domingo, 29 de diciembre de 2019

La depresióin mata, aunque no hables de ella-Día Mundial de la Salud 2017

GADOR  MANZANO   |  El País   |   09/04/2017

La tristeza crónica mata. Y si eres joven o adolescente aún más. El suicidio es la segunda causa de muerte juvenil mientras que la depresión es la primera causa de enfermedad y discapacidad entre los adolescentes según la Organización Mundial de la Salud. La depresión es la enfermedad a la que se dedica toda la atención del Día Mundial de la Salud 2017, que se celebra este viernes 7 de abril.

Si existe una verdadera enfermedad silenciosa es la depresión. En muchas sociedades sigue siendo tabú y el individuo no solo tiene que combatir la enfermedad en sí, sino también el estigma asociado a ella. En lugar de encontrar apoyo como lo haría en caso de tener un cáncer o una lesión física, encuentra incomprensión y arrastra la vergüenza de una enfermedad aún estigmatizada. De esta manera, las consecuencias de una precaria salud mental, como el suicidio, se elevan alarmantemente. En España, por ejemplo, el número de suicidios duplica al de los muertos por accidentes de tráfico, siendo más de diez españoles los que se suicidan a diario. Debido a este estigma, algunos creen que la depresión se puede superar con mera fuerza de voluntad, y no con un tratamiento adecuado.

La depresión se caracteriza por una tristeza persistente y por la pérdida de interés en las actividades con las que normalmente se disfruta. La depresión juvenil es aún más difícil de prevenir, ya que el concepto de que la adolescencia y juventud son tiempos felices libres de preocupación está encontrado con la realidad.

En el caso de los niños y jóvenes, otros síntomas de esta enfermedad son el retraimiento, la irritabilidad, el llanto excesivo, la dificultad para concentrarse en la escuela, cambios en el apetito o dormir más o menos de lo normal. Y aunque esta enfermedad ocurre durante la adolescencia, si esta no es tratada durante esta etapa puede arraigarse a la adultez y generar mayores problemas en la salud. Según la Asociación Estadounidense del Corazón los adolescentes con depresión mayor o trastorno bipolar están expuestos a un aumento de riesgo de padecer ataques cardíacos. La prevalencia de la depresión continúa aumentando en todo el mundo. Globalmente esta enfermedad afectó en 2015 a más de 322 millones de personas, lo que equivale al 4,4 % de la población mundial. En el caso de España, esta enfermedad afecta el 5,2 % de la población.

Una investigación realizada en jóvenes en una región de Colombia encontró que el curso de la enfermedad mental en edades tempranas es más crónico y de mayor duración debido a que los jóvenes rara vez reciben tratamiento para su trastorno y, aquellos que lo reciben, tardaron mucho tiempo en buscar atención. En este caso, el 25% de jóvenes con alto riesgo de padecer depresión tenían en común factores como el bajo nivel educativo, la pobreza y la exposición a violencia.

Estar rodeado de un entorno violento también influye negativamente en la salud mental. Ser víctima o testigo de un acto de violencia o bullying es uno de los factores que puede desencadenar un trauma sobre todo si no se cuenta con mecanismos internos y apoyo profesional para afrontarlo. En El Salvador el Banco Interamericano de Desarrollo está apoyando un programa “Sanando Heridas” que ofrece una atención integral para pacientes que han sufrido algún trauma como fruto de la violencia.

El 7 de abril se celebra el Día Mundial de la Salud y en esta ocasión se dedicará a la depresión. Es un buen momento para hablar de esta enfermedad y recordar algunas de las sugerencias de los especialistas hacia los padres y las personas más cercanas a los adolescentes (profesores, familiares) para atajarla y ayudar a los más jóvenes a superarla:
  • Habla con los jóvenes sobre las cosas que suceden en el hogar, en la escuela y fuera de la escuela. Intenta averiguar si hay algo que les preocupa.
  • Conoce el entorno de tu hijo o hija y habla con personas de su confianza que lo conozcan.
  • Pide consejos a un profesional de la salud. En caso de depresiones leves no hará falta seguir un tratamiento farmacológico, terapia será suficiente.
  • Protege a tus hijos frente a un estrés excesivo, maltrato o violencia.
  • Presta especial atención al bienestar de tu hijo durante cambios vitales como una nueva escuela o la llegada de la pubertad.
  • Anima a tus hijos a dormir suficientes horas, a comer regularmente, a tener aficiones y a realizar alguna actividad física que les ayude a canalizar el estrés.
  • Si tu hijo o hija piensa en hacerse daño a sí mismo o ya lo ha hecho, pide ayuda inmediatamente a un profesional capacitado.
Busca en tu comunidad si existen servicios para atender a los jóvenes, a veces no sabemos los servicios que hay a nuestro alrededor para este tipo de problemas


viernes, 27 de diciembre de 2019

Casi todas las cosas que nos preocupan no ocurrirán jamás

NACHO  SÁNCHEZ   |   El País   |    13/10/2019
Expertos en psicología destacan la importancia de estar alerta, pero apuntan que una excesiva preocupación deriva en depresión y trastornos de ansiedad

