lunes, 29 de julio de 2019

Hiperactivos: ¿perturbados o adaptados?


José R. Ubieto    | La Vanguardia   |   Barcelona   |   12/04/2019
¿La hiperactividad es hoy una conducta perturbadora, algo que nos aparta y dificulta del objetivo, o un estilo de vida adaptativo a un siglo XXI en constante movimiento?
Hace dos décadas, la atención focalizada -el tiempo que concentramos nuestra atención en un titular de diario, en un vídeo de Youtube o en un anuncio publicitario- era de 12 segundos. Hoy, tan sólo de 5. Y si nos fijamos en los dibujos animados infantiles, constataremos como un episodio de Bob Esponja (que dura aproximadamente 11 minutos) tiene más estímulos que todas las temporadas de Heidi. Hagan la prueba, póngales a sus hijos un episodio de la niña de los Alpes y verán como les llaman enseguida para advertirles que la pantalla se ha congelado porque lleva 6 segundos sin que pase nada: ni música, ni sonido, ni cambio de ritmo. En nuestro país, el 21% de las criaturas de entre 0 y 3 años accede diariamente a internet y el 81% de los bebés menores de seis meses ya están presentes en las redes sociales e Internet.
Podríamos seguir con los ejemplos, pero acordaremos que vivimos en una sociedad sobrexcitada sensorialmente, apasionada del multitasking y que encuentra en el zapping la vía regia para conectarse al mundo. ¿Qué adulto sostiene hoy una actividad de 50’ seguidos sin recurrir al touch de su móvil o sin deslizarse por el hipertexto hasta el infinito y más allá? ¿Se imaginan que tuvieran que hacer eso de 9 a 17h? ¿Y de lunes a viernes?
Muchos niños y niñas, la mayoría, tienen ese objetivo a diario, al igual que sus profesores. Los más mayores disponen, en secundaria, de la posibilidad de un uso clandestino de los smartphones -y algunos lo hacen- para sobrevivir a su jornada escolar. Paralelamente a esta nueva realidad digital, en la que viven y donde buscan su lugar, aumentan significativamente los diagnósticos de TDAH, forma patológica de la hiperactividad.
Tenemos, pues, un problema serio con la atención.
Simone Weil, mística y activista social francesa, recordaba un cuento esquimal que explica el origen de la luz: “El cuervo, que en la noche eterna no podía encontrar alimento, deseó la luz y la tierra se iluminó”. Añadía que si hay verdadero deseo, si el objeto del deseo es realmente la luz, el deseo de luz produce luz y que hay verdadero deseo cuando hay esfuerzo de atención. Interesante reflexión que nos aclara alguna de las paradojas actuales de la atención: aquellos que parecen estar perdidos en su desatención, no dejan por eso de focalizarla en otra parte: videojuego, móvil, charla compañeros. Su deseo -y con él, su atención- parece estar en otro lado.
Otra paradoja nos la enseña un muchacho, diagnosticado de TDAH por su desatención escolar permanente, cuando nos explica que desde siempre vive solo con su padre -su madre desapareció al poco de darle a luz- y que a éste apenas lo ve en el día a día porque siempre está trabajando cuando él sale de la escuela. ¿Qué desatención es la primera, la suya o la de los progenitores?
Parece, pues, que la atención, y su falta, no son pensables sin el deseo y sin la presencia del otro. Cuesta creer que esta dificultad actual pueda explicarse solo por fallas en las conexiones neuronales, cuando las conexiones presenciales andan en crisis.
El músico de rock Kurt Cobain empezó a tomar Ritalin, un medicamento para el trastorno de déficit de atención (anterior al Concerta) a los 7 años y aseguró que nunca dejaría de tomar drogas de un modo u otro desde entonces. En su nota de suicidio confesó que llevaba odiando a todos los seres humanos desde los siete años.
¿No estaremos tomando a esos 4 millones de niños/as estadounidenses o al 5-7% de niños españoles, diagnosticados de TDAH, como el chivo expiatorio de este estilo de vida hiperactivo, olvidando que los adultos los queremos justamente flexibles, emprendedores, dinámicos…? En definitiva, hiperactivados e hiperconectados, como garantía de su futura adaptabilidad social y laboral.
José R. Ubieto. Psicoanalista (AMP) y profesor de la UOC. Co-autor de Niñ@s Híper (Ned, 2018)


viernes, 26 de julio de 2019

La depresión sonriente

Mariana Alvez   |   20/08/2018

La depresión sonriente no está oficialmente reconocida dentro del DSM-V, sin embargo en clínica nos podemos encontrar con esta manifestación que quiero contarte hoy para que puedas reconocer si alguien cercano a ti la padece, o te pueda estar ocurriendo a ti mismo.

