Con motivo del Día Mundial de la Salud Mental, radiografiamos, de la
mano de expertos en psicología, psiquiatría, nutrición y neurociencia, el
futuro de la salud mental en un mundo cambiante.
Jared
Diamond, biólogo, geógrafo y profesor de la Universidad de California,
argumentó científicamente en su artículo 'El peor error en la historia de la humanidad' que el descubrimiento de la agricultura había arruinado a
nuestra especie. El ganador del premio Pulitzer en 1998 aportó estudios
sobre sociedades primitivas del Kalahari o nómadas de Tanzania que concluyeron
que estas tribus, pese a sus necesidades cazadoras, disfrutaban de un
mejor descanso y gozaban de más tiempo libre que las sociedades occidentales
—agrícolas e industriales—. «Fue la agricultura la que nos permitió construir
el Partenón o a Bach componer la Misa en Si menor», reconoce el
autor; pero, tal vez, con la primera cosecha empezamos a destrozar
nuestra salud mental.
Fuese así o no, en
el siglo XX rematamos a nuestra psique. Se demolieron todos los cimientos
sin saber muy bien qué factura estaba por cobrarse. Dinamita a nuestro
descanso, convirtiendo el trabajo en una forma de vida y no en un
sustento; dinamita a nuestra actividad física, abrazando el sedentarismo que
facilitó el progreso informático; dinamita a la alimentación, abriendo las
puertas de nuestras neveras a los ultraprocesados. Todo
esto mientras la salida hacia la terapia psicológica estaba tapiada con una
enorme señal de estigma. Así fueron los ochenta, los noventa y la entrada del
celebrado nuevo siglo. La última carga la colocamos en las vigas que aún
quedaban en pie en el XXI. Dinamita a nuestra forma de relacionarnos con la
aparición —sin manual de instrucciones— de las redes sociales, que nos
convirtieron en sujetos públicos y, en ocasiones, en maniquíes. Los muros que aún quedaban en pie, la pandemia los
convirtió en escombro.
Lo bueno es que el
viento ha cambiado de dirección. Entre el derrumbe, la salud mental se ha
reivindicado. El sufrimiento se convirtió en titulares; los testimonios,
en conciencia. Toca empezar de cero. Intervenir, más como una rehabilitación
que como una reconstrucción, porque el mundo del 2022 ha venido para quedarse y
la rueda seguirá girando, por eso, los cimientos deben volver a ser sólidos.
«Como sociedad, tenemos ahora nuevos retos. Los avances han llegado y no se
puede volver atrás. Tirarse al monte con una navaja no creo que sea una
solución», razona Xacobe Abel Fernández,
psicólogo clínico y presidente de la sección de Psicoloxía e Saúde del Colexio
Oficial de Psicólogos de Galicia. La pregunta es cómo hacerlo y qué mejor día
para planteárselo que hoy, el Día Mundial de la Salud Mental.
Encontrar un equilibrio en un mundo
cambiante
«Buscar la estabilidad
en el cambio. Ese es el gran reto social en la salud mental»,
quien marca el objetivo en la diana es Raquel Rodríguez-Carvajal,
doctora en psicología y profesora en la Universidad Autónoma de Madrid (UAM).
Hay problemas de partida y la profesora empieza por la propia naturaleza
de los seres humanos, vulnerables como ningún otro mamífero desde su
nacimiento. Explica que todo iba relativamente bien cuando los niveles de
certidumbre eran altos. «El mundo que teníamos cuando se instauraron las sociedades
del bienestar era un mundo previsible. Si tu padre trabajaba en una factoría,
probablemente tú accedieses a esa factoría; padre zapatero, hijo zapatero.
Había unos nichos de desarrollo muy claros, una sensación de control del
entorno», desgrana.
