Miguel Gutiérrez Fraile - Sociedad Española
de Psiquiatría.
La violencia familiar es un problema
importante de salud pública y produce consecuencias muy negativas en todos los
miembros de la familia y en el conjunto de la sociedad. Raro es el día que
amanecemos sin alguna noticia luctuosa relacionada con la violencia familiar,
en sus diferentes versiones, noticias casi siempre atroces. Es solo la punta
del iceberg. El problema presenta una dimensión no imaginada. La familia es la
unidad básica en nuestra sociedad y es la que provee de las necesidades
fundamentales al individuo a lo largo de su desarrollo. Las familias con un
buen equilibrio emocional y con mayor capacidad de resolución de problemas son
las que menos padecen este fenómeno. La mayoría de las familias cumplen
adecuadamente este objetivo, sin embargo llama la atención que un número
considerable de las mismas no son capaces de crear o mantener un ambiente
seguro debido a la violencia familiar que incluye agresiones físicas, sexuales
o psicológicas entre o contra miembros de la familia. Empujones, bofetadas,
patadas o el uso de armas o las agresiones sexuales, son formas claras de
violencia.
El
abandono, el ninguneo, la coacción, los comportamientos degradantes, o haber
presenciado violencia en el marco familiar son otras formas más sutiles de
violencia. La violencia familiar más frecuente es entre marido y mujer o entre
padres e hijos y también contra las personas mayores. Los malos tratos pueden
llegar a sufrirlos alrededor del 5 por ciento de los ancianos. Consisten en
lesiones por acciones u omisiones que producen daño o malestar. Los malos
tratos pueden ser: Psicológicos: gritos, insultos, amenazas. Físicos: golpes,
abusos sexuales, etc. Materiales: robo, abuso de dinero o de sus propiedades.
De derechos: ingresos en residencias, reclusión en lugares inapropiados, etc.
El
abandono es otra situación que puede darse en los dementes y consiste en la
falta de cobertura de las necesidades básicas por parte del cuidador o persona
responsable del mismo. En general la violencia familiar no es un simple acto de
agresión sino que más frecuentemente pone de manifiesto una forma de
interactuar, una manera de relacionarse en la familia y ello explica la
tendencia a transmitirse de generación en generación.
Un
tercio de los niños que han sufrido violencia familiar generarán violencia en
sus familias cuando sean adultos. Se aprende a ser violento cuando se es
miembro de una familia violenta. Tremendo. Son muchos los factores que pueden
influir en este fenómeno. Desde el punto de vista individual se han citado
problemas psicopatológicos, abuso de drogas o alcohol, victimización previa,
vulnerabilidad de la víctima y otros relacionados con la biología de los
comportamientos agresivos.
Desde
el punto de vista familiar, los patrones de interacción, los roles, las reglas
alrededor de las que se organiza la estructura familiar pueden influir en la
generación de violencia cuando hay abuso de poder que a menudo coincide con la
naturaleza jerárquica de la familia y el papel tradicional del hombre como
cabeza de familia.
También
la marginación socioeconómica y el aislamiento geográfico son factores que
influyen en la génesis de la violencia familiar. Podemos afirmar, en términos
generales, que el sistema familiar siempre intenta regular las emociones y la
conducta de sus miembros para mantenerse equilibrado, pero no siempre lo
consigue y es en estas situaciones donde más fácilmente emerge la violencia
familiar.
Desde
el punto de vista social, la violencia familiar está determinada por factores
estructurales (desigualdad hombre/mujer en nuestra cultura, pobreza,
segregación racial o étnica y desintegración social) y por valores y normas que
de alguna manera aceptan la violencia como forma de resolver problemas. A ello
se suman factores de riesgo, casi siempre vinculados a factores estresantes y
factores protectores entre los que el más importante es el equilibrio
emocional, interactuando en una dinámica compleja de compensación/descompensación.
Bien,
pero ¿qué se puede hacer?. Los esfuerzos para prevenir este problema, incluidos
campañas de prensa, medidas legales, programas comunitarios dirigidos a la
detección de casos o a la concienciación social del problema, no han dado los
resultados apetecibles y no parece que la violencia familiar haya disminuido de
una forma notoria, siempre hablando en términos generales y con el máximo
respeto para los responsables de estas políticas.
¿Qué
podemos aportar los médicos y los profesionales de la psiquiatría y la salud
mental? Desde luego todos los profesionales hemos tenido la oportunidad de ver
algún caso de violencia familiar en nuestras consultas, entre otras cosas
porque la violencia familiar afecta más a las poblaciones clínicas que a las no
clínicas, a las que van al médico que a las que no lo necesitan. Quizás
debiéramos plantearnos la elaboración sistemática de procedimientos de
detección de problemas de violencia familiar.
Ya ha
habido iniciativas en este sentido en algunos ámbitos, aunque muy centradas en
la violencia de género. La violencia familiar no es exclusivamente un problema
de violencia de género y tampoco es únicamente un problema policial o legal.
Los profesionales de la seguridad ciudadana o de la justicia no reciben
formación para dirigir estrategias de prevención de la violencia familiar. La
violencia familiar es un problema de salud pública a cuya disminución deben
contribuir los médicos de atención primaria y más específicamente los profesionales
de la salud mental. Por su privilegiada situación para detectar los problemas
pueden y deben proporcionar soporte emocional y tratamiento a las víctimas. Y
ello debe hacerse de forma reglada y en el sistema sanitario público.
Miguel Gutiérrez Fraile - Catedrático de Psiquiatría - Universidad
del País Vasco.
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