jueves, 27 de junio de 2019

Aprender a pensar en positivo.

Enrique Rojas MontesPsiquiatra

EL optimismo es una forma positiva de captar la realidad. Ser una persona positiva es algo que se aprende. Es una tarea personal que lleva tiempo. Un trabajo artesanal. ¿Qué definición podemos dar que cubra el espectro de este concepto? El optimismo es una actitud caracterizada por la tendencia a descubrir más lo positivo que lo negativo y a ver o esperar lo mejor, a pesar de las apariencias. Trataré de explicar la definición que propongo. Es ante todo una actitud, lo que quiere decir que una disposición, el modo habitual de reaccionar ante algo, es como una postura, un ademán. No es algo genético, sino adquirido. No está en el equipaje hereditario, sin más, sino que es algo que se ha ido alcanzando mediante esfuerzos repetidos. La siguiente palabra que empleo es la tendencia a, que quiere expresar una inclinación que es un aprendizaje que nos va llevando de la mano a descubrir lo que está debajo de las apariencias. Hay cosas que se ven, hechos que se observan con claridad… pero hay otros que se esconden por debajo, que se camuflan, y es menester un trabajo de espeleología para perforar la superficie e irnos hacia la profundidad. Es desvelar lo que está oculto. Pensemos en tantas circunstancias de la vida ordinaria, en donde aparece el fracaso, algo que nos ha salido mal: un problema económico grave, una enfermedad, una humillación contemplada por muchos… La lista de experiencias negativas de la vida es el cuento de nunca acabar.

En Psicología debemos distinguir dos tipos de traumas. Los macrotraumas, que son impactos de gran alcance que son históricos en la vida de una persona, por la importancia y magnitud de los hechos. Desde la ruina económica, el perder un trabajo, la muerte de un ser querido en primer grado de forma inesperada y accidental, pasando por un inventario amplio y diverso. Y de otra parte están los microtraumas, que son vivencias pequeñas, de mucho menos nivel de intensidad, pero que forman un glosario, un sumatorio que pesa en exceso. No hay árbol que no haya sido fuertemente azotado por el viento. La vida es la gran maestra. La vida enseña más que muchos libros. Eso es la denominada experiencia de la vida: un saber acumulado de acontecimientos de muchos años, que forman un magma en nuestro subsuelo y nos muestran unas lecciones rotundas. Es una sabiduría almacenada en los archivos de nuestra memoria. Y está ahí. Pero ¿cómo podemos aprender a pensar en positivo?, ¿qué hacer para educar la mirada psicológica para que se detenga más en lo bueno que en lo malo?, ¿cómo hacer? Se trata de una educación de la mirada psicológica que anota lo negativo y lo positivo de cada circunstancia, pero sabe quedarse más con lo segundo, y eso le lleva a pensar que aquello puede y debe cambiar. Y pone los medios adecuados para intentarlo, a pesar de los pesares. Educar es seducir con lo valioso; es convertir a alguien en persona cada vez más libre. Educar es enseñar a pensar. La cultura consiste en enseñar a vivir. Uno de los padres de la denominada Psicología positiva es Martín Seligman, que ha dedicado su vida a esta corriente y que viene a subrayar que el optimismo es una pretensión que se alcanza teniendo la idea en la cabeza de que todo puede mejorar, por muy adversos que sean los acontecimientos personales. De hecho, ningún pesimista ha investigado nada a fondo, ni ha sido capaz de embarcarse en descubrir algo que ayude al ser humano a mejorar en la ciencia, en la medicina, en la tecnología. El optimista propone soluciones, otea el horizonte buscando una alternativa, se cuela por los entresijos de lo sucedido buscando un atajo que le lleve a un paisaje mejor.

No olvidemos que nuestra primera aproximación a la realidad es afectiva. Y lo decimos con claridad: me gustó aquel sitio, esa persona no me cayó bien, etc. Dicho de otro modo: los sentimientos influyen en nuestra forma de pensar. Y esto lo sabemos bien los psicólogos y los psiquiatras. Cuando nos sentimos bien, vemos las cosas de otra manera. Hay una parte de nuestro cerebro que regula las emociones y modifica la forma de organizar nuestras ideas. Esto lo ha estudiado con detenimiento el psicólogo y más tarde economista, y finalmente premio Nobel de Economía, Daniel Khaneman, y lo expone en su libro "Pensar rápido, pensar despacio" (Ed. Debate. Madrid, 2013), que viene a decir que todo depende del análisis que uno hace de los sucesos que está estudiando. Todo está en nuestra cabeza. La clave está en entrar en el carril mental positivo para interpretar mejor la realidad. Bien, quiero concretar y espigar algunos argumentos para enseñar a tener un pensamiento más positivo:

1.-Por debajo de los acontecimientos negativos, se esconde una carta buena que toca a cada uno descubrir. Hay que colarse por ese pasadizo y llegar a ese punto luminoso. Se necesita querer y paciencia. Lo primero es determinación; lo segundo, saber esperar y saber continuar.

