miércoles, 31 de mayo de 2023

¿Qué me va a preguntar el psicólogo?. Así es la primera consulta.

 LOIS BALADO     |    lavozdegalicia.es    |      03/07/2022

No saber qué te vas a encontrar es una de las razones que nos disuaden de ir al psicólogo. Acudimos por primera vez a terapia para dar a conocer cómo funciona.

 

Un trabajo que llevaron a cabo investigadores de psicología de la Universidad Complutense de Madrid apuntaba varios datos interesantes sobre la actividad clínica y el perfil de las personas que acuden a terapia psicológica en España. Se estudió el contexto clínico de 856 pacientes y la investigación desprendió que el 68,3 % de los que iniciaron el tratamiento obtuvieron el alta terapéutica. El 75,3 % necesitó 18 sesiones o menos. Por el contrario, uno de cada cuatro pacientes (el 24,3 %) abandonó la terapia antes de lograr los objetivos marcados. Además, se aportan datos interesantes sobre qué personas acuden al psicólogo en España (mayoritariamente mujeres jóvenes), así como el perfil tipo del profesional de la psicología (también mayoritariamente mujeres jóvenes que ejercen su actividad en una clínica privada).

 

Aunque las heridas provocadas por la pandemia hayan provocado un auténtico terremoto de datos que puedan volver borrosa esta foto fija, lo cierto es que las cifras de este estudio (y de muchos otros) demuestran que la terapia funciona en la mayoría de los casos. Y si lo sabemos, ¿por qué nos sigue costando ir al psicólogo? El Instituto Nacional de Estadística cuantifica que un 13 % de los españoles presentan sintomatología depresiva según los datos recogidos para la última Encuesta Europea de Salud. Sin embargo, antes de la pandemia, se estimaba que solo acudía a terapia entre un 5 y un 10 % de la población.

 

Evidentemente, el primer problema al que nos enfrentamos a la hora de acudir a un profesional de la salud mental es económico. Ir a terapia es caro si se recurre a profesionales que ejercen su actividad desde el ámbito privado (la mayoría). La escuálida nómina de profesionales en la sanidad pública supone la primera barrera a la hora de acceder a atención psicológica. No solo va a terapia quien quiere, sino también quien puede. Así de claro. Y es un problema: una ansiedad en lista de espera o desatendida puede derivar en una depresión que agrave el problema. El sistema público, ahogado y sin recursos, llega demasiado tarde a prestar socorro. Si es que llega.

 

Pero más allá del bolsillo existen otras reticencias. Nos cuesta acudir por primera vez al psicólogo, sobre todo en determinados grupos de población adulta. ¿Qué nos vamos a encontrar? ¿Me voy a sentir incómodo? ¿Qué hago con las cosas que no quiero compartir con nadie? ¿Me va a presionar? Son algunas de las dudas que muchos se plantean y que disuaden a la hora de pedir cita. Por eso, en La Voz de la Salud hemos querido mostrar cómo es la primera consulta con un profesional buscando tranquilizar a todos aquellos que sospechan que necesitan ayuda, pero que ven con temor la tarea de exponer sus sentimientos ante un desconocido.

 

Una hora de consulta: evaluación inicial

 

Cristina Veira encaja en ese perfil radiografiado como mayoritario dentro de los profesionales que ejercen la psicología clínica: mujer, joven y ejerciendo su profesión desde el sector privado. Forma parte del centro de psicología Andainas y es además miembro del Colegio Oficial de Psicoloxía de Galicia. Entramos en la clínica —en un primer piso— y rápidamente pasamos a consulta. «Yo soy Cristina, soy la psicóloga que te va a atender». Lo primero es presentarse.

