viernes, 7 de junio de 2024

La psiquiatra María Velasco explica junto a Joaquín Prat cómo las amistades determinan la calidad de tu vida ¿Hay que tener un buen grupo?

 ABEL CUARTERO ESCARTÍN       |   La Vanguardia    |    06/06/2024

Joaquín Prat puede presumir de ser uno de los rostros televisivos más populares de estos últimos tiempos. El presentador se ha convertido con los años en uno de los nombres principales de Telecinco al estar al frente de Vamos a ver junto a Patricia Pardo, ocupando una de las franjas horarias más importantes de la parrilla.

En el programa, el periodista aborda temas muy amplios, desde la actualidad hasta la prensa del corazón, y es eso lo que le ha hecho convertirse en un conductor transversal. Y es en este tipo de programas donde conoció a la Dra. María Velasco, una médico psiquiatra que acude muy a menudo al mencionado espacio, aunque esta vez ha sido Prat el que se ha pasado por su podcast Raíces.

En este programa, la doctora aborda diferentes aspectos de la vida, y, junto a Joaquín Prat, ha querido traer diferentes puntos relacionados con el concepto de la amistad. “Hoy vamos a hacer un recorrido a lo largo de la vida, de cómo transformamos el concepto de amistad y vamos a darle la gran importancia que realmente tiene en nuestras vidas”, expresa Velasco en la descripción.

 

A todo esto, el propio presentador ha querido dar su punto de vista sobre este asunto, que parece tener muy claro. “Para mí la amistad es el vínculo que hace que puedas compartir con alguien todo aquello que a ti te apetezca. Siempre he pensado que lo más difícil de una amistad es saber cuidarla”, ha relatado.

Y es que cree que muchas veces no ha cuidado lo suficiente a sus amigos, como sí lo hace con la familia o con los retos profesionales: “Parece que los amigos siempre tienen que estar, pero siento que muchas veces personalmente no los cuido como debería cuidarles”. Aunque, a veces, hace todo lo contrario: “Que me voy a desapegar un poquito porque no siempre recibes lo que das”.

Con esta premisa, la María Velasco ha expuesto que existen roles dentro de una amistad. “Están los amigos del trabajo, los amigos del barrio, con los que sales a hacer deporte...”, ha añadido Prat. Y aquí entraría el concepto de pertenencia a un grupo, que según la doctora es “importantísimo”.

María Velasco y Joaquín Prat ponen sobre la mesa las amistades de barrio

“Esos son los que más me duran, los de la pandilla del barrio, los de 13, 14, 15 años. Esas amistades que se forjan en ese momento, en mi caso, son las que perduran”, ha expuesto Prat. “Sobre todo, si es un lugar al que puedes regresar, si es un barrio, un pueblo, esas amistades perduran mucho”, ha añadido la psiquiatra.

Tras esto, el presentador ha confesado haber tenido en esas edades amistades que no gustaban mucho a sus padres. “Eran trastos… a ver es que yo pienso lo que he hecho cuando era adolescente y joven, y menos mal que no hay huella digital, porque si lo llego a colgar en las redes sociales no tengo trabajo ni en instituciones penitenciarias. No, no he cometido ningún delito, al menos conscientemente”, ha comentado entre risas.

6 frases que te dices sin pensar y que sabotean tu felicidad

 DIANA LLORENS       |      cuerpomente.com     |     18/04/2024

Nuestro crítico interior nos sabotea constantemente con frases que atacan nuestra autoestima y no nos dejan ser felices. Saber reconocerlas es el primer paso para cambiar.

A menudo, nosotros somos nuestros peores enemigos. Nos exigimos demasiado y nos “maltratamos” haciéndonos creer que no valemos lo suficiente, que no estamos a la altura y que no merecemos ser felices.

 “Nuestros cerebros están programados con un sesgo de negatividad, una programación que hace que los acontecimientos negativos dominen nuestro mundo interior por encima de los positivos”, asegura la psicoterapeuta neoyorkina Katie Krimer. Además, tenemos tendencia hacia el egocentrismo, a considerarnos el centro del universo y a no valorar otras perspectivas. Así, nuestro crítico interno se vuelve incansable: nos habla todo el rato y nos hace dudar de nuestras capacidades. Afortunadamente, podemos acallarlo si aprendemos a reconocer sus prácticas.

Krimer habla de ello en su último libro, 40 técnicas para superar el autosabotaje mental y acallar a tu crítico interior, publicado por la editorial  Sirio. En él identifica aquellas frases que solemos decirnos a nosotros mismos y con las que boicoteamos nuestra felicidad, y explica cómo liberarnos de nuestra propia toxicidad con ejercicios prácticos.

Estas son algunas de las frases que destaca, ¿te las has dicho alguna vez?

1. “LA VIDA ES UNA PUTADA”

Sin duda, la vida puede ser muy complicada y todos vivimos momentos duros. La clave está en aceptar la realidad presente, ya sea una muerte, la pérdida de una amistad, un desengaño amoroso, un fracaso profesional o económico… Aceptar no significa que nos tenga que gustar la situación, sino en reconocer la realidad tal como es (con todo lo desagradable que tiene) y dejar de intentar cambiarla.

Insistir en lo mucho que nos disgusta cómo son las cosas en el momento presente nos mantiene atrapados en el pasado o en una visión alternativa e incontrolable de nuestro presente”, asegura Krimer.

2. “YO SOY ASÍ”

Las creencias centrales que tenemos sobre nosotros mismos son, según Krimer, las más difíciles de cambiar, pues están fuertemente arraigadas. Solemos llevar tantos años convencidos de ellas que descartamos todo aquello que las contradiga.

Creencias centrales como “Soy un fracasado”, “soy mala persona”, “soy débil”, “no valgo nada”… solo son ciertas porque hemos elegido creerlas, asegura la psicoterapeuta. Si te atreves a analizar estas creencias y cambiar de perspectiva, verás cómo te han estado limitando.

3. “LO BUENO DURA POCO”

En lugar de disfrutar de lo bueno, muchas personas tienden al pesimismo, a considerar que inevitablemente llegará una tragedia que empañará la felicidad. “Elegimos el monólogo derrotista, y esto lo que hace es garantizar el sufrimiento en el presente”, señala Krimer.

