lunes, 30 de mayo de 2022

Masoquismo: cuando nuestro verdugo somos nosotros


DRA. MÓNICA CASTRO DAVID     |     TopDoctors     |     11/10/2021


Es muy curioso cómo solemos hablar con gran preocupación sobre la violencia: violencia en las calles, escuchamos sobre ella en la radio, la televisión, en el transporte público, y con frecuencia podemos encontrarnos sumergidos en un mar de lamentaciones preocupándonos por esto. Y es una preocupación muy válida, pero ¿nos hemos preguntado alguna vez de dónde proviene esa violencia, o la necesidad de ejercerla?

 

Podemos decir desde la academia que brinda la psiquiatría y la psicología evolucionista, que la violencia es la perversión de la agresividad, la cual está al servicio de la supervivencia, pero cuando su fin no es este sino dañar, inicialmente al otro, se transforma en violencia y ejercer maldad desde estos principios sin duda no es nada bueno. Pero, para que un ser humano ejerza violencia sobre otro, resulta poco probable que no lo haga sobre sí mismo. Y no estoy queriendo decir que toda persona que se haga daño a sí misma lo inflija sobre alguien más, pero resulta difícil entender cómo alguien que daña a otros no lo hace precisamente desde el daño sobre sí mismo. Y este daño al otro también puede ser desde la no acción (tiene un poco de lo que llamamos pasivo agresividad), pues, el silencio, el no hacer nada, el omitir, también son agresiones: el no hacer es una acción en sí mismo.

 

En esta oportunidad quiero centrarme en la violencia no como un fenómeno sociológico y antropológico que abate a los grupos de personas, quiero hacerlo desde una perspectiva diferente y desde mi punto de vista, poco explorada, y es precisamente la violencia hacia nosotros mismos, que se enlaza directamente con el masoquismo, la agresión más frecuente al merecimiento.

 

Para muchos el tema del masoquismo no es algo claro, en especial porque responde a motivaciones inconscientes que por serlo no están al alcance de la percepción consciente y pueden no ser comprendidas, asumiéndolas como una vivencia más, un sentimiento más, una desdicha más, cuando sus raíces profundas en realidad se encuentran en una fuerte necesidad de aliviar la culpa a través del castigo, y como es de esperarse, no existe mejor juez para darnos esta sentencia que nosotros mismos (nos gusta que nos hagan sufrir en la medida en que necesitamos sufrir), lo que lo hace más cruel, pues siempre está la idea de “no soy lo suficientemente bueno, podría soportar más, debo aguantar, pude haberlo hecho mejor”, y ante este imaginario resulta aliviador para el yo encontrar una justificación a esa sensación de culpa, por lo que hemos aprendido a hacernos daño, a lastimarnos, a ser injustos con nosotros mismos y soportarlo.

 

Me pregunto ahora, ¿de verdad es necesario hacernos tanto daño? ¿de verdad nos merecemos eso? Viéndolo desde la perspectiva del merecimiento, podríamos argumentar que ejercemos tal violencia sobre nosotros mismos porque lo merecemos, o porque quizás consideramos que no merecemos nada bueno sino este castigo, asumiendo que es lo justo al no ser lo suficientemente buenos, capaces o mejores. Resulta contradictorio entonces que nos aterre la idea de evidenciar violencia en otros que no seamos nosotros mismos, porque la culpa no nos permite hacer conciencia del daño que nos hacemos al funcionar desde el martirismo (traigo a colación aquí la máxima freudiana “detrás de todo gran mártir se esconde un gran sádico”, habla por sí misma). Y esta palabra es crucial, porque como bien sabemos, los mártires son aquellos seres que ganan cierto reconocimiento (por otros mártires, casi siempre) al ser víctimas de atrocidades, de perjuicios, de experiencias traumáticas y difíciles que, a diferencia de los majaderos (su contraparte), mueren en el intento por superarlas, y morir en estas circunstancias es motivo de honra, sin la recompensa esperable (por lo menos en vida), pero confiando que tras su partida se les recuerde por tan nobles actos (como sucede con tantos personajes en las distintas religiones y culturas). Pero el punto es que ser mártir es poco útil en la vida terrenal, en especial porque la recompensa sólo es más y más culpa, y la culpa se paga con culpa: es entonces un bucle infinito.