 

Lo que se trata en una consulta de psicología pertenece al ámbito más privado de las personas, es por eso que el que se somete a ella es un periodista y no un paciente habitual de la clínica. Lo que se relata a continuación es una experiencia real, pero algunas partes de la conversación han sido suprimidas para proteger la intimidad de las personas. Igualmente, las pautas que se nos indican serán obviadas porque cada caso es personalizado. Si tienes problemas de ansiedad, depresión o cualquier otro problema de salud mental, consulta con un profesional.

 

Nos pregunta si alguna vez hemos acudido a la consulta de un psicólogo. Si alguien nos ha hablado de su trabajo y cómo hemos llegado a ella. A Cristina no la conocemos de nada, sinó no nos podría atender. Nos explica su metodología que «a veces es algo distinta». En efecto, constatamos que su forma de trabajar no es la que hemos visto en anteriores ocasiones en consulta. «Nosotras trabajamos en equipo —tres profesionales forman parte del gabinete—. Aunque me ves aquí sola, a través de esa cámara ahí —efectivamente, hay una cámara en la habitación— mis compañeras, que son psicólogas también, están viendo y escuchando. La cámara no graba absolutamente nada, ni audio ni vídeo. Y lo hacemos porque así somos más eficaces, tienes que venir menos veces. Yo me puedo centrar en la conversación sin tener que estar tomando notas; por otro lado, ellas van pensando cómo te podemos ayudar. La confidencialidad está garantizada».

 

La habitación tendrá unos 20 metros cuadrados. Nos sentamos en puntos opuestos frente a una gran mesa de trabajo redonda. Por supuesto, no hay un diván de cuero con capitoné presidiéndola, ese elemento indispensable para representar una consulta de psicología en el cine o el teatro. Hay dos puertas: por la que hemos entrado y una segunda, cerrada, tras la que escucha la conversación el resto del equipo. «La consulta va a durar más o menos una hora. Hacia el final haremos una pausa, te enviaremos a la sala de espera y yo me reuniré con ellas para ver cómo te podemos ayudar».

 

Nos pasan unos cuestionarios previos. Siempre realizan dos: uno al inicio de la cita y otro al final. «No es para evaluarte a ti, sino para evaluar si la terapia está funcionando. Si no está funcionando, nos sirve para cambiar la estrategia o bien para decirte que no podemos ayudarte. No queremos que estés aquí tirando el tiempo y el dinero». Firmamos un consentimiento y nos cuestiona sobre una serie de datos (miembros en la unidad familiar, fecha de nacimiento, estado civil, nivel de estudios, etc,). Nos explica también las «normas de la casa». Son sencillas: no está permitida la violencia ni tampoco estamos obligados a contar lo que no queramos, aunque ella podrá preguntar la que quiera. «El objetivo de esta sesión no es que tú vomites todo lo que tengas dentro, sino que salgas con la sensación de que ha sido una buena idea venir. Vuelvas o no, ese sería nuestro objetivo. No tienes por que responder a nada que no te apetezca». Nos invita a que, si algo nos incomoda, digamos que no nos apetece contestar. «Hay gente a la que le da apuro decir eso, entonces también nos valen cambios de tema, omisiones, pequeñas mentiras o incluso grandes mentiras. Aceptamos todo. Te podremos ayudar con la información que nos quieras aportar. Entendemos que si mientes es que lo necesitas».

 

Los cuestionarios —un formulario que rellenamos en una tablet— nos piden una autoevaluación de nuestro estado de ánimo en la última semana en cuatro aspectos.

§     Individualmente

§     En lo interpersonal

§     Socialmente

§     En general

 

Tras rellenarlo, se nos muestra una gráfica en la que aparecemos en una zona roja. «No quiere decir que estés mal, simplemente es que te puedes beneficiar de venir aquí. De momento, lo único que indica esto es que estás en el lugar adecuado», nos dice Cristina Veira.