No querer confiar demasiado en lo bueno y adoptar una postura derrotista solo nos priva de disfrutar el presente y nos convierte en unos aguafiestas. En cambio, podemos relajarnos y disfrutar de las cosas con plenitud mientras duren, porque ya sabemos que nada es eterno.

Eso no quiere decir que no sucedan cosas buenas para celebrar. Se trata de cambiar la actitud para pasar del “nada bueno dura” a “algunas cosas buenas sí duran, y no tengo que vivir temiendo que acaben”, señala la experta.

4. “NO QUIERO SENTIRME ASÍ”

Ya desde la infancia, hay ciertas emociones que se potencian y otras que aprendemos que son “malas” y las empezamos a evitar o tapar. Cuando experimentamos estas emociones “malas”, en lugar de considerarlas algo natural, las vivimos con dolor, como una experiencia negativa.

Krimer sugiere que hay que aprender a ser un observador de las experiencias interiores, sin juzgarlas, sin etiquetarlas como “buenas” o “malas”.

5. “ME LO TOMO TODO MUY A PECHO”

Nuestros cerebros están programados para que seamos el centro de nuestro propio universo mental”, explica Krimer. Tendemos a personalizar todo lo que nos ocurre y a darnos por aludidos con demasiada frecuencia, aunque las cosas que sucedan a nuestro alrededor no tengan que ver con nosotros.

En lugar de tomarte a mal las críticas o comentarios de los demás (siempre que se hagan de forma constructiva y con respeto), intenta comprender el por qué y valorar que, en la mayoría de los casos, los otros no quieren herirnos o denigrarnos.

6. “LA VERDAD ES QUE NO TENGO NINGÚN TALENTO NI NINGUNA HABILIDAD ESPECIAL”

Aunque no lleguemos a ser Einstein, todos tenemos talentos y habilidades, aunque a veces nos cueste reconocerlas en nosotros mismos. Además de habilidades más reconocibles como pueden ser pintar, destacar en algún deporte o ser bueno en matemáticas, hay muchísimas otras que pueden ser más difíciles de identificar, como las comunicativas o de resolución de problemas, entre muchas otras.

Para encontrar tus talentos o habilidades, Krimer propone diferentes estrategias, como preguntar a aquellas personas que mejor te conocen, echar la vista atrás a la infancia o rememorar los logros que has conseguido a lo largo de la vida.

miércoles, 5 de junio de 2024

Anna Lembke, experta en adicciones:"Todo el mundo debería hacer un ayuno de dopamina durante cuatro semanas"

 LAURA MIYARA      |      La voz de galicia-La voz de la salud    |     29/06/2023

La investigadora de la Universidad de Stanford es experta a nivel mundial en el tratamiento de la adicción y señala que el cerebro humano ha evolucionado para un mundo de escasez.

Cuando pensamos en la palabra «adicción», probablemente la asociamos a drogas ilegales como la cocaína o la heroína. La sombra del estigma se proyecta sobre estas conductas y es conocido el riesgo que suponen para la salud e incluso la vida. Pero el abanico de sustancias, sensaciones y actividades a las que podemos hacernos adictos es muy amplio. Cuando se trata de algo socialmente aceptado, es más difícil reconocer el límite entre un hábito, consumo o actividad placentera y una adicción. Esto es lo que le ocurrió a la doctora Anna Lembke, psiquiatra e investigadora de las adicciones de la Universidad de Stanford, considerada una de las máximas expertas a nivel mundial en la materia.

Durante la década de sus 40 años, con sus hijos ya adolescentes y un poco más de tiempo libre en sus manos, Lembke se volcó en la lectura de novelas románticas. Comenzó por la saga de Crepúsculo y, para cuando se dio cuenta de que tenía un problema, había llegado al punto de descargar compulsivamente novelas eróticas en su Kindle, solo para saltar los capítulos introductorios y llegar de manera directa al clímax, el momento inevitable en la fórmula narrativa de estos libros en el que los personajes, después de una larga tensión, finalmente consuman una relación sexual. Leía a todas horas. Incluso, confiesa, leía en su consulta, entre paciente y paciente. Hoy reconoce que su adicción, al igual que todas, estaba mediada por la acción de un único neurotransmisor, la dopamina. Su nuevo libro, Generación dopamina (Urano, 2023), explora los mecanismos cerebrales que nos llevan a consumir de forma descontrolada todo tipo de cosas, desde pastillas hasta vídeos de YouTube, y responde a la pregunta: ¿por qué somos más infelices que nunca?

—¿Cómo actúa la dopamina en nuestro cerebro?

—El cerebro funciona como una balanza con dos extremos: placer y dolor. Cuando la balanza está equilibrada, podemos experimentar placer si se inclina un poco hacia un lado y dolor si se inclina hacia el otro. Este equilibrio es lo que el cerebro intenta mantener y se llama homeostasis. Entonces, si hay cualquier desviación, el cerebro se va a esforzar en restablecer el nivel de base. Y la forma que tiene de restablecer el equilibrio es aplicando una inclinación de idéntica magnitud, pero de valencia opuesta al estímulo experimentado. Cuando hacemos algo que refuerza la liberación de dopamina, la balanza se inclina hacia el lado del placer activando el circuito de la recompensa. Lo que ocurre es que el cerebro se adapta a ese incremento en la secreción de dopamina desacelerando la transmisión de esta, no solo hasta los niveles de base, sino por debajo de ellos. Y entonces, deseamos repetir el comportamiento que nos da un estímulo placentero, para volver a sentir placer.

—¿Por qué es tan difícil romper con ese ciclo de estímulo, recompensa, bajón y deseo de volver al estímulo?

—Nuestro cerebro evolucionó para adaptarse a un ambiente en el que predominaba la escasez, en el que teníamos que esforzarnos mucho para conseguir una cantidad mínima de dopamina. Pero hoy tenemos acceso instantáneo a reforzadores muy potentes que liberan grandes cantidades de dopamina de una sola vez. Lo que ocurre es que estamos presionando muy fuerte el lado de la balanza que corresponde al placer. Liberamos un montón de dopamina e inmediatamente después esta cae en picado. En cuanto llegamos a ese valle, queremos más placer. Lo que pasa cuando las personas entran en el terreno del consumo compulsivo es que quedan atascadas en un déficit de dopamina, porque han modificado su estado de base. Entonces, necesitan consumir más simplemente para tener una sensación de normalidad y cuando no están consumiendo, experimentan de manera persistente los síntomas de la abstinencia de cualquier sustancia: ansiedad, irritabilidad, insomnio, depresión.