El término depresión sonriente hace alusión a quienes viven con depresión pero parecen ser muy felices exteriormente, personas con una vida que por fuera parece muy estable o incluso perfecta en algunas ocasiones.
Pueden considerarla como una persona activa, que funciona bien, con un trabajo estable, familia, una buena vida social, incluso pueden parecer muy optimistas o felices.
Parecerá una persona muy contenta, sin embargo por dentro estará padeciendo de todos los síntomas depresivos (cambios en los patrones de sueño y alimentación, letargo, desesperanza, falta de autoestima, pérdida de interés por cosas que antes le agradaban, etc).
Quienes fingen estar bien a pesar de todo sienten que si demuestran su malestar las personas las percibirán como alguien débil, por lo tanto no buscan ayuda. No quieren molestar a los demás con sus verdaderos sentimientos, pueden negar su tristeza, sienten que el mundo sería un lugar mejor si no estuvieran en él.
Usualmente los niveles de energía se mantienen cuando se está en presencia de otras personas y se sienten muy débiles cuando nadie los mira.
Pueden existir ciertos factores que pueden ayudar a despertar este tipo de depresión como por ejemplo cambios vitales importantes (perder un trabajo, duelo, ruptura), sentirse juzgadoscreerse las mentiras de las redes socialesexpectativas desmedidas (a tal edad ya deberías tener la vida resuelta, tendrías que tener pareja, hijos, un trabajo perfecto, haber cumplido ciertos objetivos, etc.)
El tratamiento
Para este tipo de depresión es el mismo que la depresión en general, se recetará determinados psicofármacos, psicoterapia de preferencia cognitivo conductual o psicología positiva para generar cambios en la manera de ver el mundo y también realizar cambios en el estilo de vida, tal vez sea hora de cambiar de trabajo, dejar esa pareja o encontrar un propósito más profundo en tu existencia.
La depresión puede tomar múltiples formas, es una condición agotadora, por eso es tan importante buscar ayuda y comprender que uno no está solo, que existen muchas maneras de salir adelante y aprender a lidiar con el dolor.


jueves, 25 de julio de 2019

¿Solitario social o emocional?. La salud de uno de los dos está en peligro.

PSICOLOGÍA


SARAH PALANQUES TOST |   EL PAIS   |   24/05/2019

“La soledad no es necesariamente mala, pero cuando es negativa te quita años de vida. ¿Podemos hacer algo para evitar el daño?”

Estamos rodeados de solitarios. Solo hay que fijarse en el comensal que, a diario, come sin compañía, en los turistas que se van de vacaciones en completa soledad, en quienes añoran la cola del supermercado para entablar una conversación. A veces el solitario es uno mismo, cuando desborda un estado emocional "que podría relacionarse con nostalgia, melancolía, morriña, añoranza, desamparo, abandono, sensación de fracaso y tristeza de forma más genérica", según la definición del psicólogo y psicoterapeuta Marc Ruiz. Pero la soledad no siempre tiene esos colores apagados, no es mala por sí misma. Comer sin más compañía que el diálogo interior o reflexionar a solas en un país extranjero no tienen por qué ser situaciones negativas.

"En función del contexto podemos ansiar la soledad para concedernos el placer de desconectar del estrés diario", dice Ruiz, y ahí está la clave. Hay que mirar más lejos para saber cuándo la soledad es un problema, uno que puede mermar la salud, de las personas, que es justo lo que hizo un equipo de investigadores de Irlanda, Reino Unido y Estados Unidos. Los científicos ahondaron en las profundidades de este sentimiento y descubrieron algo sorprendente: cuando la soledad se clasifica en subtipos se duplica el número de personas que reconocen sufrirla. Y no son pocas; la mitad de los españoles admite haber experimentado en algún momento cierta sensación de soledad, y más de cuatro millones se sienten solos con mucha frecuencia, según datos del estudio La soledad en España.

La clave para conocer qué puede esperar uno de sus momentos de soledad está en el trabajo del equipo internacional de investigadores, que reafirma las teorías que dividen este sentimiento en dos tipos: la soledad social, que se distingue por la falta de satisfacción en la cantidad de relaciones sociales, y la soledad emocional, que es la insatisfacción por la calidad de las relaciones humanas, por "el tipo de vínculo o relación que tenemos con las personas de nuestro entorno", explica Ruiz. Todo apunta a que el último tipo "predice una peor salud psicológica", afirma el psicólogo.

Un sentimiento dañino pero también ansiado en ciertos momentos, buscado o evitado… La soledad se manifiesta de maneras diferentes, incluso es una necesidad para algunas mentes, pero, ¿cómo la sentimos? Ruiz revela que, en su práctica clínica, cerca del 80% de sus pacientes señalan la soledad entre sus cinco temores principales pero que, al ser un sentimiento subjetivo, los solitarios tienen distintas maneras de vivirla. Y eso determina la manera en que se percibe desde fuera. "Nuestro contexto, nuestra historia vital, nuestras vivencias traumáticas, qué valoraciones hacemos de esa soledad, cómo se ha gestado, qué tipo de relaciones tenemos, cómo respondemos ante estas variables… todo esto determina cómo la vivimos y son indicadores que facilitan, o no, manifestaciones clínicas como la depresión mayor y el trastorno de ansiedad generalizada", explica.

