martes, 2 de enero de 2024

Es la hora de reconstruir los pilares de nuestra salud mental: "El ritmo de vida que tenemos es un caldo de cultivo para las enfermedades mentales" ( II )


LA VOZ DE LA SALUD  ( Redacción)    La Voz de Galicia   |   12/12/2022

(Continua del artículo anterior)

Pilar 3. El descanso: la almohada como cicatrizante de la mente

Que dormir bien es un pilar de la salud mental es un hecho, a estas alturas, indiscutido. La falta de sueño está muy relacionada con problemas anímicos. Así lo explica el neurólogo Juan José Poza, de la Sociedad Española de Sueño: «La privación de sueño provoca irritabilidad, cuadros de ansiedad y trastornos de ánimo, hasta una depresión importante. También es verdad que los trastornos de ansiedad influyen sobre el sueño y alteran su calidad. Es un círculo vicioso».

¿Cuál es el mecanismo del sueño que preserva nuestra salud mental?

«En el sueño el cerebro limpia toda la basura metabólica que se ha ido acumulando a lo largo del día. Acumulamos radicales libres y diferentes sustancias que se tienen que eliminar del tejido», detalla Diego Redolar Ripoll, profesor de psicobiología y neurociencia. Esta acumulación hace que los circuitos neuronales no funcionen correctamente, provocando trastornos de la concentración, alterando la memoria y generando irritabilidad, ansiedad, y trastornos de ánimo.

Pero eso no es todo. La evidencia apunta a que los sueños tienen gran importancia en este proceso restaurativo. «Los sueños, sobre todo si tienen un contenido emocional, preparan las regiones de nuestro cerebro que están implicadas en el procesamiento de esa información emocional para que luego en la edad adulta nuestro cerebro no sea tan reactivo», apunta  Redolar. «Esto nos protege, por ejemplo, de los trastornos de ansiedad», añade.

¿Cómo lograr un buen descanso?

Lo fundamental es mantener una buena higiene del sueño y dormir el tiempo suficiente. «En general, la población adulta necesita entre 7 y 8 horas de sueño al día. Los adolescentes necesitan entre 9 y 10 horas, y los niños también», señala Juan José Poza.

Además de la recomendación universal de mantener rutinas regulares de sueño, exponernos al sol durante el día para regular el ritmo circadiano, e intentar que la habitación no sea demasiado cálida, Poza aconseja evitar seguir en la cama durante la mañana. «Pasarnos la mañana dormitando disminuye la presión de sueño la noche siguiente y lo que estamos haciendo es cronificar el trastorno», explica. 

Pilar 4. Alimentación: bombas de vitamina para prevenir la depresión

Una dieta pobre en calidad está relacionada con una peor salud mental. Cada vez es más cierto que somos lo que comemos. Un metaanálisis publicado en la revista Clinical Nutrition concluía: «Una alimentación alta en fruta, verdura, granos integrales y pescado podría reducir el riesgo de depresión, lo que indica que la intervención dietética tiene el potencial para considerarse una estrategia de prevención primaria». Si bien sigue siendo necesario profundizar en esta cuestión, no cabe duda de que lo que sucede en el interior, se refleja en el exterior. Mucho tiene que ver con la nutrición. Son varios los estudios que han analizado los ácidos grasos omega 3 EPA y DHA, y que observaron que los pacientes de depresión presentaban menores niveles de estos. Además, el perjuicio en la salud mental también se asocia con déficits de zinc, vitamina B3, B6, C, biotina y ácido fólico. 

Según explica Miguel Ángel Martínez González, jefe de grupo del CIBEROBN, médico, epidemiólogo y catedrático de la Universidad de Navarra, la enfermedad cardiovascular y la depresión comparten mecanismos fisiopatológicos: «Vimos que las ecuaciones que existen ahora mismo en medicina para predecir aquellos que van a tener un infarto, funcionan también con quienes van a tener una depresión. Es más, incluso a veces, mejor». La clave reside en los conocidos factores de riesgo cardiovasculares. La obesidad abdominal, la hipertensión o la resistencia a la insulina aumentan el riesgo de que se produzcan trastornos «a nivel metabólico que puedan conducir a la depresión». 

