jueves, 3 de septiembre de 2015

Lucha ciudadana contra la carcoma de la esquizofrenia

Un consorcio público-privado español lanza el proyecto Spark para desarrollar un fármaco que frene el deterioro cognitivo que incapacita a estos enfermos.
 Financiado en parte con 'crowdfunding', el proyecto ofrece beneficios económicos a sus micromecenas

JESÚS MÉNDEZ | El PaísBarcelona | 04/03/2015

¿Qué es lo que caracteriza a la esquizofrenia, aquello que principalmente la define? La respuesta más usual suelen ser las alucinaciones, como las que sufría Rusell Crowe en Una mente maravillosa, la película sobre el matemático ganador del Nobel de Economía —y enfermo de esquizofrenia— John Nash. Pero, en realidad, lo más frecuente es el deterioro cognitivo, la lenta pero generalmente progresiva degeneración cerebral que sufren los enfermos a lo largo de los años, y que en buena parte de los casos les dificulta llevar una vida normal, les limita su acceso al trabajo (un 90% de los pacientes se encuentra en paro) y les conduce a una mayor dependencia del entorno que les rodea. Y para el que todavía no existe ningún tipo de tratamiento.
El problema es aún mayor si se tiene en cuenta que la esquizofrenia está muy lejos de ser una enfermedad minoritaria. Aproximadamente un 1% de la población la padece (más de 400.000 personas solo en España) y es la tercera enfermedad más incapacitante. Sin embargo, esta incapacidad no suele provenir directamente de las alucinaciones o de los delirios, los llamados “síntomas positivos”. Aunque altamente angustiosos e invalidantes, la mayoría de las veces estos síntomas terminan controlándose gracias a los fármacos conocidos como antipsicóticos (cuya eficacia fue descubierta por casualidad). La incapacidad, por el contrario, se debe en gran parte al deterioro cognitivo, que a veces se observa ya en la adolescencia y para el cual no ha habido hallazgo casual alguno que lo frenase. El hecho de que el origen y mecanismo último de la enfermedad siga siendo desconocido tampoco ayuda a su solución.
Más de 400.000 personas padecen esquizofrenia en España y es la tercera enfermedad más incapacitante
“La esquizofrenia es una enfermedad muy heterogénea, con numerosos receptores cerebrales que parecen implicados, y esto complica el desarrollo de tratamientos”, comenta Miquel Bernardo, director de la Unidad de Esquizofrenia del Hospital Clinic, en Barcelona, e investigador principal de la red de Salud Mental CIBERSAM. Entre otros cosas, el deterioro cognitivo suele provocar que los pacientes tengan dificultades con la memoria de trabajo (les cuesta utilizar la información que reciben), con la memoria verbal y con la concentración. En la actualidad, estos problemas se suelen tratar con técnicas de rehabilitación cognitiva, ejercicios destinados a entrenar estas áreas y que consiguen un beneficio moderado. “El problema es que estas mejoras no suelen mantenerse a largo plazo”, asegura Bernardo.
Entre los fármacos que se han ensayado se encuentran toda una batería de compuestos contra las más variadas dianas. Sin embargo, ninguno ha llegado a aprobarse. Se han estudiado incluso aquellos que han mostrado cierto beneficio en alzhéimer, pero también estos parecen ineficaces en la esquizofrenia. “Probablemente porque el mecanismo y las áreas del cerebro implicadas son diferentes en las dos enfermedades”, señala Bernardo. Aunque aún no puede descartarse la utilidad de todos ellos, solo un tipo, los que actúan sobre los llamados receptores nicotínicos, genera un optimismo relevante. Aun así, su eficacia real todavía se desconoce.
En medio de esta búsqueda ha aparecido una nueva y prometedora vía. Y aunque aún es muy preliminar, acaba de recibir un espaldarazo para probar si realmente puede ayudar a estos pacientes. Un consorcio público-privado liderado por la biotecnológica Iproteos (spin-off del Parc Científic de Barcelona) y en el que también participan la biofarmacéutica Ascil-Biopharm, el Instituto de Investigación Biomédica, el Centro de Regulación Genómica y la Universidad del País Vasco ha puesto en marcha el proyecto Spark, el cual acaba de recibir una ayuda de 500.000 euros del Ministerio de Economía y Competitividad para proseguir sus estudios.
Mientras que la mayoría de fármacos probados hasta ahora buscan como destino final las membranas de las neuronas, el de Spark actúa en su interior
Varias son las novedades que incluye el proyecto; por un lado “se usa lo que se conoce como un péptido mimético, una pequeña parte de una proteína modificada muy específica, lo cual reduce los posibles efectos secundarios”, comenta Teresa Tarragó, científica cofundadora de Iproteos. Por otro, resulta novedoso el mecanismo de acción. Mientras que la mayoría de fármacos probados hasta ahora buscan como destino final las membranas de las neuronas, éste actúa en su interior: “Lo que produce es un aumento de calcio dentro de la célula, y esto da un lugar a una cascada de reacciones que parecen eficaces para tratar el deterioro cognitivo en la esquizofrenia. O incluso para otras enfermedades como el párkinson”.
Preguntada por los indicios que la nueva molécula muestra, Tarragó afirma que las pruebas que han realizado en el laboratorio "son muy prometedoras. Los experimentos nos indican que en los animales que usamos como modelo mejora diversas funciones, especialmente la memoria”. Sin embargo, se mantiene cauta respecto a las expectativas: “Este fármaco podría ayudar en la calidad de vida de los pacientes, pero no estamos diciendo que vaya a curar la esquizofrenia”. Además, “falta tiempo para saber si es eficaz en humanos”, salto que es particularmente complejo para este tipo de medicamentos, muchos de los cuales fracasan antes de poder llegar al mercado.
Queríamos que, si teníamos éxito, la gente que nos apoyó pudiera en cierta forma beneficiarse”
Para Miquel Bernardo, esta vía “es de gran interés, ya que se dirige hacia un mecanismo con mucho potencial”. Con las reservas necesarias, de confirmarse su utilidad “tendría una repercusión muy grande, especialmente entre los pacientes jóvenes, a los que la enfermedad ataca cuando todavía están en periodo de aprendizaje y en los que podría prevenirse especialmente su deterioro posterior.” Ahora mismo el consorcio prosigue los estudios sobre el nuevo fármaco a la vez que prepara diversas fórmulas para que pueda ser probado en pacientes.
Pero el proyecto tiene una peculiaridad más: el año pasado cerró una exitosa campaña de crowdfunding (financiación colectiva). Recaudó 100.000 euros —cifra récord para un proyecto de este tipo—, con la aún más extraña particularidad de que repartía acciones sobre futuros beneficios, según el importe donado. “Queríamos que, si teníamos éxito, la gente que nos apoyó pudiera en cierta forma beneficiarse”, afirma Tarragó, para quien esta campaña fue especialmente importante a la hora de dar a conocer el proyecto. “El dinero recaudado nos ayudó, pero es una iniciativa muy cara. La campaña nos permitió establecer contactos que de otra manera quizás no hubiéramos conseguido”. Ahora han logrado arrancar el proyecto, dar al menos el primer paso: “Si no lo hacemos nosotros mismos, todo quedaría en un buen artículo publicado. Pero el conocimiento debe llegar y serle útil a la sociedad. Y aunque las farmacéuticas invierten mucho dinero, no lo suelen hacer en este tramo inicial de la investigación; es necesario dar un paso más”, concluye Tarragó.