En todo caso, el estudio sobre los solitarios sociales y emocionales saca a relucir que la soledad es un problema de salud pública. Las viviendas ocupadas por una sola persona son el tipo de hogar de crecimiento más rápido en todo el mundo. La tendencia demográfica muestra una natalidad a la baja en España, donde el declive demográfico ha alcanzado su máximo histórico, igualando datos de 1941. Los matrimonios siguen extinguiéndose y el uso de la tecnología está afectando de manera casi inexorable nuestra capacidad de formar "tribus" y comunidades de apoyo reales. "Viendo los datos del estudio, es innegable que la soledad es un factor de riesgo de la salud mental", asevera el psicoterapeuta Marc Ruiz.

Pero no es una conclusión nueva para los científicos. Un estudio de 2016, publicado en la revista American Journal of Public Health, midió el impacto del aislamiento social, la soledad y la mortalidad para conocer las consecuencias de ser una persona solitaria. Los investigadores analizaron una muestra de casi 9.000 adultos finlandeses a lo largo de 17 años, y concluyeron que tenían pruebas sólidas para afirmar que el aislamiento del entorno estaba relacionado con la mortalidad. Los resultados implican que el riesgo de mortalidad existe a lo largo de un continuo, que afecta no solo a aquellos que experimentan un aislamiento social extremo, sino también a aquellos que sufren aislamiento de intensidad leve a moderada. Y cada vez hay más gente sola.

Y en un metaanálisis de 2015, los científicos vieron que el aislamiento social está asociado con un mayor riesgo de mortalidad temprana, independientemente del género y de la región del mundo que se estudie. Tanto de este estudio como de un experimento que hizo la BBC se desprende un dato chocante: las personas que se sienten más solas tienen menos de 65 años de edad. Según las cifras recogidas por la BBC, procedentes de 55.000 personas, "el 40% de los jóvenes de 16 a 24 años dijeron que a menudo o muy a menudo se sentían solos, en comparación con el 27% de los mayores de 75 años". Asimismo, en un artículo publicado en la revista Harvard Business Review, el cirujano americano Vivek Murthy escribió que "la soledad y las conexiones sociales débiles se asocian con una reducción de la vida similar a la causada por fumar 15 cigarrillos por día e incluso mayor que la asociada con la obesidad ".

Soluciones emergentes, y un consejo profesional

"La soledad es quizá uno de los principales retos de nuestro tiempo", reflexiona el presidente de la Fundación Psicología Sin Fronteras y vocal del Colegio Oficial de Psicólogos de Madrid, Guillermo Fouce. El experto señala como factores desencadenantes de esta soledad la manera como interaccionamos en el siglo XXI: "El aumento del individualismo, que cada uno vaya a lo suyo, el miedo al otro y a lo diferente..." Y propone como una de las posibles soluciones la intervención social para generar redes de apoyo, ya que este "es, quizá, el factor que más explica la famosa resiliencia o resistencia ante la adversidad o superación de las dificultades". En este sentido, ya hay grupos en pequeñas administraciones y alcaldías en nuestro territorio que trabajan en esta dirección. A una escala más grande, la primera ministra británica, Theresa May, anunció el nombramiento de un ministro de la Soledad, el año pasado.

Por su parte, el psicoterapeuta Marc Ruiz reconoce la complejidad de enumerar soluciones mágicas, ya que dependen mucho de la particularidad de cada caso, precisamente por la cantidad de variables que pueden interferir en ese sentirse solo. "¿Hablamos de un chaval del 18 años que sufre bullying y todos sus iguales se han apartado de él, o hablamos de una mujer viuda de 80 años que únicamente compartía su vida con un marido al que amaba profundamente?", se pregunta.

Con estos dos ejemplos se pone de manifiesto lo radicalmente distintos que pueden ser los casos en los que una persona sufra soledad, y el daño que puede hacer. "Esas diferencias resultan determinantes a la hora de abordar un caso. Simplemente la edad ya es un factor determinante. Dicho esto, una recomendación generalista, de las que no soy muy amigo, sería cuidar mucho la calidad de las relaciones. En vez de acumular amistades huecas en redes sociales, cuidemos a las personas que están a nuestro alrededor. Yo, personalmente me muevo mucho en redes sociales y las personas más importantes para mí, no están ahí dentro", concluye el experto.


martes, 23 de julio de 2019

¿Por qué nos cuesta tanto cambiar de opinión cuando nos demuestran que nos equivocamos?

