ALDARA MARTITEGUI |
Madrid | niusdiario.es |
13/02/2022
· Los
expertos en salud mental dan la voz de alarma sobre el aumento de enfermedad
mental desde que empezó la pandemia
· Pero
también alertan sobre el riesgo que conlleva poner tanto el foco en la salud
mental: podemos caer en la patologización de la vida cotidiana
· Es
importante hacer la distinción entre enfermedad mental y estados de malestar
emocional
La pandemia ha puesto
la salud mental en el foco. Muchos expertos hablan ya de la salud
mental como la nueva pandemia tras la del covid-19. El alarmismo no está de más
a juzgar por los demoledores datos sobre el incremento de enfermedades mentales de
los últimos dos años. Según la OMS, 300 millones de personas
sufren depresión en el mundo, lo que representa un 4,4 % de la población
mundial.
En España, desde que
empezó la pandemia, se calcula que un 6,4% de la población ha acudido a
un profesional de la salud mental por depresión y ansiedad en la
mayoría de los casos. En 2020, 4.000 personas se suicidaron en nuestro país, la cifra más alta de la historia
según el Instituto Nacional de Estadística (INE).
Los medios de
comunicación nos hacemos eco del problema casi a diario. La salud mental es
'trending topic' y lo sabemos. A la gente le interesa el tema porque, quien más o quien
menos, ha visto su salud mental (o la de alguna persona cercana) deteriorada en
el contexto de la pandemia.
No todo es enfermedad mental
Las preguntas que surgen
aquí -y que fueron abordadas entre otras muchas cuestiones el pasado 9 febrero
en el debate ‘Salud mental: ¿Nueva pandemia?’, organizado por la Fundación Pablo
VI- son muchas: ¿a qué nos referimos exactamente cuando hablamos de
enfermedad mental?, ¿por qué es necesario aclarar este concepto?
Sin minusvalorar ni
cuestionar los datos sobre el tremendo aumento de enfermedad mental de los
últimos dos años, lo cierto es que muchos expertos en salud mental llevan
tiempo dando también la voz de alarma sobre otro aspecto no menos importante:
el hecho de que poner tanto el foco en la salud mental nos puede
llevar al error de patologizar las emociones cotidianas del ser humano, es decir, a patologizar
la vida misma.
Hay un mucho riesgo de patologizar lo
que son reacciones normales a situaciones que han sido duras y que incluyen un
poco de malestar, de frustración, de ansiedad (J.L. Carrasco, psiquiatra)
Mirarlo todo bajo el
prisma de la enfermedad mental tiene sus riesgos, advierten los expertos. Se
habla de síndromes de todo tipo cuando, en realidad, muchas veces
estamos hablando sencillamente de emociones incómodas que no son más que
mecanismos de adaptación del ser humano ante la adversidad, como por ejemplo
sentir un poco de ansiedad ante la incertidumbre que conlleva una pandemia, o
sentir tristeza durante el duelo por la pérdida de un ser querido o de una
situación que ya no va a volver a ser la de antes.
“Hay un mucho riesgo de
patologizar lo que son reacciones normales a situaciones que han sido duras y
que incluyen un poco de malestar, de frustración, de ansiedad”, explicó
el Dr. José Luís Carrasco, Presidente de la Sociedad de Psiquiatría de Madrid
en su intervención en el coloquio de la Fundación Pablo VI, “ponerle a todo eso un
nombre, como ya se está poniendo, de síndrome de ‘no sé qué’, sí conlleva un
riesgo grande de patologizar la vida”.
Los criterios
diagnósticos de las guías internacionales de salud mental, como la DSM-5
(Asociación Americana de Psiquiatría, APA) o la CIE-11 (OMS) tienen
precisamente la función de filtrar la sintomatología presente en
una persona para poder establecer qué es y qué no es enfermedad mental, hacer un diagnóstico y
decidir la intervención más adecuada. Así, por el hecho de sentir mucha
tristeza y tener estados emocionales depresivos durante los meses posteriores a
la muerte de un ser querido, no quiere decir que haya necesariamente una
depresión.
