domingo, 27 de febrero de 2022

Cómo detectar el agotamiento emocional y consejos para combatirlo

 

NANI F. CORES         |     20 minutos       |       07/02/2022       

·        Una persona con agotamiento emocional, a pesar de su cansancio físico acumulado, va a tener muchos problemas para conciliar el sueño por las noches.

·        Expertos recomiendan dedicar tiempo cada día a una actividad que nos ayude a relajar cuerpo y  mente. 

Son diversas las causas por las que el agotamiento emocional puede instalarse en nuestras vidas y acabar por desbordarnos como se desborda un vaso demasiado lleno de agua. En ocasiones una sobrecarga de trabajo, asumir demasiados conflictos o responsabilidades en el ámbito familiar y privado o ir encadenando situaciones que nos superan provocan este exagerado y poco saludable cansancio mental que también se traduce en una fatiga física intensa. 

¿Cuáles son las señales de alarma que pueden indicarnos que estamos viviendo una situación de agotamiento emocional? Los expertos hablan de una serie de síntomas muy frecuentes: 

Cansancio físico

La persona agotada mentalmente se siente fatigada con frecuencia y además nota que su cuerpo no le responde como antes. Esa falta de energía va in crescendo según avanza la jornada: se despierta cansada desde por mañana y llega a la noche completamente agotada.

Insomnio

Curiosamente una persona con agotamiento emocional, a pesar de su cansancio físico acumulado, va a tener muchos problemas para conciliar el sueño por las noches. Normalmente no pueden dejar de darle vueltas a los problemas, tareas pendientes, responsabilidades... y eso contribuye a que no pueda dormir lo suficiente. Por supuesto, es el pescado que se muerde la cola: a mayor insomnio, mayor cansancio físico al día siguiente. 

Irritabilidad 

Las personas que sufren de agotamiento emocional tienen, valga la redundancia, sus emociones a flor de piel. Saltan a la primera ante cualquier cosa que les moleste, no suelen soportar las críticas, lloran ante cualquier gesto de desaprobación, están de mal humor... La pérdida de control sobre uno mismo es notable. 

Falta de motivación 

Una persona agotada mentalmente es una persona sin ganas, entusiasmo o intereses en la vida. La palabra que mejor le define es apatía. Y si a esto sumamos frecuentes pensamientos negativos o faltos de ilusión dejamos la puerta abierta a una posible depresión. 

Fallos de memoria y concentración 

La sobredosis de actividades o responsabilidad pueden dar lugar a fallos en la memoria por una saturación. Hay además dificultades para pensar con claridad, confusiones frecuentes y ralentización para sacar las cosas adelante. 

Distanciamiento afectivo 

Hacia todos y todo. Emociones cada vez más planas, como si no sintiera nada.

¿Cómo podemos combatir el agotamiento emocional?

Sin duda el descanso es una de las principales armas para luchar contra el agotamiento emocional, sin embargo, los especialistas advierten que tomarse unos días de relax no sirve absolutamente de nada si no se instauran cambios a continuación y tomamos una actitud diferente respecto a nosotros mismos y a la forma en la que vivimos el día a día.

Algunas de las soluciones que podemos llevar a cabo son:

- Dedicar tiempo cada día a una actividad que nos ayude a relajar cuerpo y mente, a tomar conciencia de nosotros mismos y nuestras emociones. Algunas de las más recomendables son el mindfulness, el yoga, las técnicas de respiración y relajación, los ejercicios de relajación muscular o la meditación.

Benditas rutinas. Hacer ejercicio de forma regular, una alimentación equilibrada respetando las cinco comidas diarias y una correcta higiene del sueño también son básicas para mejorar el estado del cuerpo y de la mente.

Desconectar del mundanal ruido. Es fundamental buscar momentos para uno mismo, para distraerse y conectar con lo que que a cada cual le gusta. Quedar con amigos, realizar algún hobbie, viajar, visitar una exposición, cocinar... 

Establecer prioridades. Reconocer que somos humanos y que no podemos exigirnos rendir al máximo todo el tiempo. Hacer una lista de tareas pendientes, establecer las que sean prioritarias, dejar para días y semanas sucesivas las restantes y, sobre todo, no intentar abarcar varias cosas al mismo tiempo.

Marcar límites y delegar. Si tu forma de vivir hasta el momento te ha llevado al extremo del agotamiento es hora de soltar lastre y abandonar parte de lo que hacíamos o bien delegar tareas y responsabilidades en otras personas del entorno. 

Desahogarse. Es importante expresar las emociones de una manera terapéutica para facilitar la empatía de los demás. Amigos, familiares, un terapeuta o incluso un diario de sentimientos pueden ser de gran ayuda. Con el círculo más íntimo hay que intentar no caer en la espiral y no dedicar más de 15 o 20 minutos a hablar de los problemas. Deja que ellos compartan también sus vivencias y trata también acontecimientos positivos.

viernes, 25 de febrero de 2022

Parentificación: qué es, tipos y características de este problema familiar


NAHUM MONTAGUD RUBIO       |   Psicología y Mente     |     17/10/2021 

Veamos qué es la parentificación, una problemática inversión de roles entre padres e hijos.

