sábado, 4 de junio de 2016

Un estudio vincula el acoso escolar con el 30% de las depresiones.

Las víctimas de violencia escolar en la adolescencia tienen el doble de probabilidad de sufrir tristeza patológica a los 18 años

JAIME PRATS  | Valencia | El País | 03/06/2015

El acoso escolar en la adolescencia tiene muchas caras. Puede comenzar con motes despectivos, pasar de las burlas a las amenazas, más tarde a la marginación del grupo y llegar al extremo de las agresiones físicas. Se puede dar uno de estos comportamientos o varios. O todos a la vez. Y repercutir seriamente a la salud mental de las víctimas.
Un extenso estudio (de los mayores en cuanto a población analizada) que publica la revista BMI (British Medical Journal) ha tratado de arrojar luz a las secuelas de estos comportamientos en forma de depresiones en la edad adulta más temprana -a los 18 años- cuando se sufren en la adolescencia -a los 13 años-. Y plantea que en torno al 29% de los casos diagnosticados hunden sus raíces en la violencia que las personas vejadas sufrieron a manos de sus compañeros.
 “Hemos observado una fuerte relación entre la victimización en la adolescencia con el diagnóstico de cuadros depresivos a los 18 años, al margen de que estas personas fueran agredidas en la infancia, o de los problemas emocionales o de comportamiento que pudieran sufrir, o de otras variables”, relatan los autores del trabajo, psicólogos, psiquiatras y especialistas en salud comunitaria de las universidades de OxfordBristolWarwick y el University College London. Además, añaden que entre este grupo de personas, la probabilidad de mostrar tristeza patológica duplica a la tasa media de la población.
Para poder establecer la relación que describen en el artículo, los investigadores se sumergieron en una conocida y extensa base de datos poblacional, la Avon Longitudinal Study of Parents and Children in the UK (ALSPAC), de donde extrajeron información de 3.898 participantes de esta cohorte británica.
En una primera batería de preguntas, se pidió a los chavales que relataran si habían sufrido algún tipo de acoso escolar. Para acotar este comportamiento, se les planteó si se habían sentido víctimas de nueve tipos de agresiones diferentes en los últimos seis meses. Las acciones concretas eran: sufrir robos, amenazas o chantajes, palizas o golpes, tener apodos humillantes o estar marginado del resto. También haber sido forzado a actuar en contra de su voluntad, ser sujeto de la difusión de mentiras intencionadas o de hostigamiento en juegos.
A los 18 años se volvió a contactar con los participantes para evaluar su salud mental, en concreto, si padecían síntomas depresivos. De los adolescentes que admitieron ser víctimas constantes de acoso (683), el 14% tenían un diagnóstico clínico de depresión. La tasa era del 7,1% entre los que habían sufrido agresiones ocasionales (entre una y tres veces en seis meses). Por contra, solo el 5,5% entre quienes no sufrieron humillaciones padecían pena patológica.
Además, los investigadores observaron que el 10% de las personas que más intensamente sufrían el acoso padecían procesos depresivos largos, de más de dos años de duración, algo que solo sucedía a un 4% entre quienes no habían sido agredidos.
Los investigadores destacan la amplia población analizada y su seguimiento hasta el final de la adolescencia como uno de los principales puntos fuertes del trabajo. Entre los puntos débiles, asumen que su estudio es observacional (no está centrado en determinar la relación casua-efecto), y algún otro aspecto, como la falta en consideración del ciberacoso, ya que la recofgida de información tuvo lugar entre los años 2003 y 2005, cuando aún no estaba tan extendido.
Con todo, "es un estudio digno de consideración", destaca Fuensanta Cerezo, especialista en acoso escolar. La autora del libro La violencia en las aulas explica que otros estudios retrospectivos en adultos apuntan en la misma dirección que el trabajo británico. Y plantea una cuestión relacionada con las conclusiones del artículo que está despertando un interés creciente entre la comunidad científica: ¿Por qué hay personas que sufren secuelas más o menos permanentes, como depresiones repetidas, mientras otros son capaces de sobreponerse a las humillaciones?
Esta profesora de psicología y de violencia escolar en los estudios de criminología de la Universidad de Murcia destaca la importancia de poder identificar los resortes que permiten a algunas víctimas superar estos hechos sin que les deje huella en sus relaciones sociales mientras otras no son capaces de superarlo y "acaban anclándose en en la victimización, algo que está muy relacionado con la soledad y la depresión". "Estamos trabajando en determinar qué factores activan esta resiliencia", añade.

miércoles, 1 de junio de 2016

Los microbios de tu estómago afectan a tu salud mental.

Estudios recientes muestran la relación entre la diversidad de bacterias que habitan el intestino humano y enfermedades como la depresión o la ansiedad.

