domingo, 30 de julio de 2023

Mo Gawdat, exdirectivo de Google (X): "Lo creas o no a tu cerebro le puedes decir: cállate, no quiero hablar de esto ahora"


ALDARA MARTITEGUI     |     niusdiario     |   06/03/2023

 

-Entrevista a Mo Gawdat, el ex directivo de Google [X] que tras la trágica muerte de su hijo decidió dedicarse de lleno a investigar sobre el algoritmo de la felicidad

-Mo Gawdat comparte en su último libro, ‘Esa vocecita en tu cabeza’, su secreto para ser feliz: hablar con su cerebro

-“Cuando sabes que tu cerebro no eres tú, la relación entre tú y la vocecita cambia de manera significativa”, asegura

 

La mayoría conoce a Mo Gawdat por ser el ‘el ex directivo de Google [X] que tras la trágica muerte de su hijo decidió dedicarse de lleno a investigar sobre el algoritmo de la felicidad’. La frase en cuestión -probablemente la que más se ha utilizado para describir a Mo Gawdat- no es más que un buen titular con mucho tirón, pero vacía de contenido. Porque… ¿Qué es exactamente la felicidad para este ingeniero, egipcio de nacimiento y formado en occidente? ¿acaso es un valor que se pueda medir y sistematizar hasta el punto de crear un algoritmo de la felicidad?, ¿cómo es eso?, ¿por dónde empezamos entonces a ser felices?

 

Aunque el propio Gawdat insiste en que no es un gurú de la felicidad, (le horroriza que le llamen gurú) no se me ocurre una mejor forma de descubrir este algoritmo de la ansiada felicidad que conocer en profundidad su propia historia. ¿Qué hace un tipo como Mo Gawdat -con historial de sufrimiento como el suyo- para ser feliz y ayudar a otros a ser felices?

 

Como lectora y seguidora del ex directivo de Google [X] creo realmente que en su tercer libro, Esa vocecita en tu cabeza (Zenith 2023), está la respuesta definitiva: Mo Gawdat ha aprendido a hablar a su cerebro. Ese es su verdadero secreto para ser feliz.

 

De cómo conseguir ser ‘los jefes de nuestro propio cerebro’ nos habla Mo Gawdat en este tercer libro. Esa vocecita en tu cabeza es una guía para resetear el cerebro, para reprogramarlo y modificar ese diálogo interno que tanto nos condiciona y nos boicotea. “El objetivo del libro es que la gente entienda que puede decirle a su cerebro lo que tiene que hacer para ser más feliz. Esa es mi propia historia”, asegura.


Pregunta: ¿De dónde viene exactamente esa vocecita?, ¿qué consejo nos puedes dar para aprender a manejarla?

 

Respuesta: Cuando piensas en la vocecita, en primer lugar tienes que reconocer que no eres tú, porque si fueras tú hablándote a ti mismo no necesitaría hablar. Si eres tú hablando contigo mismo ya sabes lo que vas a decir. Por lo tanto, es un tercero el que habla. En mi enfoque como científico e ingeniero digo que es simplemente una función biológica. Al igual que nuestro corazón bombea sangre al cuerpo y no pensamos que nosotros somos sangre o no pensamos que la sangre es lo que nos hace humanos, esto es lo mismo. Nuestro cerebro tiene una función biológica y esa función es dar sentido al mundo que nos rodea y traducirlo a conceptos entendibles. La única forma en que nuestro cerebro puede explicar esos conceptos es a través de las palabras. En 1920, un psicólogo, Vygostsky -que obtuvo el premio Nobel- hizo unas investigaciones y descubrió lo que él llamó el diálogo interior (…) Eso es muy interesante porque si mi cerebro me está hablando y mi cerebro no soy yo, eso lo cambia todo. Imagínate que quien te habla es un amigo de la escuela: puedes discutir, debatir con tu amigo si no estás de acuerdo, puedes negarte a obedecer -por ejemplo, si tu amigo te dice que te tires por la ventana, pues le dices que no-, pero lo más importante es que le puedes decir a tu amigo que se calle. Lo creas o no, a tu cerebro le puedes decir: cállate, no quiero hablar de esto ahora, ¿por qué no hablamos de algo más agradable?, ¿por qué no hablamos de otro modo? o ¿por qué no tenemos una cita y hablamos de esto a las seis de la tarde?

