sábado, 5 de abril de 2025

Sentirse obligado a cuidar de los nietos: "Hay que aprender a poner límites y a decir que no"

 Rosanna Carceller      |      lavanguardia.com      |      02/09/2024

En España, el 35% de los mayores de 65 años cuida a sus nietos y nietas varios días por semana. Cuando este rol se ejerce por obligación y con el peso de mucha responsabilidad, puede conllevar problemas físicos y emocionales

Falta todavía una semana laborable de verano para que comience el curso escolar. Se han agotado opciones de casales, vacaciones familiares y campamentos, y es el momento, para muchas familias, de recurrir a los abuelos —como muchas seguramente ya han hecho durante el resto de período estival—. En España, el 35% de los mayores de 65 años cuida a sus nietos y nietas, al menos, varios días por semana. Es un porcentaje doce puntos más alto que la media de la Unión Europea (de 14,9 %, según datos de la encuesta Eurostat de 2018) y muy por encima de las ratios de otros países del entorno, como Francia (13 %) o Alemania (15 %). Son datos del estudio Abuelos y crianza. El papel protagonista de las personas mayores en el cuidado a la infancia, elaborado el 2023 por Aldeas Infantiles. 

En ocasiones los padres y madres no tienen otra opción: la precariedad laboral sacude a las familias. 7 de cada 10 madres recurren a los mayores de la casa para conseguir conciliar, según la encuesta Sin madres no hay futurorealizada por el Club de Malasmadres y la asociación por la conciliación Yo no Renuncio, que contó con la participación de 17.856 mujeres. “Las abuelas y los abuelos se sitúan a la cabeza de la red de apoyo con la que cuentan las mujeres en España para atender los cuidados de sus hijos”, explicaba Laura Baena, fundadora del Club, durante la presentación del trabajo en Madrid.

Si bien la literatura científica muestra que, en términos generales, el cuidado de nietos se asocia a consecuencias positivas para las personas de edad avanzada, “un porcentaje nada despreciable de población no lo vive así. Es el caso de los cuidadores que ejercen cuando no hay otro remedio, los llamados cuidadores primarios, custodios o subrogados, los que no tienen más remedio que asumir el cuidado de nietos porque los padres han fallecido, están ausentes, o bien no pueden ejercer bien la paternidad por motivos laborales, debido a la ausencia de políticas de conciliación”. Lo explica Andrés Losada, catedrático de Psicología de la Universidad Rey Juan Carlos yvicepresidente de la Sociedad Española de Geriatría y Gerontología (SEGG), que lleva más de 20 años investigando sobre los cuidados en el ámbito familiar.

La obligación de hacer lo que se espera de un abuelo

El problema surge cuando el cuidado de los nietos se percibe como obligación, deber, responsabilidad y carga. “Hay personas mayores a quienes les encantan cuidar a sus nietos. No podemos caer en el discurso simplista de “cuidar a los nietos es una carga y es cansado”, cada persona es un mundo. Algunos estudios que demuestran que tener nietos es un factor de buen pronóstico en algunas evoluciones de enfermedades, como tener una red familiar, tareas, rutinas… Pero es una cuestión de grado. Una cosa es tener nietos, cuidarlos y relacionarte con ellos, con todo lo que aporta la relación intergeneracional, y otra cosa es cuando esto se convierte en una obligación, “lo hago porque debo”, “me siento culpable” o “mis hijos lo necesitan”. Ese es otro escenario”, explica Montse Lacalle, doctora en Psicología, experta en personas mayores y profesora colaboradora de los Estudios de Psicología y Ciencias de la Educación de la UOC.

Según Lacalle, aunque los abuelos hombres también cuidan a sus nietos, muchas más mujeres que hombres se encuentran en la situación que describimos. “El rol del cuidado siempre ha ido asociado en España a la figura femenina. La mayor sobrecarga se la llevan las mujeres, que por su generación, han sido educadas en la obligación de cuidar a la familia. Muchas de ellas ya han sido amas de casa, y esto marca, tienen integrado el rol cuidador y lo explican desde la devoción, pero en muchas ocasiones también desde la obligación”.

