ANA ABELENDA |
La Voz de galicia | 26/04/2022
El psiquiatra Luis Rojas Marcos (Sevilla, 1943), que dirigió el sistema de hospitales
públicos de Nueva York del 1995 al 2002 y vivió el 11S en primera línea, revela
que su 25.º maratón le llevó nada menos que «cinco horas y seis minutos». «Lo
hice corriendo y andando...».
Luis
no es el chico que en el 68 cruzó el Atlántico con su título de médico bajo el
brazo para descubrir en Nueva York el cielo abierto, ese lugar con luces y
sombras, pero «donde las oportunidades te persiguen». Más de medio siglo
después, no es exactamente el mismo, pero su optimismo ha mejorado. En
esto ayuda, dice, el ejercicio físico, que empezó a hacer a los 49 años.
«Fui de los que empezaron tarde, pero el ejercicio me ayudó tanto...»,
confiesa.
¿Pero
necesitamos todos un terapeuta? «¿Todos? No, no el cien
por cien, pero muchos sí. A mí, hacer terapia me ayudó muchísimo».
—¿Cómo te ayudó ir a terapia?
—Yo
en los 70 iba tres veces a la semana, porque era obligatorio si querías ser
terapeuta, y aprendí mucho. La terapia, eso de hablar y conocerte a ti mismo,
es útil. Y es muy importante evitar ahondar, como decía, en el estigma de la
enfermedad mental. Tener un problema mental no me convierte en Putin.
No hay una enfermedad que yo conozca en la que el síntoma sea la maldad. Las
personas que no sienten compasión no son enfermos. A los enfermos mentales se
les ha culpado de todo; esto no es la realidad, y ha hecho daño.
—Hasta un 15 % de los menores de 30 años toman psicofármacos,
según los últimos datos del CIS. ¿Por qué son tan vulnerables a la «pandemia de
la salud mental»?
—En
la adolescencia el futuro es muy importante, más que en otras etapas. Esta
pandemia ha traído, además de millones de muertes, una gran barrera: la
incertidumbre. Más de la mitad de las cosas que piensan o de las que hablan las
personas tienen que ver con el futuro. La pandemia ha destruido ese sentido de
futuro, y esto causa un estrés, una angustia, una ansiedad profunda, que
afectan tanto a la salud física como a la mental.
—¿Es posible separarlas?
—Es
muy difícil. El cuerpo y la mente van unidos, para bien y para mal. Está
demostradísimo, por ejemplo, que el ejercicio físico regular es bueno para la
mente. Esos ejercicios que se hacen para conectar el cuerpo con los
sentimientos son muy útiles. El cuerpo y la mente no se pueden separar.
—¿El optimismo nos da años de vida?
—Sí, pero hay que definir qué es optimismo.
En la cultura europea, se ve al optimista como alguien ingenuo. El optimismo,
tal y como lo estudiamos en los últimos 50 años, no es esperar que las cosas
mejoren solas, es hacer. Localizar el centro de control dentro de ti mismo a la
hora de atacar un problema es un rasgo optimista. El primer rasgo de optimismo
es: «Yo puedo hacer algo en esto», y el segundo, la esperanza. «Tengo la esperanza
de conseguir mejorarlo».
—Pero esperanza, aunque sea muy en el fondo, la tenemos todos,
¿no?
—No
se puede vivir sin esperanza. Un maestro decía que se puede vivir mes y medio
sin comer, siete días sin beber, sin respirar unos seis minutos, pero sin esperanza
nada. Pero yo quiero distinguir esta esperanza activa de esa otra que no
depende de ti, la del «todo va a ir a mejor, pero no tengo que hacer nada».
—El azar es determinante...
—La suerte juega un papel importante, pero poner tu esperanza en
la suerte solo está bien cuando vas a jugar a los dados, al casino. Ante un
desastre, como puede ser esta pandemia, hay un grupito de personas, que pueden
ser una tercera parte, que descubren en el proceso cualidades suyas que
desconocían. Hay gente que descubrió en la pandemia que tiene más capacidad
para programar su vida de lo que pensaba.
—(Mi hija se pone a llorar en el transcurso de esta entrevista,
Rojas Marcos lo encaja con naturalidad)
—Esto
es un ejemplo de un reto que nos ha puesto la pandemia. Hemos tenido que
aprender a adaptarnos a gestionarlo todo en un mismo espacio...
—¿Y eso es bueno, hacerlo todo en un mismo espacio, no separar?
—Es bueno si te mantiene en contacto con tus hijos, tu marido, tu
amigo, pero interfiere en ambas partes. Esa separación que es importante para
los hijos con esto se complica.
—Al menos, algunos hemos podido pasar más tiempo con los hijos.
—Sí.