DANIEL MEDIAVILLA | El País | 23/05/2016

Hasta hace menos de una década, cambiar el comportamiento de una persona con un trasplante de heces habría parecido una locura. Tampoco es algo que vaya a suceder mañana, pero las investigaciones con animales sugieren que quizá no sea una idea tan descabellada. Lo que se está averiguando en los laboratorios sobre la influencia de las bacterias que habitan en nuestro intestino indica que no solo desempeñan tareas fundamentales para la salud de nuestro estómago. También influyen en el estado del cerebro. Esas bacterias ya se han trasplantado experimentalmente en humanos para combatir infecciones intestinales y por la misma vía, o a través de la dieta o de alimentos probióticos, que incluyen microorganismos, servirían para tratar enfermedades psiquiátricas o neurológicas.

Un buen número de experimentos con animales, principalmente ratones de laboratorio criados en condiciones muy controladas, han mostrado que los microorganismos del intestino pueden afectar a su comportamiento y modificar el equilibrio químico de su cerebro. Se ha comprobado, por ejemplo, que cuando se introduce en ratones heces de humanos con depresión reproducen síntomas propios de esa enfermedad. En nuestra especie, también se han observado vínculos entre dolencias gastrointestinales y patologías psiquiátricas como el autismo, la ansiedad o la depresión.

 “Ya se han realizado estudios en humanos en los que se compara la microbiota de personas sanas con la de otras que tienen cierta enfermedad y se ha visto que modificando el ecosistema intestinal o sus funciones se pueden reducir los estados de ansiedad”, explica Yolanda Sanz, investigadora del CSIC y coordinadora del proyecto europeo MyNewGut, una iniciativa financiada con 9 millones de euros por la Unión Europea para estudiar las bacterias intestinales. Sin embargo, añade, “con enfermedades más graves no hay evidencia de causa efecto”.

Sanz también menciona el interés de algo que casi todo el mundo ha experimentado, la relación entre estados emocionales alterados y el malestar intestinal. “En personas con alteraciones gastrointestinales, como síndrome de intestino irritable, se había observado que tienen problemas como la ansiedad o incluso depresión”, señala Sanz. “En estos pacientes con estos trastornos mentales, se ha observado que la mitad tenían problemas del sistema digestivo”, continúa.

Ahora, apunta la científica del CSIC, queda por delante el reto de comprender qué es causa y qué efecto en las relaciones entre problemas intestinales y mentales. Una de las formas de lograrlo consistirá en realizar intervenciones en los pacientes, “a través de alimentos o bacterias prebióticas o probióticas” que modifiquen los equilibrios entre microbios que marcan la diferencia entre la enfermedad y la salud. No obstante, Sanz reconoce que el conocimiento aún es escaso para pensar en intervenir sobre el ecosistema microbiano con éxito: “Hay algunas publicaciones que muestran que algunos probióticos pueden reducir la ansiedad, pero son estudios pequeños que en su mayoría no se han reproducido”. “Es pronto para poder hacer recomendaciones generalizadas, porque la complejidad del ecosistema intestinal es muy alta y pensar que con una sola bacteria vamos a solucionar el problema es simplista. Habrá que pensar en modificar el ecosistema con intervenciones más integrales”, concluye.

Investigadores de todo el mundo están comenzando a identificar los mecanismos a través de los que las bacterias del intestino, mediante la producción de hormonas o las moléculas que generan al alimentarse, modifican la química de nuestro cerebro. Sin embargo, por ahora, el conocimiento sobre la influencia del microbioma ha llegado más a través del estudio de correlaciones que del análisis de los procesos concretos que las producen. Una serie de estudios publicada recientemente en la revista Science mostraba que una mayor diversidad bacteriana en el intestino estaba relacionada con una mejor salud. Además, vinculaba esa diversidad al consumo de yogur o café, y señalaba a algunos fármacos como los ansiolíticos o los antibióticos o a comer demasiado como culpables de un descenso en la variedad microbiana.

La complejidad del problema se puede entender a través de las cifras sobre la flora intestinal. Cada persona tiene en su estómago más de un kilo de microorganismos, la mayoría bacterias, de 1.200 especies distintas. Manipular ese engranaje para ajustarlo a nuestras necesidades sin producir efectos indeseados no va a ser fácil.

“Estamos ante un campo prometedor, pero aún incipiente”, plantea Vicent Balanzá, investigador del Centro de Investigación Biomédica en Red de Salud Mental en la Universidad de Valencia. “La mayoría de estudios son con ratones y tenemos el problema de trasladarlos a humanos, y los estudios en humanos son trasversales, así que tenemos problemas para identificar la causalidad”, prosigue. “Otra pregunta que aún está en el aire es cuál es la composición que consideramos normal o saludable de la microbiota humana”. añade.

