jueves, 27 de agosto de 2015

El éxito de la depresión y del mito "tres en uno"

El fin último de esta sociedad ha dejado de ser la utopía de progreso para ser el afán
 de maximizar la producción
 RAFAEL TABARÉS SEISDEDOS | El País | 25/08/2014           

Poder sin límites, ser capaz de cualquier cosa nos convierte en sujetos récord, plusmarquistas que competimos con el otro y con nosotros mismos en una permanente relación de competencia. Así caracteriza el filósofo germano-coreano Byung-Chul Han la esencia de la sociedad actual. El "Yes, we can" de Obama y el "Podemos" de Pablo Iglesias expresan esta positividad de la motivación, de las iniciativas, de los proyectos. Los sujetos Podemos son emprendedores de sí mismos para desarrollar su iniciativa propia y la de los demás, cargados de la responsabilidad propia y la de los demás. Viven bajo los imperativos de ser Yo (uno mismo) y de ser Nosotros (nosotros mismos). Pero del "Todo es posible" al "Nada es posible" a veces hay una delgada línea pintada con el rojo casi negro de la decepción, del fracaso, de la depresión.
No debemos perder de vista que el fin último de esta sociedad ha dejado de ser la utopía de progreso y de civilización para ser el afán de maximizar la producción y, la positividad del "yo puedo"o del "nosotros podemos" es mucho más eficiente para aumentar la productividad que la negatividad del deber y la prohibición. Porque el sujeto de rendimiento-récord es un ser humano que tan solo trabaja (vive para trabajar), que se explota a sí mismo, voluntariamente, sin coacción externa (es su propia mano la que levanta el látigo y golpea su Yo). Hemos pasado de la explotación externa de la sociedad disciplinaria que denunciaba Marx a la explotación propia del neoliberalismo. Y esta última es una explotación más eficaz pues va acompañada de un sentimiento de libertad, de libre obligación. El sujeto de rendimiento-récord es, al mismo tiempo, verdugo y víctima. O mejor, amo y esclavo. No creo que lo que enferma sea el exceso de responsabilidad e iniciativa, o la cultura del esfuerzo, sino la autoexplotación voluntaria o cuando aparecen sentimientos de insuficiencia e inferioridad o el miedo al fracaso o a no estar a la altura para conseguir récords, entonces se convierte en castigo o peor autocastigo. Crecer bajo el imperativo plusmarquista del dinero, de la lógica de las ganancias, de ser especial, de tener una voz propia entre los gritos y el ruido; vivir sometidos a la violencia culpatoria del "Nada es imposible" puede ayudarnos a entender el éxito de la depresión en los tiempos que corren. Hoy vamos rumbo a convertirnos en una "máquina de récords" o, mejor, en una "máquina de alto rendimiento" que requerirá un dopaje o un entrenamiento exhaustivo para maximizar su hiperactividad o una farmacopea antidepresiva y ansiolítica para vencer el agotamiento, el cansancio de la vida hiperactiva.
De la mano de la melancolía (qué es así como era conocido el trastorno depresivo desde la época antigua), esta sociedad de plusmarquistas también nos ofrece una avalancha de seres hiperactivos y con problemas atencionales. El exceso de estímulos, informaciones, los big data están modificando de manera dramática nuestras capacidades atencionales y el procesamiento de la información. Admiramos y deseamos hacer más de una cosa al mismo tiempo. Sin embargo, hay tantas evidencias científicas que demuestran que el multitasking (la multitarea), es decir, el cambio acelerado y permanente de foco de atención a diferentes tareas o actividades simultáneas, es una regresión en el desarrollo cognitivo, una vuelta a la supervivencia en la selva, donde los animales salvajes están obligados a dividir su atención en diversas tareas como comer, reproducirse o criar en constante riesgo vital o competencia. En efecto, la neurociencia cognitiva nos advierte que, los hombres y las mujeres tenemos una limitación de la capacidad atencional a una o dos actividades simultáneas. Cualquier incremento supone una merma en el aprendizaje, una aceleración en la fatiga, incluso, puede tener consecuencias terribles cuando se está conduciendo un automóvil. Cuando conducimos y usamos un teléfono móvil, con las manos o con un kit de manos libres para conversar se multiplica por cuatro el riesgo de sufrir un accidente de tráfico (como un conductor con una tasa de alcoholemia de 0.8 g/L). El riesgo de accidente se multiplica por más de 20 cuando los conductores envían mensajes a través de su Smartphone o móvil inteligente. Se pasa cinco segundos concentrado en el mensaje, lo cual es como viajar 90 metros con los ojos vendados. Tal vez haya que buscar más elementos para sostener el mito de la multitarea. Por ejemplo, una necesidad extrema de sentirnos vivos, de estar conectados, permanentemente conectados, de día y de noche, por múltiples vías (email, twitter, whatsapp, instagram, teléfono). Pero son miles de conexiones insatisfactorias, de baja calidad porque resultan irrelevantes y superficiales. Pongámonos en situación: recuerden la última conversación con su pareja o amigos o hijos, seguro que alguno de los dos, si no los dos, se pusieron a mirar automáticamente un mensaje o un mail o una noticia, a contestar las llamadas entrantes, a chatear, a zapear. ¿Cómo se sintió? ¿Cómo se sentirá el otro? ¿Desplazado? ¿Poco importante?
Otra posibilidad más inquietante si cabe es la que sostienen Timothy D. Wilson y sus colegas de los departamentos de Psicología de las universidades de Harvard y Virginia quienes acaban de publicar sus experimentos en la prestigiosa revista científica americana Science donde muestran que los humanos evitamos de cualquier manera quedarnos a solas con nuestros pensamientos. Los participantes prefirieron escuchar música, navegar por Internet o mandar mensajes con su Smartphone a sentarse en soledad con sus pensamientos durante 6-15 minutos. Pero, terrible sorpresa, el 67% de los hombres y el 25% de las mujeres prefieren recibir una descarga eléctrica y sufrir un daño físico antes que seguir con el sufrimiento mental de vagar consigo mismo. Un mínimo de introspección, de meditación nos sumerge en la peor de nuestras angustias hasta autocastigarnos.

