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Los
expertos aseguran que una estrategia nacional ayudaría a reducir su incidencia
MANUEL G.
PASCUAL | Madrid | Cinco Días | 20/10/2016
El suicidio es hoy un problema de
primera magnitud para el país. El Instituto
Nacional de Estadística (INE) sitúa en 3.910 las muertes en 2014,
último año del que ofrece datos. Se trata ya de la primera causa de mortalidad
no natural. Esa cifra, tildada de conservadora por muchos expertos, incluye
solo las defunciones en el acto: quedan al margen las sobredosis accidentales
de medicamentos, muchas precipitaciones tildadas también de accidentales o incluso
algunos de quienes mueren días después de haberse tirado por la ventana, cuya
causa de defunción se clasifica como politraumatismo. De ahí que algunos
expertos eleven a, por lo menos, 5.000 el número estimado de muertes por
suicidio, y otros lo coloquen por encima de los 7.000.
Aun tomando el dato del INE, las muertes
por suicido suponen más del doble que las que acumulan los accidentes de
tráfico. ¿Por qué no se pone entonces el mismo empeño en hacer lo
posible por combatir el problema?
Se estima que la gran mayoría de
los casos de suicidio (la proporción podría superar el 90%, según algunas
fuentes) esconden casos de problemas mentales, siendo la depresión severa el
más habitual. En muchos de esos casos, los pacientes se encuentran bajo
medicación, tomando normalmente antidepresivos y ansiolíticos.
Lógicamente, tomar la medicación
no garantiza nada. “Si se te acaba de matar un hijo en un accidente te ayudará
a dormir mejor, pero nunca te quitará el dolor emocional”, explica Javier
Jiménez, presidente de la Asociación de Investigación, Prevención e
Intervención del Suicidio (Aipis), compuesta principalmente por profesionales
con experiencia en el trato con personas con conductas suicidas.
La mejor medicina contra el suicidio,
coinciden los expertos, es hablar sobre el tema. “Antes de dar el paso
definitivo, los suicidas pasan por episodios de desesperación, ambivalencia e
impulsividad”, explica José Manuel Cañamares, de la fundación Intress. “Es
fundamental actuar antes de que se llegue al estadio de la impulsividad”,
sentencia. En algunos casos, se puede ayudar a la persona a ver que hay otras
soluciones a quitarse la vida.
De ahí que la mayoría de planes de prevención incluyan medidas de
seguimiento del paciente, al que se contacta regularmente por teléfono, para
ver cómo evoluciona. Cecília Borràs, de DSAS, añade que, en ocasiones, ese
trabajo también conviene hacerlo entre los familiares de quienes se han
suicidado.
“Me parece una indecencia que no haya un
plan nacional de prevención del suicidio”, espeta Cecília Borràs,
presidenta de Després del Suïcidi Associació de Supervivents (DSAS), la
primera asociación española de familiares de personas que han provocado su
muerte. Borràs y su marido perdieron a su hijo de 19 años. “El suyo fue un caso
impulsivo. Era un chico fantástico; cenamos juntos la noche anterior con la
mayor normalidad. Al día siguiente se suicidó”, explica. En 2012, animada por
la psiquiatra Carmen Tejedor, del Hospital de Sant Pau de Barcelona, una de las
mayores autoridades del país en la materia, Borràs decidió crear la asociación.
“Cuando pasas por una experiencia tan traumática como esta valoras mucho tratar
con gente que te entienda”, asegura.
Los psicólogos aseguran que, con
la ayuda adecuada y en ciertos casos, muertes como la que sorprendió a Borràs
se pueden evitar. “El suicidio se puede prevenir, sin duda. Los mejores
ejemplos están en el extranjero”, opina Javier Jiménez, presidente de la
Asociación de Investigación, Prevención e Intervención del Suicidio (Aipis),
formada en este caso por profesionales de la psicología y psiquiatría. En
Finlandia, ilustra Jiménez, se puso en marcha una estrategia nacional dirigido
al sistema educativo, a la mejora del acceso a servicios de salud mental y a la
aplicación de intervenciones en crisis suicidas. Se formó a profesionales
sanitarios y se hizo un seguimiento y registro de las personas en situación de
riesgo. Activo entre 1987 y 1996, el plan bajó la tasa de suicidios en
un 8,7%. Según destaca Jiménez, si en Finlandia el 88% de las personas que
han intentado suicidarse son vistas por un médico, en España la proporción es
del 25%.
“La política que se ha adoptado en
nuestro país es la inacción y la ocultación del problema”, señala José Manuel
Cañamares, director del área de salud mental de la Fundación Intress. “Los
datos oficiales sobre accidentes de tráfico se actualizan cada semana. Los de
violencia de género, diariamente. Pero los de suicidios, cada dos años. Eso es
muy indicativo de la poca atención que se presta al asunto”, abunda.
Existe el falso mito, reconocen los
expertos en el tema, de que no se puede hacer nada para combatir el suicidio.
