CELIA PÉREZ
LEÓN |
cuerpomente.com | 07/10/2025
¿Para
qué vivimos? Esa es la pregunta que la filosofía se hace desde hace siglos.
Viktor Frankl planteó su propia respuesta: vivimos para encontrar un sentido a
nuestra existencia..
A lo largo de
la historia de la humanidad, muchos se han preguntado en qué consiste la
felicidad. ¿Es, como decía Freud, la búsqueda del placer lo que nos conduce a
la satisfacción? ¿O, como decía Alfred Adler, se trata de una búsqueda
insaciable de poder? Placer y poder comparten algo en común: jamás se
tiene suficiente de ninguno de ellos. Siempre se puede tener más. Y
una vez conseguido, se pierde fácilmente.
No, la
felicidad no puede estar en algo tan perecedero como inagotable. La
felicidad no puede hallarse en algo efímero como el poder o el placer. Viktor Frankl,
psiquiatra y superviviente del Holocausto, sabía cuál era la verdad. La vida
es una búsqueda de significado, y solo así se encuentra la felicidad.
El sentido como brújula vital
No cabe duda de
que en el momento en el que nacemos y tomamos conciencia de nosotros
mismos, nos diferenciamos de otras especies. Este hecho es discutible, dado
que hay estudios que indican que ciertas especies animales podrían tener
también algo parecido a la autoconciencia. Sin embargo, nuestro lenguaje nos
permite manifestar esta conciencia propia. Y a partir de ahí, la cosa
se complica.
Si fuéramos
animales más simples, nos bastaría con nacer, crecer, reproducirnos y morir. La
vida transcurriría sin mayores molestias, sin dolores de cabeza. Habría hambre,
dolor y muerte. También satisfacción, placer y vida. Eso es, en
esencia, la vida.
Pero cuando el
hombre toma conciencia de si mismo se hace una pregunta: ¿por qué? ¿Por
qué estoy vivo? ¿Por qué yo y no otro? ¿Por qué?
La filosofía
lleva desde hace siglos intentando dar respuesta a esta pregunta que,
sinceramente, no creo que tenga una sola respuesta. Pero ese, nos dice Viktor Frankl, debería ser el motor de nuestra
existencia. Encontrar esa respuesta. Buscar sentido. Porque solo por medio del
sentido, encontramos consuelo.
¿Por qué?
Es importante
comprender la situación en la que se encontraba Viktor Frankl al momento de
elaborar esta tesis. Durante los años previos a la publicación de su célebre
obra, El hombre en busca de sentido, Viktor Frankl estuvo
en el campo de concentración de Auschwitz. Allí, la muerte, el hambre, el
dolor y la crueldad eran el pan de cada día.
Sin embargo, en
un poderoso pasaje de su libro, el psiquiatra reflexiona sobre la maravilla de
la vida. Un pescado medio podrido sobre la mesa despierta su interés.
La anatomía de su ojo es un auténtico milagro de la naturaleza, una obra
precisa de ingeniería que tiene un por qué, pese a que no lo terminemos de
comprender. Frankl comprende entonces que la vida no es más que una
búsqueda constante de sentido.
No, el poder viene y va. Un hombre
como él lo había experimentado. Había visto como sus títulos y conocimientos no
le garantizaban nada dentro de un campo de concentración. Tampoco el placer
garantizaba nada. Tan rápido como llegaba, se iba. E incluso en el lugar más
oscuro del mundo, el ser humano seguía existiendo. Y permanecía su deseo de
existir.
El sentido era
la respuesta a todo. Y este solo puede entenderse si comprendemos que
existe otro que le da sentido a nuestra vida.
Todos somos uno
Volvamos a los
animales. Parecen crueles. Un león devora a las crías del anterior macho dominante
solo para asegurarse de dejar su descendencia. Un cuco deposita cuidadosamente
su huevo en un nido ajeno, sacrificando la vida de las crías del pájaro
elegido. Todos buscan la forma de sobrevivir. Pero más allá de la supervivencia
individual, cada especie sobre la faz de la tierra busca algo mucho más
importante: la supervivencia del grupo.
Si el ser
humano pudo evolucionar, sostienen los antropólogos, es porque vivían en
grupo. El esfuerzo colectivo, el carácter sociable de nuestra especie,
es lo que propició nuestra evolución. Perfeccionar formas de comunicarnos entre
nosotros, de fortalecer lazos, es lo que nos hizo convertirnos en lo que somos.
Ese es el sentido que todos buscamos, sin darnos cuenta de que lo tenemos en lo
más instintivo.
El sentido
sigue siendo ahora el mismo que entonces: hacer algo que mejore al grupo.
Garantizar la supervivencia de la especie. Ayudar a las personas que nos
rodean. Dar de nosotros lo mejor de lo que disponemos para ponerlos al
servicio de los demás.
Puede ser una
sonrisa tímida por la calle, un agradecimiento sentido a la persona que te
atiende, un trabajo bien hecho que beneficia a los demás. O cuidar de tu
familia con esmero. Pero solo cuando nos ponemos al servicio del sentido, al
servicio de ese otro que da sentido a nuestra vida, estamos
comprendiendo el verdadero significado de la existencia. Y solo así, podemos ser
felices.