ANA TORRES MENÁRGUEZ |
Madrid | El País
| 29/12/2019
“Psiquiatras de la sanidad pública alertan sobre la
falta de recursos para prevenir los cada vez más frecuentes daños físicos autoinfligidos
entre jóvenes”.
Lucía, de 16 años, no recuerda el comienzo. Desde que tiene “uso de razón”
busca cómo hacerse daño físico. Cintas apretadas en el abdomen, pellizcos, o
arañazos a los que más tarde siguieron cortes en los brazos. Lucía sufre una
patología que consiste en autolesionarse para regular su dolor emocional.
“Cuando lo hago no siento nada, no me duele”, dice con la mirada baja y una
melena larga y negra perfectamente peinada, sentada en una mesa de la unidad de
Psiquiatría del hospital Gregorio Marañón de Madrid.
Lucía, que prefiere no dar su nombre real, ingresó en ese centro hace un año y
medio y acaba de recibir el alta. En 2019, el hospital ha realizado más de 400
intervenciones a adolescentes de 12 a 18 años por causarse daño físico para
bloquear su sufrimiento mental. En un año han tratado a 85 nuevos pacientes.
Tanto en el Gregorio Marañón como en
el Vall d'Hebron (Barcelona), dos de los centros
hospitalarios con una unidad específica para adolescentes que se autolesionan,
aseguran que es un fenómeno que no para de crecer y que se remonta a principios
de la década de 2000. Ante la falta de datos nacionales y la escasez de
investigaciones, los psiquiatras lo asocian al uso “descontrolado” de Internet
y a la difusión de imágenes explícitas de las lesiones que los propios
adolescentes hacen en redes sociales como Instagram.
¿Qué les conduce a hacerse daño?
Algunos fueron víctimas de abuso sexual, físico o psicológico. Otros sufren
ansiedad, depresión o trastorno de la personalidad. También hay quienes
simplemente no saben gestionar su frustración adolescente. “Algunos de estos
jóvenes presentan un estado mental de disociación, les cambia el estado de
consciencia y no sienten dolor al cortarse, al contrario, segregan endorfinas y
lo viven como un momento de alivio”, explica María Mayoral, psicóloga clínica y
coordinadora de Prisma, un programa de salud mental para adolescentes que el
Gregorio Marañón puso en marcha en 2018 ante el aumento de ingresos. “Hay una
idea generalizada y errónea de que lo hacen para llamar la atención; es mucho
más complejo, estos adolescentes tienen una patología mental y necesitan la
ayuda de un profesional”, expone. El ministerio de Sanidad no tiene datos oficiales de autolesiones.
La mayoría de los pacientes ingresan
con cortes infligidos con cúter, cristales o cuchillas extraídas de sacapuntas
en brazos, muñecas, muslos o partes del torso. Otros presentan quemaduras o
golpes. “Es una respuesta de los jóvenes de hoy a la frustración y el factor Internet
aumenta el efecto contagio”, explica Carlos Delgado, psiquiatra del Gregorio
Marañón. El 90% de sus pacientes le cuentan que no sienten dolor al hacerlo.
“Es adictivo; la tendencia es aumentar los daños y la frecuencia”, añade. “Es
un proceso mental complicado, muchos de ellos se hacen daño porque creen que lo
merecen, sienten culpabilidad por algo que les ha pasado”. Delgado cree que el
ministerio debería implicarse, reunir a un grupo de expertos que analicen la
situación y asesoren sobre una campaña preventiva. “En los años noventa se hizo
con la anorexia y la bulimia; con este tema ya vamos tarde”, lamenta.
En el caso de Lucía, su madre se enteró
cuando ella tenía 13 años. La alertó su tutora del instituto. Desde hacía años,
cuenta la madre, le veía estrías por el cuerpo; pensaba que era por perder y
ganar peso y no por atarse cintas a presión. “En sexto de primaria tenía una
actitud complicada y en la ESO se disparó”, asegura. Hace un mes que le dieron
el alta a su hija, pero sabe que puede haber recaídas. La media de recuperación
está en los dos años. “La tutora me dijo que era una moda, que los chavales se
pasaban imágenes por Whatsapp. Mi hija estaba enferma y yo no supe verlo”.
Lucía no quiere contar qué es lo que la atormenta. Su madre tampoco y la
enfermera asiente. Aún no está preparada.