 

Empieza la conversación

 

«¿Alguien sabe que estás hoy aquí?». Así empieza esta primera sesión de terapia de psicología clínica. Si la idea surge de nosotros y qué objetivos busco con esta terapia. Le explico lo que decenas de personas han contado desde esta misma silla desde hace dos años: la pandemia, el encierro y unas sensaciones (despersonalización, nudo en la garganta, taquicardias) desconocidas antes de la irrupción del virus. Sale por primera vez la palabra ansiedad.

 

Es el primer escalón de la charla. Pero pronto entramos en otras preocupaciones que contribuyen a ese estado ansioso. La dificultad para marcar límites y cómo esquivar la tendencia a hacer recaer sobre nuestros hombros el malestar de los demás, algo que admito hacer con frecuencia. «Yo no quiero que la gente esté mal, pero me gustaría aprender a no tener que depositar esa responsabilidad en mí. No tener que sentirme obligado a que el resto estén bien; darme cuenta de que la gente tiene derecho a estar de mal humor y no pensar que es por mi culpa». «Te gustaría aprender a ser un poco más irresponsable», pregunta. Puede ser.

 

Como le he confesado que, en parte me he liberado esa ansiedad que tuvo su punto álgido durante el confinamiento, me pregunta desde cuándo me noto mejor. Hablo de la vacunación, de recuperar la vida social, de tomar algo y no sentir que corro un riesgo de muerte ha sido definitivo. «Eso es lo que le ha pasado a la mayoría de la gente», dice. Recordamos juntos los largos meses de teletrabajo y de la angustia que me producía no poder explicarle a mis perros —tal vez pueda parecer un problema menor para otros, pero este espacio es seguro y no se juzga a nadie— el hecho de que sus largos paseos se viesen reducidos a unos pocos minutos por las cercanías de mi edificio y sin que pudiesen socializar con otros miembros de su especie. «Para mí fue complicado, ver cómo ellos empeoraban y que yo no podía hacer nada».

«Ver que luego al empezar a salir y recuperar la vida mejorabas, es de persona sana», nos dice. Reconforta escucharlo.

 

Sigue la conversación. «¿Cómo vas a notar que estás mejor?». Sinceramente, le digo que no entiendo la pregunta. Cristina la reformula: «Imagínate que vuelves dentro de 15 días y me dices que por lo que viniste está un poco mejor porque... ¿Por qué?». Es una buena pregunta. Supongo que porque hubiese dejado de ser menos catastrofista o que gestiono mejor el malestar de mis perros. Insisto en esto porque, le explico, uno de ellos tiene un fuerte vínculo conmigo y lo pasa mal cuando me salgo de la rutina (por ejemplo, si me voy de casa a una hora en la que lo normal es que esté). Mientras se lo explico, yo mismo caigo en la cuenta de que es la segunda vez que pongo el tema de mi perro en la mesa. Es lo que tiene verbalizar las sensaciones, que solo ese ejercicio logra darte pistas de los aspectos conflictivos de tu día a día. En mi caso es un perro, en muchos otros será un hijo, un padre o una abuela. «Es un perro muy sensible», le aseguro.

 

«O sea, que cuando sales, te vas con un poquito de culpa. ¿Puede ser?», me dice. «No lo sé», le respondo. No sé si me estoy acogiendo a una de las posibilidades que me ofrecen las «normas de la casa».

 

La ansiedad y el control

 

La conversación sigue un poco más, pero ya me he dado cuenta de que Cristina tiene algo en mente. Supongo que está harta de ver casos como el mío en los últimos dos años. Por suerte, claro. No me gustaría ser uno de esos «casos estrella» con los que un psicólogo se frotaría las manos por suponer un gran reto. «¿Alguien te ha explicado lo que es la ansiedad?». Me pongo a pensarlo. Si conozco lo que es la ansiedad es porque parte de mi vida laboral gira en torno a saberlo —hemos hecho varios reportajes sobre salud mental y ansiedad— y no por haber padecido algún síntoma. Me llama la atención. ¿Quién te explica qué es la ansiedad si no trabajas en un medio de salud y no vas al psicólogo? ¿Google?, ¿un médico de cabecera con el agua al cuello por la falta de recursos en la atención primaria y que tiene pocas opciones más allá de la receta de un fármaco?

