PSICOLOGÍA
Objetivo:
transformar sus pensamientos negativos en juicios más razonables. Existen
terapias para ello. Google no cuenta
Javier (nombre ficticio)
tiene 48 años, trabaja en publicidad y se considera un hombre inteligente,
creativo y bastante cuerdo. Y, sin embargo, una fuerza irracional en su
interior le lleva por la calle de la amargura: vive en el
convencimiento permanente de que tiene una enfermedad grave. En el último año,
ha notado molestias abdominales “dos dedos por debajo del ombligo y a la
derecha”, temblores en las manos, una especie de “descargas eléctricas” en
muñecas y codos, un extraño zumbido en los oídos, presión en el pecho,
pinchazos en un punto concreto de la espalda (cerca del omóplato derecho),
espasmos musculares, dolores de cabeza, trastornos intestinales y otras cosas
de las que no se acuerda. Se ha hecho varias
pruebas
que determinan que está bien de salud; entonces, sus males desaparecen y surgen
otros nuevos. “Estoy sumido en un sufrimiento constante que me impide disfrutar
plenamente de la vida”, dice.
Lo
que le pasa a Javier es que es hipocondríaco. Él lo sabe. Ya de niño, recuerda,
si veía a sus padres cuchichear creía que tramaban algo relacionado con su
salud. A los veinte años, un persistente dolor de cabeza le paseó por la
consulta de varios médicos que descartaron, pruebas en mano, su teoría de un
tumor. Recientemente pasó una larga temporada desempleado, en casa y deprimido,
lo que intensificó sus síntomas. “Llega un momento en que tengo la certeza de
que estoy enfermo”, declara. “Y supongo que lo paso casi tan mal como la
persona que está enferma de verdad. La única diferencia es un mínimo resquicio
de duda: ¿será otra de mis manías?”.
"La
hipocondría es una actitud, más que una enfermedad concreta”, afirma el doctor
Jerónimo Saiz, jefe del Servicio de Psiquiatría del Hospital Universitario
Ramón y Cajal (Madrid) y vocal de la Sociedad Española de Psiquiatría (SEP). “El
hipocondríaco tiene una desproporción continua y grave de la atención hacia su
salud, y eso amplifica su percepción de sensaciones y síntomas, lo que le
conduce a un círculo vicioso de estar preocupado todo el tiempo”.
El aprensivo, ¿nace o se hace?
Pero, ¿qué nos
hace hipocondríacos? Estudios como el del Hospital
General Kamitsuga (Japón)
han apuntado la estrecha relación entre estos trastornos imaginarios y la
depresión. De 86 pacientes depresivos analizados, 49 (un 57%) mostraban
síntomas hipocondríacos. Pero también obedece a otras causas. “Se puede dar en
personas que estén sometidas a estrés o que tengan trastornos afectivos o
basarse en un factor de aprendizaje, por imitación: sabemos que en familias con
hipocondríacos hay más hipocondríacos”, sostiene el doctor Saiz.
Tendemos a
pensar que el hipocondríaco es aquel que se pasa el día en el médico
(colapsando, por el camino, el sistema sanitario), y no siempre es así. “Se dan
dos alternativas”, explica el doctor Saiz. “Hay gente que visita mucho el
centro de salud en busca de un diagnóstico que no ha sido todavía reconocido,
cambiando continuamente de médico y haciéndose nuevas exploraciones, mientras
que a otros les aterroriza tanto que les confirmen sus temores que no van al
médico ni se hacen un simple análisis”.
Bajo tratamiento
La hipocondría
se cura, pero hay que pasar por el diván. “En términos generales,
lo que hay que hacer es una terapia cognitiva, que ponga en contacto al
paciente con los síntomas que percibe, tratando de desdramatizar”, dice el
experto. “Por ejemplo, a pacientes asustados por tener manchas en la piel, hay
que inculcarles la idea de que se pueden tener manchas en la piel sin que eso
implique padecer un cáncer. Se trata de dar una clave para no asociar un
sentimiento con un significado que realmente no tiene”, ilustra el
especialista. La terapia cognitiva se ha mostrado muy efectiva en pacientes con
lo que algunos llaman “ansiedad por la salud”, según un estudio
llevado a cabo en Reino Unido por expertos de varias
universidades.
“Existen pensamientos funcionales que nos
ayudan a cavilar bien; y pensamientos disfuncionales, que nos crean problemas.
La terapia cognitiva influye sobre nuestras reflexiones para conseguir que sean
adecuadas y racionales en situaciones en las que no actuamos bien”, aduce el
psicólogo José Elías, director del Centro Joselías, en Madrid,
que detalla las técnicas que se aplican en esta terapia: “Relajación,para
eliminar los síntomas de la ansiedad y proporcionar situaciones agradables;
reestructuración cognitiva, para validar los pensamientos positivos y eliminar
o infravalorar los síntomas débiles de la posible enfermedad; visualización de
los pensamientos y presentimientos negativos sobre enfermedad y muerte; y, por
último, mejora de la asertividad y la autoestima frente a quejas y
lamentaciones”.
En casos
extremos, esta terapia no basta y hay que recurrir a la ayuda extra de la
farmacología. “Hay una hipocondría delirante, en la que el enfermo pierde el
contacto con la realidad y las ideas que tiene son estrafalarias. Los síntomas
hipocondríacos mantenidos interfieren en su vida normal, le causan mucho
sufrimiento, y pueden desembocar en ansiedad o depresión que de por sí
requieran un tratamiento”, apunta el doctor Jerónimo Saiz. Y estas sí que
pueden originar síntomas reales. “Sería lo que llamamos un
efecto nocebo,
al contrario que el efecto placebo: una preocupación psíquica que acaba
generando alguna molestia física”.
Atrapados en la Red
La vida
moderna, lejos de ayudar al hipocondríaco, se ha convertido en su enemiga.
Resulta difícil resistir la tentación de comparar síntomas
y diagnósticos en Internet, donde si lee que una diarrea puede significar cáncer
de colon el aprensivo deducirá que una diarrea implica siempre un
cáncer de colon. Esta costumbre es tan habitual que los especialistas le han
puesto nombre (cibercondría) y algunos alertan de sus peligros: un estudio de
la Universidad
de Baylor (Texas,
EE UU) reveló que la incertidumbre que crea este exceso de información —sin
matices y, en ocasiones, errónea— no hace sino incrementar la ansiedad.
A menudo, el hipocondríaco es visto
como un quejica (lo es) que hace gracia. A él, desde luego, no le provoca
ninguna. Pasado un límite, a quienes le rodean, tampoco. En realidad, vive
atrapado en una espiral de angustia. Y puesto que nadie dura eternamente, más
vale dedicar nuestro precioso tiempo a disfrutar en vez de malgastarlo sufriendo
sin motivo. El doctor Google no tiene la solución.