La sociedad de rendimiento-récord manda un mensaje inequívoco: no es posible una atención profunda y contemplativa, el don de la escuchada paso a la preciada pura agitación de los hombres en acción, por tanto, no se darán ya relaciones profundas sin miedo al silencio, sin la angustia de no decir o de no hacer en la pareja, la familia, la academia, el trabajo o la comunidad. Nietzsche, Han y otros nos avisan esta tarde de verano, la manera más civilizada de estar y de ser, cuando se han conseguido los principales logros culturales y científicos ha sido bajo una profunda y contemplativa atención, ante una mirada larga y pausada. La vida contemplativa convierte al hombre en aquello que debe ser y, no la multitarea, la simultaneidad o el zapping mental.

Rafael Tabarés-Seisdedos es Catedrático de Psiquiatría en la Universitat de València.

domingo, 23 de agosto de 2015

La vida es más que una lista de tareas

PSICOLOGÍA
Vivimos inmersos en la sociedad del rendimiento y la hiperactividad. ¿Resultado? Ansiedad. Debemos distinguir entre lo importante, lo urgente y lo eliminable

GABRIEL GARCÍA DE ORO | El País | 27/03/2015
                           
 Empecemos con un cuento. El de La Cenicienta. Pero no nos fijaremos ni en el zapato de cristal, ni en la calabaza que se convierte en carruaje, ni en el príncipe azul. Vamos a poner nuestra atención en la cantidad de tareas que debe hacer Cenicienta antes de ir al baile. Lógicamente, cuando llega la hora de ir al baile, que es lo que realmente le hace ilusión y lo que de verdad cambiará su vida, está tan cansada que necesita la mágica ayuda del Hada Madrina para conseguirlo.
Pues bien, nosotros no somos muy diferentes a ella. Antes de poder asistir a nuestros bailes, es decir, a aquello que realmente nos hace ilusión, nos motiva y quién sabe si también puede cambiar nuestras vidas, nos vemos inmersos en un sinfín de quehaceres: la casa perfectamente ordenada, la lavadora tendida, el niño apuntado a cuatro actividades extraescolares; hay que ser, por supuesto, tremendamente productivos en nuestros trabajos, excelentes e imaginativos amantes con una vida social rica, activa y variada… y tener actualizado Facebook. ¡Ah!, y sería bueno comer cinco piezas de fruta al día y correr diez kilómetros y no tener ojeras y… Hacer, hacer y hacer. Al final de nuestro cuento, lo que sucede es que el baile siempre queda relegado a mañana, a “cuando acabe esto…”. Y así pasan los días.
“Primero, lo primero”- Stephen Covey
Como mínimo, Cenicienta tiene una excusa, o dos. Las malvadas hermanastras la obligan y la maltratan. Pero hoy las hermanastras somos nosotros mismos. Byung-Chul Han, en su célebre libro La sociedad del cansancio, nos advierte de que vivimos en una sociedad de gimnasios, torres de oficinas, bancos y aviones. Es decir, en la sociedad del rendimiento. Y una de las características de esta sociedad es que el individuo se autoexplota con la coartada de la obligación. Porque hoy el único pecado es no hacer nada. Hasta los momentos de ocio o los periodos de vacaciones se han convertido en una conjunción inagotable de tareas que nos dejan más cansados que cuando empezamos.
Además, como señala el filósofo surcoreano, al no haber un explotador externo al que podamos enfrentarnos y oponernos con un rotundo ¡no!, la lucha resulta más complicada. Sin embargo, también es verdad que basta con querer para vencer a las dos hermanastras que nos tiranizan.