—¿Esto puede ocurrir con otras cosas aparte de las drogas?

—Sí. Las conductas compulsivas encienden el mismo circuito de recompensa que las drogas y el alcohol, porque pueden liberar dopamina.

—¿Eso es lo que ocurre con la ludopatía, por ejemplo?

—Tenemos la noción de que los ludópatas son adictos al dinero y, por supuesto, interesarse por el dinero es lo que hace al juego inicialmente atractivo, pero a medida que la gente entra en la mentalidad de adicción al juego, ya no se trata realmente de dinero, sino que se vuelven adictos al ciclo de dopamina que genera el juego en sí. Los estudios de imagen del cerebro humano muestran que quienes juegan de manera patológica, a diferencia de los que juegan de manera recreativa, liberan dopamina no solo cuando ganan, sino también cuando pierden, porque perder significa que van a poder seguir jugando. Porque se dicen a sí mismos que van a parar una vez que hayan ganado una determinada cantidad de dinero, pero, como son adictos, no pueden. Entonces, en cierto modo, quieren perder para justificar su comportamiento.

—¿Por qué nos enganchamos a estas conductas y drogas?

—Tenemos drogas mucho más potentes que aquellas a las que tenían acceso nuestros antecesores y tenemos acceso constante a ellas. Y el acceso es uno de los grandes factores de riesgo para desarrollar adicciones. Si vives en un barrio en el que se vende droga, es más probable que las consumas, y si las consumes, es más probable que te hagas adicto a ellas. Si la gente tuviera el mismo acceso a la cocaína que al TikTok, habría muchísima más gente adicta a la cocaína. Luego, cuanto más consumes y más frecuentemente lo haces, más cambias tu cerebro empujándolo hacia ese déficit de dopamina. Entonces, potencia, acceso, cantidad y novedad. Esos cuatro factores son determinantes para desarrollar adicciones y su presencia hace del mundo moderno un espacio muy desafiante en el que intentar no volvernos adictos.

—Otro de los factores que menciona en el libro es el tiempo libre...

—No solo tenemos más tiempo libre que nunca antes en la historia, sino que también tenemos mayores ingresos, lo que nos da acceso a bienes de consumo. Eso significa que tenemos que ser más creativos en cuanto a cómo pasamos nuestro tiempo, porque tenemos más libertad de elección y aumenta el riesgo de usarla para acceder a placeres inmediatos. El aburrimiento está siempre acechando y necesitamos darle una estructura y un propósito a nuestra vida para no caer. Se esperaba que con la creciente democratización del mundo, con el aumento de la riqueza y el mayor acceso a los alimentos, el tener cubiertas las necesidades básicas nos permitiría destinar más tiempo a actividades creativas como pintar o hacer música, pero nos pasamos el día jugando videojuegos, viendo TikToks y comprando en línea. Esto es lamentable, pero pienso que tenemos que tener compasión por nosotros mismos y reconocer que iría en contra de nuestro desarrollo evolutivo no consumir. Estamos programados para consumir, porque evolucionamos para adaptarnos a un mundo de escasez, que no es el que tenemos hoy. Entonces, tenemos que ser muy deliberados al operar en este mundo de abundancia. En particular, tendremos que privarnos intencionalmente de cosas que podríamos estar haciendo y consumiendo.

—¿Hay factores protectores frente a las adicciones?

—El riesgo de adicción se puede dividir en tres categorías: naturaleza, desarrollo y entorno. La naturaleza es el riesgo inherente que cada uno tiene. Venimos al mundo con distintos grados de vulnerabilidad y eso es hereditario, no hay mucho que podamos hacer para cambiarlo. Luego, está el desarrollo temprano en la infancia, que tiene un gran impacto. Los padres que saben qué es lo que están haciendo sus hijos, con quiénes pasan el tiempo, qué llevan en la mochila y qué hay debajo de su cama. En otras palabras, los padres helicóptero, son un factor protector frente al desarrollo de adicciones. Los padres que tienen una relación cercana con sus hijos, que dan un ejemplo de estrategias de afrontamiento no adictivas y que implícita o explícitamente desalientan el consumo de drogas y alcohol, todo eso protege. Son medidas de sentido común, pero están respaldadas por la evidencia. Y en cuanto al entorno, cosas como limitar el acceso pueden marcar una diferencia enorme.

—¿Cómo podemos generar dopamina de forma saludable?

—Presionando el lado del dolor de la balanza podemos obtener dopamina de manera indirecta. Una forma de lograrlo que es potencialmente más beneficiosa que hacerlo a través del consumo de sustancias es hacer cosas que te hagan sentir cierta incomodidad o dolor, de modo que el cuerpo produzca esos neurotransmisores del placer para equilibrarse y llegar a la homeostasis. La clave es que sea una dosis exacta de dolor. No puede ser muy poco, porque entonces, eso no estimula al cuerpo, pero tampoco queremos que sea demasiado, porque eso conllevaría un vaciado de esos mecanismos de los neurotransmisores y dañaría el sistema de balance. En cambio, las formas moderadas de ejercicio, los baños de agua fría, el ayuno intermitente y otros desafíos a nivel físico y emocional crean dopamina de manera indirecta y protegen frente a los comportamientos adictivos.

—¿Cree que todos podemos volvernos adictos a algo en algún momento?

—Sí, totalmente.

—¿Dónde está el límite entre algo que disfrutamos y una adicción?

—Una señal es el uso descontrolado, comprometernos a limitar el consumo a una cierta cantidad o un cierto tiempo y no poder cumplirlo. Si no estamos durmiendo bien, si mentimos para mantener en secreto el consumo, esos son signos claros. Otra señal es si nos estamos sintiendo más ansiosos deprimidos y no sabemos bien por qué. Puede que estemos entrando en el déficit de dopamina que caracteriza a la adicción. Hace veinte años, si alguien venía a consulta y decía que se encontraba deprimido, yo le prescribía medicación antidepresiva o ansiolítica. Hoy, lo primero que hago es indicarle que se abstenga de las sustancias y conductas que liberan dopamina en altas cantidades durante cuatro semanas, para ver si eso basta para que se sientan mejor. En una gran mayoría de casos, con hacer eso es suficiente. Luego, hay que ver las consecuencias del consumo, si está interfiriendo con nuestros objetivos o nuestros valores; este último es un aspecto clave sobre todo en adicciones relacionadas con internet. Siempre les pregunto a mis pacientes si estarían dispuestos a entregarle su móvil a otra persona y que pudiera ver su historial de navegación. Y si la respuesta es que no, hay que preguntarnos si el uso que hacemos de internet es consecuente con nuestros valores y con cómo queremos que sea nuestra vida.