Quien quiera matarse, se argumenta, lo hará independientemente de lo que suceda
a su alrededor. Hay datos que derrumban esta suposición. “En los tres meses
antes de cometer el acto, el 80% de los suicidas advierte sus
intenciones y pide ayuda. Y en torno al 50% de ellos acude al médico a
decir que está mal durante la misma semana en que decide suicidarse”, aseguran
desde Intress.
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Motivos para actuar
“El suicidio es una solución eterna para
un problema temporal”, opina Borràs. “Quienes dan el paso de suicidarse están
sufriendo tanto que no nos lo podemos ni imaginar. Lo hacen precisamente para
dejar de pasarlo mal. De lo que no se dan cuenta es de que esa solución es
irreversible”, subraya. Solemos tener la imagen de que los suicidas son locos,
cuando eso no es así. “El 60% de las muertes por suicidio tienen detrás una
depresión grave. Todos somos vulnerables a las depresiones”, añade la
presidenta de DSAS, que ya cuenta con más de 85 socios. La buena noticia es que
la depresión se puede tratar.
“Consideramos imprescindible un abordaje
transversal del suicidio para mitigar sus efectos. Debería incluir medidas
de prevención, detección, diagnóstico, tratamiento y continuidad de cuidados de
los trastornos mentales”, apunta Nel Anxelu González Zapico, presidente de
la Confederación Salud Mental España.
La Organización Mundial de la Salud
recomendó en 1996 que los países desarrollen planes y políticas de prevención
del suicidio, que califica de muy importantes porque obliga a los Gobiernos a
reconocer el problema, aumentar la preocupación a nivel nacional y resultan
efectivos. Veinte años después, los únicos planes de actuación contra el
suicidio que hay en España son los que ha puesto en marcha cada comunidad
autónoma.
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Planes autonómicos
El más completo hasta la fecha es de
Cataluña. Implantado en 2014, el Codi Risc Suicïdi, basado a su vez
en un protocolo de actuación pionero del Hospital Sant Pau de Barcelona, se ha
esforzado en mejorar los puntos de detección de tendencias suicidas en los
centros de salud y en el teléfono de emergencias (061), ofrecer una atención
proactiva a los pacientes de más riesgo, hacer un seguimiento prolongado de
estos y mejorar la información disponible. Este programa asistió solo en su
primer año a 1.400 personas con conductas suicidas.
En Asturias, Navarra y la Comunidad de
Madrid, donde existe el Código 100 de prevención del suicidio, también hay
planes activos. Pero nada similar desde el punto de vista estatal. La diputada
de UPyD Rosa Díez tiene el honor de haber conseguido por
primera vez en la historia poner de acuerdo a todo el Congreso en algo: propuso
en 2012 la creación de una estrategia de salud mental dentro de la que se
incluiría un plan contra el suicidio. Cuatro años después, dicha estrategia
sigue sin ver la luz. Se creó una comisión nacional para evaluar su viabilidad
y se consultó a las comunidades autónomas.
“Los psicólogos no recibimos formación
sobre cómo tratar con un suicida en la universidad”, se queja Jiménez, de
Aipis. Su asociación nació precisamente para dotar de herramientas útiles a sus
colegas, pero también a otros colectivos sensibles, como policías, bomberos,
enfermeros o maestros. En definitiva, los colectivos que más probablemente
entrarán en contacto con posibles suicidas y tendrán la ocasión de intentar que
reconsidere la situación.
“Solemos asociar el suicidio a una forma
de locura, como lo definió el psiquiatra francés Esquirol en el siglo XIX”,
lamenta Borràs. “Le puedo asegurar que el suicidios sacuden a gente y familias
muy normales”.
Algunos mitos
falsos.- El ‘Protocolo para la detección y manejo inicial de la ideación suicida’,
elaborado por Marta de la Torre Martí, subraya y desmonta falsos mitos que
rodean el suicidio:
El que se quiere matar no lo dice
(o viceversa). Muy al contrario, nueve de cada diez personas que intentan el
suicidio lo comunican de alguna manera en el mes anterior a la tentativa.
Quien se repone de una crisis
suicida no recaerá. Casi la mitad de los que atravesaron una crisis suicida y
luego consumaron el suicidio lo llevaron a cabo solo tres meses después.
Todo el que se suicida está
deprimido o tiene una enfermedad mental. Son mayoría, pero no necesariamente
hace falta padecer una enfermedad mental para suicidarse.
El suicidio no puede ser prevenido
porque es impulsivo. La mayoría, antes de cometer un suicidio, evidencia una
serie de signos y cambios que se pueden detectar.
Hablar sobre suicidio con una
persona en riesgo le puede incitar a cometerlo. Está demostrado que hablar
sobre el tema reduce el peligro de que se cometa.
Solo los psiquiatras pueden
prevenir el suicidio. Con una actitud de escucha y exploración de alternativas,
cualquiera puede ayudar.
El suicida desea morir. La mayoría de las veces, la persona que quiere
suicidarse se muestra ambivalente ante la muerte, lo que hace posible intervenir
para tratar de evitarlo.
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