Admitamos pues que nos rodea el afán de productividad, que quien más quien menos se deja seducir por las libretas preparadas para que podamos hacer listas que cumplir. Byung-Chul Han asegura que la multitarea nos conduce a un estado de atención superficial y debemos tener en cuenta que los logros de la humanidad se deben a una atención profunda y contemplativa. Y para ello vamos a atacar al enemigo con sus mismas armas y confeccionar una lista, pero inteligente, que nos sirva a nosotros y no que acabemos nosotros sirviéndola a ella. ¿Cómo?
El baile, en primer lugar. Hay que darle la vuelta a la lista. No dejar el baile para “cuando acabe todo esto”. Ocuparnos primero de lo fundamental, de nosotros mismos. Empezar el día dedicándonos a aquello que sabemos que nos hará bien.
¿Y qué hacemos con todo lo demás? Porque está claro que hay cosas que no podemos simplemente dejarlas de lado. ¿Cómo hacer entonces? Ayudará dividir el registro de tareas en tres grandes grupos.
Cosas que afrontar. Lo que tengamos que hacer, hagámoslo. Una vez hayamos ido al baile, no dejemos que esas otras cosas que volverán a aparecer tarde o temprano revoloteen por nuestra cabeza. Por ejemplo, una llamada incómoda que vamos postergando. ¡Son tres minutos! Pero si seguimos retrasándola, en lugar de 180 segundos llegará a durar seis meses en nuestra cabeza.
Cosas que organizar. No hace falta que carguemos con todo. Podemos delegar, pedir ayuda, repartir tareas, conseguir que ciertas cosas se realicen sin que recaigan en nosotros.
Cosas que no hacer. Seguro que en esta lista hay muchos elementos que realmente no son necesarios que se pueden eliminar y liberar espacio. Cada uno debe decidir cuáles. Saber qué es lo que no hay que realizar es tan importante como ponerse manos a la obra con aquello que sí lo es. 
Los grandes bailarines no son geniales por su técnica. Son geniales por su pasión” - Martha Graham.
Antes de empezar a bailar es importante descubrir cuál es nuestra música. Qué nos hace felices. Qué es lo que realmente nos importa. Sir Ken Robinson lo llama el elemento, y nos asegura que “descubrir el elemento es recuperar capacidades sorprendentes en nuestro interior, y desarrollarlo dará un giro radical no solo al entorno laboral, sino también a las relaciones y, en definitiva, a la vida”.
¿Tenemos ganas de bailar? Si siempre que pensamos en ello nos crece un hormigueo, si cuando estamos desarrollando esa actividad, aunque no sea todas las veces que quisiéramos, lo afrontamos con ganas y dedicación. Si la contestación es sí, atentos, porque puede ser que este sea nuestro elemento. El baile que nos está esperando.
¿Se detiene el tiempo? A pesar de las advertencias del Hada Madrina, Cenicienta está tan encantada en el baile que pierde la percepción del tiempo. Le dan las doce de la noche sin que se dé ni cuenta. Solo las campanadas del reloj la pueden sacar del estado de flow en el que ha caído, el verdadero hechizo cotidiano, y que se caracteriza porque enfocamos nuestra energía y sentimos una implicación total en la tarea, tal como lo definió Mihály Csíkszentmihályi en 1975. Si aquí la respuesta es que sí, seguro que ese es el baile que andamos buscando.
¿Se activará la magia? La magia no es otra cosa que la pasión. Y la pasión es el motor de la grandeza, la autorrealización y la maestría. Si descubrimos aquello que nos apasiona, seremos capaces de focalizar nuestra energía en ello.