—Si una sustancia o conducta es socialmente aceptada, ¿aumenta el riesgo de adicción?

—Es más una cuestión de acceso. La pornografía no es tan aceptada a nivel social y se consume en privado, pero realmente en el mundo hay un problema enorme con este consumo. Y apenas hemos tocado la punta del iceberg en cuanto a la extensión y las repercusiones de esto. Además, hay un montón de estigma y vergüenza en torno a la pornografía. Entonces, el problema es el acceso, la potencia, la abundancia. Pero sí que es cierto que podemos volvernos adictos a cosas socialmente aceptadas, especialmente hoy, dado que todos nuestros intereses y gustos han adquirido características de droga. Si es socialmente aceptado, es más probable que eso no se reconozca como una adicción. El ejemplo más claro es el trabajo: la adicción a trabajar no solo es aceptada, sino celebrada en nuestra cultura. Y es una patología real.

—¿Qué otras cosas comúnmente se convierten en adicciones que no reconocemos?

—La adicción a la comida es algo que estamos empezando a reconocer. Es cada vez más difícil dejar de comer, debido a que la comida moderna se ha diseñado para dar un refuerzo muy potente. El sexo y el amor también pueden ser adictivos. La forma en la que transformamos el sexo y el amor romántico en un producto de consumo es muy nociva. Incluso juegos como el ajedrez se han vuelto adictivos con las aplicaciones digitales que convierten las jugadas a un formato muy breve e instantáneo. Es lo mismo que ocurre con TikTok: con la duración corta, lo que logramos es una liberación de dopamina muy veloz. Es un estímulo muy potente. Los medios digitales de entretenimiento son muy adictivos. Las series de televisión saben exactamente cómo ha de acabar un episodio para motivarnos a ver el siguiente. Y puedes volverte adicto a las noticias, porque incluso los estímulos adversos son adictivos. Hay estudios que muestran que si le das descargas eléctricas en la pata a un ratón y luego miras su cerebro, se activan los mismos circuitos que si le hubieses dado una inyección de cocaína. En otras palabras, puedes volverte adicto a la adrenalina que recibes viendo las malas noticias del mundo

—¿Los niños son más vulnerables a esto?

—Sí, es un problema enorme. Cuando sometemos al organismo a este ciclo de consumo, subidón de dopamina, abstinencia y, consecuentemente, deseo de más, lo estamos condicionando a la adicción. Y eso está ocurriendo con los niños, con los alimentos procesados altos en azúcar que toman, con las redes sociales, los videojuegos e internet en general. Hay una epidemia de depresión, ansiedad y suicidio entre nuestros jóvenes que probablemente se puede atribuir en parte a la cantidad de tiempo que pasan en línea.

—¿Qué podemos hacer para erradicar nuestros comportamientos adictivos?

—El primer paso es hacernos conscientes de este comportamiento. Porque la dopamina actúa sigilosamente y no vemos la conducta o la minimizamos, pero una vez que hablamos con otra persona y le decimos exactamente lo que estamos haciendo, cuánto y con qué frecuencia, ahí la conducta se vuelve más real para nosotros. Verbalizarlo nos permite verlo y una vez que lo vemos, podemos actuar. En segundo lugar, tenemos que intentar entender por qué consumimos. Y hay que ser honestos acerca de si este consumo realmente cumple esa función que le hemos otorgado. Cuando prestamos atención a lo que esperamos lograr con este consumo y lo que realmente sucede, muchas veces, comprobamos que no es así. Por poner un ejemplo, muchos de mis pacientes que fuman marihuana dicen que eso los vuelve más creativos. Pero cuando exploramos esto, descubrimos que, cuando fuman, no crean prácticamente nada, por más que se sientan creativos. Llegado este punto, podemos hacer un ayuno de dopamina: tomarnos cuatro semanas en las que nos abstendremos de nuestro consumo de elección para que el cerebro haga un reajuste de los circuitos de recompensa. Las primeras dos semanas nos sentiremos peor, pero si logramos pasar esas cuatro semanas sin consumir, nos despejaremos y nos sentiremos menos ansiosos y mejor. Después del ayuno de dopamina, podemos decidir cuál va a ser el próximo paso. Si decidimos que vamos a volver a consumir, tendremos que establecer un plan detallado de cómo lo haremos para que no se salga de control. Aquí entra en juego la autorrestricción. El último paso es experimentar: volver al mundo exterior tras esta introspección e ir haciendo los ajustes necesarios en ese camino.

—¿Por qué propone una abstinencia de cuatro semanas, y no de tres o de cinco?

—No es universal, no todas las personas habrán reseteado su circuito de dopamina tras cuatro semanas, pero sí que me ha sorprendido a lo largo de los años en mi experiencia clínica comprobar que muy frecuentemente ese es el caso, sin importar el grado de severidad de la adicción o la sustancia o conducta particular a la que la persona sea adicta. En mi experiencia clínica, un 80 % de las personas que llevan a cabo el ayuno de dopamina se sentirán mejor a las cuatro semanas. Puede que no estén completamente recuperados, pero van a sentirse suficientemente bien como para ver con claridad cómo les afecta este comportamiento y tomar una mejor decisión. Incluso aquellos con adicción severa, en un 80 % de los casos, se sienten mejor a las cuatro semanas. Pero, por supuesto, mantener los hábitos saludables va a ser mucho más difícil en estos casos y siempre les aconsejo a mis pacientes con adicciones severas abstenerse durante mucho más que cuatro semanas. De hecho, si hay adicción severa, la moderación puede no ser una opción.

—¿Cree que todos deberíamos probar un ayuno de dopamina?

