ELENA VILLEGAS | hola.com | 02/09/2025
Cada vez más
adolescentes buscan ayuda psicológica en un chatbot, que, al carecer de
empatía, no es capaz de valorar qué es lo mejor para cada adolescente y
producir mayor malestar emocional
Muchos
interactúan con chatbots como si estos fueran sus amigos y
hay chicos y chicas que, incluso, los utilizan como psicólogo.
Si riesgo tiene lo primero, por cuanto a que puede llegar a afectar enormemente
las relaciones reales, lo segundo puede ser mucho más perjudicial para la salud
mental del menor y, según el caso (ideaciones de suicidio, trastornos de la
conducta alimentaria…) para su salud física. Acerca de todo ello hemos hablado
con Gloria R. Ben, psicóloga de Qustodio experta en nuevas
tecnologías.
¿Qué lleva a algunos adolescentes a interactuar con un
chatbot como lo haría con un amigo?
Los adolescentes pasan
gran parte de su tiempo en entornos digitales, y eso hace que interactuar
con un chatbot les resulte algo natural. La facilidad con la que
pueden preguntar y recibir una respuesta inmediata es uno de los factores que
más les atrae.
Además, la Inteligencia Artificial puede adaptarse
progresivamente a lo que le vamos diciendo. Cuanto más interactúan
con ella, más sienten que el chatbot les “entiende” o responde de manera afín a
sus ideas, lo cual refuerza esa sensación de conexión.
Otro aspecto importante es que, en el
mundo digital, las relaciones se perciben como más seguras y menos exigentes
que en persona: no hay juicios, no hay silencios incómodos y se tiene
un mayor control de lo que se comparte. Para muchas personas, resulta más fácil
iniciar una conversación detrás de una pantalla que cara a cara.
¿Estos adolescentes suelen ser menos sociables o tener
pocos amigos en la vida real?
Es cierto que puede ser un factor de riesgo. Los
adolescentes que tienen más dificultades para entablar amistades o que se
sienten inseguros en sus relaciones sociales tienden a pasar más
tiempo en su habitación o con dispositivos electrónicos, lo cual puede
llevarles a buscar en el chatbot una interacción más sencilla y menos exigente.
Sin embargo, esto no significa que solo lo usen los
adolescentes con menos habilidades sociales. También chicos y
chicas con una vida social activa pueden recurrir a estas
herramientas, porque muchas veces sienten que la IA les comprende mejor, valida
sus opiniones, o se adapta a su forma de pensar.
¿Cuáles son los riesgos de esta interacción?
Los principales riesgos surgen cuando el adolescente
empieza a confundir la interacción con la IA con una relación real. Ya ha
habido casos graves, como el de un chico en EE.UU. que llegó a creer que
mantenía una relación amorosa con una IA y que esta le sugirió encontrarse
“fuera de este mundo”, lo cual malinterpretó y le llevó a quitarse la vida.
Esto demuestra hasta qué punto la frontera entre lo virtual y lo real puede
difuminarse en etapas de tanta vulnerabilidad como la adolescencia.
Cuando se formulan preguntas personales, las
respuestas que ofrece la IA pueden sonar muy convincentes y el adolescente
puede interpretarlas como verdades absolutas o como vínculos emocionales
auténticos. Esto aumenta el riesgo de malinterpretaciones y de generar
dependencia emocional hacia un sistema que en realidad no siente ni comprende.
Otro riesgo importante es que, si la interacción con la
IA resulta más sencilla y gratificante que las relaciones humanas, el
menor puede reducir su interés por socializar en la vida real. Como
consecuencia, puede derivar en aislamiento, pérdida de habilidades sociales,
bajo rendimiento académico y un mayor impacto en su salud emocional (ansiedad,
tristeza, retraimiento). En definitiva, el peligro no es usar un chatbot en sí
mismo, sino que se convierta en un sustituto de las relaciones y experiencias
reales que son esenciales en la
adolescencia.
Cuando esa ‘amistad’ con el chatbot evoluciona hasta
el punto de que busca en él ayuda psicológica, ¿qué puede implicar?
Cuando la relación con un chatbot evoluciona hasta el
punto de buscar en él ayuda psicológica, el riesgo principal es
que las respuestas no sean las más adecuadas ni personalizadas. La IA
no tiene empatía, ni emociones, ni una verdadera comprensión del contexto de la
persona, genera frases automáticas que pueden sonar convincentes, pero no
necesariamente útiles o seguras.
A diferencia de un amigo, un familiar o un
profesional, un chatbot no puede interpretar matices emocionales
ni valorar qué es lo mejor para cada situación. En cambio, una persona
real ajusta sus palabras teniendo en cuenta tu situación, tu historia y lo que
realmente necesitas en ese momento; la IA no.
Esto significa que, en lugar de encontrar apoyo real,
el adolescente puede recibir respuestas vacías, inadecuadas o incluso dañinas,
que refuercen ideas negativas o generen más confusión. En casos extremos, la
dependencia de estas “respuestas enlatadas” puede retrasar la búsqueda de ayuda
profesional y agravar el malestar emocional.
Además de todas las implicaciones que señalas en la
pregunta anterior, ¿puede generar adicción al menor ese tipo de interacción?
Efectivamente, toda conducta que produce motivación o
placer, aunque sea una satisfacción vacía o pasajera, puede dar
lugar a dependencia si se repite de forma constante. En el caso de los
chatbots, el riesgo aumenta porque las respuestas suelen dar un
refuerzo positivo inmediato (siempre contestan, nunca juzgan, se
adaptan a lo que piensas), y además pueden implicar un cierto componente
emocional. Esa combinación puede hacer que el menor sienta una necesidad
creciente de volver una y otra vez a la interacción, hasta el punto de
preferirla a otras actividades reales.