 

Le digo que no me lo han explicado —miento esta vez—. Me lo explica. Me habla de los sistemas de alerta que nos han permitido sobrevivir como especie. De todos esos mecanismos fisiológicos que nuestro cuerpo activa para prepararnos para salir corriendo ante el peligro. De cómo este sistema se ha quedado obsoleto ante amenazas que no son reales. De la sudoración, las taquicardias, el agarrotamiento, la visión en túnel. Todo eso que ya te hemos explicado antes.

 

—Estás monitorizando cómo estás constantemente, cómo evoluciona ese nudo en la garganta, entras en un círculo en el que notas algo y se te activan las alarmas y te focalizas constantemente en eso. «¿Estoy mejor?, ¿y ahora estoy mejor?». El cuerpo no funciona así, si haces eso nunca vas a estar bien ¿Has hecho alguna vez algo así?

 

—Yo me doy cuenta de algunos de mis comportamientos que tengo.

 

—¿E intentas luchar contra ellos?

 

—Sí, pero me parece que es algo difícil de controlar.

 

Al parecer hemos pronunciado una palabra clave. «Que es ''esto es difícil de controlar'', claro, es que no se puede», me dice Cristina. «Tendrías que aprender a descontrolar un poco. No a volverte loco, pero sí que es una parte importante. Y ahí sí que podemos echarte una mano».

 

Las pautas para trabajar

 

«Tengo una idea de cómo te podemos ayudar, pero necesito consultarla con mis compañeras. ¿Pasas a la sala de espera?». De esa reunión salen las primeras pautas que se ajustarán a la problemática de cada paciente (más o, como en mi caso, menos severas). Es solo el inicio de un camino que seguirá, aquí o en cualquier otro lugar. Tal vez esta experiencia no encaje dentro de lo que tú andas buscando, pero debes saber que cada relación psicólogo-paciente es única y se va construyendo. Sumar uno más uno, cuando se trata de personas, nunca ofrece un resultado exacto. Las relaciones se basan en afinidades y encontrar un profesional merecedor de tu confianza puede ser difícil. Lo único seguro de dar el primer paso es que ya se está un paso más cerca de la meta.

lunes, 29 de mayo de 2023

Epilepsia en adolescentes; tipos tratamientos y recomendaciones


JOSÉ PADILLA      |     La Mente es Maravillosa     |      26/03/2023

 

La epilepsia es una enfermedad que afecta a la actividad eléctrica del cerebro. Si quieres saber más sobre esta patología en adolescentes, te invitamos a continuar la lectura.

 

La adolescencia es una etapa del desarrollo muy vinculada a la epilepsia, ya sea porque en ella desaparecen algunos síntomas epilépticos o porque hacen su aparición otros. Se estima que la prevalencia de la epilepsia en adolescentes es de 3.2-5.5 / 1000 (Tirado, 2018).

 

Con independencia de los factores que determinan el inicio o desaparición de los síndromes epilépticos en la juventud, la presencia de este cuadro clínico exige atención profesional. Lo requiere en todos los casos, pero quizás especialmente en estos, ya que se desarrolla en una fase vulnerable, tanto en lo físico como lo emocional.

 

La epilepsia en adolescentes

La epilepsia es una alteración del sistema nervioso central en la cual la actividad eléctrica del cerebro se perturba, provocando convulsiones o comportamientos y sensaciones inusuales. Su manifestación es heterogénea y depende de características particulares.

Durante las crisis epilépticas, hay quienes quedan con la mirada fija por segundos, mientras que otros experimentan convulsiones causadas por descargas eléctricas excesivas en las neuronas. Debido a que la epilepsia es producto de una dinámica anormal en la corteza cerebral, dichas crisis podrían afectar cualquier función orgánica o psicológica que esté a cargo de la actividad del cerebro.

