miércoles, 24 de febrero de 2016

¿Hay solución para los hipocondríacos?

PSICOLOGÍA
Objetivo: transformar sus pensamientos negativos en juicios más razonables. Existen terapias para ello. Google no cuenta

MIGUEL ÁNGEL BARGUEÑO | El País | 12/05/2015
                                                                            
Javier (nombre ficticio) tiene 48 años, trabaja en publicidad y se considera un hombre inteligente, creativo y bastante cuerdo. Y, sin embargo, una fuerza irracional en su interior le lleva por la calle de la amargura: vive en el convencimiento permanente de que tiene una enfermedad grave. En el último año, ha notado molestias abdominales “dos dedos por debajo del ombligo y a la derecha”, temblores en las manos, una especie de “descargas eléctricas” en muñecas y codos, un extraño zumbido en los oídos, presión en el pecho, pinchazos en un punto concreto de la espalda (cerca del omóplato derecho), espasmos musculares, dolores de cabeza, trastornos intestinales y otras cosas de las que no se acuerda. Se ha hecho varias pruebas que determinan que está bien de salud; entonces, sus males desaparecen y surgen otros nuevos. “Estoy sumido en un sufrimiento constante que me impide disfrutar plenamente de la vida”, dice.
Lo que le pasa a Javier es que es hipocondríaco. Él lo sabe. Ya de niño, recuerda, si veía a sus padres cuchichear creía que tramaban algo relacionado con su salud. A los veinte años, un persistente dolor de cabeza le paseó por la consulta de varios médicos que descartaron, pruebas en mano, su teoría de un tumor. Recientemente pasó una larga temporada desempleado, en casa y deprimido, lo que intensificó sus síntomas. “Llega un momento en que tengo la certeza de que estoy enfermo”, declara. “Y supongo que lo paso casi tan mal como la persona que está enferma de verdad. La única diferencia es un mínimo resquicio de duda: ¿será otra de mis manías?”.
"La hipocondría es una actitud, más que una enfermedad concreta”, afirma el doctor Jerónimo Saiz, jefe del Servicio de Psiquiatría del Hospital Universitario Ramón y Cajal (Madrid) y vocal de la Sociedad Española de Psiquiatría (SEP). “El hipocondríaco tiene una desproporción continua y grave de la atención hacia su salud, y eso amplifica su percepción de sensaciones y síntomas, lo que le conduce a un círculo vicioso de estar preocupado todo el tiempo”.
El aprensivo, ¿nace o se hace?
Pero, ¿qué nos hace hipocondríacos? Estudios como el del Hospital General Kamitsuga (Japón) han apuntado la estrecha relación entre estos trastornos imaginarios y la depresión. De 86 pacientes depresivos analizados, 49 (un 57%) mostraban síntomas hipocondríacos. Pero también obedece a otras causas. “Se puede dar en personas que estén sometidas a estrés o que tengan trastornos afectivos o basarse en un factor de aprendizaje, por imitación: sabemos que en familias con hipocondríacos hay más hipocondríacos”, sostiene el doctor Saiz.
Tendemos a pensar que el hipocondríaco es aquel que se pasa el día en el médico (colapsando, por el camino, el sistema sanitario), y no siempre es así. “Se dan dos alternativas”, explica el doctor Saiz. “Hay gente que visita mucho el centro de salud en busca de un diagnóstico que no ha sido todavía reconocido, cambiando continuamente de médico y haciéndose nuevas exploraciones, mientras que a otros les aterroriza tanto que les confirmen sus temores que no van al médico ni se hacen un simple análisis”.
Bajo tratamiento
La hipocondría se cura, pero hay que pasar por el diván. “En términos generales, lo que hay que hacer es una terapia cognitiva, que ponga en contacto al paciente con los síntomas que percibe, tratando de desdramatizar”, dice el experto. “Por ejemplo, a pacientes asustados por tener manchas en la piel, hay que inculcarles la idea de que se pueden tener manchas en la piel sin que eso implique padecer un cáncer. Se trata de dar una clave para no asociar un sentimiento con un significado que realmente no tiene”, ilustra el especialista. La terapia cognitiva se ha mostrado muy efectiva en pacientes con lo que algunos llaman “ansiedad por la salud”, según un estudio llevado a cabo en Reino Unido por expertos de varias universidades.
Una hipocondría extrema sí puede originar síntomas reales. "Sería lo que llamamos un 'efecto nocebo", apunta Jerónimo Saiz, psiquiatra
 “Existen pensamientos funcionales que nos ayudan a cavilar bien; y pensamientos disfuncionales, que nos crean problemas. La terapia cognitiva influye sobre nuestras reflexiones para conseguir que sean adecuadas y racionales en situaciones en las que no actuamos bien”, aduce el psicólogo José Elías, director del Centro Joselías, en Madrid, que detalla las técnicas que se aplican en esta terapia: “Relajación,para eliminar los síntomas de la ansiedad y proporcionar situaciones agradables; reestructuración cognitiva, para validar los pensamientos positivos y eliminar o infravalorar los síntomas débiles de la posible enfermedad; visualización de los pensamientos y presentimientos negativos sobre enfermedad y muerte; y, por último, mejora de la asertividad y la autoestima frente a quejas y lamentaciones”.
En casos extremos, esta terapia no basta y hay que recurrir a la ayuda extra de la farmacología. “Hay una hipocondría delirante, en la que el enfermo pierde el contacto con la realidad y las ideas que tiene son estrafalarias. Los síntomas hipocondríacos mantenidos interfieren en su vida normal, le causan mucho sufrimiento, y pueden desembocar en ansiedad o depresión que de por sí requieran un tratamiento”, apunta el doctor Jerónimo Saiz. Y estas sí que pueden originar síntomas reales. “Sería lo que llamamos un efecto nocebo, al contrario que el efecto placebo: una preocupación psíquica que acaba generando alguna molestia física”.
Atrapados en la Red
La vida moderna, lejos de ayudar al hipocondríaco, se ha convertido en su enemiga. Resulta difícil resistir la tentación de comparar síntomas y diagnósticos en Internet, donde si lee que una diarrea puede significar cáncer de colon el aprensivo deducirá que una diarrea implica siempre un cáncer de colon. Esta costumbre es tan habitual que los especialistas le han puesto nombre (cibercondría) y algunos alertan de sus peligros: un estudio de la Universidad de Baylor (Texas, EE UU) reveló que la incertidumbre que crea este exceso de información —sin matices y, en ocasiones, errónea— no hace sino incrementar la ansiedad.
A menudo, el hipocondríaco es visto como un quejica (lo es) que hace gracia. A él, desde luego, no le provoca ninguna. Pasado un límite, a quienes le rodean, tampoco. En realidad, vive atrapado en una espiral de angustia. Y puesto que nadie dura eternamente, más vale dedicar nuestro precioso tiempo a disfrutar en vez de malgastarlo sufriendo sin motivo. El doctor Google no tiene la solución.