Las consecuencias del cambio climático, cobrar la nómina a final de mes, reservar la casa rural para el puente antes de que esté ocupada, la cantidad de azúcar en el bote de tomate frito, el Brexit, si el mosquito tigre que no me deja dormir me transmitirá alguna enfermedad, si crío bien a mis hijos, si tendré cáncer alguna vez, si tendré un accidente con la bicicleta al dar un paseo… La lista de preocupaciones en el día a día puede ser enorme. Los "y si…" son infinitos, los hay para todos los gustos y pueden llegar a colapsar tanto nuestra atención que al final quedemos paralizados. Creemos que, sí o sí, muchos de ellos van a pasar y nos sentimos indefensos, perdidos. Pero no hay que alarmarse: la inmensa mayoría de las cosas que nos preocupan jamás ocurrirán.

Preocuparse es humano. Estamos programados para ello, para anticiparnos a los peligros y ser capaces de generar un plan B, en caso de que lo que nos da miedo que pase termine ocurriendo. Pero la estadística está de nuestra parte. Un estudio de la Universidad Estatal de Pensilvania (Estados Unidos) refleja que, de media, el 91% de las preocupaciones de las personas no se hacen realidad. La investigación se ha realizado con una treintena de personas que sufren trastorno de ansiedad generalizada, quienes escribieron en un papel todo lo que les preocupaba durante un mes. Algunos sujetos del estudio no vieron que se hiciera realidad ni una de sus preocupaciones. El objetivo del trabajo era demostrar que los temores a corto plazo son inválidos, lo que reduce la ansiedad. Y mejora la salud. "Una mayor evidencia de la inexactitud [en las preocupaciones de los sujetos estudiados] evidenció una mejora superior en el tratamiento", indican los autores de la investigación, Lucas La Freniere y Michelle Newman.

Para el psicoterapeuta Luis Muiño, los resultados se podrían atribuir a casi cualquier persona de la sociedad occidental. El especialista anima a que cada cual haga el experimento: que se pregunte qué cosas le preocupan más, qué acontecimientos previstos le dan más miedo y que, un año después, compruebe cuántos se han cumplido. "El cálculo típico es que el 90% no ocurren nunca", asegura. El resultado se parecerá mucho a lo que el pensador estadounidense Earl Nightingale dijo en los años cincuenta del siglo pasado: el 40% de lo que nos preocupa jamás ocurrirá, el 30% es pasado por lo que las preocupaciones no lo podrán cambiar; el 12% son preocupaciones innecesarias sobre nuestra salud y el 10% son pequeñas e inconexas. Con estos datos, apenas nos queda un 8% de preocupaciones legítimas a las que debemos prestar atención. Menos de una de cada 10.

El mundo más seguro es el que más inseguridades tiene

El psiquiatra norteamericano William Samuel Sadler describió la preocupación como una "incapacidad para relajar la atención" sobre algo que nos produce miedo. No todas las personas se preocupan por lo mismo ni en la misma medida, pero a todos nos inquieta algo. Y la preocupación no es buena ni mala por sí misma. De hecho, es una capacidad que nos ha permitido llegar hasta aquí. "Sin el estrés, la alerta o la preocupación ante una amenaza no hubiéramos sobrevivido. Es algo que tienen todos los animales y, claro, nosotros también", dice Guillermo Fouces, doctor en psicología y coordinador de Psicología Sin Fronteras. El especialista indica además que el estrés ante un examen, hablar en público o una cita es bueno, ayuda a activarnos, a estar alerta. Pero se convierte en negativo cuando va más allá, cuando magnificamos problemas que no lo son y hacemos un mar de una simple gota de agua. "También cuando creamos una amenaza inventándola mentalmente". Así es, por ejemplo, como puede arrancar un trastorno obsesivo compulsivo: una persona puede pasar de simplemente prestar atención a su salud y lavarse las manos antes de comer a terminar haciéndolo 500 veces al día.