martes, 18 de agosto de 2015

Vivir tras una coraza

PSICOLOGÍA
Hay personas que tienen tanto miedo a ser heridas que terminan viviendo a la defensiva
Se muestran frías y desafiantes en un intento por lograr el control sobre su entorno

BORJA VILASECA | EL PAIS | 18/01/2015

Muy pocas personas miran fijamente a los ojos cuando hablan con sus interlocutores. Debido a la falta de seguridad, o de costumbre, suelen desviar la mirada a la nariz o la boca. Sin embargo, hay quienes no saben mirar de otro modo, clavando sus ojos de forma directa, franca y honesta. Y cuando uno se encuentra con alguien que mira así, muchos se pueden sentir algo incómodos e incluso intimidados.
No es casualidad que a estas personas se le cuelgue el sambenito de desafiadores. Quienes van de cara por la vida suelen irradiar un aura de poder y fuerza. De hecho, suelen ser individuos que enseguida están al mando de la situación. Nadie pone en duda que son líderes natos. Y que desprenden un magnetismo de lo más seductor. Sin embargo, su liderazgo a menudo deviene en autoritarismo, en especial cuando se sienten amenazados. Es entonces cuando aflora su enorme visceralidad, arremetiendo con ­dureza y agresividad a quienes se atreven a confrontarlos.
La mejor defensa no es un buen ataque. La mejor defensa es no sentirse atacado” - Gerardo Schmedling

Están tan acostumbrados a imponer su voluntad sobre los demás que no soportan que nadie les diga lo que tienen que hacer. Poseen madera de jefes y algún que otro rasgo de tiranos. Más que respeto, los demás les tienen miedo. No es muy recomendable cuestionar su autoritarismo. Ni mucho menos discutir o pelearse con ellos. Cuando piensan que alguien ha actuado de manera injusta, se sienten legitimados a contraatacar de forma violenta. El fuego que anida en sus entrañas tan solo necesita de una pequeña chispa para estallar en llamas, quemando todo aquello que obstaculiza su paso.
El justiciero que llevan dentro quienes viven a la defensiva les dota de una fuerza sobrenatural, ayudándoles a desarrollar un instinto protector al servicio de los suyos, o de aquellos que consideran más vulnerables y débiles. Y para no perder el dominio de sí mismos, tratan desesperadamente de controlar cualquier situación. Los individuos que poseen este tipo de personalidad no resultan fáciles de conocer. Viven detrás de una coraza. Cuanto más en conflicto entran con los demás, más se protegen y se encierran en sí mismos. En casos extremos terminan por aislarse de su entorno social, pudiendo llegar a vivir como ermitaños.
Para que estos desafiadores bajen la guardia es fundamental que comprendan las ­motivaciones ocultas que les llevaron a tomar el escudo y a desenfundar la espada en primer lugar. Por más que les moleste reconocerlo, son como los cangrejos: muy duros por ­fuera y extremadamente blanditos por dentro. Su apariencia hostil y fuerte no es más que una fachada, un mecanismo de ­defensa que han desarrollado desde niños para que nadie vuelva a hacerles daño. Y también para tratar de que nada, ni nadie, pueda dominarlos.
“Prefiero sufrir una injusticia que cometerla” -  Sócrates

Quienes viven tras una coraza comparten un mismo tipo de recuerdo. En muchos casos, algo sucedió cuando todavía eran niños inocentes e indefensos. Tal vez un cambio de colegio. Una separación de los padres. Un accidente. Abusos y maltratos de cualquier tipo, o la muerte de un ser querido. No importa tanto el qué, sino cómo interpretó el suceso la persona que lo vivió. A raíz de afrontar alguna situación adversa suele tomar conciencia –siendo todavía muy niño– de que el mundo es un lugar amenazante, injusto y violento, donde solo los fuertes y los duros consiguen sobrevivir.
Esa es precisamente su herida. La que nace de haber conectado con su propia vulnerabilidad. Al negar y condenar esta debilidad, esa persona empieza a construir, ladrillo a ladrillo, una muralla que lo proteja de volver a sufrir. Paradójicamente, al vivir a la defensiva, con el tiempo se convierten en adultos controladores y dominantes. Y también hiperreactivos. Es decir, que están a la que saltan. Por eso suelen mostrarse tan agresivos y cosechan multitud de conflictos.
Los problemas derivados de este tipo de actitud van más allá. Una vez cesa la lucha, estas personas tienden a culpar a los demás por el sufrimiento que han experimentado. Y al hacerlo, se sienten legitimados para castigar a sus supuestos agresores. Pueden llegar incluso a vengarse de ellos de forma cruel. Al mismo tiempo también se culpan a sí mismos del sufrimiento que consideran que han causado a los demás. Es entonces cuando, en un intento desesperado por redimirse, pueden llegar a hacerse daño a sí mismos, tanto física como emocionalmente.
Solo podemos perdonar cuando comprendemos que el otro nunca nos ha hecho daño” Irene Orce

