martes, 24 de mayo de 2022

El riesgo de patologizar la vida cotidiana: sentirse triste no es una enfermedad mental


ALDARA MARTITEGUI       |      Madrid     |      niusdiario.es     |     13/02/2022


·        Los expertos en salud mental dan la voz de alarma sobre el aumento de enfermedad mental desde que empezó la pandemia

·        Pero también alertan sobre el riesgo que conlleva poner tanto el foco en la salud mental: podemos caer en la patologización de la vida cotidiana

·        Es importante hacer la distinción entre enfermedad mental y estados de malestar emocional


La pandemia ha puesto la salud mental en el foco. Muchos expertos hablan ya de la salud mental como la nueva pandemia tras la del covid-19. El alarmismo no está de más a juzgar por los demoledores datos sobre el incremento de enfermedades mentales de los últimos dos años. Según la OMS, 300 millones de personas sufren depresión en el mundo, lo que representa un 4,4 % de la población mundial.

 

En España, desde que empezó la pandemia, se calcula que un 6,4% de la población ha acudido a un profesional de la salud mental por depresión y ansiedad en la mayoría de los casos. En 2020, 4.000 personas se suicidaron en nuestro país, la cifra más alta de la historia según el Instituto Nacional de Estadística (INE).

 

Los medios de comunicación nos hacemos eco del problema casi a diario. La salud mental es 'trending topic' y lo sabemos. A la gente le interesa el tema porque, quien más o quien menos, ha visto su salud mental (o la de alguna persona cercana) deteriorada en el contexto de la pandemia.

 

No todo es enfermedad mental

Las preguntas que surgen aquí -y que fueron abordadas entre otras muchas cuestiones el pasado 9 febrero en el debate ‘Salud mental: ¿Nueva pandemia?’, organizado por la Fundación Pablo VI- son muchas: ¿a qué nos referimos exactamente cuando hablamos de enfermedad mental?, ¿por qué es necesario aclarar este concepto?

 

Sin minusvalorar ni cuestionar los datos sobre el tremendo aumento de enfermedad mental de los últimos dos años, lo cierto es que muchos expertos en salud mental llevan tiempo dando también la voz de alarma sobre otro aspecto no menos importante: el hecho de que poner tanto el foco en la salud mental nos puede llevar al error de patologizar las emociones cotidianas del ser humano, es decir, a patologizar la vida misma.

Hay un mucho riesgo de patologizar lo que son reacciones normales a situaciones que han sido duras y que incluyen un poco de malestar, de frustración, de ansiedad (J.L. Carrasco, psiquiatra)

Mirarlo todo bajo el prisma de la enfermedad mental tiene sus riesgos, advierten los expertos. Se habla de síndromes de todo tipo cuando, en realidad, muchas veces estamos hablando sencillamente de emociones incómodas que no son más que mecanismos de adaptación del ser humano ante la adversidad, como por ejemplo sentir un poco de ansiedad ante la incertidumbre que conlleva una pandemia, o sentir tristeza durante el duelo por la pérdida de un ser querido o de una situación que ya no va a volver a ser la de antes.


“Hay un mucho riesgo de patologizar lo que son reacciones normales a situaciones que han sido duras y que incluyen un poco de malestar, de frustración, de ansiedad”, explicó el Dr. José Luís Carrasco, Presidente de la Sociedad de Psiquiatría de Madrid en su intervención en el coloquio de la Fundación Pablo VI, “ponerle a todo eso un nombre, como ya se está poniendo, de síndrome de ‘no sé qué’, sí conlleva un riesgo grande de patologizar la vida”.

 

Los criterios diagnósticos de las guías internacionales de salud mental, como la DSM-5 (Asociación Americana de Psiquiatría, APA) o la CIE-11 (OMS) tienen precisamente la función de filtrar la sintomatología presente en una persona para poder establecer qué es y qué no es enfermedad mental, hacer un diagnóstico y decidir la intervención más adecuada. Así, por el hecho de sentir mucha tristeza y tener estados emocionales depresivos durante los meses posteriores a la muerte de un ser querido, no quiere decir que haya necesariamente una depresión.