Ya hay algún ensayo clínico con probióticos para tratar la depresión que mejora los síntomas, pero son resultados que se tienen que confirmar. Más allá de estos productos que incluyen microbios beneficiosos, Balanzá destaca las posibilidades de la dieta para reparar la microbiota humana dañada asociada a la enfermedad mental. “Tenemos datos científicos de que una buena dieta, como la mediterránea, incrementa la diversidad de la microbiota intestinal y tiene efectos antiinflamatorios”, señala. El psiquiatra de la UV puntualiza que este tipo de intervenciones “se consideran añadidos a psicofármacos o a otros tratamientos”.

Dada la heterogeneidad de los trastornos psiquiátricos, que están definidos por síntomas que pueden tener bases fisiológicas diversas, no se puede plantear un tratamiento único. Balanzá indica que se deberá distinguir condiciones particulares dentro de dolencias que llevan el mismo nombre. En el caso de la depresión, por ejemplo, el investigador explica que “gracias a los estudios de Michael Maes, sabemos que un tercio de los pacientes con depresión presentan el síndrome de intestino permeable”. “Esto no lo encontramos en todas las personas con depresión, así que las intervenciones encaminadas a modular la microbiota intestinal no serían útiles para todos los pacientes, se trataría de identificar a aquellos que se pueden beneficiar de las intervenciones”, asevera.

El estudio del microbioma puede suponer un camino para comprender las conexiones entre el estado de ánimo y la salud física que vendrían a ser producto de procesos comunes. La inflamación es un nexo común que une la diabetes, enfermedades autoinmunes o el cáncer y podría ayudar a explicar que con cierta frecuencia aparezcan juntas algunas enfermedades mentales como la depresión asociadas a otras inflamatorias como el síndrome de intestino irritable. Entender el papel de los microbios que habitan nuestro intestino en la inflamación ayudaría a tener una visión más amplia sobre un conjunto de enfermedades que aunque parezcan aisladas podrían afrontarse con más posibilidades de éxito con una visión más amplia. Así, concluye Balanzá, se podrán hacer intervenciones en psiquiatría “con tratamientos que habitualmente se han metido en el saco de la medicina alternativa, como la dieta, el ejercicio o unos patrones de sueño adecuados” sabiendo por qué afectan a la salud.


viernes, 27 de mayo de 2016

Psiquiatría, sí; pero crítica.

El presidente de la Asociación Española de Neuropsiquiatría invita a una reflexión autocrítica y dice que los fármacos son un apoyo, no la solución.

MIKEL MUNARRIZ FERRANDIS | eL pAÍS | 21/02/2016

Como profesionales de la salud mental nos alegra enormemente que se debata acerca del papel de la psiquiatría, sus diferentes derivas, las modas diagnósticas o las influencias comerciales que innegablemente influyen en la prescripción. Ahora bien, al hilo del artículo que leíamos este fin de semana en EL PAÍS, nos surge un comentario. Creemos que es importante no enfocar la salud mental como un dilema psiquiatría sí/no o psicofármacos sí/no cuando la realidad clínica es harto más compleja. Al fin y al cabo si existe la antipsiquiatría es porque ninguna otra especialidad ha tenido que reunirse a votar si seguían considerando la homosexualidad como una enfermedad, como sí tuvimos que hacer nosotros. Son otros tiempos, pero lo primero para no repetir los errores del pasado es no olvidarlos. Y nuestra lista es muy larga.

La psiquiatría ha tenido una función opresora innegable, aunque también ha existido siempre un genuino esfuerzo por ayudar al que sufre y por intentar comprenderle. Pero no deja de ser llamativo que hayamos obtenido tan pocos resultados tras 50 años de tratamientos farmacológicos y psicológicos, de esfuerzos por encontrar las bases cerebrales de las enfermedades mentales, de búsqueda de diagnósticos fiables; todo ello aplicando concienzudamente la metodología basada en la evidencia. Algo se ha ganado, pero menos de lo que correspondería a tanto esfuerzo. Sin comprender lo que pasa, sin ser sensibles a los entornos familiares, sociales, económicos y políticos estaba cantado que ese esfuerzo iba a fallar. Los cerebros enferman, pero los desahucios no están en el cerebro; tampoco lo está la injusticia social, ni la vergüenza y el dolor que siente el que ha sufrido abusos sexuales.

También hemos visto aparecer efectos colaterales graves de los tratamientos en estos años. Hemos constatado que los mismos fármacos que alivian en un momento de intensa angustia también pueden arrasar la voluntad de una persona de modo que aunque no esté encerrada en un manicomio, lo parezca. Que por nombrar el malestar social con un diagnóstico y recetar un fármaco ¡o una psicoterapia! no sólo no se alivian sino que se pierden otras herramientas. Conflictos laborales que deberían resolver los sindicatos acaban en consultas de atención primaria/salud mental, resignificados en diagnósticos vagos y silenciados con Valium o coaching. Y así, podríamos enumerar cientos de ejemplos. El reduccionismo del modelo biomédico se critica en los primeros capítulos de cualquier manual de psiquiatría, pero hasta ahí llega la crítica. Quizá haya que perder el miedo a que la psiquiatría cambie su enfoque.