 

La epilepsia afecta al adolescente el plano psicológico y social. Las interacciones con los compañeros, las decisiones educativas y profesionales, la capacidad de conducción y la vida reproductiva son algunos aspectos perjudicados. En una investigación, se encontró que los adolescentes con epilepsia muestran niveles significativamente más altos de depresión, síntomas obsesivos, anhedonia y ansiedad social, en comparación con los que no padecen dicha enfermedad.

 

También se halló que, entre los jóvenes con epilepsia, la alta frecuencia de convulsiones está ligada con baja autoestima, y ​​las convulsiones tónico-clónicas son vinculadas con niveles más altos de depresión. Finalmente, este análisis determinó que los bajos niveles de conocimiento sobre epilepsia se corresponden con índices más altos de depresión, más bajos de autoestima y más elevados de ansiedad social.

 

Síntomas

Entre los síntomas y signos de la epilepsia en la etapa adolescente mencionamos los siguientes:

·        Rigidez muscular.

·        Confusión temporal.

·        Episodios de ausencia.

·        Perdida del conocimiento o consciencia.

·        Movimientos paroxísticos de las extremidades.

·        Síntomas psicológicos como miedo o ansiedad a vivir un episodio.

 

Estos varían de acuerdo con la clase de epilepsia y de las convulsiones que se tengan. Por lo general, los adolescentes con esta patología experimentan el mismo tipo de convulsiones en cada episodio, así que los síntomas serán similares en todas las ocasiones.

Clasificación clínica de la epilepsia

 

Según el origen de la descarga eléctrica, las crisis de epilepsia se dividen en focales y generalizadas.

 

Focales

Aquellos episodios en los que la actividad eléctrica anormal está circunscrita a una región específica del cerebro. Se manifiestan de los modos que listamos enseguida.

·        Crisis parciales complejas: son perturbaciones en el nivel de consciencia. En ella, son frecuentes los automatismos o actos estereotipados.

·        Crisis parciales simples: se desarrollan sin alteraciones en la consciencia. Pueden ser motoras, sensitivas, fisiológicas, psíquicas (despersonalización, miedo).

·        Crisis parciales secundariamente generalizadas: son generalizadas, se originan a partir de las dos crisis previas y se extienden sobre los dos hemisferios del cerebro.

 

Generalizadas

Se trata de episodios epilépticos que no tienen un comienzo localizable y transcurren con alteraciones de la conciencia desde su comienzo. Se distribuyen en los tipos que ahora veremos:

·        Crisis atónicas: perdida del tono muscular postural con caída.

·        Ausencias típicas: episodios breves y repentinos de pérdida de conciencia.

·        Crisis tónicas: contracción breve de los miembros superiores. Causan rigidez.

·        Crisis clónicas: son movimientos musculares espasmódicos, repetitivos, asimétricos e irregulares.

·        Ausencias atípicas: son iguales a las anteriores, solo que en estas la afectación de la conciencia es menor.

·        Crisis mioclónicas: sacudidas musculares bruscas, recurrentes y breves. No hay perdida del conocimiento. Suelen afectar a los brazos y las piernas

·        Crisis tónico-clónicas: inician con pérdida de la conciencia, luego transcurre con contracciones musculares en todo el cuerpo. Posteriormente, ocurre la fase clónica o de movimientos convulsivos, finalizando con un periodo de confusión de duración variable.

 

Tipos de epilepsia en adolescentes

La adolescencia es un periodo de la vida que engloba distintas edades en las que suelen iniciarse algunos tipos de epilepsia, entre las que destacan las que revisaremos a continuación.

Epilepsia mioclónica juvenil

 

Cursan con convulsiones bruscas en las extremidades del cuerpo: brazos y piernas. Se caracterizan por mioclonías y, con menor frecuencia, crisis tónico-clónicas generalizadas y ausencias. Las crisis suelen presentarse en el momento de despertarse o a los pocos minutos.