Preocuparse mucho por demasiadas cosas nos hace estar alerta todo el tiempo, y eso puede derivar en ansiedad y otros problemas como el trastorno de ansiedad generalizada. No preocuparse por nada, en cambio, acaba en depresión. Además, no todo está en nuestras manos. "La clave es responder ante cada preocupación con la medida justa", subraya Francisca Expósito, catedrática y decana de la facultad de Psicología de la Universidad de Granada. Según cuenta, la preocupación nos prepara para actuar porque aumenta el nivel de adrenalina y ayuda a enfrentarnos a las cosas. "Es una respuesta adaptativa", insiste. Expósito también explica que la cantidad de información que recibimos hoy día ayuda a incrementar las preocupaciones: leemos decenas de artículos sobre éxitos y fracasos, comida saludable, crianza de los hijos, vida social, los mejores restaurantes, dinero, relaciones de pareja… "El ser humano tiene la necesidad de controlar el mundo que le rodea. Si escuchamos algo grave lo ponemos en situación, comparamos si nos puede pasar, nos planteamos si lo estamos haciendo bien", explica la docente. Todo ello genera mayor preocupación.

"La paradoja es que, en el mundo más seguro que jamás ha existido, sintamos inseguridades permanentes", subraya Guillermo Fouces, quien destaca la importancia de lo que el pensador polaco Zygmunt Bauman denominó miedo líquido: el producido por aspectos como la crisis o los mercados financieros y otros muchos conceptos que no son tangibles, que se pueden escapar a nuestro entendimiento. "Ahí no podemos estructurar la manera de responder. Y eso es aún peor", añade Fouces, quien que cree que, cuando no nos inventamos las amenazas, otros lo hacen por nosotros. "Los moralizadores siempre han estado ahí", insiste el psicólogo Luis Muiño. Sin embargo, él opina que es muy difícil comparar el miedo del ser humano en los diferentes momentos históricos. "Creo que el nivel de ansiedad durante toda la historia de la humanidad ha debido de ser muy similar", afirma Muiño.

El especialista destaca que lo que marca la diferencia en la actualidad es que el ser humano, al menos en Occidente, exige más de su salud mental, quiere estar menos preocupado y disfrutar más. El nivel de autoexigencia es mayor. Muiño también achaca la ansiedad a los dogmas que, si un día pudieron venir de la iglesia, ahora pueden ser de la gastronomía. Es decir, querer lo que otros muestran en sus perfectos perfiles de Instagram también genera preocupaciones: "Pero claro, hay que darse cuenta de que esa gente no sube imágenes cuando va a una hamburguesería o se come cualquier cosa para cenar". Las redes sociales (donde no toda la información es buena), además, son solo uno de los muchos estímulos que respondemos a la vez: una conversación por WhatsApp mientras mantenemos otra en persona, las noticias en televisión, el pensamiento sobre qué cena cocinar, la fiesta del fin de semana…

"Hay que ocuparse, no preocuparse"

"Preocuparnos excesivamente por cosas que tienen solución destruye la felicidad y cualquier oportunidad de éxito", añade Francisca Expósito. "Por eso lo importante no es tanto preocuparse, sino ocuparse", añade la decana de la Facultad de Psicología granadina. Y ocuparse significa relativizar, racionalizar lo que se piensa y cerrar preocupaciones. Desgranar lo importante de lo que no, lo urgente de lo que no. Eliminar peso de la mochila. Porque, al no tener cosas pendientes y poder pasar página, se afronta la vida de una mejor manera.

¿Pero cómo se consigue? Hay varias fórmulas válidas, desde escribir las preocupaciones un día y leerlas al día siguiente (para ver que no eran tan importantes) a sentarse una hora concreta del día a pensar en todas ellas. "A muchas personas les resulta más fácil olvidarse de una preocupación si se han otorgado un momento y un lugar específicos para reflexionar", dice Leahy en su obra The Worry Cure. Otra opción es afrontar los miedos desde la experiencia. Ya sea subiendo a una altura para quien tenga vértigo, paseando por la playa para comprobar lo complicado que es que te caiga un rayo (aunque conviene tener ciertas precauciones durante una tormenta) o comiendo un día pasteles para entender que por sí solos no van a acabar con tu salud si mantienes una dieta equilibrada. "Hay que ser responsables, pero también vivir la vida con ciertos deslices. Hay que preocuparse, pero no siempre ni por cualquier cosa. La vida es contraste, no todo es perfecto ni todo es malo", concluye Expósito.


miércoles, 18 de diciembre de 2019

¿Generoso o dependiente?

Borja Vilaseca    |  El País   |  (Psicología)

Hay personas que se dedican compulsivamente a ayudar y resolver los problemas de los demás. Pero a veces esta actitud esconde otra cara.

Hay personas que se pasan la vida pensando más en los demás que en sí mismos. Personas extremadamente empáticas y solidarias, cuya vocación consiste en ayudar a otros. De hecho, muchos profesionalizan esta pulsión innata con la que nacieron, convirtiéndose en médicos, enfermeros, psicólogos, asistentes sociales o voluntarios al servicio de alguna causa humanitaria. En muchos casos, incluso dedican sus vacaciones a enrolarse en alguna ONG, atendiendo a los más pobres y desfavorecidos.