Llegados a este punto, cabe diferenciar entre el dolor físico y el sufrimiento emocional. Es cierto que tenemos el poder de matarnos unos a otros. Pero nadie nos ha hecho sufrir sin nuestro consentimiento. Los demás pueden tomar decisiones que nos perjudican directamente, o comportarse de una forma con la que no estamos de acuerdo. Pueden incluso insultarnos a la cara. Pero analizamos estas situaciones detenidamente, nos damos cuenta de que lo que sentimos no tiene tanto que ver con lo que ha sucedido, sino con nuestra interpretación de los hechos.
El punto de inflexión en la vida de quienes viven detrás de una coraza llega el día en que empiezan a cuestionar una creencia tan falsa como limitante: “Los demás son la causa de mi sufrimiento”. Es entonces cuando comprenden que el poder –el de verdad– no consiste en vivir a la defensiva o tratar de controlar, sino en ser verdaderamente dueños de sí mismos. Para lograrlo, han de dejar de ser reactivos para empezar a cultivar la responsabilidad. Es decir, deben aprender el arte de responder de forma proactiva frente a cada situación adversa y cada persona conflictiva con la que se cruzan.
La culpa existe en una sociedad victimista, una que condena el hecho de que las personas necesitemos cometer errores para evolucionar. Por ello, el gran aprendizaje vital de estos desafiadores pasa por perdonarse a sí mismos por los errores cometidos en el pasado, lo que les permitirá liberarse del sentimiento de culpa que cargan a sus espaldas. Ese es precisamente el significado de la palabra “inocencia”: el estado del alma libre de culpa. Solo así pueden perdonar a quienes consideran que les agredieron: llegando a comprender que, más que maldad, el motor de los errores de los demás fue la ignorancia y la inconsciencia. Vivir sin coraza implica aceptar y sentir la propia vulnerabilidad. Esta es la auténtica fortaleza.

martes, 11 de agosto de 2015

Salud destina 2,6 millones para frenar los hábitos adictivos

SANIDAD | Plan de Salud 2013-2020
Las ayudas promoverán programas de prevención y conductas de vida saludables

MIKEL SEGOVIA | Bilbao | El Mundo | 19/07/2015

El Departamento de Salud destinará 2,6 millones de euros en ayudas destinadas a entidades locales y asociaciones sin ánimo de lucro para el desarrollo de programas de prevención comunitaria y la puesta en marcha de proyectos para reducir los riesgos y daños en distintas adicciones. Englobado dentro del programa de impulso de los hábitos saludables previsto en el Plan de Salud 2013-2020 y el VI Plan de Adicciones, la consejería de Jon Darpón aspira a promover el desarrollo de políticas y acciones que promocionen entre la población estilos de vida saludables.

Las ayudas se convierten en una aportación directa desde las instituciones para luchar contra un fenómeno, el de las adicciones, y hacerlo en colaboración y coordinación con otros colectivos e instituciones. La lucha contra las adicciones es una de las áreas prioritarias establecida en el Plan de salud del Ejecutivo vasco. La Orden que regula estas ayudas, aprobada esta semana, contempla tres líneas de actuación fundamentales. Se otorgarán subvenciones para la creación y mantenimiento de equipos técnicos de prevención comunitaria a cargo de entidades locales. Además, las organizaciones locales podrán acceder a un segundo bloque de ayudas que se dedicará al desarrollo de programas de prevención de adicciones, así como de promoción de conductas saludables.
Por último, las entidades de iniciativa social sin ánimo de lucro podrán solicitar ayudas para proyectos de prevención y de reducción de riesgos y daños, así como de promoción de conductas saludables.
La citada Ley de Adicciones aprobada por el Gobierno vasco prevé la adopción de medidas contra fenómenos adictivos como el juego, el uso de las tecnologías digitales, además de las adicciones más habituales como el alcohol o el tabaco.

