domingo, 28 de junio de 2015

La brújula emocional

Entender la utilidad de las emociones ayuda a hacer de ellas una guía para nuestro camino

FRANCESC MIRALLES | El País | 31/05/2015                                                                                    

Uno de los grandes avances en la psicología de las últimas décadas ha sido el descubrimiento de la inteligencia emocional como habilidad básica para el éxito.
Quien popularizara el término en 1995, Daniel Goleman, advertía que no nos extrañáramos de acabar trabajando para alguien que en la escuela era calificado de “tonto”, ya que aquellos que dominan sus emociones y comprenden las de los demás tienen una gran ventaja sobre el resto a la hora de progresar y resolver problemas de cualquier tipo.
Familiarizarnos con nuestra brújula emocional nos permite mantener el control sobre nuestra mente, con lo que ganamos atención y eficacia, además de dotarnos de la capacidad de seducción que promueve la empatía. Por el contrario, no ser conscientes de lo que sentimos puede conducir al sufrimiento y al fracaso en las relaciones sociales.

Las emociones están presentes en todos los niveles evolutivos y en todos los animales, incluyendo los seres humanos, afirmaba el psicólogo Robert Plutchik.

Ya en el siglo XIX, Charles Darwin concluyó que la expresión de las emociones es algo innato y no aprendido, como se creía en su época. Llegó a esta hipótesis tras estudiar su expresión en los animales superiores, así como los gestos que hacen de forma instintiva las personas ciegas de nacimiento. En sus viajes comprobó, además, que estas emociones eran comunes a todas las culturas y se manifestaban de forma parecida, lo cual le convenció de que las llevamos “de fábrica”.
Exprésate como las personas comunes, pero piensa como un sabio”- Aristóteles.

En tiempos más actuales se ha intentado enumerar nuestras emociones básicas, que según el psicólogo social Paul Ekman serían seis: ira, alegría, sorpresa, asco, tristeza y miedo. El actor brasileño Marcelo Antoni junto con Jorge Zentner, guionista y escritor argentino, en su libro Las cuatro emociones básicas, además de descartar el asco y la sorpresa del primer rango, señalan la importancia de reconocerlas en uno mismo y en los demás: “Una emoción es información íntima. Un aviso respecto a qué me está pasando en este momento; un toque de atención que sitúa a cada uno en el presente, pues está referida a lo que vivimos y sentimos en este instante concreto. Es un aviso primario con importantísimas funciones en la conservación, la relación y la socialización del individuo. Una información que también recibimos internamente, desde nosotros mismos”.
Los autores hablan de lo que sentimos como “existencia de tránsito”. Nadie puede anclarse de forma permanente a una misma emoción. Por eso, aunque hablemos de personas tristes o alegres, en realidad lo que existen son las situaciones tristes o alegres.
Tomar conciencia de ello permite relativizar lo que sentimos y no tomarlo como algo definitivo, lo cual es un alivio en el caso de las emociones negativas. Saber que el sentimiento que nos tortura es temporal y dará paso a otro, quizá de signo contrario, nos ayuda a relativizar el sufrimiento.
Una vez se toma posesión de nuestra brújula y somos capaces de leer lo que sienten los demás y nosotros mismos, ¿cómo gestionar las emociones? No se trata de meras reacciones a lo que vivimos. También tienen una utilidad y podemos canalizarlas para optimizar nuestra vida y la de nuestro entorno.

-        Al experimentar alegría, aumentamos la empatía y la capacidad de estrechar vínculos con los demás, además de desarrollar en nosotros la ternura, la excitación e incluso la atracción física. Es un estado perfecto para compartir ideas, sensaciones y nuevos proyectos.

-        Sentir miedo activa nuestra atención ante una posible amenaza o peligro. Cuando no aparece de forma injustificada y repetida, convirtiéndose en fobia, esta emoción es muy útil para nuestra supervivencia. Nos permite tomar conciencia de lo que estamos viviendo y, no menos importante, de lo que hacemos con nuestra vida.

-        La ira señala una situación, interior o exterior, que nos produce desasosiego y debe ser reparada. Si en lugar de expresarla a través de una explosión de genio la canalizamos en forma de soluciones, esta emoción nos servirá para corregir el desequilibrio y estar mejor que antes.

-        En cuanto a la tristeza, muchas veces tiene que ver con hechos del pasado. Apunta a algo que hemos vivido de forma traumática o, por el contrario, a experiencias que fueron muy positivas, pero que no podemos volver a repetir, por ejemplo, tras una separación. La función de este estado es desprendernos de aquello que un día tuvimos o sentimos.
Comprender nuestras emociones básicas y su utilidad nos permite dejar atrás lo que ya no nos sirve, tomar conciencia de lo que ahora necesitamos y proyectarnos de forma mucho más positiva hacia el futuro.