2.- Hay que levantar la mirada, dejar lo inmediato por lo mediato. La respuesta está en la lejanía. Hay que tener una visión larga de la jugada. De ese modo, hay derrotas fuertes que en el curso de un cierto tiempo se convierten en auténticas victorias. No quedarse en el hoy y ahora. El cortoplacismo no es buen camino. Nos vamos al medio y largo plazo. Esa es la mirada inteligente.

3.- Hay que aprender a crecerse ante las dificultades. Hay dos notas fundamentales que se hospedan en el pesimista: el derrotismo, que no es otra cosa que adelantarse en negativo, pensar que las cosas saldrán mal; y el victimismo, creer a pies juntillas que uno siempre sufre daños y es perjudicado y que las cosas son así y a menudo circulan por ese derrotero.

4.- El optimista es un luchador nato. No se viene abajo cuando las cosas se ponen difíciles o no salen como él esperaba. Enseguida viene la perseverancia para echar una mano y por eso lucha, se esfuerza, insiste, vuelve a empezar, se levanta, es el tesón el que tira de él, el empeño por no darse por vencido. Lo dice Unamuno en su Diario íntimo: «No darse por vencido, ni aun vencido; no darse por esclavo, ni aun esclavo». Si esto se va practicando, poco a poco, gradualmente, se convierte en una segunda naturaleza.

Quiero poner dos ejemplos históricos de lo que acabo de comentar. Empezaré por Tomás Moro. Enrique VIII lo manda a la cárcel por no firmar los documentos de su nulidad conyugal y muere en la Torre de Londres en 1535. En las páginas de su último libro, Cartas desde la cárcel, dice que está contento, que se siente feliz, «porque muero fiel a mi Dios y amigo del Rey». La felicidad no depende de la realidad, sino de la interpretación de la realidad que uno hace. No ha tenido Inglaterra en cinco siglos un personaje del calado moral de él.

Otro ejemplo: Steve Jobs. Fundó Apple en 1976 en el garaje de su casa. En 1982 fue portada del Time y ya era un personaje en su país. Hijo de la relación de un emigrante sirio y una americana de origen suizo. Lo entregaron en adopción a una pareja de clase media-baja, Paul y Clara, de origen armenio. Él era maquinista ferroviario, y ella, ama de casa. Se metió en la droga, se arruinó y en 1985 vendió todas sus acciones. Pero siguió luchando y volvió a empezar. Y en 1997, la compañía Apple le pidió que volviera. Cuenta en sus Memorias que el optimismo era el rasgo más característico de su personalidad. Murió en 2011: su fortuna la valoró la revista «Forbes» entre las cien más importantes del mundo.

Voy a terminar. El pesimismo goza de un prestigio intelectual que no merece. Hay dos piezas con las que trabajar en el puzle de la ingeniería de la conducta: la confianza y la seguridad en uno mismo. De ese modo, somos enanos a hombros de los gigantes. Decía Winston Churchill que «el optimista ve una oportunidad en toda calamidad». La vida es como la navegación a vela. El pesimista se queja del viento. El optimista espera que cambie. Y el realista ajusta las velas. El optimismo es el arte de vivir con esperanza.

jueves, 20 de junio de 2019

La lista para conservar la salud mental en el 2019

Rajul Punjabi  | Vice  |  21/12/2018 |  Artículo publicado originalmente por TONIC EEUU.