Si se mantiene en el tiempo, esto puede
llevar a una pérdida de control y a que la vida social, escolar y
emocional se vea afectada, igual que ocurre con otras formas de adicción.
¿Cómo pueden darse cuenta los padres de esta relación
insana de su hijo adolescente con la tecnología?
La clave está, como siempre, en mantener
una observación cercana de nuestros hijos. No se trata de vigilar ni
de controlar, sino de estar atentos a los cambios en sus hábitos, actitudes o
carácter, porque suelen ser los primeros indicios de que algo no va bien. Algunas
señales de alerta pueden ser: pasar cada vez más tiempo con el
ordenador o el móvil, encerrarse con frecuencia en la habitación, mostrarse más
reservado/a y hablar menos en casa, salir menos con sus amigos o abandonar
actividades que antes disfrutaba, mostrarse más irritable, triste o
desconectado/a del entorno familiar, etc.
Estos cambios no siempre significan un problema grave,
pero sí son una señal de aviso de que algo está pasando. Lo importante es acercarse
con diálogo, escucha y límites claros, mostrando interés por lo que
les ocurre, sin poner el grito en el cielo cuando algo no nos guste, siendo
comprensivos, y ayudándoles a buscar alternativas que les ayuden a recuperar su
vida.
¿Es este tipo de interacciones un motivo más (a parte
de los dados habitualmente) para retrasar la entrega del primer móvil a los
hijos?
Siempre digo que la edad no debería ser el
criterio principal para entregar el primer móvil, sino factores como la
necesidad, la madurez y la educación recibida. Hay niños de 12 años que,
gracias a un buen trabajo de prevención y acompañamiento por parte de sus
padres, colegio, etc., demuestran una gran responsabilidad en el uso de la
tecnología. En cambio, hay adolescentes de 16 que aún no han desarrollado ese
criterio.
Lo fundamental es que los hijos comprendan que el móvil
y la tecnología, bien utilizados, aportan muchos beneficios, pero que también
conllevan riesgos si se usan de manera inadecuada. Por eso, antes
de tomar la decisión de darles su primer dispositivo, es importante sentarse a
hablar con ellos: entender qué les motiva para querer un móvil,
explicar claramente los buenos y malos usos, hacerles entender que el móvil no
es suyo sino nuestro, que no estamos vigilando o controlando, sino protegiendo,
establecer acuerdos y, sobre todo, ser nosotros mismos un ejemplo de cómo
hacerlo de forma responsable.
Dada la evolución de la tecnología en los últimos
años, ¿es adecuado dejar al niño o al adolescente solo en su habitación con un
ordenador o cualquier otro dispositivo electrónico, como era habitual hasta
ahora?
No, nunca ha sido adecuado y hoy en día, con el acceso
ilimitado a Internet, lo es aún menos. Cuando participo en encuentros con
familias suelo utilizar un ejemplo muy gráfico: “¿Dejaríais a vuestros hijos
solos en medio de un polígono industrial de noche?”. La mayoría responde que
no. Sin embargo, muchas veces sí les dejamos solos con un móvil y
libertad total para navegar, lo que puede ser aún más peligroso.
Es fundamental que los hijos comprendan que esta medida
no es una prohibición ni un simple control, sino una forma de
protección. Por ello, resulta muy valioso apoyarnos en aplicaciones de
control parental como Qustodio, que nos dan información muy valiosa acerca del
uso que nuestros menores están haciendo de la tecnología.
Acompañarles de manera activa en el uso de sus
dispositivos e interesarse por lo que hacen en ellos, nos va a
permitir también mejorar la relación con nuestros hijos e incluso, ayudar a que
se sientan seguros y desarrollen criterios propios para no ponerse en riesgo.
¿Cómo enseñar a los niños y a los adolescentes a
interactuar de manera adecuada con la IA? ¿Qué deben saber los padres al
respecto?
Lo primero es que los adultos aprendamos a interactuar
con la Inteligencia Artificial. No podemos olvidar que también es algo
nuevo para nosotros y que su desarrollo ha sido muy rápido. No pasa nada por
reconocer que no lo sabemos todo: sentarnos con nuestros hijos para que nos
expliquen qué entienden ellos por IA, para qué creen que sirve y cómo la
utilizan puede ser un buen punto de partida.
No se trata de negarla, prohibirla o restarle valor,
sino de comprender que, bien utilizada, puede convertirse en una herramienta
muy útil. Los padres debemos ser modelos: aprender y enseñar al mismo
tiempo. Conversar con los hijos sobre qué es la IA y cómo
emplearla de manera responsable, utilizarla juntos y aprovechar esas
experiencias para guiarlos son estrategias que permiten, además, fomentar el
pensamiento crítico. Es clave enseñarles a no creer ciegamente todo lo que leen
o reciben a través de estas herramientas.
Por último, debemos asumir que la van a usar, tanto en
sus trabajos escolares como en su vida cotidiana, porque la Inteligencia
Artificial ya forma parte de nuestro día a día. Ante esta realidad, lo
más constructivo no es rechazar ni prohibir, sino escuchar, acompañar y
orientar. Igual que un profesor de Educación Física guía al alumno en
el aprendizaje de un deporte, corrigiendo y orientando para que desarrolle
hábitos saludables, los padres debemos acompañar a nuestros hijos en el uso de
la IA para que aprendan a hacerlo con criterio y seguridad.