El problema de muchas personas es que llegan a sentirse abrumadas por sus propias emociones, como si en lugar de una brújula para orientarse llevaran grilletes que las paralizan. Sobre esto, un cuento sufí glosado por el místico y espiritual indio Osho, entre otros, explica lo que un rey pidió a los sabios de su corte:
–Me estoy fabricando un precioso anillo y quiero ocultar bajo el diamante algún mensaje que pueda ayudarme en momentos de deses­peración. Tiene que ser muy breve de modo que pueda esconderlo allí.

Aquellos eruditos habían escrito grandes tratados, pero no sabían cómo darle un mensaje de solo dos o tres palabras. Sin embargo, el monarca tenía un anciano sirviente, el cual le dijo: –No soy un sabio, ni un erudito, pero conozco el mensaje que buscas, porque me lo dio un místico hace tiempo.
Dicho esto, el anciano escribió tres palabras en un pequeño papel, lo dobló y se lo entregó al rey con la advertencia. “No lo leas, mantenlo escondido en el anillo. Ábrelo solo cuando todo haya fracasado y no encuentres salida a tu situación”.
El momento llegó cuando el país fue invadido y el rey tuvo que huir a caballo para salvar la vida mientras sus enemigos le perseguían. Entonces se acordó del anillo. Lo abrió, sacó el papel y allí encontró el siguiente mensaje: “Esto también pasará”. Mientras leía aquella frase, los enemigos se perdieron en el bosque, al errar el camino, y pronto dejó de oír el trote de los caballos.
La mayoría de las personas son tan felices como sus mentes les permiten ser” - Abraham Lincoln

Tras aquel sobresalto, el rey logró reunir a su ejército y reconquistar el reino. En la capital hubo una gran celebración y el monarca quiso compartirlo con el anciano. El viejo le pidió entonces: –Ahora vuelve a mirar el mensaje y le dijo al rey: “No es solo para situaciones desesperadas, sino también para las placenteras. No es solo para cuando estás derrotado; también sirve cuando te sientes victorioso. No es solo para cuando eres el último, también para cuando eres el primero”.
El rey abrió el anillo y leyó el mensaje: “Esto también pasará”, y entonces comprendió. –Recuerda que todo pasa –le recordó el viejo sirviente–. Solo quedas tú, que permaneces por siempre como testigo.

Si entendemos que las emociones no somos nosotros, sino que se trata de estados transitorios de nuestra mente para adaptarnos a la vida, dejaremos de sentirnos sobrepasados por ellas. Las emociones son una brújula, pero nosotros decidimos el rumbo de nuestra existencia.

jueves, 25 de junio de 2015

Llamando a 'Supernanny': "¡Mi hijo es imposible!"

PSICOLOGÍA
El crío le desafía, miente a menudo, no para quieto y lo pierde todo. ¿Inquieto o hiperactivo? Los expertos nos dan las claves