Modestamente, los que nos dedicamos a esto debemos reflexionar y ver qué caminos no vale la pena continuar y cuáles hay que abrir o reabrir. La psiquiatría tal y como la entendemos no nos ha dado las soluciones que nos prometió. ¿Tiene Whitaker la respuesta a todos los errores de la psiquiatría? Evidentemente no. Whitaker es un periodista que ha utilizado los datos y entrevistas de una forma divulgativa; que si bien no es muy rigurosa sí va en la línea de muchas otras investigaciones que sí lo son. Sería un error no escuchar lo que dice. Se ha dejado muchas cosas en el tintero (los determinantes sociales, las relaciones interpersonales, las experiencias traumáticas…) pero eso no quiere decir que su crítica no proceda.

¿Hacia dónde mirar ahora? ¿Qué pistas tenemos? Una muy clara es el respeto a los derechos humanos. Otra es deshacerse de los sesgos que han lastrado la investigación y la obtención de nuestro conocimiento. Hay que recuperar la curiosidad por los saberes profanos, por los saberes compartidos y por la escucha. Necesitamos una psiquiatría que no menosprecie el saber acumulado por la historia, la sociología, la antropología y tantas otras ramas del conocimiento, sólo por no hablar de moléculas. Puede que esas ramas comprendan mejor el sufrimiento humano que las concentraciones de serotonina en sangre.

Hemos de investigar, atender y tratar con miras amplias, pero también desde un modelo público y que garantice la equidad. Una crítica razonable al discurso de Whitaker es que pueda emplearse como argumento para descapitalizar la atención y abandonar a su suerte al que sufre. En un entorno como el estadounidense, donde figuras como Reagan utilizaron el discurso antiinstitucional para vaciar en una semana todos los psiquiátricos de California, es una alarma justificada. Pero en nuestro medio la situación es distinta. Hay que defender las redes de salud mental públicas, continuar humanizándolas, impidiendo que se conviertan en nuevos manicomios, y exigir que sostengan una investigación diferente y bien dotada.

Podemos criticar que se receten muchos antidepresivos, pero con lo que nos ahorremos hemos de organizar una sociedad que no se vea abocada a pedirlos; hemos de hacer algo para que el malestar no necesite vestirse de diagnóstico pero también para atajar las raíces de ese malestar.

Para que la población esté mentalmente sana no necesitamos toneladas de Valium (que lo utilizaremos, sí, pero sólo cuando sea imprescindible y como apoyo, no como solución). Necesitamos gastar el dinero en fomentar el asociacionismo juvenil, en un urbanismo solidario, en cuidar a los bebés y a sus padres, en darles acceso a toda la ayuda que necesiten, con y sin diagnósticos. Necesitamos redes sólidas de vivienda y en empleo. Es preciso invertir. ¡E incluso! evaluar los resultados.

Y dentro de otros 50 años volver a aceptar que eso está bien, pero si no hemos conseguido una sociedad mejor, estaremos todavía nadando contracorriente. Eso es lo que pensamos cuando escuchamos que “la psiquiatría no sirve de nada”. Que los profesionales de la salud mental somos como unas estaciones de bombeo que vuelven a poner en la corriente y en mejores condiciones a los que la misma corriente arrastra. Pero no conseguimos evitar que la corriente siga su curso.

Mikel Munarriz Ferrandis. Presidente de la Asociación Española de Neuropsiquiatría- Profesionales de la Salud Mental.


Psiquiatría, sí, pero ¿cómo?.

El debate en torno al uso de los psicofármacos recorre el mundo de la psiquiatría.

JOSEBA ELOLA | El País | 21/02/2016

La publicación de una entrevista al periodista de investigación Robert Whitaker en las páginas del suplemento Ideas hace dos semanas ha reabierto varios debates que recorren el mundo de la psiquiatría. ¿Se han apoyado demasiado los profesionales de esta disciplina en la prescripción de psicofármacos en los últimos años? ¿Debería la asistencia a personas con desequilibrios mentales ser complementada con el conocimiento y el trabajo que se desarrolla en otros terrenos para ser más eficaz? ¿Hay que avanzar en la reflexión sobre los derechos de los pacientes?.

“La psiquiatría está en crisis”, decía Whitaker, en la entrevista publicada el pasado 17 de febrero. En ella, el periodista norteamericano, finalista en el Premio Pulitzer al Servicio Público por sus artículos de investigación en elBoston Globe, sostenía que esta disciplina ha difundido una historia falsa diciendo que la esquizofrenia y la depresión tienen una causa biológica y que el problema se podía curar con psicofármacos. Invitaba a una reflexión sobre esta cuestión a la luz del aumento del número de enfermos y de la duración de los tratamientos (matizando que hay pacientes para los que la medicación es necesaria y eficaz).
El debate está vivo y las cartas enviadas al suplemento Ideas se pueden leer al final de esta noticia.