Lo normal es que los niños sean cuidados por sus padres. Entre los roles propios de los padres encontramos ser el sostén emocional de sus hijos, trabajar, cocinar, hacer las tareas domésticas, variables en función de cuán mayor sea el hijo.

Es cierto que los niños y niñas deben aprender ciertas tareas del hogar y ayudar a sus padres, pero esto debe hacerse dentro de sus posibilidades y en función de lo que es esperable para su edad.

Sin embargo, hay casos de niños y padres que invierten por completo sus roles, haciendo que los hijos hagan de padres de sus propios padres, una dinámica familiar disfuncional que se la conoce como parentificación. Descubramos de qué se trata con más detalle.

Cuando los niños ejercen de padres

Lo normal es que los padres ejerzan de cuidadores y que sus hijos sean cuidados por ellos. Los padres se encargan de ser el sostén económico, emocional y educativo de su descendencia, dándoles de comer, llevándolos a la cama, sacándolos a pasear o abrazándolos cuando lo necesitan.

Si bien los niños y niñas pueden ayudar un poco a sus padres, responsabilizándose de algunas tareas, lo normal y sano es que se les dé la oportunidad de vivir la niñez sin demasiadas responsabilidades o, al menos, no más de las que se espera para su edad.

Sin embargo, pasa que en algunas familias ocurren situaciones y se dan las circunstancias que hacen que se dé un intercambio de roles entre padres e hijos. Los hijos se convierten en los padres de sus propios padres, llevando a cabo muchas o casi todas las tareas que se esperaría que hicieran sus padres para ellos. Los niños se ven inmersos en una situación en la que tienen que hacer de lo que no son, adultos, un fenómeno que les puede ir muy grande y, en consecuencia, marcar su infancia y dejar rastro cuando lleguen a la adultez.

Estos niños, de repente, se ven obligados a convertirse en niños muy obedientes, atentos, con un sentido de responsabilidad muy exigente para sí mismo y para los demás. Cuando más tienen que comportarse como adultos, mayor es la pérdida de su inocencia infantil. La niñez les es robada y, con mucha probabilidad, dará lugar a heridas emocionales que limitarán su desarrollo personal. Estos niños que actúan como padres son víctimas de lo que los psicólogos y psiquiatras infantiles llaman parentificación.

 

¿Qué es la parentificación?

El término “parentificación” fue acuñado por el psiquiatra húngaro-estadounidense Iván Böszörményi-Nagy, una prominente figura dentro de la terapia familiar. Este psiquiatra observó que este fenómeno era muy común en las familias disfuncionales, siendo un proceso inconsciente por el cual los hijos acaban convirtiéndose en los padres de sus padres, asumiendo un grado de responsabilidades mayor al que les corresponde para su edad y madurez.

Es definido como un mecanismo inconsciente porque se ve que está muy alimentado por una práctica muy común en la actualidad, práctica que de primeras puede parecer la propia de un buen estilo parental. En la actualidad, está socialmente aceptado tratar a los niños como si fueran pequeños adultos, en el sentido de que no se los infravalora tanto como en épocas anteriores, lo cual hace que los pequeños vean aumentada su influencia de forma espontánea y, dentro de unos niveles, educativa en tanto que se les puede otorgar un grado de responsabilidad mayor, un reto que les sirve para crecer.

Sin embargo, esta situación que en principio es más adulada que criticada, en caso de descontrolarse o que haya poca claridad entre cuáles son los roles de los hijos y cuáles los de los padres puede degenerar en una situación disfuncional, una absoluta inversión de roles propia de la parentificación. En esta situación, los más pequeños se encargan de satisfacer las necesidades físicas o emocionales de sus padres, y cuidar del resto de sus hermanos.

La parentificación puede ser todavía más grave en caso de que los padres padezcan algún trastorno mental, especialmente trastornos de la personalidad como el narcisista, el dependiente o el límite, y del estado anímico como la depresión y los de ansiedad. El trastorno que padece uno o ambos progenitores le imposibilita de ejercer sus funciones como padre, ya sea porque tiene una mentalidad infantiloide y de búsqueda de la atención (p. ej., trastorno narcisista) o porque la sintomatología le consume, dificultándose hacer las más básicas tareas (p. ej., depresión).

 

Tipos de parentificación

Si bien existen varias clasificaciones sobre los tipos de parentificación, una de las más extendidas es la que recoge las siguientes dos modalidades de este fenómeno:

1. Emocional

La parentificación emocional se da cuando los padres esperan que sus hijos les den confortamiento emocional, es decir, que los tranquilicen cuando estén alterados o que los protejan de las consecuencias emocionales derivadas de sus actos. De esta manera, convierten a sus hijos en su sostén emocional, pero haciendo que los más pequeños desempeñen un rol activo en su bienestar emocional, atendiendo a sus necesidades.

A pesar de ello, los padres que recurren a la parentificación emocional enmascaran esta situación tras la negación de la realidad de sus hijos junto con la justificación, irracional y distorsionada, de que lo hacen por su bien.

