ANTONIO LOZANO | La Vanguardia | 08/12/2020
En su último ensayo, el psiquiatra y pensador Luis Rojas Marcos afirma que la paz física y mental descansa en gran medida en que encaremos con ánimo positivo la inestabilidad de nuestra existencia.
El pensamiento del filósofo Heráclito de Éfeso, por mediación de la interpretación no siempre precisa de Platón, se asocia principalmente con el devenir, es decir, con el concepto de que todo fluye de un modo constante y, por lo tanto, de que el cambio es el motor de la existencia. Al mismo Heráclito se debe una cita repetida hasta el infinito, “El carácter de un hombre es su destino”, que sintetiza la idea de que nuestra forma de ser determinará el curso de nuestra vida. Si tuviéramos que reducir al mínimo el contenido del último ensayo del psiquiatra Luis Rojas Marcos (Sevilla, 1943), Optimismo y salud (Grijalbo), extraerle la esencia por así decirlo, deberíamos recurrir a estos dos cimientos del clásico presocrático.
El que fuera jefe de los
Servicios de Salud Mental del municipio de Nueva York y director del sistema de
sanidad y de hospitales públicos de la misma ciudad, sostiene que nuestro
bienestar, tanto físico como mental, radica en gran medida en nuestra capacidad
para encarar con ánimo positivo y resuelto la inestabilidad que es
consustancial a la existencia, ese
tránsito hecho de transformaciones, desvíos, reveses,
contingencias, imponderables, imprevistos, sorpresas… Nuestro control pues
sobre esa nave a la que llamamos “vida” es limitado, abundan por el camino
fallos técnicos, meteoritos y otras fuerzas hostiles a las que muchas veces no
hemos convocado, pero en nuestra predisposición a no entrar en pánico antes de
que aparezcan y a no dejar que nos hunda ni su recuerdo ni la convicción de que
volverán a presentarse están cifrados el equilibrio y el sosiego
imprescindibles.
Las grandes ventas y la extensa
cobertura mediática que ha merecido Optimismo y salud –y aquí nos perdonarán el
que nos colguemos una medalla al recordar que la web de este dominical acogió
la primera entrevista sobre el libro concedida por su autor– revelan también el
don de la oportunidad detrás de la elección de este momento tan crítico para su
publicación. Como ha ido repitiendo el doctor Rojas Marcos en una intensísima
campaña promocional con la que ha corroborado que a sus 77 años le sobran
energías –algo que ya sabían los informados de que cada año sigue acudiendo
puntual a su cita con el maratón de Nueva York–, el contexto actual de miedo y
parálisis que genera la pandemia del coronavirus supone una prueba de fuego para la solidez de nuestro
espíritu de resistencia y demanda un esfuerzo colosal
por conservar la calma y la ilusión.
Maldito coronavirus – “El coronavirus atenta contra
nuestro sentido de futuro –señalaba el escritor en su entrevista con Magazine
Lifestyle–, la mitad de nuestras conversaciones versan sobre lo que vamos a
hacer mañana, las próximas vacaciones, el año próximo… Al resquebrajarse este
pilar de nuestra existencia y expandirse la incertidumbre –sólo hemos de pensar
en los millones de personas desempleadas–, se disparan la angustia y la vulnerabilidad,
con el riesgo de derivar en depresión”.
¿Pero cómo ser optimistas para
empezar, más allá de las luces o sombras del momento histórico? Además del yugo
de serie que supone la finitud de la vida y la certidumbre de que el dolor y
una cuota más o menos amplia de desgracias son insoslayables, Rojas Marcos
destaca el papel pernicioso que han tenido algunas religiones y una parte
destacada de los filósofos de los siglos XIX y XX. La visión de la vida como un
valle de lágrimas, la idea de que estamos en manos de la voluntad de un ser
superior –y aquí cabrían, entre muchos otros ejemplos, un proverbio judío “Si
quieres hacer reír a Dios, cuéntale tus planes” o el concepto de predestinación
calvinista–, el acento de muchas corrientes de pensamiento en el sinsentido y
el vacío existenciales parecen haberse confabulado para desposeer a la persona
de margen de acción y hundirla en el desánimo. El resultado de todo esto ha
sido la asociación
tradicional de la persona de carácter animoso con la ingenuidad.
Por la misma regla de tres, toda actitud positiva no podía tener reflejo en
nuestro bienestar, quedándose en un gesto espurio e infantil.
Cuenta Rojas Marcos en Optimismo
y salud que, a partir de la década de los 90 del siglo pasado, la
ciencia da un vuelco a estas creencias, que por desgracia siguen tan arraigadas
en nuestro interior. Todo empieza con un cambio de enfoque algo anterior en el
tiempo: la medicina ya no se entenderá como un instrumento volcado
exclusivamente en combatir enfermedades sino en mejorar y alargar nuestro paso
por la Tierra. Surge así el concepto de “la calidad de vida”. La medicina no
intervendrá sólo cuando haya problemas graves sino como garante del bienestar en todo momento,
no procederá cuando salten las alarmas sino que trabajará para prevenir que
salten. Las medidas anti incendios pasan a ser tan importantes como los equipos
destinados a extinguirlos.