En su ámbito familiar y social, por ejemplo, suelen convertirse en la persona de referencia a la que el resto de amigos acuden cuando padecen algún contratiempo, problema o penuria. Son los primeros en ir al hospital cuando alguien que conocen acaba de ser operado, sufre una enfermedad o ha tenido un accidente. O en echar una mano cuando alguien se cambia de piso y necesita ayuda con la mudanza.

Todos ellos suelen tener como referentes a la madre Teresa de Calcuta o a Vicente Ferrer. Inspirados por su ejemplo, consideran que lo más importante en la vida es ser “buenas personas”. De ahí que por encima de todo se comprometan con la generosidad, el altruismo y el servicio a los demás. Sin embargo, este comportamiento aparentemente impecable puede albergar un lado oscuro. Tarde o temprano llega un punto en que su compulsión por ayudar les termina pasando factura.

Para ser generoso con uno mismo
Dentro de este “club de buenas personas” hay quienes dan desde la abundancia y quienes, por el contrario, lo hacen desde la escasez. Es decir, quienes dan por el placer de dar y quienes, por el contrario, lo hacen con la esperanza de recibir. Centrémonos en estos últimos, indagando acerca de lo que mueve realmente sus acciones.

Muchos de estos ayudadores se fuerzan a hacer el bien, siguiendo los dictados de una vocecilla que les recuerda que ocuparse de sí mismos, de sus propias necesidades, es “un acto egoísta”. No en vano están convencidos de que, para ser felices, la gente les ha de querer. Y de que, para que la gente les quiera y piense bien de ellos, han de ser buenas personas. Movidos por este tipo de creencias, suelen ofrecer compulsivamente su ayuda, atrayendo a su vida a personas necesitadas e incapaces de valerse por sí mismas.

Al posicionarse como salvadores, consideran que los demás no podrían sobrevivir ni prosperar sin su ayuda. De ahí que tiendan a interferir en los asuntos de sus conocidos, ofreciéndoles consejos aun cuando nadie les haya preguntado. Sin ser conscientes de ello, pecan de soberbia, posicionándose por encima de quienes ayudan, creyendo que saben mejor que ellos lo que necesitan. Paradójicamente, su orgullo les impide reconocer sus propias necesidades y pedir auxilio cuando lo requieren.

Detrás de su personalidad inclinada a agradar siempre, bondadosa y servicial se esconde una dolorosa herida: la falta de amor hacia sí mismos. Un sentimiento que buscan desesperadamente entre quienes ayudan, volviéndose individuos muy dependientes emocionalmente. Esta es la razón por la que con el tiempo aflora su oscuridad en forma de reproches, sintiéndose dolidos y tristes por no recibir afecto y agradecimiento a cambio de los servicios prestados. En algunos casos extremos terminan estallando agresivamente, echando en cara todo lo que han hecho por los demás. También utilizan el chantaje emocional, el victimismo o la manipulación para hacer sentir culpables a quienes han ayudado, esperando así obtener el amor que creen que merecen y necesitan para sentirse bien consigo mismos.

“Si das para recibir, es cuestión de tiempo que acabes echando en cara lo que has dado por no recibir lo que esperabas” - Erich Fromm.
El punto de inflexión de estos ayudadores compulsivos comienza el día que deciden adentrarse en un terreno tan desconocido como aterrador: la soledad y la introspección, poniendo su empatía al servicio de sus propias necesidades. Solo así superan su adicción y dependencia por el amor del prójimo, volviéndose mucho más autosuficientes emocionalmente. Solo así logran poner límites a su ayuda –sabiendo decir “no”–, sin sentirse culpables o egoístas por priorizarse a sí mismos cuando más lo necesiten.

Antes de volver a ayudar a alguien, puede ser interesante que se pregunten lo que les mueve a hacerlo, comprendiendo el patrón inconsciente que se oculta detrás de sus buenas intenciones. De este modo, dejarán de acumular sentimientos negativos hacia aquellos que no les devuelven los favores prestados. A su vez, también pueden recordarse que cada persona es capaz de asumir su propio destino, aprendiendo a resolver sus problemas por sí misma.

