CLOE BELLIDO | elperiodico.com | 26/05/2025
Es tiempo de parar. La velocidad de crucero a la que viajamos por nuestro día a día suele estar acelerada en exceso. Nos movemos con prisas tanto en nuestra vida laboral como personal e incluso en nuestros instantes de ocio. Hacer una pausa no es un lujo, es una necesidad.
Esto es lo que dice la psicología sobre las personas que se preocupan mucho por las cosas
En el ajetreo diario, un
pequeño contratiempo, como una mancha accidental en un mueble o un objeto fuera
de lugar, puede desencadenar reacciones que van mucho más allá de la simple
molestia. El neuropsicólogo Álvaro Bilbao, reconocido por su enfoque cercano y
práctico sobre la crianza y el desarrollo cerebral, nos invita a mirar más allá
de la superficie de estas situaciones cotidianas.
A través de sus reflexiones en TikTok,
Bilbao plantea que nuestra forma de reaccionar ante el desorden o los percances
materiales puede ser un espejo revelador de nuestra propia salud emocional
interna. Sugiere que una preocupación desmedida por mantener el control sobre
el entorno físico y los objetos podría no ser un signo de pulcritud o
disfrute, sino, paradójicamente, una señal de alerta sobre una posible fragilidad en nuestro bienestar mental.
Cuando la fijación en lo
material desplaza a las personas
El núcleo del argumento de Bilbao
reside en una afirmación contundente: “Preocuparse mucho por las
cosas puede ser un síntoma de salud mental frágil. Las personas con buena salud
mental se preocupan más por las personas que por las cosas”.
Esta idea desafía la noción culturalmente arraigada de que el orden y la
perfección material son intrínsecamente positivos o deseables.
Bilbao propone que, si bien cierto nivel de orden puede ser funcional, una
necesidad imperiosa y constante de control sobre el entorno físico, que lleva a
reacciones emocionales intensas ante pequeñas imperfecciones,
podría tener raíces más profundas. Utilizando el ejemplo de un padre que
reprende airadamente a su hijo por una simple mancha de pintura, el
neuropsicólogo ilustra cómo el foco se desvía de lo verdaderamente importante –
la conexión con el niño, la oportunidad de enseñar y aprender – hacia la
preservación de un objeto inanimado. Esta priorización de "lo material"
sobre "lo personal" es, para Bilbao, un indicativo clave.
No se trata de no valorar nuestras posesiones, sino de la magnitud de
nuestra respuesta emocional cuando estas se ven alteradas y cómo esa respuesta
impacta nuestras relaciones.
El orden como mecanismo de alivio, no
de disfrute
Profundizando en la psicología detrás de esta necesidad de control, Álvaro
Bilbao, quien cuenta con una sólida formación como Doctor en Psicología de la
Salud y experiencia en instituciones de renombre como el Johns Hopkins
Hospital, sugiere que este comportamiento a menudo no nace de un genuino placer
por el orden en sí mismo. Más bien, podría ser un mecanismo de
defensa aprendido para calmar ansiedades subyacentes.
Argumenta que muchas personas que desarrollan tendencias obsesivas hacia
el orden o el control pudieron haber crecido en entornos donde el caos, ya sea
físico o emocional, generaba una sensación de inseguridad o miedo. En
consecuencia, el orden se convierte en una especie de refugio psicológico, una
forma de sentir alivio y seguridad en un mundo que, en algún nivel, se percibe
como impredecible o amenazante.
"Eso no es disfrutar", explica Bilbao refiriéndose a la
sensación de bienestar que algunos asocian al orden extremo, "es un
mecanismo que te permite sentir alivio cuando todo está bajo control".
Esta distinción es crucial: una cosa es apreciar un entorno ordenado y otra muy
distinta es depender de él para regular nuestro estado emocional,
angustiándonos de forma desproporcionada por nimiedades y generando tensión
innecesaria en nuestras interacciones.
Transformando el contratiempo en
oportunidad de conexión
Lejos de adoptar un tono acusatorio, el mensaje de Álvaro Bilbao busca
ofrecer comprensión y alternativas constructivas, especialmente en el ámbito de
la crianza. Propone reimaginar esos momentos de "desorden" o
"error" no como catástrofes, sino como valiosas oportunidades pedagógicas
y de fortalecimiento del vínculo.
Esa mancha en la mesa, en lugar de ser motivo de reprimenda, puede
transformarse en una ocasión para sentarse junto al niño, enseñarle a reparar
el error (limpiando juntos, por ejemplo) y, sobre todo, transmitirle mensajes
mucho más profundos y valiosos. Al reaccionar con calma y
enfoque en la solución, le enseñamos que los errores son parte de la vida y son
reparables, que no es necesario vivir bajo la tiranía del control absoluto
y, fundamentalmente, que su valor como persona y el vínculo afectivo con él
están muy por encima de cualquier objeto material.
Este enfoque, centrado en la conexión emocional, el respeto mutuo y la comprensión del desarrollo infantil, requiere también, como sugiere Bilbao, una mirada introspectiva por parte de los adultos. Reconocer y sanar nuestras propias heridas o mecanismos de defensa es esencial para poder ofrecer a nuestros hijos (y a nosotros mismos) un modelo de bienestar emocional más auténtico y resiliente, uno donde la prioridad sea siempre el cuidado de las relaciones humanas por encima de la perfección material.
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