MACARENA GUTIÉRREZ | La Razón |
07/05/2022
Antropólogo y psicoterapeuta, el autor de «Sedados» explica cómo el capitalismo moderno ha creado una crisis de salud mental que afrontamos de manera equivocada: con muchas pastillas y poca reflexión.
No puede decirse que nos falten
motivos para ir sedados por la vida, sobre todo en los dos últimos años, pero
la teoría de James Davies es que apenas sirve de algo. Este antropólogo y
psicoterapeuta educado en Oxford alerta en «Sedados» (Capitán Swing) contra la
sobremedicación de la sociedad en la que vivimos y responsabiliza al
capitalismo salvaje de crearnos el problema para luego vendernos la solución.
-¿El hecho de que seamos una
sociedad sobremedicada es culpa de los bajos presupuestos de Sanidad?
-Sí. El motivo de que estas
medicaciones fueran tan bien acogidas y se extendieran rápidamente fue el
argumento del coste/efecto. Lo que ocurre es que después se ha visto que los
tratamientos, que cuestan dinero, tienden a perpetuarse, así que no son tan
rentables como se prometía en un principio. El gasto es enorme y lo peor de
todo es que el resultado no es bueno. Desde los 80 observamos cómo muchos
tratamientos se han ido perfeccionando y haciéndose más efectivos en Medicina
en todos los campos menos en la Psiquiatría. Podemos decir que incluso han
empeorado pese a toda la inversión realizada. Un cuarto de la población adulta
toma al menos una droga de este tipo al año y muchos no están bien
diagnosticados.
-En España tenemos el mismo
debate sobre la psicoterapia y la prescripción de medicación psiquiátrica.
-Sí, la opinión más extendida es que
la medicación es más barata, pero sería mucho más rentable reducir de forma drástica
tanta prescripción innecesaria de psicotrópicos e invertir el ahorro en
intervenciones psicológicas y sociales. En Reino Unido el coste es de medio
billón de libras al año, probablemente una cifra muy similar a la española.
-De todas formas, en Psiquiatría
apenas ha habido ningún descubrimiento reseñable en términos de psicotrópicos
en décadas.
-Bueno, en los 90 apareció una nueva
generación de antidepresivos, pero la verdad es que no se han revelado más
efectivos que los anteriores, los tricíclicos. Así que se puede afirmar que han
sido 50 años sin mejora alguna. Quizá sí hemos conseguido unos efectos
secundarios más tolerables, pero hasta eso se ha puesto en cuestión porque los
síntomas de abstinencia cuando se retiran son mucho más radicales. Así que
tiene usted toda la razón.
-No pinta nada bien la
estrategia adoptada en salud mental.
-Correcto. Nos hemos equivocado por
completo en la manera de abordar el asunto. Hemos puesto toda nuestra energía
en medicalizar a la gente, cuando la mayoría del malestar que manifiestan se
debe a una reacción natural y normal del ser humano ante los problemas y las
dificultades. Ahí es donde deberíamos actuar, más en el plano más psicológico y
social y menos en el biológico.
-¿Exactamente cuál es la
función del psiquiatra, en su opinión?
-Tienen una función. Las drogas pueden
ayudar en los casos más severos y a corto plazo. Además, al ser médicos, pueden
descartar enfermedades físicas como causa de la dolencia mental.
-¿Cree que deberían ofrecer también
terapia, como sucede en EE UU?
-En EE UU, entre los 50 y los 70, lo
que hacían los psiquiatras era dar terapia, es como funcionaba el mundo
entonces. Eso cambió con la revolución de los psicofármacos en los 80 y 90. De
pronto, los profesionales eran educados para trabajar orientados a otra
práctica, la de la prescripción.
-Parece que la mayoría se ha
quedado atascada en esa fase.
-Exacto. Algunos sí hacen terapia,
pero la amplia mayoría de psiquiatras hoy, desgraciadamente, lo que hacen es
recetar y monitorizar el tratamiento. Sin embargo, no hay motivo alguno para
que no puedan revertir esa tendencia.
-La sensación que da es que se
limitan a la vieja fórmula de prueba/error hasta que dan con la pastilla que
funciona.
-Es verdad que hay mucho de eso,
probar para ver qué es lo que funciona. Y llega un momento en que es imposible
saber qué es lo que está funcionando porque la misma persona toma varios
medicamentos a la vez, es el fenómeno de la polifarmacia.
-¿Cuál es la conexión entre la
salud mental y el capitalismo radical?
-Si el sector de la salud mental ha
sobrevivido y se ha expandido desde los 80 no es por sus grandes resultados,
sino por lo bien que sirve al neoliberalismo. Una de esas maneras en que
protege el capitalismo es a través de la despolitización del sufrimiento. Lo
conceptualiza de forma que evita las críticas al sistema económico. Te
encuentras mal porque hay algo malo que hay en ti, en tu cerebro disfuncional,
así no se busca la causa en el entorno, que está hecho un desastre, o en las
políticas sociales, la desigualdad, los bajos salarios, etc.