Abuelas como Teresa (nuestro testimonio no quiere dar su nombre real), que tiene 70 años y dos nietos de 8 y 12. Hace cinco años se trasladaron de Madrid a Barcelona y esto supuso para ella “una gran ilusión”. Al cabo de un año la hija de Teresa se separó y necesitó ayuda familiar. “Entre la ayuda y la dependencia hay un hilo fino que se puede ir recorriendo sin que no te des cuenta. Nos encontramos, mi marido y yo, con unas obligaciones que ni esperábamos ni queríamos.”, nos explica.

Durante un tiempo, el peso del cuidado de los dos pequeños recaía en Teresa, que los iba a buscar a la puerta del colegio tres o cuatro días a la semana, a las cuatro y media de la tarde, les daba la merienda, los llevaba a las actividades extraescolares, y a continuación a casa. “Todo eso era un trasiego, suponía tener ocupadas todas las tardes. Además, un día a la semana los dos niños se quedaban a dormir en mi casa porque ella trabaja en el audiovisual, y tenía grabación fuera de Barcelona, acababa muy tarde. Dormían y al día siguiente los teníamos que llevar al colegio”, recuerda. La situación empezó a hacer mella en su estado de ánimo. “Veía que no podía más y sentí presión emocional y angustia, me hizo sentir mal, incluso sensación de depresión. Por eso me planteé plantarme, decir que no podía seguir así”, argumenta Teresa.

Las fuentes de presión que sienten los mayores en esta situación, forzados a ocuparse de sus nietos, son de tres tipos, según Losada. “La primera es la cultura: vivimos en una sociedad muy familista y colectivista, en la que se sobreentiende que la familia es la fuente principal y a veces casi única que debe responder a estas situaciones. La segunda fuente de presión es externa, son los pensamientos que hemos desarrollado, los valores y la forma de pensar, que nos llevan a considerar que la solución pasa por nosotros. El tercer factor son las condiciones socioeconómicas de las familias, que imposibilitan otras alternativas. Muchas personas, si pudiesen, buscarían recursos diferentes de los abuelos, pero los salarios y la conciliación en nuestro país son de vergüenza”, apunta el catedrático de Psicología especialista en cuidados en el ámbito familiar, Andrés Losada.

Muchas personas, apunta Lacalle, que trata a muchos mayores en su consulta, ni siquiera son conscientes de que tienen creencias que les condicionan y limitan su vida. “Muchas personas no deciden objetivamente cuidar a sus nietos, sino que deciden sus creencias, pensamientos irracionales sobre lo que deben hacer, hacen las cosas porque tocan, porque, si no sería una mala abuela o una mala madre”, explica la especialista.

Las repercusiones físicas y emocionales

Ejercer de abuelo como obligación tiene repercusiones físicas y también en la salud mental de los mayores. “Ahora se llega a una edad más avanzada, pero eso se asocia a más fragilidad. Además, por factores socioeconómicos, cada vez se retrasan más la maternidad y la paternidad, y por lo tanto quienes empiezan a ejercer de abuelos lo hacen con más fragilidad y con una salud mental o física no del todo adecuada”, cuenta Losada. Hace años que el cardiólogo Antonio Guijarro acuñó la denominación del ‘síndrome de la abuela esclava’ (una “pandemia del siglo XXI” según él), no tipificado médicamente pero perfectamente conocido por los psicólogos. Se trata de un conjunto de síntomas, físicos y emocionales, relacionados con la obligación del cuidado de los nietos.

Hipertensión, insomnio o cansancio exagerado están entre los síntomas físicos de ese síndrome, y “están relacionados con ansiedad o depresión, aunque la persona no tenga estas patologías”, dice Lacalle. La ansiedad aparece porque las personas a cargo de menores “tienen muchas demandas a las que hacer frente, a una edad avanzada, cuando el cuerpo se resiente de la sobreactividad”, añade. A ello Losada añade “cuestiones psicosomáticas como dolores de cabeza, de estómago, problemas de piel…”. A nivel psicológico “sobreviene el estrés por tener que estar pendiente de todo, y también porque cuando uno fuerza el motor más de lo que debería, aparece el cansancio y la insatisfacción”, apunta Lacalle. La doctora en Psicología explica que trata a parejas seniors porque no están de acuerdo en esta cuestión, “la abuela quiere tener a los nietos cada día, y tiene disputas con su marido porque quizá él no quiere tener niños en casa todo el día”.