 

P: Una vez escuché a un neurocientífico decir que igual que los riñones producen orina, el cerebro produce mente, produce pensamientos, y que esa es la clave para comprender el diálogo interno: desidentificarnos, decirnos “yo no soy mis pensamientos”… ¿Estás de acuerdo con esta comparación?

 

R: Cuando sabes que tu cerebro no eres tú, la relación entre tú y la vocecita cambia de manera significativa. Si te fijas en prácticas como la meditación, por ejemplo, puedes ver que la meditación enseña al monje que medita a controlar esa voz y le dice: “no vamos a pensar en eso, nos vamos a centrar en la respiración”. Al entrenar el cerebro para que haga eso de forma frecuente, el cerebro se da cuenta de quién es realmente el jefe o la jefa y va a hacer lo que diga el jefe. Si tienes la capacidad de decirle a tu cerebro lo que quieres que haga, ¿qué le tienes que decir? Pues le tienes que decir: “hazme feliz”. El objetivo del libro es que la gente entienda que puede decirle a su cerebro lo que tiene que hacer para que seas más feliz. Esa es mi propia historia.

 

P: Tu viaje hacia la felicidad empezó cuando eras directivo de Google [X]…

 

R: Yo era director de negocio de Google [X] y no porque fuera inteligente. No soy la persona más inteligente. En Google hay gente mucho más inteligente que yo. Pero yo soy feliz. Todos querían venir a trabajar conmigo. Google pagaba a todos lo mismo, pero la gente decía: pues prefiero trabajar con alguien que me haga feliz. Gracias a esa capacidad que tengo de ser feliz y hacer felices a otras personas tuve mucho éxito. ¿cómo? Simplemente le decía a mi cerebro: “deja de ser quejica, la vida está bien, todo va bien, de vez en cuando va a haber dificultades, pero lo vamos a resolver cuando llegue el momento”.

 

P: ¿Qué ocurre cuando uno se da cuenta de que se ha pasado su vida siguiendo los mandatos de esa vocecita en su cabeza y que en su mano está el poder de cambiar esa narrativa?, ¿crees que el silencio de los confinamientos durante la pandemia propició que hubiera más conciencia de esta vocecita?

 

R: Muy interesante esa pregunta. En la pandemia o en cualquier momento que pasamos solos, hay dos tipos de personas. Un tipo de personas son las que se evaden con el placer, la diversión...son personas que viven muy duramente durante la semana y luego se van de fiesta el fin de semana o hacen un deporte extremo, o hacen algo que les permite no pensar en sus vidas; algo tan sencillo como ver series de Netflix durante siete horas. Esas son las personas que no pueden gestionar la voz de su cabeza. No son capaces de razonar con ella o de escucharla, ni hacer que su vida tenga sentido a través de ella. Por lo tanto, escapan de esa voz. La felicidad es justamente la capacidad de reconocer de qué trata la vida y estar de acuerdo con ello. En mi primer libro describía la felicidad en un algoritmo y decía que es una comparación entre los eventos y las expectativas dentro de tu cerebro. Comparas la realidad con cómo tú quieres que sea la vida y, si piensas que la vida cumple con tus expectativas, eres feliz y si no, eres infeliz.

 

Pero la felicidad es la satisfacción pacífica y calmada, es estar en calma y contento con la vida tal y como es. Así que tenemos dos tipos de personas: Las personas que escuchan sus pensamientos y encuentran la calma y la paz en la realidad de la vida, aunque la vida sea difícil: son personas que están bien en la vida. Luego están otras personas que dependen constantemente de la dopamina y cuando están en un entorno en el que no pueden recibir su chute de dopamina, su mundo se viene abajo. Entonces, tenemos a las personas que ven los acontecimientos y dicen: “bueno, no es fácil pero así son las cosas y estoy esforzándome al máximo por salir adelante”. Sin embargo, hay otras personas que dicen: “no es fácil y por ello necesito una vía de escape”. Como podrás imaginar un tipo de personas son más felices y tienen más éxito al final de su vida y otro tipo de personas son menos felices…

 

P: ¿Hasta qué punto crees que la cultura, el paradigma o el sistema en el que vivimos -que nos empuja todo el tiempo a ser muy productivos- condiciona nuestra voz interior y por tanto nuestra posibilidad de ser felices?