PSICOLOGÍA
Ignacio Morgado Bernal  |   El País   |   14/07/2019
Guiados por nuestra particular manera de ver las cosas, los humanos actuamos en función de dos procesos mentales mutuamente imbricados: el razonamiento lógico, organizado desde la corteza cerebral prefrontal, y los sentimientos que ese razonamiento origina, organizados desde la amígdala y otras estructuras del interior del cerebro. Ambas regiones cerebrales están interconectadas haciendo que nuestros razonamientos movilicen y cambien nuestros sentimientos y que éstos, a su vez, también influyan en nuestro modo de razonar y ver las cosas. Ninguna persona con un cerebro sano puede detener voluntariamente alguno de estos dos procesos y funcionar sólo con el otro. Es decir, no hay personas puramente racionales ni personas puramente emocionales. Somos seres racionales y emocionales a la vez. 

Ese modo de funcionar del cerebro y la mente humana se pone especialmente de manifiesto cuando expresamos públicamente opiniones sobre cuestiones de cierta relevancia, pues con frecuencia nos volvemos esclavos de esas opiniones tratando de mantenerlas a toda costa incluso cuando sabemos que no están suficientemente justificadas. Nos estamos refiriendo a opiniones, supuestamente sinceras, que tratan de valorar una situación, como cuando se afirma que la corrupción es resultado de leyes económicas injustas, que el nacimiento de Vox es consecuencia del secesionismo, que el menor rendimiento en el trabajo se debe al tabaquismo o que la violencia de género se soluciona con la pena de muerte, por poner algunos ejemplos. 

El tratar de sostener opiniones de un modo pontifical sobre cuestiones de actualidad se observa no solo en intelectuales, periodistas, políticos o cargos públicos, sino también en personas corrientes en sus relaciones sociales de trabajo, la familia o los amigos, aunque la intensidad del sostenella y no enmendalla depende mucho del carácter, los intereses y las experiencias previas de cada persona. Pero hay veces en que ni siquiera es necesario un interés especial en retener una opinión para que la tenacidad sea suprema en el aferrarse a ella, incluso cuando es difícilmente sostenible. ¿Por qué nos comportamos de ese modo? ¿Por qué nos cuesta tanto rectificar cuando nos equivocamos?. 

La  explicación está en dicha interacción entre procesos racionales y emocionales de la mente humana. Cuando se nos contradice pública o privadamente con argumentos y razones que alcanzamos a entender el cerebro altera el estado de nuestras vísceras (el sistema nervioso autónomo y las hormonas, como cuando tenemos estrés) y crea de ese modo una emoción negativa que percibimos como un sentimiento de vergüenza y de daño a nuestra autoestima, o incluso como vanidad herida, cuando uno se siente persona importante e influyente ante una audiencia igualmente considerada. 

Sentir que la audiencia nos devalúa y que perdemos prestigio ante ella al equivocarnos o ser contradichos puede llegar a ser muy doloroso. Algunos experimentos científicos han mostrado que la exclusión social activa ciertas regiones cerebrales que son las mismas que se activan cuando nos hacemos daño y sentimos dolor físico (Por qué duele tanto el rechazo). Según la relevancia y contexto del tema en litigio, la persona cuya opinión es cuestionada por argumentos consistentes puede pasarlo muy mal. Y los humanos tendemos instintivamente a evitar o reducir el malestar que en esas situaciones sentimos. 


Sentir que la audiencia nos devalúa y que perdemos prestigio ante ella al equivocarnos o ser contradichos puede llegar a ser muy doloroso
La reacción consiste entonces en forzarnos para tratar de encontrar agujeros o flaquezas en los fundamentos de quien nos critica o contradice, o para hallar nuevos argumentos que revaloricen y avalen la propia opinión reduciendo el malestar que padecemos. Pocas conductas son más persistentes que las que buscan aliviar un malestar tan duro como el que resulta del daño al amor propio, y por eso no descansamos cuando eso ocurre tratando de recuperar como sea la autoestima perdida. 

Pero la situación es diferente cuando en la intransigencia hay comprometidos intereses importantes, sean éstos económicos, políticos, morales o de intimidad personal (Si no cambias de opinión te abandonaremos, dejaremos de apoyarte, denunciaremos tus mentiras y tu corrupción, publicaremos el video que te compromete, etc). En estos casos, la autoestima y el prestigio personal pueden caerse del pedestal, pues la anticipación de la nueva emoción negativa subyacente a las posibles consecuencias de no cambiar de opinión puede acabar imponiéndose y determinando el comportamiento de las personas. 

La pelea dialéctica más que enfrentar razonamientos lo que generalmente enfrenta son las diferentes emociones que los propios razonamientos suscitan. Las emociones son el ejecutivo de la razón y casi siempre acaban determinando nuestra conducta, aunque no nos demos cuenta. Pero, como dejó escrito el filósofo y sabio Marco Aurelio, activando la razón siempre podemos ver las cosas de otra manera y crear de ese modo nuevos e interesados sentimientos que al sintonizar con ella nos devuelvan la autoestima y el bienestar. No es que nos engañemos a nosotros mismos, es que esa es la naturaleza humana y a ella, irremediablemente, respondemos. 