—Creo que la mayoría de la gente que lea esto podrá reconocer inmediatamente al menos una sustancia o conducta que sea compulsiva en su vida y, si es así, es buena idea intentar abstenerse durante cuatro semanas para ver qué tal va. Si no es así, les invitaría a participar en un ayuno de móvil y redes sociales durante 24 horas. Ese tiempo es suficiente para entrar en abstinencia y reconocer cómo nos va sin esas tecnologías. Las claves para lograrlo serían, primero, avisar a nuestras personas cercanas que estaremos sin conexión durante un día y hacer planes para esas 24 horas. Segundo, ser conscientes de que en esas horas experimentaremos síntomas de abstinencia, pero que se van a ir reduciendo conforme pase el tiempo. Cuando sintamos la necesidad de mirar el móvil, podemos darnos una ducha fría, hacer 20 abdominales o limpiar. Se trata de aceptar la incomodidad pasajera para restablecer el equilibrio a nivel cerebral. Y cuando acabe el ayuno, podemos tomarnos un tiempo para decidir cómo y en qué medida volver a integrar la tecnología en nuestra vida sin que se adueñe de ella.

lunes, 3 de junio de 2024

Neuropsicología, una especialidad de psicología altamente demandada por la sociedad, pacientes y empresas

 The objective       

En los últimos años, España ha experimentado un notable incremento en la prevalencia de enfermedades neurodegenerativas entre las que pueden destacar el alzhéimer, el párkinson, la esclerosis múltiple o la esclerosis lateral amiotrófica (ELA), entre otras. Este incremento, según un informe de la Oficina de Ciencia y Tecnología del Congreso de los Diputados, se elevará en torno a un 83% para el año 2050, superando el millón y medio de casos en España.

Ante este panorama, la neuropsicología, una rama de la psicología que se encarga del estudio de las relaciones entre el cerebro y la conducta y que trata de analizar las consecuencias que tienen a nivel cognitivo, emocional y comportamental las diferentes patologías cerebrales, se erige como una disciplina prometedora y, con ella, la profesión de los neuropsicólogos, más demandada que nunca.

Su contribución al entendimiento del cerebro humano, así como su impacto en la conducta es invaluable y su representación e importancia en la sociedad, sin duda, tiende al alza.

Salidas profesionales

Las salidas profesionales de la neuropsicología son bastante amplias. Quizá, el ámbito más conocido es el clínico, en concreto en la evaluación de los pacientes con Daño Cerebral Adquirido (DCA), como por ejemplo en personas que han sufrido un ictus, un cáncer o infección cerebral o un traumatismo craneoencefálico. También trabajan con pacientes con enfermedades neurodegenerativas, alteraciones del desarrollo o enfermedades raras que afectan a las funciones cerebrales.

Asimismo, el neuropsicólogo ya forma parte de los equipos que trabajan con pacientes con patología psiquiátrica como, por ejemplo, el trastorno obsesivo compulsivo o la esquizofrenia e, incluso, participa en peritajes forenses. «No solo en el ámbito neurológico, sino también en el psiquiátrico hay un nicho de trabajo muy importante que está creciendo conforme la neuropsicología va ganándose hueco, eso requiere que la formación que necesitamos en neuropsicología sea sólida, actualizada y especializada para problemáticas y poblaciones concretas», explica Adrián Galiana, neuropsicólogo, bioquímico, Doctor en Biomedicina y profesor del nuevo máster de neuropsicología de la Universidad a Distancia de Madrid.

Otro ámbito relevante en el ejercicio de la neuropsicología es el educativo, donde se reconoce cada vez más la figura del neuropsicólogo educativo, que contribuye a identificar las alteraciones que presentan los niños con dificultades en el aprendizaje y trastornos asociados. «Se ha observado que, recientemente, se está demandado la colaboración de los neuropsicólogos para evaluar en los niveles tempranos si puede existir alguna alteración a nivel cognitivo en los niños, así como para observar el patrón de desarrollo», afirma Garazi Laseca, neuropsicóloga. Doctora en Psicología y profesora del máster de UDIMA.

El ámbito social y socio-sanitario es también otra de las salidas profesionales más demandadas en la actualidad. Cada vez se solicita más la presencia de neuropsicólogos en residencias de mayores, en centros de día o en centros especializados en atención del daño cerebral y en adicciones, así como en asociaciones de pacientes y fundaciones.

Se observa también una creciente presencia de neuropsicólogos en el entorno laboral; aplicación de la neurociencia al marketing y la publicidad, cuestiones relacionadas con la ergonomía (condiciones del lugar de trabajo, así como sus características físicas y psicológicas) y, finalmente, en recursos humanos, con la selección de personal y la adaptación a funciones del puesto de trabajo.

Estamos, sin duda, ante «una profesión necesaria. Los neuropsicólogos son profesionales altamente demandados por la sociedad, por los pacientes y por las empresas», afirma Galiana.

Formación integral

Para conseguir una buena capacitación en cualquier ámbito de los mencionados es imprescindible una formación avanzada en neuropsicología, esencial para enfrentar los desafíos que se plantean en la actualidad. Los futuros especialistas en este campo deberán tener extensos conocimientos en la función del sistema nervioso, métodos y técnicas en neurociencia y neuropsicología, procesos cognitivos y sus alteraciones, así como estar altamente cualificados en el ámbito infantojuvenil y adulto. Deberán ser conocedores de técnicas de evaluación y estrategias de intervención entre otros muchos aspectos.

El profesional de la neuropsicología desempeña un papel fundamental en la evaluación, rehabilitación y apoyo a los pacientes y sus familiares, por lo que una formación integral es esencial para garantizar una atención de calidad, ya que, en estos casos, se requieren abordajes multidisciplinares.

La UDIMA (Universidad a distancia de Madrid), consciente de la creciente demanda de la neuropsicología en nuestra sociedad, se encuentra comprometida con la expansión y el fortalecimiento de esta profesión con su oferta académica, de ahí que para el comienzo del curso 2024/2025 de comienzo su máster universitario en neuropsicología, con un plan de estudios diseñado en línea con las directrices marcadas por el Consejo de la Psicología de España, respecto a la formación especializada en el área y supone el único Máster que contempla la posibilidad de mención de especialización en Neuropsicología en infancia y adolescencia y/o en Neuropsicología en adultez y vejez.

sábado, 1 de junio de 2024

Marian Rojas Estapé explica qué hacer si tu pareja o tu hijo es tóxico

 MARÍA ROMERO MEDINILLA    |     lavanguardia.com    |     23/05/2024

La psiquiatra española destaca la importancia de proteger nuestra salud mental y física frente a relaciones tóxicas

Marian Rojas Estapé, médico psiquiatra y escritora, ha abordado el delicado tema de las relaciones tóxicas durante su intervención en un congreso en México. En su discurso, subrayó cómo identificar y manejar la toxicidad en nuestras relaciones más cercanas, ofreciendo estrategias para preservar nuestra salud emocional y física.

