra de Calderón de la Barca. Pero
donde clavó la idea es en La vida es sueño. Siendo español tenía
que hacerle un guiño y reconocerle que él ya entrevió muchas ideas de las que
maneja ahora la neurociencia», explica.
Nuestro célebre dramaturgo se adelantó
cuatro siglos a lo que ahora sugieren los experimentos científicos más
avanzados. Al parecer, el cerebro se autoconfigura en modo simulador
porque necesita prever las consecuencias que tiene para nosotros movernos.
Igual que un submarino mapea su entorno para representarse por donde navega,
los animales con sistema nervioso recrean los elementos de su entorno para
sobrevivir al próximo cambio de posición. «En el momento en que te mueves,
tienes que empezar a pensar en tu futuro. De hecho, no solo cambias en el
espacio, también cambias en el tiempo: te metes en el porvenir, en una
situación nueva con la que tienes que lidiar», explica sobre el problema que
nos plantea salir a pasear sin rompernos la crisma o... a ligar.
«Son los dos imperativos de la vida,
sobrevivir y reproducirse», dice. «Y ahí la evolución no podría haber sido más
inteligente. Nos dotó, no solo a nosotros sino a otros animales, de una máquina
de predicción. Los animales que dispusieron de ella despegaron, se reprodujeron
y dominaron el mundo. Con la evolución, los cerebros se hicieron más grandes y
sofisticados. Y, como resultado, la predicción que hacemos los mamíferos, sobre
todo los humanos, es muchísimo mejor que la que hacen los bichos pequeñajos:
por eso dominamos».
-Entiendo que dentro de ese modelo
predictivo también tenemos que representarnos simbólicamente a nosotros mismos.
Y que eso explica la conciencia...
-Al hilo de eso, yo te diría que soy algo
más radical que muchos de mis compañeros. Algunos científicos interpretamos que
incluso animales más simples tienen un concepto del yo, exactamente por lo que
has dicho: si tienes que predecir el futuro, en ese teatro del mundo también
tienes que estar tú. A mí me parece de cajón.
"Los actores en nuestro teatro mental son los
conjuntos neuronales, esa es la idea"
Cómo una sopa de neuronas y espaguetis
de conexiones -las metáforas también son de Yuste- generan el teatro de la
mente humana es el fascinante viaje al que Yuste nos invita en su ensayo. Como
si estuviéramos en la diminuta nave de El chip prodigioso, el científico nos
transporta al interior del sistema nervioso para mostrarnos cómo funcionan ahí
dentro las cosas.
¿Y quiénes son las protagonistas de
nuestro particular Broadway cerebral? Yuste dice que las neuronas, pero no
cuando bailan solas, sino cuando forman coreografías electroquímicas más
complejas: «El quid de la cuestión está en los circuitos neuronales formados
por grupos de neuronas. La naturaleza los ha utilizado para simbolizar el
mundo. Imagínate a los actores que representan la obra en un escenario teatral. Pues
los actores en nuestro teatro mental son los conjuntos neuronales, esa es la
idea».
«Estamos dejando atrás la doctrina neuronal
que hemos utilizado en los últimos cien años para pasar a la teoría de las
redes neuronales», escribe en el libro sobre este cambio de paradigma. Y no son
solo teorías: Yuste ya ha logrado demostrar mucho de lo que dice en su
laboratorio.
-En un experimento con ratones
estimularon neuronas individuales con un láser que, para su sorpresa, formaron
un conjunto neuronal, un atractor de Hopfield. Y de repente el ratón creía ver
una imagen que en realidad no veía. No sé si lo he contado bien...
-Es exactamente así. Es como si
hubiéramos creado sin querer un actor en el teatro de la mente capaz de
simbolizar una imagen concreta. Para mí fue un momento Oppenheimer.
Como cuando en la película se da cuenta de lo que ha hecho: '¿La que hemos
montado, no?'. Lo que habíamos logrado implicaba la posibilidad de manipular de
una manera selectiva la actividad cerebral de un animal, de un mamífero que
tiene un cerebro igual que el nuestro, para que haga lo que queremos. Lo que
hoy puedes hacer con un ratón, lo puedes hacer mañana con un humano. Era como
para no dormir. Por eso en mi próximo libro abordaré cuestiones de ética.
Otra fascinante idea tiene que ver con
cómo se monta todo nuestro tinglado interno. «El desarrollo del cerebro es
una historia de construcción y destrucción», explica refiriéndose a la
matanza de neuronas que sufrimos durante nuestras primeras etapas de vida. En
masa neuronal vamos de más a menos. Empezamos con más cemento del que
necesitamos.
«Es completamente contraintuitivo, lo contrario
de lo que harías tú. Los humanos construimos una casa poco a poco, pones las
habitaciones que necesitas y ya está. Pero la naturaleza lo hace al revés.
Primero hace una casa gigantesca y luego tira abajo lo que sobra. Es la manera
en plan derroche de fabricar el cerebro. ¿Por qué lo hace así? Estamos todavía
dándole vueltas, pero tiene que haber una razón potentísima», reflexiona.
Y lo mismo sucede con las conexiones
entre neuronas. Llega un momento en que la naturaleza saca la tijera y empieza
a cortar todo lo innecesario: «La poda de las conexiones y de sus sinapsis es
enorme. En los humanos, se calcula que más de la mitad de las
conexiones de la corteza del cerebro se pierden durante las infancia. ¡Vaya
corte de pelo!». Por si acaso, no se olvide usted de practicar a diario con los
crucigramas o sudokus de este periódico.