viernes, 19 de febrero de 2016

Psiquiatría sí, naturalmente.

Los psicofármacos han dignificado la vida de los pacientes con trastornos graves. Su uso ha aumentado como en otras disciplinas médicas
MIGUEL GUTIÉRREZ FRAILE El País – 14/02/2016
Eva Vázquez
El domingo pasado leímos una entrevista publicada en EL PAÍS con el periodista estadounidense Robert Whitaker, titulada "La psiquiatría está en crisis", y quisiera presentar algunas objeciones a sus afirmaciones. Al “falso relato histórico” sobre la psiquiatría norteamericana mencionado en la entrevista [el entrevistado sostiene que se ha hecho creer erróneamente a Occidente que la causa de la depresión y la esquizofrenia es biológica y que se pueden curar con fármacos], cabe hacer muchas matizaciones, especialmente en lo referido a los “efectos negativos”, como él los llama, de la medicalización de la psiquiatría.
La llegada a América en la posguerra de gran número de psicoanalistas atenuó la barrera entre “lo normal y lo anormal” y, como consecuencia, acudieron a sus terapias pacientes con un cierto estatus social. Los pacientes psiquiátricos graves quedaron relegados a la asistencia pública.
En estas circunstancias, el descubrimiento de la clorpromazina en Francia (1951) supuso la primera revolución psicofarmacológica e influyó de forma neta en la posterior desinstitucionalización del enfermo psiquiátrico, hasta entonces, mayoritariamente recluido en establecimientos asilares. La enfermedad mental se consideraba prácticamente inmodificable y la sociedad excluía a estos enfermos de por vida. Los antipsicóticos supusieron un avance incontestable. Esto marcó una modificación radical en la política asistencial americana y J. F. Kennedy (1962) arbitró cambios legales que permitieron nacer un nuevo modelo: la psiquiatría comunitaria, exportada posteriormente a todo el mundo y que supuso la externalización de los enfermos psiquiátricos más graves, el desarrollo de centros de salud mental, de servicios de psiquiatría en hospitales generales (comienzo de la medicalización de la psiquiatría en los años sesenta) y de recursos intermedios que mejoraron el tratamiento del enfermo.
Además, mejoró la formación de psiquiatras, psicólogos, enfermeras, trabajadores sociales… La relación entre los antipsicóticos y la desinstitucionalización de los enfermos mentales graves en EE UU es innegable. Se pasa de una cifra de 34 personas ingresadas por cada 10.000 americanos en 1955 a 3 personas ingresadas por cada 10.000 en 1994.
La psiquiatría continuaba, afortunadamente, su medicalización. El enfermo psiquiátrico empezó a ser tratado como el resto de los enfermos. Tomó conciencia de su dignidad, de sus derechos. Surgieron las asociaciones de familiares de enfermos psiquiátricos y asociaciones específicas de enfermos, a imagen y semejanza de otras asociaciones de pacientes somáticos.
El libro que quiere vender el entrevistado en España alude a la ineficacia de la psiquiatría por el aumento progresivo de enfermos psiquiátricos, lo que no resiste un mínimo análisis racional. El aumento bruto de trastornos mentales en 30-40 años con toda probabilidad no es distinto porcentualmente del de cáncer de páncreas o artritis reumatoide en el mismo periodo. Para sustentar sus confusas opiniones, el periodista cita un artículo publicado en aquella época con claros problemas metodológicos, como que la medida —“buen resultado”— varía mucho según época y sociedades. Por ejemplo, entonces vivir con los padres a los 30 años era considerado “mal resultado” social en EE UU, cuando en España resultaba “normal”.
Tenemos el dudoso honor de ser la única especialidad con un movimiento ‘anti’ ”
Otro sesgo es el que se refiere a trastornos de ansiedad. La ansiedad es consustancial con el ser humano, pero la ansiedad patológica no. El periodista no contempla el sufrimiento que presentan muchos enfermos que hasta hace pocas décadas no eran tratados, salvo en el restrictivo ámbito de la psiquiatría privada americana. En lo que se refiere al Valium, pocas veces en la historia un medicamento ha beneficiado a tanta gente y de tan diversas patologías.
Plantea este señor que la enfermedad mental no es una enfermedad cerebral. Cree al parecer que el cerebro es el único órgano del cuerpo que nunca se pone enfermo y siempre presenta un perfecto funcionamiento. Y que las enfermedades mentales se curan con palmaditas en el hombro. ¿Desde cuándo la actividad mental no está determinada por el cerebro? Diremos más, prácticamente todos los tratamientos psicosociales que se aplican en psiquiatría hoy se basan en pruebas de eficacia que descansan en modelos procedentes de la neurociencia cognitiva, que postula que el cerebro humano tiene capacidad de neurogénesis y plasticidad neuronal hasta su muerte, lo que le permite adquirir y consolidar nuevos hábitos que compensan funciones perdidas por la enfermedad mental. Y esto es algo más que “pastillas”. Es la parte nuclear de la psiquiatría moderna basada en modelos antitéticos a los que se proponen en esa entrevista.
Los psiquiatras no somos los únicos médicos que tratamos síntomas mentales: el dolor o el llamado mal estado general es tan mental como la ansiedad, la tristeza o el delirio. Prácticamente nadie discute que el dolor debe ser tratado y suprimido como sea. Ahí están las modernas unidades del dolor. Sin embargo, la ansiedad patológica no. Esta discrepancia es acientífica.
El entrevistado considera que hay un “excesivo” consumo de psicofármacos. Efectivamente, ha habido un aumento global del uso de psicofármacos, aunque en EE UU esto se produce en menor medida en población negra e hispana. Poblaciones que cuando enferman tienen más probabilidades que los anglosajones de suicidarse o acabar en una prisión que ir al hospital o a la consulta privada de un psiquiatra. Las cifras son sobrecogedoras. Esto no parece importarle al señor Whitaker. Los enfermos ricos toman medicaciones y los pobres son excluidos socialmente, a la cárcel o al cementerio.
Los psicofármacos han permitido el desarrollo de terapias no coercitivas, no farmacológicas, destinadas a aliviar los déficits sociales de los enfermos así como a controlar sus síntomas más disyuntivos.
La tendencia al aumento de consumo de fármacos es un fenómeno global: la farmacoterapia analgésica sigue parecida evolución (y nadie hace un movimiento ideológico en contra de tratar el dolor con química). En EE UU, el porcentaje de usuarios de analgésicos más potentes que la morfina pasó del 17% al 37%, y lo mismo pasa con los antibióticos, cuyo consumo aumentó un 36% en la década de los años 2000. Ocurre lo mismo con hipocolesterolémicos, antihipertensivos, antidiabéticos y antineoplásicos. Han aumentado las intervenciones de cataratas, de cirugía digestiva, los trasplantes y en general toda la actividad médica.
Esta tendencia global se relaciona con el acceso a mejores servicios médicos. ¿Hay que corregir esto? Es posible, pero afecta de manera transversal a todas las especialidades médicas. Focalizar el discurso en exclusiva sobre la psiquiatría no es otra cosa que contribuir a perpetuar su rechazo social y los prejuicios antipsiquiátricos. ¿Qué otra especialidad médica ve tan cuestionada la validez científica de su disciplina? Tenemos el dudoso honor de ser la única especialidad médica con un movimiento anti. Hay un movimiento contra la psiquiatría. Ustedes nunca oirán hablar de un movimiento anticardiología o de un movimiento antidermatología. Entrevistas como esta contribuyen a la estigmatización de la psiquiatría y a la exclusión de muchos enfermos. Presentar la ciencia médica adecuadamente para un público informado debe ser una exigencia ajena al oportunismo.


