viernes, 30 de mayo de 2025

Isabel Rojas Estapé: "Somos una generación de personas intolerantes al dolor y adictas al placer"

 JOSÉ ANTONIO MÉNDEZ      |     eldebate.com      |      05/04/2025      

 

La psicóloga y periodista, hermana de Marian Rojas, enseña en su último cuento cómo gestionar la rabia y el dolor para evitar que los niños somaticen

Conoce de primera mano situaciones dolorosas, incluso intentos de suicidio o enfermedades crónicas, porque pasan por su consulta del Instituto Español de Investigaciones Psiquiátricas con nombres, apellidos e historias concretas. Por eso, cuando la psicóloga y periodista Isabel Rojas, hermana e hija de los psiquiatras Marian Rojas Estapé y Enrique Rojas, habla de cómo gestionar las emociones, no lo hace de oídas ni desde teorías manidas, sino con elementos de probada solvencia que ayudan a las familias a vivir mejor.

 Prueba de ello son la saga de cuentos de Neurita, la neurona exploradora, que está publicando en Planeta, y cuyo tercer volumen, Hay fuego en mí, acaba de ver la luz. En este caso, para mostrar cómo gestionar la ira, las rabietas y los enfados, que tanto descolocan a los padres como a los hijos.

 – ¿Por qué es importante que los niños conozcan y validen emociones en apariencia negativas, como la tristeza o la ira?

–Porque si las conocen, pueden aprender a gestionarlas. Si una persona no conoce sus emociones, es imposible que pueda superarse, educarse o gestionarse. Pero si el niño detecta una emoción, puede decir: «Yo sé que ahora estoy triste y me duele el corazón, y cuando estoy triste puedo hacer tal cosa para evitarlo». Nosotros decimos mucho que comprender es aliviar, pero para comprender, tengo que entender qué me pasa, y para entender qué me pasa, tengo que reconocer qué estoy sintiendo. Conocer mis emociones me ayuda a gestionarme y a vivir mejor.

 – Por lo que ve en consulta, ¿sabemos los padres reaccionar (bien) ante una rabieta o un momento de tristeza?

– Muchas veces, no. Por eso, de corazón, creo que este libro es el que más puede ayudar a los padres. Ten en cuenta que, al niño, por la evolución de su cerebro, hasta los 8 o 9 años, le cuesta muchísimo posponer las recompensas. Antes de esa edad, el niño no busca recompensas, sino que necesita cubrir necesidades: tengo sed y bebo, me hago pis y tengo que ir al baño, tengo sueño y me duermo… Pero, a partir de los 7, 8 o 9 años, va a aprendiendo a controlar sus necesidades: empieza por el control de esfínteres y termina controlando el resto de apetencias. Y aquí es donde entra la familia.

Vivimos en un mundo en el que nos cuesta cada vez más que las cosas no salgan como uno quiere

– ¿Por qué?

– Porque vivimos en un mundo en el que nos cuesta cada vez más que las cosas no salgan como uno quiere. Hoy, a los niños les cuesta cada vez más gestionar la frustración, y es muy importante que las nuevas generaciones no vivan tan de la recompensa instantánea como nosotros.

– Pero si los niños tienen tan poca tolerancia a la frustración, ¿no será responsabilidad de los padres?

– Es una responsabilidad compartida socialmente. Vivimos en una bulimia de actividad constante, en la que ni siquiera somos conscientes de las necesidades que tenemos, porque ya las tenemos cubiertas. El otro día me decía una mamá: «¿Oye Isabel, ¿Qué me puedo pedir por mi cumpleaños? Porque no sé qué pedirme». Y me impactó mucho, porque demostraba que es una persona que no tiene necesidades que cubrir, que no necesita nada importante. Y eso lo estamos trasladando a los hijos.

– ¿Cómo pueden, entonces, salirse los padres de esa corriente, para salvar también a sus hijos?

– Tenemos que acostumbrarnos a tener más el «no» en la boca… pero empezando por nosotros mismos: no me compro esto, y no porque no tenga dinero, sino porque en realidad no lo necesito. Necesitamos apreciar el valor liberador de las pequeñas renuncias, como posponer cosas en el día a día, o aprender a tolerar un poco de dolor. Nos hemos convertido en una sociedad de personas que somos intolerantes al dolor, porque somos adictos al placer. Y estamos criando así a nuestros hijos.

Necesitamos aprender el valor liberador de las pequeñas renuncias

– Pero usted es psicóloga, y ayuda a aliviar el dolor de muchísimas personas…

– ¡Por supuesto! Pero es que no me refiero a soportar enfermedades o a vivir mal, sino que, igual que cuando me duele la cabeza me tomo rápidamente un ibuprofeno en lugar de hidratarme bien o cambiar de postura, también me resulta insoportable que la profesora me ponga mala cara o mi pareja no me escuche como quiero. Luego vemos en niños que, como no soporto la frustración, me enfado mucho si mi madre no me deja tomarme una galleta, o percibo como un dolor que mi amiga no me haya hablado como yo quería.

– Esa «intolerancia al dolor», ¿qué efectos nos produce, si tenemos en cuenta que el dolor es parte de la vida?

– Esa intolerancia al dolor, en la que estamos cada vez más, nos está deformando. Nos está convirtiendo en personas emocionalmente volubles, nos cuesta relacionarnos, nos cuesta crecer en madurez, nos cuesta conectar con los demás.

– ¿Y cómo puede un cuento ayudar a solucionar un problema semejante?

– Cada uno en su pequeña parcela puede hacer mucho más de lo que cree. A corto plazo, lo que a mí me gustaría es que los niños aprendan a gestionarse, y que los padres les ayuden a hacerlo, compartiendo tiempo juntos. Y que les ayuden a uno y a otro a saber que el «porque sí» o el «porque no», no sirven. Lo que sirve de verdad es conocerse, porque eso me permite salir de ese momento malo. A largo plazo, espero que los niños que ahora leen este cuento, dentro de unos años, puedan decir: «Sé que esto me está frustrando, sé que me estoy enfadando por esto o por lo otro, y para salir de esta situación tengo herramientas».