 

A nadie le gusta sufrir en realidad, pero a veces el merecimiento alcanza unos niveles tan subterráneos, que no pareciera claro lo que en realidad deseamos o lo que estamos buscando, y la necesidad de gratificación es tanta, que preferimos que esta provenga del sufrimiento y no de una experiencia realmente placentera, como si experimentar placer fuera algo malo. De hecho si nos procuráramos más experiencias tranquilas, de regocijo, de armonía, viviríamos mejor, y eso disminuiría (o anularía) la necesidad de hacernos daño y de hacerle daño a los demás (por la sencilla razón de que el drama necesita compañía, no puede estar solo, la necesidad está en que no suframos a solas y alguien más lo haga con nosotros), lo que traería consigo seres humanos más dispuestos a buscar la felicidad de una manera sana y dejando de lado el hacer el mal.

 

Invito a reflexionar cuánto provecho en realidad se obtiene del sufrir por sufrir y si este supera el provecho de procurarse el bienestar según las necesidades y anhelos de cada quien, sin esperar ser juzgado por la sociedad, sino por mera tranquilidad y merecimiento. Si nos aterra la violencia hacia los demás, la violencia autoinfligida debería causarnos pavor.

sábado, 28 de mayo de 2022

11 rasgos de las personas auténticas


GEMA SÁNCHEZ CUEVAS     |     La Mente es Maravillosa     |     29/03/2022 

Las personas auténticas reúnen una serie de rasgos que las hace únicas desde un punto de vista natural, honesto y claro.

¿Conoces personas auténticas? ¿Eres una de ellas? ¿Sabes cómo son? Es posible que hayas convivido o convivas con una persona de este tipo y ni lo sabes. Las personas auténticas son una ráfaga de aire que refresca tu vida y llenan cualquier espacio en el que están. Son fáciles de identificar porque cuando llegan a tu vida te inundan de buena vibra, alegría e inspiración.

Su forma de ser es agradable y cualquiera a su lado se siente bien y confiado. Las personas auténticas te hacen sentir, tan bien que te permiten ser tú mismo. Con ellos te podrás olvidar de poses e ideas preconcebidas. Saben que cada uno es especial y te harán sentir único y especial. Aquí te decimos los principales rasgos de las personas auténticas.
 
1. Hacen escuchar sus opiniones y se expresan sin temor
Las personas auténticas saben que existen pocos motivos por los que las opiniones deben mantenerse ocultas. Si estas personas tienen algo que decir, simplemente lo hacen. Eso sí, siempre tienen cuidado de no lastimar ni herir a los demás con sus opiniones. Buscan hacerse escuchar y hacen valer su opinión, pero no quieren dañar a nadie.
Muchas veces preferimos ocultar nuestras opiniones porque tememos ser criticados. Las personas auténticas saben que la crítica es muy común pero que no siempre se relaciona con quienes son. Entienden que la opinión que los demás se hagan de ellos es algo exterior. Una de sus mejores cualidades es que saben que las opiniones no se deben tomar como algo personal.
 
2. Actúan con base en motivos internos y no externos
¿Cuándo fue la última vez que hiciste algo solo porque tenías ganas de hacerlo?  Las personas auténticas rigen su vida por su propia escala de valores y hacen solo aquello que desean. Saben que no pueden depender de los demás para ser felices ni lograr sus objetivos. Son independientes y están dispuestos a arriesgarse para llegar a donde desean.

3. Su mejor amigo es su “yo interior”
Las personas auténticas son muy distintas entre sí. Algunas tienen muchos amigos porque se les da bien relacionarse. Otras son más introvertidas y prefieren tener pocos amigos que sean muy cercanos. Nunca les verás hacer algo que vaya en contra de su escala de valores y su conversación interior es positiva. Las personas auténticas no se autosabotean ni hacen cosas que les puedan afectar.