“Cuando uno tiene un tóxico en lo más cercano, ya sea pareja, hijo, nuera, yerno, suegro, cuñado, hermano, alguien que te altera profundamente, es crucial preguntarse: ¿Por qué me afecta tanto?”, explicó Rojas Estapé. Según la psiquiatra, es esencial comprender qué nos hace vulnerables a estas personas y cómo nos desestabilizan en cuestión de segundos.

Rojas Estapé destacó que nadie es tóxico por naturaleza, sino que ciertos comportamientos y situaciones desencadenan esta toxicidad. “Es porque alguien dice exactamente lo que sabes que te va a hacer sufrir, te juzga constantemente o no te valora”, afirmó. Identificar estos patrones es el primer paso para protegernos.

Una vez que se ha diagnosticado la toxicidad en una relación, Rojas Estapé aconseja evaluar el impacto emocional que tiene en nosotros. “Me siento inseguro, triste, solo, humillado. Estoy permitiendo que esta persona inflame mi estrés, altere mi salud y acorte mis años de vida”, señaló, destacando la conexión entre el estrés crónico y el envejecimiento celular.

“No me vas a acortar los telómeros hoy"- Marian Rojas Estapé, médico psiquiatra y escritora

Citando el trabajo de la doctora Elizabeth Blackburn, ganadora del Nobel en 2009, Rojas Estapé explicó cómo el estrés y el sufrimiento pueden acortar los telómeros, los capuchones de los cromosomas, acelerando el envejecimiento y la aparición de enfermedades. “Si no gestionamos bien a un cuñado tóxico, nos estamos quitando años de vida”, advirtió.

Para contrarrestar este efecto, Rojas Estapé propone el uso de un “impermeable psicológico”. “Te preparas interiormente y decides que no vas a permitir que esa persona te acorte los telómeros hoy. Te conviertes en dueño de tus relaciones, en vez de ser esclavo de quienes te hacen sufrir”, concluyó.

Con estas herramientas, la psiquiatra invita a las personas a proteger su bienestar y a tomar el control de sus interacciones, evitando que las relaciones tóxicas afecten negativamente su salud y su vida.

jueves, 30 de mayo de 2024

Guía sobre los psicofármacos más comunes: ¿por qué me recetan un antidepresivo contra la ansiedad?

 LOIS BALADO    | La Voz de Galicia-La Voz de la Salud   |    21/09/2022  

Lorazepam, diazepam, alprazolam, citalopram. Damos un repaso por los medicamentos más comunes recetados contra los trastornos relacionados ...

Antes de nada, unos datos. El término 'psicofármaco' es muy amplio y ambiguo, un cajón de sastre en el que podríamos incluir un montón de medicamentos que nada tienen que ver entre sí. Un antiepiléptico, un hipnótico o un antipsicótico, todos ellos encajarían en ese paraguas. Lo primero es centrar el foco. Según apunta el Ministerio de Sanidad, las patologías del sistema nervioso central son las que requieren más atención farmacológica de entre todos los problemas clínicos anatómicos en España; los psicolépticos ocupan el segundo lugar en la clasificación de medicamentos dispensados por la Seguridad Social en el 2021 (un 9 % del total de las recetas), solo por detrás de los analgésicos. Si seguimos desgranando la estadística, veremos que los derivados de las benzodiazepinas —dicho de otro modo, los tranquilizantes— son el tercer grupo químico más consumido en España en el 2021; los inhibidores selectivos de la recaptación de serotonina (llamados comúnmente antidepresivos) ocupan el undécimo lugar; e incluso hay una categoría llamada «otros antidepresivos» que se sitúan en la decimosegunda posición de este ránking, que encabezan los inhibidores de la bomba de protones (el omeprazol y demás familia).

Es decir, consultemos la estadística que consultemos (ya sea por grupo anatómico, terapéutico, farmacológico o químico), los psicofármacos siempre aparecen en las posiciones altas de la tabla y, sin embargo, sabemos poco o nada de ellos. Nos limitamos a consumirlos sin conocer sus riesgos ni sus beneficios.

Más antidepresivos, pero no más depresiones

Josep Ramon Domènech, psiquiatra y vicepresidente de la Asociación Española de Psiquiatría Privada (ASEPP) lanza un primer mensaje claro e inequívoco como respuesta a los muchos titulares que la salud mental ha acumulado en los últimos tiempos: que se receten más antidepresivos no implica que haya más diagnósticos de depresión. Puede sonar extraño, pero tiene una explicación.

«Me gustaría romper con esta idea porque a mí me fastidia cuando se dice: ''¡Ostras, se ha incrementado la venta de antidepresivos!'', y a partir de ahí se concluye que han aumentado los casos de depresión. No es así, los inhibidores selectivos de recaptación de serotonina tienen una doble indicación: tienen la indicación de trastorno depresivo, pero sobre todo de trastornos de ansiedad», explica Domènech. Dicho de otra manera, fármacos tan comunes como el prozac, la sertralina, el citalopram o el escitalopram, todos ellos de la familia de los inhibidores selectivos de la recaptación de la serotonina, son incluidos muchas veces en las estadísticas como tratamientos contra la depresión, pero la realidad es que muchos pacientes que los consumen a diario los utilizan ante cuadros de ansiedad, no de depresión. «Son medicamentos utilizados para el trastorno de ansiedad generalizada, que no como antidepresivo. En multitud de ocasiones se recetan no para el tratamiento de la depresión, sino para un tratamiento de ansiedad», insiste el profesional. 

Diferencias entre los tipos de psicofármacos: ansiolíticos, antidepresivos, hipnóticos, sedantes, antipsicóticos...

