jueves, 31 de diciembre de 2020

Conducta y comportamiento


Psicología y Mente


Tanto la conducta como el comportamiento son términos utilizados para referirse a las acciones o reacciones que un sujeto tiene al interactuar con el ambiente. Las acciones de un sujeto depende tanto de estímulos externos, así como de su propia actitud. Ambos términos, pues, se relacionan con la interacción entre un sujeto y un contexto.

Sin embargo, es común que se asocie la conducta a las acciones que un ser vivo tiene, siguiendo algún motivo interior, frente a su contexto. Es decir, la conducta implica una especie de guía o postura en la que se basan los actos al interactuar con el ambiente.

En el caso del comportamiento, este se conforma de las acciones y reacciones de los seres vivos ante estímulos.

¿Qué es la conducta?

La conducta es el actuar o reaccionar de un sujeto ante cualquier estímulo en un contexto. La conducta es observable y se manifiesta en el mundo exterior.

La palabra conducta y comportamiento son términos intercambiables en el ámbito de la psicología, con sutiles diferencias que varían según los autores o profesionales en el uso, pero que no se encuentran oficialmente establecidas.

En la vida cotidiana, la conducta es asociada a una forma de actuar según ciertos patrones u orientaciones. Ello implica una especie de guía o postura y que las acciones llevadas a cabo por los sujetos, al interactuar con el mundo, son premeditadas.

¿Qué es el comportamiento?

Al igual que la conducta, el comportamiento es el conjunto de respuestas y acciones que un sujeto toma frente a las condiciones ambientales en las que se encuentra. Estas respuestas se derivan de los estímulos que un ser vivo recibe del ambiente exterior o interior.

La palabra comportamiento es utilizada como sinónimo de conducta en diferentes áreas del conocimiento, particularmente en la psicología.

En algunas ocasiones se utiliza uno de estos términos para definir al otro, o con pequeñas diferencias que dependen del punto de vista del autor.

Fue ya al final del siglo XVI que este vocablo tomaría el sentido de actuar o reaccionar de una forma determinada ante un contexto.

Características de la conducta o comportamiento:

·        Es observable.

·        Es una acción y/o reacción a estímulos externos o internos.

·        Puede haber una orientación o patrón que es seguido.

·        Es influenciada por la composición genética de un organismo y por la experiencia.

·        Puede ser modificada.

·        Es posible medirla.

El conductismo

El conductismo es una corriente dentro de la psicología que rechaza la introspección y favorece la observación de hechos objetivos, así como la experimentación. En español se le conoce también como behaviorismo, psicología de la conducta y psicología del comportamiento.

Esta corriente fue introducida como tal por el psicólogo estadounidense John B. Watson (1878-1958) en el artículo La psicología como la ve el conductista (1913).

Antes del conductismo, la psicología se encargaba más del estudio de los fenómenos mentales o psíquicos de las personas, así como de sus emociones. Pero no era posible para los psicólogos observar dichos fenómenos, siendo que la investigación se basaba en la introspección. Así, el análisis del conductismo giró en torno a los hechos observables y verificables, como lo son las manifestaciones físicas, motoras y verbales.

A pesar de que el conductismo tomó fuerza al inicio del siglo XX, también fue criticado por la psicología cognitiva por dejar de lado los procesos interiores, específicamente los fenómenos cognoscitivos. Además, se le cuestionó porque los fenómenos observables en la conducta de un ser vivo, en un entorno social, son difíciles de replicar en el laboratorio.

El aprendizaje y su relación con la conducta o comportamiento

Hay tres formas mediante las cuales se adquieren comportamientos o conductas. Estas son el condicionamiento clásico, el condicionamiento operante y el aprendizaje por observación.

El condicionamiento clásico acontece cuando se produce una asociación entre dos estímulos. Este tipo de condicionamiento fue estudiado originalmente por el fisiólogo y psicólogo ruso Iván Pávlov (1849-1936).

Un ejemplo muy conocido de este tipo de condicionamiento ocurre cuando se enseña a un perro a responder a asociar un sonido con la presencia de comida. Fue precisamente Pávlov quien realizó este experimento, condicionando a un perro para que respondiera al estímulo (sonido), con la comida.

El condicionamiento operante se trata del aprendizaje mediante el cual se condiciona un comportamiento según las consecuencias del mismo. Este fue estudiado por el psicólogo estadounidense Burrhus Frederic Skinner (1904-1990) y se trataba de observar qué tipo de respuesta en el comportamiento tendría un sujeto, dependiendo de si recibía un estímulo favorable o indeseable.