Mi madre estaba en casa. Esa relación de convivencia entre madre e hijo puede
ser muy positiva.
—¿Cómo pone una madre los límites con los hijos si teletrabaja?
—Una forma es explicárselo a ellos. Si son pequeños, se puede
hacer a través de historias o con figuritas. «Está mamá, pero mamá tiene que
hacer esto y no te puede atender ahora. Eso no quiere decir que no te quiera, pero
tiene que hacer cosas para poder quererte más». La comunicación es útil, sobre
todo si se hace desde el principio. Los niños entienden muy bien... si uno se
lo explica en el momento en que escuchan.
—¿Estamos criando, como dicen, a la generación más blandita de la
historia? ¿Necesitan más «mano dura»?
—¿«Mano
dura» qué significa? ¿Castigo físico, rigidez, poner límites? Es importante
saber qué queremos decir con «mano dura». Si es poner límites, está bien, es
necesario. Pero, si con «mano dura» se refieren a lo que yo vivía de niño, la
cosa cambia. Entonces, el niño que hacía una travesura se llevaba una paliza.
El castigo físico no es útil, no vale para educar.
—¿Cómo se curan las grandes heridas?
—Sobre
todo, hay que entender lo que pasó. Y luego lidiar con el trauma, aprender a
tranquilizarse, concentrarse en cosas productivas y no enfocar de forma
obsesiva la herida. El tiempo es importante también. Por ejemplo, en un
duelo necesitamos nueve o diez meses para superar el duelo
profundo. Recibir ayuda es importante y pasar página. El olvido
nos ayuda.
—La relación con los demás es la fuente más frecuente de
satisfacción y, a la vez, la más frecuente de conflicto e infelicidad, señalas.
¿Cómo nos marcan la infancia, nuestros padres?
—De
manera esencial. El cerebro, en esos primeros 10 o 12 años de vida es muy
sensible. Su tamaño se cuadriplica en 15 años. La relación con los padres es
básica y va a afectar a todo lo demás. Por eso, es importante tratar de
entenderla.
—¿Aún nos avergüenza la vulnerabilidad? ¿Sobre todo, a los
hombres? Está mejor vista la fuerza, aunque solo sea fachada.
—Yo
viví en esa cultura de que el hombre no debe demostrar sus sentimientos. «Un
hombre llorando... ¡por favor!». Son imposiciones que van en contra de la
esencia del ser humano. Pero eso está cambiando. Hay más comunicación, pero hay
otras ansiedades. Me gusta ver los avances generales de la humanidad. Si uno
mira la historia de la humanidad, los avances han sido increíbles. Para
mí, el mayor avance de todos ha sido la esperanza de vida. ¡En
los últimos cien años, se ha duplicado la esperanza de vida! España
es el segundo o el tercer país del mundo en este aspecto. Y hay quien dirá:
«Sí, sí, vivimos más, pero esta vida no hay quien la aguante»...
—¿Cómo te sientes hoy de feliz, mejor ahora que de adolescente?
—Es
que yo hasta los 15 años lo pasé muy mal. Tenía un trastorno de atención y me
suspendían en todo, lo cual caía fatal en mi casa. Me he enfrentado en la vida
a pérdidas muy dolorosas, a divorcios, pero he tenido la suerte de superarlo.
Me siento muy satisfecho con las oportunidades que me ha dado Nueva York, y ha
sido por esos ángeles de carne y hueso que vieron en mí algo positivo.
—¿Del 0 al 10 qué nota le das a tu satisfacción con la vida? ¿Te
has dado un 10 alguna vez?
—Un
10 nunca. Ahora me daría un 8,5. Si me lo preguntas cuando murió mi hijo, un 2.
Si me preguntas por mi vida en general, y hay que verlo así, un 8,5.
—Veo en tu Twitter que hablarle al perro o gato es bueno...
—Sí,
¡son buenos terapeutas! Captan, escuchan. Mi madre le hablaba mucho a las
plantas, y en una época en la que hablar solo era «de locos»...
—¿Qué pasa si hablamos solos?
—Hablar solo es muy sano, sobre todo si te hablas bien. Es una
forma de escucharte, de terapia. Pero tenemos que tratarnos bien. Hablar es
sano, la gente habladora vive una vida mejor.
—¿Ves mucho complejo de superioridad? ¿Tendemos a creernos el
ombligo del mundo, mejores que otros?
—Los
problemas que yo veo no son porque se creen los mejores del mundo... Yo veo más
el «Es que no me puedo aguantar a mí mismo, no me gusto, tengo un carácter que
no...». El que se cree el rey del mambo, mientras no haga daño a otros, me
parece bien. Yo estoy más acostumbrado a los que no se sienten capaces, a los
que piensan: «Cómo voy a salir yo de esto si soy un desastre, si yo no sé
tratar a la gente».