2. Física o instrumental

La parentificación física o instrumental es aquella situación en la que se espera que los niños se hagan cargo de las necesidades domésticas o económicas, como la preparación de la comida, el cuidado de otros hermanos o, incluso, trabajar, tareas todas ellas correspondientes a los padres y nunca a niños y niñas.

De entre los dos tipos de parentificación, se considera que la física o instrumental es la menos perjudicial, a excepción de la situación que se fuerza a los niños a trabajar porque sus padres no se ven capaces para ello. Por regla general es la emocional la más grave para el desarrollo del niño, puesto que le supone asumir un rol que le puede provocar gran estrés mientras que sus necesidades emocionales quedan descuidadas, puesto que no puede confiar en el adulto para que le dé sostén emocional. Las necesidades emocionales de sus padres toman excesivo protagonismo.

Consecuencias de este fenómeno

Aunque surja de forma inconsciente y, en muchos casos, de forma totalmente ingenua, la parentificación no deja de ser un fenómeno perturbador para la infancia de cualquier niño. Es considerada violencia y maltrato psicológico, como mínimo un tipo de negligencia parental. La parentalización durante la niñez implica un gran impacto en el desarrollo de la identidad y la personalidad del individuo, en las relaciones interpersonales y en las relaciones con los propios hijos durante la edad adulta.

Se ha visto que las personas que en su infancia fueron parentalizadas son más propensas a desarrollar el síndrome del impostor en la adultez. Esta condición psicológica se caracteriza por experimentar una profunda inseguridad personal, aun habiendo conseguido grandes logros y éxitos, atribuyendo lo bueno que le sucede no a su esfuerzo o saber hacer, sino a meros golpes de suerte, factores extrínsecos y ajenos a su control.

¿Tiene beneficios la parentificación?

Como hemos podido ver llegados hasta aquí, la parentificación deja un profundo efecto en la adultez de aquel que en su niñez fue víctima. Sus heridas emocionales son profundas, generándole inseguridades, miedos y la sensación de que nunca tuvo la oportunidad de ser un niño o niña realmente. Estas consecuencias emocionales no sólo afectan a los niños parentificados una vez son adultos, sino que también repercute en sus relaciones íntimas, su pareja e, incluso, en sus propios hijos.

Sin embargo, hay quienes sugieren que este fenómeno, que no olvidemos que es considerado maltrato psicológico y negligencia, podría tener algo de beneficioso en algunos casos. La inversión de roles padre-hijo podría resultar gratificante para las necesidades de seguridad del niño, siempre y cuando él o ella perciba la situación de tener que encargarse de más responsabilidades como una señal de reconocimiento y gratitud por parte de sus padres.

Hay quienes han sugerido que niveles más altos de parentificación emocional conllevan a niveles más altos de competencia interpersonal en algunos casos. Como los niños aprenden cosas que de normal se aprenderían más tarde para su edad, desarrollan cierta independencia, destrezas y capacidades sin tantos obstáculos por en medio, simplemente porque les ha tocado tener que hacerlo. Esto podría repercutir en su vida adulta de forma positiva, convirtiéndolos en individuos mejor preparados para la vida y menos temerosos de tener que desempeñar nuevas responsabilidades.

No obstante, a pesar de estas supuestas ventajas que podría traer consigo la parentificación, todo apunta que los beneficios son menores que los inconvenientes. Debemos entender que cada etapa de la vida tiene sus pautas de desarrollo y características, y en el caso de la parentificación estas no son respetadas. Los niños son niños, y deben hacer cosas de niños. Si su infancia no es debidamente respetada pueden acabar sufriendo alteraciones en el desarrollo físico, emocional, intelectual y social.

Lo que podemos extraer de todo esto es que la parentificación es un fenómeno más que nos recuerda la importancia de los vínculos entre padres e hijos, de cómo su desarrollo puede influir a lo largo de toda una vida. La parentificación es una situación propia de una familia disfuncional y, como tal, se requerirá terapia psicológica para que sea adecuadamente identificada y tratada. Debemos pensar en la salud y desarrollo mental de los niños, y asegurarnos de que siguen haciendo lo que se espera de ellos, cosas de niños

miércoles, 23 de febrero de 2022

¿Por qué puede ser tan difícil superar los sentimientos depresivos?


Dra. MARGARITA COROMINAS ROSO      |     Topdoctors     |     27/10/2021 

En las últimas décadas se ha avanzado mucho en el conocimiento de la neurociencia y de los procesos psicológicos asociados. Antonio Damasio, neurocientífico y neurólogo con gran experiencia clínica, ha estudiado y descrito extensamente el efecto de nuestros estados emocionales, que funcionan como un contexto interno en nuestra mente.  

¿Cómo afecta nuestro pasado en los estados emocionales presentes?

Los estados emocionales hacen un efecto como si fueran el agua del mar, haciendo emerger recuerdos y patrones de pensamiento que están asociados a momentos en que teníamos el mismo o similar estado de ánimo. Cuando por alguna razón, en el futuro regresamos a ese estado de ánimo, los pensamientos y recuerdos relacionados con cualquier cosa que ocurriese en nuestra mente o en nuestro mundo que nos hizo infelices, regresarán de forma muy automática, lo queramos o no. 

