domingo, 31 de mayo de 2015

La tiranía del "me sabe mal".

PSICOLOGÍA
La empatía por exceso o por defecto deja de ser una virtud para convertirse en limitación
Hay que saber decir no y asumir nuestra propia forma de ser

XAVIER GUIX | eL pAÍS | 22/03/2015
                                            
Y de repente asoma a nuestro discurso una especie de lamento que dice: “Lo siento, me sabe mal”. Es difícil afirmar que todo el mundo lo haya dicho al menos una vez, porque los humanos podríamos dividirnos entre aquellos a los que les cuesta horrores aceptar sus faltas y los que se precipitan en atribuirse todas las culpas, es decir, que casi todo les sabe mal. La empatía, por exceso o por defecto, pierde su condición virtuosa para devenir en una limitación.
Exploremos ese “me sabe mal” más allá de su uso protocolario, aquel que resuelve de un plumazo una situación que no tiene solución, o no da más de sí. Es esa carita que ponen los profesionales cuando tienen que decirte que no. Es también el intento de amigos o familiares de empatizar, algo forzadamente, cuando no están por resolver nuestras expectativas.
“El alma desordenada lleva en su culpa la pena” -  San Agustín
Tampoco se tratará el tema como justificación. Quien más, quien menos se ha escudado alguna vez en lo mal que le sabe no poder correspondernos.
En todos estos casos funciona la convención. Lo que se experimenta no es un verdadero sentimiento, sino un mero uso del lenguaje despojado de su significado literal, con fines meramente protocolarios. Sin embargo, para muchas personas, lo que les sabe mal, les sabe muy mal, tan mal que su vida queda condicionada por ese tirano que les muestra su rostro más débil.
Sin duda quienes llaman la atención son aquellas personas que siempre tienen en la boca el “me sabe mal” y que de verdad lo sufren. ¿Qué les ocurre? Que viven de la pena ajena, que se hacen cargo del sufrir de los demás, que acarrean con lo que los otros deberían resolver por sí mismos. Les puede su corazoncito buenista. No saben cómo decir que no y, sobre todo, anticipan la culpa que sentirían de quedarse con los brazos cruzados o de ir a su conveniencia.
Las personas que dan más valor a los demás que a sí mismas no acaban de ser conscientes de que, con el tiempo, han creado un patrón de comportamiento basado en la culpa anticipada, aunque no la tengan. De repente, se notan tan débiles que prefieren cargar con la situación en lugar de atravesar ese sentimiento culpatorio. Se han metido en un complejo dilema: ¿cómo se puede ser feliz si para ello alguien saldrá damnificado?
Sin duda, para algunas personas el tema del merecimiento no está nada claro. Pasan por la vida como deudoras y creen de veras que no merecen nada. Y mucho menos si, por lograr sus propósitos, otros tendrán que fastidiarse. Toda la atención la tienen puesta en un único objetivo: no molestar.
Padres a quienes les sabe mal haber regañado a los hijos, luego les compensan exageradamente. Parejas que han roto viven un auténtico calvario porque quien lo ha dejado o ha llevado la iniciativa no soporta ver sufrir al otro. Es tanta la pena que prefieren volver, malvivir en la relación, antes que sostener ese dolor y atravesarlo de una vez. Quien sufre de debilidad emocional se acaba uniendo a los demás a través de la culpa.
Existe otra manera aún más rebuscada de usar el “me sabe mal”. Es una práctica habitual de las personas adictas a la inmediatez, de las que no saben esperar, de las precipitadas. Dado que no pueden contenerse, lo fuerzan todo y se fuerzan a sí mismas. Dicho llanamente, “la lían” y luego les sabe mal.
“Lo que se mueve por sí mismo es inmortal” -  Platón
Llegados a este punto ocurre algo curioso. Una vez liada, en lugar de dejar las cosas en su sitio, siguen adelante con los compromisos, solo que ahora por obligación. Como les sabe mal, pagan su penitencia aguantando el chaparrón, procurando quedar lo mejor posible. De ahí la frase anterior de san Agustín. No obstante, esa es siempre una mala solución, un grave error, porque entonces todo va a la deriva. Prefieren hundirse con la situación a reconocerla, a asumir su error: “Lo siento, me precipité”. Es preferible el coraje de ser sinceros a malvivir en una mentira, por muy extraordinaria que sea.
Muchas de estas dificultades tienen su origen en lo que el filósofo Soren Kierkegaard denominó “la enfermedad mortal”. Entre otras cosas, la describe como la desesperación del hombre por no querer ser uno mismo o querer desesperadamente ser uno mismo. O pecamos de debilidad, o pecamos de obstinación.
No es tarea fácil la asunción de nuestra propia forma de ser. No nos enseñan a ser nosotros mismos, sino a serlo según mamá o papá, según la familia, según los modelos sociales, según la tradición, según la religión, según… Cuando realmente somos como queremos se produce la paradoja de que nos sabe mal. Asumir nuestra propia esencia es una tarea de por vida, que queda abortada cada vez que lamentamos ser como somos.
Preguntas a hacerse antes de sentirse culpable
¿Hasta qué punto la capacidad de empatizar me está confundiendo?  /  ¿Hay alguna verdad que trato de ocultar?  /  ¿De verdad, de verdad que me sabe tan mal?  /  ¿Me cuesta expresarme con sinceridad?  /  ¿Siento que no voy a poder ver sufrir al otro?  /  ¿Me estoy haciendo cargo del dolor ajeno?  /  ¿Anticipo algún sentimiento de culpa?  /  ¿Estoy aguantando la situación porque me he precipitado?  /  ¿Tengo un sentimiento de no haber obrado bien?  /  ¿Me siento mal por ser yo mismo?