 

Epilepsia de ausencia juvenil

 

Es del tipo generalizada idiopática, distinguida por una crisis de ausencia que puede acompañarse de mioclonías y crisis tónico-clónicas generalizadas. Igualmente, ocurren breves alteraciones de la conciencia junto con descargas generalizadas de punta onda a 3 o más Hz en el electroencefalograma.

 

Epilepsia con crisis tónico-clónicas generalizadas

 

Esta clase de epilepsia en adolescentes comienza con pérdida de la conciencia y contracciones musculares. Posteriormente, transcurre a una fase de movimientos convulsivos, finalizando con un lapso de confusión de duración variable. En las crisis tónico-clónicas generalizadas, el paciente puede emitir sonidos guturales y tener una respiración irregular.

 

Epilepsia focal benigna de la adolescencia

Es un tipo de epilepsia poco frecuente y se inicia entre los 10 y los 20 años. Se caracteriza por crisis focales motoras o somatosensitivas. Su duración tiende a ser breve. Suelen estar asociadas con antecedentes familiares de epilepsia.

 

¿Cómo tratar la epilepsia en adolescentes?

El tratamiento de adolescentes diagnosticados con epilepsia suele basarse en anticonvulsivos, que son los encargados, tal como su nombre lo sugiere, de prevenir las convulsiones. Algunos de estos medicamentos son:

·        Fenitoína.

·        Lamotrigina.

·        Oxcarbazepina.

·        Carbamazepina.

·        Ácido valproico.

 

La función del fármaco anticonvulsivo no intervenir sobre las causas directas de las convulsiones, sino aplacar o prevenir su manifestación. Es decir, estas drogas lo que hacen es atacar el síntoma, mas no el problema de base que los origina. Tales medicamentos pueden tener efectos secundarios como los siguientes:

·        Mareos.

·        Vómitos.

·        Náuseas.

·        Sarpullidos.

·        Visión doble.

·        Somnolencia.

·        Daño hepático.

·        Dolores de cabeza.

·        Pérdida de la coordinación.

Para el tratamiento de estos efectos, es recomendable consultar al médico que lleva el diagnóstico. Cuando las medicinas no dan el resultado esperado, la cirugía es una opción. Los médicos recurren a ésta cuando los exámenes y pruebas neurológicas indican que:

·        Las descargas eléctricas que causan las convulsiones están focalizadas en una parte específica del cerebro.

·        La región del cerebro que será sometida a la intervención quirúrgica no interfiere con las funciones vitales, como el lenguaje, la motricidad, la visión y la audición, por ejemplo.

 

La ablación láser estereotáctica guiada es un tratamiento eficaz y viable cuando la cirugía tiene riesgos muy altos. En este procedimiento, los médicos destruyen con tecnología láser el tejido donde se producen las convulsiones.

Alternativas adicionales para la epilepsia en adolescentes

 

Otros tratamientos posibles para la epilepsia en adolescentes son: la estimulación del nervio vago, la dieta cetogénica, la estimulación cerebral profunda y la neuroestimulación receptiva.

 

Para terminar, es conveniente que el adolescente pueda recibir atención psicológica, de manera que, entre otras cosas, comprenda que esas crisis son una parte pequeña de su vida y que no tienen que limitarlo a una existencia plena.

sábado, 27 de mayo de 2023

"Sisu", la filosofía del país más feliz del mundo


Redacción Uppers          |       11/04/2023

Por sexto año consecutivo, Finlandia ha sido elegido el país más feliz del mundo en el Informe mundial de la felicidad.


El sisu, el gran secreto finlandés, consiste en ver la vida con determinación y firmeza

 

El secreto del sisu es tomar los problemas que se nos planteen como una oportunidad para superarnos y crecer

 

Como todos los países nórdicos, los finlandeses gozan de buenos servicios públicos y un alto nivel de vida. Sin embargo, para ellos, lo importante no es tanto lo que tienen, sino lo afortunados que se sienten. Saben que sus condiciones de vida son excepcionales y creen que quejarse sería un ejercicio de ingratitud.