La nueva norma prohíbe fumar en estadios de fútbol, plantea restricciones al consumo de alcohol en la calle y fija límites para el consumo del cannabis en clubes de consumidores.


miércoles, 5 de agosto de 2015

¡Viva la jornada intensiva! (y, por si fuera poco, adelgaza)

PSICOLOGÍA
Los beneficios del horario de verano son insondables. No es solo la vida social: su salud también mejora

MIGUEL ÁNGEL BARGUEÑO | El País | 21/06/2015

Tres de la tarde: fin de la jornada laboral. Durante gran parte del año, es una utopía para la inmensa mayoría de trabajadores que salen de casa con el desayuno en la boca para regresar poco antes de la cena. Pero llega el verano, con sus efluvios relajados y permisivos, y en muchas empresas se avienen a condensar la estancia de sus empleados en sus oficinas. Lo cual no quiere decir que sea para trabajar menos, desde luego. Expertos en recursos humanos y catedráticos de Economía pregonan que trabajar más horas no significa producir más. Entre un alto porcentaje de trabajadores provoca alborozo: pese al obligado madrugón (la hora de entrada se suele adelantar), disponer de la tarde libre para dedicarla a la familia, ir al cine, tomar el sol, leer un libro, hacer sudokus, buscar ese bañador inexistente que nos sienta bien, hacer ganchillo o pintar al óleo —lo que les dé la real gana—, siempre compensa. Y por si fuera poco, un médico también se lo aconsejaría. Estos son los cinco beneficios para su salud del horario de verano.
1. Reduce el estrés. Con frecuencia tenemos la impresión de que nuestra vida es una carrera constante: corremos para que los niños no lleguen tarde al colegio, para fichar a tiempo en la oficina… Partir el día en dos puede ser una buena manera de centrarnos en el trabajo cuando es necesario y dedicarnos a otras cosas que lo requieren: eso nos libera de mucha presión. “Los psicólogos llamamos 'doble presencia' a esa situación tan habitual de estar físicamente en el trabajo, pero mentalmente con tus obligaciones familiares. Eso genera mucho estrés y mucho malestar, que con la jornada intensiva se puede evitar”, afirma Elisa Sánchez Lozano, psicóloga y coach, y portavoz del Colegio Oficial de Psicólogos de Madrid. Las tardes libres también fomentan nuestra vida social, importante para descargar preocupaciones. “Contar lo que te ocurre a tus amigos y sentir que alguien empatiza contigo es un buen antídoto contra el estrés”, añade. Recordemos que las consecuencias de esta tensión permanente vandel resfriado a la recaída en adicciones.
2. Aumenta la autoestima. Meternos en la cama convencidos de haber exprimido el día al máximo, repartiendo en su justa proporción el tiempo entre trabajo, ocio y familia, es todo un halago a nuestra autoestima, como asegura Sánchez. “Percibes que has cumplido tus objetivos. Te sientes mejor profesional y al mismo tiempo, si puedes ir al cine después, el balance te sale más pleno”, explica.
Percibes que has cumplido tus objetivos. Te sientes mejor profesional y, al mismo tiempo, si puedes ir al cine después, el balance te sale más pleno" (Elisa Sánchez, psicóloga)
3. Facilita la práctica del deporte. Con este horario de trabajo ya no vale la vieja excusa de que no hacemos deporte por falta de tiempo. Al contrario de lo que ocurre con la jornada partida, que suele borrar de nuestras agendas el espacio para cualquier actividad que sirva para ponernos en forma, con la jornada continua disponemos de toda la tarde por delante (con la lógica precaución de no excedernos con el ejercicio al aire libre en las horas de más calor). Ahora sí que podemos darnos el gusto, por ejemplo, de dedicar una hora entera a caminar, una actividad apta para casi todo el mundo y que contribuye a tener una vida más larga, según un estudio de la Sociedad Americana del Cáncer.
4. Aligera la dieta. La jornada comprimida obliga a adelantar el despertador y, aunque debemos asegurarnos de que eso no reduce las necesarias siete u ocho horas de sueño (hay que acostarse antes), puede ser un salvoconducto a una dieta más baja en calorías. Porque, atención: quienes se levantan tarde tienden a consumir 248 calorías de media más al día que los madrugadores. Lo dice un estudio de la Universidad de Northwestern, en Illinois (EE UU). ¿A qué se debe? Según su análisis, las personas que se acuestan y se levantan tarde ingieren más calorías en la cena, más comida rápida, menos frutas y verduras y, en consecuencia, pesan más que aquellas que se van pronto a la cama y se levantan temprano.
Pero, por desgracia, no todo es tan bonito como suena. Según otro estudio, realizado por investigadores españoles y publicado en 2013 en el International Journal of Obesity, quienes comen antes de las tres de la tarde pierden un 25% más de peso que quienes lo hacen después de esa hora. Maldición. ¿Con la jornada intensiva no puedo comer hasta pasadas las tres? Cierto. Por eso, para no llegar al almuerzo hambriento como un lobo, extreme la regla de las seis comidas al día: desayune fuerte y tome un tentempié a media mañana.