 

De hecho, el DSM-5 establece que para poder diagnosticar un trastorno depresivo mayor deben estar presentes casi todos los días durante un período de al menos 2 semanas cinco o más síntomas de una larga lista. El estado de ánimo decaído es solo uno de ellos. Estos son los demás:

 

·        Anhedonia o disminución del interés o placer en casi todas las actividades

·        Pérdida de peso clínicamente significativa o aumento o disminución en el apetito

·        Insomnio o hipersomnia

·        Agitación o retardo psicomotor

·        Fatiga o pérdida de energía

·        Sentimientos de inutilidad o de culpa excesivos o inapropiados

·        Capacidad disminuida para pensar o concentrarse, o indecisión

·        Pensamientos recurrentes de muerte o ideación suicida


“Es muy importante distinguir entre ñañas comunes y verdaderos trastornos”, explicaba en una entrevista el psiquiatra argentino Santiago Levín: “Jamás es una buena idea patologizar la vida cotidiana, es decir, convertir vivencias habituales y normales en patológicas”.

 

Un ejemplo que pone Levín es el de los populares TOCS e insiste en el peligro de usarlo alegremente como muchas veces hacemos: “Hoy escuchamos “tengo muchos tocs”, queriendo decir que se tienen algunas ñañas cotidianas, algunas conductas repetitivas. Pero el TOC (Trastorno Obsesivo compulsivo) es uno solo —no varios, no muchos— y es un trastorno mental importante”.

 

El riesgo de desviar recursos hacia donde no son tan necesarios

Patologizar la vida cotidiana, convencernos de que ciertas respuestas emocionales incómodas o de malestar, son enfermedades mentales, conlleva varios riesgos: uno de ellos, como apuntó el Dr. Carrasco en el debate, es el de que se desvíen recursos sanitarios hacia casos que en realidad no son necesarios porque no son enfermedad mental propiamente dicha. Tal vez, si el ratio de psicólogos (6) y psiquiatras (11) disponibles por cada 100.000 habitantes en nuestro país fuera mayor, esto no sería un problema. Pero la realidad es que, en el ámbito de la salud mental, no hay recursos suficientes.

 

 “Puede que esta idea se entienda mejor con un ejemplo muy sencillo para los médicos: hay personas que tienen problemas para digerir algunas comidas fuertes como una fabada asturiana, pero hacen una vida normal, solo que intentan comer menos fabada asturiana. Y hay personas que tienen una úlcera de estómago. Y eso hay que diferenciarlo muy bien porque si hay que poner servicio de salud, hay que tratar a quien tiene una úlcera de estómago y no igual para todos, porque entonces, el de la úlcera, se queda sin tratamiento y los problemas de digestión estarían ocupando unos recursos que todavía no tenemos. Eso sí, hay que prevenir: comer menos fabada, tomar un omeprazol etc.”

 

Fomentar la resiliencia

Por su parte, Monserrat Esquerda, pediatra especializada en salud mental infanto-juvenil en el Hospital San Juan de Dios de Lleida, que también participó en el debate, apuntó que, más allá de exponer datos la salud mental y denunciar la falta de medios en el sistema sanitario, “los medios de comunicación podrían estar haciendo una labor fantástica”. Esa labor, explicó Esquerda, podría ser la de hablar más de resiliencia, incidir en la importancia de la resiliencia: “Resiliencia es la capacidad de hacer frente a aquello que nos ocurre, a las adversidades o al trauma de una forma sana. Y la resiliencia no es espontánea. Sin trauma no hay resiliencia. No éramos resilientes porque quizás por nuestro tipo de educación nunca nos habíamos puesto ante una dificultad. Pero la resiliencia se activa. Requiere activar recursos individuales, comunitarios y existenciales. Existenciales es ¿qué sentido le doy a aquello que he vivido?”.