Algunos síntomas físicos y psicológicos, de la abuela esclava :

- Hipertensión
- Insomnio 
- Cansancio
- Dolor de cabeza
- Dolor de estómago 
- Problemas de piel  
- Ansiedad y estrés

 

Uno de los problemas a la hora de abordar la cuestión cuando aparecen los primeros síntomas, es que estos no se valoran en su contexto —el de ejercer de abuelos-. “Si se consultan al médico de familia, quedan perdidos si no se hace una exploración completa. Además, los síntomas emocionales a menudo no se comparten porque si cuidas desde la culpa y el malestar, no te das permiso para explicar el cansancio”, cuenta Lacalle. “Tampoco hay que perder de vista que personas de 60, 65 o 70 años vienen de una época y manera de vivir en la que no se expresaban los sentimientos y las emociones”.

En este mismo sentido se expresa Losada. “Hay una fenomenología psicológica que es percibida de forma muy desagradable por parte de las personas afectadas, porque uno les puede tener mucho aprecio a sus nietos, y les puede querer mucho, y a su vez puede tener mucha presión. Puede surgir la duda de “¿cómo puede ser que me agote o rechace el cuidado de mis nietos?”. Este tipo de pensamientos empeoran la situación y hace que puedan tener elevados niveles de sintomatología depresiva, que puede ser clínicamente relevante”, explica el vicepresidente de la SEGG.

Las soluciones para abordar el malestar

Teresa llegó a un límite y pensó cómo plantear la cuestión. “Tuvimos que forzar a mi hija a encontrar una solución, y lo acabó entendiendo. Ayudó a ello la enfermedad de mi marido, tienen alzheimer leve. Le planteé claramente que no sabía cuanto tiempo me queda de disfrutar con él, que lo quiero vivir, que quiero disfrutar con él. Me dio la razón”, nos cuenta. Hablarlo sirvió para que el reparto del tiempo en familia y las reglas del juego cambiasen, organizando las noches de los pequeños con el padre, y contratando a una canguro. “Mi hija no tenía mucho dinero, pero le dijimos que preferíamos ayudarla con dinero que con obligaciones. Pactamos que un día a la semana estaríamos con los niños y los disfrutaríamos. Ahora ya no es una obligación, me divierte”.

Teresa cree que aprender a decir no y a poner líneas rojas fue determinante. “Lo fácil es recurrir a los padres y si no ponemos límites, eso no se acaba nunca. Cada vez te piden más cosas, inconscientemente. Lo entiendo porque me pongo en su piel y quizá lo haría, no se dan cuenta del esfuerzo que supone para una persona mayor salir de casa a las 4 de la tarde con la comida en la boca para ir al colegio a buscar a los pequeños, y tener que estar toda la tarde pendiente de ellos”. Cree que, sin huir de su responsabilidad como abuelos, “esta debe ser mínima de responsabilidad y máxima de disfrute”.

Para dar el paso que dio Teresa, según Montse Lacalle, lo primero es ser consciente de la situación en la que te encuentras y preguntarte “¿estoy satisfecho?”, “¿me gusta hacer esto?”. “Hay que hacer un trabajo personal para saber qué te va bien y qué no, aprender a poner límites y a decir no, ponerte a ti por delante”. En segundo lugar, recomienda la psicóloga, “hay que intentar no sentirte mal con lo que sientes para hacer el tercer paso, que es comunicarlo a los otros. Es un tema de asertividad, como pasa muchas veces con otros temas a otras edades. No debes esperar que sea tu hijo quien te diga que este fin de semana no me traerá a los niños para que tú descanses, que ellos te den el permiso para descansar. Sería bueno poder decir, si es el caso “no me apetece estar con los niños este fin de semana””, recomienda la psicóloga.