4. Evitan juzgar
Las personas auténticas saben que no es fácil seguir tu propio camino por eso no pierden el tiempo juzgándote. Es probable que si tienen algo que decirte, lo hagan. Después se olvidarán del asunto y dejarán que tomes tus propias decisiones. Puedes contar con ellos de forma honesta y puedes esperar una opinión sincera.

5. Conocen y valoran sus características físicas
Aunque la publicidad nos busca convencer de que ciertos estándares de belleza son los apropiados, las personas auténticas saben que cada uno es especial. Ellos no se preocupan por cumplir con patrones de belleza. Se concentran en conocerse a sí mismos y se valoran por lo que son. También conocen sus defectos o puntos flacos y han aprendido a sacarles provecho o disminuir sus efectos negativos.

6. No te dan consejos que no seguirían ellos mismos
Las personas auténticas saben que criticar, juzgar o hablar de más es negativo. También saben que dar una opinión o consejo es más fácil que seguirlo. Por ello, cuando les pides un consejo se lo piensan bien antes de hablar. Los reconocerás porque son las personas que te dan los consejos más realistas. Y es que hablan desde su propia experiencia porque no sugerirían hacer algo que ellos mismos no harían.
 
7. Se cuidan física y emocionalmente
Las personas auténticas valoran quiénes son y hacen todo lo posible por mantener su cuerpo y mente en forma. Se dan el tiempo de realizar rituales de belleza, salen a hacer ejercicio, cuidan su alimentación y sus relaciones interpersonales. Saben que la vida consiste en poner prioridades y darle a cada cosa su importancia y tiempo.

8. Son curiosas y preguntan cuando quieren saber más
Cuando hay algo que no saben o no conocen demasiado, no dudan en preguntar. Las personas auténticas son honestas y reconocen cuando son ignorantes antes los demás con naturalidad. No temen no saber sobre algo, todo lo contrario. Además, tienen ese rasgo de curiosidad que les lleva a indagar.
 
9. No les avergüenza hacer cumplidos ni recibirlos
Saben que, al igual que se deben manifestar las disconformidades, también se deben señalar aquellas cosas que se consideran hermosas. Por eso, nunca les verás titubear al hacer un cumplido o al recibirlo, pues para estas personas es natural sincerarse también de este modo.
 
10. Muestran sus sentimientos
Una persona auténtica sabe que los sentimientos son algo inevitable, válido y de lo que alguien nunca debería avergonzarse. Por eso, su expresión emocional es natural y solo se reprime o modera con base en las normas sociales que fomentan el respeto y la buena comunicación.
 
11. Piden ayuda
Al igual que un buen amigo siempre se ofrece a ayudar, las personas auténticas saben que, a veces, no pueden conseguir sus logros solas. Por eso, conocen sus límites y piden ayuda cuando la necesitan. El apoyo de los demás (y el suyo propio) es algo que consideran imprescindible en cualquier círculo social que frecuenten.
 
Las personas auténticas respiran libres y permiten que quien los rodee sea honesto. Quizás tú mismo eres una de estas personas, pero no te habías dado cuenta o tienes a tu lado a una persona auténtica. Si tienes a una de estas personas a tu lado, valórala y acéptala porque ella hará lo mismo contigo.

jueves, 26 de mayo de 2022

James Davies: "En psiquiatría no hemos avanzado nada en medio siglo"

 

MACARENA GUTIÉRREZ     |     La Razón     |     07/05/2022

Antropólogo y psicoterapeuta, el autor de «Sedados» explica cómo el capitalismo moderno ha creado una crisis de salud mental que afrontamos de manera equivocada: con muchas pastillas y poca reflexión.


No puede decirse que nos falten motivos para ir sedados por la vida, sobre todo en los dos últimos años, pero la teoría de James Davies es que apenas sirve de algo. Este antropólogo y psicoterapeuta educado en Oxford alerta en «Sedados» (Capitán Swing) contra la sobremedicación de la sociedad en la que vivimos y responsabiliza al capitalismo salvaje de crearnos el problema para luego vendernos la solución.

 

-¿El hecho de que seamos una sociedad sobremedicada es culpa de los bajos presupuestos de Sanidad?