El deseo de desconectar

   PSICOLOGÍA
Queremos libertad pero nos sentimos cojos sin compañía tecnológica. Hay que buscar la felicidad de estar ilocalizables

XAVIER GUIX | El País | 14/08/2015

Cuanto más complejas se vuelven nuestras sociedades, más proclives son a generar paradojas como aquella que hizo furor unos años atrás: “Vivimos mejor a costa de sentirnos peor”. Nuestras vidas transcurren entre dualidades por las que surfeamos intentando encontrar cierta mesura aristotélica. ¿Cómo conciliar el ritmo acelerado con la serenidad? ¿Cómo conjugar la inmediatez con la reflexión? ¿Cómo crear nada si no tenemos tiempo?
Otra de las paradojas actuales, quizás la más llamativa, tiene que ver con la sed de desconectarse. En un mundo que se mantiene hoy más que nunca a través de la conectividad, es sintomático tanto deseo de desconexión. Vivimos conectados, deseando desconectarnos.

No es de extrañar que se oiga con insistencia: ¡nos vamos el fin de semana a desconectar! En realidad, no es más que otra paradoja. Realmente lo que hacemos es ir a encontrarnos con lo que probablemente sea lo único y más necesario: buscarnos por un rato a nosotros mismos, a los nuestros, a lo que es verdaderamente auténtico, a lo natural más que lo artificial. La sustancia frente a la materia.

¿Qué tiene la conectividad que nos atrapa tanto? Doy por hecho el carácter útil y funcional de las tecnologías y programas que añaden valor a la sanidad, la educación, el ocio y las relaciones interpersonales. Aunque se exigen grandes dotes de distinción entre el grano y la paja, la socialización del conocimiento y la información, incluso de las opiniones personales, no tiene parangón.
No obstante, la insaciable capacidad del ser humano de practicar el autoengaño y crear estados ilusorios convierte los mismos instrumentos en señuelos a los que se sucumbe por su poder seductor.

Veamos algunos:
Si no estás conectado no estás en el mundo. Ya que las creencias organizan los mundos en los que habitamos, para muchas personas la idea de mantenerse conectadas todo el día les crea la ilusión de que forman parte activa de la sociedad en la que viven. Acaban convencidas de la fuerza de sus opiniones, de su capacidad influyente, del interés que despiertan en los demás aunque sea para que hablen mal de ellas. Hay mucho de narcisismo en una cultura que presume de “colgar en la Red” toda su vida (fotos, opiniones, símbolos, gustos y prejuicios). Es la forma que ha encontrado la posmodernidad de recrear el sentimiento de pertenencia. O te ven o no eres nadie. ¿A quién le interesa que nos lo creamos?

Cada alma es y se convierte en lo que contempla - Plotino

Cuando uno se pasa el día consultando, opinando, chateando, respondiendo al minuto ante todo lo que pasa, o bien es su trabajo, o bien ha quedado atrapado en la red, nunca mejor dicho. Quizás la idea de estar todo el día conectados esconde una dificultad mayor: llenarse de algo que no existe. Es solo un espejismo pasajero. Como el adicto, se necesita huir del propio vacío, o dolor, o tristeza, para abrazar lo que sucede allí, en un mundo aparente, donde no paran de ocurrir cosas que, en realidad, les pasan a los demás.