“La moral descansa naturalmente en el sentimiento” -  Anatole France
Visto de esta manera, cuando algo nos sabe mal quizá se expresa una conciencia moral. Por muchas razones que justifiquen nuestra conducta, el sentimiento nos advierte que algo, para nosotros, no está bien con relación a nuestra actitud. Ante nuestros ­dilemas morales, disponemos de una brújula interior, de un sentimiento moral, que acompaña y distingue el bien y rechaza el mal.
Solo tres palabras, “me sabe mal”, designan algo cuyo sabor es amargo, difícil de tragar o que nos deja mal cuerpo. Esas tres palabras intentan describir cómo se organiza en nuestro interior un desajuste exterior. Lo que sabe mal, como el asco, pretende ser expulsado para sentirnos aligerados. Si se queda dentro, sufriremos. Si se arroja hacia fuera de cualquier manera, también. Si tratamos de disimular, aún será peor. A menudo, la única manera de resolver lo que nos ha sabido mal es ingerir algo que nos sepa bien. Algo que, como la alquimia, transforme el sabor. Y ese algo pasa por el movimiento y por el sonido, es decir, por los gestos y las palabras. Gestos amables y palabras de corazón. Cuando es así, nada sabe mal.

miércoles, 27 de mayo de 2015

El psicólogo Pallarés amplía su obra con "La memoria".

PSICOLOGÍA

El autor navarro despliega una labor divulgativa en su libro sobre una función tan vital.

EL PAÍS | Bilbao | 19/04/2015
                                    
El psicólogo navarro Enrique Pallarés es el autor de un nuevo libro “La memoria” de la editorial Mensajero. En  línea con sus anteriores creaciones literarias, Pallarés, que el pasado viernes ofreció una charla en San Sebastián, vuelve a ofrecer un ejercicio de divulgación sobre una materia que domina ampliamente.
Doctor en Psicología, es profesor y consultor psicológico en la Universidad de Deusto. Además  colabora en varias revistas e imparte conferencias sobre temas relacionados con la psicología.
En su libro se da respuesta a las principales preguntas sobre la memoria: tipos o sistemas, evolución a lo largo de la vida, base biológica, aspectos sociales, relación con el sueño y la hipnosis, olvido, distorsiones y falsos recuerdos, problemas de la memoria (amnesia, confabulación, criptomnesia, etc.) y qué estrategias y técnicas utilizar para mejorarla.
Las informaciones y orientaciones de este libro resultan aplicables a la práctica de la memoria, tanto en la vida diaria (recordar nombres, actividades a realizar, recordadores externos, etc.) como para el aprendizaje formal en el sistema educativo o en la formación permanente (aprender un tema o un texto, organizar con esquemas, etc.).
Desde el aspecto divulgativo, Pallarés ha incluido al final de cada capítulo un apartado en el que se proponen varias cuestiones o preguntas, que le ayudarán a la mejor comprensión del capítulo y a poner en práctica las estrategias y técnicas desarrolladas.
Al abordar las cuestiones seleccionadas, el autor reconoce que "he procurado tener siempre presente a las personas que, sin poseer muchos conocimientos de psicología están interesadas en el tema de la memoria y aceptan realizar un pequeño esfuerzo para conocerla mejor".

También admite que "he tratado de informar sobre algunas de las cuestiones de la memoria que considero interesantes. En los capítulos dedicados a la práctica de la memoria he seleccionado las que son de aplicación más general y no tanto las que pretenden adiestrar para hacer exhibiciones de memoria o ganar concursos". Según Pallarés, "hay que tener en cuenta que la práctica continuada de algunas de esas importantes técnicas es la mejor estrategia para mejorar o mantener la memoria".