OLGA FERNÁNDEZ CASTRO | El  país | 02/05/2015

Se conoce como hiperactividad, pero su verdadero nombre es Trastorno por Déficit de Atención e Hiperactividad (TDAH). Engloba más síntomas que la inquietud y puede manifestarse solo por un déficit de atención (inatención), sin hiperactividad, o por ambos a la vez. Está causado por la disfunción de dos neurotransmisores (dopamina y noradrenalina) que provoca que se perciban muchos estímulos a la vez, dificultando que el niño pueda centrarse. Se estima que afecta a entre un 2% y un 5% de la población infantil en España y es más frecuente entre los varones. ¿Afecta cada vez a más niños? “Se derivan más niños al especialista desde Atención Primaria, de forma que actualmente es la patología más prevalente en las consultas de psiquiatría. Esto no quiere decir que haya aumentado sino que se detecta más”, apunta Celso Arango, jefe de Psiquiatría Infantil y Juvenil del Hospital Gregorio Marañón, de Madrid, y coordinador de El Libro Blanco de la Psiquiatría del Niño y del Adolescente.
Tipos de TDAH
Hay tres, pero la experiencia clínica está variando esta clasificación. Según explica el psiquiatra Francisco Montañés, “creemos que solo hay dos subtipos (el inatento puro y el combinado) ya que la hiperactividad desaparece quedando en inatentos a los 10–12 años”
Inatento puro. Solo sufren déficit de atención. Afecta más a las niñas. Es difícil de diagnosticar porque al carecer de hiperactividad pasa desapercibido. Suelen ser paradas, perezosas, no atienden, son despistadas y tienen facilidad para distraerse.
Hiperactivo impulsivo. No sufren déficit de atención y suelen mejorar con el tiempo ya que la hiperactividad tiende a diluirse con el desarrollo. Se trata del tipo menos frecuente. Síntomas: movimientos repetitivos, hablar en exceso, interrumpir, incapacidad de guardar turno...
Combinado: Presentan inatención e hiperactividad, además de impulsividad. Es el tipo más frecuente en las consultas. Síntomas: dificultad para permanecer sentado, responder de manera impulsiva, no saber esperar un turno, interrumpir, no mantener la atención y una tendencia a perder objetos.
Los síntomas de la hiperactividad desaparecen o se atenúan al llegar a la edad adulta, a medida que el niño crece y madura su sistema nervioso central, mientras que el déficit de atención permanece más o menos estable. “En el 70% de los casos los síntomas ceden al final de la adolescencia o incluso antes: solo un 30% de ellos llega a la edad adulta con el trastorno. En general, el déficit de atención también mejora, pero menos. Aunque lo cierto es que de adultos se desarrollan estrategias para evitar los despistes o la falta de atención”, explica Arango.
¿Qué causa esta patología? El trastorno cuenta con una importante carga genética, es decir, se hereda. “A veces hay padres que se enteran de que ellos también lo padecen cuando vienen con sus hijos a la consulta”, cuenta José Ángel Alda, del servicio de Psiquiatría y Psicología del Hospital Sant Joan de Déu, de Barcelona, y asesor del proyecto Pandah (programa de sensibilización en TDAH). Además, existen factores ambientales desencadenantes: ser un niño prematuro, tener bajo peso al nacer (menos de 1,5 kilos), sufrir algún traumatismo craneal en la primera infancia o el consumo de tabaco y alcohol por parte de la madre durante el embarazo aumentan el riesgo de que el niño desarrolle el problema. Recientemente se ha publicado en la revista científica JAMA Pediatrics un estudio realizado con 64.000 niños que también relaciona la ingesta de paracetamol durante el embarazo con el TDAH.
En el cole no es el mismo
No todos los niños inquietos son hiperactivos. En palabras de Susana de Cruylles, psicóloga clínica y coordinadora del programa para padres del Hospital Príncipe de Asturias, de Alcalá de Henares, “muchos de los niños que llegan a la consulta no lo son; su conducta responde a problemas familiares”. De hecho, por debajo de los seis años, la mayoría suele ser nervioso, bullicioso y despistado, pero a medida que crece su comportamiento se normaliza. De ahí que el diagnóstico se realice a partir de los siete años, cuando comienza a interferir en los resultados académicos o en la relación con los compañeros.
La patología suele llevar asociadas conductas que desafían a la autoridad, como llevar la contraria, salirse con la suya o mentir
La dificultad para confirmar esta patología lleva consigo una demora en el diagnóstico de aproximadamente cuatro o cinco años, según Montañés. “En la mitad de los casos los niños no son diagnosticados hasta que llegan al instituto”, explica. Y es que, aunque el diagnóstico se realiza en Atención Primaria (el pediatra ve al niño y valora si lo deriva al especialista –psiquiatra, neurólogo o psicólogo– para que realice el diagnóstico), “es en la escuela donde primero se detecta el problema”.
 Como orientación a los padres, Susana de Cruylles enumera tres síntomas claves que deben darse a la vez: incapacidad de estar quieto (no es capaz de permanecer sentado durante cinco minutos), falta de atención (no termina ninguna actividad o juego, se va a otro y luego a otro... ) e impulsividad (responde sin pensar, no es capaz de seguir las normas del juego o de esperar su turno).
Y estos tres síntomas han de manifestarse al menos en dos ambientes diferentes: en casa, en la escuela, en el parque... “Aunque les repitas muchas veces la misma orden, parece que no te escuchan, pero no es por desobediencia sino por déficit de atención. En cambio, suelen centrarse en los videojuegos o la televisión porque les proporcionan muchos estímulos y esto les estabiliza”, apunta la psicóloga.
¿Dónde está Wally?
La atención es precisamente una de las áreas que más se trabaja durante las sesiones con el especialista, y determinadas actividades o juegos son buenos para estimularla: puzles, sopa de letras, juegos de ordenador, pasatiempos, ajedrez o el libro ¿Dónde está Wally?, que no es un libro de lectura sino un juego en el que el niño debe encontrar al personaje, Wally, en una imagen con decenas de detalles. También es importante cuidar el ambiente en el que crece el niño: evitar el estrés, las discusiones o las situaciones de tensión.
Antes de aplicar tratamiento farmacológico se debe dar prioridad a las técnicas de psicoeducación, esto es, instruir a los padres sobre la realidad del problema y cómo deben tratar al niño. Al mismo tiempo, se informa al colegio para que lleve a cabo medidas especiales con el pequeño. Solo en los casos graves o en los que no funciona el tratamiento psicológico se administra medicación (metilfenidato y atomoxetina). Muchos padres son reacios a medicar a sus hijos, sin embargo, los psiquiatras consultados aseguran que los fármacos resultan eficaces y seguros. “Hay estudios de neuroimagen que muestran cómo después de la toma del tratamiento las alteraciones funcionales del cerebro se normalizan”, afirma Celso Arango.
Cambie sus hábitos
El tratamiento de la hiperactividad también incluye la modificación del ambiente donde crece el niño. Se actúa en dos lugares: en la casa y en el colegio. Estas son algunas de las pautas recomendadas.