La respuesta no tardó en llegar. Y se publicó también en este suplemento, el pasado 14 de febrero. Miguel Gutiérrez Fraile, presidente de la Sociedad Española de Psiquiatría y catedrático de Psiquiatría de la Universidad del País Vasco, cargaba contra la entrevista publicada y reivindicaba el papel desempeñado por los psicofármacos para dignificar la vida de los pacientes con trastornos graves, antes recluidos en sanatorios. Defendía que el uso de fármacos ha aumentado como en otras disciplinas médicas y que el aumento bruto de trastornos mentales en los últimos 40 años con toda probabilidad no es distinto porcentualmente al del de, por ejemplo, el cáncer de páncreas.

Pues bien, esta semana, llegaban a la redacción del suplemento Ideas tres nuevas cartas: dos de ellas, contestando la visión transmitida por Gutiérrez Fraile y una tercera centrada en pedir que se piense en los enfermos. Mikel Munarriz Ferrandis, presidente de la Asociación Española de Neuropsiquiatría, celebra que se haya abierto el debate y aboga por la autocrítica. Sostiene que los psicofármacos son imprescindibles como apoyo, pero que no son la solución y asume que resulta llamativo que se hayan obtenido tan pocos resultados en los últimos 50 años de tratamientos farmacológicos y psicológicos. Invita, por tanto, a que la psiquiatría pierda el miedo a nuevos enfoques y se abra a los saberes de otras ramas del conocimiento.

En esta idea incide la carta enviada por Nel A. González Zapico, presidente de la Confederación Salud Mental España, que también celebra que se produzca el debate. Esta organización que agrupa a 300 entidades y asociaciones de personas con trastorno mental y familiares aboga por abordar reformas estructurales en la asistencia a los enfermos con una intervención, coordinada y en igualdad de condiciones, de profesionales de distintas disciplinas (psiquiatría, psicología, enfermería, trabajo y educación social, terapia ocupacional, integración laboral) .

Por su parte, Manuel Desviat, psiquiatra que ha sido presidente de la Asociación Española de Neuropsiquiatría, insiste en la idea de que los psicofármacos son herramientas auxiliares, muchas veces útiles, como pueden ser los análisis clínicos, pero que no son la esencia de la atención a los enfermos. Y cierra su carta criticando la excesiva presencia de los laboratorios farmacéuticos en la formación de los profesionales.


domingo, 22 de mayo de 2016

Ser feliz: cómo gestionar las emociones.

PSIQUIATRIA

MARIAN ROJAS ESTAPÉ – Comprender es aliviar.com – 15/03/2015

(Artículo resumen sobre la conferencia impartida en México)
La felicidad es una garantía de longevidad. Como bien explica el Dr. Daniel G. Amén, el cerebro es el hardware del espíritu. Su funcionamiento determina lo felices que somos, cómo son nuestros sentimientos o  cómo interactuamos con los demás.

El sufrimiento emocional deja huella en nuestros genes. Los manguitos que se encuentran en los extremos de los cromosomas, los telómeros, disminuyen con el tiempo, con las enfermedades y con el estrés. La buena noticia es que nuestras propias experiencias pueden alterar el material genético, a esto se denomina epigenética.

La felicidad es una forma de vivir en el mundo. Consiste en aprender a ver la vida con un filtro que nos aporte sentimientos de bienestar y equilibrio. Para ello es preciso haber superado los traumas, conflictos y heridas del pasado. Una persona que vive anclada en un pasado traumático no consigue ser feliz porque la felicidad consiste en tener ilusión. La felicidad viene por tener motivos por los que levantarse cada mañana.

Nuestros pensamientos y sentimientos alteran nuestro mundo interior. Tienen un impacto importante en la mente y en el organismo. Los pensamientos negativos como ira, rabia, frustración, desesperanza, alteran el riego sanguíneo en el centro del optimismo del cerebro, la corteza prefrontal izquieda. Nuestra mente no distingue realidad de ficción. Por tanto, cualquier pensamiento que nos aturda, nos obsesione, tiene un reflejo en el cuerpo. Los estados de alerta y estrés permanentes, generan la hormona del cortisol, que de forma crónica induce cambios en el cuerpo: a nivel gastrointestinal, neurológico, alteración en la tiroides, disminución del sistema inmunológico, muerte de neuronas en el hipocampo (zona de memoria y aprendizaje), cansancio, tristeza, apatía, y un largo etc. Según la Universidad de Harvard, del 60 a 80% de las enfermedades que padecemos tiene relación directa con las emociones tóxicas.