Eso hizo que
las personas, durante mucho tiempo, pudiesen construir una sensación de
control sobre la acumulación de capital, de personas, de
materiales que nos daban de seguridad. El problema es que las reglas
del juego han cambiado en medio de la partida y ese equilibrio, esa falsa
sensación de control, se desplomó. El progreso y la globalización cambiaron el
mundo. «La globalización y la conectividad nos han llevado a una toma de
conciencia muy grande de la variabilidad de las cosas, de la impermanencia. Y
el covid nos ha puesto todavía más en nuestro sitio»,
dice Rodríguez-Carvajal que añade: «La estabilidad ya no la podemos
buscar de una manera estática, sino dinámica, logrando estar estables en
los procesos de cambio constante en los que estamos». Esta es la revolución y
el gran reto de la salud mental del siglo XXI.
La buena noticia es
que estos cambios ya están empezando a darse. Si hoy se diagnostican más
trastornos mentales que en décadas pasadas, esto es, en parte, porque se ha
tomado una mayor conciencia sobre la importancia de tratarlos. «Hace 20 o
30 años, la salud mental estaba en un segundo plano, no se hablaba tanto. Había
trastornos que seguramente no se diagnosticaban porque no se conocía su
semiología, sus síntomas. Hoy, cuando tienes un problema, acudes al médico»,
observa el psiquiatra Álvaro Moleón.
Sin embargo, aún
queda mucho por recorrer. «El ritmo de vida que tenemos, ese poco tiempo
que tenemos para disfrutar con los nuestros, para dedicarle al deporte y a
descansar, todo eso es un caldo de cultivo para las enfermedades mentales. Por
eso, cada vez se están consumiendo más sustancias tóxicas. Cocaína, cannabis,
alcohol. Todo eso hace que aumente el desarrollo de la enfermedad mental. Y
aparte, la situación que en los últimos años hemos vivido entre la pandemia, la
guerra de Ucrania, la incertidumbre de la inflación económica... Todas esas
circunstancias externas tienen una influencia en la aparición de trastornos
psíquicos», describe Moleón.
Como vemos, el
panorama es complejo, pero hay indicios alentadores. Lo que está en juego es
nada menos que el paradigma de salud mental. Y, aunque mucho de ello involucra
decisiones a niveles políticos, hay cosas que podemos hacer desde nuestra
individualidad para transformarlo. Empieza por prestarles atención a los seis pilares
de una mente sana.
Pilar 1. Hábitos de pensamiento
Cada día tenemos
alrededor de 60.000 pensamientos y el 70 % de ellos son negativos. La
negatividad y la preocupación nos acompañan desde que suena el despertador
hasta que logramos conciliar el sueño. La manera de pensar afecta a la forma en
la que sentimos y los sentimientos repercuten en la manera de comportarnos. Es
difícil cambiar el modo de sentir, pero se pueden cambiar
las formas negativas de pensar.
En un mundo que
cada vez gira más rápido, debemos parar. Como recuerda el psiquiatra Luis Ferrer: «Pascal decía que para medir el
grado de salud mental de un individuo, bastaba con ver si es capaz de
permanecer media hora solo, sentado en una silla y en silencio». ¿Serías capaz?
Quizás sí, pero ¿cómo te sentirías?
«Toda acción del
ser humano, todo pensamiento, toda emoción, y cualquier cosa relacionada con la
conducta tiene una base biológica. Cuando nosotros estamos todo el día en esa
actitud de ansiedad, de negatividad, de anticiparse a los problemas, de estar
presos del miedo, eso hace que se perpetúen esos mecanismos en el cerebro todo
el tiempo, y provoca que se habitúe a ello. Nuestro cerebro empieza a liberar
ciertos componentes; se generan ciertos circuitos neuronales. Eso esculpe
nuestro cerebro, nos sesga, mina nuestras capacidades cognitivas. Además, nos
genera un montón de problemas a nivel de salud general. Todos esos pensamientos
influyen mucho en el funcionamiento de nuestro cuerpo. La
actitud es también un tratamiento», explica la neurocientífica
Nazaret Castellanos.
Puedes comenzar por
aquí. Hay cuatro cosas de las que no vale la pena preocuparse, y sin embargo
representan una gran parte de nuestras preocupaciones: lo que no tiene
importancia, lo improbable, lo incierto y lo incontrolable. Si relegamos este
tipo de preocupaciones a un segundo plano, nos sentiremos mejor.
¿Cómo lograrlo?