Este campo de investigación es relativamente reciente, y se aborda desde dos aproximaciones. «Una se basa en cómo ayuda el uso de micronutrientes —como los ácidos grasos omega 3 y las vitaminas del grupo B— junto al tratamiento de la depresión para mejorar los síntomas. Y otra estudia el efecto de la dieta en la prevención de la patología mental, específicamente, en la depresión», cuenta la catedrática en medicina preventiva Almudena Sánchez, que es una de las principales investigadoras en materia de alimentación y salud mental. Seguir patrones de dieta antiinflamatoria, como las bases de la mediterránea, «se ha asociado de forma consistente con una reducción del riesgo de desarrollar una depresión a largo plazo», apunta. De igual forma, a la inversa. Un alto consumo de ultraprocesados, como la comida rápida, supone un aumento del riesgo.

Microbiota y cerebro, una autopista de doble sentido en la salud mental 

La microbiota intestinal tiene mucho que decir. Tal es la sospecha de que influye en la salud mental que se la ha llegado a calificar como el segundo cerebro. De hecho, existe una relación bidireccional entre cerebro y flora intestinal: «Por un lado, el estado de la microbiota intestinal (y también la oral) condiciona en parte nuestro estado de ánimo. En los trastornos ansioso-depresivos sabemos que hay un desequilibrio de la microbiota, lo que se llama disbiosis, que puede generar inflamación a nivel cerebral. Esto no ayuda a tener un buen estado de ánimo», precisa la doctora Sari Arponen. La especialista también destaca que en los casos de trastornos psicóticos o bipolar existe una disbiosis. Como parte de esta correlación, los efectos se producen a la inversa: «Tener ansiedad o depresión, o estar expuesto a muchos estresores psicosociales crónicos, también trastorna a la microbiota», explica. 

Precisamente, los microorganismos intestinales son capaces de fabricar neurotransmisores, «aunque muchos de ellos no atraviesan la barrera hematoencefálica», detalla Arponen. Es decir, que no llegan al cerebro. Sin embargo, sí pueden modular «la función del sistema nervioso autónomo (simpático y parasimpático), sobre todo, a nivel del nervio vago», explica. Una estructura que funciona a modo de autopista con dos direcciones, siendo «la vía de comunicación por excelencia entre el intestino y el cerebro».  

La comida basura se relaciona también con una peor gestión de las emociones. «Hay varios artículos científicos que relacionan una dieta de mala calidad en la infancia con el número de rabietas, de problemas sociales, de cómo los niños exteriorizan su emoción o cómo se comunican con el otro. Al compararlos con los que tenían un mejor patrón alimentario, se vio que los primeros presentaban peores conductas sociales», expone Nazareth Castellanos. Lo mismo ocurre con la dieta durante el embarazo. Lo que la madre coma influirá en el desarrollo del cerebro del bebé que se está gestando, «lo que después se manifestará en una peor o mejor gestión de la emoción», precisa la neurocientífica. 

Para cuidar la microbiota «no hay que hacer nada raro». En primer lugar, se recomienda huir de los ultraprocesados y apostar por alimentos de temporada y proximidad, «con mucha verdura, setas, frutos secos y fruta como base de la alimentación». Los alimentos fermentados son saludables, «pero no terapéuticos en sí». Es por ello que si la persona precisa un probiótico específico, lo debe recetar un profesional de la salud. «El pescado y otros productos del mar como fuente de proteína animal preferente permiten asegurar un buen aporte de ácidos grasos omega 3, importante para el cerebro y la microbiota», detalla la doctora Arponen. De igual forma, los horarios de las comidas juegan un rol en su regulación: «No se debe cenar muy tarde para asegurar un reposo digestivo nocturno de al menos 12 o 13 horas», señala. 

Pilar 5. Relaciones sociales

«Cuando se intenta identificar qué factores son críticos para tener un buen desarrollo cerebral, uno de ellos es tener un buen círculo social», apunta Diego Redolar Ripoll, profesor de psicobiología y neurociencia. «Si nosotros tenemos ese apoyo social, los niveles de cortisol se minimizan. Y el cortisol afecta a nuestra salud a largo plazo en nuestro cerebro, pero también a nuestro sistema endocrino, inmunológico. Todos los estudios han visto esa relación tan marcada entre tener relaciones sociales, un círculo de apoyo, con la reducción del estrés, fundamentalmente explicado vía cortisol», añade.

«El rol de la vida social es fundamental. Lo hemos podido comprobar de primera mano en la pandemia: cuando hemos parado de relacionarnos con nuestros seres queridos, hemos empezado a desarrollar ánimos depresivos, a dormir mal. El ser humano está hecho para relacionarse con humanos, no vale para estar solo. En el momento que te ves solo, pierdes el sentido de la vida; entonces, es fundamental que esa vida social se desarrolle. Cuando aumentan los contactos con amigos y familiares, la salud mental mejora», señala Moleón.