Fraccione sus deberes.  
Háblele de forma breve y concisa.
No le apremie.
Felicítele.  
Ignore conductas molestas.

Informe a sus profesores. 

Epilepsia, una cicatriz en el cerebro

NEUROLOGÍA |  Día nacional
·        El 24 de mayo se celebra el Día Nacional de la epilepsia
·        Julieta Hough cuenta cómo es su vida con la enfermedad

CRISTINA G. LUCIO | El Mundo | Madrid | 25/05/2015

La epilepsia llegó a la vida de Julieta Hough de repente y en plena noche, como si fuera una pesadilla. Era 1998 y esta argentina que entonces tenía 21 años se despertó desorientada, en el suelo de su cuarto, sin saber qué le había pasado y por qué se sentía tan débil. Pensó que habría sido un mal sueño y se volvió a dormir, pero al poco tiempo, la escena se repitió. El mal sueño era real y tenía un nombre, le dijo el médico: epilepsia.
"Me hicieron una resonancia magnética y vieron una marca en mi cerebro que estaba ahí desde el nacimiento. Dijeron que era como si tuviera doblada una capa y así es como imagino yo la lesión", recuerda esta periodista que, desde 2004, vive en España.
Al principio, sintió vértigo, pero la medicación consiguió borrar las crisis a cambio de un poco de somnolencia y un ligero temblor en las manos -"me costaba pintarme las uñas-, recuerda-. La enfermedad llegó a estar tan controlada que, en 2007, Hough creyó que se había librado de ella. Sin embargo, en 2010, las crisis volvieron con ímpetu, de nuevo, en plena noche.
"Mi marido se dio cuenta de que me estaba poniendo rígida y empecé a convulsionar. Llamó a una ambulancia y todo empezó de nuevo", relata Julieta que tuvo miedo y se puso a bucear en internet, buscando información y ayuda. En el camino, se encontró con laAsociación Madrileña de Epilepsia (AME), con la que hoy colabora activamente, y que, junto a su familia, le sirvió para mirar adelante.
Hoy, sus crisis están de nuevo bajo control y hace una vida normal. Está a punto de terminar su tesis, conduce, va a menudo a la piscina y cuida de sus hijas, Ainara, de tres años, y Olivia, de ocho meses.
Pero no todos los casos son como el suyo. El 70% de las aproximadamente 400.000 personas que sufren epilepsia en nuestro país consigue mantener la enfermedad bajo control, explica el doctor José Serratosa, presidente de la Sociedad Española de Epilepsia (SEEP). "Pero un 30% no lo logra, lo que afecta seriamente a su calidad de vida y les provoca problemas en el aprendizaje o a la hora de trabajar". Según datos de la Sociedad Española de Neurología (SEN), en España el número de enfermos con discapacidad por epilepsia en edad activa es superior a las 26.000 personas y, de ellos, más de 18.000 sufren limitaciones respecto al trabajo.
Además, en muchos casos, el desconocimiento y el estigma que sigue rodeando a la enfermedad discriminan y dificultan aún más la vida de estos pacientes.
"Sigue habiendo muchos prejuicios. La enfermedad sigue siendo una gran desconocida en parte porque los que la tenemos controlada no hablamos del tema. Sólo se ven los casos más graves, por eso creo que es importante que los que tenemos la epilepsia bajo control lo contemos, demos la cara para que la gente vea que muchos podemos hacer una vida normal. Me gustaría que la gente lo hiciera, sobre todo las personas con proyección pública. Que alguien famoso dijera públicamente que tiene epilepsia ayudaría mucho", señala Hough.
Serratosa apunta que, en los últimos años, se ha avanzado mucho tanto en el diagnóstico como en el abordaje terapéutico de la enfermedad. "Gracias a pruebas de imagen, como la resonancia magnética o el electroencefalograma en vídeo se puede detectar mejor dónde está el foco del problema", explica el también especialista de la Fundación Jiménez Díaz de Madrid.
Hay más de 100 tipos de epilepsia y, aunque las displasias corticales (alteraciones en la corteza cerebral) son la causa más frecuente, cualquier lesión cerebral (ya sea congénita o adquirida) puede dar origen a una epilepsia. En algunas áreas cerebrales, como el hipocampo, la posibilidad de que un daño se traduzca en una crisis es más habitual.
Al igual que hay una gran variabilidad en el origen de la epilepsia, también son muy distintos los síntomas que puede provocar. En algunos casos, las crisis provocan alteraciones leves del estado de consciencia o sensaciones anormales, mientras que en los más graves se presentan convulsiones generalizadas y una pérdida completa de la consciencia.
En cuanto al tratamiento, "cada vez hay más alternativas", señala José Serratosa. Cuando los fármacos no funcionan, continúa, "en algunos casos se puede recurrir a la cirugía, que permite retirar el foco epiléptico como si fuera un tumor". En nuestro país, hay siete unidades especializadas en cirugía de la epilepsia. También hay tratamientos basados en la estimulación cerebral o basados en seguir una dieta cetogénica, y la investigación sigue avanzando.
"Además, los pacientes deben controlar algunos aspectos, como la falta de sueño o el estrés emocional, porque suelen ser desencadenantes de las crisis", recuerda el especialista.
"Es necesario apoyar más a la investigación en este campo, que está arrojando muy buenos resultados", afirma el doctor Serratosa, quien también reclama que todos los posibles afectados puedan tener acceso a unidades especializadas, donde "se puede afinar en el diagnóstico y acceder a todas las alternativas terapéuticas disponibles".
            ¿Qué hacer si presencia una crisis
            Mantenga la calma y aleje cualquier objeto cercano que pueda hacer daño al paciente
Espere que ceda la crisis. Lo habitual es que dure más o menos un minuto.
No introduzca nada en su boca. Puede provocarle una lesión.