De hecho, el DSM-5
establece que para poder diagnosticar un trastorno depresivo mayor deben estar
presentes casi todos los días durante un período de al menos 2 semanas cinco o
más síntomas de una larga lista. El estado de ánimo decaído es solo uno de
ellos. Estos son los demás:
·
Anhedonia o disminución del interés o placer en casi todas las actividades
·
Pérdida de peso clínicamente significativa o aumento o disminución en el
apetito
·
Insomnio o hipersomnia
·
Agitación o retardo psicomotor
·
Fatiga o pérdida de energía
·
Sentimientos de inutilidad o de culpa excesivos o inapropiados
·
Capacidad disminuida para pensar o concentrarse, o indecisión
·
Pensamientos recurrentes de muerte o ideación suicida
“Es muy importante distinguir
entre ñañas comunes y verdaderos trastornos”, explicaba en una entrevista el psiquiatra argentino Santiago Levín: “Jamás es una buena
idea patologizar la vida cotidiana, es decir, convertir vivencias habituales y
normales en patológicas”.
Un ejemplo que pone Levín
es el de los populares TOCS e insiste en el peligro de usarlo alegremente
como muchas veces hacemos: “Hoy escuchamos “tengo muchos tocs”,
queriendo decir que se tienen algunas ñañas cotidianas, algunas conductas
repetitivas. Pero el TOC (Trastorno Obsesivo compulsivo) es uno solo —no
varios, no muchos— y es un trastorno mental importante”.
El riesgo de desviar recursos hacia donde no son tan necesarios
Patologizar la vida
cotidiana, convencernos de que ciertas respuestas emocionales incómodas o de
malestar, son enfermedades mentales, conlleva varios riesgos: uno de ellos,
como apuntó el Dr. Carrasco en el debate, es el de que se desvíen
recursos sanitarios hacia casos que en realidad no son necesarios porque no son
enfermedad mental propiamente dicha. Tal vez, si el ratio de
psicólogos (6) y psiquiatras (11) disponibles por cada 100.000 habitantes en
nuestro país fuera mayor, esto no sería un problema. Pero la realidad es que,
en el ámbito de la salud mental, no hay recursos suficientes.
“Puede que esta idea se entienda mejor con un
ejemplo muy sencillo para los médicos: hay personas que tienen problemas para
digerir algunas comidas fuertes como una fabada asturiana, pero hacen una vida
normal, solo que intentan comer menos fabada asturiana. Y hay personas que
tienen una úlcera de estómago. Y eso hay que diferenciarlo muy bien porque si
hay que poner servicio de salud, hay que tratar a quien tiene una úlcera de
estómago y no igual para todos, porque entonces, el de la úlcera, se queda sin
tratamiento y los problemas de digestión estarían ocupando unos recursos que
todavía no tenemos. Eso sí, hay que prevenir: comer menos
fabada, tomar un omeprazol etc.”
Fomentar la resiliencia
Por su parte, Monserrat
Esquerda, pediatra especializada en salud mental infanto-juvenil en el Hospital
San Juan de Dios de Lleida, que también participó en el debate,
apuntó que, más allá de exponer datos la salud mental y denunciar la falta de
medios en el sistema sanitario, “los medios de comunicación podrían estar
haciendo una labor fantástica”. Esa labor, explicó Esquerda, podría ser la
de hablar más de resiliencia, incidir en la importancia de la resiliencia:
“Resiliencia es la capacidad de hacer frente a aquello que nos ocurre, a las
adversidades o al trauma de una forma sana. Y la resiliencia no es espontánea.
Sin trauma no hay resiliencia. No éramos resilientes porque quizás por nuestro
tipo de educación nunca nos habíamos puesto ante una dificultad. Pero la
resiliencia se activa. Requiere activar recursos individuales, comunitarios y
existenciales. Existenciales es ¿qué sentido le doy a aquello que he vivido?”.