Por ejemplo, un ratón se encuentra encerrado en un contenedor, donde hay un botón, y percibe el olor de comida. El ratón intenta obtener la comida, pero no le es posible hacerlo, a menos de que presione el botón. Cuando el ratón lo presiona, la comida es accesible. El ratón luego repite la acción, sin tomar más tiempo, ya que ahora sabe qué debe hacer. En este caso, el comportamiento del ratón ha sido condicionado por un estímulo positivo.

El aprendizaje por observación u observacional es aquel en el que un sujeto aprende copiando los comportamientos observados. No se encuentra propiamente dentro de la corriente conductista, pero está influenciado por esta.

Este tipo de aprendizaje fue teorizado por el psicólogo canadiense Albert Bandura (1925-) y se trata de la alteración de un comportamiento en un individuo provocada por el comportamiento de un modelo (individuo o grupo).

Cuando una niña o niño copia el comportamiento de personas mayores e imita las acciones que estas realizan, es un ejemplo de aprendizaje observacional. Asimismo, cuando se enseña a alguien a reparar un automóvil, mostrando los pasos necesarios para revisar un motor, se está frente a este tipo de aprendizaje.

Nota.- El artículo es mucho más extenso, si interesa podéis encontrarlo en los datos del encabezamiento.

lunes, 28 de diciembre de 2020

La cura del sueño, ¿qué es y por qué ya no se usa?


Edith Sánchez    | La Mente es Maravillosa   |   30/10/2020 

Este artículo ha sido verificado y aprobado por el psicólogo Sergio De Dios González el 29/10/2020

Hoy por hoy, son muy pocos los psiquiatras que acuden a la cura del sueño para abordar los trastornos mentales. Aunque esta técnica ha mostrado cierta eficacia, también implica riesgos que deben ser considerados.

La cura del sueño es en realidad una intervención muy antigua, pero no se formalizó como tratamiento hasta comienzos del siglo XX, principalmente, en Rusia. Este tipo de terapia mostró resultados muy alentadores frente a la esquizofrenia, la depresión, la ansiedad, las adicciones y otros trastornos.

Hoy en día la cura del sueño no forma parte de los tratamientos convencionales, aunque tampoco ha desaparecido del todo. Algunos pacientes siguen valiéndose de ella y algunos psiquiatras siguen empleándola, de forma particular.

La cura del sueño puede llegar a ser muy eficaz para el tratamiento de diversos trastornos mentales. Sin embargo, el Hospital de Chelmsford (Australia) reportó la muerte de 25 pacientes entre 1963 y 1979 por el uso de esta terapia. Esto llevó a que se descartara como opción en casi todo el mundo.

Una buena carcajada y un largo sueño son las dos mejores curas para casi todo”. -Proverbio irlandés-

¿Qué es la cura del sueño?

Una de las primeras manifestaciones de los trastornos mentales es la dificultad para dormir. Así mismo, una de las maneras de recuperar en gran medida la estabilidad mental es a través de un sueño profundo y reparador. Una virtud del descanso que se detectó desde los orígenes de la psiquiatría y la psicología y que motivó el desarrollo de la cura del sueño.

La cura del sueño se puede definir como una terapia en la que se induce al sueño profundo a una persona que tiene algún trastorno mental. Se dice que es una “terapia intensiva” de la psiquiatría, porque la persona afectada debe dormir entre 5 y 9 días de manera continua. Esto puede extenderse incluso hasta por tres semanas.

Se logra que la persona permanezca dormida a través de la administración de diferentes fármacos que generan ese efecto. Quien se somete a este tipo de terapia solo se despierta por breves lapsos para comer y llevar a cabo sus necesidades fisiológicas. Que se sepa, el primero en emplear esta técnica fue MacLeod, en 1900.

Sin embargo, fue Jakov Klasi quien la instituyó como tratamiento en la Clínica Burghölzli de Suiza. Lo llamó “cura de sueño prolongado” o “narcosis prolongada”, pero se popularizó con el nombre de cura del sueño.

Los aportes de esta terapia

La cura del sueño comenzó a ganar prestigio y se empleó en casi todo el mundo. Mostró especial eficacia para estabilizar a las personas que pasaban por una etapa de gran agitación. Parecía claro que los medicamentos empleados para sedarlos y dormirlos durante un lapso considerable les devolvía la estabilidad al despertar.

Hay estados mentales que suponen una sobreactivación de dopamina, adrenalina y noradrenalina. Así pues, tanto el estado de sueño como tal, como la administración de fármacos de forma continua, logran devolverle al cerebro las condiciones para que funcione de manera más estable.

Las personas en un estado de alta excitación nerviosa son muy vulnerables a cualquier estímulo del medio ambiente. Al estar dormidos, se suprimen esos factores externos que puedan causar perturbación; también se suprime la conciencia, de modo que la actividad disminuye y tiende a normalizarse. 