Miguel Gutiérrez Fraile es presidente de la Sociedad Española de Psiquiatría y catedrático de Psiquiatría de la Universidad del País Vasco.

"La psiquiatría está en crisis"

ROBERT WHITAKER | PERIODISTA DE INVESTIGACIÓN
El periodista norteamericano recopiló estudios científicos para evidenciar que los trastornos mentales no se deben a alteraciones químicas del cerebro.
JOSEBA ELOLA | El País | 07/02/2016
Todo empezó con dos preguntas. ¿Cómo es posible que los pacientes de esquizofrenia evolucionen mejor en países donde se les medica menos, como India o Nigeria, que en países como Estados Unidos? ¿Y cómo se explica, tal y como proclamó en 1994 la Facultad de Medicina de Harvard, que la evolución de los enfermos de esquizofrenia empeorara con la implantación de medicaciones, con respecto a los años setenta? Estas dos preguntas inspiraron a Robert Whitaker para escribir una serie de artículos en el Boston Globe —finalista en el Premio Pulitzer al Servicio Público— y dos polémicos libros. El segundo, Anatomía de una epidemia, que ahora edita, actualizado, Capitán Swing en España, fue galardonado como mejor libro de investigación en 2010 por editores y periodistas norteamericanos.
En el curso de esa indagación, una cascada de datos demoledores: en 1955 había 355.000 personas en hospitales con un diagnóstico psiquiátrico; en 1987, 1.250.000 recibían pensiones en EE UU por discapacidad debida a enfermedad mental; en 2007 eran 4 millones. El año pasado, 5. ¿Qué estamos haciendo mal?
Whitaker (Denver, Colorado, 1952) se presenta, humildemente, las manos en los bolsillos, en un hotel de Alcalá de Henares. Su cruzada contra las pastillas como remedio de las enfermedades mentales no va por mal camino. Prestigiosas escuelas médicas ya le invitan a que explique sus trabajos. “El debate está abierto en EE UU. La psiquiatría está entrando en nuevo periodo de crisis en ese país porque la historia que nos ha contado desde los ochenta ha colapsado”.
Pregunta. ¿En qué consiste esa historia falsa que, dice usted, nos han contado?
Respuesta. La historia falsa en EE UU y en parte del mundo desarrollado es que la causa de la esquizofrenia y la depresión es biológica. Se dijo que se debían a desequilibrios químicos en el cerebro; en la esquizofrenia, por exceso de dopamina; en la depresión, por falta de serotonina. Y nos dijeron que teníamos fármacos que resolvían el problema como lo hace la insulina con los diabéticos.

