Uno de los mayores expertos en neuroeducación de España explica que los
niños empiezan a aprender antes de nacer, «unas seis semanas antes del parto»
Aprender es algo
instintivo. Nace con cada persona, inherente, y va de la mano con su
crecimiento. David Bueno (Barcelona, 1965) tiene mil
y un argumentos para entender el cerebro de un adolescente. Es doctor en
Biología, profesor e investigador de la Sección de Genética Biomédica, Evolutiva
y del Desarrollo de la Universidad de Barcelona y desde el 2019 dirige la
Cátedra de Neuroeducación UB-EDU1st, pionero en el mundo en centrarse en
la genética del desarrollo, la neurociencia y su impacto en el comportamiento
humano, especialmente, en los procesos de aprendizaje.
¿Cómo aprender más y mejor? Su premisa
se puede resumir en dos ideas: que haya emociones de por medio y estrategias
para aplicar cada cosa al mundo real. Bueno también ha sido investigador en la
Universidad de Oxford y ha realizado estancias en varias universidades
europeas.
—Neurociencia y educación,
¿cómo se combinan?
—La relación es sencilla: aprendemos
con el cerebro. Este es el órgano que no solo nos sirve
para adquirir conocimientos e ir fijando las experiencias que vivimos, sino
también para regular constantemente el comportamiento. La educación implica
vivir experiencias, adquirir aprendizajes y eso incluye aspectos de
comportamiento. Todo esto queda fijado en el cerebro. Así, una y otra se
combinan de forma que, a partir de los conocimientos que tenemos en
neurociencia, se entiende que todo lo que aprendemos afecta a la propia
estructura de este órgano para optimizar los procesos educativos.
—¿Existe un momento general en
el que todos los niños empiezan a aprender?
—Sí, es una marca genérica que no
depende del caso. Empiezan antes de nacer. Es algo que muchas personas no se
imaginan, pero se ha visto que unas seis semanas antes del parto, el cerebro
del feto ya empieza a adquirir conocimientos del exterior a través de las
vivencias de su madre, especialmente, vivencias de tipo socio emocional. Aquí hablo
de un embarazo de nueve meses, si el niño nace prematuro, ocurre igual pero una
vez ha nacido. Pero en un embarazo de nueve meses, el equilibrio neurohormonal
de la madre depende de cómo se relaciona con su entorno y eso influye en la
construcción del cerebro de su hijo o hija.
—¿Aprendemos de igual forma
tengamos la edad que tengamos?
—En general, aprendemos igual. Pero se
activan, de forma preferencial, distintas zonas del cerebro. Es decir, que el
proceso de aprendizaje sea el mismo significa que, todo lo que aprendemos,
queda fijado en el cerebro en conexiones entre las neuronas. Esto es lo que se
llama plasticidad neural, que se define como la capacidad que tienen las
neuronas de hacer conexiones nuevas, precisamente, para ir almacenando todos los
conocimientos que vamos adquiriendo. Eso ocurre desde antes de nacer hasta el
final de nuestros días. Ahora bien, según la edad, el cerebro prioriza un tipo
de conexiones u otras para que el crecimiento sea tan armónico como sea
posible. En este punto es dónde existen las diferencias. Se ha visto que en los
primeros años de vida, los cuales conforman la primera infancia entre los 0 y 3
o 4 años, se priorizan conexiones de corta distancia entre zonas externas del
órgano, conocida como corteza cerebral. Estas sirven para almacenar
aprendizajes de tipo socioemocional. A esta edad, lo que más llama la atención
de los niños y niñas es cómo nos relacionamos los adultos entre nosotros, cómo
lo hacemos con ellos y cómo respondemos a la forma que tienen ellos y ellas de
relacionarse con nosotros. La base de esta relación siempre es socioemocional.
Es la etapa que más marca sobre cómo van a percibirse a sí mismos, cómo van a
percibir su entorno y cómo se van a relacionar con su entorno, posteriormente,
a lo largo de su vida. Ojo, es la etapa que condiciona, pero no que determina,
pues el cerebro sigue siendo plástico y puede cambiar cosas que tenía
aprendidas.
—¿En qué etapa cambia esta
forma de aprender?
