lunes, 14 de marzo de 2022

"Tenemos que individualizar al máximo la elección del antidepresivo" - ( I )


Elaborado por el equipo de Redacción Médica     |     17/01/2022

El psiquiatra Javier de Diego destaca la importancia de formar al MIR en depresión para 'desenmascarar' a esta patología.

Hablamos con Javier de Diego, psiquiatra e investigador en el Hospital de la Santa Creu i Sant Pau de Barcelona, sobre la importancia de la formación en depresión de los médicos residentes, tras su reciente participación en el Curso para Residentes de Psiquiatría, organizado por Lundbeck y avalado por la Sociedad Española de Psiquiatría Biológica.

-La depresión es una enfermedad prevalente e incapacitante. Entre un tercio y la mitad de los casos son derivados desde primaria a la atención especializada. ¿Sobre qué ejes debe girar la formación del médico interno residente en psiquiatría en esta patología?
-Efectivamente es una de las enfermedades más habituales que atendemos, una enfermedad que afecta a casi 300 millones en el mundo. Quizás por ser tan común y por el hecho de que un gran volumen de depresión sea inicialmente atendido por el médico de familia, el residente de psiquiatría podría cometer el error de considerarla como una patología menos atractiva, pero es una de las causas médicas más importantes de discapacidad y de deterioro de la calidad de vida, con un tremendo sufrimiento emocional para el que la sufre y para su entorno. Cualquiera de nosotros podríamos sufrir una en algún momento de la vida, por eso creo que es tan fácil empatizar con el paciente con depresión y tan gratificante ayudarle a recuperarse. Así que diría que uno de los primeros ejes en la formación del residente de psiquiatría en depresión tiene que ser el entusiasmarle con su manejo. 

Además, como en tantas otras patologías en psiquiatría, la formación del residente tiene que ir dirigida a mejorar sus habilidades en el reconocimiento clínico de la patología -contando con los criterios diagnósticos de los sistemas de clasificación, pero sabiendo ir más allá- y conocer bien las distintas posibilidades de abordaje terapéutico, farmacológico y psicoterapéutico, especialmente cuando las cosas no acaban de ir bien desde un principio. Pero, además, pondría el acento en conocer al máximo las bases neurobiológicas de la depresión y despertar en los residentes el deseo de investigar en la búsqueda de biomarcadores, un campo en absoluto auge cuyos descubrimientos espero que vayan impregnando poco a poco nuestra forma de entender la enfermedad y nuestra práctica clínica.

-La propia dificultad diagnóstica de esta entidad clínica, que muchas veces cursa de forma atípica, ¿se percibe también en Psiquiatría? ¿Qué estrategias debe desarrollar el especialista para su correcta detección?
-Cómo siempre digo, los extremos son muy fáciles de reconocer: la presentación paradigmática de una depresión en la que el paciente describe un cambio claro en su estado de ánimo con una profunda sensación de tristeza, incapacidad para disfrutar de aquello que antes le llenaba, pesimismo, ideas de muerte… ¡ésta no se le va a escapar a nadie! El problema es que en muchas ocasiones el principal motivo de consulta del paciente pueden ser molestias de lo más variopintas: cefaleas, otros dolores, palpitaciones, estreñimiento, fatiga, problemas de memoria y de concentración, dificultades para dormir, etc. que “enmascaran” todo un síndrome depresivo completo.

Esto pasa con mayor frecuencia en ancianos. Si solo nos quedamos en la superficie y no interrogamos bien todo lo que puede estar acompañando a esas molestias, el diagnóstico se va a ir retrasando y esto tiene consecuencias pronósticas: en uno de los estudios que publicamos unos años atrás, observamos que aquellos pacientes con depresión que tardaban menos en recibir el tratamiento antidepresivo eran también los que se recuperaban con mayor probabilidad y en menor tiempo. Tenemos que estar siempre ojo avizor con una posible depresión frente a pacientes que acuden con quejas somáticas o cognitivas, especialmente cuando las presentan con una intensidad y vivencia subjetiva desproporcionada. Por otro lado, el residente se tiene que conocer los criterios diagnósticos “de pe a pa”, pero debe recordar que la fenomenología en depresión es mucho más rica y no olvidar revisar, de vez en cuando, alguno de los tratados clásicos de psiquiatría y psicopatología.

-La depresión comórbida con otras enfermedades, tanto físicas como mentales, es algo habitual en la práctica clínica. ¿Qué supone la presencia de comorbilidad médica en depresión a la hora de abordar esta situación? ¿Qué consecuencias tiene para el paciente?
-En primer lugar, la presencia de comorbilidades físicas y mentales en depresión van a aumentar las dificultades diagnósticas. Hay un montón de enfermedades generales que pueden cursar con síntomas propios de la depresión como fatiga, bajo apetito, insomnio, problemas de concentración, etc. Por otro lado, sentirse triste o abatido poco después de ser diagnosticado de un cáncer -por poner un ejemplo- es común y del todo comprensible, pero cuando ese estado se vuelve intenso y persistente en el tiempo, cuando impacta hasta tal punto que hace entrar a la persona en un estado de abatimiento, irritabilidad, pensamiento rumiativo, aislamiento social… es posible que se haya pasado la barrera. Ese error de dar por sentado que alguien con una enfermedad grave tiene que sentirse naturalmente deprimida y casi conformarse con ese estado, es una de las razones que contribuye al riesgo de infra-diagnóstico e infra-tratamiento, mientras que es un hecho probado que las personas con cáncer, con diabetes, con cardiopatía o con un sinfín de enfermedades que pueden asociarse a depresión, evolucionan mejor cuando la depresión se aborda a la vez que la enfermedad de base.