Tomarlo como obligación. No cabe duda de que la comunicación interpersonal se ha visto alterada por la obligación de la conectividad. Aparecen hoy múltiples formas de conflictos entre parejas, padres e hijos o colegas de trabajo. No solo por cuestiones de malos entendidos y presuposiciones sobre los mensajes, sino por las exigencias que se atribuyen a la conectividad: hay que estar siempre disponible. Por ahí se cuela un conflicto, de nuevo, entre la libertad y la necesidad.

La confianza hoy no se basa en la sinceridad, sino en la pruebas. Las ingeniosas aplicaciones de los móviles tienen una contrapartida controladora que nos puede convertir en policías del otro. ¿Cómo es que estabas conectado y no me contestaste? Me consta que recibiste el mensaje, ¿dónde estabas? ¡Muéstrame la conversación si es verdad que no tienes nada que ocultar! ¿De quién son esas fotos?
Los móviles, los chats, los mensajes son hoy fuente de sospecha. No nos fiamos de la persona, sino del instrumento, como si fuera la máquina de la verdad. En las consultas de los especialistas hay gente que confiesa haber hecho lo inimaginable: meterse en la cuenta de Internet de su pareja; hurgar las conversaciones del móvil; consultar el historial de páginas y lugares que visita... No tener el móvil a la vista o cerrar con contraseña el ordenador son fuente de angustia y de propósitos perversos. No pueden ser entendidos como actos de libertad o autonomía. Son evidencias que someten la relación a consideración.

Es una auténtica incomodidad relacionar la privacidad con el engaño. Dicho de otro modo, si alguien engaña no será por culpa de los instrumentos. En cambio, su uso como pruebas permanentes de sinceridad y de lealtad se convierten en un ataque a la parcela personal y un control desmedido al espacio relacional. La exigencia de transparencia puede convertirse en una necesidad peligrosa. Hay que aprender a ser libremente responsables y resolver, si los hay, los problemas de fondo de toda relación.

Vivir a destiempo. Una de las características más llamativas de la vida en conectividad es su capacidad de romper las barreras del tiempo. Hoy vivimos a destiempo, aunque se imponen la inmediatez y el entretiempo. En el caso de la inmediatez hay que hablar ya de una auténtica obsesión por permanecer conectados y activos, hasta el extremo de conducir mandando mensajes. Nos jugamos la vida por no tener paciencia, por creer que estamos obligados a responder de inmediato, porque hemos acelerado tanto la existencia que ya nos olvidamos de vivir. Cuenta solo el instante. Cuenta hacer la foto más que vivir la experiencia. Tiene prisa el que manda el mensaje y tiene prisa el que lo espera.

Por otro lado, sería interesante comprobar las horas que pasamos conectados. No importa el contenido, sino su entretenimiento. No hay espacio para más mientras estamos en ese entretiempo en el que, en realidad, no sucede absolutamente nada. Porque lo importante está dicho con pocas palabras. Porque lo que realmente importa ocurre. El resto es mera distracción.

La conectividad es tanto un imperativo técnico como moral - Daniel Innerarity

Al final llegamos a la conclusión de que tal vez sería bueno empezar a desconectar o, al menos, reducir los momentos y la necesidad de mantenerse enchufados. De hecho, cada día aparecen más personas que proclaman su baja en las redes. Lo viven como una liberación, como quien se aligera de una pesada carga, de una obligación.

Es necesario recuperar el propio ritmo, ser coherentes con nuestra manera de estar y vivir la vida. No hay que acelerarse; no hay que atender todas las demandas, no hay que saberlo todo, ni estar al día de cualquier cosa que suceda. Hay que rechazar las comunicaciones innecesarias y poner la atención en lo que realmente tiene valor. Hay que aislarse de tantos estímulos y de tanto ruido comunicativo. Hay que encontrar tiempo para uno mismo, para las relaciones reales, e incluso para no hacer nada, para simplemente contemplar. Existe un gran aliado: el silencio. Y existe una estrategia: la felicidad de estar ilocalizable, como diría Miriam Meckel.

La última paradoja es la siguiente: los aparatos que nos conectan posibilitan también la desconexión. Así, no es la tecnología la culpable de nuestros males, sino la actitud que tenemos ante ella. Enredarse es una decisión. Apropiarse del tiempo y del espacio, una liberación.

elpaissemanal@elpais.es

jueves, 27 de agosto de 2015

El éxito de la depresión y del mito "tres en uno"

El fin último de esta sociedad ha dejado de ser la utopía de progreso para ser el afán
 de maximizar la producción
 RAFAEL TABARÉS SEISDEDOS | El País | 25/08/2014           