Además, convierte el malestar mental
en una oportunidad de negocio muy lucrativa. Si puedes vender la idea de que tu
producto acaba con el dolor emocional, imagínate... Aquí entran las farmacéuticas.
Han descolectivizado el sufrimiento, ya no es el problema de grandes grupos
sociales, así que evita la unión, la solidaridad y la búsqueda de salidas
comunes. Todo muy individualista, la esencia del capitalismo.
-¿Cree que si trabajáramos menos
nos encontraríamos mejor?
-Sin duda. Desde los años 80 la
economía está dominada por el sector de los servicios en detrimento de la
industria. Y la gente que trabaja en ese ámbito encuentra menos sentido en lo
que hace, está más desconectada e insatisfecha. Así que hemos acabado en una
sociedad en la que la mayor parte de la población trabaja todo el día en ese
ambiente para poder pagar un alquiler que no para de subir. Vivimos para
trabajar, sería mucho mejor hacerlo menos horas, pero en nuestra economía es
inviable.
-¿En qué medida son los
laboratorios responsables de la situación?
-Ellos han invertido billones y
billones de euros desde los 80 para que creamos que sus tratamientos nos van a
salvar. No solo entre los médicos, también entre la opinión pública. La
relación es tan directa como que el cuestionario empleado para calibrar la
depresión de un paciente durante un par de décadas en el sistema de salud
británico fue elaborado y financiado por el laboratorio que fabricaba los dos
productos más recetados. No hay un conflicto de intereses más evidente. Y este
es solo un ejemplo.
-Es una situación calcada a la
de la crisis de opioides en EE UU, ¿no? Las farmacéuticas crearon el problema y
la supuesta solución.
-Exacto. Cuando salió Prozac, por
ejemplo, del laboratorio Lilly, organizaron un gran simposio en 1996 en el que
invitaron a un nutrido grupo de psiquiatras para que entre todos concluyeran,
sin evidencia ninguna, que los efectos secundarios de dejar la droga eran muy
leves. Y esa idea errónea se mantuvo vigente al menos 15 años. La medicación ni
era tan efectiva, ni tan segura.
-Pero los psiquiatras compraron
esa idea sin pestañear. Son cómplices.
-Totalmente. La industria no habría
podido salir indemne como ha salido sin el respaldo de la comunidad
psiquiátrica. Es igualmente responsable de la situación en la que nos
encontramos hoy.
-No me extraña que algunos no
confíen en la psiquiatría.
-Algunos fueron engañados, otros se
engañaron a sí mismos. Pero la conclusión principal es que apoyaron una teoría
sobre la depresión, la del desequilibrio químico, que ha resultado totalmente
falsa.
-Además, no hay ninguna prueba
empírica que lo demuestre.
-No. De hecho, la mayoría de
neurobiólogos no la aceptan. Estuvo vigente 20 años y los psiquiatras no
hicieron nada para rebatirla.
-La verdad es que en los dos
últimos años nos sobran los motivos para estar sedados.
-Al menos un tercio de la gente
experimentó un subidón de bienestar precisamente durante el confinamiento.
¿Cómo es posible? Porque pudieron alejarse del trabajo que les hacía tan
desgraciados.
-Parece que la única adicción
socialmente aceptable es la del trabajo.
-Sí. Incluso en lenguaje médico el
estar “recuperado” significa que estás listo para volver al trabajo. Para ser
productivo de nuevo. Todo está teñido por el mercado laboral.
-Incluso los fines de semana
están para descansar y poder volver el lunes con más ímpetu, ¿no?
-Y la meta es trabajar lo suficiente
para poder escapar de ese mercado laboral. O ganar dinero para poder irte de
vacaciones y alejarte de tu desempeño profesional. Todo va de compensar ese
esfuerzo bebiendo o viajando. Es un círculo vicioso sin salida.
-Cualquiera hubiera dicho que a
estas alturas estaríamos trabajando mucho menos.
-En los años 30 del siglo XX John
Maynard Keynes escribió un artículo sobre la que iba a ser la realidad
económica de sus nietos. Predijo que en 2020 estaríamos trabajando no más de
quince horas a la semana. Y que el resto del tiempo podríamos dedicarnos al
placer de cultivarnos. Imagínate.
-No dio una.
-Porque él creía que un buen sistema
económico debía estar al servicio del ciudadano y de la comunidad. No
simplemente para producir más y más sin límites. Justamente lo contrario de lo
que creyó Margaret Thatcher, por ejemplo.
-Nuestra generación compró esa
idea liberal de que si no estás muy ocupado es que no eres importante, o
interesante. Parece que las nuevas no se lo tragan.
-Es que el paquete que compramos los
que ahora nos acercamos a los 50 al menos era real. Si estudiabas y trabajabas
duro podías acabar comprando una casa o un coche. Había más oportunidades. Los
jóvenes de hoy, y ese es otro de los motivos de los elevados niveles de
depresión, ven que la economía a la que tendrán que incorporarse es mucho menos
benévola y van a conseguir mucho menos.
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