Ponga al paciente de costado y, en caso necesario, afloje su corbata o cualquier otro accesorio que pueda dificultar su respiración.


lunes, 22 de junio de 2015

Colgados de los ansiolíticos

El consumo de medicamentos psiquiátricos aumenta a pesar de que las patologías mentales permanecen estables

MILAGROS PÉREZ OLIVA | El País | 28/09/2014                          

La tristeza no es una enfermedad. Sentir dolor por la muerte de alguien querido no es patológico. Y temblar cuando se habla en público por primera vez, tampoco. La vida no se puede tratar con pastillas y, sin embargo, cada vez recurrimos más a ellas para combatir lo que no es otra cosa que el simple malestar de vivir. En lugar de asumir por la mañana los nubarrones con un “buenos días tristeza”, corremos al médico para que nos recete antidepresivos. Y en lugar de encararnos con el jefe tóxico que nos acosa, corremos al psiquiatra en busca de ansiolíticos.
En 10 años se ha producido en España un aumento del consumo de medicamentos psiquiátricos que no está justificado. De hecho, la mayoría de las patologías mentales de causa endógena tienen una incidencia estable en el tiempo y similar en todo tipo de sociedades. Lo que sí puede aumentar es la incidencia de trastornos transitorios de carácter reactivo, la depresión causada por estrés, por ejemplo. Pero ni siquiera eso explica el aumento que se ha observado en la prescripción. No hay en España, país alegre y soleado donde los haya, por mucho que apriete la crisis, tanta depresión como indican las ventas de Prozac y otros antidepresivos. Ni se justifica que en las estadísticas de la OCDE, España figure en segundo lugar en consumo de tranquilizantes.
¿Qué ha propiciado este salto tan espectacular de lo que podríamos denominar psiquiatría de complacencia? La presión de la industria farmacéutica, con su estrategia de ganar mercados a costa de crear nuevos síndromes, es señalada por muchos autores como el desencadenante de la espiral medicalizadora. Resulta más barato y más lucrativo crear nuevos mercados para viejos principios activos reciclados como nuevos fármacos que encontrar nuevos tratamientos. Después de alertar en el British Medical Journal en 2002 (Selling sickness: the pharmaceutical industry and disease mongering), Ray Moynihan hurgó en varios libros e investigaciones los mecanismos que han llevado a etiquetar como enfermedades procesos que no lo son: desde la fobia social al síndrome de las piernas inquietas. La psiquiatría infantil, con el espectacular aumento del diagnóstico de autismo e hiperactividad, ha resultado el campo mejor abonado.
La presión de la industria farmacéutica es señalada por muchos autores como el desencadenante de la espiral medicalizadora
Pero aunque es fácil colocarle a la industria farmacéutica la etiqueta de villana, no es el único factor. Y en ocasiones, ni siquiera el más importante. Desde la salud pública se dice que somos lo que comemos, pero más que nada somos lo que pensamos. Autores como Byung-Chul Han o Zygmunt Bauman nos dan, desde la sociología y la filosofía, claves que ayudan a explicar mejor el fenómeno. Por un lado, como dice Han en La sociedad del cansancio, las consecuencias de dejar atrás la organización social disciplinaria, en la que si uno cumple con su deber podrá vivir satisfecho, para sumergirnos en la sociedad del rendimiento, cuyo paradigma es ese individuo exhausto por una competitividad autoimpuesta y sin límite que le obliga a estar siempre alerta y siempre en forma, y que percibe cualquier distracción o contratiempo como una amenaza para su carrera. Si fracasa, será por su culpa. Para Bauman, en estos tiempos hipercompetitivos, los que no siguen quedan excluidos, y eso crea mucha angustia. La gente ve la vida como el juego de las sillas, en el que un momento de distracción “puede comportar una derrota irreversible”. Y así es cómo, “incapaces de controlar la dirección y la velocidad del coche que nos lleva, nos dedicamos a escrutar los siete signos del cáncer, los cinco síntomas de la depresión, los fantasmas de la hipertensión o el colesterol, y nos entregamos a la compra compulsiva de salud”.
Todo eso, en el marco de una cultura que fomenta el consumismo y el individualismo hedonista, que produce individuos exigentes, impacientes y con escasa tolerancia a la frustración y que, como advirtió Daniel Callahan, director del proyecto Los Fines de la Medicina, del Hastings Center de Nueva York, esperan de la medicina aquello que esta no les puede dar. Esos individuos son muy vulnerables a la publicidad, abierta o encubierta, que les ofrece el recurso a las pastillas como el elixir mágico que les ayudará a construir una burbuja de felicidad, aunque sea inducida por la química.