Ignacio Morgado Bernal es catedrático de Psicobiología en el Instituto de Neurociencia y la Facultad de Psicología de la Universidad Autónoma de Barcelona. Autor de Emociones corrosivas: Cómo afrontar la envidia, la codicia, la culpabilidad y la vergüenza, el odio y la vanidad. Barcelona: Ariel, 2017.


Claves para distinguir un problema psicológico.

PSICOLOGÍA.

Eparquio Delgado   |   EL PAIS   |   21/7/2019.

Hay infinidad de problemas sociales y vitales que provocan un gran nivel de sufrimiento, pero no podemos reducir esas complejas circunstancias al ámbito de influencia de la psicología.

Todos tenemos problemas, pero es obvio que no todos son psicológicos. ¿Cómo podemos distinguirlos? Comencemos tomando prestado el título de un libro de Ernesto López y Miguel Costa: Los problemas psicológicos no son enfermedades (y viceversa, habría que añadir). Tener un dolor crónico, contraer una infección o desarrollar una demencia no son problemas psicológicos. Muchos problemas orgánicos pueden provocar síntomas psicopatológicos, pero ni esa enfermedad ni esos síntomas son problemas psicológicos y, por tanto, no son competencia del psicólogo.

Un error habitual a la hora de definir los problemas psicológicos es equipararlos a lo que la psiquiatría ha establecido como patología en sus manuales de diagnóstico, un punto de vista ampliamente difundido debido al enorme peso de la industria de los psicofármacos y la colaboración de organismos estatales y profesionales. Su influencia es tal que puede considerarse, como afirma el filósofo César Rendueles, que el DSM (el principal manual diagnóstico de la psiquiatría) es el libro más importante de la segunda mitad de siglo XX. Desde esta perspectiva se considera que ciertos pensamientos, sentimientos y conductas son “normales” y otros “patológicos”, y que es la psiquiatría la que tiene la potestad para diferenciar unos de otros. Estas clasificaciones han sido cuestionadas tanto por un sector de la propia psiquiatría como por filósofos y sociólogos y, particularmente, por colectivos de personas que han comprobado en sus carnes cómo algunos diagnósticos psiquiátricos son fuente de abusos, estigma y exclusión.

Al contrario de lo que pensamos habitualmente, el sufrimiento no forma parte necesariamente del problema psicológico. Ser víctima de acoso laboral, estar a punto de ser desahuciado y otras situaciones pueden provocar un gran sufrimiento, pero a nadie se le ocurriría considerar que son problemas sicológicos. Hay infinidad de problemas sociales que provocan un gran nivel de malestar y que tienen que ser abordados principalmente con medidas preventivas. Los psicólogos podemos participar junto a otros profesionales en su elaboración, pero no podemos reducir esas complejas circunstancias al ámbito de lo psicológico. De la misma manera, muchas situaciones de la vida conllevan sufrimiento sin que puedan ser consideradas problemas psicológicos. Esperar los resultados de una importante prueba médica o perder a una persona cercana son situaciones que pueden generar gran malestar. La influencia de la psiquiatría ha llevado a considerar ese malestar como un problema psicológico cuando su intensidad, duración y/o frecuencia son excesivamente altas. Pero tener una ansiedad muy intensa, frecuente y duradera puede ser consecuencia de un problema psicológico, provocar una gran cantidad de sufrimiento y requerir una intervención, pero no es un problema psicológico en sí mismo.

La psiquiatría considera su potestad diferenciar entre pensamientos, sentimientos y conductas “normales” y “patológicas”

Podemos decir que un problema psicológico es lo que ocurre cuando tratamos de conseguir un fin y nos encontramos con un conjunto de circunstancias que nos lo impiden. Esas circunstancias tienen que ver con lo que hacemos, ya sea por exceso o por defecto. Si quiero tener amigos, pero evito iniciar conversaciones porque me da vergüenza, tengo un problema psicológico. Eso sí, el problema no es la vergüenza, sino lo que hago para evitarla. Una de las características de un problema psicológico es que la situación debe poder ser abordada por la persona de manera individual. Es siempre una relación de la persona con su mundo. Es habitual que provoque sufrimiento, pero no necesariamente tiene que ser así.

El catedrático de Psicología de la Universidad de Oviedo Marino Pérez Álvarez ha explicado que los problemas psicológicos son situaciones límite en las que la vida revela sus adversidades y donde se ponen a prueba las posibilidades de uno. No están dentro de la persona, sino que es la persona la que está en una situación que se ha complicado. A menudo, lo que uno hace para evitar el malestar es lo que constituye el auténtico problema, llevándole a un bucle que pone al límite sus posibilidades. Una terapia psicológica no tiene necesariamente como fin reducir el malestar, sino que debe ayudar a la persona a salir de ese bucle que le impide ser quien le gustaría ser. Esto supone frecuentemente estar dispuesto a hacer cosas que implican pasarlo mal, y eso a nadie la gusta, pero ¿quién dijo que vivir era necesariamente fácil y agradable?