Si estás intentando poner tu cabeza en su lugar, este es el lugar más fundamental para empezar.”
Nuestras luchas con las enfermedades mentales —por lo menos con la ansiedad y la depresión—han sido habladas y puestas en memes hasta el olvido, así que podemos dejar de fingir que no estamos asustados con la insuperable cantidad de estrés que pesa sobre nuestros hombros. Los jóvenes están más ansiosos que nunca antes, y a diferencia de generaciones previas, realmente estamos hablando de ello: investigaciones recientes sugieren que los millennials aceptan más las enfermedades mentales, y están más dispuestos a ser abiertos sobre ellas que las generaciones previas. Pero redacta tuits todo lo que quieras, eso no arreglará el problema ¿Qué lo hará?
No podemos cambiar la mayoría de situaciones que inducen ansiedad —como un plazo de entrega en el trabajo que coincide con una ruptura hostil que coincide con una migraña inducida por la política—, pero existen factores que están completamente bajo nuestro control que nos preparan para ser lo más inquebrantables que podamos. Aquí, basados en una combinación de reportería y consejos de David Klemanski, un psicólogo y el director de medicina conductual en la Ohio State University, están los cuatro cimientos fundamentales para la estabilidad mental.
Duerme más.- Ocho horas por noche sigue siendo la recomendación general para una buena noche de sueño. Incluso si te sientes bien después de cuatro o cinco horas, lo más probable es que necesites más para una cognición y salud mental óptima (las "personas que duermen poco", que realmente no necesitan más de cuatro horas por noche existen, pero son extremadamente excepcionales). Más específicamente, quienes se privan del sueño están en riesgo más alto de desarrollar o exacerbar la ansiedad y la depresión. Si parece que no te puedes dormir o permanecer dormido y sientes que eso está comenzando a afectar tu mente, ten en cuenta estos consejos de psicólogos y expertos en el sueño:
·        Mantén una libreta al lado de tu cama y por la noche escribe una lista de cosas que te preocupan. El acto físico de poner estas preocupaciones a un lado temporalmente podría aliviar algo de la ansiedad y dejarte relajar lo suficiente para dormir.
·        Intenta la respiración profunda simple—adentro y afuera, despacio (cerca de siete segundos con cada inhalación y exhalación), diez veces seguidas. Al hacer esto, te estás volviendo a concentrar en tu mente, disminuyendo tu ansiedad, y ralentizando tu cuerpo para prepararlo para dormir.
·        Añade ruido blanco o sonidos de lluvia o lo que sea que resulte relajante.
·        No entres en la cama a menos de que estés verdaderamente listo para dormir, y si no estás dormido después de 10 o 15 minutos, sal de la cama hasta que te sientas cansado otra vez.
Haz ejercicio.-Aunque el ejercicio no puede curar tu ansiedad o depresión, hay una conexión muy fuerte entre tu bienestar emocional y lo activo que estés físicamente. Eso significa que si no estás haciendo suficiente ejercicio, estás desaprovechando endorfinas y otros químicos naturales que pueden mejorar tu humor considerablemente. Busca hacer 30 minutos de ejercicio, de tres a cinco días por semana—de cualquier tipo sirve, pero el cardio puede ser especialmente beneficioso para las personas que experimentan síntomas de ansiedad o depresión. Si tienes problemas para sacar arrastrar tu perezoso trasero del sofá, aquí hay algunos tips:
·        No esperes a que llegue la motivación. El simple acto de levantarte y hacer algo cambiará tu mentalidad. Ni siquiera tienes que ir al gimnasio—empieza de forma pequeña con una corta caminata o un mandado, y construye a partir de eso.
·        Si quieres salir a trotar temprano en la mañana, pero te falta motivación, considera dormir con tu atuendo de ejercicio y dejar tus zapatos deportivos junto a tu cama. Suena tonto, pero a medida que haya menos esfuerzo para sacarte de la casa, hay más probabilidades de que seas capaz de finalmente hacerlo.
·        Recluta a alguien para que se ejercite contigo para hacerlo más divertido y para mantenerte responsable.
·        Restablece un hábito de ejercicio antiguo que disfrutabas en el pasado. Reactivar una vieja práctica puede ser más fácil para tu cerebro al momento de comenzar con una nueva.
Haz un balance de tu uso de sustancias.- Tomarse un trago o cuatro quita el peso de encima en el momento, pero el alcohol es un depresivo que tiende a cambiar los niveles de serotonina y otros neurotransmisores en el cerebro, y eso puede empeorar tu ansiedad. Mientras que la marihuana nos ayuda a muchos de nosotros de forma similar para relajarnos, es un arreglo temporal, y puede realzar los niveles de nervios que uno siente cuando no está bajo su influencia. La marihuana y el alcohol son básicamente curitas embriagadoras. Si estás notando picos en tu ansiedad, o sentimientos depresivos o adormecedores después de consumir, hay un par de cambios que puedes hacer sin tener que renunciar por completo a estos hábitos.
·        Si estás bebiendo para distraerte de un sentimiento o una situación incómoda, es fácil pasar de cero a vuelto mierda realmente rápido. Recuerda: todo —incluso tu coraje líquido— en moderación. Para la mayoría de personas, eso significará tomarse un par de tragos en lugar de tres o cuatro.
·        Si quieres depender menos de la marihuana, considera racionar una cantidad específica para cada día con una reducción gradual. Ten presente que romper con un hábito rara vez pasa de manera lineal, así que date el margen de practicar la moderación algunos días y de ser menos exitoso en otros.
·        Si la idea de estar sobrio en situaciones sociales se siente imposible, podría valer la pena hacer terapia o replantear la forma en que manejas tus reuniones sociales, o hablar con un doctor sobre probar medicinas que interactúen específicamente con tus neurotransmisores—estas podrían encargarse de al menos una parte de la ansiedad.
Usa la tecnología de forma inteligente.- Hay una razón por la que todos los capítulos de Black Mirror son puramente depresivos; demasiada tecnología podría convertirse en un sedante. Uno sabe que es un problema si recurre a las redes sociales para distraerse de emociones que no quiere sentir (eso es contraproducente de cualquier manera, dado que Instagram es una fábrica de insuficiencia patrocinada por los humanos). Mientras tanto, los mensajes son un criadero para las fallas de comunicación; las personas que ya sufren de depresión y ansiedad subyacentes encontrarán que esperar un mensaje o intentar interpretar uno que entra no es divertido ni bueno. Ninguno de nosotros va a hacer algo tan extravagante como apagar nuestros teléfonos a las 10 de la noche, pero hay técnicas de reducción de daños para reducir esa adicción a la tecnología que destruye la cordura.
·        Intenta enviar notas de voz en lugar de mensajes. Esto podría limitar las fallas en la comunicación que pasan cuando no puedes identificar el tono de alguien cuando dice las cosas.
·        Cambiar todo tu teléfono a escala de grises hace que usarlo sea extrañamente difícil, o al menos que no sea agradable, lo que es útil si estás intentando reducir el tiempo en la pantalla.
·        Planea unas mini vacaciones diarias de la tecnología. Hazlo más fácil para ti mismo al realizar una actividad que no tenga nada que ver con tu teléfono o computador por al menos 30 minutos. Esto tiene un beneficio doble: reducirás tu uso de la tecnología mientras agregas un nuevo (idealmente saludable y estimulante) comportamiento a tu vida. Considéralo un paso pequeño de muchos hacia la dirección correcta.



