martes, 2 de enero de 2024

Es la hora de reconstruir los pilares de nuestra salud mental: "El ritmo de vida que tenemos es un caldo de cultivo para las enfermedades mentales" ( I )


LA VOZ DE LA SALUD  ( Redacción)    La Voz de Galicia   |   12/12/2022

Con motivo del Día Mundial de la Salud Mental, radiografiamos, de la mano de expertos en psicología, psiquiatría, nutrición y neurociencia, el futuro de la salud mental en un mundo cambiante.

Jared Diamond, biólogo, geógrafo y profesor de la Universidad de California, argumentó científicamente en su artículo 'El peor error en la historia de la humanidad' que el descubrimiento de la agricultura había arruinado a nuestra especie. El ganador del premio Pulitzer en 1998 aportó estudios sobre sociedades primitivas del Kalahari o nómadas de Tanzania que concluyeron que estas tribus, pese a sus necesidades cazadoras, disfrutaban de un mejor descanso y gozaban de más tiempo libre que las sociedades occidentales —agrícolas e industriales—. «Fue la agricultura la que nos permitió construir el Partenón o a Bach componer la Misa en Si menor», reconoce el autor; pero, tal vez, con la primera cosecha empezamos a destrozar nuestra salud mental.

Fuese así o no, en el siglo XX rematamos a nuestra psique. Se demolieron todos los cimientos sin saber muy bien qué factura estaba por cobrarse. Dinamita a nuestro descanso, convirtiendo el trabajo en una forma de vida y no en un sustento; dinamita a nuestra actividad física, abrazando el sedentarismo que facilitó el progreso informático; dinamita a la alimentación, abriendo las puertas de nuestras neveras a los ultraprocesados. Todo esto mientras la salida hacia la terapia psicológica estaba tapiada con una enorme señal de estigma. Así fueron los ochenta, los noventa y la entrada del celebrado nuevo siglo. La última carga la colocamos en las vigas que aún quedaban en pie en el XXI. Dinamita a nuestra forma de relacionarnos con la aparición —sin manual de instrucciones— de las redes sociales, que nos convirtieron en sujetos públicos y, en ocasiones, en maniquíes. Los muros que aún quedaban en pie, la pandemia los convirtió en escombro.

Lo bueno es que el viento ha cambiado de dirección. Entre el derrumbe, la salud mental se ha reivindicado. El sufrimiento se convirtió en titulares; los testimonios, en conciencia. Toca empezar de cero. Intervenir, más como una rehabilitación que como una reconstrucción, porque el mundo del 2022 ha venido para quedarse y la rueda seguirá girando, por eso, los cimientos deben volver a ser sólidos. «Como sociedad, tenemos ahora nuevos retos. Los avances han llegado y no se puede volver atrás. Tirarse al monte con una navaja no creo que sea una solución», razona Xacobe Abel Fernández, psicólogo clínico y presidente de la sección de Psicoloxía e Saúde del Colexio Oficial de Psicólogos de Galicia. La pregunta es cómo hacerlo y qué mejor día para planteárselo que hoy, el Día Mundial de la Salud Mental.

Encontrar un equilibrio en un mundo cambiante

«Buscar la estabilidad en el cambio. Ese es el gran reto social en la salud mental», quien marca el objetivo en la diana es Raquel Rodríguez-Carvajal, doctora en psicología y profesora en la Universidad Autónoma de Madrid (UAM). Hay problemas de partida y la profesora empieza por la propia naturaleza de los seres humanos, vulnerables como ningún otro mamífero desde su nacimiento. Explica que todo iba relativamente bien cuando los niveles de certidumbre eran altos. «El mundo que teníamos cuando se instauraron las sociedades del bienestar era un mundo previsible. Si tu padre trabajaba en una factoría, probablemente tú accedieses a esa factoría; padre zapatero, hijo zapatero. Había unos nichos de desarrollo muy claros, una sensación de control del entorno», desgrana.