La mayor parte de esa presión se canaliza hacia la consulta del médico de cabecera, que muchas veces solo tiene el talonario de recetas para hacer frente a tan perentorias demandas. Pero los medicamentos no son inocuos. Barbara Starfield, de la Universidad John Hopkins, señalaba ya en 2002 en To err is human que la iatrogenia de los tratamientos era la tercera causa de muerte en Estados Unidos. El problema es que, como indica Enrique Gavilán, médico de familia que ha investigado los procesos de medicalización, si no se hace un seguimiento adecuado, algunos de estos fármacos crean dependencia. Y ahí tenemos una nueva forma de hacerse adicto. Andreu Segura, especialista en salud pública, lamenta que la sociedad no sea consciente de que las pastillas pueden ayudar cuando son necesarias, pero también tienen efectos adversos, y eso es lo único que producen cuando se recetan sin justificación. Pero mientras nos excedemos en la prescripción en procesos que no son patológicos, hay al mismo tiempo muchos enfermos con verdaderas enfermedades mentales que ni siquiera están tratados. Para Antoni Bulbena, jefe del Departamento de Psiquiatría de la UAB, esa es la gran e injusta paradoja de este historial. Al final, unos sufren por demasiado medicados y otros por demasiado poco.


Más importante que el fonendo

COMUNICACIÓN | Entorno sanitario
CRISTINA G. LUCIO | Madrid | El Mundo | 28/04/2015

Durante décadas, la comunicación ha ocupado un lugar secundario en el entorno sanitario. La competencia técnica ha primado muy por encima de las habilidades para interactuar con el enfermo; un enfoque que permite abordar las enfermedades, pero no siempre el sufrimiento. Desde hace unos años, sin embargo, hay un cierto cambio de tendencia y los médicos con mano izquierda están pidiendo paso.
«En realidad siempre ha habido profesionales empáticos, personas con aptitudes para la comunicación, pero lo cierto es que antes la mayoría de los médicos tenían que aprender estas habilidades como podían, con la práctica, y si tenían la suerte de tener un buen modelo al que imitar y la sensibilidad suficiente para saber qué técnicas eran acertadas y cuáles no», apunta Juan José Rodríguez Salvador, médico de familia en un centro de salud de Vizcaya que ha estudiado a fondo el fenómeno de la comunicación sanitaria.
Ahora, en cambio, hay un mayor interés por aprender estrategias para conectar mejor con el paciente, un giro que coincide con «un reemplazo del modelo paternalista de atención por otros modelos que priman más la autonomía del paciente y su derecho a la información».