Esto es algo que todos sabemos por nuestra experiencia vital: la amistad es sanadora. «Es básico tener un buen confidente, una persona con la que tú puedas desahogarte, tener una catarsis, liberar tus sentimientos y emociones y sentirte comprendido. Eso es fundamental y muchas veces no lo tenemos, sobre todo las personas más tímidas», observa Moleón. Pero, al mismo tiempo, cuidar la esfera social incluye también prestarle atención a nuestra sexualidad: potenciar el placer en pareja es muy beneficioso a nivel del cerebro. «Esa liberación de oxitocina y dopamina que se produce en las relaciones es fundamental y muchas veces no se habla de eso», apunta el psiquiatra.

Pilar 6. La terapia, por qué y cuándo: del chamanismo a la consulta

Todos los veranos, en la ciudad de Mánchester (Reino Unido), se celebran una serie de reuniones entre nombres propios de la política y grandes científicos del país en las que se recopilan y exponen las grandes conclusiones científicas del año. De esa reunión, de los estudios más testados, surgen nuevas políticas públicas. Algunas de ellas se aplican de forma eficaz en las islas. «Allí, por ejemplo, en la atención primaria hay un médico y un psicólogo. Desde el primer momento se discrimina perfectamente si en el origen de la patología del paciente hay una influencia directa de un agotamiento emocional o no. Hay países que están haciendo las cosas de otra forma; que recurren a la ciencia seria y no a un grupo de expertos para resolver retos políticos que se necesitan en sociedades de constante cambio». La que habla es Raquel Rodríguez-Carvajal, doctora en psicología y profesora en la Universidad Autónoma de Madrid (UAM).

No es que en España no se haya avanzado. Cada vez son más personas las que acuden al psicólogo, un incremento que se nota mucho entre la población joven. Los jóvenes suelen ser un buen termómetro para medir cambios de tendencia en las sociedades. ¿Pero de qué nos vale la terapia?, ¿cómo saber si la necesito?, ¿en qué mejora nuestra salud mental?

La profesora de la Autónoma apunta a que las personas siempre hemos necesitado hablar. «Hemos llegado hasta la terapia, pero por la simple razón de que las cosas evolucionan. Antiguamente, la persona que te podía dar un apoyo o una visión distinta era aquella que tenía más capacidad de contactar con las demás. A mayor número de personas con las que seas capaz de hablar y de profundizar, más amplia será tu visión de las cosas. Dependiendo de las sociedades, podía ser un cura, un chamán o un hechicero. Estas personas tenían capacidad de conocer profundamente a muchas personas y eran capaces de proveer ayuda en términos psicológicos —espiritualidad aparte—. Era una misión parecida a la del psicólogo».

Fue el descubrimiento de las neurociencias, del funcionamiento del cerebro humano a la hora de resolver conflictos, lo que profesionalizó al psicólogo. «El progreso y la tecnología nos han llevado a un cambio bastante grande en la forma de relacionarnos y la forma de ver el mundo, pero también nos han dado la herramienta y el conocimiento para entenderlo».

No todo el mundo necesita terapia, pero «todo el mundo necesitaría tener la oportunidad de aprender esto», reclama la doctora en psicología, que anima a incorporar estas estrategias ya en las aulas de los colegios. «Nos empeñamos en recrearnos o rodearnos de una cierta ilusión de control y de seguridad que constantemente se quiebra y hace que nos frustremos. Cuando esas pequeñas crisis del día a día se nos van acumulando, aparece un desgaste emocional; ese desgaste emocional que también se va acumulando nos lleva a algún clásico proceso de enfermedad relacionada con los afectos, con las emociones, que es lo que más vemos ahora en la clínica», explica.

Pero, ¿cómo sé si necesito ir a terapia? Xacobe Abel Fernández ofrece una técnica sencilla de recordar y que puede ser útil pese a su simpleza: «Dicen que el ser humano es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra. Si no paramos de tropezar constantemente con la misma piedra, es el momento de ir a terapia». «La terapia, al menos, es un lugar donde cada persona puede repensar su relación con el mundo. No sé si es una solución global, pero como mínimo es un lugar para la reflexión. Se establecen relaciones intensas, pero es importante que a la persona que tienes enfrente no le debas nada, que puedas decir las cosas que sientes sin sentirte preocupado porque la otra persona se vaya a sobrecargar con tus emociones o si pensará mal de ti, porque no te va a juzgar». Hablamos de los lugares seguros que toda persona necesita para confrontar sus traumas.

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