Por ejemplo, si durante la infancia o la adolescencia, un momento de nuestra vida en que no contábamos con los mismos recursos vitales de que disponemos de adultos, hemos experimentado sentimientos abrumadores de haber sido abandonados, insultados o maltratados, de que todo lo hacíamos mal y no servíamos para nada. 

Ahora sabemos que muchas de las personas que de adultas caen en la depresión han tenido este tipo de experiencias en el pasado. Éste es el motivo por el cual podemos llegar a reaccionar de forma tan negativa ante la infelicidad, porque no es simplemente una experiencia de tristeza, sino que está teñida por sentimientos muy intensos de incompetencia o de ineptitud que se han vuelto a despertar. 

¿Y cómo podemos salir de este estado depresivo o ansioso?

No existe una única salida. El tratamiento depende en gran medida de cuáles han sido las experiencias de la persona implicada y de cuáles son los sentimientos que la perturban.  Ser conscientes de nosotros mismos, de nuestro propio cuerpo y sus sensaciones, y prestar atención a las cosas tal como son en un momento determinado, sean como sean, y no como queremos que sean, son elementos cruciales del tratamiento. Lo es también una confianza realista en las posibilidades de nuestro cerebro. 

Si la neuroplasticidad nos permite aprender y, posteriormente, hundirnos en sentimientos depresivos, el mismo mecanismo nos permite recuperarnos y adquirir un sentimiento de sana positividad, realismo y felicidad.

lunes, 21 de febrero de 2022

Consejos para aumentar la resiliencia de tu hijo

Escrito por el personal de MAYO CLINIC 
La vida está llena de desafíos impredecibles. Ayuda a tu hijo a prepararse para afrontar lo que le espera, fomentando su resiliencia.
La mayoría de los padres creen que es su tarea proteger a los niños de los tiempos difíciles o del fracaso. Sin embargo, este enfoque no siempre es útil cuando se trata de preparar a tu hijo para el futuro.
El esfuerzo ayudará a tu hijo a disfrutar de los mejores momentos de la vida y le dará la satisfacción de haber superado obstáculos. Infórmate sobre cómo estimular la resiliencia de tu hijo.
¿Qué es la resiliencia?
La resiliencia es la propiedad de la elasticidad, la habilidad para ajustarse y adaptarse sin quebrarse. Una persona resiliente responde con éxito a las dificultades graves o crónicas y triunfa ante la adversidad. La resiliencia es importante porque nadie puede escapar a los desafíos, a menudo impredecibles, de la vida.
¿Tu hijo es resistente?
Puedes medir la resiliencia de tu hijo observando su capacidad para hacer frente al estrés. ¿Cuál es la respuesta de tu hijo en edad preescolar a una escena de miedo en un libro o un espectáculo? ¿Cómo reacciona tu hijo de 9 años cuando le asignan un gran proyecto? La respuesta biológica individual de cada niño al estrés juega un papel importante en su nivel de resiliencia. Algunos niños son más sensibles al estrés, mientras que otros son más tolerantes.
La capacidad de tu hijo para adaptarse y prosperar frente a un desafío también está moldeada por las experiencias y las relaciones. Imagina un balancín. Las experiencias estresantes, como la pérdida de un padre o tener una enfermedad crónica, pueden amontonarse en un lado, y hacerlo bajar. En el otro lado, sin embargo, están las relaciones positivas y los recursos de apoyo. Esto ayuda a que el estrés sea tolerable para un niño, e inclina el balancín hacia el otro lado. El estrés no desaparece, pero el niño tiene las herramientas para lograr un balance positivo.
¿Cómo puedes desarrollar la resiliencia de tu hijo?
Sea cual sea el nivel de resiliencia de tu hijo, es mucho lo que puedes hacer para ayudarlo a ejercitarse y fortalecer este rasgo.
Promueve relaciones que brinden apoyo
Contar con el apoyo de un adulto estable y comprometido, ya sea un padre, un cuidador o un maestro, puede ayudar al niño a sentir que tiene lo necesario para superar la adversidad. Esta conexión les da a los niños pequeños un amortiguador del estrés del mundo exterior, y crea un espacio protegido en el que pueden crecer.
Esta clase de relación también puede servir como un andamio de apoyo mientras el niño adquiere habilidades, como la concentración, la resolución de problemas y el autocontrol, para manejar el estrés. A medida que un niño se vuelve más capaz y confiado, el andamio se puede quitar poco a poco hasta que pueda mantenerse en pie solo.
Tu hijo se beneficiará al tener varias relaciones que le brinden apoyo. Los candidatos podrían incluir un abuelo, una tía, un entrenador, una profesora de piano o un amigo de la familia. Piensa cómo podrías fortalecer estas relaciones o crear otras que puedan ayudar a tu hijo.
Promueve las creencias fundamentales
Para que tu hijo desarrolle la resiliencia, ayúdale a aprender lo siguiente:
·        Las decisiones tienen consecuencias. Cuando sea apropiado, deja que tu hijo experimente el resultado de sus decisiones. Si los padres toman todas las decisiones, los niños pueden sentir que lo que hacen o sienten no importa. Pueden sentir que sus padres dudan de su capacidad para formar parte del proceso de toma de decisiones o para tomar decisiones por sí mismos. Si tu hija insiste en usar zapatos de fiesta para ir al patio, déjala. Pronto se dará cuenta de que le causarán ampollas. Si tu hijo dice que ha estudiado lo suficiente para un examen, que los resultados del examen muestren si tenía razón. A medida que tu hijo vaya tomando más decisiones, se volverá más sabio, más seguro y más capaz de recuperarse de los reveses.
·        El fracaso es parte de la vida. Si tu hijo ve el fracaso como una oportunidad para aprender en lugar de rendirse, es más probable que intente nuevas cosas y que las haga mejor. Enséñale a tu hijo que no pasa nada si pierde en un juego de mesa o un partido de fútbol. Pero perder no debería impedir que lo vuelva a intentar. Las habilidades se pueden aprender. Elogia a tu hijo por esforzarse mucho en algo. Si tu hijo empieza una actividad y quiere dejarla porque no siente que es lo suficientemente bueno, anímalo a continuar durante un cierto período de tiempo. Esto reforzará la idea de que no debe renunciar a algo demasiado rápido solo porque es difícil.
·       Todo el mundo tiene fortalezas. Ayuda a tu hijo a descubrir y desarrollar sus fortalezas de carácter únicas y a buscar oportunidades para utilizarlas. Usar una habilidad para ayudar a los demás puede ser un gran estímulo de confianza para un niño.     
 
