El presidente de la Asociación Española de
Neuropsiquiatría invita a una reflexión autocrítica y dice que los fármacos son
un apoyo, no la solución.
Como
profesionales de la salud mental nos alegra enormemente que se debata acerca
del papel de la psiquiatría, sus diferentes derivas, las modas diagnósticas o
las influencias comerciales que innegablemente influyen en la prescripción.
Ahora bien, al hilo
del artículo que leíamos este fin de semana en EL PAÍS, nos surge un comentario. Creemos que es
importante no enfocar la salud mental como un dilema psiquiatría sí/no o
psicofármacos sí/no cuando la realidad clínica es harto más compleja. Al fin y
al cabo si existe la antipsiquiatría es porque ninguna otra especialidad ha
tenido que reunirse a votar si seguían considerando la homosexualidad como una
enfermedad, como sí tuvimos que hacer nosotros. Son otros tiempos, pero lo
primero para no repetir los errores del pasado es no olvidarlos. Y nuestra
lista es muy larga.
La psiquiatría ha tenido una función opresora
innegable, aunque también ha existido siempre un genuino esfuerzo por ayudar al
que sufre y por intentar comprenderle. Pero no deja de ser llamativo que
hayamos obtenido tan pocos resultados tras 50 años de tratamientos
farmacológicos y psicológicos, de esfuerzos por encontrar las bases cerebrales de
las enfermedades mentales, de búsqueda de diagnósticos fiables; todo ello
aplicando concienzudamente la metodología basada en la evidencia. Algo se ha
ganado, pero menos de lo que correspondería a tanto esfuerzo. Sin comprender lo
que pasa, sin ser sensibles a los entornos familiares, sociales, económicos y
políticos estaba cantado que ese esfuerzo iba a fallar. Los cerebros enferman,
pero los desahucios no están en el cerebro; tampoco lo está la injusticia
social, ni la vergüenza y el dolor que siente el que ha sufrido abusos
sexuales.
También hemos visto aparecer efectos colaterales
graves de los tratamientos en estos años. Hemos constatado que los mismos
fármacos que alivian en un momento de intensa angustia también pueden arrasar
la voluntad de una persona de modo que aunque no esté encerrada en un
manicomio, lo parezca. Que por nombrar el malestar social con un diagnóstico y
recetar un fármaco ¡o una psicoterapia! no sólo no se alivian sino que se
pierden otras herramientas. Conflictos laborales que deberían resolver los
sindicatos acaban en consultas de atención primaria/salud mental,
resignificados en diagnósticos vagos y silenciados con Valium o coaching.
Y así, podríamos enumerar cientos de ejemplos. El reduccionismo del modelo
biomédico se critica en los primeros capítulos de cualquier manual de
psiquiatría, pero hasta ahí llega la crítica. Quizá haya que perder el miedo a
que la psiquiatría cambie su enfoque.
Modestamente, los que nos dedicamos a esto debemos
reflexionar y ver qué caminos no vale la pena continuar y cuáles hay que abrir
o reabrir. La psiquiatría tal y como la entendemos no nos ha dado las
soluciones que nos prometió. ¿Tiene
Whitaker la respuesta a
todos los errores de la psiquiatría? Evidentemente no. Whitaker es un
periodista que ha utilizado los datos y entrevistas de una forma divulgativa;
que si bien no es muy rigurosa sí va en la línea de muchas otras
investigaciones que sí lo son. Sería un error no escuchar lo que dice. Se ha
dejado muchas cosas en el tintero (los determinantes sociales, las relaciones
interpersonales, las experiencias traumáticas…) pero eso no quiere decir que su
crítica no proceda.
¿Hacia dónde mirar ahora? ¿Qué pistas tenemos? Una
muy clara es el respeto a los derechos humanos. Otra es deshacerse de los
sesgos que han lastrado la investigación y la obtención de nuestro
conocimiento. Hay que recuperar la curiosidad por los saberes profanos, por los
saberes compartidos y por la escucha. Necesitamos una psiquiatría que no
menosprecie el saber acumulado por la historia, la sociología, la antropología
y tantas otras ramas del conocimiento, sólo por no hablar de moléculas. Puede
que esas ramas comprendan mejor el sufrimiento humano que las concentraciones
de serotonina en sangre.
Hemos de investigar, atender y tratar con miras
amplias, pero también desde un modelo público y que garantice la equidad. Una
crítica razonable al discurso de Whitaker es que pueda emplearse como argumento
para descapitalizar la atención y abandonar a su suerte al que sufre. En un
entorno como el estadounidense, donde figuras como Reagan utilizaron el
discurso antiinstitucional para vaciar en una semana todos los psiquiátricos de
California, es una alarma justificada. Pero en nuestro medio la situación es
distinta. Hay que defender las redes de salud mental públicas, continuar
humanizándolas, impidiendo que se conviertan en nuevos manicomios, y exigir que
sostengan una investigación diferente y bien dotada.
Podemos criticar que se
receten muchos antidepresivos, pero con lo que nos ahorremos hemos de organizar
una sociedad que no se vea abocada a pedirlos; hemos de hacer algo para que el
malestar no necesite vestirse de diagnóstico pero también para atajar las raíces
de ese malestar.
Para que la población esté mentalmente sana no
necesitamos toneladas de Valium (que lo utilizaremos, sí, pero sólo cuando sea
imprescindible y como apoyo, no como solución). Necesitamos gastar el dinero en
fomentar el asociacionismo juvenil, en un urbanismo solidario, en cuidar a los
bebés y a sus padres, en darles acceso a toda la ayuda que necesiten, con y sin
diagnósticos. Necesitamos redes sólidas de vivienda y en empleo. Es preciso
invertir. ¡E incluso! evaluar los resultados.
Y dentro de otros 50 años volver a aceptar que eso
está bien, pero si no hemos conseguido una sociedad mejor, estaremos todavía
nadando contracorriente. Eso es lo que pensamos cuando escuchamos que “la
psiquiatría no sirve de nada”. Que los profesionales de la salud mental somos
como unas estaciones de bombeo que vuelven a poner en la corriente y en mejores
condiciones a los que la misma corriente arrastra. Pero no conseguimos evitar
que la corriente siga su curso.
Mikel Munarriz Ferrandis. Presidente de la Asociación Española de
Neuropsiquiatría- Profesionales de la Salud Mental.
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