Poder sin límites, ser capaz de cualquier cosa nos convierte en sujetos récord, plusmarquistas que competimos con el otro y con nosotros mismos en una permanente relación de competencia. Así caracteriza el filósofo germano-coreano Byung-Chul Han la esencia de la sociedad actual. El "Yes, we can" de Obama y el "Podemos" de Pablo Iglesias expresan esta positividad de la motivación, de las iniciativas, de los proyectos. Los sujetos Podemos son emprendedores de sí mismos para desarrollar su iniciativa propia y la de los demás, cargados de la responsabilidad propia y la de los demás. Viven bajo los imperativos de ser Yo (uno mismo) y de ser Nosotros (nosotros mismos). Pero del "Todo es posible" al "Nada es posible" a veces hay una delgada línea pintada con el rojo casi negro de la decepción, del fracaso, de la depresión.
No debemos perder de vista que el fin último de esta sociedad ha dejado de ser la utopía de progreso y de civilización para ser el afán de maximizar la producción y, la positividad del "yo puedo"o del "nosotros podemos" es mucho más eficiente para aumentar la productividad que la negatividad del deber y la prohibición. Porque el sujeto de rendimiento-récord es un ser humano que tan solo trabaja (vive para trabajar), que se explota a sí mismo, voluntariamente, sin coacción externa (es su propia mano la que levanta el látigo y golpea su Yo). Hemos pasado de la explotación externa de la sociedad disciplinaria que denunciaba Marx a la explotación propia del neoliberalismo. Y esta última es una explotación más eficaz pues va acompañada de un sentimiento de libertad, de libre obligación. El sujeto de rendimiento-récord es, al mismo tiempo, verdugo y víctima. O mejor, amo y esclavo. No creo que lo que enferma sea el exceso de responsabilidad e iniciativa, o la cultura del esfuerzo, sino la autoexplotación voluntaria o cuando aparecen sentimientos de insuficiencia e inferioridad o el miedo al fracaso o a no estar a la altura para conseguir récords, entonces se convierte en castigo o peor autocastigo. Crecer bajo el imperativo plusmarquista del dinero, de la lógica de las ganancias, de ser especial, de tener una voz propia entre los gritos y el ruido; vivir sometidos a la violencia culpatoria del "Nada es imposible" puede ayudarnos a entender el éxito de la depresión en los tiempos que corren. Hoy vamos rumbo a convertirnos en una "máquina de récords" o, mejor, en una "máquina de alto rendimiento" que requerirá un dopaje o un entrenamiento exhaustivo para maximizar su hiperactividad o una farmacopea antidepresiva y ansiolítica para vencer el agotamiento, el cansancio de la vida hiperactiva.
De la mano de la melancolía (qué es así como era conocido el trastorno depresivo desde la época antigua), esta sociedad de plusmarquistas también nos ofrece una avalancha de seres hiperactivos y con problemas atencionales. El exceso de estímulos, informaciones, los big data están modificando de manera dramática nuestras capacidades atencionales y el procesamiento de la información. Admiramos y deseamos hacer más de una cosa al mismo tiempo. Sin embargo, hay tantas evidencias científicas que demuestran que el multitasking (la multitarea), es decir, el cambio acelerado y permanente de foco de atención a diferentes tareas o actividades simultáneas, es una regresión en el desarrollo cognitivo, una vuelta a la supervivencia en la selva, donde los animales salvajes están obligados a dividir su atención en diversas tareas como comer, reproducirse o criar en constante riesgo vital o competencia. En efecto, la neurociencia cognitiva nos advierte que, los hombres y las mujeres tenemos una limitación de la capacidad atencional a una o dos actividades simultáneas. Cualquier incremento supone una merma en el aprendizaje, una aceleración en la fatiga, incluso, puede tener consecuencias terribles cuando se está conduciendo un automóvil. Cuando conducimos y usamos un teléfono móvil, con las manos o con un kit de manos libres para conversar se multiplica por cuatro el riesgo de sufrir un accidente de tráfico (como un conductor con una tasa de alcoholemia de 0.8 g/L). El riesgo de accidente se multiplica por más de 20 cuando los conductores envían mensajes a través de su Smartphone o móvil inteligente. Se pasa cinco segundos concentrado en el mensaje, lo cual es como viajar 90 metros con los ojos vendados. Tal vez haya que buscar más elementos para sostener el mito de la multitarea. Por ejemplo, una necesidad extrema de sentirnos vivos, de estar conectados, permanentemente conectados, de día y de noche, por múltiples vías (email, twitter, whatsapp, instagram, teléfono). Pero son miles de conexiones insatisfactorias, de baja calidad porque resultan irrelevantes y superficiales. Pongámonos en situación: recuerden la última conversación con su pareja o amigos o hijos, seguro que alguno de los dos, si no los dos, se pusieron a mirar automáticamente un mensaje o un mail o una noticia, a contestar las llamadas entrantes, a chatear, a zapear. ¿Cómo se sintió? ¿Cómo se sentirá el otro? ¿Desplazado? ¿Poco importante?
Otra posibilidad más inquietante si cabe es la que sostienen Timothy D. Wilson y sus colegas de los departamentos de Psicología de las universidades de Harvard y Virginia quienes acaban de publicar sus experimentos en la prestigiosa revista científica americana Science donde muestran que los humanos evitamos de cualquier manera quedarnos a solas con nuestros pensamientos. Los participantes prefirieron escuchar música, navegar por Internet o mandar mensajes con su Smartphone a sentarse en soledad con sus pensamientos durante 6-15 minutos. Pero, terrible sorpresa, el 67% de los hombres y el 25% de las mujeres prefieren recibir una descarga eléctrica y sufrir un daño físico antes que seguir con el sufrimiento mental de vagar consigo mismo. Un mínimo de introspección, de meditación nos sumerge en la peor de nuestras angustias hasta autocastigarnos.

La sociedad de rendimiento-récord manda un mensaje inequívoco: no es posible una atención profunda y contemplativa, el don de la escuchada paso a la preciada pura agitación de los hombres en acción, por tanto, no se darán ya relaciones profundas sin miedo al silencio, sin la angustia de no decir o de no hacer en la pareja, la familia, la academia, el trabajo o la comunidad. Nietzsche, Han y otros nos avisan esta tarde de verano, la manera más civilizada de estar y de ser, cuando se han conseguido los principales logros culturales y científicos ha sido bajo una profunda y contemplativa atención, ante una mirada larga y pausada. La vida contemplativa convierte al hombre en aquello que debe ser y, no la multitarea, la simultaneidad o el zapping mental.