—Está claro que cada cerebro madura a
su ritmo, por lo que las cifras de años son aproximadas. En cualquier caso, a
partir de los 3 o 4 años y hasta los 11, lo que es la preadolescencia, el
cerebro empieza a madurar otra zona muy interna que se llama hipocampo. Esta es
la que permite gestionar la memoria. No la almacena, porque para eso están
las conexiones de todo el cerebro, pero sí permite gestionarla. Eso hace que
esta etapa de la vida sea la más importante para las destrezas académicas y las
competencias básicas. Por primera vez podemos aprender cosas que vamos a evocar
a voluntad en el futuro. Claro, antes de los tres o cuatro años, se aprenden
muchas cosas, pero no sabemos el qué porque el hipocampo no está lo
suficientemente maduro y no se enteró. Por eso, en educación esta es la etapa
para priorizar la lógica matemática, la lingüística, la lectoescritura o la
memoria por sí mismo. Por primera vez somos conscientes de aquello que
aprendemos. Después, hay una tercera etapa que coincide a partir de la
adolescencia y juventud, cuando el cerebro prioriza conexiones de larga
distancia entre zonas muy distintas entre sí. Esto permite aprendizajes más
complejos y, también, más eficientes. Es la época de secundaria, bachillerato,
formación profesional o universidad.
—Por lo que explica, el cerebro
tiene formas eficientes de adquirir conocimientos. Pienso en adelantar un hito,
como la lectura, cuando el niño tiene tres años. ¿Es esto correcto?
—No, cada cosa a su tiempo. Empezar
antes es un grave error. El cerebro necesita estar suficientemente maduro para
adquirir los aprendizajes que requieren de una zona. En el caso de la
lectoescritura, se calcula que la edad aproximada en la que el cerebro ha
madurado lo suficiente es de los 4 a los 7 años. Esto quiere decir que
cualquier momento entre 4 y 7 es absolutamente normal. Adelantarlo es
perjudicar ese cerebro. Por supuesto que hay niños que con 3 pueden aprender,
pero son una minoría. Si pueden, que lo hagan, pero nunca hay que forzarlos. Es
más, hay casos en los que a los 4 o 5 no están lo suficientemente maduros para
aprender a leer, pues que empiecen a los 6. Es más importante que comiencen
cuando estén listos, que forzarlos, porque a lo mejor aprenden a reproducir
sonidos que están escritos pero eso no es leer. Leer es entender. Pensemos que
esta es una actividad muy compleja para el cerebro porque no tenemos ninguna
zona que sirva para ello.
—Entonces, ¿cómo somos capaces
de hacerlo?
—Tenemos zonas que sirven para ver,
escuchar, hablar, porque son actividades cognitivas propias de nuestra
biología. Somos una especie que habla por instinto y hay zonas, como el área de
Broca o de Wernicke, que sirven para que hablemos. Pero leer es muy reciente.
El primer alfabeto tiene 5.000 años. El cerebro todavía no ha cambiado desde
aquella y, por lo tanto, no hay ninguna zona destinada a ello. Para
conseguirlo, se reciclan y conectan otras zonas que, de por sí mismas, no se
conectarían. Es contraintuitivo, por eso es tan difícil aprender a leer.
—¿Qué importancia tiene el
juego en la experiencia educativa?
—El juego es importante siempre,
especialmente durante la infancia. Es la manera instintiva que tenemos de
adquirir conocimientos. Los niños no juegan para divertirse, sino para
aprender. Es la forma controlada de relacionarse con el entorno, consigo
mismos, con otros compañeros para adquirir conocimientos. Lo que sucede es que
este aprendizaje es tan importante que el cerebro lo recompensa con sensaciones
de placer, de recompensa, de bienestar y así estimula nuevos juegos. Debería
ser la base de cualquier proceso educativo durante toda nuestra vida.
—¿Hay alguna forma de ser más
eficientes a la hora de aprender? Parece que todavía nos seguimos quedando en
memorizar el temario de pe a pa.
—Memorizar, a veces, es necesario, pero
es la peor forma de adquirir conocimiento. Lógicamente, en ocasiones puede
hacer falta recordar unos nombres o fechas, pero debemos aprenderlos para saber
aplicarlos a situaciones distintas a las del aprendizaje, porque esto es la
vida. La vida real no es repetir cosas de memoria, sino aplicar lo que
aprendimos a situaciones esperadas e inesperadas.
—Hablando de aplicar conocimientos, hoy en día hay muchos
profesores que apuestan por hacer dinámicas fuera de clase. ¿Cuánto de
beneficioso resulta?