“El interés aumenta porque cada vez se siente más esa necesidad entre los profesionales”, coincide Elena López Parra.  “Cuando el médico llega por primera vez a la consulta se da cuenta de que tiene muchas carencias, que el paciente reclama información y que hay cosas que no se aprenden en los libros”.
Ella misma vivió esa sensación en primera persona, por lo que al inicio de su carrera- y cuando no muchos lo hacían- decidió pedir ayuda tras constatar que tenía una buena formación en las técnicas de exploración y la teoría médica, pero no conseguía conectar con los pacientes. «Se me enfadaban mucho», recuerda. En el camino que inició, aprendió -entre otras muchas cosas- aspectos que ahora enseña: como que hay mirar siempre al paciente a los ojos, que se puede leer la comunicación no verbal, que es importante adecuar el lenguaje a diferentes niveles y que es clave dejar espacio a las preguntas. También, y quizás eso fue lo más difícil, que hay formas de dar bien una mala noticia.

«Si un profesional es poco hábil a la hora de dar una mala noticia puede provocar un sufrimiento añadido y que se deteriore su relación con el paciente», señala Rodríguez Salvador, quien subraya que, en cambio, saber manejar el proceso permite que el paciente asimile la realidad poco a poco y que se afiance esa relación.

Una información clara, explica, da la oportunidad al paciente de tomar decisiones sobre su asistencia y elimina una proporción considerable de ansiedad y aislamiento. «Aunque no le informemos, el paciente siempre se entera de que se muere, y si no puede transmitirle a nadie sus miedos, porque hay una conspiración de silencio, la angustia es mucho mayor», comenta. En ese sentido, añade, es fundamental colaborar y establecer lazos comunicativos también con la familia. Hay varias estrategias para dar malas noticias, que engloban una serie de pautas para facilitar el proceso.

Es fundamental que el profesional busque un lugar privado, que permita la liberación de emociones y la transmisión tranquila de la información.
«Hay que estar muy atento a la reacción del paciente, a cómo responde a esa primera información. Por ejemplo, que diga frases como 'Doctor, me pongo en sus manos' es un indicador de que prefiere no saber. En esos casos -que son minoría- hay que respetar su deseo», indica Rodríguez Salvador.
Si, en cambio, el paciente sí quiere saber en qué situación está, necesita comprender todos los detalles, por lo que el profesional debe adecuar su mensaje a su nivel de compresión. «Esta máxima es aplicable a cualquier diálogo, pero debe extremarse en el caso de las malas noticias. Y es una de las cosas que más les cuesta a los médicos, que tienden a abusar de los tecnicismos», añade el especialista.
En todo el proceso, recuerda, el sanitario debe mostrarse empático, reconociendo y respondiendo a las posibles respuestas emocionales del paciente. Y, por último, debe plantear una estrategia para atender la incertidumbre que suele surgir tras recibir una mala noticia. Es importante demostrar que el personal médico estará accesible para responder dudas o atender necesidades que puedan aparecer. «En ese sentido, es clave dejar una puerta abierta a la esperanza, sin mentir. Ser honesto no significa ser categórico», recuerda.

Además, en su día a día, el médico también tiene que estar atento para detectar e intentar soslayar las múltiples barreras que el actual modelo sanitario impone a la comunicación. La principal es la del tiempo, resume March, porque las apretadas agendas dejan apenas unos pocos minutos por paciente y en ese espacio hay que conjugar muchas labores fundamentales. Pero hay muchas más: la voracidad de los registros, la necesidad de estar pendiente del ordenador, las interrupciones en la consulta, la falta de espacios de privacidad, y las etiquetas o prejuicios que profesional y paciente hacen del otro son algunos ejemplos.

Otra barrera muy importante es la asunción por parte de algunos profesionales de que la comunicación sólo es importante en determinados entornos, como la Atención Primaria o los Cuidados Paliativos. «Es por esto por lo que muchos pacientes se sienten tratados como si fuesen órganos, no personas ante determinados especialistas», señala Rubén Mirón, profesor de Enfermería de la Universidad de Castilla La-Mancha
En general, son muchos los muros frente a la comunicación que se levantan en una consulta médica, reconocen los especialistas consultados. Sin embargo, estos «no deben tomarse como excusa» para abandonar este aspecto en un rincón. «En realidad, se pierde gran parte del potencial de un médico si falla la comunicación». Un buen profesional debe aunar al menos cuatro cualidades básicas: conocimientos actualizados, adecuado manejo de las técnicas exploratorias, habilidad para tomar decisiones, y aptitudes para conectar con el paciente. «Si una de esas cuatro patas falla, la mesa acaba cojeando por algún lado. Y hay que recordar que la comunicación es una herramienta que se utiliza mucho más que el fonendo»
Si el siglo XX fue el del avance de la tecnología médica, señalan los expertos consultados, el XXI tiene que ser «el de la recuperación del humanismo». Y eso, aseguran, pasa por una buena comunicación.
«Hay que volver a la silla en la cabecera, a mirar a los ojos al paciente. Hay que recuperar el contacto físico, dar la mano al enfermo, explorar tocando, consolarle con afecto. Que el paciente tenga claro que te pones en su lugar y sientes como se encuentra», señala Eduard Peñascal, quien remarca que «esa vuelta a los orígenes de la profesión» no supone renunciar ni un ápice a los avances logrados. «Hay que aprovechar toda la tecnología actual, pero sin que esta sustituya al acercamiento entre médico y pacientes».
«Me acuerdo de la icónica imagen de Gregorio Marañón sentado junto a la cama de un enfermo y pienso que hoy debería ser igual, habría que transmitir la misma cercanía, pero con el ipad o el ecógrafo portátil en la mano», concluye Peñascal.
Nota.- Si interesa leer el artículo entero, se puede buscar en el periódico y la fecha que se indica casi en la cabecera. Entero es muy interesante, pero he omitido más de una página saltándome párrafos que me han parecido de menos importancia.