En una entrevista en NIUS, la presidenta del Instituto Español
de Resiliencia, la psiquiatra Rafaela Santos, apuntaba que
efectivamente, está muy estudiado que cada uno de nosotros vamos a pasar por
dos o tres acontecimientos traumáticos a lo largo de nuestra vida queramos o
no, porque la vida no nos pide permiso, no nos pregunta ¿quieres pasar por
esto? Simplemente ese acontecimiento adverso nos llega: nos llega un despido,
una enfermedad grave, una ruptura, la muerte de un ser querido o una pandemia…
Tenemos poca tolerancia
a la frustración, explicaba Santos en esa entrevista,
porque vivimos mucho más enfocados en la resistencia al dolor y en tratar de
evitar el sufrimiento, que en aceptarlo y tratar de crecer en la
adversidad, que es precisamente en lo que consiste la resiliencia.
“No podemos elegir lo que
nos pasa en la vida, pero sí podemos preguntarnos ¿cómo lo afronto?, ¿qué
puedo aprender?, ¿qué hay oculto? Porque en toda
adversidad hay como dos caras: una cara que es la que vemos, la fea, la que no
me gusta, la que tengo que sufrir, pero luego siempre hay una cara oculta, que
está escondida…¡y ahí está el crecimiento! El sufrimiento, la adversidad, nos
hace más humanos”.
¿Somos una sociedad emocionalmente ‘blandita’?
No hay que olvidar -como
decía la psicóloga experta en procesos de duelo Lorena Alonso en
una entrevista reciente en NIUS- “que el ser humano nace con el cableado
perfecto para enfrentarse a situaciones verdaderamente adversas”.
Patologizar el malestar
emocional que tienen que ver con la vida misma puede llevar al individuo a
desestimar sus recursos internos de afrontamiento -ese cableado perfecto del
que habla Lorena Alonso- y a ponerse en manos de otros (el sistema sanitario)
que es quien a sus ojos tiene la obligación de venir a solucionar una supuesta
enfermedad que en realidad no es más que un estado emocional de malestar
derivado de la vida misma.
Esto es lo que ha llevado
a muchos a referirse a las sociedades occidentales del siglo XXI como
sociedades emocionalmente blanditas, y a otros a poner sobre
la mesa la necesidad de especificar de qué hablamos exactamente cuando hablamos
de enfermedad mental. No se trata de quitar importancia ni de menospreciar a
las personas que sufren por esos estados emocionales derivados de la vida
misma, se trata de ser ecuánimes y de ofrecer a cada uno lo que necesita.
Patologizar el malestar emocional que
tienen que ver con la vida misma puede llevar al individuo a desestimar sus
recursos internos de afrontamiento
“Aún tenemos que hablar
mucho más y saber definir muy bien cuándo estamos hablando de cada uno de estos
ámbitos, explica Montserrat Esquerda: “Y hay tres ámbitos claros
cuando hablamos de salud mental, uno es la promoción de la salud mental y
eso, por ejemplo, en ámbito infantojuvenil, significa que deberíamos tener
estrategias para que cualquier niño tenga una buena salud mental. La siguiente
es prevenir el trastorno mental, porque sabemos que hay
situaciones de vulnerabilidad, situaciones de riesgo. No todos tenemos riesgo
de tener un trastorno mental. Con lo que primero sería promover, segundo
prevenir y tercero sería determinar cuál es el mejor abordaje y el
diagnóstico precoz cuando ya hay un trastorno mental”.
De modo que, teniendo en
cuenta esta distinción que propone Esquerda, hablar de la necesidad de
fomentar en las personas una mayor capacidad de afrontamiento de las
circunstancias adversas propias de la vida y una mayor
resiliencia ante el malestar emocional derivado de ellas, sí sería hablar de
salud mental: pero más en el ámbito de la promoción de la salud mental, no
tanto de enfermedad mental.