Los efectos secundarios y los riesgos

Desde el comienzo, los terapeutas reportaron una serie de efectos secundarios en este tratamiento. El propio Klasi reportó la muerte de 3 de los 26 pacientes a los que les aplicó este método. Así mismo, varios de sus sucesores hablaron de problemas como aumento de la temperatura corporal, retención urinaria, disfagia y trastornos de la marcha y del habla.

Varias veces se cambiaron los medicamentos administrados y todo pareció funcionar mejor. Sin embargo, este tratamiento también exige un cuidado de enfermería continuo y un monitoreo médico constante, por lo cual era difícil su aplicación. La vigilancia de los pacientes era muy demandante. Por eso, sobre todo, la cura del sueño entró en desuso paulatino cuando nacieron los primeros neurolépticos.

El golpe de gracia, sin embargo, se dio luego de que se publicara un informe del Hospital Privado de Chelmsford (Australia). El documento decía que la cura del sueño se había aplicado en 1 115 pacientes, durante 15 años y que durante ese lapso 25 de ellos habían muerto a consecuencia del mismo. Al año siguiente, se prohibió esta terapia tanto en Australia como en Nueva Zelanda.

Pese a todo, en muchas partes del mundo se sigue aplicando. Se ha comprobado que muchas de las muertes se asocian a problemas médicos ajenos al tratamiento en sí. De cualquier manera, si se acude a esta terapia, es necesario que se aplique en un centro especializado y por profesionales idóneos.

domingo, 27 de diciembre de 2020

Bon Nadal i Feliç 2021 !!!

 




                          


         

Encara que ja hem viscut Nadal , us desitjo

a  tots un  Feliç  2021 !!!

sábado, 26 de diciembre de 2020

Cuando el optimismo se convierte en una puerta abierta hacia una mejor salud


ANTONIO LOZANO   |   La Vanguardia   |   08/12/2020

  

En su último ensayo, el psiquiatra y pensador Luis Rojas Marcos afirma que la paz física y mental descansa en gran medida en que encaremos con ánimo positivo la inestabilidad de nuestra existencia. 

El pensamiento del filósofo Heráclito de Éfeso, por mediación de la interpretación no siempre precisa de Platón, se asocia principalmente con el devenir, es decir, con el concepto de que todo fluye de un modo constante y, por lo tanto, de que el cambio es el motor de la existencia. Al mismo Heráclito se debe una cita repetida hasta el infinito, “El carácter de un hombre es su destino”, que sintetiza la idea de que nuestra forma de ser determinará el curso de nuestra vida. Si tuviéramos que reducir al mínimo el contenido del último ensayo del psiquiatra Luis Rojas Marcos (Sevilla, 1943), Optimismo y salud (Grijalbo), extraerle la esencia por así decirlo, deberíamos recurrir a estos dos cimientos del clásico presocrático.

 

El que fuera jefe de los Servicios de Salud Mental del municipio de Nueva York y director del sistema de sanidad y de hospitales públicos de la misma ciudad, sostiene que nuestro bienestar, tanto físico como mental, radica en gran medida en nuestra capacidad para encarar con ánimo positivo y resuelto la inestabilidad que es consustancial a la existencia, ese tránsito hecho de transformaciones, desvíos, reveses, contingencias, imponderables, imprevistos, sorpresas… Nuestro control pues sobre esa nave a la que llamamos “vida” es limitado, abundan por el camino fallos técnicos, meteoritos y otras fuerzas hostiles a las que muchas veces no hemos convocado, pero en nuestra predisposición a no entrar en pánico antes de que aparezcan y a no dejar que nos hunda ni su recuerdo ni la convicción de que volverán a presentarse están cifrados el equilibrio y el sosiego imprescindibles.

 

Las grandes ventas y la extensa cobertura mediática que ha merecido Optimismo y salud –y aquí nos perdonarán el que nos colguemos una medalla al recordar que la web de este dominical acogió la primera entrevista sobre el libro concedida por su autor– revelan también el don de la oportunidad detrás de la elección de este momento tan crítico para su publicación. Como ha ido repitiendo el doctor Rojas Marcos en una intensísima campaña promocional con la que ha corroborado que a sus 77 años le sobran energías –algo que ya sabían los informados de que cada año sigue acudiendo puntual a su cita con el maratón de Nueva York–, el contexto actual de miedo y parálisis que genera la pandemia del coronavirus supone una prueba de fuego para la solidez de nuestro espíritu de resistencia y demanda un esfuerzo colosal por conservar la calma y la ilusión.