 

R: El motivo número uno por el que somos infelices es porque estamos condicionados a ser infelices. Cuando vamos al colegio y nos dicen: “deja de jugar, deja de divertirte, deja de ser espontáneo, creativo, siéntate y ponte a escuchar durante ocho horas y luego vas a casa y haces los deberes”. Ese es el primer signo de cómo nos dicen que la felicidad no es importante, que lo que importa es la escuela. Muchos padres reproducen ese ciclo incluso antes de que los niños vayan a la escuela y priorizan el éxito a la felicidad. Muchas veces hablo con padres y madres y les digo: “os voy a dar dos escenarios: En el primero, tu hijo tiene éxito y está deprimido y en el otro tu hijo es feliz pero no tiene ni mucho éxito ni mucho dinero, pero es feliz. ¿Cuál de los dos elegirías si tuvieras que elegir?” La mayoría de los padres y madres dicen que prefieren que su hijo sea feliz. Claro, nadie quiere que su hijo sea millonario pero un deprimido, nadie quiere eso…pero no nos damos cuenta de cómo condicionamos a nuestros hijos a pensar que el éxito tiene más importancia que la felicidad…vamos por la vida aceptando ese supuesto. Decimos: bueno, vale, ser infeliz es un pequeño impuesto que tenemos que pagar en el camino hacia el éxito.

 

P: Entonces veo que la capacidad de escuchar esa voz en nuestra cabeza y comprender que no somos nosotros ¿es lo que nos permite desafiar este paradigma en el que vivimos que nos condiciona a ser infelices?

 

R: Ya no somos niños de seis años. Ahora ya tenemos el control de nuestra vida. Si alguien te da una historia para que publiques en tu revista, tú, como periodista, la vas a mirar y te vas a preguntar ¿esto es cierto?, ¿hay pruebas de esto? La mayoría de nosotros hacemos eso cuando leemos tus artículos ¿no? Nos preguntamos ¿esto es cierto o no? ¡Pero esto no lo hacemos con nuestros cerebros! No nos cuestionamos si esto es verdad o no. La mayor parte del tiempo, lo que pensamos que es cierto es algo a lo que nos han condicionado cuando éramos niños o cuando estábamos en el colegio o cuando leímos un libro. Pero hoy, tenemos la responsabilidad de decirnos: ¿queremos vivir así? Igual que miras tu teléfono y borras algunas fotos porque ya no las quieres, haz lo mismo con tu cerebro: mira qué tienes dentro de tu cerebro y decide qué es lo que no quieres, qué es lo que no te funciona, lo que ocupa espacio, lo que causa dolor….

 

 P: Supongo que serás consciente de que tu libro es para muchos uno más en este boom de libros que nos traen herramientas para ser más felices o tener más bienestar en nuestras vidas…¿qué tiene de diferente Esa vocecita en tu cabeza?

 

R: Yo no pienso en mis libros como libros propiamente dichos, sino que son parte de la misión que tengo. Una misión que se desencadenó con la perdida de Alí. Él fue mi verdadero maestro. Ya desde muy joven era un niño muy sabio. Todo el éxito que he tenido a la hora de conectarme conmigo mismo y entender esas conexiones, eso lo aprendí de él. Cuando él se fue pensé que la única forma en la que podía mantener viva su esencia era compartirle con el mundo. Mi primer libro fue un intento de que Alí fuera recordado. La primera misión fue la de hacer felices a 10 millones de personas y eso lo conseguimos en unas ocho semanas. Éramos un grupo muy pequeño de cuatro personas por eso decidimos ampliarlo a mil millones de personas felices.