P. En Anatomía de una epidemia viene a decir que los psiquiatras aceptaron la teoría del desequilibrio químico porque prescribir pastillas les hacía parecer más médicos, los homologaba con el resto de la profesión.--/--R. Los psiquiatras, en Estados Unidos y en muchos otros sitios, siempre tuvieron complejo de inferioridad. El resto de médicos solían mirarlos como si no fueran auténticos médicos. En los setenta, cuando hacían sus diagnósticos basándose en ideas freudianas, se les criticaba mucho. ¿Y cómo podían reconstruir su imagen de cara al público? Se pusieron la bata blanca, que les daba autoridad. Y empezaron a llamarse a sí mismos psicofarmacólogos cuando empezaron a prescribir pastillas. Mejoró su imagen. Aumentó su poder. En los ochenta empezaron a publicitar su modelo y en los noventa la profesión ya no prestaba atención a sus propios estudios científicos. Se creyeron su propia propaganda.

“Están creando mercado para sus fármacos y están creando pacientes. Es un éxito comercial"

P. Pero esto es mucho decir, ¿no? Es afirmar que los profesionales no tuvieron en cuenta el efecto que esos fármacos podían tener en la población.--/--R. Es una traición. Fue una historia que mejoró la imagen pública de la psiquiatría y ayudó a vender fármacos. A finales de los ochenta se vendían 800 millones de dólares al año en psicofármacos; 20 años más tarde se gastaban 40.000 millones.

P. Y ahora afirma usted que hay una epidemia de enfermedades mentales creada por los propios fármacos--/--R. Si se estudia la literatura científica se observa que ya llevamos 50 años utilizándolos. En general, lo que hacen es aumentar la cronicidad de estos trastornos.

P. ¿Qué le dice usted a la gente que está medicándose? Algunos tal vez no la necesiten, pero otros tal vez sí. Este mensaje, mal entendido, puede ser peligroso.--/--R. Sí, es verdad, puede ser peligroso. Bueno, si la medicación le va bien, fenomenal, hay gente a la que le sienta bien. Además, el cerebro se adapta a las pastillas, con lo cual retirarla puede tener efectos severos. De lo que hablamos en el libro es del resultado en general. Yo no soy médico, soy periodista. El libro no es de consejos médicos, no es para uso individual, es para que la sociedad se pregunte: ¿hemos organizado la atención psiquiátrica en torno a una historia que es científicamente cierta o no?

El recorrido de Whitaker no ha sido fácil. Aunque su libro esté altamente documentado, aunque fuera multipremiado, desafió los criterios de la Asociación de Psiquiatría Americana (APA) y los intereses de la industria farmacéutica.
Pero, a estas alturas, se siente recompensado. En 2010, sus postulados eran vistos, dice, como una “herejía”. Desde entonces, nuevos estudios han ido en la dirección que él apuntaba —cita a los psiquiatras Martin Harrow o Lex Wunderink; y apunta que el prestigioso British Journal of Psychiatry ya asume que hay que repensar el uso de los fármacos—. “Las pastillas pueden servir para esconder el malestar, para esconder la angustia, pero no son curativas, no producen un estado de felicidad”.

P. ¿Vivimos en una sociedad en la que necesitamos pensar que las pastillas pueden resolverlo todo? --/--R. Nos han alentado a que lo pensemos. En los cincuenta se produjeron increíbles avances médicos, como los antibióticos. Y en los sesenta, la sociedad norteamericana empezó a pensar que había balas mágicas para curar muchos problemas. En los ochenta se promocionó la idea de que si estabas deprimido, no era por el contexto de tu vida, sino porque tenías una enfermedad mental, era cuestión química, y había un fármaco que te haría sentir mejor. Lo que se promocionó, en realidad, en Estados Unidos, fue una nueva forma de vivir, que se exportó al resto del mundo. La nueva filosofía era: debes ser feliz todo el tiempo, y, si no lo eres, tenemos una píldora. Pero lo que sabemos es que crecer es difícil, se sienten todo tipo de emociones y hay que aprender a organizar el comportamiento.

P. Buscamos el confort y el mundo se va pareciendo al que describió Aldous Huxley en Un mundo feliz… --/--R. Desde luego. Hemos perdido la filosofía de que el sufrimiento es parte de la vida, de que a veces es muy difícil controlar tu mente; las emociones que sientes hoy pueden ser muy distintas de las de la semana o el año que viene. Y nos han hecho estar alerta todo el rato con respecto a nuestras emociones.