 

Maldito coronavirus – “El coronavirus atenta contra nuestro sentido de futuro –señalaba el escritor en su entrevista con Magazine Lifestyle–, la mitad de nuestras conversaciones versan sobre lo que vamos a hacer mañana, las próximas vacaciones, el año próximo… Al resquebrajarse este pilar de nuestra existencia y expandirse la incertidumbre –sólo hemos de pensar en los millones de personas desempleadas–, se disparan la angustia y la vulnerabilidad, con el riesgo de derivar en depresión”.

 

¿Pero cómo ser optimistas para empezar, más allá de las luces o sombras del momento histórico? Además del yugo de serie que supone la finitud de la vida y la certidumbre de que el dolor y una cuota más o menos amplia de desgracias son insoslayables, Rojas Marcos destaca el papel pernicioso que han tenido algunas religiones y una parte destacada de los filósofos de los siglos XIX y XX. La visión de la vida como un valle de lágrimas, la idea de que estamos en manos de la voluntad de un ser superior –y aquí cabrían, entre muchos otros ejemplos, un proverbio judío “Si quieres hacer reír a Dios, cuéntale tus planes” o el concepto de predestinación calvinista–, el acento de muchas corrientes de pensamiento en el sinsentido y el vacío existenciales parecen haberse confabulado para desposeer a la persona de margen de acción y hundirla en el desánimo. El resultado de todo esto ha sido la asociación tradicional de la persona de carácter animoso con la ingenuidad. Por la misma regla de tres, toda actitud positiva no podía tener reflejo en nuestro bienestar, quedándose en un gesto espurio e infantil.

 

Cuenta Rojas Marcos en Optimismo y salud que, a partir de la década de los 90 del siglo pasado, la ciencia da un vuelco a estas creencias, que por desgracia siguen tan arraigadas en nuestro interior. Todo empieza con un cambio de enfoque algo anterior en el tiempo: la medicina ya no se entenderá como un instrumento volcado exclusivamente en combatir enfermedades sino en mejorar y alargar nuestro paso por la Tierra. Surge así el concepto de “la calidad de vida”. La medicina no intervendrá sólo cuando haya problemas graves sino como garante del bienestar en todo momento, no procederá cuando salten las alarmas sino que trabajará para prevenir que salten. Las medidas anti incendios pasan a ser tan importantes como los equipos destinados a extinguirlos.


En el marco de este viraje, el optimismo comienza a ser estudiado científicamente y logran descifrarse sus componentes básicos: 1) la esperanza: inclinarnos por pensar que nuestros deseos se van a realizar. 2) el control: atribuirnos la capacidad de gestionar y solucionar lo que nos preocupa en vez de fiarlo al azar o a la suerte. 3) el relato: desarrollar un estilo explicativo, o forma de procesar y contarnos lo que nos ocurre, que rehúya culparse donde no haya culpa o quedar atrapado en ella cuando sí la haya, al tiempo que privilegie apostar por el hecho de que los errores y daños obtendrán reparación. 4) la memoria biográfica: centrarse en los buenos recuerdos y silenciar en lo posible los malos a la hora de enfrentarnos a una adversidad.

 

Si el concepto latino de “Mens sana in corpore sano” estaba ligado originariamente a la tranquilidad de espíritu que comportaba el rezo –la primera línea de las Sátiras de Juvenal del que se extrae dice: “Se debe orar que se nos conceda una mente sana en un cuerpo sano”–, hoy gozar de una mente y un cuerpo saludables pasa en gran parte porque esa voz interior de cada uno de nosotros no se encomiende a un ente trascendente y todopoderoso, sino que se entregue a la elaboración de un discurso empoderador en torno a sus acciones y decisiones, así como a una proyección hacia lo que está por venir que ahuyente toda tentación de incurrir en fatalismos. Y esta voz interior habría de ampliarse a voz exterior por cuanto el doctor Rojas Marcos aboga por los beneficios de hablar en voz alta, un ejercicio que asociamos ridículamente a la locura cuando, en su opinión, tendríamos que fomentarlo desde la infancia ya que permite un seguimiento más fiable de nuestro estado anímico y ordenar y afianzar ideas. emociones y sentimientos que pueden diluirse de no sacarlos fuera.

 

Pero tampoco hay que obviar que esta voz interior suele requerir esfuerzo y que los genes tienen parte de culpa al permitir que muchas personas boicoteen su derecho a la satisfacción, que no a la felicidad, un término demasiado inalcanzable y contaminado para el autor. Este trabajo y dedicación que con frecuencia reclama el optimismo no dispone de atajos, según el doctor, una de cuyas manifestaciones más flagrantes serían las fórmulas sencillas y estandarizadas que sirven tantos manuales de autoayuda.