Rafael Tabarés-Seisdedos es Catedrático de Psiquiatría en la Universitat de València.

domingo, 23 de agosto de 2015

La vida es más que una lista de tareas

PSICOLOGÍA
Vivimos inmersos en la sociedad del rendimiento y la hiperactividad. ¿Resultado? Ansiedad. Debemos distinguir entre lo importante, lo urgente y lo eliminable

GABRIEL GARCÍA DE ORO | El País | 27/03/2015
                           
 Empecemos con un cuento. El de La Cenicienta. Pero no nos fijaremos ni en el zapato de cristal, ni en la calabaza que se convierte en carruaje, ni en el príncipe azul. Vamos a poner nuestra atención en la cantidad de tareas que debe hacer Cenicienta antes de ir al baile. Lógicamente, cuando llega la hora de ir al baile, que es lo que realmente le hace ilusión y lo que de verdad cambiará su vida, está tan cansada que necesita la mágica ayuda del Hada Madrina para conseguirlo.
Pues bien, nosotros no somos muy diferentes a ella. Antes de poder asistir a nuestros bailes, es decir, a aquello que realmente nos hace ilusión, nos motiva y quién sabe si también puede cambiar nuestras vidas, nos vemos inmersos en un sinfín de quehaceres: la casa perfectamente ordenada, la lavadora tendida, el niño apuntado a cuatro actividades extraescolares; hay que ser, por supuesto, tremendamente productivos en nuestros trabajos, excelentes e imaginativos amantes con una vida social rica, activa y variada… y tener actualizado Facebook. ¡Ah!, y sería bueno comer cinco piezas de fruta al día y correr diez kilómetros y no tener ojeras y… Hacer, hacer y hacer. Al final de nuestro cuento, lo que sucede es que el baile siempre queda relegado a mañana, a “cuando acabe esto…”. Y así pasan los días.
“Primero, lo primero”- Stephen Covey
Como mínimo, Cenicienta tiene una excusa, o dos. Las malvadas hermanastras la obligan y la maltratan. Pero hoy las hermanastras somos nosotros mismos. Byung-Chul Han, en su célebre libro La sociedad del cansancio, nos advierte de que vivimos en una sociedad de gimnasios, torres de oficinas, bancos y aviones. Es decir, en la sociedad del rendimiento. Y una de las características de esta sociedad es que el individuo se autoexplota con la coartada de la obligación. Porque hoy el único pecado es no hacer nada. Hasta los momentos de ocio o los periodos de vacaciones se han convertido en una conjunción inagotable de tareas que nos dejan más cansados que cuando empezamos.
Además, como señala el filósofo surcoreano, al no haber un explotador externo al que podamos enfrentarnos y oponernos con un rotundo ¡no!, la lucha resulta más complicada. Sin embargo, también es verdad que basta con querer para vencer a las dos hermanastras que nos tiranizan.
Admitamos pues que nos rodea el afán de productividad, que quien más quien menos se deja seducir por las libretas preparadas para que podamos hacer listas que cumplir. Byung-Chul Han asegura que la multitarea nos conduce a un estado de atención superficial y debemos tener en cuenta que los logros de la humanidad se deben a una atención profunda y contemplativa. Y para ello vamos a atacar al enemigo con sus mismas armas y confeccionar una lista, pero inteligente, que nos sirva a nosotros y no que acabemos nosotros sirviéndola a ella. ¿Cómo?
El baile, en primer lugar. Hay que darle la vuelta a la lista. No dejar el baile para “cuando acabe todo esto”. Ocuparnos primero de lo fundamental, de nosotros mismos. Empezar el día dedicándonos a aquello que sabemos que nos hará bien.
¿Y qué hacemos con todo lo demás? Porque está claro que hay cosas que no podemos simplemente dejarlas de lado. ¿Cómo hacer entonces? Ayudará dividir el registro de tareas en tres grandes grupos.
Cosas que afrontar. Lo que tengamos que hacer, hagámoslo. Una vez hayamos ido al baile, no dejemos que esas otras cosas que volverán a aparecer tarde o temprano revoloteen por nuestra cabeza. Por ejemplo, una llamada incómoda que vamos postergando. ¡Son tres minutos! Pero si seguimos retrasándola, en lugar de 180 segundos llegará a durar seis meses en nuestra cabeza.
Cosas que organizar. No hace falta que carguemos con todo. Podemos delegar, pedir ayuda, repartir tareas, conseguir que ciertas cosas se realicen sin que recaigan en nosotros.
Cosas que no hacer. Seguro que en esta lista hay muchos elementos que realmente no son necesarios que se pueden eliminar y liberar espacio. Cada uno debe decidir cuáles. Saber qué es lo que no hay que realizar es tan importante como ponerse manos a la obra con aquello que sí lo es. 
Los grandes bailarines no son geniales por su técnica. Son geniales por su pasión” - Martha Graham.
Antes de empezar a bailar es importante descubrir cuál es nuestra música. Qué nos hace felices. Qué es lo que realmente nos importa. Sir Ken Robinson lo llama el elemento, y nos asegura que “descubrir el elemento es recuperar capacidades sorprendentes en nuestro interior, y desarrollarlo dará un giro radical no solo al entorno laboral, sino también a las relaciones y, en definitiva, a la vida”.
¿Tenemos ganas de bailar? Si siempre que pensamos en ello nos crece un hormigueo, si cuando estamos desarrollando esa actividad, aunque no sea todas las veces que quisiéramos, lo afrontamos con ganas y dedicación. Si la contestación es sí, atentos, porque puede ser que este sea nuestro elemento. El baile que nos está esperando.
¿Se detiene el tiempo? A pesar de las advertencias del Hada Madrina, Cenicienta está tan encantada en el baile que pierde la percepción del tiempo. Le dan las doce de la noche sin que se dé ni cuenta. Solo las campanadas del reloj la pueden sacar del estado de flow en el que ha caído, el verdadero hechizo cotidiano, y que se caracteriza porque enfocamos nuestra energía y sentimos una implicación total en la tarea, tal como lo definió Mihály Csíkszentmihályi en 1975. Si aquí la respuesta es que sí, seguro que ese es el baile que andamos buscando.
¿Se activará la magia? La magia no es otra cosa que la pasión. Y la pasión es el motor de la grandeza, la autorrealización y la maestría. Si descubrimos aquello que nos apasiona, seremos capaces de focalizar nuestra energía en ello.