"Hay que eliminar la distinción entre salud y enfermedad mental"

 DARIAN LEADER | PSICOANALISTA Y ENSAYISTA
El investigador británico identifica la industria farmacéutica como responsable de la nuevas modas en las patologías

PABLO GUIMÓNLondres | El País | 22/02/2015
                                                                  
Igual que la ansiedad fue la enfermedad de la posguerra y la depresión fue la de los ochenta y noventa, la época actual es la del trastorno bipolar. Así lo defiende el psicoanalista y autor británico Darian Leader, que ya dedicó un famoso libro (La moda negra, 2008) a la gestión de la melancolía, y ahora aborda el trastorno antes conocido como maniaco depresivo en Estrictamente bipolar (Sexto Piso). Un ensayo corto y claro que señala la mano de la industria farmacéutica detrás de estas modas en las patologías. Recibe a EL PAÍS en el luminoso despacho donde aún pasa consulta en su casa londinense de Hampstead, no lejos de donde vivió Freud. El analista lacaniano elige la butaca, no el diván, para ser interrogado.

Pregunta. ¿Está de moda la bipolaridad?
Respuesta. El diagnóstico bipolar se ha expandido enormemente en los últimos 20 años. Las estadísticas dicen que afecta a entre un 10% y un 15% de la población, cuando la prevalencia histórica del trastorno maníaco depresivo es de en torno a un 1%. La razón es que ha habido un cambio en la definición de bipolaridad, convirtiéndola en reflejo de algunas de las características de la vida moderna. Más y más gente encaja en esa nueva definición de bipolar.
P. El éxito rápido, el carácter emprendedor, la sociabilidad… ¿Se refiere a esas características propias de las etapas maníacas que la sociedad moderna tiende a glorificar? -/- R. La crisis económica trajo los contratos cortos, no hay seguridad laboral. Y estamos obligados a mostrar un entusiasmo extraordinario por cada trabajo. Incluso si vas a una clase de yoga, se te exige una entrega en cuerpo y alma. Debes afrontar cada proyecto con un entusiasmo desaforado. Eso significa que habrá un ritmo natural de agitación seguida de agotamiento, lo que puede llevar a un poco científico diagnóstico de bipolaridad. Además, en los estados de manía el sujeto tiene un compulsivo deseo de comunicarse con otra gente. Eso, que se percibía tradicionalmente como el rasgo principal del maníaco, es hoy una obligación social. Hay que estar en Facebook, en Twitter...
P. Defiende que este auge comenzó justo cuando, a finales de los noventa, expiraban las patentes de antidepresivos. -/- R. A mediados de esa década se empezó a ver que iban a vencer las patentes de los principales antidepresivos, que tenían ventas extraordinariamente altas. Los departamentos de marketing de las farmacéuticas decidieron —todos los historiadores coinciden— poner el dinero en el trastorno bipolar: congresos, artículos científicos… Hay que tener en cuenta que la investigación está financiada principalmente por las farmacéuticas. Esto condujo a la expansión gradual del diagnóstico y a la venta de fármacos antiepilépticos tradicionales, que ahora tenían nuevas patentes para tratar estos llamados trastornos bipolares. La epidemia de depresión que vimos en los noventa, a su vez, fue producida por el colapso de los tranquilizantes. En los setenta el mercado de ansiolíticos era enorme. Cuando se publicitaron los efectos negativos de su uso regular, el dinero del marketing fue al mercado de la depresión. Gente que había sido diagnosticada como ansiosa recibía diagnósticos de depresión. Ahora, el 25% de los sujetos deprimidos están siendo rediagnosticados como bipolares. Es muy curiosa la comercialización de medicamentos.