 

Ojo avisor –Aún más crucial, apunta, es tomar conciencia de que una incapacidad sostenida de encontrar motivos para el optimismo puede esconder una primera señal de que nos encaminamos hacia una depresión, de aquí que hayamos de estar muy atentos a estados prolongados de apatía, tristeza y fatiga, tanto psíquica como física. Activar esta suerte de auto evaluación adquiere una urgencia especial en el marco actual, cuando la normalidad ha sido secuestrada sine día por un virus que dificulta y encoge el presente a la vez que estrecha los horizontes. Y si detecta problemas, no dude en buscar la ayuda de especialistas, muchas veces hay que espantar el síndrome de Sant Jordi y aceptar que hay dragones que no se vencen solos.

 

¿Algunas medidas concretas para muscular el optimismo, para allanarle el camino a la satisfacción, para fabricar un escudo de una aleación que repela las tormentas? Por el libro de Rojas Marcos desfilan con generosidad. No deje que el sesgo negativo de las noticias le hagan creer que el Apocalipsis está cada día a la vuelta de la esquina; encuentre tiempo para ese tipo de interrogantes profundos que suelen quedar sofocados por la aceleración de la vida cotidiana, caso, por ejemplo, de “¿cómo puedo ver la vida de otra forma?”, o, “¿cómo mejorar las relaciones con mi entorno?”; practique ejercicio físico de forma regular y márquese retos (si el psiquiatra fue capaz de empezar a correr maratones con casi cincuenta años, ¿por qué usted no?).

 

Bueno, tal vez no haga falta aspirar a tanto pero, dentro de sus posibilidades, ponga en órbita a su ritmo cardíaco; establezca la misma distancia con una visión victimista de sí mismo que la que pondría con gérmenes o vampiros; ligado a lo anterior, equilibre las necesidades de su autoestima como si fuese un niño pequeño, llénela de confianza y positividad pero sin agasajarla tanto que derive en presunción y tiranía; comparta sus emociones y sentimientos, una introversión blindada provoca que se enquisten elementos tóxicos que la extroversión y la conversación ayudan a desbloquear…

 

En definitiva, escúchese, trátese con cariño, desahóguese, espante los males imaginarios y las predicciones funestas, decántese por lentes de colores claros a la hora de observar lo que le rodea. Es una simplificación dañina y absurda considerar que la naturaleza de uno es monolíticamente optimista o pesimista, señala Luis Rojas Marcos, nadie ve el vaso siempre vacío o siempre lleno, del mismo modo que supone un error ampararse en la herencia genética para justificar sin más un carácter que se incline por sistema hacia lo negativo. Puede que el optimismo en ocasiones requiera dedicación y tiempo pero acostumbra a recompensar al que lo busca. Tomando una perla de sabiduría del maestro Yoda, “Abandonarte la Fuerza no puede. Constante ella es. Si encontrarla no puedes, en tu interior y no fuera deberás mirar.

lunes, 21 de diciembre de 2020

Alucinaciones: definición, causas y síntomas


OSCAR CASTILLERO MIMENZA     |     Psicología y Mente

¿Por qué hay personas que sufren alucinaciones? ¿Qué ocurre en sus cerebros?

La percepción es el proceso mediante el cual los seres vivos captan la información proveniente del entorno con el fin de procesarla y adquirir conocimiento sobre este, pudiendo adaptarnos a las situaciones que vivimos. 

Sin embargo, en muchos casos, haya o no un trastorno mental, se producen percepciones que no se corresponden con la realidad, pudiendo agruparse estas alteraciones perceptivas en distorsiones o engaños, principalmente.

Mientras que en las distorsiones perceptivas se percibe de manera anómala un estímulo real, en los engaños perceptivos no hay un estímulo que desencadene el proceso perceptivo. El ejemplo más claro de éste último tipo de alteración perceptiva son las alucinaciones.

Alucinaciones: definiendo el concepto

El concepto que acabamos de mencionar, alucinación, ha ido evolucionando a la largo de la historia y enriqueciéndose su descripción con el paso de los años. Se puede considerar la alucinación como una percepción que ocurre en ausencia de un estímulo que lo desencadene, teniendo quien la padece la sensación de que ésta es real y que ocurre sin que el sujeto pueda controlarla (siendo esta característica compartida con obsesiones, delirios y algunas ilusiones).

A pesar de que generalmente son indicadores de trastorno mental (siendo un criterio diagnóstico de la esquizofrenia y pudiendo aparecer en otros trastornos, como durante los episodios maníacos o durante depresiones), las alucinaciones también pueden aparecer un muchos otros casos, como trastornos neurológicos, consumo de sustancias, epilepsia, tumores e incluso en situaciones no patológicas de elevada ansiedad o estrés (en forma de paroxismo nervioso por el objeto de nuestra ansiedad, por ejemplo).