Pero, además, hay un montón de trastornos psiquiátricos que se presentan también junto a cuadros depresivos: alcoholismo, trastornos de ansiedad, trastornos de conducta alimentaria, trastornos de personalidad… Si no reconocemos estas comorbilidades y las abordamos específicamente, esa depresión tiene menos números de responder como nos gustaría.

-Nos decía que el tratamiento temprano de la depresión es uno de los pilares fundamentales para el mejor pronóstico de la enfermedad. A la hora de elegir el antidepresivo de primera línea, ¿es suficiente con evaluar el equilibrio entre eficacia, seguridad y tolerabilidad? ¿Qué otros elementos se deben considerar?
-Una depresión moderada o grave, la práctica totalidad de las que acuden a consulta, precisará de un tratamiento antidepresivo, más allá de todas las intervenciones psicoeducativas y psicoterapéuticas que vayamos implementando a lo largo del seguimiento de ese paciente. Desde luego, en depresión, como en la mayoría de campos de la medicina, no existe una bala mágica, es decir, un medicamento que resalte claramente por encima de todos los demás y que pueda ser dirigido a la totalidad de pacientes. Las guías clínicas aconsejan, de forma genérica, iniciar el tratamiento con un antidepresivo de la familia de los ISRS (inhibidores selectivos de la recaptación de serotonina) dado que son mejor tolerados que los antiguos tricíclicos, pero las posibilidades siguen siendo muy amplias y contamos con nuevas opciones que se quedan fuera de este grupo y que también podrían ser excelentes opciones en primera línea.

El perfil clínico de la depresión, su gravedad o incluso el predominio de algunos síntomas sobre otros pueden orientarnos hacia antidepresivos que presenten un espectro de acción más amplio o más específico en torno a esos síntomas. Por otro lado, el equilibrio entre eficacia y aceptabilidad será fundamental: de nada servirá prescribir un buen antidepresivo si el paciente lo dejará tempranamente por sentirse embotado con él o con problemas de disfunción sexual.  Además, en la práctica clínica tenemos que considerar también potenciales problemas de interacción con fármacos que ya esté tomando el paciente o posibles comorbilidades asociadas dado que la presencia de obesidad o problemas metabólicos, sin ir más lejos, pueden desaconsejar algunas opciones. Tenemos que individualizar al máximo la elección.
 

-¿Qué factores pueden condicionar una respuesta insuficiente al tratamiento? ¿Con qué estrategias terapéuticas cuenta el profesional sanitario para resolver esta situación?
-Como antes decía, cuando una depresión no va bien, lo primero que tenemos que preguntarnos es si no se nos está escapando algo en el diagnóstico y, a menudo, la clave podría ser alguna enfermedad física o mental comórbida, sin olvidar el consumo de alcohol u otros tóxicos. Pero no podemos olvidar algo tan obvio como la persistencia de factores psicosociales estresantes o la ausencia de apoyo social o familiar, factores que impactan negativamente en el resultado del tratamiento. Recuerdo un interesante estudio de la Universidad de Módena hecho con ratas y publicado en Molecular Psychiatry en 2017 que nos mostraba algo que observamos a diario con las personas en depresión: los antidepresivos favorecen la recuperación especialmente cuando el ambiente que les rodea es favorable. De alguna manera los antidepresivos disminuyen el estrés descontrolado y devuelven al cerebro las condiciones ideales para volver a responder a los cambios favorables, pero esos cambios también se tienen que producir. Los antidepresivos son aliados indispensables cuando tratamos una depresión mayor y todos los psiquiatras, de forma más o menos explícita, asociamos su prescripción con intervenciones psicoterapéuticas a lo largo de todo el tratamiento.

Ahora bien, hay depresiones “guerreras” en las que, aún a pesar de haber hecho un buen barrido diagnóstico y correcto abordaje de todas las comorbilidades, los intentos con los primeros antidepresivos no hayan resultado o no hayan sido bien tolerados. En esos casos, a groso modo, contamos con la posibilidad de usar potenciadores (es decir, sustancias sin efecto terapéutico antidepresivo per se pero que pueden aumentar la eficacia del antidepresivo), combinaciones de antidepresivos con mecanismos de acción complementarios o cambios por antidepresivos de un espectro más amplio o de mejor tolerabilidad. 

(Continua en el siguiente artículo con – II )

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