—Quien se conoce bien ve sus limitaciones, ¿no?
—Sí,
y está bien mientras uno se sienta bien con cómo es. Mientras seas comprensivo
contigo, bien. Y, si no, hay posibilidades de cambiar...
—¿Realmente, podemos cambiar nuestra forma de ser y de ver las
cosas?
—Sí,
pero, recuerda, para empezar ponemos el control dentro de uno mismo. «Yo quiero
cambiar, confío en que puedo cambiar para arreglar en mi vida ciertas cosas».
Por ahí hay que empezar.
—A menudo, lo que queremos cambiar es a los demás, el pensamiento
de los otros, sus reacciones, su forma de tratarnos... ¿No es algo que sucede
mucho?
—Ah,
el cambiar a los demás suele ser complicado, a no ser que los demás quieran
cambiar, ¿verdad? El cambiar es como el viajar. Hay quien viaja porque desea
conocer cosas nuevas, pero también está el miedo. Como psiquiatra, cuando
alguien viene a verme durante años, le digo: «Yo no te puedo cambiar». Yo te
puedo dar una pastilla, pero no te puedo cambiar. Yo te puedo ayudar con una
guía, con unos pasos. Dime algo que quieres cambiar...
—Quiero ser más optimista, por ejemplo.
—Definamos
qué es optimismo, veamos si confías en tus capacidades o no, en cuáles confías
y en cuáles no. Igual un día podremos acceder al cerebro y cortar ese pedacito
que hace que te importe demasiado lo que hacen o piensan los demás de ti.
¿Cambiar a otros? No. Podemos tratar de convencerles.
—A veces algo del otro te saca de quicio, pero en conjunto te
gusta, ves que en conjunto es una relación satisfactoria.
—¿En
conjunto? Esa es una visión muy razonable. «No me gusta esto, pero sí esto y lo
otro». Es como la satisfacción con la vida; si buscamos una fórmula, tú pones
en el numerador todo lo que tienes, lo que consideras positivo de tu vida, y en
el denominador, todo lo que gustaría tener. Si tienes diez cosas positivas y
quieres tener más de las diez que tienes, ¡ahí la satisfacción da trabajo! Pero
estas son medidas simplistas, aunque al final es importante hacer una lista de
todo lo que uno tiene.
—¿Hay una fórmula de la felicidad en pareja?
—Ah,
es complicada, ¡porque son dos personas! Esta es otra profesión, la de
psicoterapeuta de pareja, o de familia. Funciona muy bien esa terapia. En una
época de mi vida, entré en el mundo de la terapia de pareja, y había mejoras
impresionantes. ¡Y rápidas! Cuando me divorcié, debieron de poner un anuncio
aquí de «Psiquiatra divorciado», ¡porque me llegaban una cantidad de pacientes
con problemas con la esposa, el marido...! Puse otro sillón en mi consulta y
había desde esas mejoras milagrosas en las que el hecho de venir los dos
juntos, solo ese hecho, a verme mejoraba la situación. Cuando les decía a los
dos de la pareja: «Sentaos, contadme», me decían: «Pues fíjese que, desde que
hemos decidido venir a verle, nos llevamos mucho mejor. Y es la primera vez que
venimos...». «Hemos pasado una semana desde que decidimos que vamos a venir a
verle como pareja y en este tiempo ya nos llevamos mejor». En otros casos, es
distinto, uno de los dos no quiere venir... Pero en medicina, y en general, ese
primer paso es decisivo: lo que llamamos conciencia de enfermedad. Y luego la
motivación para tratar la enfermedad. Si un paciente, del tipo que sea, sea
diabetes o depresión, no tiene conciencia de enfermedad, si dice que no está
enfermo, que no le pasa nada, ahí no puedes hacer nada.
—Pero no hay una fórmula de la satisfacción con la
vida o de la felicidad en pareja...
—No.
La fórmula es: «Si hay un problema, tienes que reconocerlo». Quizá no sepas
cuál es el problema, pero sabes que hay un problema. Este es el primer paso. El
segundo: ¿quieres buscar ayuda o no? Lo demás hay que hacerlo sobre la marcha.
—Dices que un mundo sin autoengaño sería insufrible. ¿Las
ilusiones, en las dosis justas, hacen mucho bien? De ilusiones también se
vive...
—El
autoengaño, si lo utilizas en momentos difíciles en los que te sientes muy mal
contigo mismo, en los que incluso te empiezas a odiar a ti mismo, es muy útil.
Si el autoengaño se hace crónico y empieza a volverse en contra de uno mismo ya
es otro tema. El autoengaño es una herramienta mental muy útil, los niños lo
utilizan a menudo.
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