P. El cambio en la terminología, de maníaco depresivo a bipolar, no parece inocente.  /  Por cada tres médicos hay un vendedor de una farmacéutica que trata de que prescriban sus medicamentos"  -/-  R. Así es. Hay mucha gente que, a los pocos minutos de conocerte, te dice que es bipolar. Nadie te dice en una fiesta “soy esquizofrénico”.
 P. La televisión y el cine también se fijan en esos perfiles bipolares. Como Carrie Mathison, protagonista de la serie Homeland. Resulta difícil creer en una conspiración entre las grandes farmacéuticas y la cultura popular.  -/-  R. No quiero decir que sea una conspiración. Pero si lees la documentación de los recientes casos judiciales en EE UU…, es difícil usar otra terminología.
P. ¿Quién sitúa la barrera entre lo normal y lo patológico?  -/-  R. Mire el ejemplo del colesterol. ¿Qué es el colesterol alto? Ha cambiado cuatro veces en los últimos 12 años. Lo deciden comités cuyos miembros, la mayoría, están pagados por las farmacéuticas. Ellos determinan la barrera entre la normalidad y la enfermedad.
P. El foco en los síntomas y no en las causas, ¿es un signo de nuestro tiempo?  -/-  R. Se nos llena la boca con la historia de la humanidad, pero en realidad abolimos la dimensión narrativa de la vida humana. El tiempo medio en que un médico está con un paciente en este país es seis minutos. ¿Qué puedes aprender de la historia de alguien en seis minutos? Nuestros lazos con el pasado están siendo borrados. No hay tiempo para escuchar a las personas. En esta sociedad tardocapitalista el ser humano es un agente en el mercado, compitiendo por bienes y servicios para aumentar su riqueza, éxito y felicidad. Cuando identificas a un ser humano como un recurso humano, como se hace en las empresas, quiere decir que te interesa su potencial, en qué puede convertirse, y no de dónde viene. Una fuerza cada vez mayor nos aleja de la historia de las personas.
P. En su libro “Qué es la locura” defiende que hay más gente loca de la que creemos, pero su locura no ha sido activada.  -/-  R. Hay una diferencia entre estar loco y volverse loco. Entre tener una estructura psicótica, que mucha gente tiene, y tener la psicosis realmente activada. Una vez que has hecho esta distinción tan elemental, que hizo la psiquiatría en el siglo XIX, se abre todo un nuevo camino en la terapia. Debes preguntarte qué permite a toda esta gente llevar vidas estables. Yo no creo en las categorías de salud mental o enfermedad mental. No existe la salud mental. Cuando la gente hace cosas terribles, a veces resulta que son muy sanos. ¿Qué es alguien sano mentalmente? Hay que eliminar la distinción entre salud y enfermedad mental, y ver a las personas en términos de estructura mental. Que no necesiten ser etiquetados para obtener ayuda.
P. ¿Qué viene después de la bipolaridad?  -/-  R. Creo que, en los próximos 10 años, veremos un masivo auge de la comercialización de medicamentos para la ansiedad. La era de la ansiedad va a volver.