 

Creo que esa es la tarea que va a ocupar el resto de mi vida. Los libros son únicamente una forma de situar ese pensamiento, esa mentalidad, de forma que pueda compartirla con el mundo. Pero yo no soy un gurú o profesor de felicidad. Soy un ingeniero que piensa en el mundo de una forma muy organizada. Pienso en los seres humanos como unas máquinas muy complejas. Somos unas máquinas, al fin y al cabo. Si comemos mucho engordamos, si tenemos un virus nos ponemos enfermos… somos bastante predecibles, aunque seamos muy complejos. En unas condiciones de funcionamiento perfectas los humanos somos felices. Pero algo falla durante el camino porque la máquina está bien diseñada, pero a la largo de la vida hay un punto en que esa máquina se rompe. Mi misión es hablar el lenguaje del mundo moderno y ayudar a la gente a ver ese lado mecánico de la vida.

 

P: En tu libro, además de enseñarnos a gestionar esa voz interior para lograr la felicidad, también recuperas algunas herramientas más de sentido común para ser felices, como la generosidad...

 

R: Hay muy pocas personas que son capaces de entender que la generosidad y dar a otros es muy importante para la felicidad. Vivimos en dos mundos muy apartados: oriente y occidente. En oriente la cultura se basa en la sociedad, en la comunidad, en el respeto a los mayores, a los colegas, a los jefes. En occidente todo tiene que ver con individualidades, priorizamos el yo. De modo que, si tengo libertad para hacer lo que yo quiero, estaré bien. Por esa individualidad occidente se ha olvidado de esa cultura de comunidad. Por ejemplo, en Egipto, donde yo crecí, no hay estado de bienestar, no hay planes de jubilación ni seguros de vida, pero la gente está muy segura porque saben que, si algo les ocurre, el vecino, el primo, el pariente, se va ocupar de ellos igual que ellos se van a ocupar de sus parientes si algo les ocurre. En una crisis económica los países o culturas que menos preocupación tienen son las de oriente. En occidente hemos llegado tan lejos que hemos dicho: vamos a poner el gobierno entre nosotros, vamos a dejar que el gobierno, la seguridad social, el estado de bienestar, la sanidad, se ocupen de nosotros. Lamentablemente esos sistemas se están rompiendo y en realidad nadie se siente seguro. Como resultado la gente está mucho más preocupada y más ansiosa.

 

P: ¿Por qué crees que es necesario recordar esta obviedad de que la generosidad es tan importante para la felicidad del ser humano?

 

R: ‘Dar’ es algo innato en el diseño de los seres humanos, es un mecanismo de supervivencia. Esto es importante entenderlo. Como humanos no hemos sobrevivido como especie porque somos inteligentes sino porque somos capaces de trabajar juntos a diferencia de todos los demás animales. Como especie somos capaces de utilizar ahora lo que inventó Einstein años atrás para crear algo nuevo. Siempre hemos funcionado como comunidad. Hemos ido a cazar juntos desde los albores de la historia. Es algo instintivo asegurarnos de que los demás están bien porque si nos aseguramos de que los demás están bien nosotros también nos sentimos seguros.

 

En ese sentido, ‘dar’, es un instinto humano. Sin embargo, el sistema occidental ha dicho: “dejad eso a un lado porque será el gobierno el que se ocupe”. Eso es incorrecto y por eso en las sociedades occidentales hay muchas más personas sin hogar. Tú pasas a su lado y ni siquiera piensas en su sufrimiento porque no son mi problema; Alguien se ocupará de ellos, piensas… pero realmente nadie se está ocupando de ellos. En todos mis libros escribo un capítulo sobre el ‘dar’. Nací y crecí en oriente, pero después me formé y trabajé en occidente durante toda mi vida. Hablo el lenguaje de occidente, el lenguaje de la lógica, de los negocios, de la economía, de la matemática y digamos que puedo demostrar que he tenido éxito en la vida. Ser directivo de Google [X] es un trabajo de ensueño para muchas personas…pero lo que quiero transmitir es que creo en el ‘dar’. Creo que el ‘dar’, en la sociedad, nos hace crecer a todos. Todo el mundo lo sabe, pero se nos ha olvidado.