5. Mejora nuestro humor. Trabajar muchas horas agota: llegamos a casa con ganas de derrumbarnos en el sofá y cara de pocos amigos. “La fatiga, física o mental, afecta al estado de ánimo, al humor”, sostiene la psicóloga. ”Es muy difícil mostrar una sonrisa cuando estás cansado físicamente o sientes que tu día no ha sido productivo”. Por el contrario, el horario estival propicia (siempre que durmamos como es debido) que al final del día nos encontremos menos cansados. Incluso, con algo de suerte, después de comer hemos podido echarnos una cabezada en nuestro sillón favorito. Piense en esta palabra: “Siesta”. ¿No se le ilumina el rostro? Según Javier Puertas, jefe del servicio de Neurofisiología y la Unidad de Sueño en el Hospital Universitario La Ribera, ha de durar 30 minutos y no alargarse más allá de las 16.30 horas. ¿Beneficios? Mejora la salud cardiovascular. Disfrútelo mientras pueda: en otoño los días volverán a ser muy largos.


domingo, 2 de agosto de 2015

¿Nos sientan bien los elogios?

PSICOLOGÍA
Aceptar los cumplidos no resulta sencillo: exige grandes dosis de humildad, evitar caer en la tentación vanidosa y saber distinguir entre los interesados o tóxicos y los verdaderamente sinceros

JENNY MOIX QUERALTÓ  | El País | 10/07/2015
                                                                 
En un rincón de su estudio, una chincheta sujetaba en la pared tres corazones de cartulina. Cada uno de ellos contenía un mensaje escrito con un grueso rotulador rosa: “Bonita sonrisa”, “Entusiasta” y “Divertida”. Cuando los ojos de María se cruzaban con esos corazones, se detenían un instante para sentir ese aire cálido que le dejaban dentro. Provenían de un taller de autoestima en el que había participado tres años atrás. Concretamente, de un ejercicio en el que los participantes anotaban en un corazón alguna característica positiva del resto de compañeros. De tal manera que cada uno recibía corazones anónimos con sus bondades.
A María ese ejercicio le había sentado estupendamente. De hecho, la caricia emocional y el empuje que notó en su día todavía resurgían al releer esas palabras rosas. ¿A todos los participantes les sentó igual de bien? Probablemente no, pues en este tipo de ejercicios las ­reacciones suelen ser muy diversas. A diferencia de nuestra protagonista, algunas personas no digieren bien las alabanzas. No les entran. Por sus neuronas pueden circular ideas como: “Lo han dicho porque tocaba”. Si nuestra autoestima está dañada, las palabras bonitas, por muy sinceras que sean, caen en saco roto. Los psicólogos experimentamos a menudo la aguda sensación de inutilidad al intentar y no conseguir transmitir su valía a una persona. Les prestarías tus ojos para que se vieran a través de ellos.
Un elogio sincero es un termómetro de cómo nos ven desde fuera” - Ferran Ramon-Cortés