—Muy beneficioso. De hecho, cada día deberíamos dedicar un rato a
aplicar lo que se ha aprendido. Hay algunas estrategias que son especialmente
útiles, como sería el caso de trabajar por proyectos. Como es lógico, no hace
falta que todo lo hagamos así, pero hay que incluirlos en los aprendizajes.
Otra estrategia que da muy buenos resultados es empezar el día haciendo una
especie de encuentro con todo el aula para pensar: «¿Qué vamos a hacer hoy?».
Cinco minutos, no hace falta más. Después se pasa a la acción y antes de irse a
casa, el aula se vuelve a reunir como una asamblea para preguntarnos: «¿Hemos
hecho todo lo que queríamos?, ¿qué hemos aprendido de aquello que hemos
hecho?». Esto nos permite pensar sobre las ideas, lo que ayuda a consolidar la
memoria y a poder planificar, en base a nuestra tarea diaria, lo que se puede
hacer mañana y cómo se puede plasmar en otras situaciones.
—Cuando yo era pequeña tuve que escribir, en numerosas
ocasiones, «que no volvería a hablar en clase» 500 veces. ¿El castigo te hace
aprender?
—Usted lo hizo y yo también [se ríe]. Aprender por castigo es
perjudicial porque aprendemos para evitar un daño, algo que no nos resulta
agradable.
—¿Y la frustración? Pienso en que un niño descubra,
delante de toda su clase, que ha suspendido un examen.
—Aquí se pueden mezclar varios temas. No hay que evitar siempre
las frustraciones, porque los niños tienen que aprender que en la vida existen.
Lo importante es que la frustración les sirva como motor para continuar
aprendiendo y, para eso, hay que ser resiliente. Eso es algo que se aprende.
Los adultos no debemos ahorrarles la frustración cuando una cosa no le sale
bien. Otra cosa es castigarlos o penalizarles si algo no les sale bien,
porque entonces verán la frustración como un punto final. Pensarán: «No me
ha salido bien, me frustro y aquí termina todo porque me han reñido». La
frustración hay que gestionarla, precisamente para utilizarla como un
trampolín. Eso se consigue con una visión positiva y proactiva de los errores.
Esas típicas frases que a veces se les dicen de «eres un desastre» o « no haces
nada bien». Eso es horrible, porque es decirle al niño que él, solo, es un
desastre y que él, solo, no hace nada bien.
—En esta línea, usted ha dicho en alguna ocasión que la
etiqueta que nos deberíamos poner y, les deberíamos poner, es que «todo el
mundo puede mejorar». ¿Cuando pensamos que x cosa se nos da mal es un error?
—Claro, es que la frase genérica, para entendernos, tendría que
ser que «esto lo podemos hacer mejor». «Podemos» es la primera persona del
plural, el niño tiene que hacerlo pero el adulto va a estar a su lado,
apoyándolo. Hacer es propositivo, lleva a la acción, a superar el fracaso y a
estimular las sensaciones de recompensa del cerebro. Ellos dirán: «Puedo
hacerlo mejor, qué bien». Aquí no ahorramos la sensación de frustración, sino
que la conducimos hacia lo positivo.
—¿Cómo se puede encontrar el equilibrio entre que un niño
aprenda a no frustrarse y que los padres no caigan en la sobreprotección o en
el «quita, que ya lo hago yo»?
—Es cuestión de apoyarles siempre emocionalmente, pero sin sacarle
las castañas del fuego. La sensación de abandono que tienen muchos niños, que
sienten que los han dejado solos, es muy perjudicial para el cerebro porque no
permite que ganen en confianza; esta es imprescindible cuando eres adolescente
o adulto para decidir cosas sobre tu propia vida. Si no confías en ti mismo, te
dejarás influir mucho más por tu entorno. Entonces, esta sensación de abandono
es nefasta, al igual que la sobreprotección. Una persona que se siente
sobreprotegida tiene dos vías principales de escape: o bien es sentirse un
inútil porque piensa que por sí mismo no vale para nada, o bien ser un tirano y
entender que siempre se debe hacer lo que esa persona quiera. Ambas cosas le
perjudicarán en su vida social y personal.
—¿La inteligencia se puede entrenar?
—La inteligencia tiene una parte genética. Hay personas que nacen
con más predisposición que otras. Pero esto sirve para cualquier aspecto
cognitivo, desde la creatividad, a la sociabilidad pasando por la inteligencia.