martes, 18 de agosto de 2015

Vivir tras una coraza

PSICOLOGÍA
Hay personas que tienen tanto miedo a ser heridas que terminan viviendo a la defensiva
Se muestran frías y desafiantes en un intento por lograr el control sobre su entorno

BORJA VILASECA | EL PAIS | 18/01/2015

Muy pocas personas miran fijamente a los ojos cuando hablan con sus interlocutores. Debido a la falta de seguridad, o de costumbre, suelen desviar la mirada a la nariz o la boca. Sin embargo, hay quienes no saben mirar de otro modo, clavando sus ojos de forma directa, franca y honesta. Y cuando uno se encuentra con alguien que mira así, muchos se pueden sentir algo incómodos e incluso intimidados.
No es casualidad que a estas personas se le cuelgue el sambenito de desafiadores. Quienes van de cara por la vida suelen irradiar un aura de poder y fuerza. De hecho, suelen ser individuos que enseguida están al mando de la situación. Nadie pone en duda que son líderes natos. Y que desprenden un magnetismo de lo más seductor. Sin embargo, su liderazgo a menudo deviene en autoritarismo, en especial cuando se sienten amenazados. Es entonces cuando aflora su enorme visceralidad, arremetiendo con ­dureza y agresividad a quienes se atreven a confrontarlos.
La mejor defensa no es un buen ataque. La mejor defensa es no sentirse atacado” - Gerardo Schmedling

Están tan acostumbrados a imponer su voluntad sobre los demás que no soportan que nadie les diga lo que tienen que hacer. Poseen madera de jefes y algún que otro rasgo de tiranos. Más que respeto, los demás les tienen miedo. No es muy recomendable cuestionar su autoritarismo. Ni mucho menos discutir o pelearse con ellos. Cuando piensan que alguien ha actuado de manera injusta, se sienten legitimados a contraatacar de forma violenta. El fuego que anida en sus entrañas tan solo necesita de una pequeña chispa para estallar en llamas, quemando todo aquello que obstaculiza su paso.
El justiciero que llevan dentro quienes viven a la defensiva les dota de una fuerza sobrenatural, ayudándoles a desarrollar un instinto protector al servicio de los suyos, o de aquellos que consideran más vulnerables y débiles. Y para no perder el dominio de sí mismos, tratan desesperadamente de controlar cualquier situación. Los individuos que poseen este tipo de personalidad no resultan fáciles de conocer. Viven detrás de una coraza. Cuanto más en conflicto entran con los demás, más se protegen y se encierran en sí mismos. En casos extremos terminan por aislarse de su entorno social, pudiendo llegar a vivir como ermitaños.
Para que estos desafiadores bajen la guardia es fundamental que comprendan las ­motivaciones ocultas que les llevaron a tomar el escudo y a desenfundar la espada en primer lugar. Por más que les moleste reconocerlo, son como los cangrejos: muy duros por ­fuera y extremadamente blanditos por dentro. Su apariencia hostil y fuerte no es más que una fachada, un mecanismo de ­defensa que han desarrollado desde niños para que nadie vuelva a hacerles daño. Y también para tratar de que nada, ni nadie, pueda dominarlos.
“Prefiero sufrir una injusticia que cometerla” -  Sócrates