Eso hizo que las personas, durante mucho tiempo, pudiesen construir una sensación de control sobre la acumulación de capital, de personas, de materiales que nos daban de seguridad. El problema es que las reglas del juego han cambiado en medio de la partida y ese equilibrio, esa falsa sensación de control, se desplomó. El progreso y la globalización cambiaron el mundo. «La globalización y la conectividad nos han llevado a una toma de conciencia muy grande de la variabilidad de las cosas, de la impermanencia. Y el covid nos ha puesto todavía más en nuestro sitio», dice Rodríguez-Carvajal que añade: «La estabilidad ya no la podemos buscar de una manera estática, sino dinámica, logrando estar estables en los procesos de cambio constante en los que estamos». Esta es la revolución y el gran reto de la salud mental del siglo XXI.

La buena noticia es que estos cambios ya están empezando a darse. Si hoy se diagnostican más trastornos mentales que en décadas pasadas, esto es, en parte, porque se ha tomado una mayor conciencia sobre la importancia de tratarlos. «Hace 20 o 30 años, la salud mental estaba en un segundo plano, no se hablaba tanto. Había trastornos que seguramente no se diagnosticaban porque no se conocía su semiología, sus síntomas. Hoy, cuando tienes un problema, acudes al médico», observa el psiquiatra Álvaro Moleón.

Sin embargo, aún queda mucho por recorrer. «El ritmo de vida que tenemos, ese poco tiempo que tenemos para disfrutar con los nuestros, para dedicarle al deporte y a descansar, todo eso es un caldo de cultivo para las enfermedades mentales. Por eso, cada vez se están consumiendo más sustancias tóxicas. Cocaína, cannabis, alcohol. Todo eso hace que aumente el desarrollo de la enfermedad mental. Y aparte, la situación que en los últimos años hemos vivido entre la pandemia, la guerra de Ucrania, la incertidumbre de la inflación económica... Todas esas circunstancias externas tienen una influencia en la aparición de trastornos psíquicos», describe Moleón.

Como vemos, el panorama es complejo, pero hay indicios alentadores. Lo que está en juego es nada menos que el paradigma de salud mental. Y, aunque mucho de ello involucra decisiones a niveles políticos, hay cosas que podemos hacer desde nuestra individualidad para transformarlo. Empieza por prestarles atención a los seis pilares de una mente sana.

Pilar 1. Hábitos de pensamiento

Cada día tenemos alrededor de 60.000 pensamientos y el 70 % de ellos son negativos. La negatividad y la preocupación nos acompañan desde que suena el despertador hasta que logramos conciliar el sueño. La manera de pensar afecta a la forma en la que sentimos y los sentimientos repercuten en la manera de comportarnos. Es difícil cambiar el modo de sentir, pero se pueden cambiar las formas negativas de pensar. 

En un mundo que cada vez gira más rápido, debemos parar. Como recuerda el psiquiatra Luis Ferrer: «Pascal decía que para medir el grado de salud mental de un individuo, bastaba con ver si es capaz de permanecer media hora solo, sentado en una silla y en silencio». ¿Serías capaz? Quizás sí, pero ¿cómo te sentirías? 

«Toda acción del ser humano, todo pensamiento, toda emoción, y cualquier cosa relacionada con la conducta tiene una base biológica. Cuando nosotros estamos todo el día en esa actitud de ansiedad, de negatividad, de anticiparse a los problemas, de estar presos del miedo, eso hace que se perpetúen esos mecanismos en el cerebro todo el tiempo, y provoca que se habitúe a ello. Nuestro cerebro empieza a liberar ciertos componentes; se generan ciertos circuitos neuronales. Eso esculpe nuestro cerebro, nos sesga, mina nuestras capacidades cognitivas. Además, nos genera un montón de problemas a nivel de salud general. Todos esos pensamientos influyen mucho en el funcionamiento de nuestro cuerpo. La actitud es también un tratamiento», explica la neurocientífica Nazaret Castellanos. 

Puedes comenzar por aquí. Hay cuatro cosas de las que no vale la pena preocuparse, y sin embargo representan una gran parte de nuestras preocupaciones: lo que no tiene importancia, lo improbable, lo incierto y lo incontrolable. Si relegamos este tipo de preocupaciones a un segundo plano, nos sentiremos mejor.