domingo, 16 de junio de 2019

Salud mental: qué es normal y qué no

Entender qué se considera «salud mental normal» puede ser engañoso. Aprende cómo los sentimientos, los pensamientos y los comportamientos determinan la salud mental y cómo darte cuenta si tú o un ser querido necesitan ayuda.


¿Cuál es la diferencia entre salud mental y enfermedad mental? A veces, la respuesta es clara, pero, a menudo, la distinción entre salud mental y enfermedad mental no es tan evidente. Por ejemplo, si tienes miedo de dar un discurso en público, ¿significa que tienes una afección de salud mental o un caso de nerviosismo común y corriente? O ¿cuándo la timidez se convierte en un caso de fobia social?
A continuación, te ayudamos a comprender cómo se identifican las afecciones de salud mental.
¿Por qué es tan difícil determinar qué es normal?
Suele ser difícil distinguir una enfermedad mental de un estado normal porque no hay pruebas sencillas que muestren que algo funciona mal. Además, las enfermedades mentales primarias pueden parecerse a trastornos físicos.
Las enfermedades mentales no se deben a trastornos físicos; se diagnostican y se tratan en función de los signos y síntomas y de cómo la enfermedad afecta la vida diaria. Por ejemplo, una enfermedad mental puede afectar:
·        La conducta. Lavarse las manos de manera obsesiva o beber demasiado alcohol podrían ser signos de una enfermedad mental.
·        Los sentimientos. A veces, las enfermedades mentales se caracterizan por presentar ira, euforia o tristeza profunda y continua.
·        El pensamiento. Las fantasías (creencias fijas que no se pueden cambiar a la luz de evidencia contradictoria) o los pensamientos suicidas pueden ser síntomas de una enfermedad mental.

¿Cómo hacen los proveedores de atención de la salud mental para diagnosticar las enfermedades mentales?
Para determinar si tienes una afección de salud mental, un proveedor de atención de la salud mental trabajará contigo y con tus seres queridos para evaluar tus síntomas —y cuándo comenzaron y cómo han afectado tu vida—.
Es probable que el proveedor de atención de la salud mental te haga preguntas acerca de lo siguiente:
·        Tus percepciones. El grado en que los signos y síntomas afectan tus actividades diarias puede ayudar a determinar lo que es normal para ti. Por ejemplo, quizás te des cuenta de que no puedes lidiar con la situación o de que ya no quieres hacer las cosas que disfrutabas. Puedes sentirte triste, desesperanzado o desanimado.
Si la tristeza tiene una causa específica, como el divorcio, tus sentimientos pueden ser una reacción temporal normal. Sin embargo, si tienes síntomas que son graves o que no desaparecen, es posible que padezcas depresión. También es posible que te hagan un examen físico para descartar afecciones ocultas.
·        Las percepciones de los demás. Es posible que tus percepciones por sí solas no te den un panorama preciso de tu comportamiento, de tus pensamientos o de tu capacidad para desenvolverte. Otras personas cercanas a ti pueden ayudarte a comprender si tu comportamiento es normal o saludable.
Por ejemplo, si padeces trastorno bipolar, es posible que creas que tus cambios del estado de ánimo solo son parte de los altibajos normales de la vida. Sin embargo, es posible que tus pensamientos y tus acciones les parezcan anormales a otras personas, o causen problemas en el trabajo, en las relaciones o en otras áreas de tu vida.
¿Cuándo hace falta una evaluación o un tratamiento?
Cada enfermedad mental tiene sus propios signos y síntomas. Sin embargo, en general, puede ser necesario recurrir a la ayuda profesional si presentas:
·        Cambios notorios en la personalidad, en los patrones de alimentación o de sueño.
·        Incapacidad para afrontar los problemas de las actividades diarias.
·        Ideas extrañas o exageradas.
·        Exceso de ansiedad.
·        Depresión o apatía prolongadas.
·        Hablar o pensar en el suicidio.
·        Abuso de sustancias.
·        Cambios extremos en el estado de ánimo o ira excesiva, hostilidad o conducta violenta.

Muchas personas que tienen afecciones de la salud mental consideran que sus signos y síntomas son una parte normal de la vida o evitan recibir tratamiento por miedo o por vergüenza. Si te preocupa tu salud mental, no dudes en hacer una consulta.
Consulta con el médico de familia o pide una cita médica con un psicólogo o un terapeuta. Con el apoyo adecuado, puedes identificar las afecciones de la salud mental y analizar las opciones de tratamiento, como los medicamentos o la terapia.


viernes, 14 de junio de 2019

Hablemos (bien) de ansiedad.

