JOSÉ ANTONIO MÉNDEZ | eldebate.com | 05/04/2025
La psicóloga y periodista, hermana de Marian Rojas, enseña en su último cuento cómo gestionar la rabia y el dolor para evitar que los niños somaticen
Conoce de primera mano situaciones dolorosas, incluso intentos de suicidio o enfermedades crónicas, porque pasan por su consulta del Instituto Español de Investigaciones Psiquiátricas con nombres, apellidos e historias concretas. Por eso, cuando la psicóloga y periodista Isabel Rojas, hermana e hija de los psiquiatras Marian Rojas Estapé y Enrique Rojas, habla de cómo gestionar las emociones, no lo hace de oídas ni desde teorías manidas, sino con elementos de probada solvencia que ayudan a las familias a vivir mejor.
–Porque si las
conocen, pueden aprender a gestionarlas. Si una persona no conoce sus
emociones, es imposible que pueda superarse, educarse o gestionarse. Pero si el
niño detecta una emoción, puede decir: «Yo sé que ahora estoy triste y me duele
el corazón, y cuando estoy triste puedo hacer tal cosa para evitarlo». Nosotros
decimos mucho que comprender es aliviar, pero para comprender, tengo que
entender qué me pasa, y para entender qué me pasa, tengo que reconocer qué
estoy sintiendo. Conocer mis emociones me ayuda a gestionarme y a vivir mejor.
– Muchas
veces, no. Por eso, de corazón, creo que este libro es el que más puede ayudar
a los padres. Ten en cuenta que, al niño, por la evolución de su cerebro, hasta
los 8 o 9 años, le cuesta muchísimo posponer las recompensas. Antes de esa
edad, el niño no busca recompensas, sino que necesita cubrir necesidades: tengo
sed y bebo, me hago pis y tengo que ir al baño, tengo sueño y me duermo… Pero,
a partir de los 7, 8 o 9 años, va a aprendiendo a controlar sus necesidades:
empieza por el control de esfínteres y termina controlando el resto de
apetencias. Y aquí es donde entra la familia.
Vivimos en un mundo en el que nos cuesta
cada vez más que las cosas no salgan como uno quiere
– ¿Por qué?
– Porque
vivimos en un mundo en el que nos cuesta cada vez más que las cosas no salgan
como uno quiere. Hoy, a los niños les cuesta cada vez más gestionar la frustración,
y es muy importante que las nuevas generaciones no vivan tan de la recompensa
instantánea como nosotros.
– Pero si los niños tienen tan poca
tolerancia a la frustración, ¿no será responsabilidad de los padres?
– Es una
responsabilidad compartida socialmente. Vivimos en una bulimia de actividad
constante, en la que ni siquiera somos conscientes de las necesidades que
tenemos, porque ya las tenemos cubiertas. El otro día me decía una mamá: «¿Oye
Isabel, ¿Qué me puedo pedir por mi cumpleaños? Porque no sé qué pedirme». Y me
impactó mucho, porque demostraba que es una persona que no tiene necesidades
que cubrir, que no necesita nada importante. Y eso lo estamos trasladando a los
hijos.
– ¿Cómo pueden, entonces, salirse los
padres de esa corriente, para salvar también a sus hijos?
– Tenemos que
acostumbrarnos a tener más el «no» en la boca… pero empezando por nosotros
mismos: no me compro esto, y no porque no tenga dinero, sino porque en realidad
no lo necesito. Necesitamos apreciar el valor liberador de las pequeñas
renuncias, como posponer cosas en el día a día, o aprender a tolerar un poco de
dolor. Nos hemos convertido en una sociedad de personas que somos intolerantes
al dolor, porque somos adictos al placer. Y estamos criando así a nuestros
hijos.
Necesitamos aprender el valor liberador
de las pequeñas renuncias
– Pero usted es psicóloga, y ayuda a
aliviar el dolor de muchísimas personas…
– ¡Por
supuesto! Pero es que no me refiero a soportar enfermedades o a vivir mal, sino
que, igual que cuando me duele la cabeza me tomo rápidamente un ibuprofeno en
lugar de hidratarme bien o cambiar de postura, también me resulta insoportable
que la profesora me ponga mala cara o mi pareja no me escuche como quiero.
Luego vemos en niños que, como no soporto la frustración, me enfado mucho si mi
madre no me deja tomarme una galleta, o percibo como un dolor que mi amiga no
me haya hablado como yo quería.
– Esa «intolerancia al dolor», ¿qué
efectos nos produce, si tenemos en cuenta que el dolor es parte de la vida?
– Esa
intolerancia al dolor, en la que estamos cada vez más, nos está deformando. Nos
está convirtiendo en personas emocionalmente volubles, nos cuesta
relacionarnos, nos cuesta crecer en madurez, nos cuesta conectar con los demás.
– ¿Y cómo puede un cuento ayudar a
solucionar un problema semejante?
– Cada uno en su pequeña parcela puede hacer mucho más de lo que cree. A
corto plazo, lo que a mí me gustaría es que los niños aprendan a gestionarse, y
que los padres les ayuden a hacerlo, compartiendo tiempo juntos. Y que les
ayuden a uno y a otro a saber que el «porque sí» o el «porque no», no sirven.
Lo que sirve de verdad es conocerse, porque eso me permite salir de ese momento
malo. A largo plazo, espero que los niños que ahora leen este cuento, dentro de
unos años, puedan decir: «Sé que esto me está frustrando, sé que me estoy
enfadando por esto o por lo otro, y para salir de esta situación tengo
herramientas».
No hay comentarios:
Publicar un comentario