En este sentido, es fundamental que comprendan que nadie hace feliz a nadie, puesto que la felicidad se encuentra en el interior de cada ser humano. Lo cierto es que este bienestar interno es el motor del verdadero amor, desde el que las personas dan lo mejor de sí mismas sin esperar nada a cambio. En vez de comportarse como buenos samaritanos, su gran aprendizaje consiste en ser personas felices. Es entonces cuando comprenden que dar puede resultar la verdadera recompensa.


lunes, 16 de diciembre de 2019

Cada vez se lleva más a los hijos al psiquiatra para tratar comportamientos que han provocado los padres


LAURA PERAITA   |   ABC   |  03/07/2019

Según Alfred Sonnenfeld, doctor en Medicina y Teología, la sociedad está presionando a muchos progenitores, «por lo que es necesario volver a tener serenidad, intuición y sentido común»
En su último libro, «Educar para madurar»Alfred Sonnenfeld, doctor en Medicina y Teología, explica que cada niño es un microcosmos y que su educación no es una meta fácil puesto que no hay recetas preconcebidas que garanticen el éxito de manera infalible. Añade que, en este sentido, «sería un atentado contra el desenvolvimiento progresivo y sano del menor tratarlo a temprana edad como a un adulto, sin permitirle que recorra las etapas normales del desarrollo infantil».

¿Considera que se está acortando la infancia a los niños?
Efectivamente, es lo que está ocurriendo por parte de los padres. Pero no lo hacen de forma intencionada, es que no se dan cuenta de ello, y es lo grave. Los progenitores están abusando emocionalmente de sus hijos. Hace años, cuando los padres acudían al psiquiatra, lo hacían porque consideraban que el niño tenía un problema. Esto ha cambiado. Ahora van más niños porque, a pesar de que los padres se ocupan mucho más de ellos, la presión de la sociedad sobre los progenitores es tan grande que ejerce una gran influencia negativa sobre los hijos. Esta situación provoca que la psique del pequeño no se desarrolle y quede bloqueada emocional y sociológicamente. Es lo que se llama simbiosis y es un virus letal.
¿Por qué se bloquea su mente?
Porque los padres viven como en una rueda de hámster totalmente estresados por la dinámica de la sociedad y, sobre todo, por la hiperconectividad. No paran de recibir correos electrónicos, mensajes de whatsApp..., a los que se espera que se dé una contestación rápida, tanto de día como de noche. Todo ello genera situaciones de estrés que no son nada positivas y producen malestar en la familia. Lo positivo de esta enfermedad denominada simbiosis es que se puede curar de forma relativamente fácil.
¿De qué manera?
Yo le diría a las familias que se vayan ocho horas al bosque sin móvil y disfruten de la vida, de la naturaleza. Cada vez es más necesario. Urge la serenidad, la calma en la adversidad. Es necesario establecer prioridades, saber qué es esencial, darse cuenta de que hay cosas que no son tan relevantes y dar importancia al presente porque lo que no se haga hoy con los hijos tendrá efectos en su futuro.
¿Considera que las nuevas tecnologías son un gran problema?
Sí, estamos siendo arrollados por la revolución digital. Cada vez hay más evidencias de cómo el mundo digital está enfermando a las personas. Les está impidiendo una conversación normal, que ya se está convirtiendo en un producto de lujo. La gente casi no habla cara a cara y cuando lo hace, se menosprecia a las personas por mirar continuamente la pantalla del móvil. Todo esto tiene una influencia muy grande en los niños.
¿Qué tiene que ocurrir para cambiar la situación?
Hace falta serenidad, tener más sentido común y volver a la intuición. Estamos tan estresados y sometidos a tantas presiones externas que no sabemos reaccionar con paz. Todo ello también motiva que los padres quieran complacer por encima de todo a los hijos y no se dan cuenta de que para crecer bien los niños necesitan límites, puntos de orientación claros y referencias.
¿Por qué van ahora más los niños al psicólogo y psiquiatra?
Precisamente por esto que es lo que está en la base de todo. Su psique no se desarrolla bien, les falta esa normalidad de aceptar límites. No hay que olvidar que «yo me hago gracias al tú»; es decir, sin la ayuda de los padres el niño no es nada. Un niño para hablar tiene que ser hablado, necesita modelos, guías. Nuestro cerebro es relacional y social, y la felicidad depende también de las relaciones con otras personas, y eso se aprende en la familia. Si hay buenas relaciones en su hogar, ese niño saldrá fuerte para la vida, sabrá abordar los problemas. Pero cuando los padres tienen un estilo de vida problemático y estresante tendrá una influencia negativa sobre el sistema inmunológico del pequeño. Está demostrado que es así, que las defensas normales del cuerpo humano bajan y el cortisol aumenta y, en consecuencia, hay mayor estrés. Esto conlleva una serie de problemas considerables en el niño.
Al final, los padres llevan a los hijos al psiquiatra para tratar determinados comportamientos que, por lo general, los han provocado los padres por su manera de actuar, como consecuencia del estrés, por estar enganchados a las nuevas tecnologías, no ponerles límites... En definitiva, la educación de los hijos se les escapa de las manos. Y hay que decirlo con mucha insistencia. No se trata de echar la culpa a los padres, pero es que no se dan cuenta de que lo hacen mal y hay familias que son un verdadero sunami.
¿Cree que hay padres que no dicen «no» por temor e, incluso, miedo a las rabietas de los hijos?
Es así, y está mal, muy mal. No basta solo con decir no. El diálogo educativo es saber explicárselo. Lo que ocurre es que muchos padres no lo hacen porque tienen miedo a perder el cariño de los hijos. Y, por eso, están colonizando al niño. Le están concediendo todo. No le dejan crecer.
Y los padres, ¿son menos felices ahora?
Si tienen un hijo y no saben decir no ni tienen diálogo educativo y están todo el tiempo de rabietas, pues cualquier hijo les parecerá una carga enorme. ¡Cómo se van a plantear tener otro! Hay que tener dónde están los peligros en su educación y ellos no lo saben. Los padres están desbordados.
¿Qué pueden hacer para cambiar la situación?
Más que consejos, les haría exigencias. Los padres hoy saben de pedagogía, psicología, sociología... Ahora vengo yo y les digo que sepan de neurobiología, de cómo funciona el cerebro, que es lo que ocurre con su hijo cada vez que se actúa o dice algo... Si conocen algunas de las claves de la neurobiología tendrán más herramientas para ayudar mejor y con más seguridad a sus hijos.