¿Cómo lograrlo? Utilizando herramientas respaldadas por la evidencia científica que ayudan a atajar esos pensamientos nocivos. «Técnicas psicológicas y otras como el midfulness, meditación o yoga vienen muy bien para parar la mente cuando se está viendo invadida por esos pensamientos negativos sobre el futuro», sugiere Álvaro Moleón.

Pilar 2. El ejercicio: la vida sedentaria que daña las neuronas

Son muchos los autores que ponen en valor el ejercicio como polipíldora, un término que nació a raíz de la combinación de varios fármacos para reducir en más del 80 % las enfermedades cardiovasculares. El equipo del doctor Alejandro Lucía, con el que ya hemos hablado en alguna ocasión, lo aplicó al movimiento, y su efecto sobre determinados factores de riesgo. El sedentarismo es una de las bases que sostienen la gran epidemia del Siglo XXI: la obesidad. Sin embargo, ¿dónde queda el plano mental?, ¿por qué nos sentimos tan bien después de mover nuestro cuerpo?

La respuesta se encuentra en el cerebro, y cada vez son más conocidos los efectos del ejercicio sobre la salud mental. Importa tanto la actividad diaria, los pasos que das, las escaleras que subes, como una rutina organizada que forme parte de un entrenamiento. «El ejercicio nos sienta tan bien porque activa el aparato cardiovascular y eso conlleva a que lleguen grandes cantidades de oxígeno al cerebro», explica José A. Morales García, neurobiólogo en el Departamento de Biología Celular de la Facultad de Medicina de la Universidad Complutense de Madrid

Para Nazareth Castellanos, el movimiento es uno de los procesos que más privilegian al cerebro. «La vida sedentaria es una de las cosas que más daño hacen a nuestras neuronas», apunta la neurocientífica.  Su compañero de profesión pone un ejemplo: la natación. «Con esta disciplina se favorecen unas áreas concretas del cerebro, y se producen neurotransmisores como la serotonina, la dopamina o las endorfinas, muy relacionadas con los estados de ánimo». De esta forma, la sensación inmediata de bienestar está asegurada. Pero los beneficios continúan a la larga: «Se produce una mejor salud cerebral. Se traduce en una mayor capacidad de atención, de memoria o de gestión de las emociones, porque trabajamos unas zonas del cerebro que se dedican a la cognición», explica Castellanos. 

La clave de este proceso se encuentra en el hipocampo. «Cada día, se forman nuevas neuronas a través de un proceso que se llama neurogénesis», detalla Diego Redolar, profesor de psicobiología y neurociencia en la Universitat Oberta de Catalunya. Pero se sabe que hay estímulos que optimizan este proceso; entre ellos, cualquier tipo de actividad física. 

El ejercicio puede también ser una pausa en el agitado ritmo de vida que llevamos: levantarse con poco tiempo, recoger a los niños, trabajar, cumplir objetivos. Para despejarnos, caminar o hacer actividades en entornos naturales podría ser clave, ya que ayuda a bajar los niveles de estrés: «El ruido, la gente y el ambiente de la urbe está muy relacionado con el desarrollo de enfermedades psiquiátricas. De hecho, hay estudios que demuestran que la gente que vive en ciudades tiene un 56 % más de trastornos que los que viven en el campo», detalla Morales. El problema reside en el estrés social. «Estamos sometidos a  ello y nos hace más propensos a desarrollar trastornos psiquiátricos», señala el neurobiólogo.

En este contexto de ajetreo, un paseo por el campo ayuda y mucho. «La principal implicada es la amígdala, estructura responsable del desarrollo de las emociones o del control de la agresividad. En espacios verdes, se relaja por la ausencia del ruido y del tumulto», indica el experto. Varios estudios subrayan la importancia de este efecto de la naturaleza en la amígdala. Además, la luz solar ayuda a sincronizar los ritmos circadianos que, como veremos a continuación, constituyen otro pilar de nuestra salud mental. En resumen, salir al sol a caminar, andar en bicicleta, nadar o hacer otras actividades tiene beneficios más que comprobados.

(Sigue en el artículo siguiente)

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