 

-Sí. El motivo de que estas medicaciones fueran tan bien acogidas y se extendieran rápidamente fue el argumento del coste/efecto. Lo que ocurre es que después se ha visto que los tratamientos, que cuestan dinero, tienden a perpetuarse, así que no son tan rentables como se prometía en un principio. El gasto es enorme y lo peor de todo es que el resultado no es bueno. Desde los 80 observamos cómo muchos tratamientos se han ido perfeccionando y haciéndose más efectivos en Medicina en todos los campos menos en la Psiquiatría. Podemos decir que incluso han empeorado pese a toda la inversión realizada. Un cuarto de la población adulta toma al menos una droga de este tipo al año y muchos no están bien diagnosticados.

 

-En España tenemos el mismo debate sobre la psicoterapia y la prescripción de medicación psiquiátrica.

 

-Sí, la opinión más extendida es que la medicación es más barata, pero sería mucho más rentable reducir de forma drástica tanta prescripción innecesaria de psicotrópicos e invertir el ahorro en intervenciones psicológicas y sociales. En Reino Unido el coste es de medio billón de libras al año, probablemente una cifra muy similar a la española.

 

-De todas formas, en Psiquiatría apenas ha habido ningún descubrimiento reseñable en términos de psicotrópicos en décadas.

 

-Bueno, en los 90 apareció una nueva generación de antidepresivos, pero la verdad es que no se han revelado más efectivos que los anteriores, los tricíclicos. Así que se puede afirmar que han sido 50 años sin mejora alguna. Quizá sí hemos conseguido unos efectos secundarios más tolerables, pero hasta eso se ha puesto en cuestión porque los síntomas de abstinencia cuando se retiran son mucho más radicales. Así que tiene usted toda la razón.

 

-No pinta nada bien la estrategia adoptada en salud mental.

 

-Correcto. Nos hemos equivocado por completo en la manera de abordar el asunto. Hemos puesto toda nuestra energía en medicalizar a la gente, cuando la mayoría del malestar que manifiestan se debe a una reacción natural y normal del ser humano ante los problemas y las dificultades. Ahí es donde deberíamos actuar, más en el plano más psicológico y social y menos en el biológico.

 

-¿Exactamente cuál es la función del psiquiatra, en su opinión?

 

-Tienen una función. Las drogas pueden ayudar en los casos más severos y a corto plazo. Además, al ser médicos, pueden descartar enfermedades físicas como causa de la dolencia mental.

 

-¿Cree que deberían ofrecer también terapia, como sucede en EE UU?

 

-En EE UU, entre los 50 y los 70, lo que hacían los psiquiatras era dar terapia, es como funcionaba el mundo entonces. Eso cambió con la revolución de los psicofármacos en los 80 y 90. De pronto, los profesionales eran educados para trabajar orientados a otra práctica, la de la prescripción.

 

-Parece que la mayoría se ha quedado atascada en esa fase.

-Exacto. Algunos sí hacen terapia, pero la amplia mayoría de psiquiatras hoy, desgraciadamente, lo que hacen es recetar y monitorizar el tratamiento. Sin embargo, no hay motivo alguno para que no puedan revertir esa tendencia.

 

-La sensación que da es que se limitan a la vieja fórmula de prueba/error hasta que dan con la pastilla que funciona.

 

-Es verdad que hay mucho de eso, probar para ver qué es lo que funciona. Y llega un momento en que es imposible saber qué es lo que está funcionando porque la misma persona toma varios medicamentos a la vez, es el fenómeno de la polifarmacia.

 

-¿Cuál es la conexión entre la salud mental y el capitalismo radical?

 

-Si el sector de la salud mental ha sobrevivido y se ha expandido desde los 80 no es por sus grandes resultados, sino por lo bien que sirve al neoliberalismo. Una de esas maneras en que protege el capitalismo es a través de la despolitización del sufrimiento. Lo conceptualiza de forma que evita las críticas al sistema económico. Te encuentras mal porque hay algo malo que hay en ti, en tu cerebro disfuncional, así no se busca la causa en el entorno, que está hecho un desastre, o en las políticas sociales, la desigualdad, los bajos salarios, etc.