Rehusamos los elogios cuando creemos que no somos dignos de ellos. Pero este es solo un motivo. A veces, el rechazo del piropo es una maniobra inconsciente de nuestro ego. “No, no es cierto”, respondemos, deseando, con un fervor no reconocido por nuestra conciencia, que nos lo repitan y, si puede ser, lo agranden aún más. Tal como sugiere François de la Rochefoucauld, “rechazar una alabanza es desearla el doble”. En otras ocasiones no reaccionamos nosotros, sino nuestro cuerpo. Enrojecemos y hundimos la cabeza como si nos quisiéramos fundir en el ambiente. Rabindranath Tagore lo describe con sutileza: “Me avergüenza la alabanza porque me satisface en secreto”.
No aceptar los aplausos se ha vuelto casi una cuestión de educación. Con su aceptación podríamos estar sugiriendo que creemos merecerlos. Y eso, paradójicamente, en esta sociedad no está bien visto. Así que aunque pensemos que nuestro trabajo está bien, si alguien nos lo confirma, lo suyo es ponernos el traje de la falsa modestia y seguir las varias alternativas que nos sugiere el protocolo. La primera consiste en empequeñecer nuestro trabajo: “No, no es para tanto, era fácil”. La segunda, en rebotar el elogio: “Lo que está realmente bien es lo que has hecho tú”. La lista puede expandirse hasta la orilla de nuestra creatividad. Las retorcidas reglas sociales apuntan que lo correcto es no aceptarlos.
Aunque aceptar elogios nos parece propio de personas vanidosas, en el fondo es señal de humildad. Las inseguridades pululan en el interior de todos los humanos. Es una de nuestras señas de identidad. Preparas un pastel, lo pruebas y está exquisito, pero… ¿les gustará a los amigos que vienen a cenar? Esos titubeos siempre tintinean dentro de nuestras cabezas.
Justamente porque somos humanos y las inseguridades se apropian de nosotros, si alguien nos dice: “Qué rico está el pastel”, lo recibimos como un auténtico bálsamo. Necesitamos y debemos aceptar los elogios justamente porque somos humanos. La aceptación de un elogio es una muestra de humildad, con ella estamos diciendo que lo necesitamos. La arrogancia sería actuar como si no los requiriéramos porque la seguridad en nosotros mismos es total.
Años atrás vino a mi despacho un alumno a revisar la nota de un examen. Había obtenido un 4,5 y quería que lo aprobara. Le comenté que era imposible. La asignatura se aprobaba con un 5 y no podía hacer excepciones. Y me soltó: “¡Jenny, tú que eres tan simpática!”. Ahora lo recuerdo y sonrío. Existen elogios manipuladores. Algunos, como este caso, son más evidentes, otros andan camuflados.
¿Cómo desenmascarar a los camuflados, cómo distinguirlos de los auténticos? Difícil. Las investigaciones sobre cómo detectar engaños no arrojan resultados contundentes, ni conectando a una persona a un gran aparataje para descubrir sus mentiras somos capaces de acertar. Podríamos pensar que el camino es seguir lo que nos dice el corazón, pero incluso él se despista a menudo. Quizá la cuestión no sea diferenciar los elogios auténticos de los que no lo son, sino fijarnos adónde nos llevan. Supongamos que después de masajearnos el ego, explicándonos lo bien que lo hacemos todo, nos piden que realicemos un proyecto y lo aceptamos. Aquí lo importante no es tanto si el elogio era real o falso, sino si realmente nos apetecía realizar el trabajo.
A veces los elogios pasan de bálsamo a convertirse en droga dura. No podemos vivir sin ellos. Y entonces caemos en la trampa mortal de olvidarnos de lo que realmente nos gusta para ir hacia la búsqueda descontrolada de nuestra dosis. El ritmo de la sociedad industrializada nos ha traído elogios homogeneizados e instantáneos: los “me gusta” de Facebook son un buen ejemplo.
Los elogios tienen peligro: creerse que uno se ha vuelto infalible y vuela por encima del bien y el mal. Hay que relativizarlos”  - Javier F. Maroto

Conversando con una alumna, me confesaba que a ella le costaba horrores elogiar a los demás. No estoy hablando de una chica fría y desalmada, sino todo lo contrario. Le pregunté si el motivo era que no encontraba nada para ensalzar. “No es eso, de hecho encuentro muchas cosas dignas de admiración, pero no me atrevo a expresarlo. A veces, lo único que consigo es elogiar indirectamente, como en broma”. Al expresarnos sinceramente, nos mostramos, nos exponemos, pero la alternativa, cerrarnos, impide crear sólidos hilos de unión.
No todos los elogios sientan igual. Los hay que saben a interés y resultan más bien tóxicos. Otros huelen a formulismo y nos dejan impasibles. Los que realmente nos nutren son los que salen del alma. En particular, nos gustan los concretos, no es lo mismo “buen trabajo” que “me gusta cómo está redactado tu trabajo, los esquemas que empleas y la presentación”. Si decimos las cosas en el momento en que se “tienen que decir”, parece demasiado protocolario. Un amigo nos enseña su piso, el “qué bonito es” en el mismo momento puede parecer porque toca. Si se lo repetimos al día siguiente por teléfono, la verosimilitud de nuestra opinión se multiplica. Son detalles esenciales que a menudo olvidamos.
Si el simple aleteo de una mariposa puede provocar un tsunami al otro lado del mundo, ¿qué pasaría si hoy todos nos pusiéramos de acuerdo en regalar elogios sinceros? 

Nota.- El artículo era más largo, he borrado algunos párrafos. Si a alguna persona le interesa leerlo completo lo puede encontrar en el periódico y fecha que se indica al principio del artículo. Saludos.