Si a una persona que tiene una buena predisposición a ser inteligente se le
machaca día a día con que es tonto, no lo manifestará porque creerá que
realmente no sirve. En cambio, una persona que tenga menos predisposición pero
esté estimulada, llegará muchos más lejos y podrá potenciar cualquier
capacidad, entre ellas, la inteligencia.
—En el boletín de notas siempre hay dos asignaturas que
quedan relegadas a un segundo plano: Educación Física y Artes Plásticas. ¿Qué
importancia tienen?
—Tienen una importancia brutal. Estas asignaturas son las que
aumentan más la plasticidad del cerebro, especialmente, en edades infantiles y
buena parte de la primaria. Recordemos que la plasticidad del cerebro implica
que después puedan adquirir nuevos conocimientos con más facilidad. Deberían
ser las materias básicas y transversales en infantil, y como mínimo, hasta
mediados de primaria. Después, por supuesto, hay que equilibrarlo con otras,
pero la base ya estaría ahí. Ojo, no es que las mates o lenguas no sean
importantes, que lo son, sino que deberían ser las ramas de este tronco común y
básico.
—Se sabe que el cerebro de un adolescente está cambiando y
que eso puede explicar ciertos comportamientos. ¿Qué le diría a los padres de
un joven que esté en la edad del pavo para que lo entendiesen algo mejor?
—Les diría que la adolescencia no solo es inevitable, sino
crucial en la vida. Es lo que les permite dejar atrás la infancia, para
encontrarse a sí mismos como jóvenes y adultos. Saber quiénes son, decidir
quiénes quieren ser y cómo quieren vivir su vida es fundamental. Entonces, hay
que dejar que decidan por sí mismos, aunque los acompañemos emocionalmente.
Ellos tienen que responder a sus grandes preguntas porque es un proceso
fundamental de maduración de las persona
—Voy más allá. Ha dicho con anterioridad que el descontrol
emocional adolescente significa que están madurando. Apuesto a que muchos
opinan todo lo contrario, que con este descontrol parecen ir hacia atrás.
—Sí, de hecho, durante la adolescencia hay tres zonas del cerebro
que son las que más cambian. Una de ellas es la amígdala, que es la que genera
las emociones. Durante la adolescencia, los jóvenes son más hiperreactivos,
responden antes y con más intensidad de forma emocional. Eso no lo podemos
evitar, son los cambios que se producen en su cerebro. De hecho, es un
mecanismo de protección. Las emociones son patrones de respuesta automáticos
ante situaciones que requieren una respuesta urgente y, precisamente, los
adolescentes se están enfrentando por primera vez a situaciones de adulto, sin
la experiencia que los mayores hemos acumulado a lo largo de los años. Por lo
que hay veces en las que no saben si están ante una oportunidad o amenaza. Así
que mientras que este desequilibrio emocional no supere unos límites de seguridad
personal, física y mental, así como de seguridad de su entorno, es incluso
biológicamente sano que sean así.
—¿Es cierto que solo utilizamos el 10 % del cerebro?
—No, es un mito absoluto. Viene del siglo XIX, cuando se empezó a
estudiar el cerebro. Por aquel entonces se vio que muchas partes no
representaban actividad eléctrica. Eso se debe a que su función es otra. Es
decir, el cerebro tiene neuronas, que son las células con actividad eléctrica,
pero además tienen muchas otras células que alimentan las neuronas, que limpian
y potenciar el cerebro, pero que no muestran actividad eléctrica. No sirven
para pensar, pero ayudan a que las neuronas lo hagan. De ahí surgió este mito.
Tampoco usamos el cerebro simultáneamente. Cuando estamos caminando usamos las
partes del cerebro que controlan el equilibrio o nuestras piernas, pero no las
zonas de reflexión.
—Y si no lo empleamos de forma simultánea, ¿la multitarea
es otro mito?
—Es medio mito. El problema de esto es que la atención, la capacidad de focalizar la atención de forma consciente, es un recurso escaso y limitado porque consume muchísima energía metabólico. Es limitado. Entonces, o ponemos mucha atención en una cuestión concreta o poquita en muchas. La multitarea es posible en el sentido de que podemos escribir una cosa en el ordenador, mientras chateamos por el móvil y vemos las noticias en la televisión. Eso sí, la atención que podemos en cada cosa es mucho menor que si solo nos centrásemos en una, así que, como consecuencia, no lo haremos tan bien.
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