 

Además, convierte el malestar mental en una oportunidad de negocio muy lucrativa. Si puedes vender la idea de que tu producto acaba con el dolor emocional, imagínate... Aquí entran las farmacéuticas. Han descolectivizado el sufrimiento, ya no es el problema de grandes grupos sociales, así que evita la unión, la solidaridad y la búsqueda de salidas comunes. Todo muy individualista, la esencia del capitalismo.

 

-¿Cree que si trabajáramos menos nos encontraríamos mejor?

 

-Sin duda. Desde los años 80 la economía está dominada por el sector de los servicios en detrimento de la industria. Y la gente que trabaja en ese ámbito encuentra menos sentido en lo que hace, está más desconectada e insatisfecha. Así que hemos acabado en una sociedad en la que la mayor parte de la población trabaja todo el día en ese ambiente para poder pagar un alquiler que no para de subir. Vivimos para trabajar, sería mucho mejor hacerlo menos horas, pero en nuestra economía es inviable.

 

-¿En qué medida son los laboratorios responsables de la situación?

 

-Ellos han invertido billones y billones de euros desde los 80 para que creamos que sus tratamientos nos van a salvar. No solo entre los médicos, también entre la opinión pública. La relación es tan directa como que el cuestionario empleado para calibrar la depresión de un paciente durante un par de décadas en el sistema de salud británico fue elaborado y financiado por el laboratorio que fabricaba los dos productos más recetados. No hay un conflicto de intereses más evidente. Y este es solo un ejemplo.

 

-Es una situación calcada a la de la crisis de opioides en EE UU, ¿no? Las farmacéuticas crearon el problema y la supuesta solución.

 

-Exacto. Cuando salió Prozac, por ejemplo, del laboratorio Lilly, organizaron un gran simposio en 1996 en el que invitaron a un nutrido grupo de psiquiatras para que entre todos concluyeran, sin evidencia ninguna, que los efectos secundarios de dejar la droga eran muy leves. Y esa idea errónea se mantuvo vigente al menos 15 años. La medicación ni era tan efectiva, ni tan segura.

 

-Pero los psiquiatras compraron esa idea sin pestañear. Son cómplices.

 

-Totalmente. La industria no habría podido salir indemne como ha salido sin el respaldo de la comunidad psiquiátrica. Es igualmente responsable de la situación en la que nos encontramos hoy.

 

-No me extraña que algunos no confíen en la psiquiatría.

 

-Algunos fueron engañados, otros se engañaron a sí mismos. Pero la conclusión principal es que apoyaron una teoría sobre la depresión, la del desequilibrio químico, que ha resultado totalmente falsa.

 

-Además, no hay ninguna prueba empírica que lo demuestre.

-No. De hecho, la mayoría de neurobiólogos no la aceptan. Estuvo vigente 20 años y los psiquiatras no hicieron nada para rebatirla.

 

-La verdad es que en los dos últimos años nos sobran los motivos para estar sedados.

 

-Al menos un tercio de la gente experimentó un subidón de bienestar precisamente durante el confinamiento. ¿Cómo es posible? Porque pudieron alejarse del trabajo que les hacía tan desgraciados.

 

-Parece que la única adicción socialmente aceptable es la del trabajo.

 

-Sí. Incluso en lenguaje médico el estar “recuperado” significa que estás listo para volver al trabajo. Para ser productivo de nuevo. Todo está teñido por el mercado laboral.

 

-Incluso los fines de semana están para descansar y poder volver el lunes con más ímpetu, ¿no?

 

-Y la meta es trabajar lo suficiente para poder escapar de ese mercado laboral. O ganar dinero para poder irte de vacaciones y alejarte de tu desempeño profesional. Todo va de compensar ese esfuerzo bebiendo o viajando. Es un círculo vicioso sin salida.

 

-Cualquiera hubiera dicho que a estas alturas estaríamos trabajando mucho menos.

 

-En los años 30 del siglo XX John Maynard Keynes escribió un artículo sobre la que iba a ser la realidad económica de sus nietos. Predijo que en 2020 estaríamos trabajando no más de quince horas a la semana. Y que el resto del tiempo podríamos dedicarnos al placer de cultivarnos. Imagínate.

 

-No dio una.