Una nueva sensibilidad pretende desmontar el estigma que rodea a los trastornos mentales
RAQUEL SECO   |   El País   |  03/04/2019

Se decía que alguien estaba “mal de los nervios”. Era el comentario sobre el compañero de trabajo de baja o la amiga que se quedaba días enteros en la cama, una forma de resumir lo que no se quería o no se sabía nombrar.

Ya no se dice “estar mal de los nervios”, suena anticuado y simplista. Sabemos que unos 260 millones de personas tienen diagnosticada ansiedad en el mundo, según datos de la OMS, y 300 millones depresión, la principal causa mundial de discapacidad. El número de enfermos por depresión creció un 18% entre 2005 y 2015, según la misma organización. Más allá del debate acalorado sobre si las condiciones de vida actuales provocan más depresión o simplemente es que la detectamos mejor que en el pasado, lo cierto es que el léxico relacionado con trastornos mentales ha entrado de lleno en nuestras vidas. Con más o menos tino nos referimos a ataques de ansiedad, pero también usamos con ligereza frases como “depresión posvacacional” (para decir que estamos tristes de volver a la rutina después del verano). Esto no significa, ni mucho menos, que las enfermedades mentales estén normalizadas. La salud mental sigue siendo objeto de prejuicios, tan intensos que hay quien, como el psicólogo especializado Stephen Hinshaw, los compara con los que en otras épocas sufrían los enfermos de lepra.

“El estigma social, familiar o laboral es más fuerte que cualquier síntoma de nuestro trastorno”, afirma tajante Daniel Ferrer Teruel, de la asociación ActivaMent. El tabú, señala, es transversal, afecta a todas las capas sociales y lo heredamos de generación en generación. Por eso los activistas de esta causa aún pelean contra la discriminación laboral y social y contra medidas como las correas en hospitales o la medicación forzosa, que consideran violaciones de derechos humanos.

La cultura refuerza estos clichés heredados. Un análisis de 20.000 diálogos de programas de televisión de 2010 concluyó que retrataban a las personas con enfermedades mentales como “temibles, causantes de vergüenza y castigadas”, y un 70% de las veces, como violentos, uno de los estigmas más persistentes y dañinos. Los expertos repiten una y otra vez que solo en torno al 3% de la población, da igual cuál sea su estado mental, presenta conductas agresivas. Pero el dato queda eclipsado por noticias que destacan los cuadros clínicos de asesinos o agresores. Preferimos una mala explicación —una que nos diferencie y nos separe de los locos, que nos diga que estamos a salvo— a ninguna.

Pero en medio de este panorama surge una luz: el estigma general sobre salud mental parece empezar a aligerarse. Alejandro Guillén, director de comunicación de la Confederación Salud Mental España (que agrupa a 300 organizaciones y 47.000 socios), tiene claro que está mejorando la percepción colectiva, que en los últimos años se están abriendo conversaciones que hace poco parecían imposibles. Él y otros expertos reconocen, eso sí, que se ha avanzado mucho más en la aceptación social de la depresión y la ansiedad que en el resto de problemas mentales. Puede que esto sea porque son dos de los trastornos más comunes y se perciben como más fáciles de superar. “Pero es un cambio importantísimo. El proceso de mejoría o de recuperación puede empezar, precisamente, al contar lo que a uno le ocurre, porque el silencio agrava los problemas”, señala Guillén.

No faltan quienes hoy han encontrado fórmulas para hablar más y mejor sobre salud mental. Cuando uno mira la revista Anxy, con sus portadas de colores vivos y títulos como ‘Rabia’ o ‘Masculinidad’, espera reportajes de diseño o música. Sin embargo, lo que se encuentra es una publicación nacida para hablar sobre ansiedad, depresión y traumas, sobre “nuestros mundos interiores, los que a menudo rechazamos compartir, las luchas internas, los miedos que nos hacen creer que el resto del mundo es normal y nosotros no”. Indhira Rojas (República Dominicana, 1983) lanzó esta revista bimensual en 2016 desde Silicon Valley, recaudando fondos (unos 60.000 dólares) a través de Internet, motivada por su propia terapia con dibujos y collages. Descubrió que la mayoría de lo que se publicaba sobre salud mental tenía un ángulo puramente médico, con una estética y un diseño poco atractivos. Rojas decidió introducir una visión más artística y abrir la conversación porque, opina, la manera formal en que algo es presentado tiene la capacidad de motivarnos y un potencial expresivo del que carecen las palabras. Un envoltorio feo convierte el asunto, ya complicado de por sí, directamente en “no apetecible”. El rechazo se ve multiplicado.
Una visión parecida inspira a Jara Pérez, que hace un tipo de terapia que ella denomina “acompañamiento psicológico por videoconferencia”. Su web y redes sociales, llenas de chistes, fotogramas de películas e imágenes conceptuales, podrían ser las de una milenial cualquiera. Pero Pérez apuesta por esta estética por un motivo claro: quiere acercarse a un público joven que aprecia el lenguaje visual compartido (los memes) y la ironía como herramienta para compartir experiencias dolorosas.