Según Losada, lo ideal sería encontrar espacios para cuidarse uno mismo, mantener actividad física y el descanso, aprender a organizar y optimizar el tiempo, tratar de hacer reuniones con los hijos para hablar del tema y buscar soluciones conjuntas, “que los hijos sean conscientes de esta situación. Nos encontramos un momento en el que los hijos consideran muy prioritario el tiempo para su ocio y descanso, y cuando no están trabajando quieren estar libres. Tienen que entender que eso debe ser más prioritario para los abuelos”, afirma. Para el psicólogo especialista en cuidados, otra herramienta importante es “buscar un tiempo también para que los abuelos estén con sus nietos con sus hijos presentes, un tiempo familiar, para que los abuelos disfruten en un contexto más descansado. No se trata de repartirse a los nietos, sino de buscar tiempos de calidad con toda la familia. Es decir, la presencia de los abuelos no se debe producir exclusivamente para atender las necesidades de los nietos”.

Ahora, aunque la canguro no tiene disponibilidad para la semana de septiembre antes de empezar el curso, Teresa está encantada de pasar tres días completos con sus nietos, “es puntual y serán como unas minivacaciones, iremos a la playa y me hace ilusión preparar el inicio del curso, y comprar libretas y algún material”. Y hace una reflexión que es una buena conclusión de su punto de vista. “El tiempo de vida que nos queda de vida, lo queremos vivir bien, con tranquilidad y sin agobios de horarios impuestos por los niños”.

No todos los niños pueden ser Lamine Yamal: cuando el deporte infantil afecta a la salud mental

ROXANA IBAÑEZ MACHADO      |      lavanguardia.com    |     22/03/2025

Una campaña en redes sociales apunta a los ‘padres hooligans’ que depositan expectativas demasiado altas o generan una enorme presión sobre los hijos para que su deporte favorito sea algo más que un diversión

 Insultos desde las gradas o desde la banda a los árbitros y a los jugadores del equipo rival. Es una escena habitual en los deportes profesionales. También cuando compiten niños o niñas a nivel formativo. Se ven padres que vociferan a sus hijos para que hagan entradas fuertes, no se rindan o corran sin desmayo. El apoyo de los progenitores es fundamental, pero cuando sobrepasa los límites y se convierte en presión para ganar o en obsesión por tener un Messi o un Lamine Yamal en casa, puede ser contraproducente. 

El último vídeo de la campaña No seas Hooligan de la Fundación Brafa resumía el problema con eslóganes muy potentes: ¡El deporte es un juego y se lo estamos robando a los niños!; Los ‘padres hooligan’ frenan el desarrollo deportivo de los niños y hunden su autoestima.

Y es que en el deporte infantil la salud mental también entra en juego. Aunque la competitividad y la exigencia pueden aportar valores positivos, el estrés y la ansiedad asoman cuando las expectativas son demasiado altas. Lo importante es poder darse cuenta a tiempo para evitar males mayores, avisan los expertos.

Todos conocemos algún caso de algún niño o niña al que se le daba muy bien un deporte y lo abandona de repente. Aunque las causas suelen ser diversas, muchos de ellos lo dejan por estar “quemados con sus padres”. Así lo expone un estudio de la Universidad Pablo Olavide de Sevilla y la Universidad de Huelva, que encontró también que en España el 48% de las niñas lo dejan al llegar a la adolescencia, en comparación con el 33% de los niños. Otro informe de 2024 de la Academia Estadounidense de Pediatría revela que el 70% de los niños renuncian al deporte a los 13 años, a menudo alegando que simplemente han dejado de divertirse.

El papel de los padres

La práctica del deporte puede ser un elemento poderoso para el desarrollo físico, fisiológico, psicológico y social de niños y niñas, siempre y cuando esta práctica tenga una correcta orientación pedagógica, y es una responsabilidad tanto de entrenadores, clubes deportivos y especialmente de las familias, alega Carles Ventura, profesor de Psicología de la Actividad Física y el Deporte en el Institut Nacional d’Educació Física de Catalunya (INEFC).

En la misma línea, la psicóloga Noelia Iglesias hace hincapié en lo esencial que es el apoyo familiar. Eso sí, “los padres deben comprender su papel y evitar asumir roles que no le corresponden, porque cuando esto ocurre, el deporte puede perder su valor educativo y convertirse en una fuente de presión”, avisa. Además, “es fundamental que se enfoquen en apoyar y motivar a sus hijos respetando sus intereses, necesidades y ritmos de desarrollo”, puntualiza la experta, que es también miembro de la Sección del Deporte del Colegio Oficial de Psicología de Catalunya (COPC).