Eparquio Delgado es psicólogo sanitario.


miércoles, 17 de julio de 2019

Si no se trabaja con estrés parece que no se produce. Esto es un grave error.

Pilar Pérez  |  La Razón  |  Madrid   | 12-06-2019

"Se puede trabajar y rendir mucho con índices de felicidad muy altos"

Víctor Vidal Lacosta defiende que el trabajador debe desempeñar su función en un marco laboral que cuide su salud mental. En en su libro «El estrés laboral. Análisis y prevención», recoge las herramientas para este fin y no son complicadas ni costosas, «a veces, sólo con escuchar es suficiente. Ayudar y tener canales que sirvan para este propósito resulta fundamental».
Pregunta.- Recientemente la OMS aprobaba por primera vez el síndrome del trabajador quemado como enfermedad. ¿Qué significa?   |   Respuesta.- Yo llevaba más de 20 años hablando del tema. Se da en cualquier ambiente laboral en el que el estrés crónico sobrepasa al trabajador. Es una gran noticia que se la considere una enfermedad, porque hasta hace muy poco estaba minusvalorada e incluso se había vulgarizado la terminología.

P.- ¿Cuáles son las señales y qué otras patologías puede esconder?   |   R.- Contribuye mucho el estado de estrés crónico, porque no olvidemos que dentro de éste hay bueno y malo. Cuando aparece la primera sintomatología de alerta, en la que el organismo se pone en situación, es cuando ya se da el desarrollo de la enfermedad. Curamos las dolencias, pero no su origen.

P.- ¿Hasta qué punto sería correcto afirmar que se ha normalizado trabajar con estrés y menospreciar al que no lo hace?   |   R.- Pues sí, es así. Ahí radica la importancia del tema, parece que se asume como tal y si un trabajador no lo manifiesta, no hace las cosas con un nivel alto de productividad. Y, todo lo contrario. Se puede trabajar y rendir mucho con índices de felicidad muy altos.

P.-¿Por qué?   |   R.- Hemos tardado muchos años en darnos cuenta de que el tabaco mataba y nos pasará lo mismo con el estrés. No olvidemos la terminología: distrés, patológico; estrés, positivo. Debemos mantener un estado de tensión para la vida, para tener energía y desempeñar nuestro trabajo, pero el umbral que separa el bueno del malo resulta muy débil.

P.-¿Cómo sería ese estrés positivo?  |   R.- Como una tensión emocional normal, que no produce enfermedad y que nos mantiene en un estado de alerta sano. Necesitamos de la energía diaria para elevar el cortisol, para estar en un determinado momento activo. Pero el estrés es como el dolor, hay umbrales individuales; los “brokers” o corredores de bolsa son gente que necesita mucha atención en su trabajo, y lo tienen más alto; por el contrario, en el personal administrativo, es más bajo. Lo que hay que hacer es potenciar los estados de felicidad y los canales de fuga de estrés, para reducir el distrés, el malo, y poder tener un mayor éxito laboral.

P.-Si la felicidad laboral implica productividad, ¿qué conlleva estar quemados?  |   R.- No olvidemos que el estrés crónico tiene la sombra de las bajas eternas, de malas productividades, de conflictos internos sin resolver en los trabajos, que son verdaderamente los que más provocan enfermedad. Decía en una conferencia que no hay patologías, sino que los problemas radican en las situaciones laborales sin solucionar. Esto genera graves dolencias orgánicas, el 76% de las patologías actuales tienen relación con el estrés crónico.

P.-¿Qué enfermedades desencadena el estrés crónico?  |   R.-Hay una relación muy directa con los estados depresivos, con los trastornos de ansiedad, las alteraciones dermatológicas (dermatitis seborreicas), problemas del sueño, complicaciones cardiovasculares (infartos, ictus) y las demencias en edades jóvenes. No debemos olvidar estudios muy cercanos que apuntan al riesgo de cáncer y los trabajos que relacionan el estrés con dolencias inflamatorias del sistema intestinal (colitis ulcerosa). A esto, le debemos sumar los problemas de cognición, de memoria.

P.-¿Qué recursos laborales se han de cambiar para evitar estas situaciones que penalizan al que se ríe y premian al que vive «a punto del infarto»?   |   R.-Tenemos que modificar de forma radical esto. La empresa tiene que cuidar el estado emocional del trabajador y crear departamentos de bienestar del empleado. En otros países que tienen «departamentos de felicidad» (como recoge en su libro «El estrés laboral. Análisis y prevención», de Prensas de la Universidad de Zaragoza) ya han dado este paso y han convertido Recursos Humanos en Asistencia y Resolución de Conflictos Laborales.

jueves, 11 de julio de 2019

El alcohol sigue dañando el cerebro incluso cuando ya se ha dejado de beber

“Un estudio español demuestra por primera vez que las alteraciones en la estructura del cerebro no comienzan a revertirse inmediatamente después de abandonar el alcohol.”