Hoy en día sabemos cómo mejorar el equilibrio hormonal y ayudar a eliminar ese exceso de cortisol que bloquea y perjudica nuestro cuerpo. Algunas de esas claves son el ejercicio físico, practicar los pensamientos positivos y eliminar los negativos, saber manejar a las personas tóxicas del entorno (acercándonos a laspersona vitamina) y practicando técnicas de meditación, mindfulness por ejemplo.
Existe un elemento fundamental en este proceso: aprender a manejar las emociones, ya que estas son las que influyen directamente en nuestro organismo. Para ello hace falta:

1-Conocerse: focalizarnos en nuestras virtudes. Quien no se conoce, no se comprende ni acepta  y por tanto no puede superarse y mejorar.

2- Evitar el exceso de autocrítica y exigencia: huir del perfeccionismo excesivo, ya que el perfeccionista es el eterno insatisfecho. Cuidado con el autoboicot, es esencial aprender a dominar la voz interior. Grandes entrenadores del tenis han tratado estos temas; a igualdad de nivel, gana quien domina su mente. Lo explica de manera clara Timothy Gallwey en su libro “el juego interior”.

3- Fijarnos metas y objetivos: sueña en grande, actúa en pequeño. No tengas miedo de dejar volar tu corazón pero, a continuación, realiza un plan de acción y una estrategia. No te quedes únicamente en el sueño. Actúa en consecuencia. Decía Aristóteles: “No hay viento favorable para quien no sabe adónde va“. Si perdemos de vista nuestros sueños, metas, acabaremos siendo esclavos de lo inmediato. El año pasado salió publicado un artículo interesante al respecto. Las personas con una meta o propósito en la vida tienen menor riesgo de sufrir enfermedades cardiovasculares y un menor riesgo de mortalidad.

4- Trabajar la voluntad. Esta se adquiere con aprendizaje tratando de fortalecer un sistema de control inteligente. Es la fuerza superior de la mente que nos permite alcanzar una meta, no de manera impulsiva sino cerebral.
5- Mejorar en asertividad. Es encontrar el puente intermedio entre aceptar que todo lo decidan los demás por nosotros o no ser capaz de tener un pensamiento objetivo y respetar las ideas de otros. “Digo si cuando quiero decir no; cuando digo no, me siento culpable”.

6- Aprender Inteligencia emocional. Esto significa, entender y expresar mis emociones; entender y empatizar con las emociones de otros y controlar emociones, la impulsividad.

7- Educar el optimismo. Se puede. Cualquier situación puede verse en clave de problema o en clave de solución. Hay que cambiar el lenguaje y empezar a usar palabras que evoquen entusiasmo, alegría, ilusión. Desechar las palabras tóxicas que nos anulan y alteran el riego sanguíneo. El optimismo llama a la ilusión y a la pasión, y estas tienen un efecto directo sobre el cerebro y la neuroplasticidad. Se ha observado que en las personas que practican el optimismo, se produce una neurogénesis: células madres se convierten en neuronas en tres semanas y migran al hipocampo.


Como bien decía Ramón y Cajal en 1984: “El órgano del pensamiento es, dentro de ciertos límites, maleable y susceptible de ser perfeccionado mediante ejercicios mentales convenientemente dirigidos”.

martes, 17 de mayo de 2016

Adolescentes deprimidos, medicalizados sin pruebas.

PSIQUIATRÍA | Fármacos sin evidencia científica
La paroxetina no es segura en menores como defendía GSK
Un estudio 'apadrinado' por el laboratorio ha sido ahora revisado
Los psiquiatras defienden la terapia como primera opción para estos jóvenes

MARÍA VALERIO | Madrid | El Mundo | 17/09/2015

Estudios como el que hoy se publica en la revista British Medical Journal no ayudan precisamente a que la industria farmacéutica proyecte una buena imagen ante la sociedad. Un grupo de científicos independientes ha reanalizado los datos de un ensayo sobre dos antidepresivos en adolescentes y concluye que no son ni tan seguros ni tan eficaces como el laboratorio GSK quiso hacer creer durante años.

En 2001, un trabajo en la revista JAACAP concluyó que los antidepresivos paroxetina e imipramina eran más eficaces que el placebo para el tratamiento de la depresión adolescente. Aunque la propia agencia estadounidense del medicamento (FDA) prohibió el uso de paroxetina en menores de 18 años, millones de adolescentes americanos ya habían recibido paroxetina durante ese tiempo.

Un grupo de autores del BMJ, dedicados a rescatar del olvido estudios antiguos que deberían ser revisados, ha reanalizado aquel ensayo de 2001 con 275 adolescentes gracias a documentos confidenciales y ha lanzado la voz de alarma. Ambos medicamentos (paroxetina e imipramina) no sólo no son eficaces en el tratamiento de adolescentes con depresión, sino que su uso en esta población aumenta el riesgo de ideas suicidas o problemas cardiacos.