 

P: ‘Dar’, dices en tu libro, no tiene nada que ver con el dinero ¿El sistema capitalista ha monetizado también la generosidad?

 

R: ‘Dar’ no significa sacar un euro de tu bolsillo y dárselo a alguien. ‘Dar’ significa prestarte toda mi atención o sonreírte cuando te veo, o sentarme al lado de una persona sin hogar y decirle: te veo, eres humano como yo. No es dinero, no cuesta nada, son esas pequeñas cosas que hemos dejado de hacer. La mayor pandemia del mundo no es la del Covid-19. Las dos principales pandemias del mundo son la soledad y el estrés. Todo el mundo está solo. Todo el mundo está inmerso en su teléfono porque están deseando tener la atención de los demás. Y yo digo: ¿por qué no en vez de mirar tanto el teléfono, no haces clic sobre el nombre de uno de ellos y le dices: oye, ¿te apetece charlar un poco? Y le llamas, o te tomas un café con él, o le mandas una foto y le dices: ¿te acuerdas cuando hicimos esto qué bien lo pasamos? Crear esa conexión humana es mucho más fácil de lo que crees y no es solo para hacer feliz a esa otra persona, también te va a hacer feliz a ti como ser humano.

sábado, 29 de julio de 2023

Ha quedado demostrado, sí que sabemos adaptarnos


PATRICIA RAMIREZ     |     abc,es (El lunes empiezo – Blog)     |     03/05/2020

 

La aceptación, la capacidad de enfrentarse a los miedos, la resiliencia y la paciencia nos ayudarán en el camino a descubrir cómo podemos sacar algo positivo de esto.

Ha quedado más que demostrado. Sí sabemos adaptarnos. La capacidad de adaptación, a pesar de ser una habilidad indispensable para nuestra supervivencia, resulta no ser uno de nuestros puntos fuertes. Adaptarse implica cambio. Y nuestro cerebro suele ser reacio a los cambios. A la mente le gusta lo conocido, lo seguro, lo previsible.

Solemos tener miedo al cambio porque nos saca de nuestra zona confortable. En un proceso de cambio nos sentimos inseguros, indecisos, errantes. El miedo y la duda ante el cambio todavía suelen ser mayores cuando somos nosotros los que tenemos que tomar decisiones. 

El confinamiento nos sacó de nuestra rutina y de nuestra zona confortable y nos obligó a adaptarnos a una situación a la que jamás hubiéramos imaginado que nos podríamos adaptar. ¿Nosotros confinados dos meses? ¿Nosotros, que somos besucones, tocones, de celebrar todo con tapas y cervezas, de pasear, de ir de fiesta, de romerías, de Semana Santa, de fútbol, de espectáculos? ¿Nosotros, que vivimos en la calle? Nosotros, sí. Y lo hemos conseguido porque no hemos tenido otra alternativa. Por motivos más que razonables, pero sin alternativas. Y ese “no tener opción B” ha sido nuestra gran ventaja para el proceso de adaptación.

Uno de los grandes problemas y que nos hace dudar es tener la posibilidad de elección. Cuando tratamos de adaptarnos a algo nuevo implica un análisis y una toma de decisiones. Y tomar decisiones nos genera ansiedad. Implican pérdida. Decidir por una opción es perder las otras. Ahora no hemos tenido opción y esto nos ha ayudado a que la adaptación pasara rápido al primero eslabón del proceso, la aceptación del cambio. 

Nos hemos adaptado a casi todo. No ha sido un cambio concreto. Hemos adaptado nuestra forma de trabajar o los que han seguido en la calle se han adaptado a trabajar en condiciones durísimas, a una intensidad altísima y con riesgos que antes no tenían. Nos hemos adaptado a tener a la pareja y a los hijos en casa veinticuatro horas, a comprar con distanciamiento social y con mascarillas, a no ver a nuestros seres queridos, a sufrir la pérdida, la soledad, el dolor propio y ajeno. No somos conscientes de todo aquello de lo que hemos sido capaces durante estos dos meses. 