Quienes viven tras una coraza comparten un mismo tipo de recuerdo. En muchos casos, algo sucedió cuando todavía eran niños inocentes e indefensos. Tal vez un cambio de colegio. Una separación de los padres. Un accidente. Abusos y maltratos de cualquier tipo, o la muerte de un ser querido. No importa tanto el qué, sino cómo interpretó el suceso la persona que lo vivió. A raíz de afrontar alguna situación adversa suele tomar conciencia –siendo todavía muy niño– de que el mundo es un lugar amenazante, injusto y violento, donde solo los fuertes y los duros consiguen sobrevivir.
Esa es precisamente su herida. La que nace de haber conectado con su propia vulnerabilidad. Al negar y condenar esta debilidad, esa persona empieza a construir, ladrillo a ladrillo, una muralla que lo proteja de volver a sufrir. Paradójicamente, al vivir a la defensiva, con el tiempo se convierten en adultos controladores y dominantes. Y también hiperreactivos. Es decir, que están a la que saltan. Por eso suelen mostrarse tan agresivos y cosechan multitud de conflictos.
Los problemas derivados de este tipo de actitud van más allá. Una vez cesa la lucha, estas personas tienden a culpar a los demás por el sufrimiento que han experimentado. Y al hacerlo, se sienten legitimados para castigar a sus supuestos agresores. Pueden llegar incluso a vengarse de ellos de forma cruel. Al mismo tiempo también se culpan a sí mismos del sufrimiento que consideran que han causado a los demás. Es entonces cuando, en un intento desesperado por redimirse, pueden llegar a hacerse daño a sí mismos, tanto física como emocionalmente.
Solo podemos perdonar cuando comprendemos que el otro nunca nos ha hecho daño” Irene Orce

Llegados a este punto, cabe diferenciar entre el dolor físico y el sufrimiento emocional. Es cierto que tenemos el poder de matarnos unos a otros. Pero nadie nos ha hecho sufrir sin nuestro consentimiento. Los demás pueden tomar decisiones que nos perjudican directamente, o comportarse de una forma con la que no estamos de acuerdo. Pueden incluso insultarnos a la cara. Pero analizamos estas situaciones detenidamente, nos damos cuenta de que lo que sentimos no tiene tanto que ver con lo que ha sucedido, sino con nuestra interpretación de los hechos.
El punto de inflexión en la vida de quienes viven detrás de una coraza llega el día en que empiezan a cuestionar una creencia tan falsa como limitante: “Los demás son la causa de mi sufrimiento”. Es entonces cuando comprenden que el poder –el de verdad– no consiste en vivir a la defensiva o tratar de controlar, sino en ser verdaderamente dueños de sí mismos. Para lograrlo, han de dejar de ser reactivos para empezar a cultivar la responsabilidad. Es decir, deben aprender el arte de responder de forma proactiva frente a cada situación adversa y cada persona conflictiva con la que se cruzan.
La culpa existe en una sociedad victimista, una que condena el hecho de que las personas necesitemos cometer errores para evolucionar. Por ello, el gran aprendizaje vital de estos desafiadores pasa por perdonarse a sí mismos por los errores cometidos en el pasado, lo que les permitirá liberarse del sentimiento de culpa que cargan a sus espaldas. Ese es precisamente el significado de la palabra “inocencia”: el estado del alma libre de culpa. Solo así pueden perdonar a quienes consideran que les agredieron: llegando a comprender que, más que maldad, el motor de los errores de los demás fue la ignorancia y la inconsciencia. Vivir sin coraza implica aceptar y sentir la propia vulnerabilidad. Esta es la auténtica fortaleza.

martes, 11 de agosto de 2015

Salud destina 2,6 millones para frenar los hábitos adictivos

SANIDAD | Plan de Salud 2013-2020
Las ayudas promoverán programas de prevención y conductas de vida saludables

MIKEL SEGOVIA | Bilbao | El Mundo | 19/07/2015

El Departamento de Salud destinará 2,6 millones de euros en ayudas destinadas a entidades locales y asociaciones sin ánimo de lucro para el desarrollo de programas de prevención comunitaria y la puesta en marcha de proyectos para reducir los riesgos y daños en distintas adicciones. Englobado dentro del programa de impulso de los hábitos saludables previsto en el Plan de Salud 2013-2020 y el VI Plan de Adicciones, la consejería de Jon Darpón aspira a promover el desarrollo de políticas y acciones que promocionen entre la población estilos de vida saludables.

Las ayudas se convierten en una aportación directa desde las instituciones para luchar contra un fenómeno, el de las adicciones, y hacerlo en colaboración y coordinación con otros colectivos e instituciones. La lucha contra las adicciones es una de las áreas prioritarias establecida en el Plan de salud del Ejecutivo vasco. La Orden que regula estas ayudas, aprobada esta semana, contempla tres líneas de actuación fundamentales. Se otorgarán subvenciones para la creación y mantenimiento de equipos técnicos de prevención comunitaria a cargo de entidades locales. Además, las organizaciones locales podrán acceder a un segundo bloque de ayudas que se dedicará al desarrollo de programas de prevención de adicciones, así como de promoción de conductas saludables.
Por último, las entidades de iniciativa social sin ánimo de lucro podrán solicitar ayudas para proyectos de prevención y de reducción de riesgos y daños, así como de promoción de conductas saludables.
La citada Ley de Adicciones aprobada por el Gobierno vasco prevé la adopción de medidas contra fenómenos adictivos como el juego, el uso de las tecnologías digitales, además de las adicciones más habituales como el alcohol o el tabaco.