domingo, 24 de mayo de 2015

La prisa como estilo de vida.

PSICOLOGÍA
No va más rápido el que más corre. Priorice, diga no y establezca horarios. Su existencia y su trabajo se beneficiarán del cambio

PATRICIA RAMÍREZ | El País | 17/05/2015
                                                                                                                                                                                                                                
Cuánta gente anda corriendo de un lado para otro sin saber a dónde va ni a qué ha ido, y sin llegar a valorar si necesitaba ir de prisa o si podría haber hecho lo mismo a otro ritmo. La prisa no es un valor añadido. Nadie es mejor profesional ni mejor persona porque vaya rápido a todos sitios o porque exprese lo estresadísimo que está.
¿Ha calculado cuánto tiempo gana cuando va a toda velocidad? La mayoría de las veces, ir deprisa no implica caminar más rápido o pensar de forma más ágil. Significa estar y sentirse internamente acelerado.
Imagínese encontrándose con alguien conocido que le saluda mientras habla por el móvil a la vez que mira el reloj, le estrecha la mano y le sonríe para mostrar lo feliz que se encuentra. Cuando cuelga, le abraza efusivamente, le dice que anda liadísimo, que va todo el día corriendo, que todo está fatal y que no puede esperar más para coger vacaciones. A usted apenas le deja hablar, no le pregunta cómo le va, se despide diciendo que a ver cuándo quedan y sale disparado. Escenas como esta se viven todos los días en la calle de una gran ciudad.
"En este siglo acabaremos con las enfermedades, pero nos matarán las prisas” Gregorio Marañón.