Siempre decimos que hasta que la desgracia no te sorprende, no somos conscientes de nuestro valor, de nuestras fortalezas, de nuestra capacidad de reacción, en definitiva, de nuestra resiliencia. 

Y una vez adaptados, ahora no tenemos claro si queramos cambiar algunas cosas a las que ya nos hemos adaptado y tenemos miedo a la nueva normalidad que nos sobreviene a partir de estas semanas. Miedos. Miedo a nuestro estilo de vida anterior, miedo al contagio, miedo a no ser lo que éramos o a dejar de ser lo que ahora hemos comprobado que somos. 

Seremos capaces de volver a adaptarnos? Hazte la pregunta, ¿cuánto te ha costado adaptarte a la que ahora tienes que cambió, literalmente, de un día para otro? Nada, con tus más y tus menos, pero nada. Pues esa capacidad la tienes dentro. Y ahora la vas a sacar de nuevo. 

Estos pasos pueden ayudarte a adaptarte de nuevo. Son pasos que tú has atravesado durante estos meses, pero de los que ni siquiera eres consciente.

La adaptación depende en gran parte de:

Aceptar lo que no depende de nosotros 

De hecho, a pesar de que nuestra zona confortable nos gusta, estamos muy entrenados en cambios constantes. Cambios que incluso ni percibimos o valoramos. Nuestra forma de trabajar, de comer, de hacer ejercicio, de relacionarnos con las redes. Somos cambio. 

Igual eres de los que piensa que ahora estás muy a gusto con tu teletrabajo y que no deseas para nada volver a la oficina. Ocúpate de lo que depende de ti, habla con tus superiores, argumenta, diles cuáles son las ventajas, pero si por lo que sea, tu puesto o la filosofía de tu empresa es reacia, acepta. No luches contra batallas que están perdidas. Ahorra esa energía para las batallas que puedas ganar. 

Toda situación puede cambiar, ya sea para bien o para mal. Si tienes miedo a un repunte, a que no seamos lo que éramos, debes aceptar que todo es cambiante. Y lo va a ser toda la vida. 

Y recuerda que no podemos controlar gran parte de lo que ocurre en nuestro entorno. Ocuparnos de lo que no depende de nosotros, simplemente, nos desgasta. 

Diseña tus nuevas rutinas
Has tenido que cambiar de rutinas durante estos meses. Has hablado con tus padres por videoconferencia, has hecho deporte en casa, no has celebrado tu cumpleaños rodeada de los tuyos, no has ido el fin de semana a caminar por el monte, no has ido de tiendas un sábado.

Piensa qué deseas mantener de lo aprendido y qué deseas que vuelva a ser como antes. Igual en estos días te has dado cuenta de que hacer deporte en casa es más fácil que perder tiempo en ir al gimnasio. Y una vez lo decidas, diseña el orden y la rutina nueva para estas fases y para después de la desescalada. 

Póntelo fácil
Cuanto más sencillo veas el cambio, más facilidad para implicarte con él. Si estos días has estado cocinando súper sano y ahora te agobia que al volver al trabajo te puedas descuidar, vete creando un archivo con recetas fáciles para poder seguir comiendo de esta manera.
 

Igual te preocupa la cantidad de compromisos que tienes pendientes. Cumpleaños, reuniones, visitas a clientes, regalos pendientes, recados de otro tipo… Haz una lista, establece prioridades y vete poco a poco agendándolo. Ahora no se puede recuperar todo de golpe. 

Repetir las rutinas hasta convertirlas en hábitos
La repetición es la base de los hábitos. Hay hábitos que hemos perdido, como puede ser salir a correr. Y puede que ahora algunos de estos hábitos perdidos te den pereza volver a retomarlos. Piensa en lo bien que te hacían sentir y empieza poco a poco. Y, sobre todo, repite, repite y repite.
 