viernes, 19 de junio de 2015

Ocho formas de superar pensamientos indeseables.

MARIANA ALVEZ | 04/04/2015
Les comparto este artículo de Alberto Rubín Martín. Licenciado en Psicología y Máster en Psicología de las Organizaciones y del Trabajo http://lifeder.com/
Tener pensamientos recurrentes indeseables, es una de las experiencias más irritantes e incómodas.
Pueden ser pensamientos relacionados con alguna relación personal, dinero o cualquier situación del trabajo y el problema es que son difíciles de controlar.
La forma más intuitiva de tratar con esos pensamientos es intentar suprimirlos, aunque como han demostrado muchos estudios, ese método no funciona y de hecho, hace que persistan aún más.
¿Entonces qué alternativas se pueden utilizar para evitar estos pensamientos? Voy a comentar algunos:
1-Distracción centrada
La tendencia natural al intentar evitar un pensamiento es pensar en otra cosa, distraerse; buscamos cosas en las que centrar nuestra atención.
La distracción funciona, aunque solo si te centras en una cosa específica en lugar de dejar vagar la mente. De hecho, dejar vagar la mente está asociado con infelicidad.
Por tanto, concéntrate en una película, un libro, una canción, un deporte, cualquier tarea doméstica, etc.
2-Evita el estrés
Otro método para evitar pensamientos persistentes es estar muy ocupados. Se cree que las prisas no dejarán espacio para pensar en lo que no queremos.
Cuando esto se ha comprobado científicamente, ha resultado que los pensamientos indeseables vuelven incluso más fuertes.
Se trata de estar ocupado, pero no bajo presión y con estrés.
3-Aplaza el pensamiento
Mientras que tratar de suprimir un pensamiento, hace que vuelva más fuerte, posponerlo puede funcionar.
Cuando se pide a las personas que pospongan sus pensamientos ansiosos a un periodo designado de 30 minutos, funciona como forma de dejar de lado los pensamientos indeseables.
Por tanto, un método que se puede usar es designar un periodo de tiempo para pensar en todas las preocupaciones. 
4-Terapia paradójica
Este método se basa en intentar concentrarte y buscar el pensamiento repetitivo en lugar de suprimirlo.
Parece paradójico que centrarse en un pensamiento ayude a dejarlo ir, aunque varias investigaciones demuestran que esto puede funcionar. Esta técnica está basada en el principio de la exposición: exponerse de forma repetida a un estímulo guía a su control y a la habituación ante el mismo.
Funciona especialmente para los pensamientos obsesivos y para el comportamiento compulsivo.
5-Aceptación
Existe evidencia de que intentar aceptar pensamientos indeseables en lugar de combatirlos, puede funcionar.
Se trata de “observar” los pensamientos, no tratar de discutirlos o evitaros, sino contemplarlos y dejarlos ir.
6-Meditación
La meditación produce una actitud de compasión y de ausencia de juicios. Además, también es una forma adecuada para superar los pensamientos repetitivos.
7-Autoafirmaciones
Una autoafirmación es algo que te dices a ti mismo y que está enfocado en tus rasgos positivos. Por ejemplo, “valgo mucho y me merezco ser feliz”, “lo voy a hacer bien”, “estoy relajado y no tengo preocupaciones”.
La autoafirmaciones se usan para fomentar creencias y rasgos positivos. Entre otros beneficios, los más importantes son que aumentan la autoestima y el autocontrol.
También puede ayudar para pensar en algo positivo y constructivo en lugar de en los pensamientos repetitivos.
8-Escribir
Ha sido demostrado muchas veces que escribir sobre los pensamientos, experiencias y sentimientos tiene beneficios para la salud. Además, ayuda a reducir pensamientos recurrentes indeseables.
Puedes escribir un diario en el que comentas tus experiencias diarias, los problemas que te van surgiendo o las cosas que te preocupan.