 

En una entrevista en NIUS, la presidenta del Instituto Español de Resiliencia, la psiquiatra Rafaela Santos, apuntaba que efectivamente, está muy estudiado que cada uno de nosotros vamos a pasar por dos o tres acontecimientos traumáticos a lo largo de nuestra vida queramos o no, porque la vida no nos pide permiso, no nos pregunta ¿quieres pasar por esto? Simplemente ese acontecimiento adverso nos llega: nos llega un despido, una enfermedad grave, una ruptura, la muerte de un ser querido o una pandemia…


Tenemos poca tolerancia a la frustración, explicaba Santos en esa entrevista, porque vivimos mucho más enfocados en la resistencia al dolor y en tratar de evitar el sufrimiento, que en aceptarlo y tratar de crecer en la adversidad, que es precisamente en lo que consiste la resiliencia.

 

“No podemos elegir lo que nos pasa en la vida, pero sí podemos preguntarnos ¿cómo lo afronto?, ¿qué puedo aprender?, ¿qué hay oculto? Porque en toda adversidad hay como dos caras: una cara que es la que vemos, la fea, la que no me gusta, la que tengo que sufrir, pero luego siempre hay una cara oculta, que está escondida…¡y ahí está el crecimiento! El sufrimiento, la adversidad, nos hace más humanos”.

¿Somos una sociedad emocionalmente ‘blandita’?

No hay que olvidar -como decía la psicóloga experta en procesos de duelo Lorena Alonso en una entrevista reciente en NIUS- “que el ser humano nace con el cableado perfecto para enfrentarse a situaciones verdaderamente adversas”.

 

Patologizar el malestar emocional que tienen que ver con la vida misma puede llevar al individuo a desestimar sus recursos internos de afrontamiento -ese cableado perfecto del que habla Lorena Alonso- y a ponerse en manos de otros (el sistema sanitario) que es quien a sus ojos tiene la obligación de venir a solucionar una supuesta enfermedad que en realidad no es más que un estado emocional de malestar derivado de la vida misma.

 

Esto es lo que ha llevado a muchos a referirse a las sociedades occidentales del siglo XXI como sociedades emocionalmente blanditas, y a otros a poner sobre la mesa la necesidad de especificar de qué hablamos exactamente cuando hablamos de enfermedad mental. No se trata de quitar importancia ni de menospreciar a las personas que sufren por esos estados emocionales derivados de la vida misma, se trata de ser ecuánimes y de ofrecer a cada uno lo que necesita. 

Patologizar el malestar emocional que tienen que ver con la vida misma puede llevar al individuo a desestimar sus recursos internos de afrontamiento

“Aún tenemos que hablar mucho más y saber definir muy bien cuándo estamos hablando de cada uno de estos ámbitos, explica Montserrat Esquerda: “Y hay tres ámbitos claros cuando hablamos de salud mental, uno es la promoción de la salud mental y eso, por ejemplo, en ámbito infantojuvenil, significa que deberíamos tener estrategias para que cualquier niño tenga una buena salud mental. La siguiente es prevenir el trastorno mental, porque sabemos que hay situaciones de vulnerabilidad, situaciones de riesgo. No todos tenemos riesgo de tener un trastorno mental. Con lo que primero sería promover, segundo prevenir y tercero sería determinar cuál es el mejor abordaje y el diagnóstico precoz cuando ya hay un trastorno mental”.

 

De modo que, teniendo en cuenta esta distinción que propone Esquerda, hablar de la necesidad de fomentar en las personas una mayor capacidad de afrontamiento de las circunstancias adversas propias de la vida y una mayor resiliencia ante el malestar emocional derivado de ellas, sí sería hablar de salud mental: pero más en el ámbito de la promoción de la salud mental, no tanto de enfermedad mental.

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