CRISTINA GARRIDO   |   ABC   | 04/04/2019

El daño que provoca el consumo de alcohol en el cerebro no se frena inmediatamente después de abandonar el hábito. Así lo demuestra un trabajo conjunto del Instituto de Neurociencias CSIC-UMH, en Alicante, y del Instituto Central de Salud Mental de la Universidad de Heidelberg, en Alemania, que ha detectado, mediante resonancia magnética, cómo, al menos durante las seis primeras semanas de abstinenciasiguen progresando los daños en la materia blanca, que son como las «autopistas» del cerebro.

«La sustancia blanca pone en comunicación a las distintas regiones de sustancia gris. Si la autopista está dañada la comunicación en el cerebro no será tan eficiente como si funcionara bien», explica a ABC la doctora Silvia de Santis, investigadora del Instituto de Neurociencias de Alicante y primera autora del estudio.

En este trabajo, que se publica este miércoles en la revista «JAMA Psychiatry», participaron 90 pacientes alcohólicos, con una media de 46 años, internados en un programa de desintoxicación en Alemania. Como grupo de control, para comparar las resonancias magnéticas, se utilizó a 36 hombres sin problemas de alcohol, con una edad media de 41 años.

La investigadora señala que hay trabajos previos que hablan de un año como plazo para que los parámetros cerebrales regresen al nivel de población sana. Hasta ahora se creía que los daños comenzaban a revertirse en el mismo momento en el que se dejaba la bebida, pero este nuevo estudio ha podido comprobar que, a las dos y a las seis semanas de abstinencia, no solo no se aprecia una mejora sino que, por el contrario, se sigue produciendo daño, comparado con el grupo que nunca consumió alcohol.

«Creemos que esto ocurre porque el consumo de alcohol genera un estado de inflamación en el cerebro que avanza incluso en ausencia de alcohol. Esto a su vez podría explicar por qué las primeras semanas de abstinencia son las más complicadas y cuando hay una mayor posibilidad de recaída», apunta la doctora Silvia de Santis. Para corroborar esta hipótesis, el equipo sigue trabajando con técnicas más avanzadas.

Estudio paralelo en ratas

Para determinar si los daños observados en el cerebro de los pacientes participantes estaban realmente producidos por la bebida o existían otros factores que podían influir (tabaco, cocaína, marihuana, problemas neurológicos o psiquiátricos), los investigadores llevaron a cabo el mismo estudio, de forma paralela, en ratas con preferencia por el alcohol. «En este modelo animal vemos un patrón muy similar al de los sujetos alcohólicos, aunque nunca llegan a sus niveles de intoxicación. Esto sugiere que cantidades de alcohol limitadas también pueden producir un patrón de daños similares en la estructura del cerebro, aunque el efecto sea menor», concluye la investigadora.

El objetivo de este trabajo es identificar biomarcadores que permitan realizar un diagnóstico temprano personalizado de los daños en el cerebro producidos por el abuso de alcohol de cara al tratamiento de estos pacientes.



miércoles, 3 de julio de 2019

El hombre que convirtió la ketamina en un fármaco contra la depresión.

“Husseini Manji, responsable de desarrollo de tratamientos para enfermedades neurológicas en la farmacéutica Janssen, habla sobre el futuro de los medicamentos para enfermedades del cerebro”
DANIEL MEDIAVILLA   |   El País   |   16/04/2019
La depresión es un problema de salud descomunal y desde hace muchos años los médicos que la tratan no contaban con fármacos nuevos para combatirla. Hasta el pasado mes de marzo. Entonces, se aprobó en EE UU la esketamina, que la farmacéutica Janssen venderá con el nombre de Spravato. “Va a cambiar el paradigma del tratamiento de la depresión, es muy distinto a lo que tenemos ahora”, afirma Víctor Pérez Sola, director del Instituto de Neuropsiquiatría y Adicciones del Hospital del Mar, en Barcelona. Hasta ahora, “cuando dabas un fármaco, tenías que esperar seis u ocho semanas para saber si iba a mejorar, y estamos hablando de pacientes que tienen un gran riesgo de suicidio”, añade. Con la esketamina, a las tres horas de tomarlo están mucho mejor, y aunque no es una solución perfecta, esto para un psiquiatra que tiene que esperar mucho para ver esos efectos es muy importante”, continúa.