No exigirnos de más ni querer hacer todo bien desde el principio
Si tu nivel de exigencia supera la capacidad de adaptación, nos generará frustración. ¿Qué prisa tienes? Durante el confinamiento has desarrollado una habilidad maravillosa, la paciencia. Sigue haciendo uso de ella y no tengas prisa por cambiar ni adaptarte. Respeta tu ritmo, con tus errores y tus aciertos.
 

Enfréntate a tus miedos
Desde la conducta responsable, lavarse las manos, uso de mascarilla, distanciamiento social, enfréntate a tus miedos. Ahora hay miedo al contagio, a las nuevas relaciones, a los medios de transporte. Pero el miedo no reduce la probabilidad de contagio. Así que trata de meditar, relajarte, tener un mantra “lo estoy haciendo de manera responsable” y entender que si la autoridad dice que se puede ir desescalando es porque deben tener razones para ello. Te tienes que fiar.
 

Piensa en cómo mejora tu vida personal y profesional la nueva adaptación 

Saber en qué mejorará mi vida personal, profesional, social a corto, medio y largo plazo, puede aumentar mi motivación para cambiar. 

Nos hemos visto obligados por fuerza mayor. Pero, al fin y al cabo, la fuerza mayor solo es la motivación. La reacción, la capacidad de adaptación ha sido nuestra. Nosotros somos los héroes y heroínas de esta historia. 

jueves, 27 de julio de 2023

7 cosas que los hijos jamás olvidan de sus padres


María Fátima Seppi Vinuales.    |       La Mente es Maravillosa     |     24/05/2023

Escrito por Edith Sánchez

 

Algunas actitudes de los padres dejan huellas psíquicas en los hijos para toda la vida. Veamos cuáles son.

 

Todos los padres quieren tener hijos maravillosos, esperan que sus niños sean afables y de adultos se comporten como gente responsable y útil para la sociedad. Sin embargo, dejar que ese ideal sea el artífice de la crianza no suele dar muchos resultados.

 

Se sabe desde hace tiempo que el estilo de crianza afecta al comportamiento durante la infancia, la adolescencia y la vida adulta. También es mucha la información que circula acerca de heridas emocionales de la infancia, trastornos del apego y otras dificultades derivadas de una educación deficiente.

 

Por eso, en este artículo recopilamos 7 cosas que los hijos jamás olvidan de sus padres, tanto buenas como negativas. No te pierdas nada, pues la educación en el hogar es un trabajo a tiempo completo, para el que nadie viene preparado. Vamos con ello.

 

 “El problema con el aprendizaje de ser padres es que los hijos son los maestros”- Robert Braul-

 

1.Los hijos jamás olvidan el maltrato

 

Ninguna relación es perfecta, y mucho menos una tan intensa, como la de los padres con sus hijos. Siempre habrá momentos de contradicción o de conflicto, lo cual es algo normal. Sin embargo, de forma lamentable, muchos padres asumen de manera equivocada, que la violencia es una herramienta para educar.

 

Puede que con el maltrato se logre intimidar a un hijo para que realice la voluntad de los padres. Pero, hay que tener en cuenta que esos malos tratos se convertirán en el germen de la falta de autoestima, apego desorganizado, trastornos de ansiedad y depresión y, no menos importante, indefensión aprendida.

 

Exponer al niño a estas situaciones de violencia, lo sitúan en una panorámica muy compleja: ama y odia al mismo tiempo. También aprende a temer. Nadie debería profesar miedo a sus cuidadores, y mucho menos interiorizar las relaciones familiares y sociales, mediante la agresión-sumisión.

 

2. El trato que se le da al otro tutor

 

La relación entre los padres es el modelo del que parte el niño para forjar una actitud frente a las relaciones de pareja. Es muy probable que, de manera consciente o inconsciente, en la adultez repita con su cónyuge lo que observó en casa durante su crianza.

 

La manera en la que se relacionen los padres influirá en las relaciones futuras de los hijos.

 

Además, los conflictos entre los padres generan angustia en el hijo. Yendo más allá, los niños que crecen en contextos de violencia parental, a menudo desarrollan trastornos emocionales y ven afectado su autoconcepto y el modo en el que se relacionan con los demás.