Muchas personas viven aceleradas e instaladas en la prontomanía, en la necesidad de contestar a todo de forma inmediata como si no hubiera un mañana. Da la sensación de que la prisa da prestigio porque indica que está ocupado, muy ocupado, y eso se interpreta como que es un gran profesional. Falso. La velocidad también puede ser sinónimo de mala gestión del tiempo, de desconcentración, de olvidos y desequilibrio personal y profesional. Mucha gente no dejaría sus asuntos importantes en manos de alguien que no tiene cinco minutos para sonreír, para preguntar cómo estamos, para hablar de forma conversacional un momento y transmitir paz y sosiego.
La persona que convive con la prisa lo hace también con el estrés y la ansiedad, no ­disfruta del momento porque está anticipando el futuro. Deja la vida pasar porque no observa lo que ocurre en el presente y no ­escucha lo que le dice la gente porque su cabeza piensa a 200 revoluciones. También tiene más probabilidad de tener un accidente porque se salta límites con tal de ahorrar tiempo.
La prisa llega a convertirse en un estilo de vida. De hecho, mucha gente no sabe qué hacer con su tiempo libre cuando lo tiene. Estar desocupado les produce malestar, sensación de pérdida de tiempo, incluso falta de autoestima porque… “¿cómo puede ser que no esté haciendo ahora algo, qué dice eso de mí?”. Para este tipo de personas, el aburrimiento es algo desagradable, vacío y sin sentido. Por eso siguen corriendo aunque ni siquiera sepan hacia dónde.
¡Basta! Pare, reduzca, contemple, mire a su alrededor y levante el pie del acelerador. Tiene derecho a elegir el ritmo que quiere imprimir a su vida, a tener tiempo para su ocio, para pasear sin rumbo solo por el placer de hacerlo. El tiempo no es algo que deba consumir en grandes cantidades y a borbotones. El tiempo es algo para saborear, incluso cuando tiene que entregar un informe de forma urgente. ¿La calidad de ese trabajo será mayor si lo redacta estresado? ¿Encuentra mejores soluciones? ¿Es más creativo? ¿La vida le va mejor y disfruta más de ella? La respuesta a todas estas preguntas es un rotundo no.
Hacer cientos de cosas y no disfrutarlas es como no hacer nada. Las personas con calma, las que optimizan su tiempo para trabajar y disfrutar de la vida en todos los sentidos, dan buen rollo y, a más de uno, envidia. ¿Cómo lo consiguen?
Priorizan. ¿Qué es importante y qué no lo es? Es una pregunta difícil a la que cada uno contesta de forma diferente porque depende de una escala de valores personal. Para unos es la familia; para otros, el trabajo o la propia felicidad. La respuesta no importa porque ninguna de ellas es buena ni mala. Lo que sí interesa es ser coherente y actuar conforme a lo que cada uno establece como relevante. Si cree que la familia es lo más importante, pero dedica todo su tiempo al trabajo, andará corriendo para sacar un momento para su prioridad. Ordene su agenda en función de sus preferencias, con sentido común y responsabilidad.
Se ponen límites en los horarios. Establecerlos nos ordena y agiliza la mente. Saber que a una hora concreta el trabajo tiene que estar acabado centra la atención en la actividad. Si esa acotación no existe, el cerebro se dispersa porque sabe que dispone de todo el tiempo del mundo para resolver lo que tiene entre manos. Los límites permiten prestar atención a lo importante; sin distracciones que le exigirán un nuevo proceso de calentamiento para concentrarse en la actividad que es realmente prioritaria. Cada vez que rompe su proceso de concentración, enlentece la tarea, y luego llegan las prisas para acabarlo todo. Suspira pensando en que no llega, se queda en la oficina más tiempo del que desearía, se siente culpable por no regresar a casa antes y vuelve a correr para recuperar lo que perdió por no gestionar bien su tiempo.
"Una de las grandes desventajas de la prisa es que lleva demasiado tiempo” Gilbert Keith Chesterton.

Dicen una palabra mágica: NO. La conducta servicial no puede convertirse en actitud servil. Si antepone los deseos de los demás siempre antes que los suyos, luego no llegará a poder gestionar sus asuntos. Sus actividades y su relajación son importantes. Esta situación lleva a una vida insatisfecha, en la que predomina la idea de que no tiene espacio para usted mismo y de que sus actividades no son importantes. Muchas personas piensan que dedicarse tiempo es egoísta, porque son ratos que podría invertir en los demás. Pero no es así. Su bienestar psicológico y físico depende de su capacidad de disfrute.
Desconectan. Del móvil, del WhatsApp, del trabajo, del correo electrónico, de todo lo que les impide disfrutar de otros momentos. Uno de los usos negativos de la tecnología es convertir todo en algo inmediato. No está obligado a contestar a toda la información entrante en el instante. La mayoría de ellos no son urgentes. Si lo fueran, le llamarían. Es usted quien ha decidido que tiene que responder a todo con prisa porque ha cogido ese hábito, porque no tiene paciencia o porque cree que el que le escribe podría molestarse. Aprenda a retrasar, sobre todo si en ese momento está realizando otra actividad que requiere de su atención.
Utilizan técnicas que permiten relajarse. Yoga, pilates, deporte, un baño de agua caliente, una llamada de teléfono larga y relajada o una copa de vino al calor de la chimenea. Para estos momentos siempre hay un espacio. Se trata de repartir las horas de forma que obligaciones y ocio estén equilibrados.
No buscan la perfección, buscan estar a gusto con sus vidas. Hay personas que buscan mejorar, crecer y superarse. Y hay otras que se obsesionan con que todo sea perfecto y esté controlado. La perfección no existe, ni en la tecnología, ni con nuestro físico, ni en la destreza o habilidad para desarrollar un deporte. Perderá mucho tiempo intentando que algo sea perfecto. Basta con que esté rematadamente bien, no necesita que sea perfecto. Es más, muy poca gente será capaz de apreciar ese nivel de excelencia al que ha dedicado tantísimas horas y que le ha impedido alcanzar el punto anterior: relajarse y desconectar.
Fluyen. Están presentes, disfrutan y observan lo que acontece a su alrededor. No buscan qué hacer a continuación, sino que se dejan llevar por el momento. Dedican tiempo a la vida contemplativa. Para disfrutar del momento, usted debe estar en el presente, en el “esto, aquí y ahora”. Repetirse estas palabras de vez en cuando le permitirá recordar la importancia de los detalles, de atender su momento en lugar de anticipar el futuro.
Y recuerde: los segundos o minutos que gana corriendo no compensan todo lo que pierde en calidad de vida.


