JUAN BAUTISTA SALAVERRI | infobae.com | 02/09/2025
La ira es una de las emociones más extendidas en la experiencia humana. El
amplio repertorio de palabras y expresiones que se usan habitualmente para
describirla subraya su omnipresencia. Esté fenómeno no es una mera coincidencia
lingüística, sino que responde a una complejidad de un sentimiento arraigado en
la biología y cultura.
Brad Bushman, profesor y experto en
conductas agresivas, afirma que la ira funciona como un motor poderoso que, si
bien la mayoría prefiere dejar atrás, genera una sensación de empoderamiento
momentáneo. “A la gente no le gusta sentirse enojada, y la mayoría de
quienes la sienten quieren liberarse de ella”, destaca el docente de
comunicación en la Universidad Estatal de Ohio.
Incluso,
este sentimiento ha impulsado movimientos sociales y políticos que tuvieron un
gran impacto en la historia. El sufragio femenino y la acción colectiva
de Black Lives Matter son dos ejemplos que reflejan como experiencias
o momentos no se ajustan a los valores de la sociedad y generan una respuesta
negativa.
La ira y su naturaleza
La
capacidad de identificar y canalizar la ira de manera constructiva es un reto.
Una gran parte de su dificultad reside en la doble naturaleza de la emoción.
La diferencia entre el enojo surge como una distinción
esencial para comprender el papel en la vida cotidiana.
El terapeuta Les Greenberg explica que,
como emoción primaria, la bronca puede brindar información valiosa y además
guiar la acción adecuada para corregir o enfrentar una situación adversa. De
este modo, la furia puede ser hasta saludable: estimula a actuar
frente a aquello que puede percibirse como dañino o injusto.
Sin
embargo, cuando surge a partir de emociones como el miedo, la vergüenza o culpa,
se convierte en un carácter desadaptativo. Esta actitud se desliga de causas
inmediatas y es anclada a experiencias pasadas y emociones arraigadas,
dificultando su resolución que desemboca en un espiral hostil.
En
consecuencia, comprender estas facetas es un primer paso crucial para
abordar la ira de un modo que genere beneficios al individuo y al
entorno que lo rodea.
Consecuencias físicas, mentales y sociales: los
efectos de la ira mal gestionada
El mal manejo del enojo no es un aspecto que genere
únicamente consecuencias individuales, sino que también afecta al
círculo inmediato. Según destacan especialistas, la dificultad para
controlar la emoción deriva en problemas físicos, psicológicos y
sociales.
Bushman, que fue citado por la Revista Time,
manifiesta que el enojo descontrolado incrementa el riesgo de diversas
patologías. Los episodios de furia elevan la presión arterial y frecuencia
cardíaca, lo que podría agraviar condiciones relacionadas con el corazón.
Por otro lado, en niveles psicológicos, el mal manejo
intensifica la probabilidad de padecer síntomas como la depresión o ansiedad. Asimismo, no procesar
las emociones, o incluso intentar suprimirlas, dificulta la comprensión
consciente de los propios sentimientos y favorece la aparición de patrones
autodestructivos.
Los
expertos afirman que la ira es uno de los principales factores del comportamiento
agresivo en diferentes contextos. El docente de la casa de estudios en
Ohio enfatiza en incidentes por furia al volante, violencia doméstica,
homicidios, entre otros fenómenos de agresividad social.
No obstante, la ira mal gestionada deteriora
tanto relaciones personales como profesionales, pudiendo generar bloqueos
en la comunicación y agravando dificultades para resolver conflictos en
entornos comunitarios. De esta manera, el círculo vicioso de hostilidad,
desconfianza y falta de control repercuten en la calidad de vida de todos los
involucrados.
Formas saludables de
afrontar y expresar la ira
La regulación efectiva de la ira constituye un desafío que
requiere estrategias bien definidas. Se pueden organizar en prácticas que
abarcan desde el control inmediato hasta el desarrollo de habilidades
comunicativas y la búsqueda de apoyo profesional.
Relajación
y reducción de la excitación
A
diferencia de la necesidad de desahogo, una creencia popular instalada,
especialistas señalan que liberar esa energía mediante gritos o movimientos
bruscos solo intensifica la excitación fisiológica y refuerza el enojo. Bushman
advierte que en vez de incrementar la agitación, se recomienda disminuirla
a través de técnicas de relajación.
La
respiración profunda es quizás el método más accesible y que resulta más
efectivo en las personas que sufren de ira. Como alternativas complementarias
surgen la meditación, ejercicios de relajación muscular y la práctica de yoga.
Cada una de estas actividades posibilita una reducción paulatina de las
tensiones físicas y emocionales asociadas a la ira, facilitando un
retorno gradual al equilibrio.
Laura Beth Moss, supervisora de la Asociación Nacional para el Manejo de la Ira,
destaca que al revisar estos registros se facilita la identificación de
patrones, permitiendo anticipar reacciones y diseñar estrategias específicas
para futuras ocasiones. A partir de ello, se motiva a buscar soluciones
preventivas, en vez de las recreativas.
Utilizar
la comunicación asertiva
Expresar la ira de forma clara y respetuosa es esencial para
transformar la emoción en una herramienta de diálogo constructivo. La terapeuta
colegiada, Julia Baum, insiste en el valor de la comunicación asertiva, la cual
implica reconocer las propias necesidades y sentimientos sin
sobreponerlos ni someterlos a los de la otra persona.
Para generar un efecto positivo, el momento y el tono de la conversación
resultan decisivos. Si la agitación todavía domina el ánimo, es esencial
esperar para poder manejar la conversación con serenidad. De igual manera,
recomiendan propiciar la reciprocidad en la comunicación, indagando también en
el estado emocional y las percepciones de la contraparte.
Si
la autogestión no basta, buscar ayuda profesional
En casos donde la ira se vuelve frecuente e intensa, donde ya las estrategias personales no logran controlar los efectos, los especialistas explican que resulta pertinente considerar la intervención profesional. Esto no busca únicamente controlar las manifestaciones negativas, sino también fomentar capacidades que permitan una mejor calidad de vida.