El deporte en los niños se tiene que potenciar, “pero el mensaje que se le debe transmitir es que ante todo se tiene que disfrutar, porque cuando solo se quiere que nuestro hijo sea el mejor y le transmitimos ese mensaje, estamos poniendo una presión a un niño que por edad no le corresponde. Y eso va a dejar huella en su autoestima”, dice Laura Cerdán, profesora de los Estudios de Psicología y Ciencias de la Educación de la Universitat Oberta de Catalunya (UOC).

Cuando la presión es excesiva

Cuando las familias enfocan la práctica deportiva de sus hijos en una exigencia excesiva de obtención de los resultados y campeonatos, los niños pueden experimentar diversos problemas en su bienestar emocional. “Por ejemplo pueden aparecer signos de burnout, como la desmotivación, ansiedad, tristeza…etc, y finalmente el abandono del deporte”, enfatiza Ventura.

Una presión excesiva puede generar ansiedad y estrés y afectar al rendimiento del niño y eso puede llevar a una pérdida de interés en la práctica deportiva, además de tener un impacto emocional significativo rebajando su autoconfianza y generando sentimientos de culpa al pensar que decepcionan a sus padres, entrenadores y compañeros, refuerza Iglesias.

No tiene nada de malo que los padres tengan anhelos y ambición con sus hijos, reconoce Cerdán. “El problema es que muchas veces se les pone una presión que no va de la mano de las capacidades de ese menor y eso le genera una frustración. Además, hay padres que no solo exigen sino que critican, y eso genera una baja autoestima”, resalta la experta. “Entonces, cuando no se sabe lidiar con ello -continúa Cerdán- muchas veces surgen sentimientos de rabia, impotencia y tristeza que, si se van alargando en el tiempo, incluso pueden provocar un cuadro depresivo”.

Los cambios en el comportamiento

 Cuando las expectativas de resultados son demasiado altas, los niños y las niñas centrarán su atención en no defraudar a sus padres, tendrán miedo a no cometer errores, en lugar de disfrutar del deporte, puntualiza Ventura, quien resalta que cuando la práctica deportiva deja de ser un espacio de aprendizaje y relación interpersonal, y se convierte en una obligación, es cuando surgen los problemas.

Pero ¿es posible reconocer que el niño no está llevando bien ese momento? Algunos expresan directamente su malestar y otros acaban interiorizando el mensaje y se convierten en niños retraídos que sufren mucho y no lo expresan. “Por ello -dice Noelia Iglesias- hay que estar atentos a cambios en su comportamiento, como expresar excusas para no asistir a entrenamientos o competiciones o que haya una disminución en la comunicación. Además, pueden manifestarse síntomas físicos como dolores de cabeza, molestias estomacales o insomnio. También son indicadores a considerar ciertos cambios emocionales como tristeza, irritabilidad o miedo”.

Laura Cerdán enumera otras señales de alerta, como por ejemplo, empezar a tener problemas en el colegio a nivel de notas o rendimiento académico, o mostrar arranques de ira.

El deporte sin disfrutar

Otro problema suele ser las expectativas altas de muchos padres, que se obsesionan con que sus hijos sean los nuevos Lamine Yamal, el ídolo adolescente campeón de Europa de selecciones de fútbol con solo 17 años.

“La presión, muchas veces, la impone la familia, y acaban sacrificando esa parte de la infancia, porque al final lo que debería ser algo lúdico se acaba convirtiendo en una actividad que no se disfruta plenamente”, comenta Cerdán. “El acompañamiento de los padres es clave para que no se establezcan expectativas poco realistas y los niños hagan comparaciones negativas”, añade Noelia Iglesias.

Hay padres que ven la actividad deportiva de sus hijos como un deporte profesional en miniatura, lo cual es erróneo, según Iglesias. “Tener referentes es positivo, pero el éxito deportivo requiere tiempo, esfuerzo y reconocer que cada trayectoria es única”, apunta la psicóloga.