P. Demasiado centrados en nosotros mismos…--/--R. Exacto. Si nos sentimos infelices, pensamos que algo nos pasa. Antes la gente sabía que había que luchar en la vida; y no se le inducía tanto a pensar en su estado emocional. Con los niños, si no se portan bien en el cole o no tienen éxito, se les diagnostica déficit de atención y se dice que hay que tratarlos.


P. ¿La industria o la APA están creando nuevas enfermedades que en realidad no existen?--/--R. Están creando mercado para sus fármacos y están creando pacientes. Así que, si se mira desde el punto de vista comercial, el suyo es un éxito extraordinario. Tenemos pastillas para la felicidad, para la ansiedad, para que tu hijo lo haga mejor en el colegio. El trastorno por déficit de atención e hiperactividad es una entelequia. Antes de los noventa no existía.

P. ¿La ansiedad puede desembocar en enfermedad?--/--R. La ansiedad y la depresión no están tan lejos la una de la otra. Hay gente que experimenta estados avanzados de ansiedad, pero estar vivo es muchas veces estar ansioso. Empezó a cambiar con la introducción de las benzodiacepinas, con el Valium. La ansiedad pasó de ser un estado normal de la vida a presentarse como un problema biológico. En los ochenta, la APA coge este amplio concepto de ansiedad y neurosis, que es un concepto freudiano, y empieza a asociarle enfermedades como el trastorno de estrés postraumático. Pero no hay ciencia detrás de estos cambios.

lunes, 15 de febrero de 2016

La salud mental de nuestros escolares: un problema que no se puede minimizar.

Los profesionales más desamparados a la hora de dar respuesta a estos jóvenes son los profesores. Aunque piensan que los centros actúan con agilidad, reconocen la necesidad de mejorar la formación.
¿Comprendemos realmente lo que le ocurre a los niños? (iStock)

JOSÉ ANTONIO MARINA | eL cONFIDENCIAL | 02/02/2016

La preocupación por la salud mental de nuestros niños y adolescentes va en aumento. Hace años, Martin Seligman señaló en su 'Estudio longitudinal de la depresion infantil', que al menos una cuarta parte de los niños habían sufrido una depresión en algún momento entre los 8 y los 13 años de edad. Por esta razón, la Universidad de Pensilvania lanzó un programa de prevención, con el propósito de identificar a los niños de 10 a 12 años más vulnerables, para luego enseñarles un conjunto de técnicas cognitivas y sociales que les evitaran la depresión. Hay algunos psicólogos que están alarmados por lo que consideran una “patologización excesiva de la infancia”. En esta sección hemos hablado de ello. Pero no podemos minimizar el problema.

El profesor Casas, con un equipo del Hospital Vall d’Hebron, es autor del estudio 'Evaluación y tratamiento psicopatológico en el fracaso escolar y académico', realizado en 23 escuelas e institutos catalanes. Concluye que “entre un 18% y un 22% de alumnos presentan trastornos psicopatológicos y del aprendizaje ligados al neuro-psico-desarrollo”. Estas cifras son similares a los porcentajes del resto de países desarrollados, pero en España los casos afectan profundamente a la tasa del fracaso escolar porque no son debidamente atendidos. Afirma que mediante un plan de seis años enfocado a tratar estos problemas, podría reducirse el fracaso escolar a un 10%, es decir, a los niveles que la Unión Europea nos señala.

La impresión general es que la depresión entre los niños ha aumentado mucho en los cinco últimos años, tal vez como consecuencia de la crisis económica.

La semana pasada se presentó un completo estudio, dirigido por el doctor Matalí, del Hospital Sant Joan de Déu de Barcelona, titulado 'Adolescentes con trastornos de comportamiento', que recoge las opiniones de familias, docentes, pediatras y profesionales de la salud mental sobre este problema. La impresión general es que ha aumentado mucho en los cinco últimos años, tal vez como consecuencia de la crisis económica, y que el problema no se ataca de manera sistemática, porque hay una falta de cooperación entre los diferentes agentes que intervienen.

Los profesionales que se sienten más desamparados a la hora de dar respuesta a estos jóvenes son los profesores. Aunque piensan que los centros actúan con bastante agilidad cuando detectan estos casos, reconocen la necesidad de una mejor formación, de más recursos institucionales para poder resolverlos. Una de las consideraciones que el colectivo docente reclama es un mayor reconocimiento por parte de los padres y también por parte de las instituciones. Esta situación es importante, ya que los centros educativos, junto con los pediatras, son los principales agentes en la detección de estos pacientes.

Más del 60% de los padres afectados confiesa estar desbordado y angustiado por el problema.

Uno de los cinco objetivos para mejorar la educación española que presenté en esta sección, y en 'Despertad al diplodocus', era, precisamente, atender de manera eficaz a niños y adolescentes con problemas psicológicos. Para ello, necesitamos tratar adecuadamente a aquellos casos ya declarados, e introducir en el sistema educativo una educación preventiva para evitar su aparición. 
Esto pasa, como señalé en 'El libro blanco de la profesión docente', por aumentar la calidad y las funciones de los departamentos de Orientación de los centros educativos, y formar a los docentes para que aprendan a tratar los difíciles problemas que se plantean en las aulas. Ante casos que exigen una gran atención y que pueden alterar mucho la marcha de las clases, los docentes necesitan ayuda. También la necesitan las familias. Más del 60% de los padres afectados confiesa estar desbordado y angustiado por el problema. Por eso, en los programas de la Universidad de Padres, hemos incluido las recomendaciones más pertinentes.

jueves, 11 de febrero de 2016

Más deporte y menos ansiolíticos.