viernes, 13 de diciembre de 2019

La violencia familiar como problema de salud pública

Miguel Gutiérrez Fraile -  Sociedad Española de Psiquiatría.

 La violencia familiar es un problema importante de salud pública y produce consecuencias muy negativas en todos los miembros de la familia y en el conjunto de la sociedad. Raro es el día que amanecemos sin alguna noticia luctuosa relacionada con la violencia familiar, en sus diferentes versiones, noticias casi siempre atroces. Es solo la punta del iceberg. El problema presenta una dimensión no imaginada. La familia es la unidad básica en nuestra sociedad y es la que provee de las necesidades fundamentales al individuo a lo largo de su desarrollo. Las familias con un buen equilibrio emocional y con mayor capacidad de resolución de problemas son las que menos padecen este fenómeno. La mayoría de las familias cumplen adecuadamente este objetivo, sin embargo llama la atención que un número considerable de las mismas no son capaces de crear o mantener un ambiente seguro debido a la violencia familiar que incluye agresiones físicas, sexuales o psicológicas entre o contra miembros de la familia. Empujones, bofetadas, patadas o el uso de armas o las agresiones sexuales, son formas claras de violencia.

El abandono, el ninguneo, la coacción, los comportamientos degradantes, o haber presenciado violencia en el marco familiar son otras formas más sutiles de violencia. La violencia familiar más frecuente es entre marido y mujer o entre padres e hijos y también contra las personas mayores. Los malos tratos pueden llegar a sufrirlos alrededor del 5 por ciento de los ancianos. Consisten en lesiones por acciones u omisiones que producen daño o malestar. Los malos tratos pueden ser: Psicológicos: gritos, insultos, amenazas. Físicos: golpes, abusos sexuales, etc. Materiales: robo, abuso de dinero o de sus propiedades. De derechos: ingresos en residencias, reclusión en lugares inapropiados, etc.

El abandono es otra situación que puede darse en los dementes y consiste en la falta de cobertura de las necesidades básicas por parte del cuidador o persona responsable del mismo. En general la violencia familiar no es un simple acto de agresión sino que más frecuentemente pone de manifiesto una forma de interactuar, una manera de relacionarse en la familia y ello explica la tendencia a transmitirse de generación en generación.

Un tercio de los niños que han sufrido violencia familiar generarán violencia en sus familias cuando sean adultos. Se aprende a ser violento cuando se es miembro de una familia violenta. Tremendo. Son muchos los factores que pueden influir en este fenómeno. Desde el punto de vista individual se han citado problemas psicopatológicos, abuso de drogas o alcohol, victimización previa, vulnerabilidad de la víctima y otros relacionados con la biología de los comportamientos agresivos.

Desde el punto de vista familiar, los patrones de interacción, los roles, las reglas alrededor de las que se organiza la estructura familiar pueden influir en la generación de violencia cuando hay abuso de poder que a menudo coincide con la naturaleza jerárquica de la familia y el papel tradicional del hombre como cabeza de familia.

También la marginación socioeconómica y el aislamiento geográfico son factores que influyen en la génesis de la violencia familiar. Podemos afirmar, en términos generales, que el sistema familiar siempre intenta regular las emociones y la conducta de sus miembros para mantenerse equilibrado, pero no siempre lo consigue y es en estas situaciones donde más fácilmente emerge la violencia familiar.