Frente a generaciones previas, los jóvenes hoy tienen más referentes e información sobre salud mental y, en buena medida, la desmitifican. Están expuestos a debates sobre el acoso escolar o las autolesiones y ven a famosos —Justin Bieber, Lady Gaga, Demi Lovato; en España, Iniesta o el youtuber El Rubius— hablar sobre adicciones, ansiedad o depresión. Pero el silencio aún pesa sobre la bipolaridad, y aún más sobre trastornos como la esquizofrenia. Guillén, de la Confederación Salud Mental, destaca el inmenso impacto que tiene contar con rostros populares en las campañas de concienciación, pero reconoce que cuesta que den la cara. “Lo que muchos famosos hacen cuando cuentan, por ejemplo, que sufren de ansiedad, es ligar sus problemas a la presión que soportan en el trabajo”.

En las redes este tipo de confesiones proliferan entre personajes conocidos y no tanto. ¿Qué resulta más auténtico que una dosis de vulnerabilidad en medio de un montón de gente que parece tener vidas mejores que la tuya? Las marcas también toman nota . “Nos estamos dando cuenta de que la salud es mucho más amplia de lo que pensábamos antes”, señala Nieves Noha, analista de tendencias de la consultoría Exito. Ella detecta cinco etapas de concienciación en los últimos años: primero nos centramos en la salud corporal; luego empezamos a prestar atención a la salud mental y emocional, y ahora empezamos a mirar hacia la relacional (relaciones tóxicas, etcétera) e incluso la ambiental (cuál es el efecto de la arquitectura o el diseño). Por eso hay quien aprovecha la vulnerabilidad como herramienta de marketing. Un ejemplo reciente: Ken­dall Jenner, modelo y miembro del clan Kar­dashian, creó gran expectación al anunciar que lanzaría un mensaje “valiente” y “auténtico”, algo que sonaba a confesión íntima (¿hablaría de sus inseguridades?, ¿tiene Kendall los mismos problemas que el resto de humanos?). Resultó que iba a publicitar una crema antiacné.

Las redes son armas de doble filo con efectos poco saludables, pero no hay que olvidar que también permiten encontrar conexiones, hacer que nos sintamos menos solos en el mundo. De hecho, una parte del humor de mileniales y generación Z gira en torno a la depresión y la ansiedad. Una especie de nuevo movimiento dadaísta de memes salteados con autoconciencia, consecuencias de la recesión económica y la pérdida de referentes. Y la sensación de que es mejor reírnos de este vacío existencial que seguir callados.


martes, 11 de junio de 2019

Marian Rojas Estapé."Hemos sustituído el sentido de la vida por pantallas, porno y alcohol"

Iñako Díaz-Guerra   |   El Mundo   |   27/03/2019
MARIAN ROJAS ESTAPÉ. Madrid, 1983. Psiquiatra. Escribió Cómo hacer que te pasen cosas buenas para utilizarlo como apoyo en sus terapias, pero se ha convertido en el libro más vendido en España en lo que va de 2019. Medicina o autoayuda, ésa es la cuestión.
Pregunta.-¿Qué dice de España que el libro más vendido de lo que va de año sea uno titulado ‘Cómo hacer que te pasen cosas buenas’?  |  Respuesta.- En el fondo me preocupa. Nunca jamás me lo imaginé. Me gustaría mandar el mensaje optimista de que no estamos tan mal como sociedad, pero la realidad es que hay un vacío. La felicidad depende del sentido que cada uno le da la vida, de tener un proyecto vital, un propósito por el que vivir, lo que los japoneses llaman el ikigai. Somos una sociedad que ha perdido el sentido de la vida. Lo hemos sustituido por otras cosas: sensaciones, redes sociales, pantallas, pornografía, alcohol… Ese es el problema y es un problema grave. Sobrevivimos, pero no vivimos. Hemos dejado de hacernos preguntas.

P.-¿Cuál es tu pregunta más habitual a los pacientes?  |  R.- Si hay vida después de la muerte. Hay que hacerse esa pregunta porque la muerte es la puerta de la filosofía.

P.-¿Sirve realmente para algo un libro así?  |  R.- Todos los días recibo agradecimientos de lectores diciéndome que sí, que tras leerlo su vida es mejor. Eso me emociona, porque mi objetivo como médico es ayudar a los demás y he descubierto que puedo hacerlo a través de un libro, que es algo que nunca imaginé. Mi finalidad era que me sirviese de apoyo para terapias y conferencias, nada más. Cuando se publicó, acababa de dar a luz y no pude hacer promoción y, de repente, se empezó a vender y vender y vender… No sabíamos a qué se debía. La única explicación es el boca a boca y yo soy la primera sorprendida. La clave del éxito de este libro es que la gente se siente muy identificada y porque les habla sobre sus errores de forma muy delicada y sin juzgar al lector. Todos hemos pasado momentos en nuestra vida de los que no nos sentimos orgullosos o lo hemos pasado muy mal y no hemos entendido por qué. Ese es el quid del libro: entiende tu cerebro, gestiona tus emociones, mejora tu vida. Yo no quería hacer un libro de autoayuda de sonríe y ser feliz, sino un libro de neurociencia que explique cómo funciona tu cerebro ante determinados estímulos y cómo manejarlo. Manda un mensaje optimista cogido de Ramón y Cajal: “Todos podemos ser escultores de nuestro cerebro”.