El consumo de psicofármacos aumenta en España. ¿Estamos más deprimidos? Pudiera ser, pero también abrimos más alegremente el botiquín

SERGIO C. FANJUL | El País | 18/01/2016

Es peor el remedio que la enfermedad, reza el dicho castellano. En lo que a psicofármacos se refiere, el escritor estadounidense Robert Whitaker se muestra bastante de acuerdo en su libro Anatomía de una epidemia (Capitán Swing). Tras repasar la literatura científica y las estadísticas, el periodista concluye que si bien los medicamentos para las enfermedades mentales pueden ser beneficiosos usados de manera puntual, a largo plazo cronifican las enfermedades. Uno de los datos en los que se apoya es una paradoja: desde la aparición de los psicofármacos, las enfermedades mentales van en aumento. Por lo demás, el consumo de psicofármacos menores como ansiolíticos ha crecido un 20% en España, según datos del Ministerio de Sanidad. Y los toma un 11% de la población.

Tratamos el duelo y el miedo con pastillas como si fuesen enfermedades. Y no lo son” (Guillermo Rendueles, psiquiatra)
“Tenemos un modo biológico de cuidar a los enfermos mentales: ante enfermedades cerebrales pensamos que los medicamentos son los antídotos”, dice Whitaker. La revolución psicofarmacológica empezó en 1955 con el antipsicótico Thorazine, y en 1987 llegó una nueva generación de antidepresivos abanderada por Prozac. “Se supone que cuando un remedio funciona baja la incidencia de la enfermedad. En cambio, en EE UU los problemas mentales van en aumento”, explica el autor. Los datos que ha recabado son: en 1955 había 350.000 personas ingresadas en psiquiátricos y, en 1987, 1.200.000 estadounidenses recibían subsidios por enfermedad mental; hoy, cinco millones tienen problemas mentales.

Menos química y más ensayos

Por lo tanto, cada vez se recetan más fármacos y cada vez hay más problemas mentales. “La razón es la plasticidad del cerebro”, explica, “que se amolda a los medicamentos; por ejemplo, a un antidepresivo, y cuando este desaparece el cerebro entra en desequilibrio. Estas drogas acaban produciendo un efecto contrario al que persiguen”. ¿Qué hacer entonces? Su recomendación es usar los medicamentos con mesura y tener en cuenta otro tipo de terapias sin química.
La plasticidad cerebral es la capacidad que tienen las células nerviosas para adaptarse a los cambios naturales o provocados por un medicamento. Esta capacidad disminuye irreversiblemente con la edad, o eso se creía. Según un estudio publicado en Molecular Brainy dirigido por Tsuyoshi Miyakawa, de la Universidad de la Salud Fujita (Japón), la toma continuada de Prozac (fluoxetina) contribuye a que el cerebro pueda recuperar parte de la plasticidad perdida. En su estudio, ratones adultos tratados con este medicamento mostraron cambios en el córtex prefontal, responsable en parte del comportamiento social, toma de decisiones, memoria...
Ciertas neuronas maduras presentes en esa zona recuperaron un estado juvenil que los investigadores denominaron iYouth. Sin embargo, esa inmadurez neuronal acarreó también un carácter agresivo.
Aunque el autor hable en su libro de pacientes con afecciones graves como la esquizofrenia, el psiquiatra Guillermo Rendueles, uno de los pioneros de la antipsiquiatría en España, contextualiza: “El principal problema es el abuso de ansiolíticos. Por ejemplo, en Asturias más del 50% de las mujeres mayores de 65 años los toma”. Valium, Lexatin u Orfidal son recetados con normalidad. Y, a largo plazo, pueden provocar ansiedad y deterioro cognitivo, advierte Whitaker.
Los ansiolíticos dan buen resultado en momentos puntuales. “Sin embargo, no es lo mismo el uso que el abuso y más que soportar los duelos, los miedos o las tristezas pensamos que son patologías a tratar con pastillas. La sociedad tenía grupos de apoyo que ayudaban a superar trances, pero hoy están desapareciendo y nos tenemos que arreglar solos”, opina Rendueles.
“Los psiquiatras usamos psicofármacos autorizados por la administración europea y estadounidense desde hace más de 60 años”, aclaran, pese a todo, en la Sociedad Española de Psiquiatría(SEP). Su vicepresidente y catedrático de Psiquiatría, Julio Bobes, añade: “Los ensayos clínicos que se hacen son a corto plazo [...] y las enfermedades son largas y crónicas, pero hay pruebas clínicas de que los psicofármacos funcionan en la mayoría de los casos”. Un dato: “Los psiquiatras solo extienden el 17% de las recetas de ansiolíticos…”. Y otro: muchos de ellos también están empezando a prescribir ejercicio físico. Para muestra de su eficacia, este reciente estudio de PNAS, que observó, con ratones, que tras correr se segrega un compuesto que funciona para reducir la ansiedad.


lunes, 8 de febrero de 2016

Trastorno bipolar:cuando el ánimo se desequilibra

PSIQUIATRIA | Enfermedades
·        Se alternan episodios de depresión con otros de euforia
·        El tratamiento empleado suele ser de por vida
CRISTINA G. LUCIO |  Madrid | El Mundo | 28/08/2015
                                    
Como una montaña rusa. Así de cambiante es el humor de quienes sufren trastorno bipolar, una enfermedad psiquiátrica que provoca oscilaciones extremas en el estado de ánimo. Los afectados suelen alternar episodios de depresión con otros de euforia, periodos marcados por la desesperanza con otros en los que la energía y el optimismo del paciente son desbordantes.
Se calcula que aproximadamente el 1,5% de la población sufre este trastorno que tiende aparecer en la adolescencia o la primera etapa de la edad adulta (entre los 18 y los 25 años) y tiene diferentes formas de presentación. Mientras que en algunos pacientes las fases de depresión y manía son muy marcadas, en otros, los periodos eufóricos suelen ser menos extremos (hipomanía) y no llegan a desligar al paciente de la realidad.