Veamos a continuación un ejemplo que nos ayude a entender qué es una alucinación

“Un joven llega a la consulta de un psicólogo. Allí, indica a su psicólogo que ha acudido a él porque tiene mucho miedo. Inicialmente se muestra reticente a hablar con el profesional, pero a lo largo de la entrevista confiesa que el motivo de estar en su consulta se halla en que cada vez que se mira al espejo oye una voz que habla con él, insultándole, diciendo que no llegará a nada en la vida y manifestando que debería desaparecer”.

Este ejemplo es un caso ficticio en el que el supuesto paciente ha percibido un estímulo que realmente no existe a partir de una situación concreta (mirarse al espejo). El joven realmente ha tenido esa percepción, siendo para él un fenómeno muy real que no puede dirigir ni controlar. De este modo, podemos considerar que tiene todas las características antes mencionadas.

Sin embargo, no todas las alucinaciones son siempre iguales. Existe una amplia variedad de tipologías y clasificaciones, entre las cuales destaca la que se refiere a la modalidad sensorial en la que aparecen. Además, no todas aparecen en las mismas condiciones, habiendo también múltiples variantes de la experiencia alucinatoria.

Si clasificamos la experiencia alucinatoria según la modalidad sensorial en la que aparecen, podemos encontrarnos con varias categorías.

En primer lugar se pueden encontrar las alucinaciones visuales, percibidas a través del sentido de la vista. En este caso el sujeto ve algo que no existe en la realidad. Estos estímulos pueden ser muy simples, como por ejemplo destellos o luces. Sin embargo, pueden verse elementos más complejos, como personajes, seres animados o escenas vívidas.

Es posible que se visualicen estos elementos con medidas diferentes a las que serían percibidas de ser estos estímulos reales, denominándose alucinaciones liliputienses en el caso de percepciones de menor tamaño y gulliverianas en el caso de verlas agrandadas. Dentro de las alucinaciones visuales también se encuentra la autoscopia, en la que un sujeto se ve a sí mismo desde el exterior de su cuerpo, de una forma semejante a la relatada por pacientes con experiencias cercanas a la muerte.

Las alucinaciones visuales son especialmente frecuentes en cuadros orgánicos, traumatismos y consumo de sustancias, si bien también aparecen en ciertos trastornos mentales.

Respecto a las alucinaciones auditivas, en que el perceptor oye algo irreal, pueden ser simples ruidos o bien elementos con significado completo como el habla humana. 

Los ejemplos más claros son las alucinaciones en segunda persona, en la que como en el ejemplo antes relatado una voz habla al sujeto, las alucinaciones en tercera persona en que se oyen voces que hablan del propio individuo entre ellas o las alucinaciones imperativas, en las que el individuo oye voces que le ordenan hacer o dejar de hacer algoLas alucinaciones de esta modalidad sensorial son las más frecuentes en trastornos mentales, especialmente en la esquizofrenia paranoide.

En lo que respecta a los sentidos del gusto y olfato, las alucinaciones en estos sentidos son poco frecuentes y suelen relacionarse con el consumo de drogas u otras sustancias, además de algunos trastornos neurológicos como la epilepsia de lóbulo temporal, o incluso en tumores. También aparecen en esquizofrenia, normalmente relacionadas con delirios de envenenamiento o persecución.

Las alucinaciones hápticas son aquellas que hacen referencia al sentido del tacto. Esta tipología incluye gran cantidad de sensaciones, tales como las de temperatura, dolor u hormigueo (siendo éstas últimas denominadas parestesias, y destacando entre ellas un subtipo denominado delirio dermatozoico en el cual se tiene la sensación de tener pequeños animales en el cuerpo, siendo típico de consumo de sustancias como la cocaína).

Al margen de éstas, relacionadas con los sentidos, se pueden identificar dos subtipos más.- En primer lugar las alucinaciones cenestésicas o somáticas, que provocan sensaciones percibidas respecto a los propios órganos, normalmente vinculados con procesos delirantes extraños.

En segundo y último lugar las alucinaciones cinestésicas o kinésicas se refieren a sensaciones de movimiento del propio cuerpo que no son producidos en la realidad, siendo típico de los pacientes de Parkinson y del consumo de sustancias.

Como ya se ha comentado, al margen de por donde son percibidas también resulta útil conocer cómo son percibidas. En este sentido nos encontramos con diferentes opciones.

Las denominadas alucinaciones funcionales se desatan ante la presencia de un estímulo que desencadena otro, esta vez alucinatorio, en la misma modalidad sensorial. Esta alucinación se produce, empieza y acaba a la vez que el estímulo que la origina. Un ejemplo sería la percepción de alguien que percibe la sintonía del telediario cada vez que oye el ruido del tráfico.