El deporte en sano

El punto de partida que plantean los expertos es clara, establecer una relación sana con el deporte. Por eso, Ventura aconseja a las familias centrar su atención en el desarrollo de objetivos vinculados al aprendizaje, el disfrute, en valorar el esfuerzo por mejorar y en desarrollar habilidades sociales.

No hay que poner el foco en el resultado, sino en la actividad en sí, dice Cerdán. “No deberíamos centrarnos en que sí ha marcado un gol o ha ganado, sino en cómo se lo ha pasado, si ha disfrutado, jugado bien en equipo, si ha hecho amigos, si es un deporte que le gusta y le atrae… todos esos valores que realmente tiene el deporte”, puntualiza la psicóloga. Pero, además, hay que recordar que muchos deportes son de grupo, “entonces el resultado no va a depender de un niño, sino de todos”, subraya Cerdán.

Cabe recordar que el deporte no solamente aportará beneficios físicos para el niño, sino también emocionales. “Le permite descargar toda la energía y estrés, porque en su día a día aparecen problemas que a los adultos pueden parecernos insignificantes pero que para un niño son importantes o estresantes”, recuerda Cerdán. De ahí la importancia de permitirles disfrutar sin exceso de presión. 

Los expertos apuntan algunas claves sencillas para los padres que pueden ser de gran ayuda: 

Cómo ayudar sin presionar

Autorreflexión y expectativas. Cerdán sugiere a los padres hacer un ejercicio de autorreflexión y trabajar sus propias expectativas: “a nuestros hijos les podemos animar, apoyar, orientar o sugerir, pero si queremos que sean como nosotros tenemos en mente y eso no pasa, vamos a tener problemas”, dice la psicóloga. “Debemos darnos cuenta como adultos que a lo mejor nuestro hijo no es Yamine Yamal o no va ser un honoris causa, ¡y no pasa nada! Todos queremos que nuestros hijos sean los mejores, pero no tiene que ser a costa de su salud mental”, enfatiza Cerdán

La frustración tras una derrota. “Lo primero que debemos hacer es darles ejemplo”, sugiere Cerdán. Porque poco ayuda convertirse en ese padre que cada vez que va a los partidos de fútbol termina gritándole al árbitro, increpando a los niños del otro equipo u opinando sobre el cuerpo físico de los otros niños… “Eso es un mal paso porque el ejemplo que se le está dando al niño es de gestionar con una rabia y agresividad el partido. Y al final se va a reflejar en ese padre como si fuera un espejo y va a intentar inconscientemente copiar esas reacciones”, sostiene la experta.

Actitud neutral. Tras una derrota es recomendable que los padres mantengan una actitud neutral, demostrando a sus hijos que están allí para lo que necesiten, apunta Iglesias. “Es esencial escuchar sus necesidades, pueden requerir un tiempo a solas, desahogarse o buscar consejos cuando lo consideren oportuno. Y nunca hay que minimizar la situación con frases como ‘no pasa nada’ o ‘la próxima vez irá bien seguro’, ya que es necesario procesar la experiencia sin dramatizar, integrarla como parte del deporte”, puntualiza Iglesias.

Fomentar un clima positivo. “Cuando van a ver jugar a sus hijos e hijas, las familias deberían fomentar un clima positivo; en lugar de chillar, insultar, criticar o dar instrucciones desde la grada, deberían animar y reforzar el trabajo realizado”, dice Ventura. “En definitiva, la práctica deportiva debería ser un espacio educativo y formativo, más que un escenario de presión, exigencia y expectativas demasiado elevada”, remata Ventura.

No ser padres “entrenadores. Es primordial comprender el deporte desde la perspectiva de los niños y colaborar con entrenadores y otros profesionales para crear un entorno saludable, sugiere Iglesias. “Los padres deben ser conscientes de no proyectar sus propias aspiraciones deportivas y confiar en el entrenador”, insiste la experta del COPC. En la misma línea, Ventura aconseja “evitar convertirse en padres o madres “entrenadores” durante las competiciones deportivas como también en casa.

Elegir el deporte que les gusta. Apuntar al niño a judo, baile, tenis… o cualquier actividad deportiva porque uno lo hacía de pequeño, tampoco ayuda, enfatiza Cerdán. De ahí la importancia de buscar una actividad deportiva que les guste a ellos y no a los padres.