En cualquier caso, los especialistas en Psiquiatría recuerdan que el trastorno se diferencia bien de las oscilaciones normales en el estado de ánimo que cualquier persona tiene a lo largo de su vida.

"En la fase depresiva, el paciente todo lo ve negro, no ve futuro, mientras que en la de exaltación se siente lleno de energía, muy activo, habla con rapidez y puede comportarse de manera distinta a lo normal, por ejemplo derrochando el dinero", explica José Luis Carrasco, psiquiatra del Hospital Universitario Clínico San Carlos de Madrid.

Cuando las fases son muy severas, el paciente puede llegar a tener síntomas psicóticos, explica Elena Sanz, jefa del servicio de Psiquiatría del Hospital Universitario Quirón de Madrid. Puede tener ideas megalomaniacas, delirios de grandeza, como que tiene una misión importante que cumplir o que posee poderes especiales. También pueden aparecer alucinaciones.

La violencia, subraya esta especialista, no suele ser característica en estos pacientes. "En la fase depresiva, si utilizan la violencia suele ser contra sí mismos; y en la fase de manía, si tiene un delirio de que le persiguen puede usarla como autodefensa, pero no es lo habitual", aclara Sanz, quien remarca que "la violencia ejercida por pacientes mentales es menor que la que se registra en la población general. No se puede establecer una correlación".

Generalmente, cuando se diagnostica la enfermedad, se suele indicar un tratamiento para intentar controlar las oscilaciones y evitar los episodios de manía o depresión. "Entre los tratamientos estabilizadores del estado de ánimo es común utilizar el litio, con buenos resultados. También se emplean fármacos antiepilépticos, como la carbamacepina, entre otros, siempre monitorizando las dosis y la respuesta", señala Sanz.

Si se da una recaída, se suelen indicar medicamentos específicos, como antidepresivos si el estado de ánimo es muy bajo o antipsicóticos, que también son útiles para la estabilización del estado de ánimo, en caso de una fase maníaca.

Sanz y Carrasco coinciden en señalar que el tratamiento con fármacos estabilizadores del estado de ánimo "suele ser de por vida", precisamente porque esta es una enfermedad fásica que 'reaparece' en el tiempo.

Sin embargo, en algunos casos, como cuando no hay antecedentes familiares, el paciente ha estado asintomático durante un largo periodo de tiempo y su funcionamiento social y calidad de vida son buenos "se puede plantear retirar la medicación y observar, aunque no es lo habitual".

"En general, con la medicación, la mayoría de los pacientes pueden llevar una vida normal", apunta Carrasco, quien subraya que la psicoeducación es muy útil en la evolución del paciente. "Educar al afectado a conocer su enfermedad, a distinguir los primeros síntomas ayuda a un mejor pronóstico", señala.

Aunque no se conocen bien sus causas, sí se sabe que el trastorno bipolar, que afecta por igual a hombres y mujeres, tiene una alta heredabilidad. Las posibilidades de padecer el trastorno aumentan hasta un 20% si se tiene un familiar de primer grado con la enfermedad.


sábado, 6 de febrero de 2016

La paradoja del perfeccionismo.

PSICOLOGÍA | Rasgos de personalidad
·        Es un rasgo que se asocia con falta de seguridad y confianza
·        Los perfeccionistas suelen tener altos niveles de ansiedad que les provocan sufrimiento
BEATRIZ G. PORTALATÍN | Madrid | El Mundo | 18/08/2015

El ritmo de vida actual demanda cada vez más prisa, más eficacia y más resultados. La rutina se convierte en una carrera de fondo donde conjugar velocidad y aciertos es cada vez más complicado. Falta tiempo para todo y la perfección parece convertirse en una meta a la que debemos llegar, cueste lo que cueste. Sin embargo y aunque suene a paradoja, la perfección no siempre es perfecta, pues en muchas ocasiones y en contra de lo que se pueda pensar, conlleva muchos más inconvenientes que ventajas para nuestra salud física y mental.
Las personas perfeccionistas suelen ser rígidas en su pensamiento, muy críticas consigo mismas, disciplinarias e incansables en la consecución de metas personales. Pero además de esto, tienen otros dos factores muy relevantes que pueden acarrear algunos problemas: la ansiedad y el sufrimiento.
"Una persona perfeccionista es aquella que en todo momento está sufriendo y fomenta su inseguridad, ya que quiere llegar a una perfección tal que, o cree que la consigue o no dará por terminada la acción que realiza. Lo normal es que pierda tanto tiempo en realizar acciones cotidianas que tenga que descuidar su vida personal", explica Fernando Miralles, profesor de Psicología de la Universidad CEU San Pablo.
El perfeccionismo está muy relacionado con una falta de confianza y seguridad. Por lo que, en extremo, suele dar lugar a a comportamientos demasiados rígidos o controladores. "Sienten una gran presión que les produce mucho sufrimiento: nunca están conformes con el resultado de sus acciones y rechazan cualquier error o imperfección, relacionándolo con una falta de valía personal", afirma Josefa Pérez, presidenta de la Asociación Nacional de Psicólogos clínicos y sanitarios (ANPCS). Y ese es realmente, el verdadero problema: "Tanto aciertos como fallos, no siempre son valorados desde la objetividad, sino desde el fracaso personal", confirma Mª Luisa Regedera, psicopedagoga y directora de ISEP Clínic Mallorca.