P.-¿Todo esto es medicina o pseudociencia?  |  R.-Tu cerebro y tus emociones te enferman y te curan; y si conoces cómo funcionan, tú eres capaz de curarte o enfermarte. El poder de la mente es brutal. Uno de los problemas de la medicina occidental, que no tiene la medicina oriental, es que no estudia el interior de las personas, desprecia la meditación… En la medicina occidental estamos acostumbrados a tratar el síntoma y no a la persona; eso es poner parches. Hay que buscar el origen. Yo no vengo a negar el dolor y el sufrimiento, porque existen y son ingredientes de la vida que bien integrados en ella nos hacen ser mejores, pero sí a intentar explicar cómo gestionarlos.

P.-¿Crees en eso que se ha dado en llamar terapias alternativas?  |  R.- No. Son peligrosísimas sobre todo cuando sustituyen a la medicina que conocemos. Lo que sucede es que es muy complicado marcar una línea entre lo que es medicina y lo que no lo es, porque al final todos estamos deseando que nos den la receta fácil para ponernos bien y no sufrir. Da igual que te digan que son unas gotas o unos rituales. Nuestro cerebro es capaz de engancharse a lo que sea con tal de pensar que no va a sufrir y eso está dando lugar a casos dramáticos de gente que decide no tratarse enfermedades muy graves pese a que la medicina podría ayudarle. Eso es un riesgo y un error.
Aún así mi experiencia es que como apoyo, pueden ser de utilidad en muchos momentos. El cuerpo nos va mandando señales de alerta antes de enfermar gravemente y eso también hay que estudiarlo. Cuando una persona lleva enferma dos años, encadenando diferentes síntomas, el cuerpo le está avisando de algo grave. La ansiedad es a la mente lo que la fiebre es al cuerpo. Ambas te avisan de que algo no va bien. ¿Qué sucede? Que cuando ya tienes tu enfermedad gravísima y tu diagnóstico terrible, te tienes que poner en manos de los médicos y dejarte de tonterías. Pero en todo ese recorrido previo, hay muchos momentos en que te pueden ayudar desde otras perspectivas, a veces, menos convencionales. El problema de la sociedad occidental es que nos cuesta mucho parar y conectar con nuestro interior.  

P.-¿Y a qué lo achacas?   |   R.- Todo en nuestra sociedad actual se enfoca a solucionar problemas rápidamente, resolver conflictos, las pantallas, las redes sociales… Cuando paras, tu organismo se siente mal. La cronopatía, que es la incapacidad de frenar, es una de las actitudes que nos enferman hoy en día. Llegas al fin de semana deseando que sea lunes, porque no sabes qué hacer con el tiempo libre. Hemos perdido el equilibrio entre el modo supervivencia y el modo calma, que deben compensarse. Y no estamos diseñados para vivir constantemente en ese modo supervivencia, eso te enferma. Hay una hormona, el cortisol, que se activa para afrontar el estrés, la alarma o la supervivencia. Pone en marcha el mecanismo de lucha o huida. Y si en vez de actuar en casos excepcionales, lo estamos generando permanentemente, como sucede hoy en día, la mente y el cuerpo acaban por no diferenciar los problemas reales de los imaginarios. El 90 por ciento de las cosan que nos preocupan jamás suceden, pero nuestro cuerpo y nuestra mente las viven como si fueran reales. Sentimos que todo es una amenaza. Te pasas todo el día alerta y el sistema inmunológico está tan pendiente de eso que no presta la atención que requieren otras partes del cuerpo. Y se paga.

P.- ¿Qué nos ha convertido en esos seres permanentemente preocupados?  |  R.- Lo achaco a cuatro factores. La cronopatía, de la que ya hemos hablado. Luego, la necesidad patológica de controlarlo todo, incluido el futuro, lo que es imposible. La felicidad consiste en vivir instalado en el presente habiendo superado las heridas del pasado y mirando con ilusión al futuro. Si vives enganchado al pasado, eres depresivo. Si vives angustiado por el futuro, eres un ansioso. La felicidad consiste en conectar con el presente y eso requiere saber que la felicidad no es lo que te pasa, sino cómo lo interpretas. La tercera es el perfeccionismo, la sociedad occidental está obsesionada con una perfección que no existe y te condena a la insatisfacción. Y la cuarta es la pantalla, que te envía alertas permanentes. Los programadores han buscado nuestro punto más vulnerable, que es la validación social, y lo han atacado.

