Advierte de que con la sobreprotección "hacemos que los adolescentes, cuando se sienten dañados, se frustren y se
quiebren"
La sobreprotección que las familias
ejercen sobre niños y jóvenes hace que estos sean como un cristal: duros, pero
frágiles. Así lo dice en esta entrevista el doctor en Psicología y en Ciencias
de la Salud Javier Urra, que ayer pronunció en Málaga la conferencia titulada
'Vacuna contra la patología social', dentro de una jornada organizada por la clínica
Recurra Ginso, especializada en salud mental infanto-juvenil, y el Colegio
Oficial de Psicología de Andalucía Oriental. Urra asegura: «Con la
sobreprotección hacemos que los jóvenes, cuando se sienten dañados, se frustren
y se quiebren, en vez de hacerlos resilientes». Este experto, que es director
clínico de Recurra Ginso, considera que se ha acortado mucho el tiempo de la
infancia y, sin embargo, se ha dilatado mucho el tiempo de la adolescencia.
–¿Qué
radiografía hace de la situación de la salud mental infanto-juvenil en España
en la actualidad?
–Antes de la pandemia ya teníamos
problemas. Uno de los problemas es una búsqueda ansiosa de la felicidad. El ser
humano sabe que va a morir y que la gente que más quiere va a morir. Por tanto,
lo de la felicidad es bastante quimera. Puede haber momentos de bienestar, de
alegría, de pasión, de enamoramiento, de fracaso, de sufrimiento... Por tanto,
no hay que pedirle a la vida más de lo que la vida puede dar.
–¿Se refiere
usted a la infancia y a la juventud o es algo que se puede aplicar a todas las
edades?
–Estoy hablando de la infancia y de
la juventud, pero es algo que se extiende a la sociedad en general. Además, se
está sobreprotegiendo mucho a los niños y a los jóvenes. Esa sobreprotección
hace que los jóvenes sean como el cristal: duros, pero frágiles. Lo que
tendríamos que hacer es que fueran resilientes.
«Es impropio
que un niño de 11 años vea en la Red una violación grupal: un niño lo que
necesita en su casa es amor y seguridad»
–¿De qué forma
afecta a la juventud una protección excesiva?
–Con la sobreprotección hacemos que
los jóvenes, cuando se sienten dañados, fracasos o no valorados, se frustren y
se quiebren. También estoy notando en algunos jóvenes que si la vida no les da
lo que ellos calculan, piensan en separarse de la vida. Esto no es un
sufrimiento por un hecho puntual que les lleva a una conducta autolítica o
suicida. No, no. Lo tienen un poco pensado. Para ellos, la vida merece hasta un
punto. ¿Y cuál es mi diagnóstico? Que falta a veces transmitir esperanza y
compromiso. Compromiso con el mundo, con los que nos antecedieron, con la gente
con la que convivimos y con los que nos continuarán. Yo creo que hay que
hacerse la pregunta: ¿para quién he vivido?
–¿Y cómo ve la
situación de la infancia?
–Creo que hemos acortado mucho el
tiempo de la infancia y, sin embargo, hemos dilatado mucho el tiempo de la
adolescencia. Hoy un niño de 11 años puede estar viendo en la Red una violación
grupal. Eso es impropio y le genera al niño una gran confusión que le lleva a
tener grandes problemas. Por otro lado, le hemos quitado a los jóvenes la
posibilidad de lograr un trabajo bien remunerado, de encontrar un piso, de
conformar una pareja, etcétera. España es junto con Japón el país con mayor
esperanza de vida y, por contra, el que tiene menos natalidad en el mundo como
también le sucede a Italia.
–¿Qué opinión
le merecen las redes sociales y su influencia en niños y adolescentes?
–Para mí, a veces, las redes más que
sociales son asociales. Le pongo un ejemplo: cuando a un niño de ocho o nueve
años TikTok le provee de una cantidad de retos que ponen en riesgo su vida, eso
es una red asocial, no social.