domingo, 17 de mayo de 2015

La huella del orfanato en los niños adoptados

PSICOLOGÍA
La falta de apego en los primeros años es uno de los principales problemas de los menores. Unidades médicas especializadas abordan estos trastornos.

JAIME PRATSValencia | El País | 15/05/2015

Carla, de 10 años, apenas tenía año y medio cuando fue adoptada en China. Desde el principio, sus padres se dieron cuenta de que todo le costaba más de lo normal. “Acudimos a neurólogos, a logopedas, a centros de estimulación temprana, no sabíamos qué hacer…”, relata su madre. No empezó a hablar hasta los seis años. Tenía dificultades en hacer amigas, sufría falta de atención, era muy insegura. Y no había forma de saber qué le sucedía. Hasta que, hace unos meses, la respuesta llegó a través de la Unidad del Niño Internacional del hospital La Fe de Valencia: su hija sufría trastorno del vínculo, un problema afectivo que hunde sus raíces en su estancia en el orfanato. “Era de los que peor fama tenían”, rememora la madre.
Este tipo de unidades hospitalarias —también asisten a niños en acogimiento o inmigrantes— se han ido consolidando en paralelo al boom de la adopción internacional durante la década pasada. Entre 2004 y 2007, España fue el segundo país que más niños recibió del mundo (19.084), solo por detrás de Estados Unidos. Además de La Fe, hospitales como Sant Joan de Déu de Barcelona o La Paz-Carlos III de Madrid ofrecen también estas atenciones.
          España, un país de acogida.
2004 fue el año con el mayor número de niños llegados del exterior (5.423). Por detrás de España estaban Francia, Italia, Canadá, Alemania, Suecia, Países Bajos, Dinamarca, Suiza y Australia.
Debido a la crisis y las restricciones introducidas por algunos países las adopciones han bajado hasta las 1.188 en 2013, lo que sitúa a España en quinta posición. Por delante están Estados Unidos, Italia, Francia y Canadá.
Los principales países de origen fueron en 2013 Rusia, China y Etiopía (fuente: Coordinadora de Asociaciones en Defensa de la Adopción y el Acogimiento).
En ellos cubren desde consultas preadoptivas —para orientar sobre el informe médico que las familias reciben del niño— hasta los 18 años, ya sea por cuestiones ligadas al menor (institucionalización, fracaso en acogimientos previos) o a los padres (falta de preparación, expectativas incumplidas).
La principal preocupación de las familias son los problemas físicos. En función de su procedencia, los pequeños pueden presentar rasgos de desnutrición o sufrir enfermedades infecciosas (parasitosis intestinal, tuberculosis, hepatitis). Pero, aunque menos evidentes, las patologías más graves suelen ser trastornos psicológicos asociados a la estancia en instituciones como orfanatos o residencias. Uno de cada tres niños que han permanecido en este tipo de centros hasta los tres años sufre trastornos cognitivos (relacionados con la inteligencia). La misma proporción padece alteraciones afectivas (del vínculo), frente al 2% y 4%, respectivamente, de la población general o de los menores que han estado en orfanatos menos de seis meses, que apenas presentan secuelas, de acuerdo con un estudio británico con niños procedentes de Rumanía publicado en 2003 en Development and Psychopathology.
Problemas de atención
El trastorno del vínculo es especialmente relevante: suele estar en el origen de otros comportamientos, ya sean problemas de atención, de autocontrol, del aprendizaje, dificultades al manejar las emociones o problemas de identidad en la adolescencia. “La mitad de los niños que vemos en la consulta tiene este tipo de alteración del afecto”, destaca Gemma Ochando, experta en psiquiatría infantil que dirige la Unidad del Niño Internacional en La Fe junto a la especialista en enfermedades infecciosas pediátricas Carmen Otero. “Cuando el niño llora, la madre o el cuidador atiende sus necesidades: le da de comer, le duerme, le abriga... Esto no sucede en un orfanato. No se atienden individualmente las necesidades fisiológicas o afectivas, sino de forma colectiva. No se aprende a establecer relaciones emocionales”, indica la pediatra. El resultado es una adaptación a este medio hostil “en el que prima la desconfianza, la agresión, el rechazo y la evitación”, unos comportamientos que se pueden enquistar al llegar al nuevo entorno y que provocan incomprensión en la familia o el colegio.
Una fase clave en la vida de los niños adoptados es la adolescencia, que en ellos se suele adelantar a los 9 o 10 años, dos o tres antes de lo que suele ser habitual. Es la etapa en la que se presentan los problemas relacionados con la definición de la identidad y el momento en el que se encuentran buena parte de los chavales adoptados durante los últimos años en España. Si no se han encauzado por entonces los trastornos más graves, la situación puede desembocar en situaciones de fuerte tensión familiar o el fracaso de la adopción en los casos límite.
Ochando pone el ejemplo extremo de una paciente de origen indio de 13 años que se escapaba de casa para prostituirse y comprar sus caprichos. Al investigar su historia comprobaron que durante su estancia en el orfanato era la mayor y asumió un papel protector respecto al resto de niños. Allí ya se fugaba de la institución, se prostituía y con el dinero que obtenía compraba comida para sus compañeros. “Era la heroína del grupo, y consideraba este comportamiento como una conducta positiva”, señala la pediatra. Finalmente, la adopción se truncó. El objetivo es prevenir estas situaciones. Aprovechar la primera consulta, centrada en la revisión vacunal o las pruebas de enfermedades infecciosas, para establecer una valoración inicial de los problemas de salud mental que puedan presentar los menores y atajarlos de forma temprana. “Si la situación se degrada podemos hacer muy poco”, plantea Ochando.
Más hiperactividad entre los menores procedentes del Este
María, una niña adoptada de India llegó a su nueva casa con 18 meses y serias alteraciones afectivas. “No entendía ni de peluches, ni de caricias, ni de cuentos, ni de cariños”, rememora Carmen, su madre, cuyo nombre se ha cambiado, como el de las niñas que aparecen en este reportaje, para preservar su identidad. “Era como un cachorro salvaje; hasta los dos años no pudo tocarla mi marido”. Poco a poco fue superando estos comportamientos, aunque sus padres advirtieron que le costaba seguir el ritmo de las clases. “Tiene déficit de atención con hiperactividad (TDAH), en su caso no es impulsiva ni hiperactiva, tiene problemas de concentración”, apunta Carmen. “Está tratada y es una niña muy normal”.