Ansiolíticos e hipnóticos

En general, los ansiolíticos son el principal grupo de tratamiento farmacológico entre la población con problemas de salud mental. Pero, yendo al detalle, entre los ansiolíticos debemos destacar dos familias: los propios ansiolíticos y los hipnóticos, cuyas diferencias explica el psiquiatra Josep Ramon Domènech. «Debemos diferenciar fundamentalmente entre ansiolíticos e hipnóticos. Entre los ansiolíticos el más recetado es el lorazepam (el famoso Orfidal); también el bromazepam (Lexatin). Estos solo se deberían utilizar en momentos puntuales de ansiedad. Los hipnóticos, por su parte, son otra familia dentro de este grupo. Son fármacos que solo se pueden utilizar para dormir. Los tenemos de varios tipos, pero los más comunes son el lormetazepam (noctamid) y otro que se llama Stilmox (zolpidem). La misión de los hipnóticos es inducir el inicio del sueño. No son medicamentos que sirvan para tratar la ansiedad durante el día. Solo deberían de ser utilizados para combatir el insomnio», detalla el vicepresidente de la Asociación Española de Psiquiatría Privada. Recuerda el médico que el insomnio es uno de los síntomas y que es habitual que sea la primera parada hacia un proceso de ansiedad generalizado o un proceso depresivo.

Todos los ansiolíticos e hipnóticos anteriormente mencionados pertenecen al grupo de derivados de las benzodiazepinas. Sobre esta familia, las preguntas más frecuentes entre los usuarios giran en torno a los riesgos sobre su posible poder adictivo. Domènech recalca que se intenta evitar el «uso y abuso de las benzodiazepinas e hipnóticos», por eso, no es infrecuente ver que se nos recetan fármacos antipsicóticos para trastornos de ansiedad. Pero no se asusten, nadie se ha equivocado.

Antipsicóticos

Hablar de psicosis es hablar de problemas mayores. Sin embargo, en ocasiones se prescriben fármacos que se utilizan para combatir episodios psicóticos a pacientes con problemas de ansiedad generalizada. Se hace en ese afán de evitar un posible abuso de los derivados de las benzodiazepinas y su síndrome de abstinencia, del que posteriormente hablaremos. En este manual de los psicofármacos más comunes, pasaremos de puntillas por la medicación contra la psicosis (en La Voz de la Salud dispones de varios reportajes elaborados sobre el tema), pero se deben dar un par de apuntes para aquellos que vean en su receta fármacos antipsicóticos.

«La quetiapina se utiliza en ocasiones como tranquilizante o como sustancia que ayuda a inducir el sueño», comenta el psiquiatra. La experiencia ha demostrado que en casos graves o resistentes, a dosis bajas el lipiprazol se puede utilizar como potenciador de los inhibidores de recaptación de la serotonina. Se ha observado que pueden mejorar el curso evolutivo de una patología. Dicho queda. 

Antidepresivos

Hemos titulado a esta categoría como antidepresivos, pero Domènech nos conmina a «borrar la palabra antidepresivos». «Hablaremos mejor de qué medicamentos se utilizan para una persona que tenga un diagnóstico de trastorno de ansiedad generalizada o un trastorno de angustia. Porque, aunque un medicamento encaje dentro de esa etiqueta de 'antidepresivo', no necesariamente se está buscando tratar una depresión. Me atrevería a decir que en la atención primaria o en las consultas psiquiátricas, las personas que llegan sin patologías graves, estas sustancias se usan para tratar el trastorno de ansiedad generalizada, el trastorno obsesivo compulsivo, el trastorno de angustia o crisis de pánico, pero estas personas no tienen ninguna depresión».

Ejemplo de 'antidepresivos'

En esta confusa etiqueta de 'antidepresivos' (reciben este nombre independientemente de que se usen para tratar depresiones), encontramos fármacos habituales para el tratamiento de la ansiedad generalizada o el TOC como el citalopram, el escitalopram, la sertralina, la paroxetina o la fluoxetina, este último más conocido como Prozac.

Pese a que comúnmente estos productos son llamados antidepresivos, basta echar un vistazo al prospecto para percatarse de que se trata de una etiqueta falsa —como mínimo, que omite parte de su verdad—. «Todos estos productos, en su prospecto, en su indicación, tienen la doble indicación. Absolutamente todos. Trastorno depresivo y trastorno de angustia, trastorno de ansiedad generalizada o trastorno obsesivo compulsivo. Por eso, cuando decimos que han aumentado el número de depresiones porque ha aumentado el consumo de antidepresivos, eso es una solemne tontería. No puedes deducir a partir de la toma de una serie de medicamentos que tienen varias indicaciones, que solo aumenta el trastorno depresivo», afirma el especialista con rotundidad. 

La pauta habitual de tratamiento contra la ansiedad generalizada

La patología más habitual con la que se encuentran los psiquiatras en consulta son los trastornos de ansiedad, ya sea manifestados en crisis de angustia o pánico o como trastorno de ansiedad generalizada. Las pautas de tratamiento farmacológico que se suele seguir ante un problema cada vez más común es una mezcla de las dos grandes familias de psicofármacos: por un lado los derivados de las benzodiazepinas (también llamados ansiolíticos o tranquilizantes); por otro, los inhibidores de recaptación de la serotonina (los mal llamados antidepresivos). ¿En qué consiste este tratamiento?

«Es importante destacar primero que los pacientes tardan mucho tiempo en pedir ayuda ante estos cuadros, sobre todo en el caso de la ansiedad generalizada. El tratamiento inmediato, que es el que hace efecto, es un tranquilizante o una sustancia que ayude a dormir porque hay que ayudarles a, al menos, frenar este insomnio», comienza a describir Domènech. 

Que la primera herramienta que utilicen los psiquiatras ante este tipo de sintomatología sean los derivados de las benzodiazepinas tiene una razón fundamental: el tiempo. «Los inhibidores selectivos de la recaptación de serotonina o los medicamentos duales —que también tienen la indicación de ansiedad generalizada—  no actúan al día, al momento, sino que su efecto se nota pasadas unas tres o cuatro semanas. Mientras que esperamos a que hagan efecto hemos de intentar que controlen y no abusen de benzodiacepinas. A la larga, el objetivo es quedarse solo con con el inhibidor selectivo de la recaptación de serotonina o dual durante un período que va entre los seis o doce meses, dependiendo de cada caso».

El psiquiatra recuerda la importancia, además, del tratamiento psicológico dependiendo de la gravedad de cada caso. Los tratamientos son subsidiarios; pueden acompañarse de tratamientos psicológico. A más gravedad, más importancia del tratamiento farmacológico; a menor gravedad, se deben asociar el tratamiento psicológico y el tratamiento farmacológico.