 

3. Los momentos en que se sintieron protegidos

 

Los miedos de los niños son más grandes e insidiosos que los de los adultos. Los pequeños no logran distinguir bien la frontera entre realidad y la imaginación. Los padres son las personas en las que más confían para obtener la sensación de seguridad que necesitan para aprender y explorar lo desconocido. De manera que, si son los padres los que causan este miedo, van a sentirse bastante desprotegidos.

 

Los padres deben escuchar con atención esos temores, sin criticarlos ni minimizarlos. Deben hacerles entender a los infantes que no se encuentran en peligro. Esto incrementará el sentimiento de seguridad de los hijos y hará mucho más fuerte el vínculo de amor y de respeto con los padres.

 

4. Los hijos jamás olvidan la falta de atención

 

Para un niño, el amor que le profesan sus padres está relacionado con la atención que reciben de ellos. Los infantes no tienen la experiencia vital necesaria ni los recursos psicológicos debidos para comprender situaciones, como por ejemplo: que sus padres trabajen más de la cuenta para poder pagarle un colegio caro.

 

El hecho de compartir tiempo de calidad con ellos y, por supuesto, atender a sus necesidades físicas y psicológicas es lo que otorga garantías de que crezcan sanos e independientes. De lo contrario, estaríamos hablando de negligencia parental.

 

En este último caso, se sabe que la negligencia parental es una de las causas de depresión en niños. Si esta negligencia se acompaña de un estilo de crianza autoritario, puede desembocar, en casos graves, en ideación suicida infantil.

 

5. La importancia que se les da a los vínculos familiares

 

Los hijos van a recordar siempre que su padre o su madre fueron capaces de poner como prioridad a la familia en distintas circunstancias. Es importante tomar en cuenta que la vida de un niño es mucho más limitada que la de un adulto, por lo que la familia cobra una importancia mayor.

Si los padres colocan a la familia por encima de todo, el hijo aprenderá el valor de la lealtad y del afecto. Así, de adulto, también será capaz de dejar de lado otros compromisos para cuidar de los suyos, cuando lo necesiten.

 

La necesidad de pertenencia se tiene toda la vida. En la educación se establece cómo se van a buscar y mantener los vínculos con los demás.

 

6. Los hijos jamás olvidan las injusticias

 

Con seguridad, la mayoría de los padres habrán escuchado a sus hijos decir «esto no es justo», sobre todo, cuando no se les deja hacer algo que desean, o tener algo que quieren. Pero, aunque su sentido de la justicia aún no esté desarrollado del todo, eso no quita el hecho de que los niños puedan percibir acciones o expresiones que denoten un trato no justo o igualitario. 

 

Por ejemplo, cuando los padres acusan al niño de algo que no hizo, o reconocen los esfuerzos de uno de sus hijos, pero del otro no, provocan en el pequeño una herida emocional, la cual va asentándose y afectando al resto de la vida del niño, si la injusticia se convierte en costumbre.

 

7. Las expresiones de afecto y cariño

 

Por último, algo que nunca olvidan los hijos es el amor recibido por sus figuras principales de apego. Todos los niños deberían crecer en un ambiente de contención y afecto, que les permita cultivar la confianza en sí mismos y el amor propio.

 

Si bien es cierto, que algunos niños precisan más demostraciones de amor que otros, este ingrediente nunca debe faltar. En un artículo publicado en la revista Psicoeducativa: reflexiones y propuestas, en el año 2019, se señala que: «la alta capacidad de sostén, de cuidados, manteniendo acercamiento corporal, contacto ocular y comunicación gestual frecuente con su bebé» son factores que inciden en el apego seguro.

 

Todas esas huellas que se imprimen durante la infancia nos acompañan durante el resto de nuestra vida. Muchas veces representan la diferencia entre tener una vida mental saludable y una vida plagada de conflictos. Una crianza impregnada de amor y cariño es el mejor regalo que puede hacerle un ser humano a otro que está bajo su cuidado.