El hospital Vall d'Hebron es otro de
los que ha registrado un aumento de adolescentes que se autolesionan. En los
últimos tres años, el 20,5% de los ingresos por urgencias se corresponden con
esos casos. “Es un problema relativamente nuevo y es síntoma de que algo no se
está haciendo bien; no existen recursos específicos para prevenir y los
profesionales no están formados para hacer frente a esta patología, que afecta
sobre todo a adolescentes de 15 a 17 años”, denuncia Marc Ferrer, jefe de
hospitalización psiquiátrica del centro, que alerta de que programas como el
del Gregorio Marañón son escasos en España.
En Estados Unidos, un estudio de
la American Medical Association de 2012
señaló que, por primera vez desde los años sesenta, las enfermedades mentales
superaron a las físicas entre los adolescentes en ese país. Según ese informe,
que destacaba que los problemas de comportamiento se dan en mayor medida entre familias
con salarios más elevados, las consecuencias son menos horas de escolarización
y, por lo tanto, menores oportunidades educativas. En la edad adulta, esos
chicos trabajan una media de siete semanas menos al año que los que padecieron
problemas físicos crónicos en su infancia. “En Estados Unidos ya hace tiempo
que se habla de la necesidad de destinar más recursos a salud mental en niños;
aquí todavía no se ha reconocido la gravedad del asunto”, recalca Ferrer.
La Sociedad Española de Psiquiatría denuncia que
España solo destina el 5% de su presupuesto sanitario a la salud mental, frente
al 7% de media europea. “No es una prioridad ni la prevención ni la
financiación de proyectos de investigación”, considera Celso Arango, el
presidente de la organización.
Comunicación familiar.- Los psicólogos advierten de que los problemas de los adolescentes para
gestionar su frustración se remontan, en muchos casos, a la infancia como
consecuencia de la falta de comunicación con sus padres. “No atender las
necesidades emocionales de tu hijo desde pequeño puede desembocar en este tipo
de conductas; si se reprimen sus emociones es más fácil que se bloqueen y tomen
decisiones inadecuadas y dañinas”, explica María Mayoral, del Gregorio Marañón.
La historia de autolesiones de Marta,
de 21 años, que no quiere dar su nombre real, arrancó durante una discusión
familiar en el coche cuando tenía 16. “Hubo una discusión, me puse muy nerviosa
y me empecé a arañar los brazos hasta hacerme sangre”, cuenta la joven. Le
prometió a su madre que no se repetiría, pero entró en un bucle del que no
sabía salir. “Desmontaba sacapuntas, utilizaba grapas... Internet me dio muchas
ideas de cómo hacerlo sin que mi vida corriese peligro”. A Marta le
diagnosticaron retraso madurativo a los tres años y más tarde, en primaria,
déficit de atención sin hiperactividad. Su familia no contó con el apoyo que
necesitaba. Cada vez perdía más los nervios. Su madre cuenta cómo días previos
a los exámenes, su hija se ponía muy nerviosa y se daba cabezazos contra los
azulejos de la cocina. “En la terapia te das cuenta de cómo las heridas físicas
te engañan, son una falsa anestesia”.
“LLEGAN AL HOSPITAL
SIN SABER QUE ESTÁN ENFERMOS”.- Los adolescentes, cuentan
los médicos, llegan al hospital sin ser conscientes de que sufren una
enfermedad. “Con la terapia entienden que se agreden porque no pueden regular
sus emociones”, explica Begoña Cerón, enfermera especialista en salud mental
del Gregorio Marañón. Allí emplean la terapia dialéctico conductual —de forma
individual y en grupos—, que consta de cinco módulos centrados en enseñarles
habilidades para romper con su patrón de conducta. Ejercicios de relajación
para tomar conciencia de uno mismo y entrenamiento para detectar cuándo arranca
el pensamiento negativo que lo desencadena “todo”. Las enfermeras lo llaman la
radiografía de la emoción.
“Primero aparece un pensamiento hostil
que se repite en la cabeza; eso estimula el sistema nervioso central y el
cuerpo empieza a segregar adrenalina y cortisol, a partir de ahí aparecen
síntomas físicos, como sudoración en las manos o dificultad para respirar, y
por último llega la planificación del daño físico para frenar la avalancha
mental”, describe Carmen Martín Alegre, otra de las enfermeras del equipo.
La clave es que aprendan a hacer algo
diferente que frene ese bucle. “No se trata de que perdonen a alguien por el
daño que les ha podido causar (en el caso por ejemplo de abusos físicos o
sexuales), sino de que acepten su emoción y aprendan a manejarla para que no
les lleve a hacerse daño”, añade. La medicación se compagina con la terapia en
los casos más agudos.
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