Los tipos más comunes de psicofármacos: usos y diferencias

A continuación se exponen unos breves apuntes sobre los psicofármacos más recetados ante las patologías leves de ansiedad más comunes.

1.                Lorazepam. Su famoso nombre comercial es Orfidal. Se trata de una benzodiazepina que se comercializa bajo indicaciones de 1 y 5 mg. Es el tranquilizante más utilizado dada su efectividad y su prolongada vida media (unas 8 horas) y no tiene metabolismo hepático (es decir, no afecta al hígado). Se trata de un tranquilizante; nada más.

2.               Bromazepam. Es una molécula similar al lorazepam conocida comercialmente como Lexatin. Hay estudios que hablan de una mayor capacidad de adicción que el lorazepam. Se trata de una benzodiazepina, no es una pastilla para dormir. 

3.               Diazepam. La diferencia con respecto al lorazepam y al bromazepam es que tiene una vida más larga. Además se ha asociado con propiedades de relajante muscular.

4.               Alprazolam. El archiconocido Trankimazin. Otra benzodiazepina que teóricamente es la más utilizada en cuadros de angustia durante el día. Es una molécula con una vida media de entre 4-6 horas máximo, sin tanta actividad sedante como las anteriores. Tiene un efecto rápido y es bien tolerada.

5.               Citalopram y escitalopram. Se trata de dos inhibidores de la recaptación de la serotonina. Fueron lanzadas al mercado por el mismo laboratorio, pero el citalopram vio la luz antes que el escitalopram. El escitalopram es una molécula mejorada frente al citalopram que produce menos efectos adversos y acorta los plazos en los que el tratamiento surge efecto. Todo esto sobre el papel. «No hay un medicamento que vaya bien a todo el mundo, sino que el 'bueno' es el que le va bien a una persona en concreto», puntualiza el psiquiatra.

6.               Fluoxetina. Más conocido por su nombre comercial (Prozac), es un fármaco más dentro del grupo de inhibidores selectivos de la recaptación de la serotonina. Se trata del primer fármaco de esta familia que salió al mercado y tiene propiedades activadoras. También es efectiva contra el TOC y los trastornos por atracón. Solo tiene indicación para la depresión y el TOC por cuestiones de comercialización, pero también se utiliza ante patologías de ansiedad.

7.                Sertralina. Perteneciente al grupo de los inhibidores selectivos de la recaptación de serotonina, se trata de una molécula que tiene todas las indicaciones: trastorno depresivo, trastorno de ansiedad generalizada, trastorno de pánico y trastorno obsesivo compulsivo. Una «muy buena molécula» con perfil neutro —no es activadora— que, según el psiquiatra, funciona especialmente bien entre el sector femenino de la población.

8.               Clonazepam. Comercialmente llamado Rivotril, es una molécula que salió para indicaciones de crisis epilépticas, pero que se utiliza también como tranquilizante y en cuadros de síndrome de piernas inquietas. Pertenece al grupo de las benzodiazepinas. 

9.               Clorazepato dipotásico. Bautizado por el laboratorio que lo elaboró como Tranxilium. También se trata de una benzodiazepina.

El efecto activador o relajante de un fármaco se refiere a si su ingesta activa a la persona o la relaja. Si el paciente se siente acelerado o acelerado no se le recetará, por ejemplo, fluoxetina; si el paciente se siente chafado o decaído, si se optará por este fármaco. Para los casos de más excitación se suele optar por la paroxetina, que es la que tiene propiedades más sedantes pero tiene efectos metabólicos adversos.

Efectos secundarios, síndrome de retirada y síndrome de abstinencia

Los psicofármacos, concretamente los tranquilizantes, infunden respeto. A diferencia del miedo que suscitan las benzodiazepinas, los inhibidores selectivos de la recaptación de serotonina ni chafan, ni atontan, ni cambian la personalidad, ni crean ningún tipo de dependencia en el paciente. Sobre el efecto de los tranquilizantes, hay que matizar ciertas afirmaciones que se suelen hacer a la ligera.

«Siempre existe miedo cuando tomamos un medicamento, sea del tipo que sea. Y si te lees el prospecto, ya ni te lo tomas. Pero es que cuando las sustancias van a este órgano tan desconocido llamado cerebro, ya no es que tengas miedo, es que te entra el pánico por ver qué pasará. Por eso, un indicación que hacemos habitualmente a personas que no pueden dormir, es que se tomen la pastilla y piensen que no debe hacer efecto hasta el tercer día para que no creen una expectativa negativa», recomienda el doctor.

¿Generan dependencia las benzodiazepinas? Domènech refiere que es una pregunta que siempre le trasladan los pacientes. Su respuesta es un «depende». «Sobre la dependencia siempre existen dos factores: uno es la molécula y otro es la persona. Aún hay personas que piensan que todo se soluciona con benzodiazepinas y estas personas tienen más posibilidades de generar una adicción. Sobre la molécula podemos decir que crearán adicción por dos factores: la cantidad que llegues a tomar y la vida media. Crean más dependencia las sustancias que tienen una vida más corta; también creará más dependencia si te tomas un lorazepam en dosis más altas», relata el psiquiatra.

No obstante, las adicciones son enfermedades biopsicosociales. Y esos múltiples factores entran en juego en los riesgos de que un tratamiento pueda finalizar derivando en una adicción: «El tratamiento con benzodiazepinas nunca debería ser a demanda. Ahora bien, si no te pueden visitar en cuatro o cinco meses, esto sí que es un factor que provoca que lo tomes más tiempo del habitual. Si no disponemos de visitas más frecuentes y si no tenemos posibilidad de ofrecer otras técnicas psicológicas para reducir el consumo de tranquilizantes, estamos favoreciendo el problema. No hay que ser reduccionistas. ¿La benzodiazepina crea adicción? Bueno, sí, pero hay otros factores y debemos tener una visión mucho más amplia», resume el especialista. 

Por su parte, para evitar el síndrome de retirada se intentan seguir dos reglas dependiendo del tipo de fármacos.

§     Benzodiazepinas. La pauta es intentar hacer una reducción de un 25 % de la dosis cada 2-3 semanas hasta lograr dejarlas por completo.

§     Con el resto de moléculas es mucho más rápido. También se ha de hacer progresivamente para no sentir un empeoramiento.