Ya en 2012 el laboratorio británico Glaxo Smith Kline pagó una multimillonaria multa en EEUU (3.000 millones de dólares) por la promoción fraudulenta de paroxetina, alegando beneficios del fármaco no demostrados. Sin embargo, ni siquiera con toda esta documentación sobre la mesa, la revista científica en la que aparecieron los datos falsos ha admitido retractarse o retirar el artículo.

Como denuncia uno de los editores de la revista en un comentario, Peter Doshi, el ensayo de 2001 apareció nada menos que bajo la firma de 22 autores, aunque la persona realmente encargada de redactar los resultados fue Martin Keller, un psiquiatra investigado en los años 90 por sus vínculos no declarados con la industria.

En un comunicado remitido por GSK a este periódico, la compañía defiende que ha proporcionado acceso a los datos "dentro de su compromiso de transparencia" que, entre otras cosas, "incluye la publicación de los datos de todos los estudios, independientemente de que sus resultados sean positivos o negativos".

Como explica a EL MUNDO el doctor Celso Arango, jefe de Psiquiatría del Niño y el Adolescente en el Hospital Gregorio Marañón de Madrid, "lo que viene a señalar esta investigación es la precariedad y las limitaciones de los estudios que pretenden demostrar la eficacia de la paroxetina. No son de buena calidad. Se trata de una población [la pediátrica] pequeña, que económicamente no es tan rentable y, por lo tanto, no se pone suficiente interés en los ensayos. Al no haber retorno económico, la robustez y la calidad en la metodología es menor".

Hoy por hoy, como aclara Arango, la paroxetina sólo está aprobada -tanto en Europa como en EEUU- para mayores de 18 años. En niños y adolescentes con depresión de moderada a severa, como destaca por su parte el doctor Fernando González Serrano, presidente de la Sociedad Española de Psiquiatría y Psicoterapia del Niño y el Adolescente (SEPYPNA), en la mayoría de los casos se intenta primero el tratamiento con psicoterapia, y sólo si ésta no funciona se recurre a la terapia farmacológica con fluoxetina (otro antidepresivo sí indicado en menores "sin efectos secundarios relevantes", aclara Arango).

Como explica el doctor González, la depresión adolescente suele tener un componente muy situacional y en muchos casos las sesiones de psicoterapia en grupo funcionan muy bien. "Es conveniente darnos un tiempo y ver su evolución porque si no existe el riesgo de medicalizar innecesariamente y recurrir rápidamente a los fármacos".

Como explica el doctor González, en cualquier caso, "en general en Europa y en España, la utilización de los tratamientos farmacológicos es más prudente que en EEUU". Una idea que comparte el doctor Arango, que recuerda que en población adolescente, "reservamos los antidepresivos sólo para los casos moderados y graves, no para los leves".

En cuanto a la imipramina, "es un antidepresivo tricíclico que lleva más de 60 años en el mercado. Así como está indicado por ser eficaz para los menores con tratamiento obsesivo compulsivo, no lo está para la depresión de los adolescentes", concluye Arango.
  

viernes, 13 de mayo de 2016

La patología del éxito.

PSICOLOGÍA
Vivimos en una sociedad que valora a los triunfadores. Sin embargo, ¿qué es serlo? ¿Y qué es el fracaso? ¿Por qué hay personas que convierten su vida en una competición?

BORJA VILASECA | El País | 02/08/2015

Cuenta una historia que un anciano empresario le regaló a su nieto el juego del Monopoly por su decimoctavo aniversario. Era verano y el joven disfrutaba de sus vacaciones antes de comenzar la carrera de Económicas. Era un chico ambicioso. Quería superar la fortuna acumulada por su abuelo. Por las tardes, los dos se sentaban junto al tablero y pasaban horas jugando. A pesar de la frustración de su nieto, el empresario seguía ganándole todas las partidas, pues conocía perfectamente las leyes que regían aquel juego.

Una mañana, el joven por fin comprendió que el Monopoly consistía en arruinar al contrincante y quedarse con todo. Y hacia el final del verano, ganó su primera partida. Tras quedarse con la última posesión de su mentor, se enorgulleció de ver al anciano derrotado. “Soy mejor que tú, abuelo. Ya no tienes nada que enseñarme”, farfulló, acunando en sus brazos el botín acumulado.

Sonriente, el empresario le contestó: “Te felicito, has ganado la partida. Pero ahora devuelve todo lo que tienes en tus manos a la caja. Todos esos billetes, casas y hoteles. Todas esas propiedades y todo ese dinero… Ahora todo lo que has ganado vuelve a la caja del Monopoly”. Al escuchar sus palabras, el joven perdió la compostura.