 

-Porque él creía que un buen sistema económico debía estar al servicio del ciudadano y de la comunidad. No simplemente para producir más y más sin límites. Justamente lo contrario de lo que creyó Margaret Thatcher, por ejemplo.

 

-Nuestra generación compró esa idea liberal de que si no estás muy ocupado es que no eres importante, o interesante. Parece que las nuevas no se lo tragan.

 

-Es que el paquete que compramos los que ahora nos acercamos a los 50 al menos era real. Si estudiabas y trabajabas duro podías acabar comprando una casa o un coche. Había más oportunidades. Los jóvenes de hoy, y ese es otro de los motivos de los elevados niveles de depresión, ven que la economía a la que tendrán que incorporarse es mucho menos benévola y van a conseguir mucho menos.

martes, 24 de mayo de 2022

El riesgo de patologizar la vida cotidiana: sentirse triste no es una enfermedad mental


ALDARA MARTITEGUI       |      Madrid     |      niusdiario.es     |     13/02/2022


·        Los expertos en salud mental dan la voz de alarma sobre el aumento de enfermedad mental desde que empezó la pandemia

·        Pero también alertan sobre el riesgo que conlleva poner tanto el foco en la salud mental: podemos caer en la patologización de la vida cotidiana

·        Es importante hacer la distinción entre enfermedad mental y estados de malestar emocional


La pandemia ha puesto la salud mental en el foco. Muchos expertos hablan ya de la salud mental como la nueva pandemia tras la del covid-19. El alarmismo no está de más a juzgar por los demoledores datos sobre el incremento de enfermedades mentales de los últimos dos años. Según la OMS, 300 millones de personas sufren depresión en el mundo, lo que representa un 4,4 % de la población mundial.

 

En España, desde que empezó la pandemia, se calcula que un 6,4% de la población ha acudido a un profesional de la salud mental por depresión y ansiedad en la mayoría de los casos. En 2020, 4.000 personas se suicidaron en nuestro país, la cifra más alta de la historia según el Instituto Nacional de Estadística (INE).

 

Los medios de comunicación nos hacemos eco del problema casi a diario. La salud mental es 'trending topic' y lo sabemos. A la gente le interesa el tema porque, quien más o quien menos, ha visto su salud mental (o la de alguna persona cercana) deteriorada en el contexto de la pandemia.

 

No todo es enfermedad mental

Las preguntas que surgen aquí -y que fueron abordadas entre otras muchas cuestiones el pasado 9 febrero en el debate ‘Salud mental: ¿Nueva pandemia?’, organizado por la Fundación Pablo VI- son muchas: ¿a qué nos referimos exactamente cuando hablamos de enfermedad mental?, ¿por qué es necesario aclarar este concepto?

 

Sin minusvalorar ni cuestionar los datos sobre el tremendo aumento de enfermedad mental de los últimos dos años, lo cierto es que muchos expertos en salud mental llevan tiempo dando también la voz de alarma sobre otro aspecto no menos importante: el hecho de que poner tanto el foco en la salud mental nos puede llevar al error de patologizar las emociones cotidianas del ser humano, es decir, a patologizar la vida misma.

Hay un mucho riesgo de patologizar lo que son reacciones normales a situaciones que han sido duras y que incluyen un poco de malestar, de frustración, de ansiedad (J.L. Carrasco, psiquiatra)

Mirarlo todo bajo el prisma de la enfermedad mental tiene sus riesgos, advierten los expertos. Se habla de síndromes de todo tipo cuando, en realidad, muchas veces estamos hablando sencillamente de emociones incómodas que no son más que mecanismos de adaptación del ser humano ante la adversidad, como por ejemplo sentir un poco de ansiedad ante la incertidumbre que conlleva una pandemia, o sentir tristeza durante el duelo por la pérdida de un ser querido o de una situación que ya no va a volver a ser la de antes.


“Hay un mucho riesgo de patologizar lo que son reacciones normales a situaciones que han sido duras y que incluyen un poco de malestar, de frustración, de ansiedad”, explicó el Dr. José Luís Carrasco, Presidente de la Sociedad de Psiquiatría de Madrid en su intervención en el coloquio de la Fundación Pablo VI, “ponerle a todo eso un nombre, como ya se está poniendo, de síndrome de ‘no sé qué’, sí conlleva un riesgo grande de patologizar la vida”.