Utilizando herramientas respaldadas por la evidencia científica que ayudan a
atajar esos pensamientos nocivos. «Técnicas psicológicas y otras como el
midfulness, meditación o yoga vienen muy bien para parar la mente cuando se
está viendo invadida por esos pensamientos negativos sobre el futuro», sugiere Álvaro Moleón.
Pilar 2. El ejercicio: la vida
sedentaria que daña las neuronas
Son muchos los
autores que ponen en valor el ejercicio como polipíldora, un término que nació
a raíz de la combinación de varios fármacos para reducir en más del 80 % las
enfermedades cardiovasculares. El equipo del doctor Alejandro
Lucía, con el que ya hemos hablado en alguna ocasión, lo
aplicó al movimiento, y su efecto sobre determinados factores de riesgo.
El sedentarismo es una
de las bases que sostienen la gran epidemia del Siglo XXI: la obesidad. Sin
embargo, ¿dónde queda el plano mental?, ¿por qué nos sentimos tan bien después
de mover nuestro cuerpo?
La respuesta se
encuentra en el cerebro, y cada vez son más conocidos los efectos del ejercicio
sobre la salud mental. Importa tanto la actividad diaria, los pasos que das, las
escaleras que subes, como una rutina organizada que forme parte de un
entrenamiento. «El ejercicio nos sienta tan bien porque activa el aparato
cardiovascular y eso conlleva a que lleguen grandes cantidades de oxígeno al
cerebro», explica José A. Morales García,
neurobiólogo en el Departamento de Biología Celular de la Facultad de Medicina
de la Universidad Complutense de Madrid.
Para Nazareth
Castellanos, el movimiento es uno de los procesos que más
privilegian al cerebro. «La vida sedentaria es una de las cosas que más daño
hacen a nuestras neuronas», apunta la neurocientífica. Su compañero de
profesión pone un ejemplo: la natación. «Con
esta disciplina se favorecen unas áreas concretas del cerebro, y se producen
neurotransmisores como la serotonina, la dopamina o las endorfinas, muy
relacionadas con los estados de ánimo». De esta forma, la sensación inmediata
de bienestar está asegurada. Pero los beneficios continúan a la larga: «Se
produce una mejor salud cerebral. Se traduce en una mayor capacidad de
atención, de memoria o de gestión de las emociones, porque trabajamos unas
zonas del cerebro que se dedican a la cognición», explica Castellanos.
La clave de este
proceso se encuentra en el hipocampo. «Cada día, se forman
nuevas neuronas a través de un proceso que se llama neurogénesis», detalla
Diego Redolar, profesor de psicobiología y neurociencia en la Universitat
Oberta de Catalunya. Pero se sabe que hay estímulos
que optimizan este proceso; entre ellos, cualquier tipo de actividad
física.
El ejercicio puede
también ser una pausa en el agitado ritmo de vida que llevamos:
levantarse con poco tiempo, recoger a los niños, trabajar, cumplir objetivos. Para
despejarnos, caminar o hacer actividades en entornos naturales podría ser
clave, ya que ayuda a bajar los niveles de estrés: «El ruido, la gente y
el ambiente de la urbe está muy relacionado con el desarrollo de enfermedades
psiquiátricas. De hecho, hay estudios que demuestran que la gente que vive en
ciudades tiene un 56 % más de trastornos que los que viven en el campo»,
detalla Morales. El problema reside en el estrés social. «Estamos sometidos
a ello y nos hace más propensos a desarrollar trastornos psiquiátricos»,
señala el neurobiólogo.
En este contexto de
ajetreo, un paseo por el campo ayuda y
mucho. «La principal implicada es la amígdala,
estructura responsable del desarrollo de las emociones o del control
de la agresividad. En espacios verdes, se relaja por la ausencia del ruido y
del tumulto», indica el experto. Varios estudios subrayan la importancia de
este efecto de la naturaleza en la amígdala. Además, la luz solar ayuda a
sincronizar los ritmos circadianos que, como veremos a continuación,
constituyen otro pilar de nuestra salud mental. En resumen, salir al sol a
caminar, andar en bicicleta, nadar o hacer otras actividades tiene beneficios
más que comprobados.
(Sigue en el
artículo siguiente)
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