Desde el punto de vista social, la violencia familiar está determinada por factores estructurales (desigualdad hombre/mujer en nuestra cultura, pobreza, segregación racial o étnica y desintegración social) y por valores y normas que de alguna manera aceptan la violencia como forma de resolver problemas. A ello se suman factores de riesgo, casi siempre vinculados a factores estresantes y factores protectores entre los que el más importante es el equilibrio emocional, interactuando en una dinámica compleja de compensación/descompensación.

Bien, pero ¿qué se puede hacer?. Los esfuerzos para prevenir este problema, incluidos campañas de prensa, medidas legales, programas comunitarios dirigidos a la detección de casos o a la concienciación social del problema, no han dado los resultados apetecibles y no parece que la violencia familiar haya disminuido de una forma notoria, siempre hablando en términos generales y con el máximo respeto para los responsables de estas políticas.

¿Qué podemos aportar los médicos y los profesionales de la psiquiatría y la salud mental? Desde luego todos los profesionales hemos tenido la oportunidad de ver algún caso de violencia familiar en nuestras consultas, entre otras cosas porque la violencia familiar afecta más a las poblaciones clínicas que a las no clínicas, a las que van al médico que a las que no lo necesitan. Quizás debiéramos plantearnos la elaboración sistemática de procedimientos de detección de problemas de violencia familiar.

Ya ha habido iniciativas en este sentido en algunos ámbitos, aunque muy centradas en la violencia de género. La violencia familiar no es exclusivamente un problema de violencia de género y tampoco es únicamente un problema policial o legal. Los profesionales de la seguridad ciudadana o de la justicia no reciben formación para dirigir estrategias de prevención de la violencia familiar. La violencia familiar es un problema de salud pública a cuya disminución deben contribuir los médicos de atención primaria y más específicamente los profesionales de la salud mental. Por su privilegiada situación para detectar los problemas pueden y deben proporcionar soporte emocional y tratamiento a las víctimas. Y ello debe hacerse de forma reglada y en el sistema sanitario público.

Miguel Gutiérrez Fraile - Catedrático de Psiquiatría - Universidad del País Vasco.


martes, 10 de diciembre de 2019

El dolor psíquico y la desesperanza que lleva el suicidio se pueden evitar con información

SONIA MENCIA    |   ABC   |   10/10/2019

El número de suicidios adolescentes en España se ha multiplicado por tres en el último año, mientras que la tasa de enfermedades mentales se mantiene los casos de suicidio sigue aumentando. Estamos un punto de inflexión en el que la sociedad ha decidido quitarle el estigma y el tabú al suicidio y se ha decidido informar correctamente como medida de prevención
Cada 40 segundos una persona se suicida y por cada suicidio se registran 20 intentos fallidos de quitarse la vida, con el riesgo además de que estas personas vuelvan a intentarlo.
En España, se suicidan 10 personas cada día, lo que supone más del doble de muertes que los accidentes de tráfico, 13 veces más que los homicidios y 67 veces más que la violencia de género. Además, es ya la primera causa absoluta de muerte entre hombres de 15 a 29 años y la segunda, después de los tumores, en mujeres de esas edades. El mayor número de suicidios en ambos sexos se produce entre los 40 y los 49 años, si bien el riesgo aumenta con la edad, sobre todo en varones. Sin olvidarnos de los menores de 18 años, 300, que se suicidaron el año pasado en España.

Expertos reunidos en la jornada Suicidio en los medios: el debate pendiente con motivo de la conmemoración hoy 10 de octubre del Día Mundial de la Salud Mental dedicado este año a la prevención del suicidio, han planteado la necesidad de que los medios de comunicación aborden este tema dentro de sus informaciones, pero evitando detalles sensacionalistas como el modo de suicidio, e incorporando a sus textos historias sobre personas que han logrado superar un intento suicida y han superado la enfermedad.

En el encuentro, organizado por la Asociación Nacional de Informadores de la Salud (ANIS) con la ayuda de Janssen, el doctor Víctor Aparicio Basauri, exasesor de Salud Mental de la Organización Mundial de Salud (OMS), ha advertido de que, en cualquier caso, estas cifras están subestimadas. «En España, hay siete suicidios por cada 100.000 habitantes, según las estadísticas oficiales. Sin embargo, algunos estudios avanzan que esta cifra podría estar cercana a 10 por cada 100.000», ha añadido”.

José Carlos Soto, superviviente de suicidio y padre de niña que se había suicidado, descubrió después de lo que le pasó a su hija que en su mismo colegio había habido 6 casos en 6 años anteriormente, «en el colegio se había silenciado, pero eso no ayudó, al contrario, nosotros necesitábamos más información y no la encontrábamos»
Entre otros aspectos, Aparicio ha explicado que las estadísticas oficiales están viciadas por el envejecimiento, ya que las cifras son más altas en aquellas regiones con mayor esperanza de vida, como Asturias y Galicia con los índices de suicidio más altos de España. «Sería bueno que esas tasas se ajustaran por envejecimiento, ya que nos daría una versión más cercana de lo que está ocurriendo. De esta manera, sólo se genera más confusión relacionando el suicidio con una posible eutanasia», ha lamentado.