La vida raramente es una cadena de éxitos. Piensa en los primeros pasos de tu hijo. Muchos de sus primeros esfuerzos por caminar probablemente terminaron en una caída. Pero tu hijo seguramente lo siguió intentando, y aprendió a caminar y a correr.
 
A medida que tu hijo crezca, lo ayudarás a asumir tareas más grandes y complejas. Habrá más caídas. Tu trabajo es ayudar a tu hijo a levantarse e intentarlo de nuevo. Asegúrate de que tu hijo sepa que el proceso de aprendizaje es importante, que el éxito inmediato no es siempre el objetivo y que el fracaso no es algo que deba temerse o evitarse. En cambio, ayuda a tu hijo a ver el fracaso como una consecuencia natural del aprendizaje y la experimentación de situaciones nuevas.
Puede ayudar conversar sobre tus fracasos y lo que aprendiste. Mejor aún, deja que tu hijo te vea emprender situaciones nuevas. Intenta correr con tu hijo una carrera de larga distancia o tomar una clase de cerámica. Tú y tu hijo aprenderán de la experiencia.
Deja que tu hijo aprenda
Permitir que tu hijo aprenda del fracaso requiere que tú des un paso atrás y dejes que tu hijo lo experimente. Si tu hijo se enfrenta a una situación en la que su seguridad está en riesgo, tu intervención es apropiada y necesaria. Pero, si tu hijo no ha terminado una tarea a tiempo, deja que enfrente las consecuencias. Esto ayudará a que tu hijo aprenda que se le aplican las reglas y lleve un mejor seguimiento de las tareas y los plazos.
Además, haz espacio para que tu hijo pueda abogar por sí mismo. Si tu hijo experimenta golpes en una amistad, evita interferir. En cambio, ofrécele escucharlo. Hablar sobre lo que tu hijo piensa es el mejor camino a seguir. Ofrece tu apoyo. Si te lo pide, dale un consejo.
Descubre el poder del "todavía"
El fracaso también puede convertirse en una fuente de motivación para tu hijo y servir de combustible para que se esfuerce un poco más. Descubre con tu hijo cómo una elección diferente podría haber llevado a un resultado diferente. Si tu hijo se siente derrotado y dice: "No puedo", pídele que añada la palabra "todavía" al final de la frase. Con un mayor esfuerzo, una nueva estrategia o ambos, tu hijo puede intentarlo otra vez, posiblemente con mejores resultados.
Además, piensa en tus expectativas. Ten en cuenta las habilidades de tu hijo y fíjale límites lo suficientemente altos como para que tenga espacio para desarrollarse y crecer. O deja que tu hijo fije sus límites. Si los objetivos se establecen siempre a su alcance, tu hijo nunca fracasará ni tendrá la oportunidad de conocer sus verdaderas capacidades.
Ayudar a tu hijo a desarrollar su capacidad de resiliencia no es un proceso fácil. Pero si permites que tu hijo se enfrente a los desafíos y desarrolle estrategias para afrontarlos, lo ayudarás a prepararse para ser un adulto independiente. 

sábado, 19 de febrero de 2022

"Los padres hinchamos a Dalsy a nuestro hijo si tiene fiebre. Pero cuando hay que ir al psiquiatra, nos llevamos las manos a la cabeza"


NACHO MENESES    |    El País     |     04/02/2022


La periodista Lorena García y el psiquiatra José Carlos Fuertes publican ‘Educar es ser un espejo’, un manual que aborda los trastornos mentales más comunes en adolescentes y cómo tratarlos.

