José R. Ubieto | La Vanguardia |
Barcelona | 12/04/2019
¿La hiperactividad es hoy una
conducta perturbadora, algo que nos aparta y dificulta del objetivo, o un
estilo de vida adaptativo a un siglo XXI en constante movimiento?
Hace dos décadas, la atención
focalizada -el tiempo que concentramos nuestra atención en un titular de
diario, en un vídeo de Youtube o en un anuncio publicitario- era de 12
segundos. Hoy, tan sólo de 5. Y si nos fijamos en los dibujos animados
infantiles, constataremos como un episodio de Bob Esponja (que dura
aproximadamente 11 minutos) tiene más estímulos que todas las temporadas de
Heidi. Hagan la prueba, póngales a sus hijos un episodio de la niña de los
Alpes y verán como les llaman enseguida para advertirles que la pantalla se ha
congelado porque lleva 6 segundos sin que pase nada: ni música, ni sonido, ni
cambio de ritmo. En nuestro país, el 21% de las criaturas de entre 0 y 3 años
accede diariamente a internet y el 81% de los bebés menores de seis meses ya
están presentes en las redes sociales e Internet.
Podríamos seguir con los ejemplos, pero
acordaremos que vivimos en una sociedad sobrexcitada sensorialmente, apasionada
del multitasking y que encuentra en el zapping la
vía regia para conectarse al mundo. ¿Qué adulto sostiene hoy una actividad de
50’ seguidos sin recurrir al touch de su móvil o sin
deslizarse por el hipertexto hasta el infinito y más allá? ¿Se imaginan que
tuvieran que hacer eso de 9 a 17h? ¿Y de lunes a viernes?
Muchos niños y niñas, la mayoría,
tienen ese objetivo a diario, al igual que sus profesores. Los más mayores
disponen, en secundaria, de la posibilidad de un uso clandestino de los
smartphones -y algunos lo hacen- para sobrevivir a su jornada escolar. Paralelamente
a esta nueva realidad digital, en la que viven y donde buscan su
lugar, aumentan significativamente los diagnósticos de TDAH, forma
patológica de la hiperactividad.
Tenemos, pues, un problema serio con la atención.
Simone Weil, mística y activista social
francesa, recordaba un cuento esquimal que explica el origen de la luz: “El
cuervo, que en la noche eterna no podía encontrar alimento, deseó la luz y la
tierra se iluminó”. Añadía que si hay verdadero deseo, si el objeto del deseo
es realmente la luz, el deseo de luz produce luz y que hay verdadero deseo
cuando hay esfuerzo de atención. Interesante reflexión que nos aclara alguna de
las paradojas actuales de la atención: aquellos que parecen estar perdidos en
su desatención, no dejan por eso de focalizarla en otra parte: videojuego,
móvil, charla compañeros. Su deseo -y con él, su atención- parece estar en otro
lado.
Otra paradoja nos la enseña un
muchacho, diagnosticado de TDAH por su desatención escolar permanente, cuando
nos explica que desde siempre vive solo con su padre -su madre desapareció al
poco de darle a luz- y que a éste apenas lo ve en el día a día porque siempre
está trabajando cuando él sale de la escuela. ¿Qué desatención es la primera,
la suya o la de los progenitores?
Parece, pues, que la atención, y su
falta, no son pensables sin el deseo y sin la presencia del otro. Cuesta creer
que esta dificultad actual pueda explicarse solo por fallas en las conexiones
neuronales, cuando las conexiones presenciales andan en crisis.
El músico de rock Kurt Cobain empezó a
tomar Ritalin, un medicamento para el trastorno de déficit de atención
(anterior al Concerta) a los 7 años y aseguró que nunca dejaría de tomar drogas
de un modo u otro desde entonces. En su nota de suicidio confesó que llevaba
odiando a todos los seres humanos desde los siete años.
¿No estaremos tomando a esos 4 millones
de niños/as estadounidenses o al 5-7% de niños españoles, diagnosticados de
TDAH, como el chivo expiatorio de este estilo de vida hiperactivo, olvidando
que los adultos los queremos justamente flexibles, emprendedores, dinámicos…?
En definitiva, hiperactivados e hiperconectados, como garantía de su futura
adaptabilidad social y laboral.
José R. Ubieto. Psicoanalista (AMP) y
profesor de la UOC. Co-autor de Niñ@s Híper (Ned, 2018)
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