El mismo fenómeno ocurre en la alucinación refleja, solo que en esta ocasión la percepción irreal se da en una modalidad sensorial diferente. Es el caso que se da en el ejemplo antes expuesto.

La alucinación extracampina se da en los casos en que la falsa percepción se da fuera del campo perceptivo del individuo. Es decir, se percibe algo más allá de lo que podría percibirse. Un ejemplo es ver a alguien detrás de una pared, sin otros datos que pudiesen hacer pensar de su existencia.

Otra modalidad de alucinación es la ausencia de percepción de algo que existe, denominada alucinación negativa. Sin embargo en este caso el comportamiento de los pacientes no se ve influido como si percibiesen que no hay nada, de modo que en muchos casos se ha llegado a dudar de que haya una verdadera falta de percepción. Un ejemplo es la autoscopia negativa, en la que la persona no se percibe a si misma al mirarse a un espejo.

Por último, cabe destacar la existencia de pseudoalucinaciones. Se trata de percepciones con las mismas características que las alucinaciones con la excepción de que el sujeto es consciente de que se trata de elementos irreales.

Hemos podido ver algunas de las principales modalidades y tipos de alucinaciones pero, ¿por qué se producen? 

Si bien no hay una única explicación al respecto, diversos autores han tratado de arrojar luz sobre este tipo de fenómenos, siendo algunas de las más aceptadas aquellas que consideran que el sujeto que alucina atribuye erróneamente sus experiencias internas a factores externos.

Ejemplo de ello es la teoría de la discriminación metacognitiva de Slade y Bentall, según la cual el fenómeno alucinatorio se basa en la incapacidad de distinguir la percepción real de la imaginaria. Estos autores consideran que esta capacidad de distinción, la cual se crea y es posible de modificar a través del aprendizaje, puede deberse a un exceso de activación por estrés, falta o exceso de estimulación ambiental, una alta sugestionabilidad, la presencia de expectativas en cuanto a qué se va a percibir, entre otras opciones.

Otro ejemplo, centrado en las alucinaciones de tipo auditivo, es la teoría de la subvocalización de Hoffman, la cual indica que estas alucinaciones son la percepción del sujeto de la propia habla subvocal (es decir, nuestra voz interna) como algo ajeno a sí mismo (teoría que ha generado terapias para tratar las alucinaciones auditivas con cierta efectividad). Sin embargo, Hoffman consideraba que éste hecho no era debido a una falta de discriminación, sino a la generación de actos discursivos internos involuntarios.

Así, las alucinaciones son formas de "leer" la realidad de forma errónea, como si existiesen elementos que realmente están ahí aunque nuestros sentidos parezcan indicar lo contrario. Sin embargo, en el caso de las alucinaciones nuestros órganos sensoriales funcionan perfectamente, lo que cambia es el modo en el que nuestro cerebro procesa la información que llega. Normalmente, esto significa que nuestros recuerdos se mezclan con los datos sensoriales de un modo anómalo, uniendo estímulos visuales experimentados anteriormente a lo que va sucediendo a nuestro alrededor.

Por ejemplo, esto es lo que ocurre cuando pasamos mucho tiempo a oscuras o con los ojos vendados de modo que nuestros ojos no registrar nada; el cerebro empieza a inventar cosas a causa de la anomalía que supone no recibir datos por esa vía sensorial estando despiertos.

El cerebro que crea un entorno imaginario.- La existencia de las alucinaciones nos recuerda que no nos limitamos a registrar datos acerca de lo que ocurre a nuestro alrededor, sino que nuestro sistema nervioso cuenta con los mecanismos para "construir" escenas que nos cuentan qué es lo que ocurre a nuestro alrededor. Algunas enfermedades pueden llegar a desencadenar alucinaciones de modo incontrolado, pero estas forman parte de nuestro día a día, aunque no nos demos cuenta.

viernes, 18 de diciembre de 2020

Cómo superar el resentimiento: 7 ideas clave


ARTURO TORRES      |      Psicología y Mente

El sentimiento de hostilidad dirigido contra alguien puede llegar a convertirse en todo un problema.

Las emociones pueden llevarnos a reaccionar de manera rápida ante situaciones que requieren de una respuesta urgente, pero, paradójicamente, también nos pueden anclar en el pasado si no sabemos gestionarlas bien.

El caso del resentimiento es el ejemplo más claro de esto último: a través de él, una experiencia pasada es capaz de mantenernos reviviendo una y otra vez el sentimiento de molestia que alguna vez vivimos, pero que en realidad no tendríamos por qué estar sufriendo en el presente.