En la teoría del teatro de la mente de
Yuste todo parece encajar. «Es como armar un rompecabezas. Tienes un montón de
piezas en la mesa y tienes que armar el puzle», dice cuando habla del papel que
interpretan actores como la memoria, los sentidos o las emociones en nuestra
teatrera máquina predictiva.
Por resumir: la memoria nos permite
predecir lo que va a suceder extrapolando experiencias del pasado; los sentidos
nos permiten ajustar el modelo interno comparándolo con lo de fuera, como
cuando el GPS recalcula una ruta; y las emociones nos ayudan a no despistarnos,
te dicen que corras para que no te coma un león en lugar de detenerte a
rascarte la barriga. Cuestión de prioridades.
"El desarrollo del cerebro es una historia de
construcción y destrucción"
Ese pies para que os quiero es el motivo
por el que la evolución nos ha diseñado así: predicción y acción. Pero lo
curioso es que incluso salir por patas puede que sea un acto menos meditado de
lo que pensamos. Al parecer hay unas células de nuestra área premotora que
llevan la delantera: ellas saben si echaremos a correr incluso antes que
nosotros mismos. «La gente que lo descubrió no se lo creía», comenta. «¿Cómo es
posible que una parte del cerebro sepa lo que voy a escoger si todavía no lo he
escogido? Ahí te das cuenta de que nos autoengañamos: la decisión de elegir una
cosa tiene por debajo un montón de procesos que no controlamos».
-Hábleme entonces del libre albedrío...
-Sí, existe. Lo que pasa es que no
deberíamos ponerle esa etiqueta a una especie de magia negra que sale del humo.
Lo del libre albedrío es una de esas expresiones del lenguaje corriente que, a
nivel científico, yo digo: «No me sirve». Pero yo lo definiría como la
actividad coordinada de la corteza premotora y otras partes de la corteza en la
toma de decisiones. Yo preservaría la idea de que el libre albedrío sigue
existiendo, pero diciendo a la gente que eso de ser dueño de tus decisiones es
algo un poco más complejo: tiene ver con tu cerebro.
Para Yuste, el dónde que debe responder
cualquier historia periodística siempre está claro: en tu cocorota, dentro del
cerebro. Pero si hubiera que concretar el lugar que nos hace más sapiens sería
la corteza prefrontal. Señálese usted la frente con el dedo: sí, ahí tiene
usted al jefe. «Esa zona es como el estricto director de escena del teatro de
la mente. Nosotros quizá seamos los homínidos que tenemos el director más
duro», explica continuando con el símil y encuadrando su propia frente -ancha y
plana, a diferencia de los Neandertales- para reforzar el concepto. «Los
neurobiólogos empezamos a entender que la corteza prefrontal tiene un papel
como de censor: está constantemente mandando señales inhibitorias al
resto de partes del cerebro. En plan: 'No hagas esto... mal'. El autocontrol en
adultos parece que tiene que ver con ella».
¿Y los jóvenes? Ellos no tienen lo que
usted sí: «La diferencia entre su cerebro y el nuestro es que los adultos
tenemos ya la corteza prefrontal hecha y derecha, manejando el cotarro».
Piénselo antes de decirle a un niño... que se porta como un niño.
Conocer los entresijos de la mente puede
enseñarnos mucho de nosotros mismos. Pero para Yuste, también es la llave que
abrirá nuevas puertas del progreso. Él es optimista: «Pienso sinceramente que
vamos hacia un futuro mejor, por eso hablo de un nuevo Renacimiento».
En la conversación es inevitable abrir
la puertecita de la IA, giratoria muchas veces en la historia entre la
neurociencia y los tecnólogos. Como explica Yuste, «los algoritmos de la IA
utilizados en la actualidad se basan en redes neuronales profundas, que
proceden de ideas de los años sesenta sobre cómo funcionaba el cerebro». ¿Pero
será capaz la tecnología de replicar la mente humana? Ahí, Yuste se maneja con
prudencia. «Yo sería cauto y, como buen científico, empezaría confesando
nuestra ignorancia», arranca. «La gente, como si no tuviera nada mejor que
hacer, utiliza términos como inteligencia, que no sabemos muy bien qué es, y se
lo endosa a un tipo de tecnología. Por ponerle esta etiqueta todo el mundo
piensa que la IA tiene que ver con la inteligencia humana. Pues... igual sí o
igual no: la metáfora no demuestra nada».
El madrileño marca una prudente
distancia con lo que la programación puede lograr. A él le parece más
prometedora la biología sintética: «Si quieres replicar o simular el cerebro,
lo mejor que puedes hacer es fabricarte uno como lo hace la naturaleza, con
axones, dendritas, lípidos, proteínas, y no dedicarte a producir algo de
silicio metido en un servidor. Eso puede que sea un instrumento muy útil o
potente para la humanidad, pero no es un cerebro».
-En el libro tocas el tema de las
interfaces cerebro-máquina. Donde la propia IA podría actuar como un
potenciador de nuestras capacidades...
-Veo como un paso inevitable
convertirnos en una especie híbrida, donde parte de nuestro procesamiento
mental y cognitivo sea generado en el cerebro, como siempre, pero con otra
parte generada fuera. No es una idea nueva, tú tienes en el bolsillo un móvil
con un montón de cosas y eso ya es una manera de aumentar cognitivamente lo
humano. Pues bien, con las interfaces cerebro-computadora en vez de tener estas
capacidades en el bolsillo, las tendremos en la cabeza de una manera mucho más potente.
Todo eso, como dice Yuste, da para otro libro: el que piensa escribir en ese futuro que su cerebro le ayuda a predecir. Y probablemente también alcance como tema de una buena obra de teatro. Pónganse los Shakespeare, Ibsen o Chejov de nuestro tiempo a pensar. Pero por aquí... se cierra el telón.