Jóvenes con depresión, ansiedad, trastornos de conducta o alimentarios, adicciones o fobias. Enfermedades mentales que no solo afectan a la población adulta y que continúan siendo tabú para muchos, sobre todo cuando implican a niños y adolescentes. Dos años de pandemia han colocado a la salud mental en el centro del debate, pero poco ha cambiado hasta la fecha porque faltan, para empezar, especialistas, y perduran todavía muchos de sus estigmas: “En la sanidad pública tenemos a 11 psiquiatras por cada 100.000 habitantes, mientras que en Europa la media va de 24 a 28. Y aunque hay muchos psicólogos, apenas son contratados”, recuerda el doctor José Carlos Fuertes, médico psiquiatra y autor, junto a la periodista Lorena García, de Educar es ser un espejo, un manual didáctico que aborda la salud mental poniendo el foco de atención en los más jóvenes.

No se trata necesariamente de que la covid haya incrementado los casos de patologías mentales, pero con toda seguridad ha provocado que se visibilicen mucho más, según los autores: “Hemos estado más tiempo en casa conviviendo con nuestros hijos y nuestros padres, lo que nos ha llevado a prestar más atención a esas posibles dolencias que en el día a día pasamos por alto. Pero necesitamos escuchar más a quienes tenemos al lado, para percibir los síntomas si es que algo está fallando”, reflexiona Lorena García. “De hecho, los niños han estado mejor, porque han visto más a sus papás, han estado atendidos y han jugado con ellos”, añade el doctor Fuertes. “Lo que sí tenemos es un enorme desgaste de los profesionales sanitarios, porque están defraudados, decepcionados y quemados, y además se sienten poco reconocidos: de los aplausos hemos pasado a los pitidos, a las amenazas e incluso a veces a las agresiones”.

En Educar es ser un espejo, Fuertes y García se aproximan no solo a las patologías más comunes, sino que aportan consejos y pautas útiles para educar en salud mental. “Hacer hoy una separación entre mente y cuerpo es absurdo, porque tal separación no existe. Y por eso, prevenir en salud mental es como cualquier otra cosa: comer bien, no beber alcohol en exceso (nada, si es posible), hacer ejercicio a diario, dormir lo razonable... Y por supuesto, quererse a sí mismo, tener paz interior y valorar cada día como si fuera el último”, afirma Fuertes. Unos aspectos a los que hay que añadir también otros factores, como los genéticos (que pueden hacer que un joven tenga mayor probabilidad de desarrollar ciertos problemas) o los epigenéticos (los relacionados con el entorno, que pueden contribuir a empeorarlos): “Tu hijo puede estar predispuesto a tener una depresión. Pero si le has educado desde pequeño en un ambiente de estabilidad; si ve que entre sus padres hay respeto mutuo; si hay coherencia en las señales de lo que está bien y lo que está mal... estará mejor equipado para gestionarlo”, esgrime García.

Tabúes y estigmas sin superar

Puede que las patologías relacionadas con la salud mental sean ahora más visibles, pero los prejuicios que perduran a su alrededor continúan dificultando su normalización: “Yo creo que el principal obstáculo es la necesidad de ocultarlo; el miedo a reconocer que hay un problema de salud mental, porque está estigmatizada desde hace años y hemos sido incapaces, como sociedad, de superarlo... No nos da vergüenza reconocer que tenemos pies planos, pero sí que nuestro hijo necesita ir al psiquiatra. Y eso es absurdo”, explica García. “Siempre digo que los padres no tenemos ningún problema en hinchar a Dalsy a nuestro hijo. ¿Unas décimas de fiebre? Dalsy, sin miedo. Pero luego, ir al psiquiatra porque nuestro hijo tiene una depresión hace que nos llevemos las manos a la cabeza. Pues no... Si el especialista, que es el psiquiatra, considera que hay que medicarle, escuchémosle, porque él es quien sabe lo que está sucediendo en el cerebro de nuestro pequeño”.

La premisa fundamental está clara: es necesario reconocer que la patología mental es una enfermedad más, además de tener siempre presente que padecer un problema psiquiátrico no implica ser ni débil ni incapaz: “Simplemente, se trata de una persona con una enfermedad a la que hay que ayudar con la misma intensidad y el mismo respeto con el que se asiste a otra persona que tenga otra patología”, apunta el doctor Fuertes. Un respeto que, reivindica, debería comenzar desde las administraciones, con planes de salud mental que apuesten sin ambages por la investigación, “porque sin investigación no hay nada. Hay que invertir en salud mental, en cómo funciona el cerebro, en la conducta humana... Lo demás es perder el dinero del contribuyente”.

Ahora bien, ¿cuáles son las enfermedades mentales más frecuentes entre los jóvenes? Al igual que en los adultos, destacan en primer lugar la depresión y la ansiedad. Después (sobre todo en las adolescentes), los trastornos de la conducta alimentaria, una patología no excesivamente prevalente pero cuya gravedad hace que tengamos que prestarle una atención especial; y los trastornos adictivos, no solo a las sustancias químicas, sino al teléfono móvil o a las redes sociales, que son cada vez más peligrosos y preocupantes. Unas patologías en cuya superación influye no solo el tratamiento médico, sino el propio entorno del enfermo, que muchas veces no comprende la dolencia y culpabiliza al paciente. “Mira cómo se observa a la depresión: “Es que no pones de tu parte, es que no te esfuerzas... Venga, sal a pasear...” Esto es una aberración, porque encima de soportar una depresión o ansiedad, tengo que hacer un esfuerzo que me desborda, que es salir a pasear, porque mi familia y mis amigos están convencidos de que, si quiero y me lo propongo, la combatiré”, explica el psiquiatra. “Yo podré combatir la tristeza, que es una emoción normal, pero no la depresión, que es una tristeza sin motivo ni causa aparente”.