Síntomas físicos y emocionales. - Las personas que tienen este rasgo de personalidad suelen tener por regla general, altos niveles de ansiedad que sumado al factor de inseguridad mencionado anteriormente, "les llevan a un sufrimiento tan elevado, que pueden tener crisis de ansiedad, cansancio excesivo o incluso una falta de motivación", indica Miralles.
Así lo confirma también un estudio elaborado por la Universidad de Brock, en Ontario. Después de examinar la relación entre perfeccionismo y salud física de 492 personas, de entre 24 y 35 años de edad, los resultados concluyeron lo siguiente: las personas perfeccionistas son más propensas a sentirse mal, y a quejarse de falta de sueño, dolor y fatigas que aquellas que no lo son. Además de que son personas que temen mucho un fracaso.
No obstante, las conductas perfeccionistas están relacionadas con muchas alteraciones, "dependiendo de la historia personal del sujeto y de sus rasgos de personalidad", afirma Pérez. De este modo, es frecuente que puedan somatizar con síntomas físicos como problemas digestivos, intestinales, cefaleas tensionales, jaquecas, dermatitis, etc. Y a nivel emocional, estos comportamientos pueden generar tensión y ansiedad, sobre todo en personas inseguras. De forma que "cuando no consiguen esa aceptación que les gustaría, pueden sentir mucha insatisfacción y frustración, pudiendo desembocar en estados depresivos", explica esta profesional.
Este rasgo de personalidad no está considerado en los manuales (DSM-V o CIE-10) como una patología como tal, por tanto no hay estadísticas exactas. Pero si la persona no trata de solucionar este comportamiento, podría llegar a sufrir un trastorno obsesivo compulsivo o un trastorno anacástico de la personalidad. En este caso, señala el profesor Miralles, la estadística nos marca una prevalencia aproximada del 2.3% de la población. "Las personas demasiado perfeccionistas podrían llegar a tener el temido trastorno obsesivo-compulsivo, que les marcará cada vez más apartados de su vida y tendrán que ir a un facultativo para poder disminuir los síntomas de ansiedad y malestar", afirma.
Consecuencias laborales, sociales y personales. - Normalmente una persona perfeccionista lo empieza a ser desde niño. Suelen empezar en la fase de estudiantes e ir ampliando esta característica a otras facetas de su vida. No tiene porqué ser perfeccionista en todas las áreas, insiste Miralles, pero lo normal en que si lo es una se extienda también a las demás.
Ámbito laboral. - Una persona muy perfeccionista tendrá la virtud de repasar muchas veces su trabajo, pero esto supone un contra: perderá mucho tiempo en estas revisiones y será lento en la ejecución. Emplea normalmente, mucho más tiempo que sus compañeros en realizar ciertos trabajos y esto conlleva a ese temido sufrimiento. La parte positiva de esta conducta es que su trabajo será impecable, puesto que lo han revisado varias veces antes de entregarlo.
Ámbito social. - Según la opinión de Regedera, el perfeccionista es una persona que ama con la misma intensidad que es capaz de criticar su realidad, por lo que es constante, afectuosa de manera intensa y leal. Pero lo negativo de esta conducta es inversamente proporcional: suele ser la persona más odiada y la primera prescindible en grupos sociales.
Ámbito relacional y personal. - Suelen ser exigente con el otro, autocrítico y rígido de pensamiento y comprensión de la vida. Pero también, añade Regedera, es apasionado y gran compañero, amante y amigo donde lo da todo por el otro porque la relación también es algo en lo que no puede fallar. En cuanto a la amistad, (como relación emocional y sentimental) es exactamente igual de perfecto. "El pro sería su autenticidad e intensidad y el contra la dificultad en sus relaciones", señala.
En las relaciones de pareja, pueden buscar lo que desearían ser; una persona no tan perfeccionista que a su vez es mucho más natural en su manera de ser, con índices bajos de ansiedad, elevada autoestima y seguridad en sí misma. Entonces, ¿valoramos la imperfección en otro?. "No es que valoremos más la imperfección, es que es más fácil que nos sintamos reflejados en ella, permitiéndonos a la vez identificarnos con los demás y aceptarnos mejor a nosotros mismos, lo que contribuye a mejorar nuestro equilibrio emocional haciéndonos mas libres", añade Pérez.
Lo importante, como todo en la vida es buscar el punto medio. Tener ambición de ser perfectos en la vida es bueno, "siempre y cuando no afecta a nuestro equilibrio emocional y bienestar personal". Y es que no todo es blanco o negro en la vida: "El perfeccionismo como cualidad humana puede ser bueno, pero siempre y cuando sepamos controlar desde la emotividad", concluye Regedera.
Seis pautas para controlar el perfeccionismo -  Emplear técnicas de relajación para mejorar la ansiedad - Mejorar y trabajar la autoestima - Aceptarse a sí mismo, quererse y respetarse, porque nadie es perfecto - Reconocer el derecho a equivocarse - Deshacerse de la rigidez para disfrutar de todas las vivencias - Cuidar la parte emocional más incluso que la racional.