 

Los criterios diagnósticos de las guías internacionales de salud mental, como la DSM-5 (Asociación Americana de Psiquiatría, APA) o la CIE-11 (OMS) tienen precisamente la función de filtrar la sintomatología presente en una persona para poder establecer qué es y qué no es enfermedad mental, hacer un diagnóstico y decidir la intervención más adecuada. Así, por el hecho de sentir mucha tristeza y tener estados emocionales depresivos durante los meses posteriores a la muerte de un ser querido, no quiere decir que haya necesariamente una depresión.

 

De hecho, el DSM-5 establece que para poder diagnosticar un trastorno depresivo mayor deben estar presentes casi todos los días durante un período de al menos 2 semanas cinco o más síntomas de una larga lista. El estado de ánimo decaído es solo uno de ellos. Estos son los demás:

 

·        Anhedonia o disminución del interés o placer en casi todas las actividades

·        Pérdida de peso clínicamente significativa o aumento o disminución en el apetito

·        Insomnio o hipersomnia

·        Agitación o retardo psicomotor

·        Fatiga o pérdida de energía

·        Sentimientos de inutilidad o de culpa excesivos o inapropiados

·        Capacidad disminuida para pensar o concentrarse, o indecisión

·        Pensamientos recurrentes de muerte o ideación suicida


“Es muy importante distinguir entre ñañas comunes y verdaderos trastornos”, explicaba en una entrevista el psiquiatra argentino Santiago Levín: “Jamás es una buena idea patologizar la vida cotidiana, es decir, convertir vivencias habituales y normales en patológicas”.

 

Un ejemplo que pone Levín es el de los populares TOCS e insiste en el peligro de usarlo alegremente como muchas veces hacemos: “Hoy escuchamos “tengo muchos tocs”, queriendo decir que se tienen algunas ñañas cotidianas, algunas conductas repetitivas. Pero el TOC (Trastorno Obsesivo compulsivo) es uno solo —no varios, no muchos— y es un trastorno mental importante”.

 

El riesgo de desviar recursos hacia donde no son tan necesarios

Patologizar la vida cotidiana, convencernos de que ciertas respuestas emocionales incómodas o de malestar, son enfermedades mentales, conlleva varios riesgos: uno de ellos, como apuntó el Dr. Carrasco en el debate, es el de que se desvíen recursos sanitarios hacia casos que en realidad no son necesarios porque no son enfermedad mental propiamente dicha. Tal vez, si el ratio de psicólogos (6) y psiquiatras (11) disponibles por cada 100.000 habitantes en nuestro país fuera mayor, esto no sería un problema. Pero la realidad es que, en el ámbito de la salud mental, no hay recursos suficientes.

 

 “Puede que esta idea se entienda mejor con un ejemplo muy sencillo para los médicos: hay personas que tienen problemas para digerir algunas comidas fuertes como una fabada asturiana, pero hacen una vida normal, solo que intentan comer menos fabada asturiana. Y hay personas que tienen una úlcera de estómago. Y eso hay que diferenciarlo muy bien porque si hay que poner servicio de salud, hay que tratar a quien tiene una úlcera de estómago y no igual para todos, porque entonces, el de la úlcera, se queda sin tratamiento y los problemas de digestión estarían ocupando unos recursos que todavía no tenemos. Eso sí, hay que prevenir: comer menos fabada, tomar un omeprazol etc.”

 

Fomentar la resiliencia

Por su parte, Monserrat Esquerda, pediatra especializada en salud mental infanto-juvenil en el Hospital San Juan de Dios de Lleida, que también participó en el debate, apuntó que, más allá de exponer datos la salud mental y denunciar la falta de medios en el sistema sanitario, “los medios de comunicación podrían estar haciendo una labor fantástica”. Esa labor, explicó Esquerda, podría ser la de hablar más de resiliencia, incidir en la importancia de la resiliencia: “Resiliencia es la capacidad de hacer frente a aquello que nos ocurre, a las adversidades o al trauma de una forma sana. Y la resiliencia no es espontánea. Sin trauma no hay resiliencia. No éramos resilientes porque quizás por nuestro tipo de educación nunca nos habíamos puesto ante una dificultad. Pero la resiliencia se activa. Requiere activar recursos individuales, comunitarios y existenciales. Existenciales es ¿qué sentido le doy a aquello que he vivido?”.