–Usted es
director clínico de Recurra Ginso. ¿Qué ofrecen en ese centro?
–Tenemos una clínica en Madrid, en
la calle Corazón de María, y contamos con un centro terapéutico, situado a 70
kilómetros de Madrid, al que vienen chicos de toda España. En 12 años hemos
tratado a más de 1.100 pacientes. Están con nosotros como media 11 meses. Lo
primero que les decimos es que no hay teléfono móvil. ¿Y qué pasa? Nada,
absolutamente nada. Lo segundo que les hacemos saber es que no hay ordenador. Y
tampoco pasa nada. El 40 por ciento de los chicos que nos vienen, de 16 o 17
años, consumían mucho hachís. En el centro, evidentemente, no se consume nada.
¿Y qué pasa? Pues nada. Hay mucho tópico sobre eso, que si son adictos, que si
no van a poder estar sin consumir. Pues pueden, claro que sí. Tenemos un
acuerdo con el Ministerio de Sanidad y con comunidades autónomas y también
somos privados. El caso es no ser elitistas y dar respuesta, hasta donde
podamos, a todo el que lo precise.
«La gente está
siempre como cabreada. No hay más que coger el coche para verlo: hay como una
exigencia absoluta»
–En la conferencia
que ha dado en Málaga ha hablado de la patología social. ¿Qué es eso?
–Por patología social me refiero a
que hay padres que no pagan a Hacienda o que anteponen la droga a sus hijos.
Ese tipo de realidad social genera estrés y ansiedad en los niños. España es el
país del mundo que en los dos últimos años ha consumido más ansiolíticos en
proporción a su población. La gente está siempre como cabreada. No hay más que
coger el coche para verlo. Hay como una exigencia absoluta. Con esa actitud, la
sociedad no valora que haya luz o agua en las casas. Se da por hecho que todo
tiene que funcionar. Un niño en su casa lo que necesita es vínculo y apego, es
decir, amor y seguridad. No hay que olvidar que somos nuestra infancia. También
hay que estar en contacto con la naturaleza, porque somos naturaleza.
–¿Qué le parece
lo que sucedió el Colegio Mayor Elías Ahuja de Madrid con gritos machistas e
insultantes a las alumnas de la residencia Santa Mónica?
–Pensamiento y lenguaje van de la
mano. Esos alumnos dijeron que había sido una broma. No, no, eso estaba
pensado. ¿Que no es un ejercicio de odio? Bueno, pues posiblemente no, pero
cuidado con las palabras, porque las palabras no son neutras. Cuando alguien
dice todos, todas, todes, cambia la estructura social.
–¿Qué cosas
importantes cree que le faltan a la sociedad en general?
–Yo destaco la importancia del
sentido del humor, de la capacidad de reírse de uno mismo. Hay que saber
perdonar a los demás y a uno mismo. Esas pequeñas cosas son fundamentales. Como
por ejemplo, ir a un hospital a ver a niños enfermos o cuidar a la abuela que
tiene alzhéimer y que posiblemente no te entiende, pero sí te reconoce. Una de
cada cuatro personas en el mundo sufrirá una enfermedad mental a lo largo de su
vida. En el mundo hay 300 millones de personas con una grave depresión, 250
millones con trastorno bipolar, más de 50 millones con ludopatía, más de 20
millones con psicosis... Por tanto, como dice la Organización Mundial de la
Salud (OMS), no hay salud sin salud mental. Un tercio de las bajas laborales en
España corresponden a problemas de salud mental.
–¿La sanidad
pública y la privada de España están suficientemente dotadas en recursos de
salud mental?
–Aunque la sanidad pública y la
privada funcionan bien, estamos muy poco dotados. Tenemos seis psicólogos
clínicos por cada 100.000 habitantes frente a los 18 de media que hay en
Europa. En España contamos con 11 psiquiatras por cada 100.000 habitantes y en
Francia tiene el doble: 22. Tenemos problemas y creo que sabemos cómo abordarlos
y afrontarlos, pero debemos tener capacidad para prevenirlos.
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