En el marco de este viraje, el
optimismo comienza a ser estudiado científicamente y logran descifrarse sus
componentes básicos: 1) la esperanza: inclinarnos por pensar que
nuestros deseos se van a realizar. 2) el control: atribuirnos la
capacidad de gestionar y solucionar lo que nos preocupa en vez de fiarlo al
azar o a la suerte. 3) el relato: desarrollar un estilo explicativo, o
forma de procesar y contarnos lo que nos ocurre, que rehúya culparse donde no haya culpa o
quedar atrapado en ella cuando sí la haya, al tiempo que privilegie apostar por
el hecho de que los errores y daños obtendrán reparación. 4) la memoria
biográfica: centrarse en los buenos recuerdos y silenciar en lo posible los
malos a la hora de enfrentarnos a una adversidad.
Si el concepto latino de “Mens
sana in corpore sano” estaba ligado originariamente a la tranquilidad de
espíritu que comportaba el rezo –la primera línea de las Sátiras de Juvenal del
que se extrae dice: “Se debe orar que se nos conceda una mente sana en un
cuerpo sano”–, hoy gozar de una mente y un cuerpo saludables pasa en gran parte
porque esa voz interior de cada uno de nosotros no se encomiende a un ente trascendente y
todopoderoso, sino que se entregue a la elaboración de un
discurso empoderador en torno a sus acciones y decisiones, así como a una
proyección hacia lo que está por venir que ahuyente toda tentación de incurrir
en fatalismos. Y esta voz interior habría de ampliarse a voz exterior por
cuanto el doctor Rojas Marcos aboga por los beneficios de hablar en voz alta, un
ejercicio que asociamos ridículamente a la locura cuando, en su opinión,
tendríamos que fomentarlo desde la infancia ya que permite un seguimiento más
fiable de nuestro estado anímico y ordenar y afianzar ideas. emociones y
sentimientos que pueden diluirse de no sacarlos fuera.
Pero tampoco hay que obviar que
esta voz interior suele requerir esfuerzo y que los genes tienen parte de culpa
al permitir que muchas personas boicoteen su derecho a la satisfacción, que no
a la felicidad, un
término demasiado inalcanzable y contaminado para el
autor. Este trabajo y dedicación que con frecuencia reclama el optimismo no
dispone de atajos, según el doctor, una de cuyas manifestaciones más flagrantes
serían las fórmulas sencillas y estandarizadas que sirven tantos manuales de
autoayuda.
Ojo avisor –Aún más crucial, apunta, es
tomar conciencia de que una incapacidad sostenida de encontrar motivos para el
optimismo puede esconder una primera señal de que nos encaminamos hacia una
depresión, de aquí que hayamos de estar muy atentos a estados prolongados de apatía, tristeza y
fatiga, tanto psíquica como física. Activar esta suerte de
auto evaluación adquiere una urgencia especial en el marco actual, cuando la
normalidad ha sido secuestrada sine día por un virus que dificulta y encoge el
presente a la vez que estrecha los horizontes. Y si detecta problemas, no dude
en buscar la ayuda de especialistas, muchas veces hay que espantar el síndrome
de Sant Jordi y aceptar que hay dragones que no se vencen solos.
¿Algunas medidas concretas para
muscular el optimismo, para allanarle el camino a la satisfacción, para
fabricar un escudo de una aleación que repela las tormentas? Por el libro de
Rojas Marcos desfilan con generosidad. No deje que el sesgo negativo de las
noticias le hagan creer que el Apocalipsis está cada día a la vuelta de la
esquina; encuentre tiempo para ese tipo de interrogantes profundos que suelen
quedar sofocados por la aceleración de la vida cotidiana, caso, por ejemplo, de
“¿cómo puedo ver la vida de otra forma?”, o, “¿cómo mejorar las relaciones con
mi entorno?”; practique ejercicio físico de forma regular y márquese retos (si
el psiquiatra fue capaz de empezar a correr maratones con casi cincuenta años,
¿por qué usted no?).
Bueno, tal vez no haga falta
aspirar a tanto pero, dentro
de sus posibilidades, ponga en órbita a su ritmo cardíaco;
establezca la misma distancia con una visión victimista de sí mismo que la que
pondría con gérmenes o vampiros; ligado a lo anterior, equilibre las
necesidades de su autoestima como si fuese un niño pequeño, llénela de
confianza y positividad pero sin agasajarla tanto que derive en presunción y
tiranía; comparta sus emociones y sentimientos, una introversión blindada
provoca que se enquisten elementos tóxicos que la extroversión y la
conversación ayudan a desbloquear…
En definitiva, escúchese, trátese
con cariño, desahóguese, espante los males imaginarios y las predicciones
funestas, decántese por lentes de colores claros a la hora de observar lo que
le rodea. Es una simplificación dañina y absurda considerar que la naturaleza
de uno es monolíticamente optimista o pesimista, señala Luis Rojas
Marcos, nadie ve el vaso
siempre vacío o siempre lleno, del mismo modo que supone un error
ampararse en la herencia genética para justificar sin más un carácter que se
incline por sistema hacia lo negativo. Puede que el optimismo en ocasiones
requiera dedicación y tiempo pero acostumbra a recompensar al que lo busca.
Tomando una perla de sabiduría del maestro Yoda, “Abandonarte la Fuerza no
puede. Constante ella es. Si encontrarla no puedes, en tu interior y no fuera
deberás mirar.
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