PSICOLOGÍA
Vivimos
inmersos en la sociedad del rendimiento y la hiperactividad. ¿Resultado?
Ansiedad. Debemos distinguir entre lo importante, lo urgente y lo eliminable
Empecemos con un cuento. El de La Cenicienta. Pero no
nos fijaremos ni en el zapato de cristal, ni en la calabaza que se convierte en
carruaje, ni en el príncipe azul. Vamos a poner nuestra atención en la cantidad
de tareas que debe hacer Cenicienta antes de ir al baile. Lógicamente, cuando
llega la hora de ir al baile, que es lo que realmente le hace ilusión y lo que
de verdad cambiará su vida, está tan cansada que necesita la mágica ayuda del
Hada Madrina para conseguirlo.
Pues bien,
nosotros no somos muy diferentes a ella. Antes de poder asistir a nuestros
bailes, es decir, a aquello que realmente nos hace ilusión, nos motiva y quién
sabe si también puede cambiar nuestras vidas, nos vemos inmersos en un sinfín
de quehaceres: la casa perfectamente ordenada, la lavadora tendida, el niño
apuntado a cuatro actividades extraescolares; hay que ser, por supuesto,
tremendamente productivos en nuestros trabajos, excelentes e imaginativos amantes
con una vida social rica, activa y variada… y tener actualizado Facebook. ¡Ah!,
y sería bueno comer cinco piezas de fruta al día y correr diez kilómetros y no
tener ojeras y… Hacer, hacer y hacer. Al final de nuestro cuento, lo que sucede
es que el baile siempre queda relegado a mañana, a “cuando acabe esto…”. Y así
pasan los días.
Como mínimo,
Cenicienta tiene una excusa, o dos. Las malvadas hermanastras la obligan y la
maltratan. Pero hoy las hermanastras somos nosotros mismos. Byung-Chul Han, en
su célebre libro La sociedad del cansancio, nos advierte de que
vivimos en una sociedad de gimnasios, torres de oficinas, bancos y aviones. Es
decir, en la sociedad del rendimiento. Y una de las características de esta
sociedad es que el individuo se autoexplota con la coartada de la obligación. Porque
hoy el único pecado es no hacer nada. Hasta los momentos de ocio o los periodos
de vacaciones se han convertido en una conjunción inagotable de tareas que nos
dejan más cansados que cuando empezamos.
Además, como
señala el filósofo surcoreano, al no haber un explotador externo al que podamos
enfrentarnos y oponernos con un rotundo ¡no!, la lucha resulta más complicada.
Sin embargo, también es verdad que basta con querer para vencer a las dos
hermanastras que nos tiranizan.
Admitamos pues que nos rodea el afán de productividad, que quien
más quien menos se deja seducir por las libretas preparadas para que podamos
hacer listas que cumplir. Byung-Chul Han asegura que la multitarea nos conduce
a un estado de atención superficial y debemos tener en cuenta que los logros de
la humanidad se deben a una atención profunda y contemplativa. Y para ello
vamos a atacar al enemigo con sus mismas armas y confeccionar una lista, pero
inteligente, que nos sirva a nosotros y no que acabemos nosotros sirviéndola a
ella. ¿Cómo?
El baile, en
primer lugar. Hay que darle la vuelta a la lista. No dejar el baile para
“cuando acabe todo esto”. Ocuparnos primero de lo fundamental, de nosotros
mismos. Empezar el día dedicándonos a aquello que sabemos que nos hará bien.
¿Y qué hacemos
con todo lo demás? Porque está claro que hay cosas que no podemos simplemente
dejarlas de lado. ¿Cómo hacer entonces? Ayudará dividir el registro de tareas
en tres grandes grupos.
Cosas que
afrontar. Lo
que tengamos que hacer, hagámoslo. Una vez hayamos ido al baile, no dejemos que
esas otras cosas que volverán a aparecer tarde o temprano revoloteen por
nuestra cabeza. Por ejemplo, una llamada incómoda que vamos postergando. ¡Son
tres minutos! Pero si seguimos retrasándola, en lugar de 180 segundos llegará a
durar seis meses en nuestra cabeza.
Cosas que
organizar. No
hace falta que carguemos con todo. Podemos delegar, pedir ayuda, repartir
tareas, conseguir que ciertas cosas se realicen sin que recaigan en nosotros.
Cosas que no hacer. Seguro
que en esta lista hay muchos elementos que realmente no son necesarios que se
pueden eliminar y liberar espacio. Cada uno debe decidir cuáles. Saber qué es
lo que no hay que realizar es tan importante como ponerse manos a la obra con
aquello que sí lo es.
Antes de
empezar a bailar es importante descubrir cuál es nuestra música. Qué nos hace
felices. Qué es lo que realmente nos importa. Sir Ken Robinson lo llama el
elemento, y nos asegura que “descubrir el elemento es recuperar capacidades
sorprendentes en nuestro interior, y desarrollarlo dará un giro radical no solo
al entorno laboral, sino también a las relaciones y, en definitiva, a la vida”.
¿Tenemos ganas
de bailar? Si siempre que pensamos en ello nos crece un hormigueo, si cuando
estamos desarrollando esa actividad, aunque no sea todas las veces que
quisiéramos, lo afrontamos con ganas y dedicación. Si la contestación es sí,
atentos, porque puede ser que este sea nuestro elemento. El baile que nos está
esperando.
¿Se detiene el
tiempo? A pesar de las advertencias del Hada Madrina, Cenicienta está tan
encantada en el baile que pierde la percepción del tiempo. Le dan las doce de
la noche sin que se dé ni cuenta. Solo las campanadas del reloj la pueden sacar
del estado de flow en el que ha caído, el verdadero hechizo cotidiano, y que se
caracteriza porque enfocamos nuestra energía y sentimos una implicación total
en la tarea, tal como lo definió Mihály Csíkszentmihályi en 1975. Si aquí la
respuesta es que sí, seguro que ese es el baile que andamos buscando.
¿Se activará la magia? La magia no
es otra cosa que la pasión. Y la pasión es el motor de la grandeza, la
autorrealización y la maestría. Si descubrimos aquello que nos apasiona,
seremos capaces de focalizar nuestra energía en ello.
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