En este artículo veremos varias claves acerca de cómo superar el resentimiento, reorientar nuestras emociones y dejar de sentirnos frustrados por algo que ya no tiene la importancia que le damos.

Superar el resentimiento, paso a paso

Estas son algunas claves para entender de qué manera se puede superar el resentimiento. Eso sí, no hay que perder de vista el hecho de que cada caso es único y hay que saber adaptar estas ideas al modo en el que se vive en un contexto y un momento determinados.

1. Delimita el motivo de tu resentimiento

La gran mayoría de las ocasiones en las que se experimenta resentimiento, este está dirigido hacia una persona o colectivo concreto (independientemente del tamaño de este último).

Por eso, el primer paso para afrontar este fenómeno psicológico es detectar contra quién estamos dirigiendo esa hostilidad. Esto es algo que puede resultar cuestión de segundos en algunos casos, pero en ocasiones resulta algo complejo, especialmente cuando aquello contra lo cual adoptamos actitudes negativas es algo más bien abstracto.

En todo caso, identificar este elemento nos ayudará a deshacer esa dinámica de hostilidad del modo más rápido posible.

2. Anota las consecuencias negativas de sentir resentimiento

El principal motivo por el que interesa desprenderse del resentimiento es dejar de hacerse daño de uno mismo.

Es importante tener esto muy en cuenta, ya que si no lo hacemos, se dará la paradoja de que el hecho de fantasear con la humillación o derrota de quien creemos que nos ha hecho daño es algo que nos mantiene sumidos en un estado que nos hace sufrir, de manera que le damos a esa otra persona más poder sobre nosotros de la que tendría normalmente.

Por eso, párate a pensar y haz un listado de las consecuencias negativas de sentirte tal y como te sientes al albergar esa antipatía hacia alguien, sin olvidar que el tiempo también es un aspecto a tener en cuenta: cuanto más prolonguemos esta fase, más durarán sus daños.

3. Asume que aceptar no es perdonar

A veces, perdonar es prácticamente imposible, o tan complicado que el coste de intentarlo supera las posibles consecuencias positivas en términos de esfuerzo y tiempo. Por eso, piensa en la diferencia entre perdón y aceptación.

Para tratar con una persona o tenerla cerca en el día a día, no hace falta que sea nuestra amiga, que podamos confiar en ella o que nos caiga bien. Aceptar que algunas personas no están hechas para tener un papel importante en nuestras vidas es necesario para superar el resentimiento que en algunos casos podamos albergar contra alguien.

4. No dejes que el cero contacto te esclavice

A veces, alejarse de una persona es bueno para superar la primera fase del enfado, pero esta etapa no debería prolongarse demasiado si no queremos que las consecuencias negativas de ver nuestra libertad restringida a la hora de movernos se convierta en una fuente más de malestar y resentimiento.

5. Aprende a no tomártelo como algo personal

No tomarse algo de manera personal no significa congraciarse con alguien y asumir que no pretendía herirnos. En efecto, el mundo está lleno de personas que dadas las condiciones adecuadas puede pretender herirnos, pero eso no significa que debamos darle importancia a sus intenciones.

Si adoptamos una perspectiva distante, veremos que los sucesos solo tienen importancia si se la damos, y que a no ser que les demos protagonismo a quienes nos ofenden, podemos hacer que lo que opinen de nosotros o el hecho de que nos intenten incomodar no tenga importancia.

6. Asume que la gente no es perfecta

Finalmente, nos ahorraremos muchos momentos de enfado y resentimiento si aprendemos a aceptar que cometer errores no es en sí motivo para que nos enemistemos con alguien, incluso si eso tiene consecuencias significativamente negativas para nosotros.

La vida no es perfecta y todo el mundo tiene momentos en los que les fallan las fuerzas o en los que se toman las decisiones equivocadas. Si eso nos produce frustración es una cosa, pero no implica que debamos culpar a alguien por haberse equivocado.

7. Cambia de estilo de vida

Incluso aunque tengamos motivos muy válidos para estar resentidos con alguien o con un grupo de personas, quien más se ve perjudicado por esa situación es uno mismo.

Por eso, saber cómo superar el resentimiento no es tanto un acto por el que valoramos si tenemos motivos para culpar a alguien de algo malo que ha ocurrido, como un acto para pasar página y centrarnos en otros aspectos de la vida que nos resulten más estimulantes.

Y como es muy complicado pensar de manera diferente haciendo exactamente lo mismo, es importante que modifiques ciertas cosas de tu día a día. Nuevas aficiones, nuevas amistades, nuevos lugares... Todo esto te permitirá cerrar una etapa de tu desarrollo y pasar a otra en la que el pasado no te limite tanto y puedas mirar atrás sin que el malestar te domine.