La nueva norma prohíbe fumar en estadios de fútbol, plantea restricciones al consumo de alcohol en la calle y fija límites para el consumo del cannabis en clubes de consumidores.


miércoles, 5 de agosto de 2015

¡Viva la jornada intensiva! (y, por si fuera poco, adelgaza)

PSICOLOGÍA
Los beneficios del horario de verano son insondables. No es solo la vida social: su salud también mejora

MIGUEL ÁNGEL BARGUEÑO | El País | 21/06/2015

Tres de la tarde: fin de la jornada laboral. Durante gran parte del año, es una utopía para la inmensa mayoría de trabajadores que salen de casa con el desayuno en la boca para regresar poco antes de la cena. Pero llega el verano, con sus efluvios relajados y permisivos, y en muchas empresas se avienen a condensar la estancia de sus empleados en sus oficinas. Lo cual no quiere decir que sea para trabajar menos, desde luego. Expertos en recursos humanos y catedráticos de Economía pregonan que trabajar más horas no significa producir más. Entre un alto porcentaje de trabajadores provoca alborozo: pese al obligado madrugón (la hora de entrada se suele adelantar), disponer de la tarde libre para dedicarla a la familia, ir al cine, tomar el sol, leer un libro, hacer sudokus, buscar ese bañador inexistente que nos sienta bien, hacer ganchillo o pintar al óleo —lo que les dé la real gana—, siempre compensa. Y por si fuera poco, un médico también se lo aconsejaría. Estos son los cinco beneficios para su salud del horario de verano.
1. Reduce el estrés. Con frecuencia tenemos la impresión de que nuestra vida es una carrera constante: corremos para que los niños no lleguen tarde al colegio, para fichar a tiempo en la oficina… Partir el día en dos puede ser una buena manera de centrarnos en el trabajo cuando es necesario y dedicarnos a otras cosas que lo requieren: eso nos libera de mucha presión. “Los psicólogos llamamos 'doble presencia' a esa situación tan habitual de estar físicamente en el trabajo, pero mentalmente con tus obligaciones familiares. Eso genera mucho estrés y mucho malestar, que con la jornada intensiva se puede evitar”, afirma Elisa Sánchez Lozano, psicóloga y coach, y portavoz del Colegio Oficial de Psicólogos de Madrid. Las tardes libres también fomentan nuestra vida social, importante para descargar preocupaciones. “Contar lo que te ocurre a tus amigos y sentir que alguien empatiza contigo es un buen antídoto contra el estrés”, añade. Recordemos que las consecuencias de esta tensión permanente vandel resfriado a la recaída en adicciones.
2. Aumenta la autoestima. Meternos en la cama convencidos de haber exprimido el día al máximo, repartiendo en su justa proporción el tiempo entre trabajo, ocio y familia, es todo un halago a nuestra autoestima, como asegura Sánchez. “Percibes que has cumplido tus objetivos. Te sientes mejor profesional y al mismo tiempo, si puedes ir al cine después, el balance te sale más pleno”, explica.
Percibes que has cumplido tus objetivos. Te sientes mejor profesional y, al mismo tiempo, si puedes ir al cine después, el balance te sale más pleno" (Elisa Sánchez, psicóloga)
3. Facilita la práctica del deporte. Con este horario de trabajo ya no vale la vieja excusa de que no hacemos deporte por falta de tiempo. Al contrario de lo que ocurre con la jornada partida, que suele borrar de nuestras agendas el espacio para cualquier actividad que sirva para ponernos en forma, con la jornada continua disponemos de toda la tarde por delante (con la lógica precaución de no excedernos con el ejercicio al aire libre en las horas de más calor). Ahora sí que podemos darnos el gusto, por ejemplo, de dedicar una hora entera a caminar, una actividad apta para casi todo el mundo y que contribuye a tener una vida más larga, según un estudio de la Sociedad Americana del Cáncer.
4. Aligera la dieta. La jornada comprimida obliga a adelantar el despertador y, aunque debemos asegurarnos de que eso no reduce las necesarias siete u ocho horas de sueño (hay que acostarse antes), puede ser un salvoconducto a una dieta más baja en calorías. Porque, atención: quienes se levantan tarde tienden a consumir 248 calorías de media más al día que los madrugadores. Lo dice un estudio de la Universidad de Northwestern, en Illinois (EE UU). ¿A qué se debe? Según su análisis, las personas que se acuestan y se levantan tarde ingieren más calorías en la cena, más comida rápida, menos frutas y verduras y, en consecuencia, pesan más que aquellas que se van pronto a la cama y se levantan temprano.
Pero, por desgracia, no todo es tan bonito como suena. Según otro estudio, realizado por investigadores españoles y publicado en 2013 en el International Journal of Obesity, quienes comen antes de las tres de la tarde pierden un 25% más de peso que quienes lo hacen después de esa hora. Maldición. ¿Con la jornada intensiva no puedo comer hasta pasadas las tres? Cierto. Por eso, para no llegar al almuerzo hambriento como un lobo, extreme la regla de las seis comidas al día: desayune fuerte y tome un tentempié a media mañana.

5. Mejora nuestro humor. Trabajar muchas horas agota: llegamos a casa con ganas de derrumbarnos en el sofá y cara de pocos amigos. “La fatiga, física o mental, afecta al estado de ánimo, al humor”, sostiene la psicóloga. ”Es muy difícil mostrar una sonrisa cuando estás cansado físicamente o sientes que tu día no ha sido productivo”. Por el contrario, el horario estival propicia (siempre que durmamos como es debido) que al final del día nos encontremos menos cansados. Incluso, con algo de suerte, después de comer hemos podido echarnos una cabezada en nuestro sillón favorito. Piense en esta palabra: “Siesta”. ¿No se le ilumina el rostro? Según Javier Puertas, jefe del servicio de Neurofisiología y la Unidad de Sueño en el Hospital Universitario La Ribera, ha de durar 30 minutos y no alargarse más allá de las 16.30 horas. ¿Beneficios? Mejora la salud cardiovascular. Disfrútelo mientras pueda: en otoño los días volverán a ser muy largos.