El nuevo producto, que se administra a través de un inhalador, se venderá en EE UU por un precio de entre 590 y 885 dólares por sesión, algo que llevaría el coste del tratamiento del primer mes por encima de los 4.700 dólares. Como explica Pérez Sola, “la esketamina es igual que la ketamina, es un isómero. La ketamina es muy barata, cuesta medio euro la ampolla, pero no ofrecía la posibilidad de tener una patente y rentabilizar las grandes inversiones que requieren los ensayos clínicos para llevar un nuevo fármaco al mercado”, concluye. Nosotros utilizamos ya ketamina en pacientes que no responden a otros tratamientos y están muy mal, que tienen grave riesgo de suicidio. Antes de darles electroshock les ofrecemos la ketamina”, explica. En EE UU, una estimación publicada por STAT calculaba que el precio de la esketamina debería descender un 25% para que el fármaco fuese coste efectivo.

El nuevo fármaco es muy similar a la ketamina, pero la posibilidad de patentarlo hace que se quiera invertir en probar su eficacia.

El responsable del desarrollo de Spravato es Husseini Manji, Director Terapéutico Global para Neurociencia de la sección de Investigación y Desarrollo de Janssen. Hace unos días, en una visita a Valencia para hablar sobre el futuro del desarrollo de fármacos en neurociencias, Manji habló del potencial de su producto. “Obviamente, soy parcial, pero afrontar este problema era una necesidad enorme sin cubrir. En EE UU solo hay dos formas de cáncer que causan más muertes que el suicidio”, señaló.

Manji explicaba que el origen de este nuevo fármaco se encontró en su intento para comprender cómo funciona el cerebro cuando lo hace correctamente y cuáles son las diferencias con uno que no hace lo que debe. “Yo estuve durante quince años en los NIH (los Institutos Nacionales de Salud, el gran financiador público de la investigación biomédica en EE UU) investigando la plasticidad sináptica, cómo refuerzas o debilitas tu flujo de información, y cómo se relaciona esa plasticidad con la depresión”, cuenta. Observaron que la ketamina podía bloquear un receptor que actuaba sobre la plasticidad sináptica y vieron que en dos horas empiezan a mejorar y que en 24 horas el 70% respondía, incluso aquellos con los que no habían funcionado tratamientos anteriores.

“Uno de los efectos interesantes que vimos es que estas vías de plasticidad, cuando se encienden, incluso cuando el fármaco ya ha desaparecido, siguen encendidas durante un tiempo. Así que pudimos demostrar que una vez que consigues que la gente mejore, puedes darles una dosis cada dos semanas, aunque el fármaco permanece en el cuerpo solo dos horas. Entre otras cosas, esto puede ayudar a reducir rápidamente los pensamientos suicidas en personas que los tienen”, explica Manji.

El responsable de desarrollo de fármacos para problemas neurológicos de Janssen también cree que es posible reducir el riesgo de adicción que provocan algunos fármacos. Su compañía, incluida en una serie de procesos legales que ya han impulsado una veintena de Estados, fue demandada a finales del año pasado por el Estado de Nueva Jersey por minimizar el riesgo de la adicción a opioides y dirigirse a pacientes de edad avanzada en sus esfuerzos de marketing. Según datos del Gobierno de EE UU, en aquel país murieron alrededor de 30.000 personas por su adicción a medicamentos opiáceos sintéticos.

Sobre el futuro de las enfermedades del cerebro, Manji cree que tendrán relevancia los sensores asociados a nuestros smartphones y otros dispositivos. “Podremos tener lecturas en tiempo real de la actividad de las personas, de su habla, de cómo se relacionan con otros. Y nos planteamos si podremos utilizar esta tecnología para predecir cuándo va a empeorar alguien, si va a empeorar su depresión o va a aumentar su riesgo de suicidio. Si puedes predecirlo, quizá puedas hacer algo al respecto. Aunque está claro que tendremos que ser muy cuidadosos con las cuestiones de privacidad y de propiedad de los datos”.

También tendrá interés la obtención de biomarcadores que definan con precisión la enfermedad que sufre cada paciente y poder tratarla mejor. “Ahora no podría hacerte un test para decir si eres bipolar o esquizofrénico. Puedo tomar a 50 bipolares y 50 esquizofrénicos y clasificarlos, pero eso no significa que pueda distinguir individualmente”.

Por último, Manji señala las promesas del área neuroinmune, la relación entre la salud mental, los procesos de inflamación o los ecosistemas bacterianos que habitan nuestro interior. “Una de las cosas que hemos visto en pacientes deprimidos desde hace treinta años es que tienen más enfermedades cardiacas, más diabetes, más osteoporosis. Y tienen más aunque hagan ejercicio o dieta, así que es algo biológico. Se empezó a medir la función inmune y se vio que en personas deprimidas es más elevada que en personas sanas”. En personas con hepatitis a las que se trata con interferones, un tipo de proteínas que regulan el sistema inmune, el 30% se deprimen. “El interferón causa la depresión”, dice Manji. Efectos similares se están estudiando en la relación entre las bacterias del intestino y los mensajes químicos que envían al cerebro, abriendo la posibilidad a mejorar el estado mental sustituyendo un microbioma pobre por uno saludable.