Y el abuelo, con un tono cariñoso, añadió: “Nada de esto fue realmente tuyo. Tan solo te emocionaste por un rato. Todas estas fichas estaban aquí mucho antes de que te sentaras a jugar, y seguirán ahí después de que te hayas ido. El juego de la vida es exactamente el mismo. Los jugadores vienen y se van. Interactúan en el mismo tablero en el que lo hacemos tú y yo. Pero recuerda: nada de lo que tienes y acumulas te pertenece. Tarde o temprano, todo lo que crees que es tuyo irá a parar nuevamente a la caja. Y te quedarás sin nada”.
oven escuchaba cada vez o verdaderamente importante en la vida?”.
Muchas personas suben ciegamente peldaño a peldaño por la escalera que creen que les conducirá al éxito. Y solo al llegar a la cima se dan cuenta de que han colocado la escalera en la pared equivocada”- Stephen Covey

Por más absurdo que nos pueda parecer al leerlo, hay personas que prefieren tener éxito a ser felices. Y eso que lo uno no es incompatible con lo otro. Sin embargo, entran en conflicto cuando la aspiración de lograr reconocimiento a toda costa se convierte en una patología; eso sí, socialmente aceptada.
Al mirar con lupa las motivaciones ocultas de quienes sueñan con recibir premios, salir en la foto y gozar del aplauso de multitudes, observamos una serie de rasgos en común. En primer lugar, comparten un profundo miedo al fracaso, un temor irracional de no “llegar a ser alguien”. Ese es el motor oscuro de muchas de sus decisiones y de casi todos sus actos. Esta es la razón por la que suelen ser adictos al trabajo o workaholics. En casos extremos, se sienten culpables si no están ocupados con quehaceres productivos, considerando el ocio y el descanso como una pérdida de tiempo.
Si bien suelen vivir desconectados de sí mismos, de sus emociones y sentimientos, están completamente enchufados al móvil y al ordenador portátil. En el nombre de la eficiencia y la profesionalidad, siempre están disponibles para sus jefes y clientes, relegando a la familia y los amigos a un segundo plano. Son ambiciosos y muy competitivos, y tienden a mantener relaciones basadas en el interés. Para ellos la vida es un concurso, una carrera, una competición. Sin embargo, se obsesionan tanto con ganar y llegar a la meta que a menudo se muestran incapaces de disfrutar del camino.
De forma inconsciente, desarrollan una máscara deslumbrante, forjada por medio de prestigiosos títulos académicos y pomposos cargos profesionales. Gozar de una buena imagen es otra de sus prioridades. De ahí que suelan ser víctimas de la vanidad: si los demás no les reconocen los logros y méritos cosechados, ellos mismos se encargan de que todo el mundo se entere.
Podríamos decir que su flor preferida es el narciso. Y que entre sus animales favoritos se encuentra el pavo real. Debido a su carácter exhibicionista, saben cautivar la atención de los demás, desplegando un encanto personal bien calculado; son expertos en crear una magnífica impresión de sí mismos. A su vez, se les puede identificar con el camaleón, pues también son maestros en el arte de adaptarse a sus interlocutores, mostrando aspectos de su personalidad que les garanticen una buena reputación social.
Creen que si no brillan, sobresalen o destacan, serán invisibles a los ojos de la gente y, en consecuencia, indignos de reconocimiento. Muchos de estos adictos al éxito logran finalmente llegar a la cima. Pero algunos se encuentran con una sensación de vacío insoportable. De pronto tienen lo que siempre habían deseado. Paradójicamente, sienten que dichas recompensas carecen de sentido. Una vez conquistado el mundo se dan cuenta de que por el camino se han perdido a sí mismos.
Detrás de esta compulsión por el éxito se esconde una dolorosa herida: la de no sentirse valioso por el ser humano que es, poniendo de manifiesto su falta de autoestima. Así, en vez de obsesionarse por el reconocimiento ajeno, es fundamental que aprendan a re-conocerse a sí mismos. Es decir, saber quiénes son verdaderamente, yendo más allá de la máscara que han ido creando para seducir a la audiencia que los rodea.
Para lograrlo, han de redefinir sus prioridades, sus aspiraciones, así como su concepto de éxito, atreviéndose a tomar decisiones movidas por valores que de verdad les importen. Es entonces cuando muchos toman consciencia de que ser feliz vale más que tener éxito. Y en la medida que empiezan a ser fieles a sí mismos, a los dictados de su corazón, a menudo emprenden una senda profesional mucho más vocacional, orientando su existencia al bien común y no tanto a su propio interés. Lo curioso es que tarde o temprano llega un día en que el éxito aparece como resultado.
Sabios de todos los tiempos nos recuerdan una y otra vez algo que tendemos a olvidar: “El mayor triunfo es ser uno mismo”. En caso de no saber por dónde empezar, podemos seguir las indicaciones de Antoine de Saint-Exupéry: “Procura que el niño que fuiste no se avergüence nunca del adulto que eres”. Para ello, no nos queda más remedio que escuchar con atención a nuestro corazón. Él sabe perfectamente quiénes somos y cuál es nuestro propósito en esta vida. Nuestro corazón lo sabe todo acerca de nosotros. El quid de la cuestión es si somos lo suficientemente valientes para escucharlo.