¿Se deprimen los jóvenes?

La Encuesta Nacional de Salud de España de 2017 constata que, entre la población menor de 14 años, la prevalencia de los trastornos de la conducta fue del 1,8 %, mientras que la de los trastornos mentales (entre los que figuran la depresión y la ansiedad) era del 0,6 %. La depresión infantojuvenil, señalan los autores de Educar es ser un espejo, es más frecuente de lo que se tiende a pensar, si bien la forma de manifestarse es distinta a la de los adultos: en los adolescentes se observan, sobre todo, cambios de carácter como irritabilidad, oposicionismo, aumento de la agresividad, aislamiento, pérdida de apetito, problemas de sueño, bajo rendimiento académico y apatía intensa, además de somatizarse en dolores de distinta naturaleza (como digestivos o de cabeza).

¿Qué se puede hacer, como padres, si se sospecha de la existencia de esta patología? Lo primero y fundamental, conocer bien a tu hijo, para así poder detectar los posibles síntomas: “Si ves que de repente empieza a meterse en su habitación y que cambia su conducta; si está especialmente rebelde y muestra una tristeza injustificada, aun estando en un entorno estable, es una señal de alarma clarísima. Es el momento de acudir al especialista, sin ningún miedo”, advierte García. “Y para conocer bien a tu hijo hay que hablar con él, estar con él, interesarse oír sus pequeños problemas (que para él son enormes)... Y si sospechamos que puede tener un trastorno psíquico, llevarle al médico de familia, para que valore si conviene acudir al psiquiatra”, añade Fuertes.

Trastornos alimenticios, obsesiones y adicciones

La convivencia en el hogar es también fundamental a la hora de detectar trastornos de la conducta alimentaria como la anorexia, la bulimia, la ortorexia o la vigorexia, unas patologías que afectan mayoritariamente a mujeres (en un 95 %) y que pueden tener consecuencias muy graves. “Volvemos a lo mismo: si tú conoces a tus hijos y ves que están teniendo comportamientos extraños en la comida (no querer comer con la familia, hacerlo a deshoras...), ya es motivo de alarma. Si comes con ellos, vas a notar que hay un anoréxico en la mesa, porque come, se levanta y va al baño, o bebe mucha agua, deja de consumir determinados tipos de alimentos sin ninguna justificación... Y luego hay consecuencias físicas. En las mujeres, la retirada de la regla es una clave”, afirma García, que también insiste en recordar lo que no hay que hacer en ningún caso: “Las personas con este trastorno necesitan no solo un tratamiento, sino que sus padres no minimicen el problema, pensando que es producto de la adolescencia o para llamar la atención. Esto es lo peor que se le puede decir a una persona enferma”.

La presión social de las redes sociales, señalan ambos autores, puede ejercer una influencia muy negativa en estos enfermos y contribuir a empeorar sus patologías. “Y la dictadura de los centros comerciales... Porque nadie te obliga a comprar una talla, pero si estás en una edad vulnerable, debido a tu inmadurez, y te presionan por todos los lados por ser la única de la clase que no tiene un determinado modelito, porque no te cabe... Pues haces barbaridades por conseguir que te quepa. Y ahí está el problema”, advierte Fuertes.

Los dispositivos móviles pueden ser herramientas instrumentales en el desarrollo de numerosos problemas de salud mental, y no solo de tipo alimentario: también puede dar lugar a una adicción a las redes, si se exponen al contenido de estas mientras carecen de la madurez necesaria para lidiar con los riesgos que presentan. Y ahí, el papel de los padres es de nuevo fundamental: “A mi juicio, un menor no puede ni debe tener un smartphone antes de la adolescencia, es decir, los 12, 13 o 14 años, porque es como darles una bomba que les puede estallar en las manos. Si necesita un teléfono, cómprale uno antiguo para que usted sepa dónde está y que él o ella puedan contestar a su llamada”, apunta el psiquiatra.

Y es que el móvil, añade García, puede también jugar un papel destacado en los casos de acoso escolar y de ciberbullying. Un motivo más que suficiente para que los padres lo tengan muy en cuenta, “porque este ya no termina cuando se cierra la puerta de clase, sino que es constante: tarde, noche, festivos, fines de semana... Hay unos protocolos, sí, pero no siempre funcionan, porque los colegios a veces no tienen las herramientas necesarias y los orientadores carecen de tiempo material para detectarlo. Y mientras, el verdugo, que es el móvil, se lo hemos entregado nosotros”. Y añade: “Los índices de suicidio, que están creciendo, tienen muchas veces su origen en casos de acoso escolar, y no nos lo podemos permitir como sociedad. Llevar a un niño al sufrimiento extremo de que no tenga nada por lo que luchar en su vida, es durísimo”.