P.-¿Es posible la felicidad real en el mundo virtual?  |  R.- No, es imposible. El mundo virtual genera gratificación instantánea, chispazos de dopamina que te dan instantes de placer, pero provocan un bajón, un síndrome de abstinencia. La felicidad está en conectar con las personas en el tú a tú, en la vida real.

P.-¿No es la felicidad un lujo burgués, un anhelo de quien ya tiene lo básico cubierto?  |  R.- Totalmente. Todo el mundo quiere ser feliz y me parece bien, es una buena aspiración. Pero tienes que saber que es un estado que no se alcanza de un modo permanente, que requiere un equilibrio entre tus aspiraciones y lo que has logrado, y esas expectativas deben ser moderadas. La felicidad consiste en disfrutar los instantes buenos que tienen todos los días sabiendo que no van a evitar los momentos malos. Yo aprendí mucho haciendo labor social en Camboya, en el Bronx… Ahí ves que el sufrimiento tiene un valor. Cuando todo te va bien, te olvidas de la gente que sufre. Necesitas haber sufrido para empatizar con  los demás. La sociedad actual quiere fingir que el sufrimiento no existe, no queremos que nadie nos cuente penas porque es muy exigente acompañar a una persona que sufre. Eso es la compasión: te entiendo y te ayudo. Es un grado superior a la empatía y es muy cansada, es de seres superiores. Pero hoy vivimos tan rápido que fingimos que empatizamos, pero sólo hasta un punto en que no nos exija nada.

P.-¿Un mundo feliz sería un mundo mejor?  |  R.- No, sería peor. El dolor es necesario y ha sido un motor artístico, filosófico y emocional de la humanidad. Lo que pasa es que depende de cómo definas la felicidad: si es ausencia de dolor y una vida perfecta, eso no existe en la Tierra. Además, la gente tiende a olvidarse de los demás cuando todo le va bien. Es una pena, porque el mundo sí sería mejor si nuestra felicidad nos hiciera más compasivos, pero no es lo habitual.

P.-En el libro acabas por proponer el amor como solución para todo. ¿Eres una romántica en tiempos cínicos?  |  R.- Lo que marca la vida es el amor a las personas, no sólo a las parejas. Es lo más importante en esta vida y el único antídoto para el sufrimiento. Es la respuesta a todo. No hay nada en la historia que sane y proteja tanto como el amor. Hay un estudio importantísimo de Harvard que demuestra que el parámetro que más condiciona que le gente envejezca sana y feliz es el amor. La soledad mata, sentirse solo mata a la altura del tabaco. No es que yo te diga que el amor sana como una cosa del Romanticismo del siglo XVIII, te estoy hablando de que está científicamente demostrado que es así. Me da pena que a las cosas básicas que sabemos haya que darles una base científica para que la gente se las crea. Pero sí, hay que volver al amor. Y esto es medicina, no pseudociencia. Lo que pasa es que vivimos en una sociedad en la que lo que se rompe lo tiramos, en vez de arreglarlo. También el amor. En eso tendríamos mucho que aprender de la sociedad de nuestros padres y abuelos.

P.-Te parecen un problema las redes sociales para ligar?  |  R.- El amor de usar y tirar está haciendo muchísimo daño a la gente. En España se separa una pareja cada cuatro minutos. Y quitando la muerte, por lo que más sufre uno en esta vida es por amor. Hay que volver a querer, no hay nada como sentirse querido. Yo ahora trabajo principalmente con adolescentes y la gente joven hoy en día conecta mejor con una pantalla que con una persona. No le pidas a un chaval que se lleve a una chica a tomar unas tapas y ligar con ella en un bar porque no sabe hacerlo. Se agobia, de hecho. Tengo un paciente que veía inaudito invitar a salir a una chica porque no podía saber cómo iba a acabar la cosa. Sólo entienden ir a tiro hecho, se ha perdido la posibilidad del rechazo.

P.-Convertir el móvil en el enemigo parece una batalla anacrónica… y perdida.  |  R.- El problema es que cogemos el dispositivo en dos momentos: cuando te aburres y cuando estás estresado. Tu cerebro se va modulando a medida que vas haciendo cosas con él. Si te pones ahora a tocar el piano, en un par de semanas tu cerebro ha aumentado su grosor en las zonas de los dedos y de la música. Si lo dejas, vuelve a como estaba. Esto es clave: el cerebro se adapta a tus hábitos. Y si tú, ante el aburrimiento o el estrés, coges el teléfono, no generas mecanismos para hacerles frente. Y eso provoca un drama que estamos viendo actualmente en la juventud: la cero tolerancia a la frustración. Es un componente clave de la vida que no se desarrolla debido a las pantallas. Planteas tu identidad adolescente respecto a las redes sociales, creemos que la gente te quiere o no por unos likes... La búsqueda de la identidad, que se desarrolla en la adolescencia, queda completamente en manos ajenas e invisibles, eres vulnerable. La vida virtual genera felicidad a golpe de clics, pero no felicidad estructural. Es todo un bluff y tu cerebro lo sabe, pero es adictivo. De hecho, la medicación para tratar la adicción a las redes sociales es muy similar a la de la cocaína. Es terrible.