 

En una entrevista en NIUS, la presidenta del Instituto Español de Resiliencia, la psiquiatra Rafaela Santos, apuntaba que efectivamente, está muy estudiado que cada uno de nosotros vamos a pasar por dos o tres acontecimientos traumáticos a lo largo de nuestra vida queramos o no, porque la vida no nos pide permiso, no nos pregunta ¿quieres pasar por esto? Simplemente ese acontecimiento adverso nos llega: nos llega un despido, una enfermedad grave, una ruptura, la muerte de un ser querido o una pandemia…


Tenemos poca tolerancia a la frustración, explicaba Santos en esa entrevista, porque vivimos mucho más enfocados en la resistencia al dolor y en tratar de evitar el sufrimiento, que en aceptarlo y tratar de crecer en la adversidad, que es precisamente en lo que consiste la resiliencia.

 

“No podemos elegir lo que nos pasa en la vida, pero sí podemos preguntarnos ¿cómo lo afronto?, ¿qué puedo aprender?, ¿qué hay oculto? Porque en toda adversidad hay como dos caras: una cara que es la que vemos, la fea, la que no me gusta, la que tengo que sufrir, pero luego siempre hay una cara oculta, que está escondida…¡y ahí está el crecimiento! El sufrimiento, la adversidad, nos hace más humanos”.

¿Somos una sociedad emocionalmente ‘blandita’?

No hay que olvidar -como decía la psicóloga experta en procesos de duelo Lorena Alonso en una entrevista reciente en NIUS- “que el ser humano nace con el cableado perfecto para enfrentarse a situaciones verdaderamente adversas”.

 

Patologizar el malestar emocional que tienen que ver con la vida misma puede llevar al individuo a desestimar sus recursos internos de afrontamiento -ese cableado perfecto del que habla Lorena Alonso- y a ponerse en manos de otros (el sistema sanitario) que es quien a sus ojos tiene la obligación de venir a solucionar una supuesta enfermedad que en realidad no es más que un estado emocional de malestar derivado de la vida misma.

 

Esto es lo que ha llevado a muchos a referirse a las sociedades occidentales del siglo XXI como sociedades emocionalmente blanditas, y a otros a poner sobre la mesa la necesidad de especificar de qué hablamos exactamente cuando hablamos de enfermedad mental. No se trata de quitar importancia ni de menospreciar a las personas que sufren por esos estados emocionales derivados de la vida misma, se trata de ser ecuánimes y de ofrecer a cada uno lo que necesita. 

Patologizar el malestar emocional que tienen que ver con la vida misma puede llevar al individuo a desestimar sus recursos internos de afrontamiento

“Aún tenemos que hablar mucho más y saber definir muy bien cuándo estamos hablando de cada uno de estos ámbitos, explica Montserrat Esquerda: “Y hay tres ámbitos claros cuando hablamos de salud mental, uno es la promoción de la salud mental y eso, por ejemplo, en ámbito infantojuvenil, significa que deberíamos tener estrategias para que cualquier niño tenga una buena salud mental. La siguiente es prevenir el trastorno mental, porque sabemos que hay situaciones de vulnerabilidad, situaciones de riesgo. No todos tenemos riesgo de tener un trastorno mental. Con lo que primero sería promover, segundo prevenir y tercero sería determinar cuál es el mejor abordaje y el diagnóstico precoz cuando ya hay un trastorno mental”.

 

De modo que, teniendo en cuenta esta distinción que propone Esquerda, hablar de la necesidad de fomentar en las personas una mayor capacidad de afrontamiento de las circunstancias adversas propias de la vida y una mayor resiliencia ante el malestar emocional derivado de ellas, sí sería hablar de salud mental: pero más en el ámbito de la promoción de la salud mental, no tanto de enfermedad mental.