Amar nos vuelve más inteligentes


Revisado y aprobado por la psicóloga Gema Sánchez Cuevas.   | La Mente es Maravilllosa     |    28/04/2020

Escrito por Edith Sánchez

Algunos investigadores han llegado a la conclusión de que amar nos vuelve más inteligentes. Esto se debe a que existe toda una “red neuronal del amor” y una bioquímica particular que activa e incrementa todo un conjunto de funciones cognitivas. 

Lo que se dice usualmente es que cuando una persona está enamorada, de uno u otro modo, pierde la razón. Pues bien, la neurociencia ha comprobado que en realidad sucede todo lo contrario: amar nos vuelve más inteligentes. Claro que esa inteligencia no se aplica exactamente al ser amado, frente al cual sí suele haber una dosis de ceguera, pero sí a otros muchos aspectos. 

Hay varias cosas que cambian en el cerebro y en la fisiología de una persona que está enamorada. En principio, esta experiencia es muy especial, precisamente por eso. 

Cualquiera que ame, particularmente en la primera etapa de la relación, se siente más despierto, más conectado emocionalmente con el mundo; también es más empático y compasivo. 

En realidad, el amor nos hace mejores seres humanos. Sin embargo, la neurociencia descubrió que amar nos vuelve más inteligentes también. ¿Por qué? La química del amor reside principalmente en el cerebro y esa transformación que llega con el enamoramiento también alcanza áreas que realizan funciones cognitivas. 

Conocer el amor de los que amamos es el fuego que alimenta la vida”. – Pablo Neruda

Amar nos vuelve más inteligentes

Para llegar a la conclusión de que amar nos vuelve más inteligentes, un grupo de investigadores de la Universidad de Chicago escanearon el cerebro de personas enamoradas. Esta observación, y algunas pruebas, demostraron que los que aman también piensan más rápido, perciben más claramente las conductas y las ideas de los demás, y también son más creativos. 

Para llegar a esas conclusiones, los investigadores usaron unos electrodos. Una vez colocados en las cabezas de los sujetos que formaban parte de la investigación, les mostraron una serie de fotografías entre las que estaba una de su pareja. Así mismo, les dijeron diferentes nombres, incluyendo también al de su pareja.

Fue así como descubrieron que al ver a la persona amada o al escuchar su nombre se activaban 12 zonas cerebrales. Una de las áreas que tenía una actividad particularmente intensa era el giro angular, una de las regiones que tradicionalmente se asocia con el pensamiento abstracto y la creatividad. Una actividad que no cesaba cuando los participantes veían fotos de otras personas o escuchaban otros nombres. 

“Perder la cabeza”

Los resultados apuntaban hacia una dirección: no se pierde la cabeza por alguien; o más bien, sí se pierde, pero a la vez se gana mucho. En definitiva, amar nos vuelve más inteligentes.

Los investigadores compararon el “giro angular” con un pequeño robot que activa una red neuronal compleja, ya que esta zona está muy conectada con otras áreas del cerebro. 

El giro angular tiene que ver con funciones como procesar números e idiomas, así como datos autobiográficos de alta complejidad. Esto quiere decir que también con el amor surge una capacidad especial para comprender mejor nuestra conducta, en niveles más profundos que en situaciones normales. 

Tanto la agudización del pensamiento, como la activación de la percepción, hacen que las personas enamoradas sean más capaces de comprender la conducta de los demás, en un plano más profundo.

Se perciben más las características de los otros y se reconocen mejor sus sentimientos. De ahí que los investigadores hayan concluido que amar nos vuelve también mejores personas.

Más allá del enamoramiento

Aunque es claro que todas esas activaciones y reacciones cerebrales son más intensas durante la etapa del enamoramiento, lo cierto es que otro estudio comprobó que los mismos efectos podían observarse incluso mucho tiempo después, siempre que estuviera presente el amor, aunque ya no fuera tan efervescente como al principio. 

Una investigación de la Universidad de California así lo corroboró. En esta ocasión se estudió a un grupo de parejas que habían estado unidas durante un lapso promedio de 21,4 años. Lo común en todas ellas era el hecho de que afirmaban sentirse aún enamorados de sus respectivas parejas. Los investigadores encontraron que sus cerebros reaccionaban de manera similar a los de las parejas en enamoramiento. 

En particular, se comprobó que sus cerebros producían una mayor cantidad de dopamina, un neurotransmisor que tiene importantes efectos sobre el estado de ánimo, pero que además también influye en la actividad cognitiva. Básicamente contribuye a regular y modular los flujos de información. Un déficit de dopamina genera dificultades de memoria, atención y resolución de problemas. 

Con base en todas estas evidencias, se puede afirmar que efectivamente amar nos vuelve más inteligentes. Dicha inteligencia no solo se aplica a asuntos estrictamente cognitivos, sino que también abarca el amplio mundo de la inteligencia emocional. Esta es una razón más para amar, sin miedo y sin medida.