Además del trastorno del vínculo, los problemas de conducta relacionados con el TDAH son comunes entre los niños adoptados, sobre todo los procedentes de los países del Este de Europa.
Algunos estudios elevan la tasa hasta el 50% de los menores llegados de Rusia. Este comportamiento se relaciona con el síndrome alcohólico fetal, vinculado al abuso de la gestante con la bebida o el tabaco, y con los partos prematuros.
El TDAH se puede confundir al principio con el estado de excitación en el que se encuentran los niños durante las primeras semanas de estancia en su nuevo hogar. Cambian la rutina a la que están acostumbrados por una situación de hiperestimulación, visitas de familiares, regalos… Todo ello que puede dar lugar a diagnósticos precoces y erróneos. Los expertos recomiendan mantener un seguimiento para comprobar la evolución de los síntomas.

jueves, 14 de mayo de 2015

El eterno miedo a suspender

           
Un 20,84% de los estudiantes universitarios sufre ansiedad durante las pruebas académicas. Planificar el estudio o practicar técnicas de relajación puede ayudar.

ANA TORRES MENÁRGUEZ | Madrid | El País | 12/01/2015 

Para la mayoría de estudiantes la etapa universitaria es una experiencia estimulante y positiva. Para otros puede ser un periodo de estrés, ansiedad o depresión. La época de exámenes es la que concentra el mayor índice de casos. Un 20,84 % de los universitarios asegura sufrir elevados niveles de ansiedad a la hora de enfrentarse a las pruebas académicas, según un estudio realizado con 28.559 alumnos de 16 universidades españolas en 2005 y publicado en la revista Education.
Las situaciones de tensión y nerviosismo son habituales en los campus; la universidad supone un salto importante en la demanda académica y dispara la autoexigencia. “Todo el mundo siente ansiedad ante los exámenes, es una reacción habitual. A veces, es incluso deseable, porque nos permite rendir más. El problema es cuando se da de forma continua e interfiere en el plano académico y personal”, apunta Ignacio Fernández, psicólogo de la Clínica Universitaria de Psicología de la Universidad Complutense de Madrid.
La ansiedad es un estado en el que aparecen sentimientos de aprensión, incertidumbre y tensión por anticipar una amenaza real o imaginaria, según la definición de la estadounidense Diane Papalia, psicóloga y experta en desarrollo cognitivo de la Universidad de Virginia Occidental. La ansiedad continuada puede impedir al estudiante alcanzar los objetivos que se propone. Estudiar, ir al examen y aprobar se convierten en obstáculos insalvables.
¿Cómo se puede identificar? Hay síntomas que son fácilmente observables: nerviosismo intenso desde el punto de vista fisiológico (palpitaciones, tensión muscular o incremento de la sudoración); aceleración del pensamiento; anticipación de futuros fracasos; bloqueo (que en ocasiones puede provocar que el estudiante no quiera acudir al aula); problemas para conciliar el sueño; trastornos estomacales o mayor irritabilidad. Hay casos leves que se manejan con tres o cuatro pautas y otros más graves que requieren terapia, tratamiento farmacológico o ambos, señala Ignacio Fernández, que asegura que en época de exámenes los estudiantes acuden más a la clínica de la Complutense.
Lo primero que se debe hacer es consultar a un experto para obtener un diagnóstico. “Hay alumnos que tienen tanto miedo a suspender que dejan de ir a clase, se quedan en blanco durante la prueba o no rinden a la hora de estudiar”. Para evitar estos extremos, Fernández recomienda mejorar la planificación y fijarse objetivos a corto, medio y largo plazo. Metas diarias o semanales. “Hay que escoger un espacio cómodo para el estudio y que sea exclusivo para esa actividad. Además, es importante planear las sesiones de estudio: empezar con contenidos de dificultad media, luego alta y finalmente baja”. Es conveniente programar descansos de unos 30 minutos para combatir la fatiga y reservar horas para el ocio y el descanso para rendir más el día siguiente y conciliar mejor el sueño.
Abordar la ansiedad con técnicas de relajación es otro de sus consejos. “El estudiante debe ser consciente de lo que le pasa. Concentrar la atención en la respiración y hacerla progresivamente más profunda y lenta ayuda a desconectar, calmarse e iniciar el estudio en condiciones óptimas”, recalca.
El caso de Reino Unido
La presión académica, las preocupaciones por encontrar un empleo en el futuro o la subida de la tasa de la matrícula pueden afectar a la estabilidad emocional de los universitarios. Los síntomas del estrés y la ansiedad se manifiestan en un 30% de los casos durante la noche, según un estudio elaborado por Nightline Association, una asociación impulsada y gestionada por estudiantes que ofrece atención nocturna presencial, telefónica y telemática a alumnos en más de 92 universidades británicas.
Esta iniciativa, nacida en la Universidad de Essex en 1970, se basa en dos principios: confidencialidad y anonimato. “Muchos estudiantes se sienten mal cuando llega la noche y termina el bullicio del campus. Ese momento de soledad hace que aparezcan sus miedos y se sientan desamparados. Para eso estamos ahí nosotros, una red de miles de voluntarios que nos limitamos a escucharles sin emitir juicios de valor”, cuenta Brendan Mahon, doctorando de 25 años en la Universidad de Cambridge y responsable de Nightline Association.
Según un estudio elaborado sobre 1.000 universitarios británicos en 2013 por este colectivo, que ofrece este servicio de forma gratuita, el 75% de ellos sufrió en algún momento angustia psicológica: el 65% estrés, el 43% ansiedad y el 29% preocupación por no encajar. Durante el pasado año, atendieron un total de 17.500 demandas de atención. Algunos campus disponen de espacios a los que los estudiantes pueden acudir a lo largo de la noche para compartir sus preocupaciones con alguno de los voluntarios, que previamente han recibido una formación para proporcionar información de utilidad a los afectados. “Si es necesario les derivamos a servicios de salud mental. El hecho de hablar con otro igual hace que las barreras para comunicar un problema no sean tan altas”, apunta Mahon.
Un informe del Royal College of Psychiatrists considera que un entorno de apoyo emocional entre personas de la misma edad y condición favorece la prevención de problemas de salud mental, sobre todo entre jóvenes. El leitmotiv de este colectivo es escuchar sin juzgar.