El experto también ha desmentido, por ejemplo, la idea de que los suicidios son cosa de los países nórdicos. Es algo totalmente falso. Están en unas cifras de 12 por cada 100.000 habitantes, muy cercanas a las nuestras. Existen falsas creencias e ideas como que la falta de luz les lleva al suicidio, ha criticado sobre algunos de los detalles que se recogen en las informaciones periodísticas al tratar el suicidio. Son los países Bálticos los de las tasas más altas pero no sólo por la falta de luz.

Por su parte, la directora general de Salud Pública del Ministerio de Sanidad, Pilar Aparicio, ha asegurado que los medios «pueden hacer mucho para romper el estigma y el silencio en torno a este tema, y ha insistido en que para las personas en situación complicada puede ser «importante» tener acceso a historias de gente similar que ha pasado por su situación y acabar con el estigma.

«Es bueno hablar de suicidio, claramente sí. Pero siempre con información responsable y no sensacionalista, especialmente en personas de relevancia. También es importante plasmar que hay una salida a esta situación, así como no dar detalles de cómo se ha cometido el suicidio. Hay que adoptar un enfoque de casos positivos que han superado la situación», ha abogado Aparicio, quien ha apuntado que la puesta en marcha a nivel estatal de un teléfono gratuito contra el suicidio, similar al 016 en violencia de género, se está estudiando desde el Ministerio, aunque han reconocido que es complejo.

En este sentido, el coordinador del Servicio de Información de Emergencias 112 de la Comunidad de Madrid, Javier Ayuso, también ha incidido en que "no todos los suicidios son noticias". «La labor de los medios no es formar, sino informar. Si queremos que cuenten las medidas para evitar los suicidios y formar a la población, tenemos que ser las administraciones quienes les demos los recursos para hacerlo. Tenemos que ser fuentes fiables », ha reflexionado.

En torno a este debate, el vocal de la sección de Sanidad del Consejo Asesor de Sanidad del Ministerio, José Luis Pedreira Massa, ha afirmado que «no es función de los medios prevenir» los suicidios, pero ha puntualizado que «determinadas informaciones pueden desencadenar o prevenir el acto suicida. Es necesario un cambio, dejar de hablar de causas y hablar de factores y eliminar el porque y añadir el para que», añade «Por ejemplo, pueden comunicar que las estadísticas no lo dicen todo, o hacer la comparación con violencia de género o tráfico, que resulta efectiva», ha reclamado. Por otra propone la unión de periodistas y médicos para trabajar en estrategias de prevención, como se hizo en concreto con casos como los del Síndróme Tóxico.
Ayuso ha mantenido que «para atajar el problema del suicidio, hay que visibilizarlo». «No se puede tratar como un suceso más. No se puede contar el cómo y demás circunstancias escabrosas. Sí que es recomendable la publicación de estadísticas o reportajes con familiares o personas que han salido del túnel», ha defendido.

Para el secretario general de la Sociedad Española de Psiquiatría Biológica (SEPB)Guillermo Lahera, jornadas como ésta donde se aborda el papel de los medios en las conductas suicidas demuestran que la sociedad se encuentra «en un punto de inflexión». «Estamos empezando a abordar el tema con seriedad», ha celebrado, proponiendo que las informaciones periodísticas empaticen con el fallecido, las familias y las poblaciones vulnerables con riesgo de suicidio.

En este sentido el también vicepresidente de la Sociedad Española de Psiquiatría apunta en un artículo de opinión que el suicidio «puede prevenirse, pero es necesaria una estrategia nacional multisectorial integral» y a día de hoy se aprecian grandes diferencias entre distintas comunidades autónomas acerca de la intensidad y el tipo de programas aplicados.

Reivindica así programas de prevención en el medio escolar y laboral, en el papel de la atención primaria o en la puesta en marcha de programas específicos dentro de los servicios de salud mental, unas iniciativas necesarias porque cuentan ya con evidencia científica sobre su efectividad ya que se han puesto en marcha en otros países o comunidades.
Considera sin embargo que esto no es suficiente cuando los datos indican que la prevalencia de enfermedades mentales se mantiene relativamente estable pero aumentan las conductas suicidas, a su juicio no solo por el sufrimiento de una enfermedad mental sino también porque la decisión final se toma desde la desesperanza y muchas veces desde la rabia, con frecuencia potenciados por el empleo de alcohol y otras sustancias.