 

Pero, además, hay otra filosofía finlandesa que contribuye a su estado de bienestar. Se llama sisu y te explicamos en qué consiste.

 

Determinación y firmeza

 

Los propios finlandeses lo definen como la receta del éxito para tener fuerza de voluntad y conseguir los propósitos que uno se propone. Es lo que esconde la palabra sisu, el gran secreto finlandés que consiste en ver la vida con determinación y firmeza. Sisu es tener buena actitud para enfrentarse a situaciones adversas y los desafíos, adoptando en todo momento una actitud resiliente y luchadora.

 

Pero va más allá: no solo significa enfrentarse a los obstáculos de la vida de frente -incluso cuando pueden parecer imposibles- sino que también es válido para intentar actividades físicas audaces como el agua fría o la natación en invierno, acciones que pueden aumentar nuestro bienestar.

 

Más de 500 años

El concepto de sisu se remonta a más de 500 años y se vincula a importantes victorias en tiempos de guerra y a increíbles hazañas deportivas, como por ejemplo su heroica resistencia frente a la tentativa de invasión de la Unión Soviética o la gesta del corredor olímpico finlandés Lasse Virén tras caer durante la carrera de 10.000 metros en los Juegos Olímpicos de Verano de Múnich de 1972. Virén se levantó, siguió corriendo, ganó la medalla de oro y estableció un nuevo récord mundial.

 

El deporte es, de hecho, uno de los pilares del sisu. Además de nadar en el mar durante todo el año, los finlandeses tratan de practicar deporte a diario, desde ir caminando al trabajo, montar en bici o pasear por sus bosques. En 2019, cuando Finlandia obtuvo el primer lugar, por segundo año consecutivo, en el Informe sobre la Felicidad en el Mundo de las Naciones Unidas, muchas personas se sorprendieron; sin embargo, de manera más reflexiva entendieron el porqué.

 

No solo estado de bienestar

 

La imagen de los finlandeses es la de personas taciturnas, poco extrovertidos. El Informe sobre la felicidad examina una serie de factores de calidad de vida que favorecen el bienestar, y es cierto que Finlandia goza de estándares muy altos en salud, educación y renta per cápita. Pero lo novedoso es que la percepción de felicidad va más allá de los parámetros objetivos: tiene que ver con la construcción de qué actitud se tiene ante la vida. Y en ella cuenta mucho esta cualidad estoica llamada sisu, una manera de abrazar los desafíos de la vida incluso cuando parecen insuperables.

 

"La felicidad no se busca, sino se vive", dice un dicho finlandés; es decir, sé feliz con lo que tienes al alcance en ese momento, sin desear nada más y asumiendo ciertos retos. Sería la acepción nórdica del famoso "Si la vida te da limones, haz limonada". 


Determinación y fuerza interior

 

Lo mejor del sisu es que puede adoptarse en todas las situaciones, desde los de la vida cotidiana hasta problemas que superan al ciudadano, como el cambio climático o la crisis de la vivienda. Dentro y fuera de Finlandia, la determinación, el coraje y la resistencia son necesarios para hacer frente a todos los retos a los que nos enfrentamos, ya sea cómo mejorar nuestro propio bienestar, nuestras relaciones, nuestro trabajo o cuestiones de gran envergadura.

 

El secreto del sisu es tomar los problemas que se nos planteen como una oportunidad para superarnos y crecer. El objetivo es aprender a sacar la parte positiva de los momentos difíciles. Esta parte positiva es, ni más ni menos, que el aprendizaje que nos permitirá avanzar a lo largo de la vida. Como se dice en el mundo de la empresa, "unas veces se gana y otras se aprende".